Capítulo 44
Capítulo 44
Una hora después de que Ana saliese de la pirámide, llegaron los refuerzos. Primero solo fueron unas cuantas personas, poco más de una docena; después, con el transcurso del día, el número se fue multiplicando hasta que, alcanzado el medio día, prácticamente toda la tripulación de la "Pandemonium" se encontraba en la ladera de espigas azules.
Sentada a los pies del árbol junto al cual horas atrás había encontrado el cuerpo de Helstrom, Ana observaba en silencio cómo las pirámides, una a una, iban siendo destruidas. Desde la lejanía no podía escuchar las detonaciones, pero sí ver las columnas de humo que, poco a poco, habían ido tiñendo de oscuridad el cielo azulado de K-12. También veía a sus compañeros ir y venir de una estructura a otra, gritarse órdenes e, incluso, intercambiar alguna que otra carcajada.
Después de una operación como aquella, haber conseguido un éxito tan rotundo era algo a celebrar. Ana era consciente de ello. No obstante, incluso así, la joven no podía evitar sentir un enorme vacío en lo más profundo de su ser. El santuario del Capitán había sido destruido, sí, con lo que todo aquello comportaba. Sin embargo, muchos habían sido los amigos que había dejado atrás en el camino, y por mucho que lo intentaba, no lograba quitárselos de la cabeza. Marcos Torres, siempre tan atento y cercano, aunque siempre en la sombra; Maggie Dawson y su eterna sonrisa, aquella que siempre le acompañaba estuviese donde estuviese, y el maestro; su querido y venerado maestro Alexius Helstrom, aquél que tanto le había enseñado y gracias al cual aún estaba viva.
Aquél que la había recogido siendo una niña asustada a la que le había dado la espalda su familia y que había convertido en la mujer que en aquel entonces era.
Ana jamás podría olvidar todo lo que aquel hombre había hecho por ella. Jamás.
Había quien añadía también a Leigh Tauber a la lista de fallecidos. El joven había caído durante el enfrentamiento a los Pasajeros en el interior de la pirámide, y aunque aún su corazón no había dado el último latido, muchos daban por sentado de que no tardaría en hacerlo. Ana, sin embargo, se aferraba a la esperanza de que, de alguna forma, lograse sobrevivir. Su amigo era demasiado fuerte como para morir de aquel triste modo... además, aún había tanto por hacer...
Leigh y el cuerpo del maestro Helstrom habían sido los únicos evacuados a la "Pandemonium". A pesar de la insistencia de Havelock, Ana había decidido quedarse hasta el último momento en la ladera, contemplan todo cuanto sucedía, y gracias a la ayuda del maestro Gorren lo había conseguido. Tal y como había asegurado Philip, todos los agentes de Mandrágora capacitados debían permanecer allí hasta el final de la operación, y ella, por supuesto, no era menos. Después de lo ocurrido, la joven se había ganado su puesto a pulso.
El maestro y Armin también habían rechazado ser evacuados, aunque, a diferencia de Ana, ellos sí que se encontraban en los alrededores de las pirámides, trabajando arduamente junto al resto de colaboradores en su destrucción total. A aquellos dos hombres no parecía haber nada capaz de detenerles, y mucho menos las heridas o los golpes.
Mandrágora era muy afortunada de contar con agentes tan valientes como ellos.
Y con Tiamat, por supuesto. El alienígena, a pesar de todo lo sucedido, seguía en primera fila, ayudando en todo lo que podía sin importarle que, semanas atrás, el propio Armin hubiese intentado asesinarle. Al parecer, su sentido del honor y la lealtad iba más allá de una simple regañina, tal y como a él le gustaba definir aquel intenso momento. A Ana le costaba entender sus motivaciones, pero incluso así agradecía su presencia. Sin él, jamás habrían podido vencer.
De hecho, todos habían sido necesarios para conseguir la victoria. Los dalianos que les habían acompañado, sus queridos sighrianos, los maestros, Tiamat, Leigh, Armin... incluso ella. Juntos habían formado un equipo perfecto gracias al cual, al fin, vencer al Capitán se había convertido en una posibilidad real.
Resultaba increíble pensar que jamás volverían a juntarse.
Demasiado injusto... demasiado doloroso.
