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Capítulo 10

Capítulo 10



El suelo se movía bajo sus pies.

Poco acostumbrada a los bajísimos niveles de gravedad del satélite Vauka, Ana tenía auténticos problemas para avanzar por el pedregoso camino en el que se encontraba. La joven se movía con precaución, saltando ágilmente de piedra en piedra, siguiendo muy de cerca los pasos de Tiamat y de Elim, pero incluso así se sentía insegura. Los peldaños de piedra flotantes sobre los que avanzaba parecían moverse bajo sus pies.

Se encontraban en las afueras del Centro de Control de Vauka, un silencioso y sombrío lugar dominado por drones cuya función era única y estrictamente la de velar por la seguridad de las vías galácticas que rodeaban el satélite. Vauka no era un lugar conocido para los ciudadanos del Reino; se trataba de un lugar perdido en la nada al que apenas llegaban visitas salvo la de los meccas que, una vez cada diez años, acudían para asegurar la maquinaria.

Vauka vivía sumido en las sombras; la única luz que iluminaba tenuemente su superficie era la de las lejanas estrellas del sistema. A diferencia de otros satélites, aquél sí que tenía atmósfera, pero los niveles de gravedad eran tan bajos que la vida en su superficie era inviable. Así pues, Vauka pasaba totalmente inadvertida a ojos de los viajeros salvo en ocasiones en las que, como aquellas, su Centro de Control servía como punto de encuentro.

Tiamat, Elim y Ana habían sido los elegidos para viajar hasta la torre de control y recoger a los nuevos pasajeros de la "Misericorde". Los tres habían descendido a la superficie del planeta a través de una de las naves de transporte intra-planetario, y una vez alcanzado el lejano aeropuerto en el que había aterrizado, se habían encaminado a través de sus áridas y extrañas tierras hasta el Centro de Control.

Realizaron el largo viaje de casi diez kilómetros a través de los caminos de tierra flotante en silencio, plenamente concentrados en no tropezar ni caer de las resbaladizas plataformas móviles que lo componían. Al parecer, al constructor de dicho lugar le había parecido divertido el separar las losas con aperturas de más de medio metro de distancia, lo que dificultaba enormemente el avance.

Ana miraba de vez en cuando hacia el suelo, incapaz de olvidar la infinita caída que había bajo sus pies. Al inicio del viaje Tiamat le había asegurado que con los sistemas gravitatorios que llevaba activos en las botas sería imposible que cayese al vacío, pero ella tenía ciertas dudas al respecto. En ocasiones como aquella le costaba creer en el alienígena. Por suerte, no tuvo la oportunidad de comprobar la fiabilidad del dispositivo. La joven recorrió el camino con sorprendente destreza hasta alcanzar el puente colgante que daba acceso al edificio principal. Una vez frente a las puertas de acceso, Elim se adelantó al panel de control para introducir los códigos que el propio Oscar Raven, piloto de la "Misericorde", les había proporcionado.

Tiamat aprovechó los minutos de descanso para estirar los brazos. A su lado, Ana se frotó la cara externa de los muslos con los nudillos. Después de la larga caminata los sentía en completa tensión, como si hiciese años que no los ponía a prueba.

—Empezaba a oxidarme dentro de esa nave —exclamó el alienígena. Aquel día había decidido usar el cuerpo de una mujer joven de larga cabellera violeta como disfraz—. Llevamos solo unas semanas, pero siento que llevo años atrapado.

—Deberíamos retomar el entrenamiento que hacíamos en Raylee —respondió Ana—. Me gustaba lo que nos enseñabas.

Las puertas de acceso se abrieron emitiendo un suave ronroneo metálico. Elim se incorporó, hizo un ligero ademán de cabeza a los suyos para que le siguiesen y juntos entraron en un estrecho recibidor de paredes blancas al final del cual aguardaba una segunda puerta.

Un dron de forma tubular les dio la bienvenida.

—Viajeros, sean bienvenidos al Centro de Control y Comunicaciones de Vauka. Me congratula poder informarles en nombre del Director al mando, que...

Pasaron de largo sin prestar atención alguna al autómata que, aún cara a la puerta, seguía hablando. Elim Tilmaz abrió la segunda puerta y accedieron a una amplia estancia octogonal tenuemente iluminada por varios globos lumínicos. En el centro del lugar había un pequeño jardín holográfico lleno de flores exóticas y enredaderas que trepaban por una columna de aspecto sólido. Había también una fuente de la que manaba agua reciclada y unos bancos de piedra que otorgaban a la estampa un aspecto nostálgico poco habitual en un lugar como aquél.

