Capítulo 6
Capítulo 6
—Conozco al Capitán desde hace cuatro siglos, cuando aún se hacía llamar Andrey Ivanov —comenzó Lorah Banshee, zambulléndose en sus propios recuerdos—. Por aquel entonces era un joven encantador con una carrera muy prometedora en el campo de la neurocirugía artificial. Trabajaba en uno de los mejores hospitales de la Tierra y realizaba charlas y conferencias asiduamente en Baviera, en la Universidad de Ciencia Especializada. Estaba casado y tenía dos hijos, unos muchachitos bastante inteligentes que, de haber podido, probablemente hubiesen seguido los pasos de su padre.
—¿Cuatro siglos? —murmuró Ana con perplejidad—. ¿Entonces...?
Los ojos de Banshee centellearon llenos de astucia y experiencia. Incluso oculta tras aquel imponente físico, no podía ocultar lo que su mirada evidenciaba. Su vida, como la de Ivanov, se remontaba a mucho tiempo atrás.
—Andrey y yo nos conocimos en la Cábala del Águila Negra, un pequeño club social en el que no se trataba precisamente ni la política ni la economía del Reino. Desconozco cómo llegó Andrey a él, pero en mi caso vinieron a buscarme a la universidad en la que impartía clases. Mi mentor, el mismo que el de Ivanov, había investigado sobre mí y confiaba en mi potencial. Y al igual que sucedió conmigo, imagino que pasó lo mismo con Andrey y otros dos viejos camaradas cuyo destino desconozco.
—Necesitamos nombres, Lorah —interrumpió Veryn—. ¿Quién era tu mentor?
Banshee dejó escapar una carcajada aguda, sin humor. Extendió las manos hacia el fuego y las detuvo entre las llamas verdes, sin temor alguno a que lamiesen sus dedos. Ni tan siquiera el fiero elemento se atrevía a enfrentarse a la temible nigromante.
—Tu enemigo no es la Cábala, Veryn Dewinter, así que no los necesitas: mis labios están sellados.
—Sigue —pidió Armin, alzando la mano en señal de silencio hacia su hermano antes de que éste pudiese protestar—. ¿Fue en esa Cábala donde adquiristeis vuestros conocimientos?
—En parte. Fue allí donde nos iniciamos y aprendimos los conceptos básicos, en efecto. No obstante, ha sido el tiempo y la experiencia lo que ha logrado que desarrollásemos nuestras capacidades. —La mujer volvió la vista atrás, hacia los invitados, y la concentró en Ana. Le dedicó una brevísima sonrisa—. Las respuestas no siempre están en los libros.
—Háblanos de Ivanov, Lorah —pidió Veryn, recuperando así la atención de la mujer—. ¿Qué sabes de él? ¿Hasta cuándo estuvisteis en contacto?
La mujer volvió la vista hacia el "Conde", curiosa, y le observó durante unos segundos. A continuación giró sobre sí misma hasta quedar cara a cara con los presentes y juntó las manos sobre el pecho.
Las llamas tras ella se esfumaron con un suave susurro, dejándoles totalmente a oscuras.
—Andrey fue el primero en dejar la Cábala —explicó la mujer. Lorah extendió las manos hacia arriba y de las palmas de éstas surgieron varias llamas verdes, como las de la chimenea, que empezaron a danzar sobre sí mismas, como serpientes—. Ivanov siempre tuvo el deseo de extender el conocimiento: de crear un culto a su alrededor a través del cual transmitir todo su saber a sus súbditos. Él no entendía el motivo por el que aquel conocimiento debía mantenerse oculto; no entendía los límites humanos. Nuestro mentor se lo intentó hacer ver, intentó hacerle entrar en razón recordándole la importancia de mantener en secreto la existencia de la Cábala, pero Ivanov no quiso escucharle. Su rebeldía era tal que, desobedeciendo al maestro, formó su círculo y, llegado el momento, empleó con sus componentes uno de los rituales. Imagino que sabéis de qué suceso estoy hablando.
Todos asintieron a la vez, con la imagen de las ochenta y cuatro víctimas de Ivanov colgando boca abajo, atados por los tobillos al techo. Los cuerpos habían sido hallados formando un círculo, con los brazos llenos de cortes e inquietantes sonrisas cruzándoles el rostro.
—El treinta cumpleaños de Ivanov —rememoró Ana en voz alta—. Ese día el doctor desapareció para siempre.
