Capítulo 17
Capítulo 17
Pasaban varias horas de la madrugada cuando Ana bajó del raxor con el que habían viajado hasta la isla más oriental de Torre de Coral. Atrás quedaban los días de búsqueda, sus miedos y sus dudas sobre si el Capitán lograría salir victorioso de aquella batalla: Ana creía haber dado con la clave del misterio.
En realidad había sido Leigh quien se había dado cuenta de que el lugar en el que había sido retratada Raily Rainer era el templo que buscaban, pero Ana consideraba el descubrimiento de todos. Mandrágora había trabajado muy duro en los últimos días para localizar al Capitán, y ahora que al fin parecía haber logrado una pista, no quería que el ánimo de nadie decayese. Más que nunca necesitaba que todos estuviesen preparados para lo que se acercaba, y mucho más las personas que aquella noche la acompañaban.
A pesar de que hubiese preferido que hubiesen sido Leigh y Armin quienes hubiesen viajado hasta allí con ella, Ana se sentía cómoda en compañía de Orwayn Dewinter. El más joven del clan había demostrado en varias ocasiones que sabía cómo defenderse, por lo que le consideraba un buen compañero. Veressa Dewinter, en cambio, era otro tema. Incluso considerándola una magnífica agente, Ana había perdido la confianza en ella hacía ya mucho tiempo. Años atrás, en Sighrith, Ana había llegado a creer en ella tanto como en sus hermanos, sobre todo a partir de que Armin quedase inválido tras la pérdida de la pierna, pero desde aquel entonces las cosas habían cambiado mucho entre ellas. Ana seguía considerándola más que apta para la lucha, pero le costaba demasiado confiar en ella como para poder considerarla una compañera real. Lamentablemente, no le quedaba otra opción que apoyarse en ella. Los tres estaban solos frente a la entrada del que probablemente sería el escenario elegido por Ivanov para celebrar su ritual y ya no había vuelta atrás.
Ana aprovechó los segundos que los hermanos tardaban en descender del raxor para avanzar unos metros hacia la entrada a las antiguas ruinas subacuáticas a las que se dirigían. Hacía tiempo que aquella zona había sido abandonada. Según habían podido saber a través de la base de datos del planeta, aquel lugar había sido considerado de culto para los antiguos colonos de Svarog. Siglos atrás, los habitantes de las islas habían visitado el templo submarino regularmente para rezar a su dios, fuese el que fuese, y dejar ofrendas. Con la desaparición de las antiguas creencias, sin embargo, aquel lugar había ido cayendo en el olvido hasta el punto que hacía años que nadie lo visitaba. El Rey había cerrado las carreteras que conectaban con aquella zona y, por orden judicial, se había alzado una gran valla metálica alrededor del acceso a la cueva.
Una gran valla que, desde el palacio de Wassel, Vel Nikopolidis había desactivado temporalmente para que pudiesen cruzar sin ser vistos. Una vez al otro lado, mientras Orwayn buscaba un lugar donde dejar el vehículo, Veressa contactó con la base para que volviesen a activar el sistema de seguridad para evitar. Cuanto más desapercibidos pasasen, muchísimo mejor.
—¿Es aquí donde te escondes...? —murmuró Ana para sí misma—. ¿Es este tu nuevo templo?
Una suave brisa de aire nocturno acaricio el rostro de Ana con bravura, apartando de su cara la cabellera rubia. Ante ella, al otro lado de un empinado sendero lleno de rocas sueltas, se hallaba la entrada a la oscura caverna donde se encontraba su objetivo.
Una nueva ráfaga de aire le hizo cruzar los brazos sobre el pecho. Se encontraban muy lejos del palacio de Wassel, en el extremo opuesto de las islas. No muy lejos de allí, al otro lado de la elevación rocosa que se alzaba ante ella, estaban los acantilados que separaban la cadena de islas que conformaba Torre de Coral del océano infinito de Svarog.
—¿Estás armada? —preguntó Veressa al alcanzar la posición de Ana.
Vestida de oscuro y con el cabello recogido en una coleta alta, Veressa Dewinter se mostraba como una figura esbelta y peligrosa en mitad de la noche. A la luz de las estrellas sus ojos brillaban con un fulgor especial, sedientos de venganza. Después de todo lo que la huida del Capitán había significado para ella, la única fémina del clan Dewinter se mostraba más ansiosa que nunca por acabar con Ivanov. De hecho, tal había sido su entusiasmo al anunciarse el descubrimiento de Leigh que la mujer no había dudado en ofrecerse como miembro del equipo de exploración.