El viaje a K-12 marcaría un antes y un después en la vida de todos.
Caído el atardecer, una figura surgió de entre las espigas azuladas y acudió a su encuentro. Ana le había visto anteriormente, desde la lejanía, pero no había sido hasta entonces que al fin habían estado lo suficientemente cerca como para poder saludarse.
La joven aguardó sentada en el suelo a que éste se acercase con paso firme y, una vez de pie a su lado, alzó la mirada hacia él. Elim Tilmaz tenía el rostro ensombrecido por el cansancio y la tristeza, pero parecía bastante sereno. Mucho más sereno de lo que cabría esperar de alguien de su edad al que la desdicha acababa de arrebatar a sus compañeros de batalla.
El joven se acuclilló frente a ella. Ana no podía culparle por haber cumplido órdenes y haberse quedado atrás, en el mismo campo dónde ella había desaparecido, pero no podía evitar preguntarse si el resultado no habría sido diferente de haber estado él a su lado.
—Debemos regresar: lo ordena el maestro.
—¿Nos vamos ya?
—Sí; todas las pirámides están en llamas, así que ha llegado la hora de abandonar el planeta. Nuestra misión aquí ha acabado.
—Entiendo.
Ana tomó la mano de Elim cuando éste se la ofreció y se puso en pie. Tenía los músculos entumecidos de haber pasado tantas horas sentada y sentía la fatiga presionarle el pecho, dificultándole así la respiración, pero incluso así se sentía mucho mejor que horas atrás.
El descanso le había ido bien para serenarse.
—¿Nos vamos todos? —preguntó, poniéndose ya en camino.
—Sí. Vamos, te llevaré hasta...
—Puedo ir sola, tranquilo —interrumpió Ana, adelantándose un par de metros más—. Sé dónde está el punto de evacuación.
—Por supuesto que puedes ir sola —admitió Elim. El joven se adelantó unos pasos hasta alcanzarla y, sin detenerse, le cogió de la mano—, pero quiero que vayamos juntos. Aunque te cueste creerlo, yo también me siento muy solo ahora mismo.
El proceso de evacuación les llevó casi cinco horas; un tiempo dolorosamente largo en el que Ana no pudo evitar que el cansancio y la tristeza la arrastrasen a un estado de silencio permanente en el que los recuerdos no dejaron de acosarla. Una vez alcanzado el campamento principal, Dale Gordon la recibió y acompañó hasta la rampa de acceso a la "Pandemonium", lugar en el que nadie la estaba esperando. La joven pasó entre el grupo de tripulación que aguardaba la llegada de otros compañeros en silencio, tratando de pasar lo más desapercibida posible, y no se detuvo hasta alcanzar su camarote.
Ana se metió en la ducha vestida y encendió el grifo del agua caliente. Cerró los ojos. Más que nunca, la joven necesitaba pensar, llorar y olvidar; necesitaba enfrentarse a los acontecimientos y superarlos para poder seguir adelante, para poder rehacerse a sí misma.
Y necesitaba hacerlo a solas.
Una hora después, Armin, Gorren y Tiamat llegaron al campamento. El joven acompañó al alienígena y a su maestro hasta la rampa de acceso y, una vez asegurado de que iban directamente hacia la cubierta médica, se encaminó hacia el núcleo de gente dónde, en completo silencio y la expresión tan neutra como de costumbre, se encontraba Vel Nikopolidis.
Ella era la única que había acudido a su encuentro.
—Tienes muy mal aspecto, Dewinter —dijo la mujer a modo de saludo—. Mis padres deberían verte esas heridas y quemaduras.
—Iré más tarde —aseguró él—. ¿Sabes algo de Leigh Tauber? Le evacuaron hace bastantes horas.
—¿El muchacho de pelo castaño que tenía decenas de huesos rotos?
El joven asintió con pesar. El mero hecho de recordar cómo había quedado el cuerpo de Leigh tras haber sido lanzado por el Pasajero escaleras abajo le causaba escalofríos.
Habría dado cualquier cosa por haber logrado detenerle a tiempo.
—El mismo.
—Lo desconozco. Sé que lo llevaron directamente a la sala de operaciones, pero no sé cuál ha sido el resultado. Imagino que habrá muerto.
