Capítulo 14
Capítulo 14
Pasada la media noche Ana y Lorah alcanzaron la isla de Cernunnos, un extraño lugar cuyas silenciosas y oscuras calles estaban tan llenas de niebla que resultaba imposible poder ver más allá de un par de metros.
Dubitativa ante lo que consideraba una decisión demasiado arriesgada, Ana avanzaba junto a Banshee en silencio, atenta a cuanto la rodeaba. Lorah había descrito aquella isla como un lugar tranquilo y mágico, con miles de gatos habitando sus calles y hermosos edificios de piedra alzándose hasta rasgar el cielo estrellado, y no se equivocaba. Aunque la niebla no permitía que pudiese disfrutar del hermoso lugar, Ana se encontraba en un laberinto de piedra compuesto por majestuosos edificios de tonalidades grisáceas cuyas fachadas estaban repletas de gárgolas con bocas llenas de dientes afilados.
—¿A dónde vamos? —preguntó Ana por tercera vez desde que iniciasen el viaje.
Tras cubrir el mayor tramo de distancia entre islas con uno de los raxor, las dos mujeres habían dejado el vehículo atrás para adentrarse en Cernunnos a pie. Inicialmente Ana no había entendido el motivo, pues hasta donde había podido ver, las islas de Torre de Coral estaban llenas de vida y movimiento. Sin embargo, tan solo hacía falta darse un paseo por aquel silencioso lugar para darse cuenta de que Cernunnos era diferente al resto.
—Quiero que conozcas a alguien —respondió Banshee sin apartar la vista del frente—. Tranquila, no está muy lejos de aquí. Pronto lo entenderás.
—¿Y quién es ese alguien? Creía que no habías venido nunca a este planeta.
—Y así es, no conozco Svarog —admitió Lorah—. No obstante, sí conozco a alguien que, como tú, acabó en este planeta tras seguir la pista a Andrey.
—¿Alguien de su círculo?
Banshee respondió con una sencilla sonrisa cargada de significado. Dedicó una fugaz mirada a Ana, que no pudo evitar hacer un alto al notar el roce de uno de los gatos en los tobillos, y siguió avanzando. Unos minutos después, tras descender una empinada avenida, las dos mujeres se adentraron en un estrecho callejón al final del cual la niebla dejaba entrever un cartel luminoso.
Se detuvieron en el pórtico de entrada. Ana volvió la mirada a su alrededor, barriendo toda la zona con los ojos, y no se detuvo hasta localizar un pequeño tablero informativo en una consola situada junto a la puerta. Un rápido vistazo le bastó para comprender que se encontraban en la entrada de un pequeño teatro cuyo cartel luminoso rojo y violeta no dejaba de parpadear.
—¿Un teatro? —preguntó con cierta perplejidad—. ¿Me has traído a un teatro? ¿De qué demonios va esto?
Banshee se acercó a la consola informativa y señaló una de las líneas de texto con el dedo índice. En ella, bajo el holograma verde de una serpiente, escrito con letra cursiva, se podía leer la hora de inicio y el título del próximo espectáculo.
—"Daeva y la Serpiente" —leyó Ana con cierta incredulidad—. ¿Es ella quien quieres presentarme? ¿A la tal Daeva?
—Conocí a Daeva en la Tierra hace ya muchos años. En aquel entonces tenía otro nombre y probablemente otro cuerpo, pero es ella, no me cabe la menor duda. De todos modos, ahora lo confirmaremos.
—¿Significa eso que aún no la has visto? —Ana no pudo evitar que el nerviosismo empezase a apoderarse de ella—. ¿De qué demonios va esto, Banshee? ¿Es una trampa?
Banshee ladeó ligeramente el rostro, con curiosidad. Aquella noche, vestida con un vaporoso traje de color caoba, la nigromante parecía mucho más joven y bella que nunca, como si hubiese rejuvenecido.
—¿Una trampa? —respondió. Su voz denotaba cierta sorpresa—. ¿Y por qué querría tenderte yo una trampa a ti, Ana Larkin? Si quisiera matarte, ya lo habría hecho. He tenido muchas oportunidades, te lo aseguro. —Negó suavemente—. No, simplemente quiero ayudarte. Con solo mirarte a la cara puedo percibir la desesperación que ocultas en lo más profundo de tu ser. Debe ser duro vivir escondiendo ese gran secreto tuyo.
—No tienes la menor idea.
—En eso te equivocas, querida. Precisamente porque sé lo que estás viviendo quiero ayudarte. Ivanov no solo te ha hecho daño a ti. Su herida sigue muy presente en mí, y si está en mis manos el poder ayudar a que de una vez por todas desaparezca, no dudes que lo haré. —Banshee le dedicó una leve sonrisa cargada de melancolía—. Ahora, me preguntabas sobre Daeva... es cierto que aún no la he visto. Hace muchos años que no nos vemos: siglos en realidad. No obstante, tan pronto llegué a Svarog pude sentir su presencia, y ella la mía. Los miembros del Círculo percibimos estas cosas.