—Efectivamente —Banshee asintió con la cabeza—. El plan de Andrey no salió bien, y se vio obligado a escapar.
—¿Pero por qué asesinó a todas esas personas? —insistió Ana—. Su mujer y su hijo también estaban entre sus víctimas. Además, si realmente eran sus adeptos, ¿por qué...?
Las llamas empezaron a rebelar imágenes. Primero mostraron un cementerio de piedra blanca en silencio, tranquilo, en paz. Poco después, la imagen se llenó de disparos y golpes, de agentes de la ley aterrorizados, de sangre y, finalmente, de cadáveres. Muchos más cadáveres.
Ana se estremeció, impresionada ante las imágenes. La joven apartó la mirada hacia el suelo, con la expresión de pánico de los agentes clavada en la retina. Pocas veces había visto nada como aquello.
—Siete días después, los muertos despertaron —prosiguió Banshee—. Ivanov no quería asesinarlos: quería que se uniesen a él, pero no como simples almas mortales. Empleó uno de los rituales con ellos, y aunque en un inicio funcionó, la intervención policial de los agentes de paz dio al traste con su plan. Los renacidos fueron exterminados, y con ellos todo el círculo de Ivanov. Desesperado, Andrey acudió a nosotros en busca de ayuda. Su nombre había salido a la luz, y la justicia le pisaba los talones...
El rostro que una vez habían visto a través de una de las imágenes de archivo cobró vida en las llamas. Andrey Ivanov surgió en el fuego con expresión sombría y mirada gélida. Sus labios se movían con rapidez, generando palabras y oraciones, pero su mente estaba muy lejos de allí, probablemente aún en el cementerio. Oculto entre las sombras, el doctor había asistido a lo que a su modo de ver había sido una brutal ejecución.
—¿Le apoyasteis? —preguntó Veryn. Al igual que su hermano, el "Conde" tenía la mirada fija en la imagen del Capitán—. Me cuesta creer que le dieseis la espalda: abandonar la Tierra sin apoyo alguno en una situación como ésa, teniendo en cuenta las medidas de seguridad existentes, debía ser prácticamente imposible.
—Y no te equivocas —admitió Lorah—. Inicialmente le dimos la espalda; nuestro mentor consideró aquel ritual un acto de rebeldía inaceptable y decidió expulsarle. No obstante, es cierto que le ayudamos a escapar. Ivanov sabía demasiado sobre nosotros.
—¿Os chantajeó? Por lo que hemos podido saber, Ivanov era un hombre de fuerte carácter—preguntó Armin con avidez—. ¿Es posible que os amenazara con sacar a la luz la existencia de la Cábala si no le ayudabais?
Banshee cerró las manos de repente, logrando con aquel simple gesto que las llamas se apagaran. La mujer tomó asiento en su sillón, pensativa, y chasqueó los dedos. Inmediatamente después, decenas de velas púrpuras se encendieron a lo largo y ancho de toda la estancia.
—Ivanov era un visionario. Es cierto que tenía un carácter fuerte y que, en depende qué ocasiones, podía llegar a ser muy terco, pero lo cierto es que era un hombre encantador, atrevido, astuto... y seductor. Tremendamente seductor. —Banshee sonrió con picardía—. Podría decir que me amenazó, pero llegado a este punto no voy a mentir: no vale la pena. Me pidió ayuda, y yo se la ofrecí.
—Le ayudaste a escapar —sentenció Veryn.
—Así es. Le ayudé a abandonar el planeta y, durante muchos años, muchísimos más de lo que me gustaría pensar, no supe nada de él. Ivanov parecía haber desaparecido. Unas décadas después, tras dejar la Cábala, traté de seguirle la pista; quería saber de él, pero cada vez que encontraba un rastro que seguir me topaba con una puerta cerrada. Andrey no deseaba ser localizado.
—¿Y lo conseguiste? —preguntó Ana con curiosidad—. ¿Diste con él?
Banshee negó con la cabeza. Tomó su copa y le dio un largo sorbo, pensativa. Parecía melancólica.
