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Capítulo 6

Capítulo 6



Philip Gorren era una persona de carácter fuerte cuyo sentido del humor ayudó a que las horas transcurriesen rápidamente. Al igual que Helstrom, era muy inteligente. Las experiencias vividas le habían otorgado una sabiduría y una astucia poco común gracias a la cual se enfrentaba a la vida sin temor alguno.

Gorren era un ferviente seguidor de Taz-Gerr, la serpiente cuya imagen era el símbolo de Mandrágora. El maestro había nacido en el seno de una familia afín a la organización y, desde que tuvo uso de razón, había seguido los pasos de sus padres. Gracias a ello y al esfuerzo de todos aquellos años, Gorren había logrado crear una amplia red de contactos gracias a la cual iba de un extremo al otro del Reino siempre rodeado de colegas y aliados.

A lo largo de todos aquellos años de lucha ininterrumpida, el maestro había perdido a muchos compañeros de viaje. Durante los primeros años, Philip había llorado sus muertes como si de las de hermanos se tratasen. Con el paso del tiempo, sin embargo, su perspectiva había ido cambiando. Gorren se había cansado de ver morir a sus compañeros uno tras otro, por lo que había decidido reducir su equipo todo lo posible. A partir de aquel punto, siempre acompañado por un guardaespaldas, el maestro había ido colaborando puntualmente con otros compañeros, pero nada más. Prefería viajar solo.

Gorren era un tipo peculiar. Mientras le escuchaba hablar, Ana se hacía una idea bastante clara del tipo de persona que era. El maestro era un hombre decidido y fuerte, tenaz como pocos y valiente como el que más, pero mucho menos obstinado y pasional de lo que había sido en el pasado. A aquellas alturas de la vida, con la barrera de los cincuenta ya superada y prácticamente solo, el maestro se enfrentaba al mundo con la esperanza de que algún día recuperaría la libertad que el Reino le había arrebatado, pero poco más. Ni tenía un hogar al que volver ni una familia por la que luchar. Gorren no tenía nada salvo sus creencias y su esperanza, y gracias a ello se enfrentaba al mundo a diario, con la confianza de que, cuando le llegase su momento, podría despedirse de la vida con la cabeza bien alta tras haber entregado su vida a Mandrágora.

Ana disfrutó de su compañía durante varias horas, hasta que el cansancio la obligó a retirarse. Otro día, con suerte, seguiría charlando con él.




Unas horas después, el sonido de unos nudillos contra la puerta la despertó. Ana abrió los ojos con lentitud, sintiendo el cansancio acumulado más pesado que nunca, y giró la cabeza hacia la entrada. Al otro lado del umbral, en compañía de Torres, Maggie esperaba respuesta.

—Ana, es la hora. Vamos, te estamos esperando.

—¿La hora de qué? —respondió ella. Consultó su crono: en la penumbra de la estancia, los dígitos brillaban tenuemente—. Oh, mierda...

—Te has dormido, ¿verdad? —Maggie volvió a golpear la puerta—. Ya sabía yo que ibas a caer... anda, date prisa, nosotros vamos subiendo. Es en la primera planta, salón Desierto. Ven cuanto antes, ¿de acuerdo?

Antes incluso de escuchar sus pasos alejarse, Ana ya estaba en pie, vistiéndose. El sueño había sido muy reparador, se sentía descansada y con la mente clara, pero necesitaba unos segundos para situarse y arreglarse.

Fue al baño a asearse.

Para la ocasión decidió ponerse unos pantalones ceñidos oscuros, unas sandalias planas blancas y una camisa vaporosa de tirante fino del mismo color. Se atusó el pelo con las manos frente al espejo, ignorando los mechones más ondulados, y se lo recogió en una coleta alta. Seguidamente, olvidando por completo el poco maquillaje que poseía, se ajustó el cinturón y salió de la estancia. Ya no usaba joyas, ni las echaba de menos. En su nueva etapa, Ana había aprendido a darle mayor importancia a la comodidad y utilidad que a la imagen.