—¿Significa eso que puedes percibir también la presencia del Capitán?
Un escalofrío recorrió la espalda de Ana al ver a Banshee asentir con la cabeza. Hasta entonces la joven se había basado en suposiciones. Los Yellowbone y las evidencias señalaban Svarog como refugio del Capitán, pero por el momento todo habían sido meras suposiciones. Ni podían creer ciegamente en los dos lunáticos que entre gritos habían proclamado su lealtad a Ivanov, ni tampoco en meras conjeturas. Aquella confirmación, sin embargo, daba mayor peso y credibilidad a su teoría.
Una repentina sensación de debilidad se apoderó de ella al sentir una suave brisa marina acariciarle la nuca. Ana cruzó los brazos sobre el pecho y se abrazó a sí misma, asustada. La niebla y el silencio de Cernunnos no la estaban ayudando precisamente.
—El Capitán está aquí, Ana: ambas lo sabemos. Habéis logrado seguir su rastro, y él lo sabe. Ahora es solo cuestión de tiempo que lo encontréis. Puede que tardéis días, puede que semanas, o puede incluso que meses, pero lo lograréis. Y cuando lo consigáis vais a tener que estar preparados, amiga mía, puesto que él os estará esperando.
—Los Yellowbone dijeron lo mismo: que él nos estaba esperando...
Ana no pudo acabar la frase. La joven apartó la mirada, recordando todo lo sucedido aquella misma mañana, y apretó los puños. Tan solo necesitaba cerrar los ojos para que los gritos enloquecidos de los dos lunáticos regresasen a su mente con todo lujo de detalle. Sus amenazas, sus juramentos, sus afirmaciones...
Aunque había intentado eludir la cuestión durante todo el día, Ana no pudo evitar preguntarse qué habría preparado el Capitán para ella. ¿Realmente existía algo peor que la muerte?
—Entremos —recomendó Banshee. Lorah cogió a Ana por el antebrazo y juntas cruzaron el umbral de la puerta—. Daeva contactó conmigo: me pidió que acudiese a verla cuanto antes, y no debemos hacerla esperar.
Entraron a una silenciosa y amplia recepción de madera en cuyo centro, tras un mostrador circular, había un par de jóvenes de cráneos afeitados muy maquilladas. Ambas miraron a las recién llegadas con curiosidad, sorprendidas ante la hora de su llegada, pero tan solo una de ellas se incorporó. Más allá del mostrador había tres pasadizos, uno de acceso a la sala de espectáculos, otro a la zona de almacenaje y otro al ala de camerinos de los artistas.
—El espectáculo ha empezado hace ya casi una hora, señoritas —exclamó la azafata—, y me temo que no se puede entrar en la sala una vez ha empezado la obra. Van a tener que esperar a que finalice para poder ver el siguiente.
—No venimos a ver el espectáculo —respondió Banshee con sinceridad. La mujer acudió al mostrador con paso elegante, como si más que andar se desliase sobre el suelo—. Venimos a ver a alguien.
—¿A alguien? —contestó la azafata con sorpresa—. Pero...
—Daeva les está esperando —intervino la otra joven con sencillez, sin tan siquiera levantarse del taburete en el que estaba cómodamente sentada—. Son ustedes Lucy Banshee y Ana Larkin, ¿verdad? Daeva dijo que vendrían. Por favor, sigan el corredor de la derecha hasta el final: la encontrarán en su camerino.
Antes de que pudiese empezar a preguntar, Banshee cogió a Ana por el antebrazo y tiró de ella hacia la dirección indicada. El volver a ser reconocida la había inquietado, aunque no tanto como la primera vez. Poco a poco Ana empezaba a acostumbrarse a aquellas situaciones.
Tal y como había indicado la recepcionista, Ana y Banshee entraron en una amplia y luminosa sala de encuentro en cuyo interior, diseminadas por toda su amplitud, había una decena de tocadores gravitatorios donde los artistas se maquillaban antes de salir al escenario. Había también varios raíles móviles de los que pendían decenas de trajes perfectamente doblados y almacenados en cajas de vidrio, cinco armarios llenos de cosméticos y una mesa llena de cabezas robóticas decoradas con pelucas de colores. Había también un mostrador con platos de comida y copas para los artistas, un par de camillas de masaje y una cabina de pigmentación express cuya paleta de colores iba desde el violeta hasta el verde esmeralda.
Algo desorientada por la mezcla de colores y olores que reinaban en la sala, Ana se dejó llevar hasta uno de los laterales donde, sentada en un taburete gravitatorio se encontraba una persona de aspecto andrógino cuya piel totalmente negra reflejaba las luces de los focos. La mujer apartó la mirada del espejo donde hasta entonces había estado vigilando su extraño semblante mientras dibujaba una tremendamente realista serpiente de color verde y se volvió hacia ellas.