—Llegué a creer que había muerto. Le busqué durante décadas por toda la galaxia, pero finalmente me di por vencida. —Lorah entrecerró los ojos—. He de admitir que me dolía su pérdida: aunque Andrey se amase a sí mismo por encima de todo lo demás, siempre hubo mucha complicidad entre nosotros. Nos entendíamos y respetábamos: nos complementábamos. —La mujer se mordió los labios, ocultando tras aquel gesto todo lo que no se atrevía a decir. Casi cuatrocientos años después, la amargura aún nublaba sus pensamientos—. Cuando acudió a mí presa de la desesperación tras ser rechazado por nuestro mentor creí que me pediría que le acompañase: que abandonásemos juntos la Tierra. Lamentablemente, me equivocaba. Yo no entraba en sus planes.
Ana volvió la mirada involuntariamente hacia Armin. A su lado, Dewinter permanecía en completa tensión, atento a la historia. Para él, las palabras de Banshee únicamente narraban hechos: acontecimientos vividos. Ana, sin embargo, podía embriagarse de las emociones que destilaban sus palabras. Tristeza, amargura, melancolía... no necesitaba escuchar más para saber que, cuatro siglos después, aquella mujer seguía con el corazón roto.
Se preguntó qué habría pasado entre ellos.
—Veo entonces que la estupidez de Ivanov se remonta a sus inicios —intervino Veryn, logrando ganar con aquel sencillo comentario la sonrisa de Banshee—. Dime, Lorah, ¿fue aquella la última vez que le viste?
La mujer negó con la cabeza. Sus ojos volvieron a iluminarse al recordar aquel momento en el que, años atrás, Ivanov había vuelto a cruzarse en su vida.
Su aparición, como de costumbre, había sido de la noche a la mañana, sin avisos previos ni explicaciones: simplemente había llamado al timbre de su casa y, al abrir la puerta, allí había estado él, con un nuevo rostro, pero con el mismo espíritu.
—Acudió a mí. Después de años sin saber absolutamente nada de él, Andrey apareció una noche cualquiera, con lo puesto. Al principio me costó reconocerle: ya no era el hombre que conocí.
—¿Qué cuerpo poseía? —preguntó Armin, tratando así de situarse en la línea temporal—. ¿El de Bastian Rosseau?
—El mismo. —La mujer asintió—. Pero eso poco importa: ya vista un cuerpo u otro, Andrey sigue siendo el mismo de siempre: un romántico empedernido. Eso sí, ya empleaba el sobrenombre de el "Capitán".
—Imagino que lo tomó del propio Rosseau —puntualizó Veryn—. Pero sigue, por favor. ¿Por qué acudió a ti?
—Por el mismo motivo que la última vez: tenía problemas. Según me explicó, llevaba instalado una temporada en el planeta Svarog, no sé si lo conocéis... la cuestión es que tras muchos años de búsqueda, allí encontró un ambiente y una sociedad ideal para volver a retomar sus planes. Andrey seguía obsesionado con extender el conocimiento: con crear un culto, y volvió a hacerlo. Lamentablemente, tal y como sucedió en la Tierra, las cosas no salieron como él esperaba. Ivanov fue descubierto y tuvo que abandonar el planeta con lo puesto. Eso sí, se fue dejando atrás un círculo de adeptos muy importante. Desconozco de quién se trata, pero al parecer tenía el apoyo de alguien muy poderoso: alguien que le protegía.
—¿Alguien que podría seguir protegiéndole? —intervino Veryn, entrecerrando los ojos—. Sí... si realmente tenía un círculo de confianza allí, puede que haya vuelto en busca de apoyo. —El "Conde" volvió la mirada hacia su hermano, repentinamente animado—. Svarog: busca todo lo que haya al respecto. Tengo la corazonada de que la suerte nos va a sonreír.
Armin asintió, conforme. Tras escuchar aquella parte de la historia, el joven tenía información más que suficiente como para compartir las sospechas de su hermano mayor. No obstante, antes de emprender la búsqueda primero necesitaba saber algo más. Algo que, desde el inicio de la visita le había inquietado y que, llegado a aquel punto, era incapaz de quitarse de la cabeza.
—Lorah, tengo una duda —dijo Armin, captando así la atención de todos los presentes—. Por lo que has contado, hasta ahora Ivanov y tú habéis estado muy unidos. ¿A qué se debe esta traición? Conoces nuestro cometido: sabes que vamos a acabar con él. ¿Por qué nos estás ayudando?