Salió de la celda y se encaminó con rapidez al elevador, tratando de no pensar en lo claustrofóbico que era el pasillo. Una vez en la cabina, presionó el botón de la primera planta y aguardó a que las puertas volvieran a abrirse para salir. Ya arriba, se tomó unos segundos para orientarse. Ante ella había una amplia y vistosa encrucijada de tres caminos en cuyas paredes, además de decoración, había varios carteles direccionales en un lenguaje que no entendía. Se acercó unos pasos para verlos más de cerca. A diferencia de los pisos inferiores, allí se escuchaban voces, música y movimiento.

—¿Pero qué demonios...? —murmuró con impotencia—. ¿En qué maldito idioma está escrito?

Sin mayor respuesta que el ruido de fondo, Ana decidió probar suerte y eligió el camino de la derecha. Veinte metros más adelante, una tras otra, las puertas que daban acceso a los distintos salones permanecían totalmente cerradas, con sus comensales en su interior rompiendo el silencio reinante con sus carcajadas y voces.

Nuevamente, Ana intentó guiarse basándose en las placas de las puertas sin éxito. Cuanto más miraba los grabados, menos entendía su significado, y más nerviosa se ponía. El tiempo iba pasando y, aunque sabía que no corría prisa, no deseaba llegar más tarde.

Recorrió el corredor entero hasta encontrarse con otra encrucijada. Ana miró a un lado, miró a otro, se acercó al elevador que había en una de las paredes y se detuvo. La posibilidad de bajar a la recepción en busca de ayuda empezaba a rondar su cabeza.

Volvió a mirar hacia uno de los pasillos y frunció el ceño. Al final de éste había otra bifurcación. Y otra, y otra, y otra...

—¿Pero qué tamaño tiene esto?

El sonido de las puertas del elevador al abrirse captó su atención. Ana desvió la mirada hacia el recién llegado y, con agradecimiento, se acercó a la recepcionista de piel dorada que en aquel entonces ya cruzaba el umbral.

La mujer le dedicó una amplia y artificial sonrisa de dientes blancos.

—¿Puedo ayudarla?

—Busco el salón Desierto, me están esperando.

—Acompáñeme.

Unos minutos después la recepcionista la dejó ante la puerta del salón. Ana miró el cartel identificativo, intentó memorizarlo y, reconociendo varias de las voces que se salían de la sala, entró. Tal y como temía, era la última en llegar.

—Perdonad —se disculpó con una sonrisa avergonzada cruzándole el rostro—. Este sitio es tan inmenso, que...

—Tranquila. —Gorren se puso en pie para recibirla—. No eres la última. ¿Te has perdido? —Le tendió la mano para acompañarla hasta el asiento que le habían reservado, entre Helstrom y Marcos Torres—. Se me olvidó advertiros de que este hotel es el más grande de toda la ciudad.

Ana tomó asiento y comprobó con satisfacción la cantidad de copas y cubiertos que tenía ante sus ojos. La mesa ya estaba preparada para ocho comensales; seis por parte de Helstrom: Maggie, Elim, Leigh, Marcos, ella y el propio maestro, y dos para Gorren y su guardaespaldas. Había una cantidad de cubertería y cristalería alarmante: a cada lado del plato había cinco cuchillos y cinco tenedores, además de tres cucharillas. Dos vasos, tres copas y un platito circular con pastillas disolventes. Sobre la mesa había también varias botellas de vino aún sin abrir de aspecto polvoriento, bandejas de frutos secos, ensaladas de pasta seca y carne mezclada con aromatizantes.

—Os diría que esperásemos a mi hombre, pero es tan impredecible que es posible que ni se presente. Así pues... —Gorren abrió una botella y empezó a servir copas—. Aún es pronto para celebrar ningún éxito, así que propongo que brindemos por este encuentro. —Se puso en pie con la copa en alto. El resto le imitó—. ¡Por el viaje que nos espera!