Armin asintió con la cabeza, pero no respondió. Aunque Vel estaba siendo algo brusca, como de costumbre, no la culpaba por ello. En su lugar, él probablemente hubiese imagino lo mismo. Alguien en el estado de Leigh no podría sobrevivir...
Claro que Tauber no era precisamente un cualquiera. Teniendo en cuenta lo tozudo y pesado que podía llegar a ser, Armin tenía esperanza de que, de alguna forma, lograse la forma de aferrarse a la vida.
Aquel muchacho, muy a su pesar, aún tenía mucho por decir.
—¿Y de Ana Larkin? ¿Sabes algo de ella? Me refiero a la chica rubia que a veces...
—Sé quién es Ana Larkin, Dewinter. —Vel ladeó ligeramente la cabeza, logrando así que su larga cabellera negra ondease a sus espaldas—. La vi entrar hace una hora. Me miró, pero creo que no me vio. Parecía aturdida.
—Ya... de acuerdo, gracias, Vel.
Armin hizo amago de retirarse hacia el interior de la nave, dispuesto a seguir investigando sobre el estado de salud de Leigh y, probablemente, pasarse por la cubierta médica, pero antes de que lograse hacerlo la mujer le detuvo tomándole por el antebrazo.
—Espera, Dewinter.
Sorprendido, el hombre volvió la mirada hacia ella. Nikopolidis, al igual que él, no era una persona que acostumbrase a mantener contacto físico con nadie, y mucho menos en aquel tipo de situaciones.
Arqueó ligeramente las cejas.
—¿Sucede algo?
—Hace unas horas, unos minutos después de que Tauber fuese evacuado, apareció alguien en el taller. No sé cómo ha logrado entrar, pero lo he encerrado dentro de la sala. Y sé que te gusta tan poco como a mí, pero tienes que llevártelo.
—¿Llevármelo? ¿De quién demonios hablas?
El animal aguardaba encima de su mesa de trabajo, con las piernas estiradas y los brazos caídos en los laterales. Su expresión era triste, al igual que sus pequeños ojillos oscuros.
Tan pronto la puerta se abrió, se puso en pie, expectante. Llevaba horas esperando a oscuras, y aunque anteriormente había recibido la visita de la mujer humana, no era ella a quién buscaba. Su semblante apático no despertaba seguridad alguna en él.
El animal aguardó con nerviosismo unos segundos más, a la espera de poder ver al recién llegado. Pronto descubrió que no se trataba de su querido dueño, pero al menos su rostro le resultaba muchísimo más familiar. Correteó sobre la mesa a cuatro patas hasta alcanzar la esquina y, aún a un par de metros de distancia, saltó sobre el regazo del humano de pelo claro. Éste, perplejo, apenas tuvo tiempo a reaccionar. El simio se aferró a su pechera, trepó por su superficie ayudándose del brazo y no se detuvo hasta alcanzar el hombro, lugar en el que se acomodó, con la cola rodeándole la nuca.
Empezó a temblar. Por su aspecto, era evidente que el animal no había corrido mejor suerte en el bosque que Armin y los suyos.
—Apareció de la nada —explicó Vel desde la puerta, con los brazos tatuados cruzados sobre el pecho—. No me gusta: sácalo de aquí.
—A mí tampoco me gusta.
Armin intentó quitárselo de encima cogiéndolo por la cola, pero el mono la apartó ágilmente, aferrándose con furia a su cuello con las patas. Apretó el rostro contra su piel.
—Demonios, ¡qué asco! —exclamó aferrando al animal por la cintura.
Tiró de él con fuerza, tratando de despegarlo, pero únicamente logró que le arañase el cuello. Dewinter soltó una maldición, furioso, y forcejeó con el animal un poco más, pero finalmente decidió darse por vencido. Ni tenía fuerzas ni ganas de más problemas, y mucho menos con aquella mala bestia de uñas afiladas.
—Tienes que llevártelo, no lo quiero aquí.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer con él?
—Es de tu amigo: arréglatelas.
—¿Mi amigo?
Ni tan siquiera escuchó la respuesta; no lo necesitaba. Por supuesto que era su amigo.
Intentó cogerlo de nuevo sin éxito. El animal no estaba dispuesto a soltarse bajo ningún concepto. Dándose por vencido, Armin decidió dejarle.