Les dedicó una amplia y cálida sonrisa antes de incorporarse y saludar a Banshee con un abrazo fraternal. A continuación se volvió hacia Ana y le besó las mejillas con entusiasmo, manchándole el rostro de maquillaje.
Sus labios olían a carbón.
—Tienes un aspecto espléndido, Lorah —exclamó Daeva con energía. Extendió la mano hasta alcanzar el rostro de la mujer y lo acarició con ternura—. Así que es verdad lo que decían: sigues con tu cuerpo inicial...
—Nunca fui partidaria de la posesión, Daeva: lo sabes. Ocupar el cuerpo de otro... —Banshee negó suavemente con la cabeza—. No podía soportar vivir escuchando sus vocecitas susurrándome al oído.
—Es algo temporal, lo sabes. De todos modos, lo comprendo —admitió la mujer—. Ya sabes cuánto deseaba poder mantener mi primer cuerpo. Lamentablemente nunca logré perfeccionar el ritual. Los años iban pasando y el tiempo se me acababa. Al final no tuve más remedio que ceder.
Mientras las dos mujeres hablaban, Ana aprovechó para echar un vistazo disimulado a Daeva. Además del intenso color azabache de su piel, Daeva se caracterizaba por poseer un cuerpo andrógino sin curva alguna. La mujer era alta y muy delgada, con los miembros largos y la espalda estrecha. Su rostro era hermoso, con los pómulos altos y los ojos negros algo achinados. Lucía el cráneo totalmente afeitado y un llamativo tatuaje blanco en la espalda en forma de león. Por lo demás, poco se podía decir de su atuendo puesto que, sencillamente, estaba desnuda.
Visiblemente incómoda ante la escena, Ana volvió la mirada hacia la sala. Al final de ésta, maquillándose la cara de color rosa y azul, había un hombre de más de dos metros de altura y con el pelo recogido en una larga trenza dorada. Él, a diferencia de Daeva, vestía con unos ajustados pantalones negros y unas botas que poco dejaban a la imaginación.
Ana apartó la mirada con rapidez al ver que el hombre se volvía hacia ella y le guiñaba el ojo. A pesar del maquillaje era bastante apuesto. Muy apuesto en realidad. Tanto que incluso empezaba a sentirse aún más incómoda de lo que ya estaba.
Dejó escapar un suspiro: empezaba a arrepentirse de haber aceptado la oferta de Banshee.
—Así que tú eres la famosa Ana Larkin... —exclamó Daeva, logrando así captar su atención. La mujer la cogió por el mentón y estudió su rostro que interés—. Hace tiempo que sabía de tu existencia. No hay muchos cuerpos preparados para poder ser utilizados durante los rituales de posesión. Es cierto que existen cierto número de personas dotados con capacidades telepáticas que pueden llegar a resultar útiles, pero cada vez es más complicado de encontrarlos. No me extraña que Ivanov haya puesto el ojo en ti, querida...
Ana se apartó con brusquedad al sentir cómo los dedos de Daeva se deslizaban por su mejilla con anhelo. En cualquier otro momento Ana habría descrito aquel movimiento como sinuoso, reflejo del deseo. En aquel entonces, sin embargo, era el hambre lo que realmente movía la mano de Daeva. Aquella mujer no la miraba como a una persona, sino como un trozo de cuerpo en el que pasar una temporada.
—No me toques —advirtió Ana, amenazante—. Ni lo sueñes.
—Oh, tranquila, Ana —respondió ella, incapaz de reprimir la carcajada—. Aunque puedas resultar un recipiente de lo más interesante, no estoy interesada en ti. Hace tan solo una década que conseguí este cuerpo, por lo que para cuando necesite un cambio tú ya no estarás en condiciones óptimas. —Daeva negó suavemente con la cabeza—. Quizás alguno de tus nietos, pero...
—Daeva —advirtió Banshee—, déjate de juegos. Cuando te hablé de ella dijiste que podrías ayudarla con el ritual, y es por ello por lo que hemos venido, nada más. ¿Decías la verdad, o mentías?
La artista mantuvo la mirada en Ana durante unos segundos, pensativa, y asintió. Se giró hacia su tocador, introdujo con los dedos un código secreto en una consola invisible situada en el marco del espejo y aguardó unos segundos. A continuación, tras emitir un suave pitido, surgió un círculo rojo en la superficie reflectante. La mujer introdujo la mano en ella, como si de una capa de mercurio se tratase, y extrajo de su interior un pequeño saquito de piel.
Se lo ofreció a Ana.