—Estoy armada, sí —admitió Ana—. Pero se supone que solo venimos a echar un vistazo. Ya has oído a Gorren y a Havelock...
—Por si acaso. La idea es echar un vistazo, sí —respondió ella—. Pero si Ivanov está ahí dentro ten por seguro que no le voy a dejar escapar, Ana.
—Ni ella ni yo —la secundó Orwayn. Tras activar el sistema de camuflaje óptico del raxor, el más joven de los Dewinter había acudido a su encuentro con rapidez, visiblemente tenso, pero también emocionado. Hacía demasiado tiempo que ansiaba poder entrar en acción como para dejar escapar aquella oportunidad—. Tú no te separes de mí, Larks.
—Pero...
—¡Hoy haremos historia!
Antes de que pudiesen alejarse más, Ana se apresuró a seguir a los dos hermanos. Horas atrás, mientras decidían quien formaría la expedición, Armin se había ofrecido para acompañarles, ansioso por rastrear la zona. Al igual que le sucedía a su hermano pequeño, el joven quería entrar en acción lo antes posible. No obstante, a pesar de su insistencia, había sido la propia Veressa quien había acabado convenciéndole de que no viniese. Según le había dicho, lo más probable era que no encontrasen nada aparte de piedras abandonadas, por lo que prefería que se quedase en el palacio, vigilando.
Iniciaron el descenso del sendero. Orwayn y Veressa se movían a gran velocidad, sin importarles que los guijarros rodasen bajo sus botas. Ambos avanzaban a grandes zancadas, saltando de un lado a otro con la agilidad de un felino. Ana, en cambio, iba con más cuidado. Las piedras no solo se desprendían bajo sus pies sino que, además, estaban acompañadas por una película de polvo muy resbaladizo. Así pues, quedando algo rezagada pero asegurando cada paso que daba, la joven fue descendiendo hasta lograr alcanzar el final del camino. Una vez allí, a apenas unos metros de la entrada a la cueva, se detuvo tan solo unos segundos para volver la vista atrás. A poco más de doscientos metros, envuelta por el velo de la noche, la valla de vigilancia les mantenía aislados del resto de la cadena de islas.
Nadie salvo sus compañeros sabía que estaban allí. ¿Sería posible que la suerte les sonriese al fin?
Se preguntó si el Capitán les estaría esperando...
Ana volvió la vista al frente, trepó por la elevación de rocas que la separaba de la entrada de la cueva y se adentró en su oscuro interior. Unos metros por delante, ya con sus focos activados, Orwayn y Veressa se preparaban para la inminente incursión.
Ana se apresuró a unirse a ellos.
—Iré yo delante —anunció Orwayn en apenas un susurro—. Vess, quédate atrás. Ana, tú no te separes de mí, ¿de acuerdo?
Orwayn concentró el haz de luz de su foco en el suelo para poder avanzar sin ser vistos. El interior de la cueva era frío y húmedo, con las paredes de piedra resbaladizas y el suelo repleto de guijarros sueltos. Mientras avanzaban por su interior, el recuerdo de la breve visita que había hecho a aquel lugar semanas atrás, durante su parada en el satélite Vauka, lugar en el que habían recogido a los dalianos, acudió a su memoria. En aquel entonces no había entendido a dónde había viajado, ni tampoco lo que había visto perdido en la penumbra de la cueva. Ahora, sin embargo, todo empezaba a aclararse...
Avanzaron por el túnel a lo largo de diez minutos antes de que éste empezase a descender hacia el interior de la tierra. Allí el olor a sal era intenso, como si se adentrasen en las profundidades del océano. Especialmente cuidadosa, Ana iba apoyando los pies con firmeza en el suelo, tratando de mantenerse lo más atenta posible. Por el momento, a parte del propio latido de su corazón, solo escuchaba el lejano rugido de las olas, pero confiaba en que pronto escucharía algo más. Voces, cánticos... susurros...