—De acuerdo, yo me ocupo... mi hermano sabrá cómo cuidarlo.
—¿Tu hermano? ¿Qué quieres decir con tu hermano?
Vel parpadeó con cierta perplejidad, sorprendida ante su respuesta. De todas las posibles, aquella era la que menos esperaba escuchar.
Entró en el taller y cerró la puerta tras de sí.
—No lo entiendo. ¿Tu hermano vive en Egglatur?
—No.
—Pero esta nave se dirige hacia Egglatur.
—Lo sé.
La mujer le mantuvo la mirada durante unos instantes, desconcertada. Su semblante apenas había variado, pero el brillo de sus ojos evidenciaba la profunda confusión que sentía. Una vez despegase la nave, ya no habría vuelta atrás: viajarían hasta Egglatur, tal y como deberían haber hecho semanas atrás, y nada ni nadie podría detenerles.
Aquello, al menos para ella, no tenía sentido. Para Armin, sin embargo, las piezas encajaban mejor que nunca.
—No lo entiendo.
Era normal. Ni ella lo entendía, ni probablemente nadie lo haría, pero era necesario. Los Dewinter siempre cumplían con sus promesas, y mucho más cuando se le hacía a un miembro del clan.
—Cuando llegue el momento, lo harás.
Las siguientes semanas pasaron con rapidez. Concentrados completamente en su propia recuperación, los supervivientes de la expedición apenas salían de sus camarotes. Diariamente recibían la visita de los cirujanos de a bordo, así que en la mayoría de casos no necesitaban acudir a la cubierta. A pesar de ello, Gorren y Armin solían ir cada mañana para realizarse los chequeos pertinentes. El primero iba para realizarse las pruebas necesarias para la futura implantación del ojo que había perdido; el segundo para que la evolución de sus quemaduras pudiesen ser evaluadas. Aquellas visitas les permitían romper un poco con el encierro voluntario al que se habían visto sometidos. Ambos necesitaban tiempo para reflexionar sobre todo lo ocurrido, y tan solo en la soledad de su camarote lograban hacerlo. No obstante, de vez en cuando les iba bien volver a la realidad y relacionarse con la tripulación.
Al igual que sus compañeros, Ana también visitaba la cubierta médica a diario, aunque únicamente para permanecer durante horas en la misma sala dónde, semanas atrás, Alexius y Armin habían estado esperando su recuperación. Tras haber pasado veinticuatro horas en los quirófanos, los doctores habían logrado estabilizar a Leigh. Su vida, según decían, estaba ya en manos de la Serpiente, así que tan solo quedaba esperar. Esperar a que se recuperase y abriese los ojos o, simple y llanamente, su vida acabase apagándose para siempre. Hasta entonces, de pie frente al tanque de rehabilitación, Ana pasaba el mayor número de horas posibles, a la espera, rezando a un dios en el que no creía. Cada noche, antes de retirarse juntos a descansar, Armin pasaba un rato con ella, haciéndole compañía. Normalmente traía consigo al simio de Leigh, que enloquecía cada vez que veía a su dueño, y se quedaba en silencio, observando al paciente.
A Ana le gustaba preguntarse si les estaría viendo desde el otro lado del cristal, y en caso de ser así, qué estaría pensando. Conociendo a Leigh, estaría satisfecho por ser el centro de atención, desde luego, aunque aún más de que hubiesen sobrevivido.
—¿Crees que volverá? —preguntó Ana el quinto día de viaje.
A su lado, Armin negó suavemente con la cabeza.
—¿Acaso se ha ido?
—Supongo que no... pero incluso así le echo de menos.
—Paciencia, tarde o temprano despertará: es cuestión de tiempo.
Dos semanas después de abandonar K-12, la "Pandemonium" alcanzó los hangares del lejano "Dragón Gris". El destino acordado era claro, Egglatur, pero antes de embarcarse en un viaje que les llevaría muchas semanas de viaje por el espacio necesitaban hacer una última pausa para llenar las bodegas de suministros, así que tras mucho deliberar el capitán y sus hombres optaron por elegir la localización como base de operaciones.
Una vez finalizase el proceso de repostaje, la nave levaría anclas y no volvería a detenerse hasta alcanzar su objetivo.
