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Capítulo 9

Capítulo 9



—¿Estás seguro de que ya no graban? Aquella de allí se sigue moviendo.

Tras desbloquear la puerta que daba a las escaleras, Armin, Ana y Leigh habían descendido hasta un pequeño corredor en el que el camino se bifurcaba. A diferencia del piso superior, las paredes, de un intenso color blanco, no tenían decoración alguna, el suelo era de losa oscura, casi negra, y la luz, muy baja y de un suave color azulado, era casi inexistente. Aquel era un lugar sencillo, aunque poco acogedor, con un ambiente opresivo que parecía extenderse a lo largo de las distintas salas. Además, el aire tenía un olor extraño difícilmente identificable. Probablemente, teniendo en cuenta las colecciones que guardaba, debía tratarse de algún producto de limpieza o conservación, pero Ana era incapaz de identificarlo.

—Se mueve porque los sensores nos detectan, pero no nos están grabando —explicó Leigh—. Hemos bloqueado el sistema para que no entren imágenes nuevas. Si todo va bien, en la sala de control se deberían estar visionando las grabaciones de hace una hora.

Se detuvieron en un lateral del corredor, con las espaldas muy pegadas a la pared. Mientras que Ana y Leigh conversaban, Armin aprovechaba el tiempo para garantizar el correcto visionado de las imágenes de las cámaras. Dependiendo del contenido todo podría venirse abajo. No obstante, tampoco había que perder de vista la lógica. Aunque más vigilado que el piso superior, aquello no dejaba de ser una biblioteca, por lo que dudaba que las medidas de seguridad fueran estrictas. Después de todo, ¿quién iba a robar algo allí?

Esperaron unos minutos para asegurarse de que no hubiese sorpresas.

—Bueno, de momento no han saltado las alarmas, así que confiemos en que no se hayan dado cuenta —murmuró Armin con la mirada fija aún en la pantalla de su terminal. Ahora, en lugar de filas de datos incomprensibles en apariencia, aparecía un mapa de la planta—. Desconocemos la localización exacta de la sala de Rosseau, así que, siguiendo el plan, nos dividimos. Tauber, te encargas del ala izquierda, yo de la derecha. Ana, conmigo.

No lo discutieron. Leigh se encaminó hacia el ala izquierda, que quedaba más cerca, mientras que Ana y Armin se dirigieron hacia la derecha. No muy lejos de allí, a apenas quince metros, se veía un estrecho corredor de paredes tubulares pintadas de oscuro simulando el universo que les llevaría hasta el interior de la primera galería. Se detuvieron para contemplarlo unos segundos. Las vistas no eran iguales a las de la cúpula de observación de la "Estrella de plata", pero no estaban nada mal. El pintor, fuese quien fuese, había hecho un buen trabajo. Siguieron el camino con pasos rápidos, buscando instintivamente sistemas de registro por la zona. Una vez alcanzado el otro extremo, se detuvieron de nuevo. Más allá de un llamativo arco de piedra de casi cuatro metros de altura, les esperaba una sala más propia de un museo que de una biblioteca.

—¿Es un arco de control? —preguntó Ana, empezando a acostumbrarse ya a la tecnología del planeta.

—Es posible... dame unos segundos.

Armin se acercó al arco para comprobar su naturaleza. Ana estaba en lo cierto, se trataba de un arco de seguridad en el que los datos de los usuarios quedaban grabados al ser traspasado.

—De acuerdo...

Sacó un cuchillo de cristal de la caña de su bota, ideal para no ser detectado por el arco. Armin lo empuñó con destreza, apoyó la otra mano sobre la superficie de piedra y empezó a palparla. Pocos segundos después, alcanzado cierto punto a unos cincuenta centímetros del suelo, clavó y hundió el arma hasta la empuñadura. Algo sonó hueco dentro. Armin se agachó, hizo palanca y, ante sus ojos, una tapa disimulada en la piedra cayó al suelo.

Descubrieron una pequeña consola de control en su interior.

—Vaya, eres todo un genio —Ana se acuclilló a su lado—. ¿Cómo lo sabías?

—Es fácil: todos los sistemas de seguridad de esta ciudad pertenecen a un mismo proveedor. Es decir, todos son fabricados las mismas factorías y, por lo tanto, comparten estructura. Es extraño que se varíen las plantillas, vale mucho dinero.

