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Capítulo 2

Capítulo 2



Por primera vez en mucho tiempo, nada despertó a Ana. La joven durmió hasta despertar por sí misma, al fin totalmente descansada. Abrió los ojos con lentitud, dejando atrás los sueños que la habían acompañado a lo largo de toda la noche, y contempló el techo de la estancia. En él, pintado con todo lujo de detalles, había una bonita escena marítima en la que una sirena de cabellos azulados hechizaba a una decena de marineros con su dulce canto. Ana permaneció unos segundos observándola, disfrutando de la paz del silencioso lugar, hasta que finalmente se levantó. En la "Pandemonium" siempre había ruido. Ya fuese por sus tripulantes o por la propia nave, el sonido era un compañero de viaje constante. En aquel lugar, sin embargo, no se oía nada.

Absolutamente nada.

Aprovechando que las losas del suelo estaban aclimatadas, Ana fue descalza al baño. Presionó el botón de llenado de la bañera circular de color coral que había situada en el centro de la sala y aguardó unos segundos a que se llenase. Poco después metió la mano para comprobar la temperatura.

Tal y como era de esperar, era perfecta.



Más tarde, ya aseada y vestida con un conjunto de vaporosas prendas blancas que había encontrado en su armario, Ana entró en la cocina en busca de algo con lo que llenar el estómago. Aceptó unas cuantas piezas de fruta expresamente elegidas por uno de los cocineros y añadió a la bandeja un cuenco de "namelias", una especie de sopa de arroz y pescado tradicional de Dali. Por último llenó una taza de refresco de teína helado y salió a la terraza para disfrutar del desayuno.

Unos minutos después, procedentes de la playa y con arena aún en las botas, David Havelock y Liam Dahl se unieron a ella.

—Buenos días, Ana —saludó Havelock—. ¿Has dormido bien?

Tomaron asiento en la mesa donde Ana estaba desayunando. Tenían muy buen aspecto tras una larga noche de sueño reparador; se mostraban muy relajados, como si no tuviesen ningún tipo de preocupación, y por el modo en el que sonreían, parecían bastante animados. De hecho, tal era el cambio de Havelock ahora vestido con una sencilla camisa blanca, unas zapatillas y unos pantalones cómodos, que parecía otra persona. Lejos quedaba ya la imagen del  guerrero eterno con la barba a medio afeitar y un cigarrillo entre los labios: el hombre que tenía ante sus ojos era otro totalmente diferente.

Liam Dahl, en cambio, seguía vistiendo con el mismo uniforme blanco del día anterior, aunque en aquella ocasión llevaba la guerrera abierta. Al parecer, aquella era la indumentaria oficial de la división.

—Bastante bien —respondió Ana tras levantarse para saludar a Liam Dahl con dos besos en las mejillas—. Hacía mucho tiempo que no dormía tan profundamente.

—Es la magia de la isla —aseguró su primo, volviendo la mirada hacia la playa—. Vayas donde vayas, se respira paz.

Era innegable que tenía razón. Aunque llevaba poco más de veinticuatro horas en la isla, la joven ya se había embriagado de la tranquilidad de Raylee. No sabía si era por la paz que se respiraba o por la pureza del aire, o incluso por la belleza de sus paisajes, pero era evidente que aquel lugar tenía algo especial.

 —En cuanto acabes iremos a visitar Duskwall, ¿de acuerdo? —prosiguió Liam—. No está demasiado lejos de aquí, pero nos llevará unas horas de viaje. Durante la madrugada de ayer tu amigo llegó al laboratorio, así que para cuando nosotros lleguemos ya estará todo preparado para que puedas visitarlo.

La mención de Leigh logró que a Ana se le quitase el hambre. La joven dejó la pieza de fruta que tenía entre manos en el plato y dio un sorbo a su refresco. Le avergonzaba el no haber pensado en él en todo el rato que llevaba despiertan. En la "Pandemonium", Ana desayunaba a diario con él, sentada en el banco frente a su tanque. La joven le hablaba de sus sueños, le contaba todo cuanto se le pasaba por la cabeza y no le abandonaba durante horas. En aquel entonces, sin embargo, ni tan siquiera se había preguntado si habría despertado.