—Una hora —advirtió Havelock a Ana antes de que se adentrase en la rampa de descenso al final de la cual la esperaban Gorren, Tiamat y Dewinter—. Ni un minuto más: si no apareces, iré a por ti.
—No hará falta, te lo aseguro —respondió ella con seguridad—. Volveré mucho antes de lo que crees.
—Ana, por favor, se lo prometí a tu abuelo...
—Y cumplirás con tu promesa, te lo aseguro. Tan solo necesito unos minutos, ¿de acuerdo?
Visiblemente desconfiado, David Havelock volvió la mirada hacia el trío que aguardaba al final de la pasarela. Ninguno de los tres le estaba mirando directamente, pero sabía que estaban muy atentos. Incluso perteneciendo a la misma organización, todo lo ocurrido a lo largo de aquellas semanas había generado una gran desconfianza entre la tripulación de la "Pandemonium".
—Ana...
—Confía en mí.
Antes de que se pudiese arrepentir, la joven recorrió la rampa a paso rápido. Se despidió con un ligero ademán de cabeza de los dos jóvenes dalianos que al final de ésta apilaban cajas vacías para próximamente llenarlas con bidones de combustible y no se detuvo hasta alcanzar a sus compañeros. Una vez juntos, se alejaron de la zona de los hangares con paso tranquilo.
Un rato después, ya en las populosas callejuelas que rodeaban los accesos al depósito de naves, se encaminaron hacia una pequeña plataforma giratoria desde lo alto de la cual se podían disfrutar de las vistas del lugar. El mirador, aunque de reducidas dimensiones y con acabados de aspecto poco fiable, resultaba acogedor. Además, estaba sorprendentemente vacío, así que gozarían de cierta intimidad.
Se detuvieron junto a la barandilla dorada de seguridad. A una distancia prudencial, una anciana de cabello dorado ya entrecano observaba con los ojos soñadores el horizonte en compañía de una jovencita de menos de diez años.
—Tiamat cuidará de ti, Larkin —exclamó Gorren, rompiendo así el silencio que a lo largo de todos aquellos días de viaje había habido respecto al tema que se proponían tratar—. Tilmaz también ha accedido a acompañarte a Egglatur, así que no hay de qué temer. Havelock y el capitán Turner son de confianza.
—Eso parece, desde luego —admitió Ana con cierta tristeza—. Estaré bien.
—Volveremos pronto, te lo aseguro —prosiguió—. Nuestra idea es reunirnos con los maestros de la división Azul en el sector Scatha e informarles sobre la situación en K-12 y el éxito obtenido. Si la teoría de Tauber es cierta y ahora que el Capitán ha sido debilitado, no podemos seguir perdiendo el tiempo.
—El muchacho estaba en lo cierto, Philip —aportó Tiamat con severidad—. Es el momento de atacar: el Capitán jamás ha sido tan débil. Sin un santuario al que regresar, su muerte puede ser definitiva.
—Más razón aún para ser lo más rápidos posible. Lo entiendes, ¿verdad, Larkin?
Ana asintió con la cabeza, incapaz de disimular su melancolía. La joven conocía su destino desde hacía ya mucho tiempo; Florian Dahl había ordenado que la llevasen a Egglatur, ante su presencia, y así iba a ser. Después de todo lo que había hecho la tripulación de la "Pandemonium" por ellos, no podía negarse a ello. Sin embargo, Ana deseaba volver al sector Scatha, junto a Gorren y Dewinter, y enfrentarse cara a cara al Capitán lo antes posible. El tiempo jugaba en su contra. Lamentablemente, no le quedaba otra alternativa que aceptar su destino y valorar todo lo positivo que aquel viaje podría aportarle. Ana dispondría del tiempo suficiente para recuperarse de sus heridas, tanto físicas como mentales, acompañaría a Leigh hasta un lugar seguro en el cual poder intentar recuperarse, y conocería al único familiar que le quedaba con vida; razones más que suficientes para alegrarse ante la decisión pero que, irónicamente, no lograban aliviar del todo su pesar.
Ana no quería separarse de ellos.
Se obligó a si misma a mantenerse firme. Tal y como aseguraba el maestro, pronto volverían a ver, así que tenía que mantener la moral lo más alta posible.
