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Capítulo 20

Capítulo 20



Ana logró ocultarse tras el muro décimas de segundo antes de que la ventana explotara. Los cristales pasaron muy cerca de su cara, a apenas unos centímetros, y recorrieron toda la estancia hasta estamparse con la pared contigua. Ana los vio volar, estupefacta, y no se movió de donde se encontraba hasta que, transcurridos unos segundos, empezó a escuchar disparos procedentes de los pisos inferiores.

El corazón empezó a latirle desbocado.

Asustada, Ana se agachó y se asomó fugazmente por la ventana, tratando de descubrir qué estaba pasando. El jardín había vuelto a sumirse en la oscuridad, pero muy de vez en cuando relucían débiles relampagueos que bañaban de una fría luz la entrada, lugar en el que, ocultas entre los árboles, varias figuras disparaban hacia la entrada del palacete.

Disparaban...

Ana permaneció unos segundos quieta, paralizada. Le costaba entender lo que estaba sucediendo. Alguien les estaba atacando, era evidente, pero le costaba creer que aquello estuviese sucediendo. ¿Sería posible que, de una vez por todas, el Capitán hubiese decidido dar la cara?

Mientras decidía si la muerte de Raily era la culpable o no de aquel ataque, Ana abrió el cajón de la mesilla de noche donde guardaba su pistola y la extrajo con rapidez. A continuación, algo más serena, volvió a asomarse a la ventana.

Todo volvía a estar en silencio...

Una nueva explosión de luz seguida por un estremecedor estallido de fuego hizo temblar el suelo de la estancia. Ana perdió pie, sorprendida ante la repentina sacudida, y cayó al suelo de rodillas.

Acto seguido, los globos lumínicos se desactivaron, sumiendo así en la oscuridad total toda la estancia.

Se reanudaron los disparos.

—¿Pero qué demonios...?

Ana se incorporó y salió de la celda con paso rápido. La oscuridad se había apoderado también del pasadizo, provocando así que tan solo se viesen sombras en la penumbra. Al parecer, debía haber algún fallo generalizado en los generadores. Ana extendió los brazos, tratando de traer a su memoria la imagen exacta de aquella parte del palacete, y empezó a avanzar.

Procedente de los pisos inferiores empezaron a oírse disparos y gritos.

Ana empezó a avanzar hacia las escaleras con paso rápido. Recorrió varios metros y, a punto de girar el recodo, una de las puertas colindantes se abrió pocos segundos antes de que ella la alcanzase. La joven se detuvo de repente, alzó el arma y aguardó con el corazón martilleándole las sienes a que su ocupante, la daliana Rei Laporte, surgiese de su interior vestida con ropa de cama pero un arma humeante entre manos.

Tenía el rostro empapado de sangre.

Rei salió de la estancia con rapidez y cerró la puerta tras de sí. Procedente del interior de la sala se escucharon varios disparos que rápidamente dibujaron tres orificios en la puerta, unos centímetros por encima de su cabeza. La mujer se dejó caer ágilmente hasta el suelo, ordenó a Ana con un simple gesto que se apartase, y se situó junto al marco de la puerta. A continuación, con una rapidez inusual, abrió la puerta, descerrajó cuatro disparos y volvió a cerrar.

Se escuchó el ruido de un cuerpo al caer dentro de la estancia.

La daliana se puso en pie de un ágil salto.

—¿¡Qué demonios está pasando!? —gritó Ana por encima del griterío de los pisos inferiores—. ¿¡Qué había ahí dentro!?

—No son humanos —respondió ella con sencillez—, al menos ya no.

—Tengo que verlo.

A pesar de la negativa inicial de Laporte, Ana apartó a la joven y entró en la estancia, guiada más por el miedo que por la curiosidad. En su interior, tirado en mitad de una estancia muy desordenada cuya ventana había reventado hacia dentro, había el cadáver humeante de un hombre joven cuyos ojos habían sido devorados por la oscuridad de Ivanov.

 Sintió un escalofrío recorrerle toda la espalda al presentir el peligro. Ana pasó por encima del cuerpo y se asomó a la ventana. El jardín ahora se había sumido en la oscuridad total, sin relampagueos ni disparos.