Era inaceptable.

Ana depositó los cubiertos y los platos en la bandeja y se puso en pie, dispuesta a devolverlos a la cocina. Antes de que pudiese hacerlo, sin embargo, la mujer que la noche anterior la había conducido hasta su alcoba apareció de la nada y se lo llevó silenciosamente, sin decir palabra.

—Vamos, cuanto antes salgamos, antes llegaremos —le apresuró Ana—. David, ¿dónde está Elim y Tiamat? Tengo que avisarles.

—¿Avisarles? —respondió él—. Déjales: aquí están seguros. Además, están ocupados... mira, ven.

Guiada por Havelock, Ana echó un vistazo a la playa. Elim y Tiamat se encontraban en la arena, disfrutaban de una intensa sesión de entrenamiento en la que el alienígena enseñaba nuevos movimientos de artes marciales al sighriano. De vez en cuando algún daliano se detenía para contemplarles desde la lejanía, pero rápidamente seguían con sus quehaceres. Aquella playa, como pronto descubriría, formaba parte del circuito de entrenamiento diario de gran parte de los agentes de la unidad.

—¿Cuánto llevan ahí?

—Un par de horas —respondió Havelock—. Están bastante concentrados: será mejor que no les molestes. Yo iré con vosotros en su lugar; hace tiempo que no me paso por Duskwall y creo que va siendo hora.



Unas horas después, tras realizar el viaje en la pequeña aunque ostentosa nave terrestre de Dahl, Ana, su primo y Havelock alcanzaron Duskwall.

Tal y como se la habían descrito, Duskwall era una pequeña ciudad fortificada situada al norte de la isla en cuyo interior se encontraban todas las instalaciones de Mandrágora. Además de varios laboratorios, almacenes y salas de entrenamiento, Duskwall contaba con una zona reservada en la que se realizaban todo tipo de recreaciones.

La división A.T.E.R.I.S., gobernada por Florian Dahl, estaba dividida en dos sub-divisiones: la gris, en la cual entraban los dalianos y el resto de miembros de la "Pandemonium", y la blanca, comúnmente conocida como "la Reina". En Duskwall ambas sub-divisiones eran bien recibidas. Sus agentes acudían a diario para entrenar y trabajar en los siguientes movimientos, pero siempre por separado.

Como líderes de la división gris, David Havelock y Armand Turner eran los representantes de sus hombres en la isla. Ambos llevaban mucho tiempo trabajando con Dahl, y aunque entre ellos había habido muchas diferencias tiempo atrás, su entendimiento era tal que habían acabado uniendo sus fuerzas en las misiones localizadas fuera del sistema.

La división blanca, en cambio, no salía del sistema Vhayssal. "La Reina" contaba con muchos menos hombres entre sus filas, pero era universalmente conocida por tener a los mejores pilotos de toda Mandrágora. A la cabeza de la división estaba Megan Dahl, la nieta de Florian. La prima de Ana llevaba tan solo cinco años al mando de la unidad, desde que heredase el puesto de su padre, pero a lo largo de todo aquel periodo había logrado ganarse el respeto de todos sus hombres.

Liam también formaba parte de la unidad. Él, junto a dos compañeros más, formaba el grupo de pilotos de mayor categoría: la III. Éstos eran respetados y tratos como grandes maestros de vuelo, aunque por el momento no habían participado en ninguna operación real. Hasta nueva orden, Liam y los suyos se encargaban de velar por la seguridad del planeta. El resto de miembros, treinta y siete piloso divididos en dos categorías de menos grado: I y II, volaban por todo el sistema, vigilando las órbitas e informando de cualquier movimiento inesperado.

Tras un paseo motorizado a lo largo y ancho de toda la ciudad, Liam llevó a Ana y a David a los laboratorios. El edificio disponía de muchísima menos equipo de lo esperado, pero incluso así resultaba más que suficiente para que los miembros de Mandrágora prosiguiesen con sus estudios y experimentos. La planta médica, por suerte, disponía de más y mejores materiales con los que atender a sus pacientes.

Encontraron a Leigh en una de las salas de cuidados automatizados. Situado al final de ésta, el joven compartía estancia con otros tantos pacientes gravemente heridos cuyas vidas pendían de un hilo.