Rápidamente, como si de una oleada de pánico se tratase, Ana empezó a sentir miedo. A lo largo de todos aquellos años había aguardado aquel momento con ansia. Ana deseaba venganza, y creía poder encontrarla en el interior de aquella cueva. Sin embargo, a pesar de ello, no podía evitar que el miedo desorganizase sus pensamientos. ¿En el caso de que el Capitán estuviese allí, podrían vencerle los tres en solitario? ¿Y qué pasaría con Elspeth? Ana aún no había cumplido con su parte. Si acababan ahora con Ivanov, ¿le perdería para siempre? ¿Y Armin? ¿Qué pasaba con él? ¿Acaso no debería estar allí, a su lado, protegiéndola? ¿Y Gorren? ¿Y Leigh y Tiamat? ¿Y Elim...?
Antes de que el miedo lograse minar del todo su determinación, el túnel se abrió para darles paso a una amplia sala de paredes de piedra en cuyo interior aguardaba un inquietante escenario sumido en la oscuridad casi total. Orwayn detuvo la marcha, consciente de que habían alcanzado las ruinas, y se ocultó tras una de las acumulaciones de piedra.
Ana y Veressa le siguieron muy de cerca.
Ya ocultos tras su cobertura, Orwayn permaneció unos segundos muy quieto, atento ante cualquier sonido. Alzó la manga derecha de su chaqueta y rastreó con el detector de calor toda la zona. A continuación comprobó el detector de movimiento, consciente de que el primero podría no reflejar la presencia del Capitán. Lamentablemente, la prueba no dio el resultado esperado. Orwayn masculló una maldición por lo bajo y, tras leer los resultados negativos en la superficie de la pantalla, se incorporó.
Iluminó cuanto les rodeaba.
Descubrieron que ante ellos se encontraba la inmensa e imponente estructura de piedra que la cueva había guardado hasta entonces en su interior. Una estructura conformada por columnas, arcos y escalones de roca blanca en la que varias estatuas de forma humanoide se alzaban sobre sus pedestales conformando un círculo en cuyo centro había un altar.
El altar.
Orwayn volvió a maldecir.
—Vacío... ¿por qué será que no me sorprende? —Dewinter chutó con fuerza uno de los guijarros sueltos del suelo contra un grupo de estalagmitas de tamaño mediano—. Maldito sea ese cerdo depravado. No podía ser tan fácil.
—Que no estén aquí no implica que no vayan a utilizar este lugar —respondió Ana algo más tranquila al ver que, al menos de momento, no iba a verse las caras con el Capitán—. Deberíamos explorar un poco.
—Qué forma más estúpida de perder el tiempo.
Ana se adelantó unos pasos hasta alcanzar la posición de Orwayn. Seguidamente, tras activar su propio foco, empezó a avanzar hacia el corazón del templo. Tal y como había podido comprobar previamente a través de la pintura de Raily Rainer, aquel lugar era impresionante. Los antiguos habitantes de Svarog habían alzado una gran bóveda de piedra de la que surgía una imponente estructura compuesta por columnas y escalinatas que se unían entre sí en distintos puntos. La arquitectura del lugar había sufrido bastante el paso del tiempo, y muestra de ello era que parte del lateral derecho se había desmoronado, pero incluso así seguía siendo lo suficientemente imponente como para lograr sorprender a sus visitantes.
Seguida de cerca por Orwayn, Ana se fue abriendo paso hasta alcanzar la zona de las estatuas. Desde la lejanía no había podido verlas bien, pero ahora que estaba frente a ellas pudo comprobar que a todas ellas les habían borrado las caras a martillazos. Era una lástima. Aunque Ana estaba acostumbrada a un estilo algo más realista que el que allí se mostraba, era innegable que aquellas obras eran de gran calidad.
Se preguntó quién habría podido dañarlas de tal modo.
Avanzó un poco más para poder comprobar el altar que se hallaba entre las estatuas. Su superficie era totalmente lisa, blanca y sin mancha alguna, pero los costados estaban repletos de unos grabados que, para su sorpresa, le resultaron bastante familiares.
Ana lanzó un rápido vistazo a las señales que llevaba grabadas a fuego en el brazo. Los símbolos no eran exactamente los mismos, pero era innegable que formaban parte del mismo lenguaje. ¿Sería posible que los antiguos cultistas de aquel lugar fuesen nigromantes? ¿O se trataría de obra de Ivanov?
Mientras se agachaba para comprobar los grabados, Ana se percató de que había pisadas en el suelo. La joven las iluminó y llamó a Orwayn para que las comprobase.
Parecían relativamente recientes.