El enemigo debía haber cruzado las puertas.

—No se quede en la ventana, Alteza: ese monstruo se coló por la ventana —advirtió Rei mientras comprobaba el cargador de su pistola—. Trepan cual arañas.

—Son los hombres del Capitán.

—Lo son, desde luego —admitió ella—. Vamos, salgamos de aquí: la llevaré a algún lugar seguro.

Plenamente consciente de que no era lugar ni momento para discutir, Ana salió tras Rei de nuevo al pasadizo y se encaminaron hacia el piso  inferior. Allí, diseminados por el suelo tras haber recibido un corte letal en la garganta, había varios cadáveres. Las dos mujeres pasaron por al lado, incapaces de disimular el nerviosismo que aquella imagen despertaba en ellas, y siguieron avanzando hasta alcanzar el interior de una biblioteca donde, jadeando y arrastrándose por el suelo agónicamente, un daliano trataba de escapar de las garras de su atacante.

Un escalofrío recorrió la espalda de Ana al sentir la mirada de ojos negros del monstruo en ella. El ser avanzó unos pasos, olvidando por completo al daliano y a Rei, y la observó durante unos segundos, visiblemente interesado. A continuación, despertando del repentino trance en el que parecía haber caído, cargó contra ella con el puñal ensangrentado que sostenía con la mano derecha en alto.

Necesitaron más de ocho disparos para lograr derribarle.

Embriagada por una desagradable sensación de miedo al comprender que se les acababan las balas, Ana acudió al encuentro del moribundo para permanecer a su lado los últimos segundos de vida que le quedaban. El intruso le había sesgado la garganta con la misma furia que había hecho con el resto, solo que él se resistía a abandonar el mundo de los vivos tan impunemente. Lamentablemente, sus esfuerzos no servían de nada. Llegado a aquel punto, nada podía salvarle.

Rápidamente se hizo el silencio.

—Debemos seguir descend...

Rei Laporte no acabó la frase. La mujer se sacudió, con los ojos totalmente desorbitados, y dio un par de pasos en falso. A continuación, con un chorro de sangre cayéndole de la cabeza, se desplomó en el suelo, con un cuchillo clavado en la parte trasera del cráneo. Estupefacta, Ana la observó caer. Seguidamente, sintiendo el miedo crecer en su interior, alzó la mirada hacia la puerta, lugar en el que, recordado contra la penumbra, había una figura que avanzaba hacia ella a grandes zancadas.

Ni tan siquiera la había oído acercarse.

La figura, una mujer de mediana edad de cabello blanco cuyo rostro estaba marcado por varios arañazos verticales, se abalanzó sobre Ana con rapidez. Tenía la mano derecha desnuda tras haber acabado con Rei, pero en la izquierda blandía un cuchillo que, tras dibujar un fugaz arco en el aire, dibujó un profundo corte en el pómulo derecho de Ana, muy cerca del ojo. En respuesta, Ana disparó tres veces su arma. Los dos primeros proyectiles lograron hacer retroceder a la mujer, y el tercero la derribó, pero no logró detenerla. Con la rapidez de un gato, la atacante se incorporó y lanzó una puñalada hacia el costado de Ana, que logró esquivar. Enloquecida, la adepta del Capitán repitió la acción varias veces con el mismo resultado salvo en la última puñalada, con la que logró derribarla de con un profundo corte en el muslo derecho. Ana cayó al suelo con un grito de dolor y blandió el arma ya descargada contra el rostro de la mujer. Lamentablemente, ella no necesitó más que un manotazo para desarmarla. La atacante se arrodilló a su lado y, aún con el puñal entre manos, se dispuso a sentenciar a Ana...

Pero no se lo puso tan fácil. Ana cogió a la mujer por las muñecas y empezaron a forcejear, con el cuchillo dando vueltas sobre su cabeza. Intercambiaron empujones, algún que otro golpe y, a base de esfuerzo, Ana logró quitársela de encima metiendo la rodilla entre ambos cuerpos e impulsándola. Acto seguido, consciente de que era mucho más lenta que su oponente, se abalanzó sobre el cuerpo de Rei, en busca de su arma. Palpó en la oscuridad el cuerpo sin vida de su compañera, y ya localizada la pistola, la alzó justo cuando su adversario volvía a hundir el cuchillo en su piel. Ana lanzó un grito de dolor al sentir una abrasadora punzada de dolor en la espalda. Cerró los ojos, repentinamente mareada, y disparó el arma varias veces a ciegas, hasta vaciar el cargador.