—Quiero participar, maestro —le recordó Ana—. Necesito participar.
—Lo sé, y te doy mi palabra que volveremos a por ti. No sé cuánto tardaremos, pero lo haremos, te lo aseguro.
—¿Lo jura?
—Veo que no te fías... haces bien. —Gorren cogió su mano y la estrechó con suavidad—. Te juro por mi alma que haré todo lo que esté en mis manos por acabar de una vez por todas con el Capitán, Ana, y para ello te necesito. Ese don tuyo nos puede ser muy útil. —El hombre entrecerró los ojos—. No pienso permitir que lo ocurrido en K-12 caiga en el olvido.
La joven asintió, convencida, y se despidió de él con un abrazo. Su relación con el maestro Gorren nunca había sido todo lo cercana que le hubiese gustado, pero en aquel entonces, tras la pérdida de Alexius y de Leigh, él y su equipo se había convertido en lo más parecido que tenía a una familia.
Besó su mejilla.
—Le estaré esperando.
Tras asentir con la cabeza, Gorren se llevó a Tiamat a una distancia prudencial para dejar que los dos jóvenes se despidieran con un mínimo de intimidad. Por el momento el alienígena se quedaría con ella y Elim, pero no solo como niñera. Su misión, por supuesto, iba mucho más allá.
Ya a solas, Ana extendió la mano hasta el hombro de Armin, allí donde el mono de Leigh tan cómodo parecía sentirse, y le acarició la cabeza.
—¿Irás al nombramiento de tu hermano?
—Se lo prometí.
—Felicítale de mi parte.
Armin asintió con suavidad, visiblemente incómodo. Ni le gustaba el lugar en el que se encontraban, lleno de gente, luces y ruido, ni la situación. De haber podido elegir, todo habría sido totalmente distinto.
Se acercó un poco más a Ana, hasta quedar cara a cara, y bajó el tono de voz, confidencial. Se aseguró de que nadie, ni tan siquiera la anciana, les estuviese observando antes de hablar.
—No confíes en nadie. He investigado al tal Dahl, y parece estar limpio, pero tengo mis propias sospechas.
—Iré con cuidado, tranquilo.
—Si descubres o notas algo extraño, desaparece.
—Oh, vamos, Armin...
—Hazlo.
El hombre alzó la mano hasta alcanzar su mentón y depositó un rápido beso en su frente, con disimulo.
—Te sacaré de allí lo antes posible —le susurró al oído.
—No te pongas así, no voy en calidad de prisionera...
Armin entrecerró los ojos, receloso, y bajó aún más el tono de voz.
—Demonios, Ana, Si no fueras una prisionera podrías venir con nosotros tal y como el maestro ha pedido. —Negó con la cabeza—. Pero no se lo han concedido, así que, al menos para mí, eres una prisionera.
—Oh, vamos... David solo quiere cumplir con su misión; es lo que acordamos.
—¿David?
Armin frunció el ceño, aún más incómodo, y no añadió nada más. Simplemente volvió la vista atrás, hacia donde se encontraba Gorren, como si acabase de escuchar algo, y asintió con la cabeza, obediente.
Había llegado el momento.
—No confíes en nadie.
—Te estás volviendo paranoico.
—¿Paranoico! ¡Maldita sea, Ana! ¡Hazme caso! En nadie, ¿de acuerdo?, en nadie.
Se mantuvieron la mirada durante unos segundos, en silencio. Pocas veces le había visto tan tenso como en aquel entonces.
Ana cogió su mano y la estrechó con suavidad, tratando de mostrarse lo más cercana posible. El mero hecho de verle en aquel estado lograba asustarla.
—Tranquilo, estaré bien —le aseguró en apenas un susurro—. No confiaré en nadie, te lo prometo.
—No me falles; ya no podemos confiar en absolutamente nadie.
—¿Ni tan siquiera el uno en el otro?
Aunque le hubiese gustado que se relajase; arrancarle una sonrisa con aquel comentario que pretendía ser jocoso, no lo consiguió. Armin apretó los labios, obligándose así a mantener guardado el secreto que Tauber le había revelado y, con una expresión lúgubre en el rostro que durante varias noches la atormentaría, negó con la cabeza.
—En nadie.
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