—Aunque seguramente sea largo y peligroso —le secundó Helstrom—, saldremos victoriosos. Confío en ello. Rosseau debe ser eliminado.

—Por el viaje entonces —añadió Leigh con entusiasmo—. ¡Y por las nuevas y viejas amistades!

—Y por Sighrith —concluyó Marcos con decisión—. Y por nuestro Rey y nuestro Príncipe, estén donde estén.

El brindis inició una agradable velada en la que abundaba el buen ambiente. La comida resultó ser mucho más deliciosa de lo que habría cabido esperar. Hacía tiempo que Ana no disfrutaba tanto comiendo y bebiendo. Aquellos platos eran tan exóticos que el mero hecho de intentar adivinar qué estaba comiendo le resultaba todo un reto. Por suerte, había aprendido a no preguntarse nada. Ana simplemente disfrutó de la velada y sus cinco respectivos platos hasta que, servido ya el último de los tres postres, la puerta volvió a abrirse. Volvió la vista atrás, con la copa de vino en las manos y el sabor de la fruta dulce en los labios, y contempló con sorpresa la llegada del último invitado.

Alguien que logró hacerla enmudecer.

—¿Jaime? —Leigh, al otro lado de la mesa, se puso en pie con sorpresa—. Tú no eres Jaime. —Volvió la mirada hacia el maestro con el ceño fruncido—. ¿Gorren? ¿Qué pasa con Jaime?

Mientras Gorren le daba una respuesta que Ana no llegó a escuchar, ella observó en silencio al recién llegado acercarse a la mesa. Había pasado solo un año desde la última vez que se habían visto, pero había cambiado mucho. Tanto que, a pesar de la evidencia, le costó aceptar de quién se trataba.

—Llegas tarde, Armin —advirtió Gorren, poniéndose en pie. El maestro se situó a su lado, dispuesto a hacer las presentaciones. El resto de los presentes, a excepción de ella y Leigh, el cual parecía en shock, se puso en pie—. Ya casi hemos acabado.

—Estaba ocupado —respondió él con sencillez, indiferente.

—Ya, ya me imagino. Me vienes perfecto, íbamos a empezar ahora la reunión... Ven, te presentaré a los compañeros de Helstrom.

Gorren fue haciendo las presentaciones uno a uno. Para la mayoría, Armin Dewinter era un completo desconocido; un hombre cualquiera cuyo destino había acabado unido a los suyos por pura casualidad. Para Ana, sin embargo, significaba mucho.

Se puso en pie llegado su turno. Por el modo en el que Armin la miraba con sus ojos azules, comprendió que él ya esperaba aquel encuentro. Para Ana, en cambio, volver a verle era una sorpresa tan inesperada que solo fue capaz de sonreír.

Le tendió la mano.

—Se vuelven a cruzar nuestros caminos, Armin.

—Larkin —respondió él con brevedad.

Le estrechó la mano con frialdad, sin variar un ápice la expresión, y acudió a la silla vacía que tenía reservada junto a Gorren. Cogió su copa y le dio un sorbo.

Armin Dewinter había cambiado a lo largo de aquellos meses. Su mirada se había ensombrecido y su expresión se había endurecido, como si hubiese algo que le perturbara. Además, había perdido algo de peso, lo que provocaba que se le marcasen más los pómulos y el mentón. Llevaba el cabello más corto, prácticamente afeitado, y una ligera sombra de barba que hasta entonces nunca le había visto. El cambio más evidente, sin embargo, era que volvía a caminar. Bajo sus ropajes oscuros, un potente implante de última generación le ayudaba a mantenerse en equilibrio y poder avanzar tal y como un año atrás había hecho, como si nada hubiese sucedido.