Se hizo el silencio en la sala. Ana se dejó caer al suelo, con los ojos llenos de lágrimas y la espalda empapada de sangre, y emitió un lastimero gemido de dolor. Inmediatamente después, el cuerpo de la mujer cayó sin vida al suelo, inerte.

Se tomó unos segundos para serenarse. Ana permaneció muy quieta, tratando de recuperar un poco de calma. Respiró hondo, contó hasta diez y, obligándose a sí misma a  incorporarse, tomó asiento en el suelo.

Comprobó la herida de la pierna y de la espalda. La primera era un corte relativamente profundo, pero no muy serio. La segunda, sin embargo, era una puñalada en toda regla, justo a la altura del hombro.

Ana palpó la herida con nerviosismo, sintiendo los dedos empapársele de sangre, y se puso en pie. No muy lejos de allí, en el resto de plantas, los disparos y los gritos seguían tan crudos o incluso más que hasta entonces.

Sintió un escalofrío. Ana deambuló con paso tembloroso hasta la ventana y se asomó. El jardín parecía haber sucumbido a las sombras...

El sonido de unos pasos procedentes del pasadizo logró hacerla reaccionar. Ana volvió la mirada hacia la puerta, con miedo, y se apresuró a ocultarse tras una mesa, con los músculos totalmente atenazados. Sabía que no podía enfrentarse a aquellos seres: no estaba preparada para ello. Además, sin ningún arma con la que defenderse no tenía ninguna posibilidad. Así pues, solo le quedaba esconderse...

Y así hizo. Ana presionó el rostro contra la pata de la mesa, obligándose a sí misma a mantener los dientes apretados para no emitir sonido alguno. Podía escuchar los pasos cercarse. Primero los de una persona, después los de dos...

—¿¡Larks!? —gritó una voz conocida en el pasadizo—. ¡¡Larks!! ¿¡Larks, donde estás!?

—¡Maldito seas, no grites tanto! —le respondió otra voz en apenas un susurro—. ¿Es que acaso quieres que todo el maldito palacio caiga sobre nosotros? —Más pasos—. ¿Ana...? Demonios, habría jurado haberla oído.

—Espera, creo que allí hay un cuerpo...

Los dos recién llegados alzaron el arma al escuchar un gemido de dolor procedente de los labios de Ana. La mujer había intentado mantenerse en silencio, pero la herida de la espalda le dolía demasiado. Ana se dejó caer al suelo de rodillas, sollozante, y aguardó en silencio a que, tras dar un rápido rodeo a la mesa, las dos figuras la localizaran.

Rápidamente bajaron sus armas.

—¡Larks! —exclamó Leigh al reconocerla. El joven bajó el arma y acudió a su encuentro de inmediato—. Demonios, Larks, ¿y toda esta sangre...? ¿Es tuya?

Elim Tilmaz se acuclilló junto a Ana y Leigh para comprobar las heridas de la mujer. Tal y como había sospechado ella, la de la espalda era importante, pero no había alcanzado ningún órgano vital.

Elim acercó una silla para que Ana pudiese sentarse. A continuación, tras asegurar la zona, se colocó junto a la ventana, con su arma preparada. Al igual que Leigh, el joven sighriano tenía manchas de sangre en la ropa y en las manos, como si hubiese participado en varios combates. Por suerte, parecía sano y salvo.

Leigh le cortó el tirante derecho de la camiseta y apartó la tela para poder comprobar la herida más de cerca.

—No puedo hacer milagros —advirtió—. No tengo nada con lo que poder curarte, Larks, pero al menos evitaremos que mueras desangrada.

—¿¡Qué demonios está pasando!?

—Ivanov —respondió Elim con sencillez. El joven se asomó por la ventana para comprobar la fachada—. Parece que se ha cansado de esperar.

—A decir verdad todos nos hemos cansado de esperar —añadió Leigh.