—Ivanov volvió al planeta hace unas semanas —explicó adoptando una expresión severa—. Ya lo hizo hace unos años, y yo misma tuve que encargarme de que le diesen caza. Sus prácticas son demasiado arriesgadas: me pone en peligro. Siempre supe que era un temerario: lo demostró en la Tierra. No obstante, cuando vino aquí quise creer que sabría comportarse: que sabría mantener el secreto. Por desgracia, me equivoqué. Su conducta me pone en peligro, y eso es algo que no puedo permitir. La última vez estuve a punto de caer por su culpa, y no pienso aceptar que eso vuelva a suceder. Su viaje debe acabar, y debe hacerlo antes de que sea demasiado tarde. Su unión a la Cábala fue un error.
—Desde luego: nunca supo cumplir con el voto de silencio —admitió Banshee—. Claro que, ¿cómo imaginarlo? Cumplía con todos los requisitos, y el maestro...
—El maestro está muerto, Lorah —interrumpió Daeva con brusquedad—. Andrey se encargó de acabar con Petrescu, y si no somos cuidadosas, puede que lo haga también con nosotras. Tú no eres un rival para él: no necesitas cuerpos para alargar tu vida. Pero yo... demonios Banshee, sabes cómo es. Si a eso le añades que yo participé activamente en que saliese a la luz lo que estaba haciendo con Rainer y el resto de los dementes de su círculo lo tengo crudo. Ivanov debe morir, y si lo que queréis es salvar el alma de Elspeth solo hay una forma de hacerlo. —Daeva volvió la mirada hacia Ana—. Cógelo: lo necesitas para tu ritual. Ivanov no estará preparado para un nuevo cambio de cuerpo, por lo que su conciencia quedará tan debilitada que acabará por desaparecer. Eso sí, ten en cuenta que, a no ser que encontréis un cuerpo adecuado, Elspeth tendrá que buscarlo. Un recipiente mortal común tan solo puede servirle durante un par de años, como mucho tres.
—¿Un cuerpo adecuado...? —murmuró Ana con sorpresa. La joven cogió el saquito de piel, pero no llegó a comprobar su contenido. Estaba demasiado perpleja como para ello—. ¿De qué demonios estás hablando? Elspeth va a regresar a su cuerpo. Lo único que quiero es expulsar a Ivanov de él.
—¿Expulsarlo? —Daeva parpadeó con perplejidad—. ¿De qué demonios hablas? Banshee, ¿acaso no se lo has explicado? Eso no funciona así, Ana.
Un tenso silencio se apoderó de las presentes. Ana volvió la mirada hacia Lorah, acusadora, ansiosa porque la apoyase, pero no lo consiguió. Lejos de posicionarse a su lado, Banshee simplemente apartó la mirada, evidenciando así que no había dicho toda la verdad.
Ana sintió un nudo en el estómago.
—Escúchame —prosiguió Daeva—: el cuerpo que ahora posee el Capitán no puede volver a utilizarse. Si lo que quieres es acabar con Ivanov y liberar a tu hermano, vas a necesitar otro cuerpo a modo de recipiente. Utiliza lo que hay dentro de ese saco para preparar un brebaje. Debes diluirlo en agua. Una vez hayas elegido el cuerpo que vas a utilizar en el ritual, dáselo: debe beberlo. Una vez lo haya tomado tienes diez días para realizar la ceremonia. Imagino que no es lo que esperabas escuchar... pero es la única forma.
La sala estaba totalmente llena. Incluso en la penumbra del teatro, Ana podía ver la silueta de centenares de personas acomodadas en sus butacas, ansiosas por ver el espectáculo.
Aunque no era la primera vez que asistía a un espectáculo de aquellas características, Ana se sentía extraña. La sala era amplia y bonita, con decoraciones muy llamativas y un escenario amplio y limpio, y el ambiente distendido, con gente de todas las edades dividida en distintos grupos, pero había algo en aquel lugar que la hacía sentir incómoda. Ana se sentía fuera de lugar, y cuanto más rato pasaba en compañía de Banshee, ambas sentadas a la espera de que Daeva saliese al escenario, más se incrementaba la sensación.
Tenía ganas de volver.
—¿Estás bien? Tienes mala cara —comentó Banshee a su lado, cómodamente aposentada en su butaca verde. Tenía una copa en la mano—. Entiendo que no era lo que esperabas escuchar, pero...
—¿Por qué no me lo dijiste? —respondió ella en apenas un susurro. Aunque el hombre que tenía a su lado estaba concentrado en la conversación que mantenía con su acompañante, Ana no deseaba que la escuchase—. En todo momento supe que no iba a ser fácil, pero esto es demasiado... ¿quién soy yo para quitarle la vida a alguien?
—No estaba segura —admitió Banshee—. Yo nunca he hecho ese tipo de rituales: no sabía si iba a ser necesario. Me lo imaginaba, pero no podía asegurártelo. Lamentablemente Daeva no miente: sabe de lo que habla. Me temo que no te queda otra alternativa: si lo que quieres es liberar a tu hermano, sabes lo que debes hacer.
—¿Y si no tuviese ese cuerpo? —murmuró Ana—. ¿Y si decidiese no hacerlo? Elspeth moriría con el Capitán, ¿verdad?