Ana le observó mientras desactivaba temporalmente el arco. Armin realizó las modificaciones, volvió a colocar la tapa y, poniéndose de nuevo a la cabeza, lo atravesó impunemente, sin que saltase ninguna alarma. A continuación, con un asomo de sonrisa en el rostro, volvió la vista atrás e invitó a Ana a que se uniese a él.

Pocos segundos después, el sistema se desbloqueó de nuevo.

—¿Qué es este lugar?

Se adentraron en una espaciosa galería en cuyo interior, repartidos por distintas salas, todo tipo de esculturas, cuadros y volúmenes de aspecto extraño permanecían expuestos en una oscuridad casi total. También había animales disecados, incluyendo una colección de insectos de grandes dimensiones diseccionados, y docenas de plantas exóticas expuestas en vitrinas. Fotografías, bocetos, planos... absolutamente todo parecía tener cabida en aquellas enormes y pavorosas galerías.

Con paso siempre rápido, conscientes de que no tenían tiempo que perder, fueron recorriendo las distintas salas en busca de la de Rosseau. Ana no sabía qué estaban buscando exactamente, ni cómo iban a reconocerla, pero sospechaba que sería diferente al resto. Aquellas estatuas y pinturas de extraños seres, algunos alienígenas, se alejaban por completo de la imagen que ella tenía de Rosseau. O al menos eso quería pensar.

Hicieron un alto en una de las galerías para examinar unas grotescas estatuas de hombres y mujeres con cabeza de serpiente. Vistas desde atrás, aquellas personas que con tanto orgullo posaban parecían ser humanos corrientes vestidos con largas y ricas togas ceremoniales. Desde delante, sin embargo, la perspectiva cambiaba por completo.

—¿Por qué nos paramos aquí? —preguntó Ana sin poder apartar la vista de los ojos de ónice de una de las estatuas. El ser con cuerpo de niño se estaba relamiendo la boca con su larga y fina lengua bífida—. Esto es repugnante... ¿realmente existen seres así?

Armin se tomó unos segundos para responder. Empleando un pequeño dispositivo circular del tamaño de una nuez, el joven parecía estar registrando tanto imágenes como texturas de lo que parecía ser un gran monolito de piedra púrpura en cuya superficie había grabadas extrañas runas.

—Son representaciones —respondió al fin—. ¿Don charlas no te lo ha contado?

—¿Don charlas?

—Éstas son las primeras representaciones humanas que hay de los seguidores de Taz-Gerr. En aquella época no podían ser considerados miembros de Mandrágora, pues no existía el Reino, pero se podría decir que son nuestros ancestros. Te han hablado de Taz-Gerr, ¿no? La Gran Serpiente a la que los nuestros se encomiendan y a la que le piden protección.

—El maestro me comentó algo. Dice que dentro de la organización hay dos posiciones al respecto: los que creen y los que no creen en su existencia.

—Así es. Es un tema espinoso, será mejor que sigamos.

Salieron de la sala, adelantándose Armin unos pasos para asegurarse de que no hubiese ninguna vigilante por la zona, y se encaminaron a la siguiente. Allí encontraron expuestas en diferentes vitrinas varios tipos de flores venenosas y a un gigantesco felino de casi una tonelada y de aspecto feroz petrificado en lo alto de un pedestal. También hallaron unas cuantas mesas de estudio con mapas y registros del viaje realizado para localizar al monstruoso ejemplar. Al parecer, todas aquellas especies procedían de uno de los planetas del sector Ariangard.

—Nos acercamos —advirtió Armin.

El suave susurro de unas botas al pisar el suelo de piedra captó la atención de Dewinter. Su dueña, seguramente una de las bellator encargadas de la seguridad, aún estaba lejos, seguramente a varias galerías de distancia, pero se acercaba hacia allí con paso ligero. Había llegado el momento de reaccionar. Armin cogió a Ana del brazo, tiró de ella hacia el interior de la sala y le ordenó que se escondiese tras el pedestal. Una vez oculta, volvió a desenfundar su cuchillo de cristal y se arrodilló a su lado, a la espera. Confiaba en no tener que utilizarlo, pero en caso de ser necesario no dudaría.