El joven sacó del interior del bolsillo derecho de su pantalón un pañuelo y lo presionó con fuerza contra la espalda de Ana. A continuación, no sin antes arrancarle un grito de dolor, se incorporó y empezó a registrar los cajones de toda la estancia, en busca de algo con lo que poder afianzar el pañuelo.

—El castillo entero está lleno de sus monstruos —prosiguió Leigh mientras buscaba—. Los debió traer con él: hasta donde sabemos, no ha celebrado ningún ritual de posesión en el planeta.

—¿Posesión? —Elim puso los ojos en blanco—. ¡¡Son alienígenas, Tauber!! ¿Cuándo demonios te vas a dar cuenta? ¡Alienígenas!

—Poseídos, infectados... ¿qué más da? —Leigh se agachó para abrir un pequeño armarito en cuyo interior, tras una caja de madera cerrada, localizó un pequeño botiquín—. ¡Eureka! Buenas noticias, Larks.

Leigh limpió las heridas de Ana con rapidez, empleando para ello las gasas y el frasco de gel desinfectante que había en el botiquín. A continuación, aplicó una capa de crema coagulante de rápida acción para detener la pérdida de sangre y las cubrió y vendó.

—Te tiene que ver un médico, pero de momento aguantarás —advirtió Leigh. Le entregó su segunda pistola—. No sé cuánto más va a durar este asalto, pero es posible que la necesites.

—¿Qué ha pasado con el resto? ¿Están bien? —Ana lanzó una rápida mirada al cuerpo de Rei Laporte—. He visto varios...

—Y más que verás: los agentes de Ivanov son letales, Larkin —respondió Elim con rabia—. Son rápidos y  brutales... pero lograremos expulsarlos del palacio, tenlo por seguro.

—Hasta entonces, salgamos de aquí —sentenció Leigh—. El maestro quiere que nos pongamos a salvo.

—¿El maestro?

—Gorren, ¿acaso ya te has olvidado de él? —Leigh presionó suavemente el hombro de Ana, tranquilizador, y le dedicó una sonrisa cargada de seguridad—. Vamos, creo saber dónde estaremos seguros.

Dejaron la biblioteca para volver a internarse en los cada vez más silenciosos pasadizos del palacete. Los sistemas de iluminación seguían sin responder, por lo que siguieron avanzando a oscuras, sin poder ver más allá de siluetas a su alrededor.

Se respiraba un ambiente extraño en el palacio.

Sin poder evitar imaginar qué podría estar aconteciendo en el resto de plantas del edificio, Ana avanzaba con paso lento, algo mareada por la pérdida de sangre y con la sensación de estar siendo observada. Al igual que ella, sus compañeros tenían la sensación de que iban a ser atacados de un momento a otro, y no era para menos. Antes de encontrar a Ana, Leigh y Elim habían tenido que hacer frente a unos cuantos adeptos de Ivanov que, al igual que el que había atacado a Larkin, no había sido fácil de derribar. Por suerte, aquella zona parecía bastante más calmada. Tras dejar atrás las plantas reservadas para los invitados, los tres siguieron ascendiendo hasta alcanzar los niveles superiores. Allí, cerradas y sumidas en la oscuridad casi total, decenas de estancias permanecían al margen de cuanto sucedía, a la espera de volver a ser abiertas durante la celebración de alguna reunión o alguna festividad. Al parecer, Herbert Wassel las tenía reservadas para otro tipo de invitados.

Alcanzada la octava planta, Leigh guio a sus compañeros a través de un sombrío corredor hasta una zona despejada cuya decoración holográfica les recordaba el fondo marino. Los jóvenes avanzaron entre la llamativa vegetación, esquivando arrecifes de coral y acumulaciones de piedra, macizos de flores y holografías de peces que flotaban por la sala tranquilamente, y no se detuvieron hasta alcanzar el final de la sala, lugar en el que, tras una cristalera, aguardaba un amplio balcón de piedra.

Ana se dejó caer a los pies de la entrada, visiblemente pálida. A pesar de las curas que Leigh le había aplicado, la joven empezaba a padecer la pérdida de sangre.

Leigh se arrodilló a su lado y cogió su mano.

—Eh Larks, aguanta.