Banshee asintió con la cabeza suavemente, logrando con aquella respuesta que Ana sintiese auténtico vértigo. La joven se llevó su propia copa a los labios y le dio un largo sorbo al líquido rojizo que contenía. De haber sabido que devolver a la vida a Elspeth iba a conllevar aquel precio, posiblemente no se lo habría replanteado. Apreciaba a su hermano, desde luego: le quería por encima de todo, pero cargar con la muerte de otra persona a sus espaldas por salvarle la vida a alguien como Elspeth era demasiado para ella. Además, no podía tratarse de alguien cualquiera. Solo los miembros de Mandrágora iban a participar en el asalto contra el Capitán, por lo que tendría que tratarse de alguno de ellos. Alguien debía ceder su cuerpo para salvar a Elspeth... ¿pero quién?
Se preguntó si no sería más sencillo simplemente acabar con Ivanov y dejar que Elspeth se esfumase con él. Después de lo que había hecho en Sighrith, su hermano no merecía otra cosa...
Ana cerró los ojos y dejó que el agotamiento se apoderase de ella. Aquella era una decisión demasiado complicada de tomar, y más teniendo en cuenta el día que llevaba. Quizás, cuando durmiese unas horas, vería las cosas con mayor claridad...
El rumor del público ante la aparición de Daeva vestida únicamente con una larguísima y gruesa serpiente de color verde la obligó a abrir los ojos. Ana centró la atención en el escenario, allí donde la mujer estaba a punto de iniciar su espectáculo, y dejó la mente en blanco. Aunque le costase, aquella era la única forma de evadirse de todos los problemas que su gran secreto conllevaba.
—Disfruta del espectáculo, Ana —le susurró Banshee—. Cuando acabe, volveremos al palacete de Wassel...
—Perdone... perdone...
Una suave sacudida en el hombro logró despertarla. Ana abrió los ojos, desorientada, y se incorporó en la butaca. A su lado, con los ojos hinchados por el cansancio y una expresión severa en el semblante, una de las recepcionistas la sacudía por el hombro.
—Señorita, el teatro ha cerrado. Se ha quedado usted dormida...
—¿Dormida?
Una extraña sensación de irrealidad se apoderó de Ana al darse cuenta de que estaba totalmente sola en la sala. La joven lanzó un rápido vistazo al escenario, allí donde hasta hacía un minuto Daeva había estado enfrentándose a la gran serpiente verde, y frunció el ceño. Estaba desierto. Comprobó el resto de la sala: el resto de butacas, incluida la de Banshee, estaban totalmente vacías.
—¿Pero qué demonios...?
—Señorita —insistió la azafata—. Debe irse: el teatro está cerrado. Si quiere puede volver esta noche, pero...
—Sí, claro. —Ana se levantó con rapidez—. Perdona.
Confusa ante lo ocurrido y con un incipiente dolor de cabeza marcando todos y cada uno de sus pasos, Ana salió del teatro con rapidez. En el exterior la noche aún no había dejado paso al amanecer. Comprobó su crono: pasaba media hora de las tres de la madrugada, por lo que aún faltaba bastante para que se hiciese de día. Debía volver.
Maldiciendo su suerte, Ana salió del callejón y se detuvo en la avenida. La niebla seguía siendo muy densa. Miró de izquierda a derecha, en busca de posibles viandantes, pero ni vio ni escuchó nada salvo algún que otro maullido lejano.
La calle parecía estar desierta.
—Maldita Banshee, bruja traicionera —murmuró por lo bajo—. Esta es la última vez que confío en ti.
Se palpó el bolsillo del pantalón en busca del transmisor. Junto a éste, aún cerrado, guardaba el saquito de piel que Daeva le había dado horas atrás. Ana lo palpó con la yema de los dedos, pensativa, pero no lo extrajo. En su lugar sacó el intercomunicador y apoyó los dedos sobre su superficie táctil. En cualquier otra circunstancia habría llamado a Armin para que la recogiese, para que la sacase de aquel sombrío lugar, pero dada la situación no se atrevía. Ana había vuelto a desobedecer y se avergonzaba de ello.
—Si en el fondo es culpa mía... —murmuró por lo bajo mientras golpeaba suavemente el receptor con los dedos—. ¿Quién me manda a mí...?
Ana se planteó la posibilidad de establecer comunicación con Orwayn o Leigh, pero antes de que pudiese llegar a tomar una decisión el sonido de unos pasos captó su atención. Larkin volvió la mirada hacia la niebla y sumidas en la oscuridad creyó ver varias figuras acercarse con paso rápido. Figuras altas y esbeltas que, aunque podrían haber pertenecido a cualquier ciudadano, la pusieron alerta.
El corazón empezó a latirle con fuerza.
—Ana...