—Interesante... —exclamó Orwayn mientras deslizaba el dedo por la película de polvo donde habían quedado grabadas las huellas—. Al menos sabemos que alguien ha estado por aquí recientemente. Podría tratarse de cualquiera, está claro, pero...
Orwayn no acabó la frase. El joven apartó la mirada del suelo y la volvió hacia el interior de la cueva, lugar en el que, aparte de soledad, no encontró absolutamente nada. Ana se incorporó también, sorprendida por su reacción, y volvió la vista hacia la zona donde previamente se habían escondido.
Una inquietante sensación de soledad despertó en lo más profundo de su ser al encontrar tan solo sombras ante sus ojos.
—¿Vess? —preguntó Orwayn con cierta tensión. El joven se adelantó unos pasos e iluminó la zona con su foco—. ¿Veressa? ¿Dónde estás, Veressa?
—Tengo un mal presentimiento...
—¿Ver...?
Orwayn se abalanzó sobre Ana con rapidez, justo cuando un cuchillo atravesó la zona donde anteriormente había estado su cabeza. Ambos cayeron al suelo, él sobre ella, y rápidamente desenfundaron sus armas.
El cuchillo chocó contra una de las estatuas y cayó estrepitosamente al suelo, emitiendo un fuerte estallido metálico. Perpleja, Ana extendió la mano hacia el arma, deseosa de poder comprobar que era real, pero antes de que pudiese llegar a tocarla una figura cayó sobre ellos. Orwayn lanzó un grito de dolor al sentir cómo el metal se hundía en su espalda. El joven se apartó de Ana con brusquedad, consciente de que la figura que le había atacado estaba tras él, y giró sobre sí mismo con el dedo presionando el gatillo de su arma.
Varios proyectiles se perdieron en la oscuridad.
Se hizo el silencio.
Con las fosas nasales ahora llenas del intenso olor de la sangre que corría por la espalda de Orwayn, Ana se incorporó. El arma le temblaba entre las manos. No entendía qué había sucedido, ni tampoco qué o quién había atacado a su compañero, pero no le importaba. Fuese lo que fuese, no dudaría en enfrentarse a ello.
Volvió la mirada hacia Orwayn. Lejos de mostrarse preocupado por la herida, el menor de los Dewinter parecía demasiado concentrado en buscar a su enemigo con la vista como para darse cuenta de su mera existencia.
Escucharon el sonido de varios guijarros rodando por el suelo tras ellos.
—¡Escóndete! —gritó Orwayn.
El joven se giró justo cuando una esbelta figura se abalanzaba sobre él. Ambos cayeron al suelo de espaldas y rodaron durante varios metros hasta perderse en la oscuridad. Perpleja ante la velocidad a la que se movía su adversario, Ana no pudo más que incorporarse con las rodillas temblorosas y buscar con la mirada.
Tan solo se oían gruñidos y golpes.
Ana se detuvo por un instante, demasiado asustada como para poder reaccionar. Alzó la mano armada con lentitud, en completa tensión, y apuntó a las sombras. Inmediatamente después el sonido de una detonación la hizo reaccionar. Ana avanzó varios metros y se detuvo al ver al fin las dos figuras forcejear en el suelo.
No paraban de rodar e intercambiar golpes.
—¡Detente...! —exclamó al fin. Alzó el arma y apuntó a los dos cuerpos, plenamente consciente de que era demasiado fácil errar el disparo como para poder arriesgarse—. ¡Detente ahora mismo!
Una nueva detonación procedente del arma de Orwayn iluminó momentáneamente a los dos combatientes. Sobre el joven, sujetándole firmemente las muñecas con las manos y el rostro deformado en una mueca de crueldad, se encontraba Veressa.
O al menos lo que una vez había sido Veressa.
—¡Cielos...!
Antes de que Ana pudiese llegar a reaccionar, la mujer estrelló la cabeza contra la frente de Orwayn con todas sus fuerzas, logrando así dejarle aturdido por unos segundos. A continuación, alzándose con una gracia antinatural, se puso en pie.
Chorros de sangre corrían por el pecho de Veressa, lugar donde uno de los proyectiles le había atravesado el pulmón derecho. Tenía la ropa hecha girones y el pelo totalmente despeinado, pero no parecía importarle. En el fondo, nada de aquello le importaba. La realidad humana no era más que un simple juego.
Alzó el puñal ensangrentado con el que había herido a Orwayn en la espalda.