Se llevó el dedo índice a los labios.

Un minuto y medio después, una figura apareció por el corredor. Tal y como había supuesto, se trataba de una bellum uniformada y armada con un fusil. La soldado, una chica de no más de veinte años, iba iluminando con un foco todo cuanto le rodeaba, aunque no mostraba demasiado interés. Por su expresión de aburrimiento, era evidente que aquel trabajo no le resultaba en absoluto emocionante. La vigilante se adentró unos pasos en la sala, iluminó por encima la zona y, sin más, siguió adelante con su patrulla. Unos segundos después, con el sonido de los pasos ya lo suficientemente lejos, Ana y Armin salieron de su escondite para salir de nuevo al pasadizo.

Dewinter se detuvo por un instante, dubitativo. Volvió la vista atrás. Ya no quedaba rastro alguno de la vigilante, aunque sospechaba que no tardaría en volver. Mantenerla allí, libre y alerta, podría llegar a ser un problema.

Lanzó un rápido vistazo a su cuchillo.

—Quizás debería...

Ana no le dejó ni que se lo plantease, le cogió del brazo y empezó a tirar de él hacia la siguiente galería. Ni quería sangre, ni mucho menos muertes innecesarias.

—Vamos, démonos prisa.

Tras pasar otra puerta, ante ellos apareció la silueta de lo que parecía ser la proa de un enorme navío de velas rojas en cuyo mascarón había un ángel con las alas desplegadas y las manos sujetando una espada llameante.

—Estamos cerca —susurró Armin al reconocer la nave.

Se encaminaron hacia la puerta que daba a las siguientes salas, pero en aquel momento la sombra de una figura se cruzó en su camino. Armin y Ana se detuvieron en seco, sorprendidos por su repentina aparición; la joven bellum que les acababa de descubrir desde la sala contigua, también.

—Oh, mierd...

Antes de que Ana pudiese reaccionar, Dewinter salió disparado hacia la mujer con el cuchillo entre manos, veloz como un rayo. Casi tan sorprendida como ellos, la bellum intentó coger su arma, que llevaba colgada a la espalda, pero no tuvo tiempo. Armin se abalanzó sobre ella como un cazador sobre su presa y le hundió el puñal en la garganta con un golpe seco. Estupefacta, la soldado trató de alzar las manos hacia la herida. Sin embargo, no pudo hacer nada. Inmediatamente después, antes de que pudiese llegar a ser plenamente consciente de ello, el cuchillo volvió a morder su piel, esta vez a la altura del corazón, segando así su vida al instante. Armin la tomó entonces en brazos, antes de que el cuerpo se desmoronase en el suelo, y la llevó hacia el interior de la sala.

Todo había pasado demasiado rápido.

Petrificada ante la atroz escena, Ana tardó unos segundos en reaccionar. Ni estaba acostumbrada a aquel tipo de violencia, ni jamás lo estaría; los recuerdos de los tiroteos de Sighrith volvieron con salvaje realismo a su memoria.

Alguien la cogió de repente del brazo, logrando así sacarla de su ensoñación. Ana alzó la vista, percibiendo ya en sus fosas nasales el hedor de la sangre, mientras Armin tiraba de ella hacia la siguiente sala. Corrieron juntos a su interior, bordeando unas sinuosas murallas de piedra verdosa cuya procedencia era un misterio incluso para la Universidad, y no se detuvieron hasta alcanzar la siguiente estancia.

Atrás quedaba ya el cuerpo de la vigilante y las manchas de sangre que su muerte habían dejado en el suelo.

—Eh, te necesito entera, ¿de acuerdo? —Armin le soltó el brazo, pero no se detuvo. Aún quedaba mucho por revisar—. No mires atrás.

Aprovechó los siguientes segundos para comprobar el arma que había robado a la vigilante. Aparentemente era similar a la suya, un fusil, pero aquel modelo era muchísimo más anticuado. Además, el cañón era mucho más corto y la mirilla de menos calidad... en definitiva, un arma para principiantes.

Comprobó el cargador.

—De acuerdo, sigamos.

Al ver que Ana no le seguía, pues seguía con la vista fija en el cadáver de la vigilante, se volvió hacia ella. Hubiese preferido ahorrarse su muerte, pero no había tenido otra alternativa. Aquella mujer había puesto en peligro la misión, y bajo ningún concepto podía fallar.

