Capítulo 4
Capítulo 4
El viaje transcurrió mucho más rápido de lo esperado. Concentrada en sus entrenamientos con el maestro Helstrom, Torres y la capitana Lagos, Ana pasaba los días yendo y viniendo de un lado a otro, sin apenas tiempo para descansar. La rutina le iba bien para mantener la cabeza ocupada, y antes incluso de darse cuenta de ello, ya volvía a sonreír como hacía tiempo que no hacía. Los causantes de su buen humor, además de los buenos resultados, eran sus compañeros de viaje. Ana apenas disponía de tiempo para estar con ellos, las pocas horas libres que tenía las pasaba en su celda, descansando; no obstante, las horas que pasaban en común, normalmente para desayunar, comer o cenar, las disfrutaba enormemente. Sus compañeros eran auténticos diamantes en bruto a los que, poco a poco, estaba descubriendo.
Helstrom se encargó de ayudarla a controlar su expresividad. A pesar tener una mente brillante a la hora de memorizar datos y desarrollar su lógica, Ana poseía un problema muy habitual en las personas de sus características, y éste radicaba principalmente en que la parte emocional de su cerebro estaba descontrolada. Según el maestro, aquello era normal. Ana había vivido en unas circunstancias muy privilegiadas en las que no había necesitado nunca controlar sus emociones. Si la princesa quería gritar, llorar o reír, lo hacía sin que nadie se lo impidiese. Había sido totalmente libre, y como tal se había comportado. Con el cambio de circunstancias, sin embargo, aquella libertad se había convertido en un auténtico hándicap. Para poder formar parte de la expedición era necesario que tuviese total autocontrol, y a base de esfuerzo y entrenamiento lo estaba logrando. Ahora era mucho menos exigente y vehemente. Había aprendido a saber cuándo debía permanecer en silencio y cuándo hablar. Además, era capaz de canalizar sus emociones. La ira ya no nublaba su mente, ni el llanto su mirada. Ana había aprendido a dominar su instinto, y poco a poco se estaba convirtiendo en una mujer de carácter pausado y tranquilo, al menos en apariencia. No obstante, aunque sus avances en la materia eran muchos, seguía siendo demasiado expresiva. Sus ojos revelaban todo aquello que su mente lograba silenciar, y aquello era un problema...
Por suerte, tenía solución.
Ana pasaba a diario ocho horas con el maestro, acompañándole en todo momento y cumpliendo con todo lo que éste le pedía. Durante los primeros días, los ejercicios en sí no habían resultado ser demasiado complicados. El esfuerzo psicológico la agotaba, pero notaba los avances, por lo que no perdía el ánimo. A partir del catorceavo día las cosas se complicaron, los ejercicios se endurecieron y el ritmo de avance se vio notablemente afectado. Afortunadamente, siempre a su lado, Helstrom no dejó que perdiera la motivación. Él creía en Ana, y cada vez que ésta perdía la confianza en sí misma, así se lo hacía saber.
—Ya has hecho lo difícil, Ana. Ahora es cuestión de que no pierdas la concentración.
Para el maestro la concentración era la clave del éxito, y no se equivocaba. De hecho, era difícil que el maestro se equivocase en algo. De todos los hombres que había conocido a lo largo de su vida, él era uno de los más sabios.
Se sentía afortunada de poder compartir tantas horas a su lado.
Por las tardes, Ana se reunía con Marcos Torres en la sala de entrenamiento para mejorar sus técnicas de combate. A diferencia del resto de miembros de la nave, la joven no había recibido adiestramiento con ningún tipo de armas durante su juventud. Su hermano Elspeth le había enseñado un par de trucos, pero poco más. Cuando realmente había aprendido lo básico para sobrevivir había sido durante su viaje de huida del castillo. En aquel entonces, sin más remedio que utilizar la pistola para defenderse, Ana había aprendido a apuntar y disparar. Consciente de ello, Marcos había decidido enseñarle no solo a utilizarla, a limpiarla y cargarla, sino también a combinarla con otras armas. Además, Torres le había explicado las claves para esconderse con éxito, a esquivar golpes y trepar muros. Le había mostrado las técnicas básicas de supervivencia, desde encender fuego a encontrar agua, a conducir vehículos terrestres y, por encima de todo, defensa propia.