—Ana Larkin... —exclamó la mujer con malicia, deleitándose de todos y cada uno de los sonidos que componían el nombre de Ana—. El viaje ha sido largo, pero...
El rudo de varios disparos interrumpió el discurso. Ana presionó el gatillo de su arma con nerviosismo, dibujando con cada disparo un huevo orificio en el cuerpo de Veressa, y no se detuvo hasta agotar la última bala. Acto seguido, sintiendo crecer el pánico en su interior al entender que no se enfrentaba a un simple humano, sustituyó su arma por un cuchillo.
Aunque le costase de asimilar, todo empezaba a cobrar sentido.
—Cuanto más tiempo pasa, más fiera se vuelve la gatita... —masculló Veressa tras lanzar un rápido vistazo a las nuevas heridas que cubrían su cuerpo. Una de ellas le había abierto un importante agujero en el cuello—. El Capitán se va a alegrar enormemente de verte...
Ana empezó a retroceder. Los ojos de Veressa la abrasaban... claro que ya no eran sus ojos. Aunque en otros tiempos aquél hubiese sido su rostro, ya no era su mirada ni su sonrisa las que ahora lo gobernaban. Tras meses de encierro, el Pasajero que yacía en su interior había mostrado al fin su auténtica cara.
Una cara que Ana jamás podría olvidar.
—Suelta el arma —recomendó el Pasajero mientras avanzaba hacia ella con firmeza, haciendo rechinar las piedras bajo sus pies—. Sabes que no puedes hacer nada contra mí.
—No te acerques...
—¿Me estás amenazando?
Una amplia sonrisa cargada de maldad se dibujó en el rostro del ser justo antes de que se abalanzase sobre ella. Ana lo recibió con un rápido corte horizontal con el que logró abrir un importante tajo en su vientre, pero no logró detenerlo. El Pasajero se abalanzó sobre ella con fiereza, con su puñal firmemente sujeto con la mano derecha, y ambos cayeron al suelo.
Empezaron a forcejear.
Ana recibió varios golpes en la cara y en los brazos, pero no soltó el cuchillo. A pesar de la presión que las manos de Veressa ejercían sobre ella, la mujer peleó con todas sus fuerzas hasta lograr hundir varias veces su arma en la anatomía de su adversario. Pateó, arañó y golpeó guiada por el instinto de supervivencia. Lamentablemente, su esfuerzo no sirvió de nada. El Pasajero no parecía sentir dolor alguno.
Un golpe seco en el cuello dejó a Ana sin aliento. La joven giró sobre sí misma, sintiendo la garganta arder, y durante unos segundos permaneció muy quieta, luchando por respirar.
El Pasajero aprovechó entonces para incorporarse y cogerla por el pelo.
—Basta de juegos —exclamó a modo de advertencia—. No me obligues a...
El Pasajero cayó al suelo de bruces al ser embestido por detrás por Orwayn. El agente, que por aquel entonces tenía ya el rostro lleno de sangre, alzó su arma contra el ser y empezó a disparar con furia. Por desgracia aquello no fue suficiente para detener a un Pasajero.
—¡Sal de aquí! —gritó al ver que Veressa volvía a alzarse—. ¡Larks, sal de aquí!
Ana se incorporó, pero no obedeció. La joven dirigió de nuevo su cuchillo hacia la esbelta figura el Pasajero y respiró profundamente. Inmediatamente después, tras intercambiar una rápida mirada llena de complicidad con su compañero, se abalanzó sobre Veressa con el puñal por delante. Orwayn, por su parte, volvió a disparar, provocando así que el Pasajero retrocediese. Ana clavó el cuchillo en su espalda con furia, y volvió a repetir el mismo gesto varias veces... pero no sirvió de nada. El Pasajero se volvió hacia Ana, aparentemente indemne, la apartó de un fuerte puñetazo en la cara y, acto seguido, se abalanzó sobre Orwayn con el puñal preparado.
Dewinter volvió a aullar de dolor al clavarse de nuevo el metal en su cuerpo. El joven se estremeció, sintiendo la herida arder como si las arterias se le llenasen de fuego, y se sacudió violentamente. No obstante, no bajó la guardia. A pesar de sentir los músculos atenazados por el dolor, Orwayn dejó de lado la agónica sensación de sufrimiento que las heridas le estaban causando para responder al ataque con los puños. Derribó a Veressa de un potente golpe en la cara y se abalanzó sobre ella.