Ana se adelantó unos pasos. En cuatro de los ocho muros que cerraban la estancia había largos corredores acristalados que daban acceso a los distintos módulos del Centro. La joven lanzó un rápido vistazo a su alrededor, encontrando allí donde miraba tan solo presencia de silenciosos drones de trabajo, y se encaminó hacia el jardín. Al otro lado de éste, anclado en la pared, había un panel en el que se reproducía un planisferio de toda la estructura.

—¿Dónde se supone que están? —preguntó Elim a su lado, con el rostro contraído en una mueca de desconfianza—. No me gusta este sitio.

Demasiado silencioso: demasiado vacío. Ana podía entenderle. La presencia de drones en vez de humanos no aportaba seguridad alguna.

—A mí tampoco —admitió ella—. Mira, hay cuatro secciones: el Área de Comunicaciones, el de Almacenaje, el de Análisis y la de Reproducciones. Quizás deberíamos dividirnos: iríamos más rápido.

—Estoy con Larkin —secundó el alienígena—. No pueden estar muy lejos. Elim, revisa el Área de Comunicaciones, yo me ocupo de Análisis. Ana, te diría de ir a la de Reproducciones, pero siendo una fémina puede suceder cualquier cosa... —Tiamat sonrió ante su propia ocurrencia. Aquella jornada parecía estar de muy buen humor—. Almacenaje, ¿de acuerdo?

No tardaron más que unos segundos en dividirse. Ana se encaminó hacia el corredor que daba acceso al Área de Almacenaje y rápidamente se quedó a solas, en compañía de los drones que, diseminados por todo el Centro, realizaban sus tareas en completo silencio.

Mientras avanzaba por los pasadizos acristalados, Ana no podía evitar mirar de vez en cuando su propio reflejo en las mamparas. Al otro lado de éstas, la superficie pétrea del satélite permanecía en completo silencio, sumida en la oscuridad casi total que imbuía el manto de estrellas. Aquel lugar era muy tranquilo, como Raylee, aunque también muy diferente. La paz y silencio que se respiraban en aquel satélite era inquietante, como si algo estuviese a punto de suceder. La isla, en cambio, era totalmente diferente.

Recorrido el pasadizo, Ana se detuvo en lo alto de unas empinadas escaleras de piedra al final de las cuales le aguardaba un corredor iluminado tenuemente de color verde. La joven volvió la vista atrás, asegurándose así que el suave siseo que se oía fuese el de uno de tantos autómatas, y empezó a descender los peldaños.

Una extraña sensación de inquietud se apoderó de ella al adentrarse en el corredor del nivel inferior. Ana avanzó unos pasos y se detuvo. Se sentía observada. La joven volvió la vista atrás, temerosa de lo que pudiese llegar a encontrarse, y se llevó la mano a la empuñadura del arma. Tras ella, anclados a las paredes, varios drones de aspecto arácnido trabajaban en la mejora y reconstrucción de varios paneles de ventilación. Ana les dedicó unos segundos de atención y se obligó a sí misma a sonreír. El silencio de aquel lugar empezaba a intimidarla.

Siguió avanzando hasta alcanzar una bifurcación. La joven miró a izquierda, después a derecha, y tomó la decisión de seguir avanzando en línea recta. Unos metros más adelante encontró varias puertas cerradas a cada lado del pasadizo.

Almacenes.

—¿David? —preguntó tras golpear con suavidad la primera puerta.

Ana la empujó con suavidad, precavida, y se asomó. El interior de la estancia estaba totalmente sumido en la oscuridad, con centenares de bidones y cajas enterradas entre las tinieblas. Echó un rápido vistazo y rápidamente cerró la puerta al ver una sinuosa figura moverse entre las torres.

Se apresuró a alejarse unos pasos.

—Son robots, maldita idiota —se dijo a sí misma en apenas un susurro—. Deja de asustarte.

Comprobó las siguientes dos estancias con el mismo resultado. A parte de material embalado, cajas, cofres y bidones, no había mucho más.

Ana siguió avanzando hasta alcanzar una intersección en la que únicamente podía seguir girando a la derecha. La joven avanzó unos cuantos metros más, bajo la tenue luz verde de los pivotes luminosos que brillaban desde lo alto de los techos, hasta alcanzar otras escaleras de descenso. Ana se detuvo en lo alto, dubitativa, y se asomó. Tal era la cantidad de peldaños que la aguardaban que ni tan siquiera se veía el final.