Durante todo aquel tiempo Ana mejoró su forma física. Su objetivo no era convertirse en un bellum, pero necesitaba estar bien físicamente para el reto al que se enfrentaban. Además, quería dejar de depender de otros. Después de lo vivido en Sighrith, Ana había aprendido la importancia de poder defenderse sola.
—Tienes puntería, Ana. Si no fuera porque te conozco diría que me escondes algo. ¿Estás segura de que no habías hecho esto antes?
A pesar de su aspecto rudo, musculoso, con la cabeza afeitada y los ojos oscuros siempre fieros, Marcos Torres trataba con cariño y respeto a Ana. Al igual que los otros bellator que le acompañaban, Maggie Dawson y Elim Tilmaz, el antiguo soldado parecía tener la necesidad de cuidar de la hermana de su antiguo superior. La escuchaba las pocas veces que le hablaba de algo que no fuese las pistolas, la animaba cuando fallaba y respetaba sus silencios. Incluso a veces la aconsejaba en temas personales, aunque nunca se atrevía a profundizar demasiado en ninguna cuestión. Simplemente estaba allí, para servirla cuando lo necesitase, y para protegerla con su vida si así fuese necesario.
Por último, los días que el cansancio se lo permitía, Ana visitaba a la capitana Lagos en el puente de mando. Con ella el aprendizaje no era fácil, pero el trato era tan cordial y cercano que, desde un principio, la capitana se había convertido en su confesora. Ana le confiaba sus inquietudes, y ella le daba consejos que, aunque en la mayoría de las ocasiones no seguía, servían para calmar su malestar.
Cuatro días antes de alcanzar su objetivo, el maestro Alexius Helstrom les reunió a todos en una pequeña sala de proyecciones para informarles sobre los planes. Tal y como ya había informado a Ana, antes de adentrarse en las profundidades del sistema Ariangard, la "Estrella de plata" iba a realizar una última parada en el planeta Helena para conseguir cierta documentación que se guardaba en la biblioteca de su universidad.
—Así que estudiaste en la Universidad de Ciencia y Química, eh. No tienes pinta de científico precisamente, pequeñín.
—¿Y qué cara se supone que tienen los científicos?
Tras la reunión, Maggie y Leigh se habían quedado en el pasillo, charlando animadamente. Hacía días que insistían en que pasara un rato con ellos, que se relajara y hablasen tranquilamente, pero hasta entonces no había tenido ocasión alguna. Ana era una persona demasiado ocupada. En aquel entonces, sin embargo, con las clases con Helstrom anuladas debido a la reunión, disponía por primera vez en casi un mes de unas cuantas horas libres y quería hacer un buen uso de ellas.
Salió al pasillo donde la esperaban. Hasta donde había podido saber, Leigh se había integrado perfectamente con los sighrianos. Al joven le gustaba hablar, reír, beber y jugar a las cartas, por lo que resultaba muy fácil relacionarse con él.
—Eh, Ana, ¿a que no tiene cara de científico?
Maggie le rodeó los hombros con el brazo para impedir que pudiese escapar de la conversación. La bellum seguía luciendo su cabello azul eléctrico tan llamativo como el primer día, aunque empezaba a plantearse la posibilidad de oscurecérselo. A Ana no le gustaba demasiado, pues en su planeta no eran demasiado comunes aquel tipo de excesos, pero no se la imaginaba de ninguna otra forma. Aquel peinado y los ojos rosados formaban parte de ella.
—Yo tampoco sé qué cara tienen, la verdad.
Leigh sonrió con satisfacción. A lo largo de aquellas semanas Ana y él habían empezado a conocerse y se caían bien. Él siempre la buscaba a las horas de la comida y la cena, la acompañaba a la celda cada noche e, incluso, esperaba en los corredores para poder coincidir. Durante los primeros días Ana había creído que se trataba de encuentros casuales, la nave, aunque grande, no era infinita. Una semana después ya estaba convencida de que no era casualidad. Leigh quería conocerla y, en el fondo, ella también.
—Lo discutiremos en el salón —decidió Maggie—. Hoy no te escapas, Ana. Tenemos cosas que celebrar... ¿Cuatro días? ¡Eso no es nada!
Se acomodaron en la misma mesa donde solían reunirse para beber y jugar a las cartas cada noche. El salón no era demasiado grande, pero sus sillones eran cómodos y el ambiente acogedor. Las luces bajas y el fuego de la chimenea de oxígeno generaban un aura de paz que ni tan siquiera el insistente sonido de máquinas de fondo lograba quebrar.