El semblante de la mujer se ensombreció, rebosante de emociones. Dewinter no podía entender el motivo que había llevado a aquella mujer a traicionar al hombre que había amado, y que, probablemente, aún amaba. Ana, sin embargo, podía leer entre líneas. El despecho movía a Lorah, al igual que la había movido en otros tiempos el amor. Banshee se había cansado de esperarle con los brazos abiertos, dispuesta a darlo todo por él sin recibir nada a cambio. Así pues, herida probablemente por alguna promesa incumplida, había decidido acabar de una vez por todas por aquello que tanto dolor seguía causándole cuatro siglos después. Acabar con Ivanov era la única forma de liberarse de él, y dado que ella era incapaz de hacerlo, confiaba en que Mandrágora lo conseguiría.
La mujer apartó la mirada, sumida en sus pensamientos. A su lado, Veryn la observaba con interés, visiblemente embelesado. Parecía demasiado interesado en ella.
—Esto debe acabar. Alguien tiene que acabar con Andrey antes de que sea demasiado tarde, y sé que tan solo vosotros podéis hacerlo. Ese hombre está utilizando el conocimiento que una vez nos inculcó nuestro mentor para causar el caos: para dañar a los hombres. Irónicamente, en un inicio su objetivo era totalmente distinto. —Banshee negó suavemente con la cabeza—. Ahora, sin embargo, le mueve la venganza... el ansia de poder. Ivanov ha perdido la cabeza: ha enloquecido, y se ha convertido en un ser peligro. Es por ello que necesito que le detengáis... necesito que acabéis con él antes de que sea demasiado tarde. Necesito...
—Prometió volver, ¿verdad? —murmuró Ana, dejándose llevar por la mezcla de sentimientos que su historia había despertado en ella—. Dijo que volvería, pero no cumplió con su palabra.
El rostro de Banshee se crispó al escuchar aquellas palabras. Volvió la mirada hacia Ana, furibunda, y por un instante todos creyeron que iba a abalanzarse sobre ella. Parecía fuera de sí, iracunda con los ojos enrojecidos y todos los músculos en tensión. Ana retrocedió un poco en el sillón, arrepentida por su atrevimiento, pero no apartó la mirada de Banshee, a la espera. Necesitaba escuchar la respuesta. A su lado, en cambio, Armin se adelantó, protector. Mantenía sus armas guardadas, pero a mano, preparadas para ser empleadas de un momento a otro. Por suerte, no las necesitó. Banshee apretó los puños con fuerza, furiosa, pero no se levantó. Simplemente observó a Ana con amargura durante unos segundos, dolida, hasta que su rostro volvió a relajarse.
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Andrey era un hombre de palabra: el "Capitán" no.
Veryn tomó la mano de la mujer y la apretó con suavidad, tratando de transmitirle su apoyo. Llegado a aquel punto, todos, incluido él, necesitaban un respiro. Volvió la vista hacia su hermano e intercambiaron un rápido asentimiento de cabeza. El interrogatorio aún no había acabado, pero sí su presencia allí. El resto de preguntas quedaban en manos del "Conde".
Armin hizo un ademán de cabeza a Ana para que se incorporara y se puso en pie.
—Hermano, señorita Banshee, Larkin y yo nos retiramos ya. El viaje ha sido demasiado largo —dijo Armin a modo de despedida—. Gracias por todo.
Abandonaron la sala en silencio, arrastrando consigo la tensión del ambiente. Fuera, sumido en las sombras, el androide al servicio de Lorah les aguardaba, dispuesto a guiarlos hasta sus celdas. Armin tomó a Ana del antebrazo, instándola a que le siguiese, y juntos dejaron atrás la sala.
Unos minutos después, ya en uno de los silenciosos y sombríos pasadizos de la residencia, el mayordomo les indicó las puertas que daban a sus estancias. Les entregó un par de llaves magnéticas y, sin mediar palabra alguna, volvió a perderse entre las sombras, dejándoles a solas en el pasadizo, frente a sus respectivas estancias.
Ana abrió su puerta y entraron a una amplia sala de muebles algo anticuados. La joven activó el sistema de alumbrado presionando un pequeño pulsador dorado situado junto a la entrada y se encaminó al interior de la estancia. Tras ella, Armin cerró la puerta y activó la cerradura digital de seguridad.
—¿He sido brusca? —preguntó Ana en apenas un susurro.
Se dejó caer de espaldas en la cama, cansada. El viaje, tal y como había asegurado Dewinter minutos atrás, había sido demasiado largo.