—Genial —exclamó con cierta amargura. Descendió los primeros cuatro escalones y empezó a gritar—. ¿David? ¿David, me oyes? ¡Soy yo, Ana!

Su voz resonó por toda la escalinata, arrancando ecos a las paredes. La joven aguardó en silencio, acongojada ante la sonoridad de su propia voz, la cual parecía capaz de despertar a los muertos de lo fuerte que sonaba, y se cruzó de brazos, a la defensiva.

No hubo respuesta alguna.

—Oh, vamos...

El tintineo de unos pasos procedentes del pasadizo que acababa de recorrer la hizo agacharse. Ana se lanzó al suelo con rapidez, como si de un gato se tratase, y desenfundó su pistola. Unos segundos después, surgida de la oscuridad, la figura de un dron especialmente alto apareció al final del pasadizo.

Ana lanzó un suspiro, aliviada, y tomó asiento en el suelo. Le costaba creer que Havelock y los suyos se hubiesen adentrado tanto en el edificio. Después de todo, ¿cuánto tiempo llevaban esperando? ¿Unos días? ¿Unas horas?

Decidió no seguir avanzando: no tenía sentido. Alguno de sus compañeros debía haber tenido más suerte que ella. Hundió la mano en el bolsillo de su casaca y extrajo el intercomunicador.

—Eh, aquí Larks —dijo tras elegir la línea previamente indicada por Elim—. ¿Me escucháis?

Escuchó un chasquido de estática a modo de respuesta. Ana se incorporó, suponiendo que su localización probablemente estuviese afectando a las comunicaciones, y volvió al corredor.

Ya no había rastro alguno del droide.

—¿Elim? ¿Tiamat? ¿Me escucháis? Soy yo... —Ana volvió la mirada hacia su alrededor, inquieta ante la ausencia del dron—. No los localizo: ¿habéis tenido vosotros más suerte?

Deambuló unos metros por la zona, en busca del robot. El ser parecía haberse esfumado, y con él parte de los pivotes de luz que hasta entonces la habían ido acompañando.

Las sombras empezaban a cernirse sobre ella.

—He descendido un nivel, puede que las comunicaciones fallen por ello... no sé si me escucháis, pero vaya, voy a volver. Nos vemos pronto.

Ana avanzó unos cuantos metros más por el pasadizo, inquieta, ansiosa por localizar al dron, y guardó el comunicador en el bolsillo. Comprobó la munición de su pistola, más por instinto que por lógica, y empezó a rehacer el camino. Pocos minutos después, alcanzada la última bifurcación, se detuvo.

Algo vibraba en su bolsillo.

Ana introdujo la mano en la chaqueta, creyendo que se trataba del comunicador, y extrajo el objeto con rapidez, ansiosa por escuchar la voz de sus compañeros. Empezaba a sucumbir al pánico. Para su sorpresa, sin embargo, no fue el dispositivo de comunicaciones lo que encontró en la palma de su mano. En su lugar estaba su brújula: la brújula que la había guiado hasta las pirámides y que, tiempo atrás, había guardado en lo más profundo de su mochila, junto a sus ropas.

Un escalofrío le recorrió la espalda al comprender que el dispositivo no estaba vibrando. Su movimiento, en realidad, era como el del latido de un corazón.

—Oh, demonios...

Una suave brisa gélida procedente del pasadizo que acababa de recorrer le acarició el cabello. Ana deslizó el dedo índice sobre la esfera del artefacto y comprobó que su aguja apuntaba al frente, hacia las ahora lejanas escaleras.

Creyó escuchar un susurro en el oído.

Con los músculos repentinamente atenazados por una desagradable sensación de déjà vu, Ana alzó la mirada hacia el pasadizo. La luz verde había ido apagándose para dar paso a una luminiscencia rosada.

Volvió a escuchar el mismo susurro en el oído. No se trataba de una voz, ni tampoco del sonido de los drones: en realidad era el gemido del mar... el rugido de las olas al golpear contra las rocas.

Las fosas nasales se le llenaron del aroma salado del océano.

Dejándose llevar por el instinto, Ana decidió seguir el camino indicado por la brújula. Recorrió de nuevo el pasadizo que daba hasta las escaleras y se detuvo en lo alto de éstas, consciente de que era probable que lo que le aguardase al final no fuese parte de Vauka.

Se tomó unos instantes para ordenar sus pensamientos. Seguir los designios de la brújula era peligroso, desde luego, pero la joven sabía que podía llegar a ser muy ventajoso. Si una vez había logrado viajar hasta K-12, ¿acaso no era posible que ahora viajase hasta la localización donde aguardaba el Capitán?