La inmovilizó con su propio peso.
—¡Larks...! ¡Larks, maldita sea!
Ana se apresuró a acudir a su llamada. La joven reunió las pocas fuerzas que le quedaban para incorporarse y gateó hasta alcanzar a los dos combatientes. Una vez a su lado, plenamente consciente de que Orwayn no podría mantener mucho más tiempo la presa, hundió la mano en el bolsillo del pantalón de su compañero y palpó su interior. Extrajo una pequeña célula de energía de repuesto de la pistola. Seguidamente, sintiendo el miedo crecer en los ojos del Pasajero, gateó a su lado. Se arrodilló junto a su cabeza y le presionó la frente contra el suelo, inmovilizándola.
Poco quedaba ya del rostro de Veressa.
—Tres golpes —advirtió Orwayn—. Tres, y...
Antes de que Ana pudiese llegar a golpear por primera vez la célula contra el suelo, Orwayn salió disparado hacia atrás, impulsado por una fuerte sacudida. El agente cayó de espaldas y se golpeó la cabeza con el suelo, quedando momentáneamente fuera de juego.
Ana y el Pasajero quedaron cara a cara.
—Malditos...
El ser extendió la mano hacia el rostro de Ana, furioso, con los ojos inyectados en sangre, dispuesto a arrancársela en ese preciso momento, pero no llegó a rozarla. Ana golpeó rápidamente la célula contra el suelo e ignorando el terror que aquel tétrico rostro despertaba en ella, hundió con todas sus fuerzas la carga en la boca abierta del ser. Acto seguido cerró los ojos, se cubrió el rostro con los brazos y se lanzó al suelo, a la espera de la inminente explosión.
Aguardó un segundo, dos, tres...
Y hubo una explosión. Toda la cueva tembló ante la tremenda sacudida que el estallido de la célula de energía provocó, pero lo hizo desde una distancia tan considerable que Ana y Orwayn tan solo sintieron la vibración del suelo.
Unos segundos después, al abrir los ojos, Ana descubrió que ya no se encontraban dentro de la cueva, sino en la entrada, muy lejos de donde se habían hallado segundos atrás. Orwayn yacía a su lado, ensangrentado y conmocionado, al borde de la inconciencia, y ella...
Ni tan siquiera se lo planteó; no había tiempo para ello. Orwayn había recibido varias puñaladas por parte del arma de un Pasajero, y ambos sabían perfectamente lo que eso significaba.
Nunca le había oído llorar. Aunque a lo largo de aquellos años habían compartido poco tiempo juntos, Ana había vivido situaciones extremas en las que Orwayn jamás había demostrado debilidad. El pequeño de los Dewinter había insultado, gritado y maldecido; incluso había golpeado paredes hasta agujerearlas, pero jamás había llorado. Las lágrimas no eran cosa de hombres.
O no lo habían sido hasta entonces.
Se cumplían ya tres horas desde su regreso de la expedición a la cueva. Durante todo aquel tiempo Ana y Orwayn habían sido separados en dos salas para poder ser asistidos por los doctores de la "Misericorde", pero en ningún momento habían llegado a separarse del todo. Situados cada uno en dos estancias contiguas, el uno había podido escuchar en todo momento lo que sucedía con el otro, y viceversa. Y era precisamente por ello por lo que Ana sabía que no había dejado de llorar. Mientras que ella se había sumido en un silencio prácticamente absoluto, Orwayn no había podido evitar que lo sucedido le sumergiese en un profundo lamento. Dewinter estaba destrozado, roto por el dolor, y no precisamente porque su vida estuviese en jaque. El haber sido infectado por el mismo virus por el que Armin había perdido la pierna no era algo que le preocupase lo más mínimo. Orwayn lloraba por su hermana, por haber dejado que el Capitán se la arrebatase sin poder hacer nada evitarlo, pero sobre todo por haber permitido que el Pasajero utilizase su cuerpo durante tanto tiempo.
Era terrible.
A lo largo de aquellas tres horas Ana había recibido distintas visitas. Los agentes más cercanos se habían preocupado por su estado tras ser informados de lo sucedido, y habían querido asegurarse de que estaba bien. Havelock, Gorren, Tiamat, sus primos, Leigh... uno tras otro, todos habían ido pasando por la sala para comprobar que seguía con vida. Lamentablemente, su compañía no había logrado que el estado anímico de Ana mejorase. La joven sabía lo que en aquellos precisos momentos estaban sufriendo los suyos, los que ya consideraba de su propia familia, y por mucho que intentaba mostrarse serena le costaba mantener a raya la rabia.