El susurro del viento logró erizarle la piel. Ana permaneció unos segundos quieta, con la mirada fija en las figuras que tan rápidamente recortaban la distancia con ella. A continuación, guiada más por el instinto que por la lógica, empezó a alejarse. Primero a paso normal, siempre atenta al avance de los otros, y después más rápido.
Mucho más rápido.
Pocos segundos después Ana ya corría por la avenida a gran velocidad, plenamente consciente de que sus persecutores también habían acelerado el paso. Sus identidades seguían siendo un misterio, pero por el modo en el que su corazón había reaccionado creía saber quiénes eran.
Ana siguió corriendo a gran velocidad, incapaz de deshacerse de sus perseguidores, hasta alcanzar un cruce de caminos. Giró a la derecha aleatoriamente, sin plantearse plan alguno, y siguió corriendo hasta alcanzar un callejón especialmente estrecho. Ana se adentró y prosiguió con la carrera hasta que, de repente, surgida de la nada, una figura se abalanzó sobre ella. El extraño apoyó una mano sobre su boca y otra sobre su muñeca y la empujó contra la pared, lugar en el que la tenue luz de uno de los focos reveló su identidad.
—Cat... —murmuró Ana con incredulidad. A pesar del nerviosismo, la aparición de su compañera logró serenarla lo suficiente como para comprender que estaban en problemas—. Cat, me están persiguiendo.
—Lo sé —respondió ella con rapidez. Cat Schnider volvió la mirada hacia la calle, consciente de que los perseguidores no tardarían en aparecer, y tiró de Ana hacia el interior del callejón—. Vamos, salgamos de aquí.
La una tras la otra recorrieron toda la callejuela hasta alcanzar unas escaleras de descenso. Bajaron los peldaños de dos en dos, escuchando ya los pasos de sus seguidores en el inicio del callejón, y se adentraron en un túnel subterráneo. Poco después, al final de éste, ascendieron otro tramo de escaleras y salieron a un callejón sin salida al final del cual había una verja metálica.
—¡Maldita sea! —exclamó Cat al verse atrapada.
La mujer desenfundó su pistola y se situó junto a la pared, en lo alto de las escaleras. Ana, por su parte, trató de imitarla, pero Cat se lo impidió a gritos.
—¡Vamos! ¡Trepa la maldita verja! ¡Yo te cubro!
El sonido de varios disparos acompañó el ascenso de Ana. La joven ascendió lo más rápido que pudo, metiendo los pies entre las juntas metálicas, y una vez en lo alto del murete saltó al otro lado. A continuación desenfundó su pistola e introdujo el cañón entre los acoplamientos.
—¡Rápido!
Antes de lanzarse contra la verja y trepar por ella con la agilidad de un gato, Cat apretó el gatillo dos veces. Acto seguido tres proyectiles se estrellaron contra el muro a modo de respuesta.
—¿¡Quienes son!? —gritó Ana con nerviosismo—. ¿¡Qué demonios está pasando!?
Pocos segundos después recibió su respuesta al aparecer por las escaleras las figuras de sus perseguidores. Ana desconocía la identidad de la mayoría de ellos. Aparentemente eran hombres y mujeres cualquieras, todos ellos vestidos con tonalidades oscuras y armados. La persona que iba en cabeza, sin embargo, le resultó tan familiar que por un instante se quedó paralizada.
—¿Maggo Leidenman...? —murmuró con perplejidad, remontándose involuntariamente a sus años en Sighrith. Maggo, al igual que Vladimir, había formado parte de la guardia de su padre—. ¿Pero cómo es...?
—¡Es un maldito Pasajero! —gritó Cat en respuesta. La mujer ascendió los últimos metros de verja y se dejó caer al otro lado con rapidez—. ¡Vamos! ¡¡Vamos, maldita sea!!
Varios disparos se estrellaron contra la malla metálica mientras las dos mujeres salían corriendo. Cat cogió a Ana de la mano, como si de una niña se tratase, y tiró de ella a lo largo de casi dos kilómetros hasta alcanzar un pequeño parque infantil. Las dos mujeres recorrieron la zona a gran velocidad, conscientes de que sus perseguidores no tardarían en alcanzarlas, y no se detuvieron hasta alcanzar un pequeño barracón tras el cual ocultarse.
Ana empezó a boquear, asfixiada. La carrera la había dejado sin aliento.
—¿¡Pero qué demonios está pasando!? ¡Ese hombre...!
—Lleva todo el día buscándote —respondió Cat con rapidez. La mujer extrajo de su abrigo un pequeño dispositivo circular y presionó la pantalla con los dedos índice y corazón. Apareció la imagen bidimensional de lo que parecía ser un plano de la isla—. Oscar lo detectó esta mañana, mientras estábamos en la ciudad. Ha estado preguntando por ti.
—¿Por mí? —Ana palideció—. Me están buscando...