Lejos de vacilar, Ana empezó a descender las escaleras, olvidando por completo las advertencias de Gorren, de Armin y del resto de sus compañeros. Elspeth la apoyaba en aquel viaje, lo sabía sin necesidad de escucharle, y eso era suficiente para ella. El resto, en el fondo, no entendía sus motivaciones.

El escenario empezó a cambiar al alcanzar la mitad del recorrido. Las paredes hasta entonces apaneladas se convirtieron en piedra rojiza y las escaleras se tiñeron de rosado. El aire cambió también; la temperatura descendió notablemente y la humedad empezó a impregnar todo cuanto la rodeaba. El sonido varió también: el silencio se llenó del rugido del mar, y antes de que pudiese ser consciente de ello, Ana ya se encontraba en el interior de una gruta marítima.

Las escaleras la llevaron al interior de un estrecho túnel rocoso iluminado por antorchas. La joven se agachó para no chocar con el techo lleno de estalactitas goteantes y siguió avanzando hasta alcanzar la entrada a una cueva de paredes rosadas. Allí la luz era mucho más escasa, pues apenas había antorchas, pero incluso así, en la penumbra, se podían adivinar formas. Ana vio columnas, vio escalones y vio una estructura en forma de arco bajo la cual había un altar. Vio también velas apagadas formando un círculo y huesos de animales de grandes dimensiones diseminados por las esquinas... inscripciones en las paredes y, en el centro del lugar, rodeado por sombras, una figura.

Una figura humana.

La joven se apresuró a ocultarse tras una agrupación de estalagmitas rosadas de pequeño tamaño. A simple vista, desde la distancia, le habían parecido muy parecidas a las que caían del techo, rosadas y goteantes, pero vistas de cerca descubrió que se trataba de algo diferente. A pesar de ello, no se detuvo a comprobarlo. La joven centró la mirada en la figura sombría que aguardaba en mitad de la construcción submarina y la observó en silencio.

Creía poder escucharla hablar...



—¡Eh, Ana! ¡Ana! ¿Me oyes? ¡Ana...!

El sonido de la voz de Tiamat a través del comunicador logró que la joven volviera en sí. Ana parpadeó un par de veces, logrando así escapar de la ensoñación en la que había quedado atrapada desde hacía unos minutos, y volvió la mirada a su alrededor. Se encontraba en lo alto de las escaleras, junto al dron alargado que anteriormente había visto aparecer.

Mientras tanto, Tiamat no cesaba de transmitir.

—¡Ana, maldita sea! ¿¡Dónde demonios te has metido!? ¡Te oigo respirar! ¡Ana...!

Se tomó unos segundos para responder. La joven volvió la vista atrás, hacia las escaleras, y comprobó que éstas estaban vacías, tenuemente iluminadas por una luminiscencia verde.

Introdujo la mano en el bolsillo y palpó su interior en busca de la brújula. Para su sorpresa, no había rastro alguno de ella. A continuación, sintiéndose totalmente desorientada, la joven se dejó caer en los escalones, confusa, y se acercó el transmisor a los labios.

Necesitó parpadear un par de veces para expulsar de su campo visual la tonalidad rosada del sueño.

—Te escucho, Tiamat —dijo al fin—. Las comunicaciones...

—¡Demonios! —interrumpió el alienígena, exaltado—. ¿A qué juegas, Ana? Estábamos preocupados. ¿Dónde estás?

La joven volvió a mirar a su alrededor, tratando de aclarar las ideas. No muy lejos de allí, concentrando en sus quehaceres, el dron trabajaba totalmente al margen de la escena, incapaz incluso de percibir la presencia de un humano a su alrededor. Para él, Ana era un simple obstáculo a esquivar.

—Sigo en el Área de Almacenaje.

—Pues vuelve de inmediato: Elim los ha encontrado. Nos vamos.

La joven asintió y apagó el comunicador. A continuación, con lentitud, se incorporó, dispuesta a ponerse en camino. Empezaba a dolerle la cabeza. Lanzó un último vistazo a las escaleras, dubitativa, y se encaminó hacia el interior del pasadizo. Antes de dejar atrás la zona, sin embargo, una fuerte racha de brisa marina procedente del interior de las escaleras se despidió de ella.



Unos minutos después, Ana localizó a sus compañeros junto al jardín holográfico, reunidos en un numeroso grupo. La joven acudió a su encuentro con paso rápido, aún un tanto desconcertada por lo ocurrido. Junto a Tiamat y a Elim la aguardaba David Havelock y un amplio grupo compuesto por más de veinte personas entre las que se encontraban rostros muy conocidos para ella.