—Voy a dar un rodeo por la planta —anunció Elim—. Si sucede algo, gritad.

Los sonidos de los pasos de Elim les acompañaron hasta que el joven se perdió en la oscuridad del pasadizo. Leigh se incorporó entonces, con el arma entre manos, y lanzó un rápido vistazo al balcón. La noche, a pesar de todo lo que estaba sucediendo en el palacio, parecía especialmente tranquila.

—¿Gorren os ha pedido que me protejáis? —preguntó Ana en apenas un susurro, mientras sondeaba la oscuridad. Temía que de un momento a otro un nuevo ataque pudiese diezmar aún más sus fuerzas—. ¿Estabais con él cuando todo empezó?

—Así es —respondió Leigh—. Estábamos reunidos: planeando los siguientes movimientos... y no éramos los únicos. Había más gente en la sala: Havelock, los Dewinter, Tiamat...

—¿Os habíais reunido sin avisarme? —Ana abrió ampliamente los ojos, sorprendida—. ¿Pero y qué pasa conmigo? ¡Yo también formo parte del equipo!

—Desde luego que sí, Ana, pero... —Leigh negó suavemente con la cabeza—. Gorren y Dewinter prefirió que no te avisáramos.

—¿El Conde?

—No precisamente...

Ana cerró los ojos, dolida. Aunque podía llegar a entender a Armin y a Philip Gorren, pues ambos tenían motivos de peso para intentar mantenerla a salvo, le molestaba enormemente que la hubiesen dejado fuera de la reunión. Ana quería seguir participando en la caza de Ivanov costase lo que costase. Y sí, sabía que no era el deseo de Helstrom que se pusiese en peligro, ni tampoco el de Armin que jugase con el futuro de ambos, pero Ana consideraba haberse ganado aquel derecho a pulso. Después de todo, ¿quién había logrado vencer a los Pasajeros? ¿Habían salvado ellos a Orwayn de las garras de Veressa? Es más, ¿acaso habían sido ellos los que habían empujado a Raily por el balcón? Desde luego que no. A ninguno de ellos se les había ocurrido... y no solo eso. ¿Acaso había sido su planeta el que había caído en manos de Ivanov? Ana no solo tenía el derecho de poder participar en todas las reuniones, sino que también tenía la obligación. Debía vengar a su familia y a su sector, y solo había una forma de hacerlo...

Apretó los puños con fuerza: aquello no era justo.

—¡Deberías haberme avisado!

—¡Yo no desobedezco al maestro, Ana! —respondió Leigh a la defensiva—. ¡Ni ahora, ni nunca!

—¡Pero no podéis apartarme! ¡No a estas alturas!

—¿Nosotros? ¡Te apartas tú sola! —Sacudió la cabeza con vehemencia—. ¿¡Por qué demonios hiciste lo que hiciste con Raily? ¡No puedes ir por libre! ¡Formas parte del grupo! ¿¡Es que acaso no eres consciente de que podrías haber muerto!? ¡Y si hubiesen salido mal las cosas! ¡Maldita sea, Larks! Te estás volviendo individualista, y eso es peligroso... y ya sin hablar de todo el tema de Elspeth. Me pediste que no dijese nada, y no lo he hecho, pero...

El sonido de unos pasos interrumpió la frase. Ambos volvieron la mirada hacia el escenario holográfico, esperando ver el regreso de Elim. No obstante, no fue él quien apareció. Ana se incorporó de golpe, con los ojos desorbitados, y contempló con terror cómo, esgrimiendo una amplia sonrisa de satisfacción en los labios y un puñal en la mano, se acercaba un rostro conocido.

Ambos enmudecieron. Leigh se adelantó unos pasos, interponiéndose entre Ana y el recién llegado, pero no llegó a alzar el arma. Sabía que, al menos en aquel caso, no serviría de demasiado...

La figura siguió avanzando hasta detenerse a unos cuantos metros de distancia. La luminosidad que emitía el decorado holográfico bañaba de un tenue resplandor azulado su rostro deformado por los golpes y el fuego.

Un rostro cuyas facciones apenas guardaban ya similitud alguna con el cuerpo al que realmente pertenecían.