Armin aprovechó para quitarse la chaqueta y colgarla en el respaldo de la silla que había junto al armario. Junto a ésta había un amplio escritorio sobre el que reposaban varios libros de aspecto polvoriento.
Les echó un rápido vistazo.
—Sí —respondió él con sencillez. Volvió la vista hacia ella y se dejó caer pesadamente en la silla—. Brusca y arriesgada: ¿de dónde has sacado todo eso de la promesa?
—Era cuestión de leer entre líneas. —La joven se encogió de hombros—. Esa mujer está resentida: el "Capitán" debió jugar con ella, y ya sabes lo que pasa con las mujeres a las que se les rompe el corazón.
Armin negó suavemente con la cabeza, quitándole importancia.
—Sea como sea, nos ha dado un nuevo destino. Si en ese planeta dispone de aliados, es posible que Ivanov haya vuelto en busca de apoyo. Debo investigar.
Sin dar opción de réplica a Ana, Dewinter extrajo del interior del bolsillo de su pantalón un pequeño dispositivo cuadrado que depositó sobre la mesa. Presionó un botón situado en el lateral derecho del objeto y éste se abrió sobre sí mismo hasta formar un fino rectángulo de cristal. Un suave toque en el centro bastó para que se formase una cobertura líquida de cristal a lo largo y ancho de toda su superficie.
El dispositivo emitió varios pitidos al iniciarse el sistema operativo.
—¿Vas a ponerte a trabajar ahora? —preguntó Ana. La joven se puso en pie y se acercó para comprobar que el dispositivo de Dewinter era, en realidad, un terminal portátil—. Creía que estabas cansado.
—Lo primero es lo primero —respondió él con la mirada fija en la pantalla—. Tú descansa, yo estaré vigilando.
—¿Vigilando? —Ana arqueó las cejas—. ¿Vigilando el qué?
Armin volvió la mirada hacia Ana, sorprendido ante la respuesta. Le costaba creer que, a aquellas alturas, siguiese siendo tan inocente.
—Lorah Banshee es una nigromante, Ana. ¿Es necesario que te explique lo que estuvo a punto de suceder en K-12? Eres un magnífico recipiente. —Armin negó suavemente con la cabeza—. Además, la ciudad está llena de agentes de la A.T.E.R.I.S. que conocen tus capacidades: cuanto menos te expongas, mejor.
—Ya... —Ana se cruzó de brazos, divertida ante la expresión de severidad de su compañero. Le encantaba ver cuánto se preocupaba por ella—. ¿Y no será que estás buscando una excusa para quedarte conmigo?
Logró arrancarle una sonrisa. Armin negó suavemente con la cabeza, incapaz de ocultar su expresión divertida, y volvió la vista hacia el terminal. Finalizado el proceso de arranque, el dispositivo estaba preparado para iniciar la búsqueda.
—No sabía que necesitase excusas.
Ana apoyó las manos sobre sus hombros y besó su mejilla con cariño. A continuación, tras echar un vistazo a la estancia, desde el baño privado hasta el armario, se encaminó a la puerta, dispuesta a salir.
A aquellas alturas de la noche, Armin ya estaba plenamente concentrado en las bases de datos que tenía ante sus ojos.
—Ahora vengo, voy a pedirle al androide de servicio una toalla. La que hay tiene pinta de no haberse lavado en siglos.
—Quizás sea un recuerdo de la Tierra —respondió Armin sin apartar la mirada del terminal—. No tardes.
Ana salió de la estancia con una mezcla de emociones que pocas veces había sentido anteriormente. Por un lado, la joven se sentía emocionada e intrigada ante la pista que Banshee les había dado. Si el Capitán se encontraba realmente en Svarog, pronto caerían sobre él y, con suerte, acabarían de una vez por todas con la pesadilla en la que se había convertido su vida en los últimos años. Además, el regreso de Armin la hacía sentir feliz. Cuanto más tiempo pasaban juntos, más comprendida y cercana se sentía a él, y eso era algo que hacía demasiado tiempo que no sentía. Por otro lado, sin embargo, Elspeth y Leigh seguían muy presentes en su pensamiento, tiñéndolo de sombras. La pérdida de su sector sumada a la muerte de sus compañeros y del maestro Helstrom era algo que Ana ni quería ni podía olvidar.