Ana se dejó caer pesadamente en uno de los sillones, cansada. El agotamiento solía visitarla de noche, cuando se tumbaba en la cama. En aquel entonces, sin embargo, tan solo necesitó apoyar el trasero sobre el cómodo cojín color burdeos para sentirlo caer sobre sus hombros. Aquella tarde, se dijo, aprovecharía para descansar y recuperar fuerzas.
Leigh aprovechó que Ana y Maggie se acomodaban para acercarse al armario de las bebidas y sacar unas copas. Normalmente de aquello se ocupaba el personal encargado del mantenimiento de las instalaciones. Cada nivel tenía a dos personas que se ocupaban de la limpieza y su correcto estado. Aquella mañana, sin embargo, no había rastro alguno de ninguno de ellos, por lo que decidieron no esperar. Leigh eligió una botella de ron especialmente ostentosa y volvió a la mesa.
—Esto no es para niños, aviso. —Tomó asiento entre las dos y sirvió las copas—. ¿Qué queréis celebrar? Esto no es el final de nada, al contrario: es el principio.
—Precisamente por eso —respondió Maggie con seguridad. Cogió la copa y le dio un sorbo—. Llevamos casi un año esperándolo.
—Demasiado tiempo —la secundó Ana. Tomó también su copa, pero no llegó a probarla—. Sighrith queda ya muy atrás. ¿Te han explicado alguna vez lo que pasó en mi planeta, Leigh? ¿Te han dicho quiénes somos o qué estamos buscando? —Fijó la mirada en la bebida—. Imagino que algo sabrás...
Tauber asintió con la cabeza. Gracias a unos y otros había logrado recabar los suficientes datos como para saber que no se encontraba en compañía de simples civiles. Ana era la hija de un rey asesinado por su propio hijo a la que las circunstancias habían obligado a escapar de su castillo, con la fortuna de acabar en manos de miembros de Mandrágora. Sus acompañantes, Marcos, Elim y Maggie, formaban parte del antiguo equipo del príncipe en cuestión. Leigh sabía también que el famoso Rosseau jugaba un papel importante en toda aquella historia, en la conquista del planeta Sighrith y en su expansión por todo el sistema.
Día a día, el enemigo se hacía más y más fuerte.
—No en detalle, pero me gustaría escucharlo. Hasta donde sé, escapasteis de Sighrith poco antes de que el planeta cayera.
Intentando no profundizar demasiado, Ana le explicó lo ocurrido. A lo largo de aquellos meses varias habían sido las ocasiones en las que había deseado poder compartir con alguien todo lo vivido en el planeta, escuchar opiniones y consejos, pero nunca había llegado a hacerlo. Lo sucedido en Sighrith despertaba en ella unos sentimientos de culpabilidad y de vergüenza que ni tan siquiera el paso del tiempo había logrado calmar. A aquellas alturas, sin embargo, con la llegada a Helena más inminente que nunca, Ana sabía que había llegado el momento de rememorar lo vivido para poder enfrentarse a ello con más fuerzas. Y así lo hizo. Ana habló de la llegada de Elspeth junto con Rosseau, del asesinato de su padre y de la huida. No hizo mención alguna a los miembros de Mandrágora que la habían capturado, ni tampoco todo lo que había vivido a su lado, pues aquella parte era demasiado personal, pero sí habló sobre su encuentro con el Pasajero que había ocupado el cuerpo de Vladimir. No entró tampoco en detalle de cómo habían logrado neutralizarlo, pero admitió que había sido un disparo en la cabeza. Sentenció la historia con la confesión de Elspeth, con su asesinato y el rechazo del rex. Aquellos últimos acontecimientos eran los que más rabia y rencor despertaban en ella. Ana vivía obsesionada con ellos, y no había noche en la que no regresase mentalmente al bastión de su abuelo y recordase las palabras que le había dedicado.
Que ella era la culpable... Aún sentía que la sangre se le encendía al recordar aquellas palabras.
Finalmente habló de su unión con Helstrom, del modo en el que el maestro y sus ahora compañeros de viaje habían irrumpido en el bastión y la habían rescatado. Ana no recordaba demasiado bien aquella escena, pues el nerviosismo y el estrés habían borrado parte de lo ocurrido, pero estaba enormemente agradecida por aquel sacrificio. El maestro se había arriesgado para ofrecerle una oportunidad, y eso era algo que jamás podría olvidar.