Ana sintió que las piernas le temblaban. Ante ellos, el Pasajero que había tomado el cuerpo de Veressa Dewinter, alzó el puñal, amenazante.

—Volvemos a vernos, querida Ana...—exclamó el Pasajero con voz aguda—. ¿Es necesario que diga que deberías haber acabado el trabajo?

Leigh y Ana respondieron a sus palabras descargando los cargadores de sus armas. Las balas, todas ellas dirigidas hacia el pecho y la cabeza del Pasajero, se hundieron y atravesaron la carne limpiamente, dibujando profundos orificios en su cuerpo por lo que empezó a manar la sangre. Por desgracia, ninguno de los disparos bastó para derribarlo. El Pasajero aguantó estoicamente la lluvia de disparos, flexionando las piernas para mantener el equilibrio, y una vez vaciados los cargadores, dejó escapar una estruendosa carcajada.

Ana sintió que se le helaba la sangre.

—Has logrado hacer enfadar al Capitán, Ana: te felicito. Pocas personas lo han conseguido... es una lástima que haya perdido el interés en ti. De haber sido otras las circunstancias, yo mismo me habría encargado de hacerte hueco entre mis hermanos.

—¿Ha perdido el interés en ella? —preguntó Leigh sin apartarse de delante de Ana—. ¿De qué demonios hablas, engendro?

—Confiaba en que daría con ambos, pero no pensé que me lo pondríais tan fácil, muchachos... —El Pasajero dio un paso al frente y se relamió los labios, malicioso—. El Capitán ha puesto sus ojos en ti, Leigh Tauber. Con tu despertar, todo cambia. Ya no la necesita a ella. Tú serás un magnífico candidato... más que suficiente para lo que necesita.

—¿Mi despertar...?

El Pasajero no respondió. Le mantuvo la mirada durante unos instantes, como si intentase ver más allá de él, y se abalanzó sobre Leigh. Éste, sorprendido por el ataque, logró esquivar el primer corte con agilidad, echándose a un lado. A continuación, respondió al ataque empleando la pistola como arma. Intercambiaron varios golpes, ambos esquivando con destreza los ataques del otro, hasta que el Pasajero logró estrellar el puño contra la cara de Leigh. Tauber retrocedió, aturdido, y durante unos instantes no pudo responder. El Pasajero alzó su arma, aparentemente dispuesto a hundir el puñal en su pecho, pero Ana se adelantó. La mujer se abalanzó sobre él y le empujó, obligándole así a modificar la trayectoria. El cuchillo pasó muy cerca de su cara, a escasos centímetros. A continuación, sin saber exactamente qué hacer, cruzó los puños sobre el pecho justo cuando el Pasajero respondía al golpe. Ana sintió la sangre brotar de sus antebrazos al hundirse el metal en la piel, y cayó al suelo de espaldas. Inmediatamente después, justo cuando Leigh parecía volver en sí, el Pasajero le derribó de un poderoso puñetazo en el estómago. Se escuchó el crujido de varios huesos. Tauber se llevó las manos al vientre, lanzó un gemido de dolor y, como si de un castillo de naipes se tratase, se derrumbó en el suelo, sin aire.

Empezó a jadear.

Ana trató de retroceder, consciente de que desarmada no podría hacer nada contra el Pasajero, pero no tenía donde ir. Su espalda chocó contra la vidriera, y durante unos segundos, unos largos y aterradores segundos, permaneció en el suelo, a merced del enemigo.

Sintió cómo el corazón empezaba a latirle enloquecido en el pecho.

—Hubiese preferido que hubiese sido uno de tus compatriotas quien hubiese hecho el trabajo, pero...

El Pasajero se agachó frente a ella y cerró la mano alrededor de su cuello con rapidez, sin darle tiempo a reaccionar. Ana rápidamente se aferró a su muñeca, pero la presión la dejó rápidamente sin aire. El Pasajero la levantó en vilo con facilidad, como si de una muñeca se tratase, y abrió la puerta de la vidriera de una patada.

Salió al exterior con Ana aún sujeta por la garganta.

—Dicen que fuiste tú misma quien acabó con mi hermano Marat... en un inicio no lo creía: me costaba creer que alguien como tú pudiese hacer frente a alguien como nosotros, pero... —El Pasajero ensanchó la sonrisa—. Sorpresa.