Con tal mezcla de emociones en mente, era difícil pensar con claridad. Lamentablemente, no le quedaba otra alternativa. Ana tenía que seguir adelante y mirar al futuro con decisión, por lo que tenía que mantenerse lo más fría posible.
Sumida en sus propios pensamientos, Ana descendió las escaleras que daban a la planta baja. El mero hecho de sentirse feliz por el regreso de Armin la hacía sentir culpable. Elspeth odiaba a aquel hombre, y no sin falta de motivo, y Leigh... el mero hecho de pensar en su bienestar en aquellos términos teniendo en cuenta el estado de Leigh era vergonzoso. Ana sentía que le estaba fallando, y eso era algo con lo que le costaba vivir.
En cuanto regresase a Raylee, lo primero que haría sería ir a visitarle.
Alcanzada la planta baja, Ana se encaminó hacia el salón donde habían dejado a Veryn y a Lorah atrás. La joven suponía que el androide estaría por los alrededores, custodiando la vivienda entre las sombras, y no se equivocaba. Lo encontró unos minutos después, en uno de los pasadizos, muy cerca de la sala donde, entre susurros y compartiendo una complicidad que logró sonrojar a Ana, Lorah y el "Conde" intercambiaban mucho más que simples besos.
Unos minutos después, ya con la toalla entre manos y una expresión extraña en el rostro, Ana volvió a la estancia dónde, plenamente concentrado en su búsqueda, estaba Armin. Cerró la puerta tras de sí, recorrió la sala con paso lento y se dejó caer en la cama. Él ni tan siquiera se inmutó.
Dejó la toalla sobre las sábanas, con la imagen de la pareja en la sala aún grabada en la retina. Aunque aún no fuese consciente de ello, el miedo a ser ella la engañada, la víctima de aquel truculento juego de intrigas, empezaba a nublarle los pensamientos.
Se frotó las manos nerviosamente. La semilla de la desconfianza empezaba a germinar en lo más profundo de su ser.
—Creía que tu hermano estaba con Cat Schnider.
—Eso tengo entendido —respondió él, en tono átono—. ¿Por qué?
Ana se encogió de hombros, incómoda ante la pregunta. Se puso en pie y se acercó a la mesa dónde Armin trabajaba desde hacía rato.
Se sentó en el borde y empezó a bambolear las piernas arriba y abajo.
—Bueno, le acabo de ver con Lorah Banshee... y... en fin, digamos que las negociaciones... cómo decirlo... se han vuelto mucho más íntimas.
—Ya veo. —Dewinter volvió la mirada hacia Ana, curioso, y la observó durante unos segundos, pensativo. La sonrisa que cruzaba su rostro era tan tensa como falsa—. ¿Te sorprende?
—Hombre, pues sí. Siempre supuse que tu hermano era de ese tipo de hombres, no te voy a engañar, pero esto me parece un poco extremo, ¿no te parece? Esa mujer... —Ana sacudió la cabeza con brusquedad—. Demonios, Armin, ¡cuatro siglos! Y no solo eso: es una nigromante. ¿Quién dice que, en realidad, todo esto no es una trampa?
—Por encima de todo es una fuente de información muy valiosa, Ana —corrigió él cruzando los brazos sobre el pecho—. Cuanto más sepamos, muchísimo mejor. Además, conozco a mi hermano y sé que no hace nada sin un buen motivo. Imagino que está intentando ganarse la confianza de Banshee, nada más.
—¡Pero no todo vale!
Las palabras de Megan Dahl acudieron a la memoria de Ana al ver el modo en el que Armin fruncía el ceño. Ella había asegurado que para la M.A.M.B.A. no existían límites, que todo valía con tal de conseguir su objetivo, y al parecer no había exagerado.
Todo por la causa.
Claro que no solo se lo había dicho ella. Liam también lo había asegurado en varias ocasiones, y Florian. Incluso el propio Havelock lo había insinuado... todos se lo habían advertido, pero ella no les había querido escuchar. Ana había querido engañarse a sí misma e idealizar a un clan que, en el fondo, no lo merecía.
Desanimada, Ana se encaminó a la cama a recoger su toalla. En el fondo no entendía de qué se sorprendía. Tiempo atrás, en Sighrith, ya lo habían demostrado. Los Dewinter se habían mostrado tal y como eran, y en ningún momento lo habían ocultado. Ella, sin embargo, había querido no creer; había querido cerrar los ojos y fingir que podían llegar a entenderse.