Ana pasó de largo entre las camillas, ignorando los pacientes que, inconscientes, permanecían con vida gracias a la compleja maquinaria a la que estaban conectados, y no se detuvo hasta alcanzar el tanque de líquido amniótico donde Leigh seguía en el mismo estado que le había dejado el día anterior.

Apoyó la mano sobre el vidrio, justo delante de su hombro, y buscó su rostro con la mirada. Más allá del fajo de tubos a través de los cuales le alimentaban y mantenían, Leigh permanecía con los ojos cerrados y una expresión sombría en el rostro.

—Leigh... —murmuró—. ¿Estás bien? Siento que nos hayan tenido que separar...

El sonido de unos pasos en el pasadizo captó su atención. Ana resbaló los dedos sobre el vidrio, tratando así de acariciar a su querido amigo, y volvió la vista atrás. Pocos segundos después, acompañada por un hombre al que aún no conocía, Megan Dahl irrumpió en la sala vestida totalmente de blanco y con los tacones repiqueteando con fuerza en el suelo.

Atravesaron la estancia a grandes zancadas.

—Por las horas imaginé que al final no ibais a venir —saludó Megan. La mujer estrechó la mano de Havelock y Ana—. Sed bienvenidos.

—Nos hemos entretenido un poco —respondió David, quitándole importancia. A continuación le tendió la mano al recién llegado—. Me alegro de verte, Dan.

—Lo mismo digo, David.

—Te presento a Ana Larkin, Dan —prosiguió Megan, volviéndose hacia la mujer—. Ana, él es Dan Walker, el segundo al mando.

Dan Walker le estrechó la mano con firmeza, sonriente. El segundo al mando de "La Reina" era un hombre de unos treinta y tres años, bastante alto y esbelto. Sus ojos eran de color castaño claro, con las pestañas muy tupidas, y su cabello castaño y corto, perfectamente despeinado. Tenía la piel rosada llena de pecas y la barba algo larga, aunque bien recortada. Al igual que los Dahl, Walker vestía de blanco inmaculado, con botas altas y la guerrera cerrada hasta el cuello.

—Es un placer conocerte, Ana Larkin. He oído hablar tantas veces de ti que me atrevería a decir que, en cierto modo, te conozco.

—De hecho te conoce toda la isla, prima —le secundó Liam. El joven cruzó los brazos sobre el pecho y apoyó la espalda en la pared, adquiriendo una postura relajada—. Estaba pensando en enseñarle las instalaciones, hermana. ¿Cómo lo ves?

—Me parece bien, aunque quizás algo más tarde. Ayer apenas tuvimos tiempo para hablar. Liam, ¿qué tal si llevas a Havelock a los laboratorios? El doctor Mashlich quería hablar con él.

Sorprendido por la petición, David hizo ademán de protestar, pero tras ser informado de los avances del doctor daliano, el Rey Sin Planeta no tuvo más alternativa que dar su brazo a torcer. Se despidió de Ana asegurando que volvería lo antes posible y salió de la estancia acompañado por un Liam al que aquella petición no parecía haberle gustado lo más mínimo.

Ya a solas con Megan y su segundo, Ana se cruzó de brazos, algo incómoda. Aunque el día anterior había podido charlar con su prima y suavizar la tensa relación que se había creado entre ellas, la tensión seguía siendo evidente.

—Nuestros médicos han estado analizando a tu amigo, Ana —explicó Megan, retomando así la conversación—. Es un muchacho fuerte, con muy buena condición física, pero las heridas son demasiado graves y lleva demasiado tiempo en estasis. No quiero darte falsas esperanzas: es complicado que despierte.

—Complicado, aunque no imposible —puntualizó Dan Walker. El hombre apoyó la mano sobre el vidrio, a la altura de la pierna de Leigh, y sonrió con cierta tristeza—. Es un muchacho joven, aguantará. Sufrió las heridas en K-12, ¿verdad? Durante el enfrentamiento con aquellos a los que llaman Pasajeros.