El Capitán pagaría muy caro lo sucedido.
Armin también la había visitado. El joven había acudido a verla de los primeros. No había pasado demasiado tiempo con ella, pero había sido más que suficiente. Poco después de su llegada, sin decir palabra alguna ni poder ocultar tampoco el dolor que le causaba lo sucedido, Armin se había ido a la habitación contigua junto a su hermano, lugar que Veryn Dewinter no había abandonado desde su llegada poco después que ellos. Durante todo aquel rato el maestro había intentado consolar a su hermano pequeño empleando para ello tanto palabras de consuelo como juramentos de venganza, pero no había logrado que dejase de llorar. Ni él ni tampoco ninguna otra visita. Orwayn necesitaba tiempo, y no era el único.
Los primeros rayos de luz del amanecer se colaban ya por la ventana cuando el sonido de unos pasos precedió la llegada de una nueva visita. Ana alzó la mirada instintivamente hacia la puerta y aguardó en silencio a que Cat Schnider cruzase el umbral. Aquella mañana la mujer parecía cansada: tenía ojeras y el rostro pálido tras haber pasado toda la noche en vela.
Acudió a su encuentro junto a la cama.
—Estás fuera de peligro, Ana. Hemos analizado tu sangre y no hay rastro alguno del virus. El resto de heridas son superficiales: golpes que sanarán con el tiempo.
Ana se incorporó con lentitud, dolorida. Aunque Orwayn se había llevado la mayor parte de las heridas, ella también había aumentado su colección notablemente aquella noche. Por suerte, tal y como decía Cat, eran superficiales.
Sobreviviría.
Apoyó los pies descalzos en el frío suelo y se puso en pie. Al otro lado de la sala, justo al lado de silla sobre la que habían doblado parte de su ropa, se encontraban sus botas. Ana las recogió y se las ajustó. A continuación, bajo la atenta mirada de Cat, se puso el resto de prendas.
—Acompáñame.
Cat guio a Ana fuera de la sala hasta el piso inferior del palacio. A diferencia del resto de días, aquella mañana la residencia de Wassel estaba muy silenciosa, con decenas de almas perdidas por sus estancias, todas ellas sumidas en sus propios pensamientos. Lo ocurrido la noche anterior había sido un golpe muy duro para la moral del equipo. Mandrágora estaba herida, y necesitaba tiempo para poder recuperarse.
Cat condujo a Ana hasta los jardines. Bordearon el edificio hasta la parte trasera del palacio y una vez allí buscaron asiento en el mismo banco donde un par de días antes había permanecido durante horas junto a Armin.
Ana cerró los ojos al sentir los rayos de luz calentarle las mejillas. Muy a su pesar, ni tan siquiera aquella agradable sensación de calor lograba reconfortarla. Lo sucedido la había marcado demasiado.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Cat con la mirada fija en el cielo. Aquella mañana no había ni rastro de nubes—. Sé que no es el mejor momento, pero tenemos que hablar.
—No es el mejor momento, no —respondió Ana con frialdad—, pero estoy bien. ¿Qué hay de Orwayn?
—Orwayn... ¿qué puedo decir? Le han infectado —sentenció la otra mujer con amargura—. Empieza la cuenta atrás para él: si no acabamos rápido con todo esto pronto le perderemos a él también. —Cat negó suavemente con la cabeza—. Aún no se lo hemos dicho, pero creo que no hace falta. No es estúpido.
—No lo es, no...
La única estúpida era ella por haberle arrastrado hasta la cueva. Ana intentaba evitar aquellos pensamientos autodestructivos, pues sabía que, en el fondo, no era culpa suya de que el enemigo se hubiese infiltrado en sus filas, pero no podía evitarlo.
Si hubiese sido capaz de ver más allá...
—Lo ocurrido ha sido terrible, Ana, lo sabes tan bien como yo, pero debemos mantener la moral alta. La guerra aún no ha acabado.
—Lo sé, pero...