Liam Dahl la saludó con un cálido abrazo fraternal.

—¿Realmente creías que ibas a deshacerte tan pronto de nosotros, prima?

—Más quisiera ella —respondió Megan Dahl con tirantez. La joven se adelantó para saludar a su prima con un rápido beso en la frente—. La familia es la familia, Ana, no lo olvides.

Ana descubrió entre los presentes a Dale Gordon, el segundo al mando de los dalianos, y a varios compañeros que ya creía haber dejado atrás en Raylee. Rei Laporte, Matt Sdarow, Loise Brooks, Vel Nikopolidis... Al parecer, los dalianos no habían querido dejar a su rey sin una buena guardia.

No tardaron en ponerse en camino.

—No lo entiendo, David —exclamó Ana mientras dejaban atrás el Centro de Comunicaciones y todo lo que su breve estancia en él había comportado. Ahora, en compañía de los suyos, la joven volvía a sentirse segura—, ¿por qué habéis vuelto?

Havelock se detuvo unos segundos para que Larkin lograse alcanzarle. Frente a ellos, repartidos en parejas y grupos de tres, los recién llegados se adentraban en el camino de piedra que conectaba el Centro de Comunicaciones con el aeropuerto con energía y fuerza, ansiosos por dejar el satélite lo antes posible. A la cabeza del grupo, Tiamat les guiaba con paso rápido pero firme, satisfecho de haber completado la misión con éxito.

—Tus amigos tenían razón: no podemos permitir que el Capitán campe a sus anchas —respondió Havelock con un asomo de sonrisa en los labios—. Es un peligro demasiado real.

—Pero eso lo sabíais desde el principio —contestó Ana. La joven se adelantó unos pasos para impulsarse y caer ágilmente sobre la primera plataforma rocosa que conformaba el camino. Tras ella, David la imitó con el mismo resultado—. Tú mismo lo pudiste ver en K-12: ¿qué ha cambiado?

Repitieron la misma operación para alcanzar la siguiente plataforma. El camino de vuelta prometía ser largo y cansado, y más después de la tensa experiencia vivida en el Centro de Comunicaciones, pero Ana se sentía con fuerzas de poder hacerlo las veces que hiciese falta.

En el fondo, se alegraba enormemente de que los suyos, su familia, se uniesen a aquella batalla.

—La situación no ha cambiado, eso es evidente. Desde el principio supe quién era el Capitán y todo el daño que podría causar, no voy a negarlo... —admitió Havelock—. Así pues, imagino que en el fondo los que hemos cambiado somos nosotros. ¿Sabes? Nunca lo admitiré abiertamente, la Serpiente me libre, pero creo que tu amigo Orwayn tenía razón: permanecer de brazos cruzados es de cobardes.

—Vaya, y yo que pensaba que habíais venido por mí...

Ana hizo ademán de seguir avanzando, pero la presa de Havelock al cogerla por el antebrazo se lo impidió. Elim y Rei Laporte les adelantaron por el lateral derecho, relegándolos así a la última posición del grupo.

Havelock aguardó unos segundos para que se alejasen.

—Está pasando algo extraño, Ana. La decisión de Florian Dahl sobre tu futuro era clara: no iba a permitirte venir. Ese último cambio en los acontecimientos me tiene desconcertado. ¿Sabes tú algo al respecto?

La joven negó suavemente con la cabeza, con sinceridad. Al igual que el propio Havelock, Ana aún seguía sorprendida por la decisión de su abuelo.

—Me lo imaginaba... —murmuró por lo bajo—. No me gusta. Me han llegado rumores de cierta visita nocturna, pero sé poco al respecto. ¿Tú sabes algo?

—¿Visita nocturna? —Ana arqueó las cejas, con perplejidad—. ¿De qué hablas?

David Havelock frunció el ceño, visiblemente inquieto. El hombre volvió la mirada hacia la lejanía, lugar al que tanto Tiamat como el resto se dirigían, y soltó a Ana. Retomó la marcha.

Por su expresión, era evidente que algo le preocupaba.

—¿Va todo bien, David? —preguntó Ana, sin moverse de su posición—. ¿Hay algo que debo saber?

—Ya hablaremos: ya habrá tiempo para ello. Hasta entonces... —Havelock se detuvo un instante para volver la vista atrás. Le dedicó una cálida sonrisa—, no dudes de que hemos vuelto por ti, Ana. Eres de los nuestros, ¿recuerdas? Parte de la familia.



