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Capítulo 52


ROMPER

FRANCISCO

Actualidad

Todo se descontroló y la confusión reinó. El líquido Sakit había hecho que la situación se tornara aún más peligrosa, ya que se decía que podía convertirnos en mortales. A pesar del panorama sombrío, me sentí aliviado al ver a mi gente en uno de los barcos. La mayoría de ellos estaba allí, incluso Leilad, quien no tenía nada que ver con este conflicto.

—¿Qué hace ella aquí?— le pregunté a Fredom, buscando una explicación a la presencia de ella.

—No lo sé— me respondió con un tono de incertidumbre.

Sin embargo, ninguno de los dos le prestamos mayor atención, ya que nos dieron un tiempo para ver a Nozomi y Cladis. La preocupación por Akemi, quien se había desmayado al subir al barco y ahora se encontraba en una habitación con doctores debido a graves infecciones, ocupaba nuestras mentes.

Al abrir la puerta, Nozomi se abalanzó sobre mi, envolviéndome en un abrazo desesperado. Su aroma dulce, mezclado con el del miedo y la incertidumbre, inundó mis sentidos.

—¿Cómo está Akemi?— pregunta Cladis con voz temblorosa, separando a Nozomi de mí. Solté a mi amada y Fredom se apresuró a responderle.

—Está bien por ahora— explica. —La han sedado para tratar sus heridas y... — su mirada se posa sobre mí, expectante.

—Y partirán con ella mañana mismo— continué la frase, con un tono serio que reflejaba la dura realidad. — Nebaj es un lugar seguro para comenzar de nuevo, y Akemi necesita la atención de especialistas que solo pueden encontrar allí.

Nozomi me observaba en silencio, sus grandes ojos avellana llenos de una mezcla de miedo y súplica. Podía sentir su angustia, su temor a lo desconocido y a la separación.

Fredom, con tacto y comprensión, guió a Cladis hacia su habitación, dejándonos a solas. Nozomi se acercó a mí lentamente, sus pasos vacilantes como si cada movimiento le costara un gran esfuerzo.

—¿Vendrás con nosotros?— susurró.

Mi mirada se cruzó con la suya, y en ella vi reflejado el anhelo de un futuro juntos, lejos de la guerra y el peligro. Sin embargo, la seriedad de mi expresión la alertó.

—Soy importante para esta misión— susurré, con un tono de voz que reflejaba la seriedad de mis palabras. Ella se sentó en la cama, sus ojos clavados en mí, con una mezcla de tristeza y comprensión.

—Necesito que estés fuera de esta batalla— continué, tomando su mano entre las mías. —No puedo permitir que algo te pase a ti, ni a Cladis.

Ella asintió lentamente, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas. La impotencia y el miedo la carcomían, pero sabía que mi decisión era inamovible.

—Hey, todo acabará muy bien— le dije con una sonrisa tranquilizadora, tratando de disipar sus temores. —Confío en mi equipo, son los mejores.

Asintió de nuevo, esta vez con un atisbo de esperanza en su mirada. Entrelazó nuestras manos con fuerza, un gesto inesperado que me llenó de una mezcla de alegría y sorpresa.

—Fran— susurró mi nombre. —Lo que puedo ver en ti...es una carita de ángel— dijo con una sonrisa tímida, hipnotizándome con su mirada.

—¿Si?— respondí, acercándome lentamente a ella, sintiendo la calidez de su mano en la mía.

—Antes de esto— comenzó, sus dedos rozando mis labios, enviando una descarga eléctrica a través de mi cuerpo —Quiero saber de ti, todo de ti.

Me alejé un poco, mi mente luchando contra la decisión de revelar mi verdadero ser.

—Sé que no eres como los demás— continuó, su voz llena de curiosidad. —Y quiero saber quién eres en tu mundo— sus ojos brillaban con intensidad. —Antes de venir aquí.

Me muerdo el labio, debatiéndome entre el deseo de ser sincero con ella y el temor a las consecuencias de mi revelación. Contarle quién era, aunque ya no lo fuera al cien por ciento, era un riesgo que no podía tomar a la ligera. No estaba seguro de si ella podría soportar mi verdadero caracter.

—Apenas sé quién soy— dije con una sonrisa irónica, tratando de restarle importancia al asunto, pero ella no parecía estar de humor para bromas.

—Está bien— confesé, sintiendo una repentina necesidad de sinceridad. —Quiero que me conozcas, que sepas todo de mí.

Tomé aire profundamente y comencé a hablar.

—Soy un agente especial— expliqué —Dedicado a investigar y atrapar asesinos seriales y otros criminales. Tengo mucha experiencia en este campo, más de la que te podrías imaginar, pero fuera de mi trabajo, siempre he tratado de vivir una vida normal, una vida como la de cualquier otra persona.

Hago una pausa, sintiendo el peso de las palabras que aún no había dicho.

—Soy descendiente de la realeza— continué —Sin embargo, no crecí como tal. No tengo un castillo, ni sirvientes, ni siquiera una corona. En nuestro mundo, la corona no es un símbolo de poder, sino de responsabilidad. Lo más importante es mi habilidad, el poder que mi madre me otorgó al nacer. Tambien tengo un caracter de mierda que no saldrá contigo jamas, solo con los demás—

La veo sonrojarse —¿Y cuál es tu edad?— pregunta ella con curiosidad, sus ojos clavados en mí.