—Eh, Ana, vamos.

—Parece una niña... —murmuró ella a modo de respuesta. Tenía los ojos muy abiertos, con las pupilas dilatadas por la oscuridad y el miedo—. ¿Qué edad tiene? ¿Quince? ¿Dieciséis?

—No quiero saberlo.

—Parece...

Apoyó las manos sobre sus hombros y la sacudió con fuerza, obligándola a que le mirase a la cara. No le gustaba tratarla a así, estaba en shock, pero no eran ni el momento ni el lugar más adecuados para perder la cabeza.

—¿Quieres saber la verdad? Son novatas, Ana. Aprendices a las que les asignan este tipo de lugares ya que no son considerados peligrosos. —Negó con la cabeza—. No le des más vueltas, por favor. O son ellas, o nosotros, y la elección es clara. ¿Acaso no te dijeron que esto no era un juego?

—Helstrom dijo que...

—El maestro Helstrom te pidió que te quedases en el hotel. Él no quería que te vieses envuelta en todo esto, y tú no le has obedecido. ¿Entiendes ahora el porqué de sus palabras? —Le estrechó los hombros antes de soltarla—. Francamente, Ana, creo que éste no es tu lugar. De hecho, no te voy a mentir, aunque sé de tu unión al maestro desde hace unos meses, aún no he entendido el motivo. Mandrágora es peligrosa y tú tenías la oportunidad de empezar en cualquier otro lugar: ¿por qué decidiste seguir? ¿Acaso no te dieron la opción?

—Me la dieron, sí —admitió algo más relajada al haber apartado de su campo visual el cadáver de la vigilante—. Pero no la acepté. Yo quería seguir... y sigo queriéndolo. Elspeth...

Una expresión de desagrado cruzó el rostro de Armin al escuchar aquel nombre. A lo largo de todos aquellos meses había pensado en muchas ocasiones en el príncipe, en el momento en el que le había disparado y en el modo en el que Ana le había mirado al hacerlo. Aquella escena, aunque ya lejana en el tiempo, se le había quedado grabada en la memoria.

Giró sobre sí mismo y volvió la mirada hacia la amplia sala en la que se encontraban. Nunca había llegado a compartirlo con nadie, pero durante cierto tiempo había tenido dudas sobre si había hecho lo correcto. Elspeth merecía morir, eso no lo había dudado nunca. Después de ver lo que le había hecho a su propio planeta y a su familia, aquel hombre no merecía otra cosa. Y sí, entendía que estaba bajo el influjo de Rosseau y que probablemente no había sido consciente de lo que hacía, pero aquella excusa no le bastaba. A él no. Así pues, por ese lado, no se arrepentía de haberlo hecho. No obstante, era la situación, el entorno en sí lo que le hacía dudar. ¿Realmente había sido necesario disparar en ese preciso momento en el que Ana estaba delante? El temor de que pudiese llegar a hacerle daño había sido el causante de su repentina decisión, pero con el tiempo y la perspectiva, Armin no podía evitar preguntarse si no habría sido mejor simplemente herirle y tomarle como prisionero.

Se llevó la mano a la sien y cerró los ojos durante unos segundos. Aquel nombre prometía seguir dándole muchos dolores de cabeza incluso muerto.

—Por lo que veo sigues viendo los noticieros del sistema.

—No puedo dejar de verlos. Ese hombre... —Ana dio un paso al frente—. Es Elspeth, ¿verdad? No es un clon, ni un androide.

—Elspeth murió, Ana. —Armin volvió la vista atrás por un instante—. Yo le maté: tú estabas delante cuando lo hice. Puede que le haya pasado como a aquel guardia... —Lanzó una mirada entristecida hacia su pierna—. No sé lo que es, pero te aseguro que ese ser no es tu hermano. Ahora, por favor, sigamos adelante.

El sonido de unos pasos procedentes de la sala contigua captó la atención de Armin. El agente cerró los ojos por un momento, agotado y dolido ante la situación, y se volvió hacia la puerta. Preparó su arma. De un momento a otro, una nueva vigilante atravesaría el umbral sin tener la más mínima idea de que estaba a punto de morir.

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