Pasaban varios minutos de las cuatro de la madrugada cuando Ana se adentró en la silenciosa y sombría Gran Biblioteca de la "Misericorde". Repartidas por las distintas cubiertas, la nave disponía de distintas estancias de consulta y almacenaje de datos bautizadas con el nombre de "biblioteca", pero aquella era la mejor de todas. Además de acceso a las bases de información básicas que todo agente de Mandrágora podía visitar, aquel recinto ofrecía conexiones a distintas redes codificadas a las que tan solo ciertos sujetos acreditados podían acceder. Para ello era necesario emplear la conexión cervical, disponer de los permisos y, por supuesto, de las contraseñas de acceso pertinentes. De lo contrario, las terminales no solo podían quedar inutilizadas sino que, durante el proceso de apagado, podían llegar a atrapar al posible espía. Consciente de ello, Ana ni tan siquiera hizo ademán de acercarse a ellas. La joven cerró la puerta tras de sí, tomó uno de los candelabros de oxígeno que había sobre las mesas de trabajo y se adentró en las profundidades de la estancia. Sumidos en la oscuridad casi total, a aquellas horas del periodo nocturno tan solo los androides de trabajo moraban el silencioso lugar.

Leyendo las placas identificativas que había en lo alto de los estantes para guiarse, Ana fue abriéndose paso entre el laberinto de estanterías hasta alcanzar las escaleras que daban al piso superior. La joven ascendió con paso rápido, iluminando todo a su paso con la tenue luz del candelabro, y se adentró en la segunda planta. Allí, repartidos en cascada, decenas de volúmenes la aguardaban ordenados alfabéticamente en un colosal armario de latón.

Ana se acercó todo cuanto pudo y empezó a buscar entre sus estantes. Desconocía qué volumen buscaba exactamente, pero sabía qué deseaba encontrar en su interior. Así pues, siguió buscando durante largo rato ayudándose de una escalera gravitatoria para, casi media hora después, encontrar al fin la información que buscaba grabada dentro de una placa de memoria. Ana la extrajo de la caja de seguridad, se acomodó en una de las mesas de trabajo e introdujo el dispositivo en uno de los terminales. Pocos minutos después el monitor ya reproducía unas hermosas imágenes de un mundo submarino muy parecido al que Ana había visitado horas atrás.

—Sabía que no podía ser un simple sueño...

—Torre de Coral —dijo de repente una voz.

Ana no pudo evitar lanzar un grito ante la inesperada interrupción. La joven giró sobre sí misma, alzando el candelabro en forma de arma. La figura que había tras ella dio un rápido paso atrás, esquivando el arco dibujado por las velas, y desarmó a Ana con un fuerte manotazo en la muñeca. Ya con el candelabro en el suelo y sus llamas apagadas, el extraño cogió a Ana por los brazos y la empujó contra la mesa, inmovilizándola.

La tenue luz del monitor iluminó su rostro al acercarse al de Ana.

—Has estado allí... lo puedo oler —murmuró Lucy Banshee con sus ojos dorados muy brillantes. La mujer se acercó hasta apoyar la nariz sobre el cuello de Ana y aspiró el perfume salado de su cabello—. Cuantos recuerdos...

Sintiéndose casi tan asustada como violenta ante la cercanía de Banshee, Larkin reunió todas las fuerzas que tenía para apartarla de un brusco empujón. A continuación, ya libre de la presa, se incorporó con rapidez y desenfundó su pistola. Le temblaban las manos de puro nerviosismo.

Banshee ensanchó la sonrisa al ver el cañón del arma apuntarle entre los ojos. Aquella noche, con el cabello negro suelto flotando alrededor de su cara y vestida con un vestido vaporoso blanco, la mujer parecía un espectro.

—No vuelvas a acercarte a mí —advirtió Ana—. En tu maldita vida, ¿me oyes?

—¿Te he asustado? —Banshee se apartó un mechón de pelo de la cara delicadamente, con sensualidad—. Perdona, querida. No era mi intención... pero olías tan bien que no pude resistirme.

—¿Oler...? ¿De qué demonios hablas? —Ana cogió un mechón de su propio pelo con la mano libre y se lo llevó a la nariz. Ella no olía nada fuera de lo normal—. ¿Eres alguna clase de depravada o algo por el estilo?

La mujer dejó escapar una suave carcajada y negó con la cabeza. Su expresión era sorprendentemente dulce aquella noche.