Suspiro. —No creo que quieras saberlo— respondí, acercándome a ella lentamente. La rodeé con mis brazos y la atraje hacia mí, hasta que nuestros cuerpos se unieron en un abrazo ardiente.

—Pero sí quiero saberlo— insistió ella, su voz temblorosa por la cercanía.

—No, no lo quieres— susurré en su oído, besándola suavemente en los labios.

Y así, con besos y caricias, logré distraerla de mi edad. Recorrí su rostro con mis labios, bajando luego por su cuello, buscando su piel sensible. Ella esperaba ansiosamente mi mordisco, pero yo solo quería cubrirla de besos suaves porque la amaba como nunca lo he hecho.

CLADIS

Desde que Verónica se fue, todo cambió. La sombra de su ausencia se cernía sobre nosotros como una nube gris, impregnando cada rincón de nuestra relación con Fredom.

Su mirada, antes llena de vida y alegría, ahora se perdía en un vacío distante, como si su alma vagara en un mundo paralelo donde solo existía ella. Sus labios, antes tan generosos con sus besos y caricias, ahora se mordían con ansiedad, atrapados en una prisión de incertidumbre.

Yo lo observaba en silencio, sintiendo cómo mi corazón se desmoronaba con cada gesto ausente, con cada palabra que no decía. La indiferencia que brotaba de sus ojos era como una daga afilada que me laceraba el alma.

En nuestra habitación, Fredom me envolvió en un abrazo tan fuerte que me quitó el aire. Susurra mi nombre, —Cladis—, con una voz ronca y llena de emoción contenida. Mi corazón latía desbocado, presintiendo que lo que iba a decir no sería nada bueno.

—Está bien, no tienes que preocuparte—, dije, tratando de sonar fuerte mientras luchaba contra las lágrimas que amenazaban con derramarse. —Sé que estás enamorado de ella—. Cerré los ojos con fuerza, apretando los puños para contener el dolor que me invadía.

Los abrí de nuevo, encontrándome con la mirada de Fredom. No la negaba, no intentaba excusarse. Solo había preocupación en su rostro, una preocupación que me destrozaba aún más porque no era por mí.

Me di la vuelta, incapaz de soportar su presencia por más tiempo. Supuse que este era el final, el adiós definitivo a una historia que alguna vez me llenó de ilusiones.

—¿Crees que estoy enamorado de ella?—, preguntó en voz baja detrás de mí.

Negué con la cabeza, sintiendo una oleada de rabia e impotencia. —¿Qué otra cosa podría ser?—, pensé. —Tú eres el dueño de tus sentimientos, solo tú puedes saberlo.

Su mano rozó mi hombro, pero la aparté con brusquedad. —Me molesta que me hayas dado pie para esto—, dije con voz temblorosa y llena de rencor. —Por favor, vete. Ya lo he entendido todo. No hay nada más que decir. Lo nuestro...fue bueno mientras duró.

No lo escuché moverse. Solo el silencio sepulcral de la habitación me acompañaba. De pronto, la puerta se abrió y se cerró con un golpe seco.

Me quedé sola, en medio de la habitación, con el corazón roto y el alma hecha pedazos. Las lágrimas que antes había reprimido brotaron sin control, mojando mis mejillas y empapando la almohada.

Un año entero compartiendo mi vida con él. Un año de risas, complicidad, sueños y promesas. Un año que hoy se desmorona como un castillo de arena ante la cruda realidad, él nunca la olvidó.

La sombra de ella siempre estuvo presente, como un fantasma invisible que acechaba en cada rincón de nuestra relación. Lo intuía, lo sentía en sus silencios repentinos, en sus miradas perdidas en un mundo lejano, en sus caricias que a veces parecían vacías.

Y ahora, con el corazón roto en mil pedazos, comprendo la verdad, él solo estuvo conmigo para intentar olvidar, para llenar un vacío que ella había dejado en su alma. Me utilizó, sin mala intención tal vez, pero me utilizó al fin y al cabo.

El dolor me nubla la vista, me ahoga la respiración. Nunca amé a nadie como lo amé a él. Me entregué por completo, sin reservas, creyendo que había encontrado a mi alma gemela, al hombre con quien compartiría el resto de mi vida. Pero me equivoqué.

Me dejé llevar por su encanto, por sus palabras dulces y sus gestos tiernos. Ignoré las señales, las alarmas que sonaban en mi interior. Y ahora pago el precio de mi ingenuidad.

Sin embargo, en medio de mi desolación, un pensamiento me invade. Nozomi. Ella está a punto de caer en la misma trampa, de entregar su corazón a un hombre que no podrá corresponderla por completo.

No puedo permitirlo. No puedo dejar que otra mujer sufra el mismo dolor que yo estoy viviendo. Rezo con fervor, con el alma en carne viva, para que Francisco no tenga un pasado que la lastime, para que no la haga pasar por el mismo calvario que yo.

Ella es pura e inocente, como una hoja en blanco. No merece ser manchada por las sombras del pasado. No merece ser víctima de un amor que solo le traerá dolor y desilusión.


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