Todo apuntaba a que se había equivocado.
Recogió su toalla de la cama, repentinamente malhumorada, y se encaminó hacia el baño. Tras ella, observándola en silencio, Armin la seguía con la mirada, confuso. No parecía entender su reacción.
—No entiendo porque te molesta tanto —exclamó mientras se ponía en pie. La siguió hasta el interior del aseo, lugar en el que Ana ya había encendido el grifo para llenar la bañera—. ¿Tanto te importa lo que haga mi hermano?
—¿Tu hermano? Oh, vamos... —Ana dejó escapar una risotada sin humor—. Me da igual lo que haga el "Conde", te lo aseguro. Es solo que...
—¿Qué?
Una desagradable sensación de miedo se apoderó de la joven al ver cómo el rostro de Armin se ensombrecía. Tras los primeros segundos de confusión, Dewinter parecía entender el motivo del enfado de Ana.
Dejó escapar un suspiro.
—Veo que las semillas dan sus frutos —dijo al fin—. Te preguntaría cuánto tiempo llevan envenenándote en nuestra contra, pero creo que no es necesario: me hago a la idea.
—No digas eso.
—¿Por qué no? ¿Acaso estoy mintiendo? —Armin negó suavemente con la cabeza—. No te equivoques conmigo, Ana, no tenía ninguna obligación de volver a por ti. Ni yo ni ninguno de mis hermanos. De hecho, si han aceptado este viaje es porque así se lo pedí. Te hice una promesa, y aunque quizás ahora no me creas, yo siempre cumplo lo que digo. —Hizo una pausa—. Dime, ¿qué es lo que tanto te preocupa? ¿Crees que vamos a entregarte a nuestro equipo científico para que te estudien? ¿O que te vamos a colgar de una pared como un trofeo? —Armin dio un paso al frente—. Conozco tus capacidades hace tiempo: si hubiese deseado hacerlo, lo habría hecho... ¿o acaso tu enfado tiene otro motivo?
Ana se mordió el pómulo por dentro con nerviosismo. Empezaba a sentirse contra las cuerdas. La joven no quería admitir abiertamente qué era lo que en realidad le preocupaba, pues consideraba que mostrar aquella debilidad no le haría ningún bien, pero llegado a aquel punto era inevitable. Aunque la M.A.M.B.A. tuviese su propio modus operandi, Armin siempre le había sido leal. Dewinter había sido justo y protector; se había comportado como un gran amigo, salvándola y protegiéndola de cuantos enemigos se habían cruzado en su camino. Había estado siempre a su lado y nunca había pedido nada a cambio. Al contrario. Así pues, no podía acusarle de nada por ello. Era injusto. Sin embargo, el miedo seguía allí, anclado a su corazón. Ahora que al fin había logrado formar una pequeña familia, el temor a perderla era tal que cualquiera excusa le valía para preocuparse.
Volvió la mirada a la bañera. Poco a poco, el nivel del agua iba aumentando.
—Si fuese necesario, ¿actuarías como tu hermano? Quiero decir...
—Lo haría, sí —interrumpió con brusquedad, adelantándose un paso más—. Esta vida comporta ciertos sacrificios, Ana. Todos lo sabemos. No obstante, si te sirve de consuelo, mis métodos y los de mi hermano son totalmente distintos. Debes tener claras tus prioridades. Pertenecer a Mandrágora no es un juego de niños: entregas tu vida a la Serpiente, con lo que ello comporta. Tarde o temprano todos moriremos, así que te aconsejo que dejes de lado tus preocupaciones y te concentres en el día a día. ¿Podrás? De lo contrario creo que lo mejor que podrías hacer es quedarte aquí, con los Dahl.
Ana se quedó a solas en el baño, con el sonido del agua como música de fondo. Sus pensamientos y sentimientos fluían con rapidez, mezclándose y fundiéndose en su mente. Esperó a que la bañera se llenase y apagó el grifo. Necesitaba relajarse. Se desprendió de la ropa y se metió en el agua.
Cerró los ojos.
Una hora después, Ana salió del baño ataviada con ropas cómodas para acostarse. La joven se sentía algo más relajada, aunque en su mente aún existían demasiadas dudas como para poder olvidar la conversación anterior. A pesar de ello, se obligó a sí misma a mantener la cabeza fría.