Ana asintió, y antes de que pudiese ser consciente de ello, empezó a relatar todo lo ocurrido en Sighrith y en K-12. Les habló de la muerte de su padre, la traición de su hermano y la invasión de su planeta natal. Les habló también de los Dewinter, el clan que le había salvado la vida, de su unión a Helstrom y de los sighrianos que la habían acompañado. A continuación hizo un salto temporal hasta Belladet. Ana relató sus vivencias en la biblioteca, el viaje hacia Ariangard y, finalmente, la terrible aventura vivida en K-12. Megan y Dan, visiblemente interesados en el Capitán, no cesaban de formular preguntas, fascinados por el increíble universo que rodeaba a la maléfica figura del doctor Ivanov. Al parecer, aunque solo de oídas, ambos conocían muchos rumores sobre él y ansiaban poder profundizar en su historia.

—Se ha convertido en una leyenda para Mandrágora —explicó Megan poco después de que Ana finalizase su relato—: un enemigo casi tan peligroso como el mismísimo Eliaster Varnes. Habíamos oído todo tipo de cosas, desde que era un brujo a un traidor que se había aliado con alienígenas, ¿pero cómo imaginar que era ambas cosas? Ahora empiezo a encajar las piezas...

—Te lo dije, Meg: los nigromantes existen.

—¡Oh, vamos! ¿¡En serio vas a echarme ahora eso en cara!?

Antes de que pudiesen empezar a discutir, Ana decidió intervenir. Megan y Dan parecían personas con gran facilidad para enzarzarse en una disputa. Entre ellos existía un vínculo muy fuerte, y la confianza sumada a su imposibilidad de participar en operaciones de auténtico calibre provocaba que discutiesen cada dos por tres por cualquier tontería.

—¿Por qué dices que existen? —preguntó Ana—. ¿Habías oído hablar de ellos anteriormente?

—Desde luego —aseguró Dan—. Hace unos años, en mi ciudad natal, Minerva, la capital del planeta, había una mujer que era capaz de revivir a los muertos. Era bastante conocida en la ciudad; tanto que acabó convirtiéndose en una de las grandes personalidades planetarias. Era muy respetada. Todo el mundo quería conocerla y alquilar sus servicios. Como imaginarás, recibía visitas de absolutamente toda la galaxia: incluso el mismísimo rex vino a verla poco antes de morir. Personalmente siempre quise creer que estaba empleando algún tipo de tecnología para lograr imbuir vida a los cadáveres, pero visto lo visto...

—En este planeta nos encantan las leyendas, Ana —puntualizó Megan con perspicacia—. De hecho, a todos los seguidores de Taz-Gerr nos gustan este tipo de historias. No obstante, una cosa es que nos gusten, otra que nos las creamos.

—Pero esta era real, Meg. Por mucho que insistas, Lorah Banshee existió. Es más, hay quien dice que su  nieta, Lucy Banshee , ha heredado parte de su capacidad.

—¿Ah sí?

El interés de Ana provocó que Megan frunciese el ceño, molesta ante el mero hecho de haber sacado el tema. La mujer dio un codazo a Dan, recriminándole así su falta de tacto, y ladeó ligeramente el rostro en dirección al tanque. Ana no solo había perdido a su hermano, a su padre, a su maestro y a varios de sus amigos, sino que además estaban frente al cuerpo del que probablemente sería el próximo cadáver de la lista.

—A veces eres tan corto...

A continuación, tras lograr con aquel gesto que el hombre leyese entre líneas y saliese de la sala apresuradamente, repentinamente ocupado, le dedicó una sonrisa conciliadora a su prima, tratando así de zanjar el tema cuanto antes. 

La acompañó fuera de la sala, a un largo y silencioso pasadizo desde cuyas ventanas se podía ver parte del área reservada para las recreaciones. A aquellas horas de la mañana ya no quedaba prácticamente nadie por los alrededores salvo los últimos renegados que aprovechaban los últimos minutos antes de la comida para charlar animadamente bajo el toldo de una de las entradas.

—Me gustaría poder enfrentarme al Capitán a tu lado, Ana, y voy a hacer todo lo que esté en mis manos para lograrlo. Mi abuelo... —Megan hizo un alto, escandalizada ante su propio error. Sacudió la cabeza con vehemencia, furiosa consigo misma, y volvió la mirada Ana—. Perdona, nuestro abuelo...