—La muerte no es el final —prosiguió Cat—. El Reino la utiliza para mantener a raya a los hombres, asustados y temblorosos, pero lo cierto es que tanto la vida como la muerte no son más que simples etapas. La Serpiente nos espera al otro lado del velo, dispuesta a guiarnos el resto de la eternidad. Si le has sido fiel, contarás con su apoyo. De lo contrario, caerás en la perdición. —Cat volvió la mirada hacia Ana—. Veressa Dewinter no tiene de qué temer: estoy convencida de que Taz-Gerr no ha pasado por alto sus años de lealtad. Estará bien, te lo aseguro. A veces es fácil olvidar estos conceptos, y más cuando es alguien cercano quien nos abandona, pero ten por seguro que Orwayn no tardará en recordarlo. Hasta entonces, necesita a sus hermanos.
—Lo entiendo.
—Sé que lo entiendes.
Cat tomó la mano de Ana con suavidad y la estrechó, logrando con aquel simple gesto que al fin lograse encontrar el confort que tanto había necesitado a lo largo de aquellas horas. Ana se encorvó ligeramente, sintiendo el peso de las horas, del cansancio y la angustia caer sobre ella, y dejó caer la cabeza hacia atrás.
Aunque en otros tiempos habría roto a llorar, en aquel entonces no afloró ni una lágrima.
Cat le presionó suavemente los dedos.
—Ana, necesito que me respondas a algo, y para ello es indispensable que seas totalmente sincera. ¿Puedo contar contigo?
—Claro... —Sorprendida ante la petición, Ana volvió a incorporarse—. ¿Qué sucede?
—¿Tu y Armin estáis juntos?
—¿Cómo?
Perpleja ante sus palabras, Ana entrecerró los ojos, adquiriendo una expresión inquisitiva. Ni entendía la pregunta, ni quería entenderla. No era el mejor momento para tratar aquel tema precisamente.
—¿A qué demonios viene esa pregunta? —prosiguió Ana, incapaz de ocultar su enfado—. ¿Acaso crees que es el mejor momento para hablar sobre esto? Además, ¿a ti qué te importa? Es cosa nuestra.
—Cállate y responde —contestó Cat, tajante. Ana hizo ademán de soltarle la mano, pero ella se lo impidió. Entrelazó los dedos con los de ella—. ¿Estáis juntos o no?
Ana parpadeó rápidamente, desconcertada ante la insistencia, pero finalmente asintió. En el fondo no tenía nada que ocultar.
Dejó escapar un suspiro.
—Sí —admitió—. ¿Algún problema?
—Puede. —Cat negó suavemente con la cabeza—. He detectado algo inesperado en tu análisis de sangre. ¿Eras consciente de que estás embarazada?
—¿Cómo?
Una poderosa sensación de vértigo provocó que Ana sintiese náuseas. La mujer alzó la mirada hacia el cielo, totalmente desconcertada, y se dejó caer hacia atrás. Empezó a marearse.
Ahora entendía porque Cat le había sujetado la mano.
Permaneció unos segundos en silencio, en estado de shock. Nunca había pensado en aquella posibilidad. Aquel repentino giro de los acontecimientos la había cogido desprevenida, y no sabía cómo reaccionar.
No estaba preparada para ello.
Transcurridos unos cuantos minutos, Cat volvió a presionarle la mano, tratando de captar su atención. Ana estaba pálida, mucho más de lo que había estado en los últimos tiempos, y no le faltaba motivo. Después de lo vivido en la cueva, aquel último suceso la había dejado totalmente desarmada.
—Me lo imaginaba. —Cat soltó la mano de Ana únicamente para poder rodearle los hombros con el brazo—. Eres muy afortunada, Taz-Gerr no siempre muestra su favoritismo tan abiertamente. Si te ha elegido a ti es por algo.
—Yo no...
—Con todo lo que has vivido, esto puede ser considerado un milagro, Ana. Un alma nos ha dejado, pero otra se prepara para unirse a nosotros... para unirse al clan. —Cat le dedicó una sonrisa cargada de afecto—. No te haces a la idea de cuan feliz va a hacer esta noticia a Veryn. Siempre quiso tener un sobrino, pero temía que ninguno de sus hermanos fuese a dárselo. Todo ha cambiado gracias a ti.
—No estoy preparada para esto, Cat —murmuró ella sin apenas fuerza—. No... no es el mejor momento. No puedo hacerme cargo de esto. El Capitán...
—Nunca se está preparada, ni tampoco es el momento más propicio. —Schnider cerró los brazos a su alrededor en un cálido abrazo fraternal—. Pero lograremos salir de esta, te lo aseguro.
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