Ana sintió una extraña mezcla de emociones aflorar en su interior. Los recuerdos de su hermano y lo vivido en Sighrith nunca habían llegado a abandonarla, pero en aquel entonces, con Armin ante sus ojos, le resultaban más vívidos que nunca. El asesinato en el salón de té, el galope en mitad de la noche, el miedo oprimiéndole el pecho al creer ser reconocida en el transbordador, el hielo quebrándose bajo sus pies... El sabor de la sangre regresó a su boca al recordarse a sí misma corriendo bosque a través tras el encuentro con el Pasajero. Atrás habían quedado Armin y su pierna herida, aquella que no lograrían salvar... y el disparo. El disparo que le arrebató la vida a Elspeth.

Cerró los ojos. Aún podía escuchar la detonación en lo más profundo de su ser. Aquella noche Ana había creído comprender que siempre había estado sola.

Ahora comprendía cuan equivocada había estado.

—Ana, ¿estás bien? —Escuchó susurrar a Helstrom a su lado—. ¿Necesitas salir?

—No —respondió. Abrió los ojos y, consciente de que solo él parecía haberse dado cuenta de su reacción, asintió con la cabeza—. Estoy bien, maestro. Perfecta.

Y no mentía. Ana cogió la copa de vino y le dio un sorbo, borrando así el amargo sabor de la sangre. Aunque su presencia le traía malos recuerdos, también traía otros tantos muy buenos. Sin él, seguramente no seguiría con vida a aquellas alturas.

—Antes de que empecemos... —Gorren desvió la mirada hacia Armin y éste asintió. A continuación, bajo la atenta mirada de todos los presentes, extrajo algo del bolsillo y lo depositó sobre la mesa, a la vista de todos. Ana rápidamente lo reconoció: se trataba de una burbuja de vacío—. Seamos precavidos. Aunque éste sea el hotel más seguro de la ciudad, no quiero sorpresas de última hora.

—Doce segundos —advirtió Armin.

—De acuerdo. —Gorren esbozó una sonrisa y durante el tiempo indicado permaneció en silencio, observando a los presentes. Finalmente, asintió—. Perfecto. Como ya sabéis todos, nuestra presencia en este planeta se debe a cierta documentación que recientemente ha sido descatalogada de la biblioteca de la Universidad de Ciencia y Química. Para aquellos que desconozcáis el dato, la expedición que acabó con la vida de Bastian Rosseau, e inició otras tantas, empieza aquí: en Helena. Se trataba de una expedición científica, es decir, hay un gran trabajo documental escrito de mano del propio Capitán. Un trabajo que nos interesa y necesitamos, ya que podría sernos de gran utilidad. Gracias a los sighrianos aquí presentes... —Hizo una inclinación de cabeza hacia Maggie, Elim y Marcos—, no nos enfrentamos a un viaje a ciegas: sabemos a dónde nos dirigimos y qué vamos a encontrarnos. No obstante, cuanto más sepamos, mejor. Es por ello por lo que mañana, al caer la noche, tres de los nuestros accederán a esa biblioteca y extraerán el material en cuestión. —Hizo una breve pausa—. Hasta donde sabemos, nuestro objetivo se encuentra en una de las cámaras "privadas", lo que complica las cosas. Vamos a emplear todos los métodos necesarios para conseguirlo a excepción de la violencia. —Los ojos de Gorren volaron momentáneamente hacia Armin al pronunciar aquella última palabra—. Este planeta, y más en concreto esta ciudad, como imagino que ya habréis notado, está estrechamente vigilada por las tropas de la Parente al mando, Signy Larsen. Ser descubiertos podría dar al traste con toda la operación y, probablemente, con nuestras vidas, por lo que os pido y exijo precaución. Nos jugamos mucho.

—El maestro Gorren está en lo cierto —prosiguió Helstrom con solemnidad—. Hemos estudiado la zona. Al tratarse de la biblioteca de una universidad ni él ni yo podemos acceder a ella; levantaríamos demasiadas sospechas. Por suerte, contamos con gente joven en nuestro equipo, por lo que hay otras opciones. Leigh, tal y como ya hablamos anteriormente, tú serás el encargado de abrir las puertas. Gracias a tu identificación como estudiante podremos acceder al recinto. Dewinter, tú le acompañarás: conoces la zona y en caso necesario podrías sacar al equipo de allí. Te necesitamos con los ojos muy abiertos.