—Muy lista, princesa —exclamó Cat con sarcasmo. Presionó un par de veces más la pantalla tratando de localizar la mejor ruta—. Y como no tienes suficiente, decides irte de marcha con la arpía de Banshee... tú no eres muy lista, ¿verdad, Ana?
El sonido de unos pasos lejanos al aproximarse al parque captó la atención de ambas mujeres. Cat se llevó el dedo índice a los labios en señal de silencio y se asomó. Tal y como sospechaba, el enemigo las había logrado seguir.
Lanzó una maldición por lo bajo. Cat volvió a comprobar su dispositivo y centró la mirada en el frente. No muy lejos de allí, al otro lado de una carretera de dos carriles, un estrecho callejón conectaba el parque con la zona alta de la isla.
—Tengo el raxor a unas diez calles. Aún está un poco lejos, pero podremos conseguirlo... eso sí, vas a tener que correr lo que no has corrido en tu vida, Ana —advirtió Cat—. Vamos, adelántate, yo te cubriré.
—No: adelántate tú. Yo puedo alcanzarte.
—Pero...
—¡Puedo hacerlo! —Ana se incorporó y se acercó al borde del muro arma en mano—. Sabes que puedo hacerlo: te lo han tenido que contar. Ahora corre: te alcanzaré
Obediente, Cat aguardó unos segundos a que Ana se asomase y se iniciase un intenso intercambio de disparos para salir corriendo. La mujer atravesó las carreteras a gran velocidad, ignorando los proyectiles que se perdían tras ella, y siguió corriendo hasta alcanzar el callejón. Ana, por su parte, mantuvo a raya a sus perseguidores durante unos minutos. Su puntería había mejorado a lo largo de aquellos años lo suficiente como para acertar incluso en la oscuridad de la noche, por lo que no le sorprendió lograr derribar a dos de sus perseguidores. También logró alcanzar a Maggo Leidenman en una ocasión, pero éste ni tan siquiera se inmutó. El Pasajero alzó el arma hacia ella y empezó a disparar a bocajarro.
Pocos segundos después, Ana volvió a ocultarse tras su cobertura. Cerró los ojos, se concentró en el callejón por el que Cat había desaparecido y, con el sonido de los disparos y los pasos cada vez más cerca, proyectó su cuerpo al otro lado de la carretera. Hubo unos segundos de silencio. A continuación abrió los ojos, se incorporó y, ya en el callejón, siguió corriendo.
Media hora después, ya en el raxor de Cat camino hacia el palacio de Herbert Wassel, Ana se dio cuenta de que un disparo le había rozado el hombro produciéndole una herida lo suficiente profunda como para llenar de sangre la tapicería. La mujer sacó del bolsillo un pañuelo, lo apoyó contra le herida y cerró los ojos.
Empezó a marearse.
—Eres una maldita suicida, Ana —exclamó Cat a su lado, rompiendo el tenso silencio en el que habían visto sumidas desde que lograsen alcanzar el vehículo unos minutos antes—. Irte con Banshee... ¿es que eres idiota? ¡No puedes confiar en esa mujer! Maldita sea, ¿qué habría pasado si no os hubiese visto salir juntas? Demonios, me he pasado toda la noche siguiéndoos...
—Lo lamento.
—¡Eso no es suficiente! ¡¡Maldita sea!! —Cat golpeó el salpicadero del vehículo con fuerza—. Estoy convencida de que fue ella quien trajo al Pasajero hasta ti. No sé cómo, pero estoy segura. Esa maldita cerda manipuladora y mentirosa...
—Cat...
—¡¡Cállate!! —Cat volvió a golpear el salpicadero—. Maldita seas, Ana, ¡cállate! Estar junto a los Dewinter no te está sentando nada bien: ¡cada vez te pareces más a ellos! ¿¡Desde cuando eres tan temeraria!? Entiendo que tendrás tus motivos, pero exponerte de esta manera es absurdo. Demonios... nunca os entenderé, Ana. Te lo aseguro. La gente de la M.A.M.B.A. sois incorregibles. No entiendo como Mandrágora aún no se ha extinguido con gente como vosotros al frente. Es... es...
Cat siguió lanzando maldiciones, pero Ana no se lo tuvo en cuenta. Al contrario. Plenamente consciente de que tras todos aquellos insultos se escondía simple preocupación sencillamente la dejó hablar. Irónicamente, aquella reprimenda estaba resultándole tan reconfortante o incluso más que un abrazo.
—¡Deja de sonreír, maldita loca! ¿¡Encima sonríes!? ¡Y yo que creía que juntas podríamos llegar a calmar las cosas...! ¡Que Taz-Gerr me perdone, pero sois todos iguales! ¡¡Todos!!
Unas horas después, tras caer prácticamente inconsciente en la cama de la celda de Cat, Ana despertó con las sábanas en el suelo y la almohada cruzada en el colchón. Aquellas breves pero reconfortantes horas de sueño reparados habían estado llenas de pesadillas en las que Vladimir y Jean, reconvertidos en Pasajeros, no cesaban de perseguirla.