—No importa.

—Él no desea que participemos en esa guerra. A mi hermano y a mí siempre nos ha protegido, y más desde que nuestros padres murieron. Si por él fuera nos encerraría en este planeta y lanzaría la llave al espacio.

—Pero formáis parte de la división...

—Desde luego, pero nunca participamos en nada fuera del planeta, y mucho menos del sector. —Megan volvió la mirada hacia la ventana—. Somos expertos en la teoría, pero nos falta mucha práctica. Es por ello que me gustaría poder ayudarte. Después de tanto tiempo esperando, creo que ha llegado el momento de poner en práctica todo cuanto he aprendido.

Sorprendida ante la revelación, Ana parpadeó con cierta incredulidad, sintiendo crecer un cosquilleo en la palma de las manos. Tras la experiencia del día interior, la joven había estado casi convencida de que no recibiría el apoyo de Megan Dahl, y mucho menos con tanta vehemencia. No obstante, Ana no era tonta. Si bien era tentador el pensar que tanto interés venía causado por el deseo de ayudarla, lo cierto era que ni tan siquiera toda su palabrería podía ocultar lo evidente: aquella mujer quería salir del planeta, quería sentirse útil, y la repentina aparición de Ana era una excusa perfecta. Desde luego, su prima debía llevar demasiado tiempo encerrada en aquel paraíso para pronunciar aquellas palabras. Por suerte, ya fuese por una razón u otra, su posible participación reforzaba su bando, por lo que Ana estaba totalmente de acuerdo. Si quería combatir al Capitán, que lo hiciese. Cuantos más fuesen, muchísimo mejor.

—Entonces únete a nosotros —ofreció Ana—. Mis amigos están de camino: en cuanto lleguen, si así lo deseas, puedes unirte a la causa. La División Azul...

—¿Tus amigos los Dewinter? —interrumpió Megan.

—Los mismos.

—¿Y el maestro Gorren?

Ana asintió. No le sorprendía que conociese el nombre de sus aliados, pues era evidente que en aquella isla prácticamente todos habían escuchado su historia, pero sí el tono con el que formulaba las preguntas. A pesar de intentar mostrarse lo más serena e inflexible posible, la modulación de la voz la delataba: a Megan no le gustaban aquellas personas. Ni los Dewinter ni el maestro: no le gustaba nadie de la División Azul, y por lo que había podido descubrir, no era la única. Florian Dahl tampoco parecía muy satisfecho con ellos.

Incluso llevando poco más de veinticuatro horas en aquel lugar, Ana empezaba a tener una idea bastante clara de las personas que allí habitaban. Florian Dahl era un hombre de edad ya avanzada cuya experiencia de vida, siempre al límite, había convertido en alguien excesivamente cauteloso, y más con su familia. Florian sobreprotegía a sus nietos tratando de mantenerles al margen de todo aquello que pudiese dañarles, temeroso ante la posibilidad de que pudiesen seguir el camino de sus padres. Deseaba tenerlos a salvo, asegurar su supervivencia, y la única forma de conseguirlo era manteniéndolos a su lado, siempre vigilados. Por desgracia, el instinto de Megan chocaba de pleno con aquella filosofía. Aquella mujer quería ver mundo, quería ponerse a prueba y demostrar su valía, y ahora que Ana se cruzaba en su camino, aquellas ganas crecían más y más. Debía ser complicado vivir en aquellas condiciones.

¿Sería por ello que Martha Mason aborrecía tanto su presencia? ¿La consideraría un posible peligro para la estabilidad de su familia?

Fuese cual fuese la respuesta, Ana esperaba no tener que conocerla, y mucho menos tan pronto. Muy a su pesar, la vida le había demostrado que en el Reino la única manera de sobrevivir era a través del sacrificio.

—Quiero ayudarte —insistió Megan—. Si lográsemos aliados dentro de la división quizás el abuelo entraría en razón. Havelock nos apoyaría, estoy segura. Y si él nos apoya, Turner también lo hará.

—La División Azul cuenta con muchos hombres —interrumpió Ana, marcando el territorio—. Si lo que quieres es unirte a nosotros, adelante, hazlo, pero no arrastres contigo a toda una división: no quiero conflictos con Florian Dahl.