—Hay bastante vigilancia —apuntó Armin—. Los alrededores están controlados, y no muy lejos de allí, a apenas un par de kilómetros, hay una comandancia. Al parecer, tanto la universidad como prácticamente todos los centros de interés de la ciudad han quedado en manos de las mujeres de la Parente. La guardia planetaria apenas tiene ya cabida en Helena.

—Hemos visto a varias de ellas en los hangares —apuntó Maggie—. ¿Son todas mujeres?

—Así es —confirmó Armin—. Hasta donde he podido saber, todos los miembros de Tempestad en este planeta son mujeres. Son fuertes, están bien preparadas y no razonan: mejor no cabrearlas.

Una sensación de orgullo se apoderó de las dos féminas de la mesa al escuchar aquella descripción. En su sociedad, sobre todo en los planetas más arcaicos como Sighrith, existía cierto recelo hacia las mujeres. Ana se había criado en un segundo plano, lejos del poder real, y al igual que ella, todas las mujeres de la familia. En Helena, sin embargo, aquella barrera no existía. Las mujeres no solo tenían el mismo peso que los hombres en la sociedad sino incluso más. Lástima que formasen parte del enemigo.

—Son un cuerpo de élite —intervino Leigh—. Las Hermanas Helénicas, se llaman, y tal y como ha dicho aquí el amigo Dewinter, son peligrosas. Son espléndidas tiradoras y disponen de un equipo de camuflaje con el que pueden llegar a ser indetectables.

—Ambos están en lo cierto —les secundó Helstrom. Sus ojos volaron hacia el más joven de la sala—. Es por ello por lo que es básico que seáis precavidos. Elim, quiero que tú también vayas. Junto con Leigh eres el de menor edad, por lo que tu presencia no levantará sospechas. Servirás de apoyo, ¿de acuerdo? El resto permaneceremos a la espera. Una vez tengamos la información, partiremos cuanto antes. Un robo de estas características no es un delito al que podamos enfrentarnos y salir impunes. Así pues, además de precaución, os pedimos celeridad. Debéis ser rápidos.

—Mañana por la mañana se celebrará una reunión con los participantes —prosiguió Gorren—. Tenemos varios mapas de la biblioteca y de la ciudad, así como planos con la posible localización de los datos. Torres, Maggie, Helstrom y yo estaremos en los alrededores. En caso de necesidad, os sacaremos de allí.

Todos los presentes asintieron, satisfechos con su papel en la operación. Ana, sin embargo, no pudo evitar sentir una desagradable sensación de incomprensión al no escuchar su nombre en ningún momento. Obviamente no podía compararse con miembros de Mandrágora activos o antiguos bellator; ni tenía sus cualidades ni su preparación. No obstante, su papel no le gustaba en absoluto. Ella también podía llegar a ser útil. Además, no había hecho un viaje tan largo para quedarse en la retaguardia. Aquello no iba con ella.

Frunció el ceño.

—¿Y qué pasa conmigo? Todos vais a participar de un modo u otro, pero yo...

—Ana. —Helstrom, a su lado, apoyó la mano sobre su hombro—. Tú también tienes un papel importante que jugar. Necesitamos que hagas de enlace entre la nave y el equipo. En caso de necesidad serás la que contactará con la capitana para informarle de que nos dirigimos hacia allí.

—¿Y eso no podría hacerlo cualquier otro? —Negó con la cabeza—. Soy joven: podría entrar en la biblioteca. Podría...