—Hueles a coral, querida. Al coral que da nombre al lugar al que nos dirigimos... parece que has decidido adelantarte. Sabía de tus habilidades, pero esto es francamente sorprendente... dime querida... —Lucy dio un paso al frente. Algo en su voz logró que Ana empezase a perder la concentración—, ¿le has visto? ¿Has visto al Capitán...?

—No te acerques ni un paso, Banshee —advirtió Ana.

La joven retrocedió hasta chocar con la mesa de trabajo, pero no bajó el arma.  Su propia fuerza de voluntad se lo impedía. No obstante, había algo que no le dejaba disparar. Algo que, poco a poco, empezaba a bloquear sus pensamientos.

Quizás su voz, quizás su mirada...

—No te acerques, o...

—No somos enemigas, Ana. ¿Por qué no bajas el arma y hablamos como dos amigas? Al fin y al cabo, es lo que somos, ¿no crees? Amigas...

Ana parpadeó un par de veces, repentinamente confundida. La joven miró a su alrededor, con la mente en blanco, sin saber exactamente qué estaba sucediendo. Banshee, frente a ella, avanzaba con paso tranquila, con la ropa y el cabello moviéndose cual vapor a su alrededor. Su visión era extraña... inquietante: fantasmal.

La mujer apoyó la mano con suavidad sobre su mejilla y le guiñó le ojo. Con la otra mano, mientras tanto, tomó su muñeca y bajó el arma.

—Mucho mejor así, ¿no te parece? —dijo en apenas un susurro. Le arrebató el arma con delicadeza y la depositó sobre la mesa—. Tu y yo podemos entendernos, Ana. ¿Acaso crees que no sé lo que estás haciendo? ¿Crees que no sé que Elspeth está muy cerca de ti? Puedo verlo... puedo sentirlo. —Apoyó la mano libre sobre su pecho, a la altura del corazón—. Estáis muy unidos y eso os hace fuertes, pero no lo suficiente. Lo que pretendes hacer, ese ritual, no es tan fácil, querida. No es en absoluto fácil... —Lucy fue bajando el tono de voz hasta convertir sus palabras en apenas un susurro. Acercó los labios a su cuello—. Además de conocer los pasos a seguir, vais a necesitar algo más... algo complicado de conseguir... pero por suerte, yo estoy aquí para ayudar...

—¡Banshee!

La repentina interrupción de un segundo recién llegado logró que la mujer retrocediese. Lucy guiñó el ojo a Ana, juguetona, y rápidamente se perdió en la oscuridad del recinto, dejando a Larkin con una extraña sensación de irrealidad. La joven se llevó la mano al cuello, allí donde Banshee le había rozado, y presionó con fuerza, repentinamente asqueada.

El embrujo de la nigromante empezaba a disiparse.

—¿Estás bien?

Veryn Dewinter apareció a su lado con una expresión sombría cruzándole el rostro. El hombre lanzó un rápido vistazo al arma de Ana, que seguía en la mesa, al monitor y, finalmente, a la joven. Ésta, visiblemente incómoda ante lo ocurrido, parecía perdida en sus propios pensamientos.

Apoyó la mano sobre su hombro.

—Ana...

La joven reaccionó haciendo ademán de coger su arma, repentinamente asustada. Consciente de ello, Veryn se apresuró a detenerla. Le cogió la muñeca con fuerza y la presionó hasta que Ana soltó la pistola. Acto seguido cogió el arma y la quitó de su alcance.

Larkin, aún algo atontada, le miraba con fijeza, como si no le reconociese.

—Eh, ¡eh! ¡Larks! —Veryn la cogió por los hombros y la sacudió con fuerza, tratando de hacerla reaccionar—. ¿Estás bien? ¿Sabes dónde...?

Ana parpadeó un par de veces, confusa, pero rápidamente volvió en sí. La mujer le observó en silencio, reconociendo al fin el hombre que tenía ante sus ojos, y apartó la mirada con furia. Aunque le costaba entender lo que había sucedido, tenía bastante claro que había sido cosa de Banshee.

Se alejó unos pasos, visiblemente dolida.

—¿Qué te ha dicho? ¿Te ha hecho algo?

—No...

—¿Estás segura? Si te ha dicho algo, lo que sea, debes decírmelo. —Veryn negó suavemente con la cabeza mientras le devolvía su arma—. Necesito que seas precavida, Ana. No debes confiar en ella. Banshee tiene demasiado interés en ti, y...

—No soy yo quien tiene confianza plena en ella —interrumpió ella, arrebatándole la pistola de un manotazo.