—¿Quién dice que esto va a generar un conflicto? —respondió Megan, a la defensiva—. Simplemente digo que nosotros podríamos y deberíamos enfrentarnos al Capitán. Sighrith pertenece a la familia: ¿por qué deberíamos depender de otra división? La División Azul...

Una desagradable sensación de incomodidad se apoderó de Ana al escuchar aquellas palabras. Ni Sighrith pertenecía a la familia Dahl, ni mucho menos a su división. Quizás en otros tiempos hubiese sido así, Ana no iba a negarlo, pero en aquel entonces, después de lo ocurrido, las cosas habían cambiado mucho. Sighrith era suyo, su planeta, el de los Larkin, no el de los Dahl, y era el deber y la obligación de la División Azul el protegerlo.

Aquello no le gustaba.

Antes de que la conversación pudiese ir a más, Ana aprovechó la repentina aparición de David Havelock en el campo de recreación para finalizarla. Ni quería seguir hablando de aquel tema, ni probablemente volvería a hacerlo.  

Las cartas estaban sobre la mesa.

—Gracias por cuidar de Leigh, Megan —exclamó alzando el tono de voz hasta quedar por encima de su prima. Esta le dedicó una mirada fulminante que Ana ignoró, ofendida ante el brusco cambio de tema—. Seguiré viniendo para visitarle: espero que no sea un problema.

—No, no lo es, pero...

—De acuerdo: nos vemos pronto.

Ana hizo ademán de alejarse, deseosa de bajar las escaleras y unirse a Havelock, pero Megan se lo impidió. La mujer la cogió con firmeza del brazo y tiró de ella para atraerla a su lado de regreso. Una vez cara a cara, se acercó a su oído.

—No son de fiar, Ana —dijo en apenas un susurro—. No sé qué te habrán dicho, pero...

—Oh, vamos, cállate —respondió Ana. Cogió la mano con la que aún la sujetaba su prima y la apartó de un brusco tirón—. No tienes ni idea.

—Conozco tu historia, Ana: todos la conocemos, y aunque en cierta ocasión te hayan ayudado, la División Azul tiene sus propios objetivos, y liberar a Sighrith no es uno de ellos, te lo aseguro. El "Conde"...

—Yo no tengo nada que ver con el "Conde".

—No digas tonterías. El "Conde" y Anders Dewinter dominan ahora la división, y lo sabes. Es absurdo esperar que vayan a ayudarte: esa gente...

No le dejó acabar la frase. Ana se apartó de ella, furibunda, y se alejó por el pasadizo con paso rápido, dejándola con la palabra en la boca. Confiar en el "Conde" o en Anders Dewinter no era fácil, y mucho menos después de lo que aquellos hombres le habían hecho en Sighrith, pero por suerte no era en el ellos en quien había volcado todas sus esperanzas.

Alcanzada la media noche, Liam Dahl detuvo su nave terrestre frente a las puertas de acceso al palacete de Havelock. El resto del viaje había transcurrido con relativa tranquilidad: el nieto de Florian le había mostrado el resto de las instalaciones y le había presentado a bastantes de las personalidades del lugar. A medio día habían comido juntos en una cantina, junto a Havelock y varios de los suyos. Durante la parada Ana había creído reconocer a varios de los dalianos de la "Pandemonium" en el salón, pero tal era el alboroto que éstos no la escucharon gritar sus nombres cuando los llamó.

Unas horas después, ya caída la tarde, la visita se centró en los centros de investigación con los de David colaboraba. Ana pudo ver proyectos de lo más innovadores a nivel armamentístico y militar; hizo un recorrido de poco más de diez kilómetros a bordo de la nave más rápida hasta entonces construida y probó una jaula de recreación.

Con la llegada de la noche, tal era su cansancio que durante el viaje de vuelta ni tan siquiera abrió la boca.

—¿Te ha gustado? —preguntó Liam tras detener el motor y volver la vista atrás.

Ana parpadeó un par de veces para poder aclararse la vista.

—¿La visita?