—No eres tan joven, querida —intervino Gorren en tono tajante—. Armin lleva unos días dejándose ver por los alrededores, para que su presencia allí no resulte tan repentina. Tú, en cambio, eres mayor que la mayoría de los estudiantes, y eres una cara totalmente nueva. —Negó con la cabeza—. Permanecerás aquí, en la sala común, a la espera. Más adelante participarás en otras misiones activamente tal y como hiciste en Valash, pero ahora te necesitamos en la retaguardia.

Ana abrió mucho los ojos, dispuesta a luchar por su participación hasta el final, pero Helstrom lo impidió presionando suavemente su hombro. Furiosa, volvió la mirada hacia él, con la impotencia reflejada en la mirada, y durante unos segundos esperó una respuesta. Esperó un gesto, una señal... Algo.

Creyó leer en sus labios palabras de paz, de sosiego... de calma. Aunque no participase en aquella operación, lo haría en otras tantas. Era un miembro útil del equipo, y ella era consciente de ello. Todos lo eran... pero tenía que calmarse. Tenía que aceptar y acatar las órdenes; comportarse como una más...

Ana respiró fondo y asintió con la cabeza. Aunque le doliese, sabía que no era el momento ni el lugar para mostrar abiertamente su rebeldía.

—Seguiremos con esta reunión mañana a las ocho —sentenció Gorren—. Leigh, Armin, Elim, cuento con vosotros. Con el resto nos reuniremos por la tarde, después de la comida. Hasta entonces tenéis tiempo libre, disfrutad de las horas que nos quedan en el planeta. Una vez abandonemos Helena, me temo que vamos a tardar bastante en volver a la civilización. Eso sí, estad localizables y comportaos. No quiero sorpresas.




Quince minutos después de acabar la reunión, Ana salió de su celda ataviada con un vestido vaporoso de color blanco anudado a la cintura. Su idea inicial para aquella noche había sido la de permanecer en su alcoba disfrutando de sus comodidades, pero la expresión de tristeza con la que Leigh había acudido a su encuentro nada más salir del salón Desierto le había hecho cambiar de plan. Su compañero necesitaba salir, que le diese un poco el aire, y no iba a dejarle solo. Así pues, Ana salió a su encuentro. Atravesó la sala común con paso rápido, pasando por delante de los sillones donde Maggie y Marcos charlaban animadamente, y se detuvo frente a la puerta de Leigh.

No muy lejos de allí, acomodado en otro sillón, pero a cierta distancia del resto, Armin hacía aquello que siempre le había visto hacer desde el primer día: limpiar la mirilla de su arma. Ana le miró durante unos segundos, pensativa, y finalmente se acercó un par de pasos.

—A mí no puedes engañarme —dijo Armin de repente, deteniendo así su avance. Alzó la mirada y la fijó en Ana—. No te conozco demasiado, pero sé lo suficiente sobre ti como para saber que, si has llegado hasta aquí, no te vas a quedar de brazos cruzados.

Una sonrisa de reconocimiento asomó en sus labios.

—Puede que haya cambiado —se excusó.

—Podría ser, desde luego... pero no lo has hecho. Tu cara sigue siendo un libro abierto para mí, Ana.

—¿Y eso qué significa? ¿Es tu forma de ayudarme?

—¿Ayudarte? —Armin volvió a fijar la atención en la mirilla—. Ayúdate a ti misma y obedece. Por cierto, te están esperando.

Al volver la vista atrás, Ana descubrió que Leigh ya estaba preparado. Aquella noche se había vestido de negro, con una elegante camisa que endurecía ligeramente su rostro aniñado. Ana le dedicó una sonrisa, apreciativa, y juntos se encaminaron juntos hacia la puerta de salida. Una vez fuera, ya de camino a los elevadores, Leigh volvió la mirada atrás, dubitativo.

—¿Quién es ese tipo? ¿De qué le conoces?

—¿A Armin? —Ana se detuvo en seco, pensativa. Había muchas respuestas a aquella pregunta, pero tan solo una que realmente valiese la pena escuchar—. Él mató a Elspeth.

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