Aún cansada y con el hombro dolorido a pesar de las curas de urgencia que Cat le había practicado, Ana se dio una ducha y bajó a los jardines del palacio en busca de un poco de paz. Aquella mañana el palacio era demasiado ruidoso para ella: agentes yendo y viniendo de las distintas salas, conversando, planeando, discutiendo... El jardín, sin embargo, estaba vacío y en silencio, como un remanso de paz. Ana paseó tranquilamente entre los macizos de flores y los árboles hasta alcanzar la parte trasera del edificio. Una vez allí buscó escondite entre los arbustos de mayor tamaño, lugar en el que Liam le había asegurado que había un banco de piedra perfecto para pensar. Ana se abrió paso entre las plantas y, alcanzado el lugar, se encaminó para tomar asiento. Para su sorpresa, sin embargo, el banco ya estaba ocupado.
Ana aceleró el paso y, embriagada por una repentina sensación de desconsuelo, se dejó caer sobre las piernas de Armin que, al margen de todo, llevaba un par de horas en el banco, trabajando en un nuevo dispositivo de aspecto exótico.
Dejó escapar una exclamación de pura sorpresa.
—Eh, ten cuidado —dijo con cierta tensión. Cogió a Ana por la cintura y la depositó sin cuidado alguno a su lado—. Llevo demasiado tiempo trabajando en esto como para que ahora vengas y lo rompas con tu trasero, Larkin.
—Oh, vamos...
Ana apoyó la cabeza sobre el hombro de Armin y cerró los ojos. La suave caricia de la brisa marina en el rostro era reconfortante, pero no lo suficiente.
—¿Pero qué te pasa? —preguntó Armin con sorpresa, sacudiendo ligeramente el brazo para captar su atención—. ¿Demasiada diversión?
Una desagradable sensación de inquietud se apoderó de Ana cuando, al alzar la vista, descubrió la mirada acusadora de Dewinter fija en ella. El hombre no estaba enfadado, al menos no todo lo que podría llegar a estar, pero era evidente que estaba molesto. Ana supuso con tristeza que Cat le habría informado de lo ocurrido la noche anterior.
Dejó escapar un suspiro lleno de puro agotamiento.
—Lo siento —dijo al fin—. Sé que no debería haberlo hecho, pero...
—No tienes que disculparte —interrumpió él, visiblemente incómodo—. Puedes hacer cuanto quieras... pero sé cómo es Schnider, y más cuando está enfadada. Entiendo que quiera vengarse de mi hermano, puesto que no se merece otra cosa, pero... en fin. —Se encogió de hombros—. No importa.
Ana no pudo evitar soltar una carcajada al ver el modo en el que Armin fruncía el ceño. Se apoyó sobre su hombro de nuevo, aliviada al ver que Cat de momento no había revelado lo ocurrido con Banshee, y le dio un suave beso en los labios. A continuación, al ver que Armin se contagiaba de la sonrisa, aprovechó para volver a subirse sobre sus piernas y rodearle el cuello con los brazos.
Reposó la cabeza sobre su pecho.
—¿Qué te pasa? —insistió Armin. A pesar de la sorpresa, rodeó su cintura con los brazos—. ¿A qué se debe tu comportamiento? Orwayn me explicó lo sucedido ayer, y...
—No importa.
—Sí, sí que importa. A partir de ahora irás conmigo. Las cosas se están complicando, así que prefiero tenerte cerca... vigilada. He oído que te están buscando.
—Algo he oído yo también.
—Entonces deja de hacer el estúpido, ¿de acuerdo? —Armin depositó un beso en su cabello—. Iremos juntos.
Al escuchar aquellas palabras, Ana se incorporó para poder mirarle a los ojos. Ahora que al fin volvía a estar a su lado se daba cuenta de lo mucho que le había echado de menos. Con Armin cerca todo parecía bastante más fácil. Vencer al Capitán, liberar a su hermano, enfrentarse a los Pasajeros...
No sabía cómo, pero encontraría la forma de superar todos los obstáculos.
Volvió a besar sus labios.
—Siempre juntos a partir de ahora —repitió Ana, con la mirada fija en sus ojos—. Ahora, aquí, en Sighrith... no quiero que volvamos a separarnos.
—Eso de Sighrith va a estar complicado, Ana —respondió él con tristeza. Le presionó suavemente la cintura—. No creo que tu planeta se vaya a poder recuperar.
—Eso ya no me importa. Ni Sighrith, ni Egglatur, ni nada, Armin Dewinter. Lo que yo quiero es estar contigo... sea donde sea.
Armin abrió ligeramente los ojos, sorprendido ante la declaración, pero rápidamente asintió. Cerró los brazos alrededor de su espalda, atrayéndola hacia él, y selló la conversación con un beso.
Costase lo que costase, se aseguraría de que sus caminos no volviesen a separarse.
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