—La plaga se ha extendido —explicó Maggie tras finalizar el relato de Ana—. Elspeth ha llevado al resto de plane...
—Ése no es Elspeth —interrumpió Ana con brusquedad—. No es él. Yo vi morir a mi hermano ante mis ojos: vi cómo un disparo le atravesaba el pecho, así que no digas que es él, porque no lo es.
—De acuerdo, de acuerdo... perdona. —Maggie se encogió de hombros—. Era una forma de decirlo. No es Elspeth, ambas lo sabemos, sin embargo... bueno...
Leigh decidió abordar la conversación en aquel punto. Hasta entonces había permanecido en silencio, atento a sus explicaciones. La mayoría de los datos ya los conocía, pero agradecía poder escucharlos de su boca. Aquel era un buen modo de comprender las motivaciones y el estado emocional de las personas.
—Yo conozco a Rosseau —intervino Leigh—. Antes de acabar desterrado en ese planeta, Coran, colaboré en su búsqueda con los maestros Gorren y Helstrom. De hecho, es por ello por lo que ingresé en la Universidad de Helena. Logramos seguirle el rastro hasta el sistema Cuarzo, pero tal y como solía hacer, desapareció. Scatha no es el primer sector en el que actúa. Cuando yo le conocí, operaba en el sector Mallius. Intentó expandirse también, pero logramos interceptarlo a tiempo. Lamentablemente, escapó y le perdimos la pista hasta ahora.
—¿Hace cuánto de eso? —Quiso saber Ana—. ¿Cuántos años?
—Pocos, cuatro o cinco. En aquel entonces yo era un niño, pero recuerdo perfectamente cómo se expandía esa mancha negra en el cielo. De un día para otro, el sol dejó de brillar. Era muy inquietante. ¿Y qué decir de la gente? No parecían ellos mismos, era como si, de algún modo, alguien les controlase.
—Lo mismo sucedió en nuestro planeta —admitió Maggie—. Primero empezó en el castillo, en Corona de Sighrith, pero en apenas unos días todo el planeta cayó bajo su influjo.
Leigh asintió con la cabeza.
—Rosseau trabaja así: accede a los planetas a través de engaños y mentiras, y una vez en ellos se expande. Es por ello por lo que es tan peligroso.
—Pero ¿cómo puede hacer eso? —preguntó Ana, intrigada—. ¿Qué es?
—Puede que un alienígena, puede que un humano con tecnología avanzada, no lo sé. —Leigh se encogió de hombros—. Pero es probable que Gorren lo sepa. De hecho, es probable que Helstrom también, pero que por el momento no quiera decir nada. Los conozco muy bien: esperarán a reunirse para poner las cartas sobre la mesa.
Ana asintió, intrigada. Empezaba a sentir auténtica curiosidad. El nombre de Gorren sonaba demasiadas veces en la nave como para no llamar su atención.
—Dices que trabajabais juntos: ¿por qué os separasteis? —preguntó con interés—. Si tan importante era encontrar a Rosseau, ¿por qué Helstrom y Gorren no siguen haciéndolo? Y no solo eso: ¿por qué tú te separaste también?
—Eh, eh, alto. —Leigh depositó la copa sobre la mesa y alzó las manos con las palmas hacia delante—. Demasiadas preguntas, princesa. Yo solo sé cómo acabé donde acabé: nunca te fíes de nadie que dice ser honrado. Los motivos de los otros los desconozco, aunque confío descubrirlos pronto. Hacía meses que esperaba que alguien me sacase de esa maldita cloaca, ¿sabes? —Chasqueó la lengua—. No ha sido muy agradable. Por suerte conozco al acompañante de Gorren desde hace años, y aunque a veces no nos hemos entendido demasiado, solo necesita un par de tragos para que se le suelte la lengua. —Recuperó la copa para darle un largo sorbo—. Os caerá bien, Jaime es un buen tipo. Por cierto, aún hay un brindis pendiente, ¿no?
Los tres alzaron las copas y brindaron. Leigh y Maggie lo hicieron por las nuevas amistades, por el futuro y la esperanza. Ana, sin embargo, lo hizo por su planeta, por su hermano y por sí misma.
La cuenta atrás había empezado.
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