El joven asintió con una amplia sonrisa cruzándole el rostro. A su lado, Havelock no pudo reprimir una risita burlona. El hombre bajó del vehículo con paso tranquilo y palmeó la espalda del joven a modo de despedida antes de encaminarse hacia el interior de su vivienda.

Ya a solas, Liam sacó del interior de su  guerrera una pitillera plateada y le ofreció un cigarro tintado de azul. Ana le había visto en varias ocasiones fumarlo a lo largo de la jornada, pero no había sido hasta entonces que al fin había podido captar el intenso olor ocre de las hierbas.

—Prueba.

—No, gracias.

—Vamos mujer,  ¡prueba! Esto ayuda a ver las cosas con mayor claridad...

—En serio...

—De acuerdo, de acuerdo.

Liam se llevó uno de los cigarros a los labios y lo encendió con un sencillo chasquido de dedos. Sorprendida ante el gesto, Ana no pudo evitar que sus manos saliesen disparadas para alcanzar la suya, deseosa de inspeccionarle las yemas de los dedos.

El hombre soltó una carcajada.

—¿Te gusta?

—¿Cómo lo haces?

Liberándose delicadamente de la presa de su prima, Liam volvió a repetir la acción, logrando de nuevo maravillar a la joven sighriana.

—¡Demonios! ¿Cómo es posible?

—Es un dispositivo en pruebas. Por el momento funciona bastante bien, pero no descarto la posibilidad de que algún día tengan que extirpármelo de urgencias. La sección científica de la división está trabajando mucho en este tipo de artilugios, ¿no te gustaría probar? Te lo pueden implantar en un par de horas. A veces falla, pero es bastante útil, la verdad... sobre todo si fumas. —Liam alzó el cigarro azul, triunfal, y se lo llevó de nuevo a los labios. Su humo dibujaba graciosa volutas en el aire—. Aún es pronto, ¿quieres que demos una vuelta?  No muy lejos de aquí hay unas ruinas geniales: deberías conocerlas.

Ana volvió la mirada hacia la entrada del edificio, dubitativa. Ya era tarde y estaba cansada; el día había sido intenso tanto a nivel físico como emocional, y necesitaba dormir un poco. Además, quería intentar contactar con Armin. Hacía ya casi una semana que no sabía nada de él, y empezaba a preocuparse. Lo último que había sabido era que había dado con sus hermanos y que pronto iban a emprender el viaje hacia Egglatur... pero nada más. Desde entonces no había intentado ponerse en contacto con ella, ni tampoco había respondido a sus transmisiones.

Frunció el ceño, pensativa. Sabía que no debía empezar a alarmarse, que aún era demasiado pronto y Dewinter era a veces demasiado esquivo, pero no podía evitarlo. ¿Y qué decir de Leigh? Después de tantas semanas...

Lanzó un suspiro. Frente a ella, con el rostro medio oculto por el humo, su primo la observaba con cierta curiosidad.

—¿Ana? No te sientas tampoco en un compromiso, simplemente...

Antes de que pudiese acabar la frase, Ana volvió la vista atrás, hacia el oscuro camino del que procedían. La isla estaba tan tranquila a aquellas horas que resultaba tentador perderse entre su espesura en busca de un poco de paz.

—¿Están muy lejos?

—¿Las ruinas? ¡Qué va! —Liam recuperó la sonrisa—. Anda, vamos, conozco a mi hermana: seguro que te ha puesto la cabeza como un bombo.

—Un poco.

—Pues razón de más. —Le tendió la mano—. Dos horas, ¿de acuerdo? Luego te traeré de vuelta sana y salva: palabra de Dahl.

La joven aceptó su mano, pero no la estrechó. Fijó la mirada en sus ojos.

—Palabra de Dahl... —respondió Ana—, ¿y son los Dahl de fiar, querido primo?

—Eso tendrás que descubrirlo por ti misma, querida prima. Además, ¿qué hay de ti? ¿Son los Larkin de fiar?

Liam sonrió y alzó la mano de Ana hasta poder besar el dorso. A continuación, lanzó despreocupadamente el cigarrillo al suelo y lo apagó de un pisotón.

La noche era joven.

—Vamos, Ana: te demostraré qué clase de personas somos los Dahl.

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