Enfundó el arma y se volvió hacia el terminal, dispuesta a acabar de una vez por todas con aquel inacabable día. Los acontecimientos empezaban a superarla. Una vez apagado el sistema operativo, Ana se guardó la tarjeta de memoria en el bolsillo e hizo ademán de alejarse.

—¿Me estás acusando de algo? —respondió Veryn con seriedad, cruzándose de brazos—. ¿Qué quieres decir con eso de la confianza plena?

—¿De veras es necesario que te lo explique?

Ana dejó escapar un suspiro, demasiado inquieta y furiosa como para lograr contener su  mal humor. No era la primera vez que Banshee la ponía en una situación comprometida, pero tras abandonar la isla de Raylee la joven había confiado en que no tendría que volver a sufrirla de nuevo. Lamentablemente, la gran idea del "Conde" de traerla consigo había acabado por dar al traste con sus expectativas.

—No me mires así —advirtió Veryn a la defensiva—. No tienes derecho a juzgarme. Ella es una pieza clave para localizar al Capitán, y lo sabes. ¿Acaso has olvidado ya lo que nos explicó?

—Recuerdo muy bien todo lo que pasó aquel día —respondió Ana con brusquedad—. Absolutamente todo.

Perplejo ante la acusación implícita en sus palabras, Veryn dio un paso atrás, permitiendo así que Ana se alejase unos pasos. No estaba acostumbrado a aquel tipo de recriminaciones, y mucho menos de boca de alguien como ella.

Tardó unos segundos en reaccionar.

—Vaya, vaya, así que además de ser una pretenciosa eres también una mirona... interesante. —El "Conde" tiñó de acidez sus palabras—. ¿Qué pasa, Ana Larkin? ¿Estás celosa? ¿Acaso quieres que te haga un hueco en mi agenda?

—Vete al infierno —respondió Ana con brusquedad, alzando el tono de voz—. Eres un cerdo.

—¿Qué yo soy un cerdo?

Veryn parpadeó con perplejidad. Le costaba creer lo que estaba escuchando. Borró la sonrisa.

—No te equivoques, Ana —prosiguió—, mi sacrificio y el de los míos es el que te permite a ti y a tu familia vivir como os da la gana, así que no te atrevas a juzgarme. ¿Acaso ya has olvidado todo lo que hemos hecho por ti? Te creía más agradecida.

—¡No tergiverses mis palabras! Te juzgo a ti, no al resto. Esa mujer es peligrosa, ¡y a pesar de ello la has traído a bordo! ¿Es que acaso estás loco? —Ana sacudió la cabeza—. Además, tú mismo lo has dicho: está interesada en mí...

—Precisamente porque está interesada en ti me aseguro de que no te ponga una mano encima, Ana —advirtió Veryn, dando un paso al frente—. ¿Acaso crees que tengo ganas de estar haciendo de niñera a las cuatro de la madrugada? —Sacudió la cabeza—. Tu seguridad es importante, al menos para algunos, sí, pero la misión mucho más. Y si esa mujer o cualquier otra pueden ayudarme a cumplirla, ten por seguro que pondré tu vida en peligro las veces que hagan falta. —El "Conde" chasqueó la lengua, con desagrado—. Veo que sigues siendo igual de egocéntrica que el primer día: ¿acaso no te hemos dado suficiente? ¿Qué más quieres? —Negó suavemente con la cabeza—. Veo que me equivoqué contigo; creía que podría llegar a haber un lugar entre los nuestros para ti, que podrías llegar a formar parte de la familia, pero es evidente que me equivoqué: sigues siendo la misma de siempre. Solo espero que, cuando todo esto acabe, vuelvas a Egglatur y dejes de complicarle la vida a mi hermano. No se lo merece.

—¡Estás siendo cruel conmigo! ¡No es justo!

—¿Acaso tu sí? Ya habrá tiempo para discutir—Veryn dejó escapar un suspiro—. No te acerques a Banshee, ¿de acuerdo?

El "Conde" abandonó la sala con rapidez, dejando a Ana en completo silencio, rodeada de sombras. La joven aguardó unos segundos quieta, pensativa, asimilando las palabras. Más que nunca, la Gran Biblioteca le pareció el lugar más solitario del universo, y ella la persona más desgraciada. Ni Larkin, ni Dahl, ni Dewinter; Ana, en el fondo, no tenía ni familia ni lugar al que volver. Por suerte, aún le quedaba mucho por hacer antes de poder plantearse ni siquiera su futuro. Lo primero era dar muerte al Capitán, después, llegado el momento, ya pensaría qué hacer.

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