El Pasajero empujó a Ana contra la barandilla de la terraza y la mantuvo retenida allí durante unos segundos. A continuación, ignorando los intentos desesperados de Ana por liberarse, subió ágilmente sobre el murete, arrastrándola consigo, y extendió el brazo libre. Ante ellos, cortada a pico, había más de cien metros de caída.

Ya con la brisa nocturna golpeándole el rostro, Ana no pudo evitar sentir el pánico apoderarse de ella. Ya apenas tenía aire en los pulmones, pero se resistía a darse por vencida. Hundió las uñas en la muñeca del Pasajero, empleando para ello sus últimas fuerzas. Lamentablemente, él ni tan siquiera se inmutó.

—Antes de perder mi cuerpo físico, yo también tuve marcas como las tuyas en los brazos. El arte oscuro de la nigromancia... mis hermanos y yo era de los mejores: no teníamos igual. —El Pasajero dejó escapar un largo suspiro—. Ivanov cree poder alargar su vida eternamente: cree poder permanecer atado a un cuerpo, pero se equivoca. Tarde o temprano, todos acabamos muriendo... pero tan solo aquellos que hemos aprendido como mantenernos eternos logramos sobrevivir a la muerte, Ana. —El Pasajero ensanchó la sonrisa—. Imagino que aún no has avanzado lo suficiente en tu carrera como nigromante como para haber descubierto el secreto... es una lástima. ¿Quién sabe? Puede que en otra vida...

El Pasajero hizo ademán de empujar a Ana, pero algo le detuvo. Pálido por los golpes y con el rostro manchado de sangre, Leigh acababa de salir a la terraza, e imploraba unos segundos.

Unos segundos que Ana apenas pudo vivir puesto que la falta de aire impidió que pudiese llegar a entender qué sucedía o decían. Sencillamente, todo empezó a dar vueltas a su alrededor. El sonido, las formas, los colores...

—¡No! —exclamó Leigh—. ¡No lo hagas! ¡Iré contigo! ¡Lo juro! ¡Si es lo que quiere el Capitán, lo haré! Pero no lo hagas... por tu alma, no lo hagas...

El Pasajero suavizó ligeramente la presa, aparentemente convencido. Desvió la mirada hacia Leigh, el cual se había dejado caer de rodillas al suelo, suplicante, y ensanchó la sonrisa.

Sacudió un poco a Ana.

—Muy conmovedor, sí señor, muy conmovedor... aplaudiría, pero... ya sabes —El Pasajero sacudió la cabeza en dirección a Ana.

—¡Suéltala! —insistió Leigh—. Ella ya no tiene nada que ver con vosotros: no la necesitáis...

—Es cierto: no la necesitamos. ¿Sabes lo que sucede, Leigh Tauber? —El Pasajero volvió a sacudir a Ana, logrando así que perdiese pie y le quedasen las piernas colgando fuera del muro—. Que ha logrado cabrear a Ivanov... lo ha cabreado mucho: se las ha dado de lista y... ¿en fin? ¿Qué puedo decir? Al igual que tú: yo siempre cumplo las órdenes de mi maestro.

Ana volvió la mirada hacia Leigh instintivamente, confusa ante todo lo que estaba ocurriendo. Clavó la mirada en él, en aquellos ojos verdes a cuyo dueño tanto quería, y volvió a hundir las uñas en la muñeca del Pasajero. No quería caer; no quería acabar de aquel modo... pero tampoco se creía capaz de hacer nada para evitarlo.

¿O quizás sí?

Antes incluso de poder llegar a responder a aquella pregunta, el sonido de un disparo rompió el hilo de sus pensamientos. La sala de los hologramas se iluminó momentáneamente con un fogonazo, y acto seguido, de repente, algo golpeó la cabeza del Pasajero con tal fuerza que perdió el equilibrio y cayó de espaldas al vacío. Ana vio la expresión de Leigh cambiar, incorporarse y tratar de abalanzarse sobre ella, pero antes de que pudiese llegar a alcanzarla la mano que aún sujetaba su garganta la arrastró en su caída.

Empezó a caer.