Se acercó a la mesa donde Armin seguía trabajando y se asomó para comprobar los datos que mostraba la pantalla. Al parecer, Dewinter había localizado al fin su objetivo.
—Svarog, sector Amathista —dijo Armin a modo de resumen—. Es un planeta bastante lejano: me ha costado encontrarlo. No hay mucha información al respecto, pero al menos nos servirá para hacernos una idea de nuestro destino. Svarog es un planeta monárquico, como el tuyo, gobernado por el rey Gustav Rainer. He leído varias anotaciones entorno a su vida privada, y parece haber bastante leyenda negra a su alrededor. Tendremos que investigar un poco al respecto.
—No me suena —admitió Ana—. ¿Qué clase de lugar es?
—Es un planeta muy tranquilo habitado por nobles y gente de clase social muy alta: multimillonarios en su mayoría. No hay demasiada información al respecto: al parecer sus habitantes han invertido mucho en preservar su intimidad, así que va a ser complicado indagar. No obstante, algo es algo. Al parecer, Svarog es conocido por sus arrecifes de coral. Su Capital, Torre de Coral, se encuentra en una de las explotaciones: sobre un entramado de plataformas acuáticas. El acceso a la zona está restringido, así que es más que probable que, en caso de estar en el planeta, se encuentre en la capital. Banshee dijo que tenía contactos importantes en las altas esferas: es probable que ellos le hayan abierto las puertas.
Ana leyó con rapidez los datos que aparecían en la pantalla. Tal y como Armin había explicado, Svarog era un planeta cuya economía se basaba únicamente en la riqueza interna que se producía gracias a la explotación del coral y los altísimos impuestos a sus ciudadanos. No era un lugar demasiado conocido a nivel interplanetario, pues así lo deseaban sus habitantes y gobernador, pero se había hecho un hueco muy importante dentro del listado de economías más ricas del Reino. Fuera del Sistema Solar, Svarog ocupaba la quinta posición.
—Si el acceso es tan restringido, ¿cómo entraremos?
—Eso déjalo en manos de mi hermano: el "Conde" tiene amigos hasta en el infierno. Una vez allí, iniciaremos la búsqueda. Tengo un buen presentimiento.
—Ya veo... espero que tengas razón. Me voy a la cama.
Armin la siguió con la mirada, pensativo, y aguardó a que se metiese entre las sábanas para incorporarse y acercarse unos pasos. La observó desde lo alto. Aunque intentase disimularlo, su expresión evidenciaba la angustia que en aquel entonces tanto la perturbaba.
Dejó escapar un suspiro. Ana le recordaba enormemente a su hermana Veressa en el terreno sentimental. Ambas eran demasiado complicadas. De hecho, ellas y todas, de ahí su poco interés en buscar una compañera de viaje. En solitario todo era mucho más sencillo.
Se preguntó si realmente había hecho bien volviendo a por ella.
—¿Estás bien?
Ana asintió con la cabeza con brevedad antes de cubrirse hasta el mentón con las sábanas. No tenía ganas de hablar. Cerró los ojos y aguardó sin suerte a que el sueño acudiese a ella. Antes de lograrlo, sin embargo, escuchó los pasos de Armin acercarse por el lateral.
Dewinter se agachó a su lado para depositar un beso en sus labios y otro en su frente.
—Desconozco si es lo que te preocupa, pero ten por seguro que yo nunca te haría daño voluntariamente —le susurró al oído—. Mi hermano y yo somos muy diferentes.
Ana respondió con una tímida sonrisa cargada de agradecimiento. Asintió de nuevo con la cabeza, apenas un imperceptible ademán, y cerró los ojos, dando así por concluida la conversación. Por el momento, aquellas palabras le servían de consuelo.
—Confío en ello.
Partieron pronto al siguiente amanecer. El viaje resultó ser largo y tenso, más incluso que el de ida. Ni Liam ni Ana querían hablar de lo ocurrido la noche anterior, por lo que se mantuvieron en completo silencio durante toda la jornada. Una vez alcanzada la isla de Raylee, se separaron sin tan siquiera despedirse.
Unas horas después, tras haber sido transmitida toda la información sobre el nuevo destino a ambas divisiones, sería el propio Havelock el que comunicaría al maestro Gorren la posición de Florian Dahl al respecto.
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