La caída fue larga e intensa. Ana creyó ver toda su vida pasar ante sus ojos. Vio a su padre, su castillo y a su hermano. Vio a sus amigos, a la guardia de Sighrith y a Jean Dubois. Vio también a Helstrom, su querido maestro, y vio a Armin rodeado de sus hermanos y su padre. Anders Dewinter... vio también a Marcos Torres y a Maggie Dawson. Jamás podría olvidar su pelo azul y su sonrisa...

En su caída también vio a Veressa, aunque su rostro no fue producto de su mente. Ella estaba allí, cayendo junto a ella, con el rostro destrozado, pero con la mirada llena de determinación...

Y era ella. El Pasajero seguía aferrado con casi tanta firmeza a su cuerpo como a la garganta de Ana, pero rápidamente ella se estaba haciendo fuerte. Tan, tan fuerte que, de repente, el Pasajero la liberó de su presa. Ana sintió los fríos dedos de la mujer apartarse de su cuello y creyó escuchar su voz. Lejana y casi inaudible, en lo más profundo de su mente... pero tan real como que el suelo se acercaba a gran velocidad.

Se le acababa el tiempo.

Ana cogió aire, cerró los ojos y, dejándose llevar por la fuerza que aquella voz le transmitía, concentró toda su capacidad mental en el balcón, allí donde Leigh había intentado abalanzarse sobre ella. Allí donde la luz de las estrellas proyectaba una luminiscencia dorada cada noche.

Allí donde, recién salido de la sala holográfica y con el rostro contraído en una mueca de terror, Armin corría hacia la barandilla.

Armin...



Ana contuvo el aliento y, transcurridos unos segundos, lo soltó. No había sangre ni huesos rotos. Tampoco gritos, ni dolor, ni un camino la luz.

No había nada.

Ana abrió los ojos lentamente, temerosa ante lo que pudiese encontrar, y dejó escapar un profundo suspiro al descubrir que se hallaba en lo alto del balcón, junto a la puerta. Ante ella, asomados en la barandilla, Leigh y Armin permanecían en completo silencio, tensos. Mientras que uno había disparado, el otro...

Los dos hombres giraron sobre sí mismos con rapidez al ver a Ana desaparecer en la oscuridad. Se mantuvieron la mirada por un instante, al límite, pero rápidamente se volvieron hacia ella. Armin recorrió la distancia que les separaba a grandes zancadas y atrajo a Ana contra sí, con rapidez.

La estrechó contra su pecho.

—Demonios, Ana, llevaba tanto rato buscándote —le susurró con las manos aún temblorosas. Besó su frente—. Creía que te perdía... ¿estás bien?

Armin la examinó con rapidez de arriba abajo, centrando la atención en las heridas más evidentes. A continuación, bajo la atenta mirada de Leigh, que parecía más pálido que nunca, apoyó la mano sobre su vientre y apoyó los labios sobre su frente.

—Creo que sí... —murmuró Ana, aún mareada, pero algo más serena—. Pero necesito sentarme...

Armin la ayudó a que tomase asiento junto a la barandilla, con la espalda apoyada en el murete. A continuación, tras estrecharle la mano a Leigh, le instó a él también a que la acompañase.

—Creo haber visto a Elim tirado en el suelo... diría que está muerto, pero debo comprobarlo. Aguantad, ¿de acuerdo? Regreso de inmediato.

—Eh, Armin... —Se aferró a su mano con fuerza y tiró de ella para que se agachase de nuevo a su lado, antes de salir. Depositó un tierno beso en sus labios—. Ten cuidado, por favor.

—Tranquila, serán solo unos segundos. Tauber, cuida de ella.

Ambos le vieron partir en silencio, demasiado agotados y aturdidos por lo ocurrido como para poder decir palabra. Ana volvió la mirada lentamente hacia Leigh, con la sangre manando copiosamente de los cortes de los antebrazos, y tomó su mano.

Entrelazaron los dedos.

—Gracias Leigh... —murmuró ella en apenas un susurro.

Leigh volvió la mirada hacia ella, pero no respondió. Sencillamente sonrió, agradecido, y cerró los ojos. Si lograban sobrevivir a aquella noche, las cosas tendrían que cambiar.

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