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Capítulo 37

Capítulo 37



—¿¡Dónde está!? ¡Vamos! ¡Responde! ¡Responde, maldita sea!

El brillo de varias antorchas iluminaba el rostro congestionado y enrojecido de Gorren.

La batalla había acabado hacía unos minutos, dejando los campos repletos de cuerpos amarillos y violetas. El ataque, aunque feroz, había sido muy bien repelido por unos hombres y unas mujeres a los que ya nada parecía asustar.

Habían perdido a Maggie Dawson durante el combate. Leigh la había visto caer desde la lejanía con un disparo en el cuello. También habían muerto los dos dalianos restantes, aunque nadie había atestiguado sus muertes. Demasiado ocupados luchando por sobrevivir, el resto de supervivientes había resistido y combatido hasta ver caer al último de los enemigos. Una vez todo había quedado en silencio, había sido cuando habían empezado a buscar a los suyos y los habían encontrado.

El grupo cada vez estaba más reducido.

—¡Ya te lo he dicho! —respondió la Praetor Emile Arena. La sangre le caía por la frente hasta el mentón, cubriendo de líneas rojas su duro rostro moreno. Incluso maniatada y amenazada por dos armas, la de Leigh y la de Tiamat, la mujer se mantenía firme y desafiante—. ¡Esa bruja desapareció ante mis ojos!

Tiamat la había encontrado minutos atrás, tratando de escapar. Tras ver reducido su equipo a simples cadáveres, la mujer había intentado huir aprovechando la espesura. Antes de conseguirlo, sin embargo, el alienígena había caído sobre ella cual depredador. La había arrastrado hasta el claro que anteriormente habían abierto y, allí, tras desarmarla y desprenderla de la armadura, la habían maniatado.

Hacía unos minutos que la interrogaban.

—¡Estás mintiendo! —exclamó Leigh a su lado, con el arma apoyada en su nuca. Le dio un fuerte golpe con la culata en la nuca, arrancándole así un gemido de dolor—. ¡Di la verdad! ¿Dónde...?

—¡¡Ya lo he dicho!! —gritó la mujer—. ¡Esa bruja se lanzó por el barranco y cuando intenté ir tras ella había desaparecido! ¡Se la tragó la oscuridad! ¡Es...!

—¡¡Mientes!! —insistió Tauber.

Tanta insistencia le hacía dudar. Gorren desvió la mirada hacia Helstrom, el cual se hallaba no muy lejos de allí, sentado en el suelo pero con la atención fija en ellos, e hizo un ligero ademán de cabeza, en busca de respuestas. Éste estaba tan confundido y preocupado como él ante la desaparición de la joven, pero tenía las ideas bastante más claras. Si el cuerpo de Ana no estaba era, simple y llanamente, porque ya no estaba allí.

Se preguntó si volvería a verla alguna vez.

Mientras tanto, en la zona donde la mujer había asegurado que Ana había desaparecido, junto al desnivel, Armin y Elim inspeccionaban el suelo en busca de alguna pista. El primero lo hacía desde abajo, lugar en el que debería haber algún tipo de señal tras la brutal caída desde veinte metros de altura. Dewinter iluminaba con su foco cuanto le rodeaba en busca de pistas, ramas rotas u hojas aplastadas, pero no había nada. En el suelo fangoso solo estaban sus propias huellas, nada más. Tilmaz, en cambio, realizaba su investigación en lo alto de la pendiente. Tal y como había asegurado la mujer del pelo blanco, allí había evidencias de una pelea.

El joven se agachó junto al filo de la pendiente e iluminó con su propio foco el césped aplastado. Había restos de sangre.

—Dewinter —llamó a media voz. Aunque no parecía quedar ni rastro del enemigo, Tilmaz prefería no arriesgarse a sufrir otro ataque—. Creo que la Praetor no mentía: hay rastros de una pelea, y...

Armin alzó la mirada. Nuevamente, el mediano de los Dewinter había logrado salir  indemne del enfrentamiento gracias a su espléndida puntería y habilidad. Durante el enfrentamiento había sido el que más muertes había acumulado, sesgando vidas desde la distancia a base de disparos certeros. No obstante, incluso habiendo logrado salir intacto del combate, su rostro evidenciaba que no estaba bien. La desaparición de Ana parecía estar consumiéndole por dentro.

—¿Hay sangre?

El joven asintió levemente.

—No mucha, pero sí.

—Maldita sea...

Dewinter iluminó el suelo una última vez antes de trepar el muro con sorprendente facilidad y comprobar lo que su compañero le había dicho. A diferencia de Leigh, él sí creía en la posibilidad de que Ana hubiese desaparecido. La ausencia de marcas en el suelo así lo evidenciaba. Lo que no tenía tan claro, sin embargo, era que lo hubiese hecho voluntariamente. Sea como fuere, aquello le preocupaba enormemente. Dewinter creía saber dónde podría encontrarse, y temía las posibles consecuencias.

Se apresuraron a regresar al claro donde Gorren seguía interrogando a la Praetor. La mujer esbozó una sonrisa maliciosa al verles aparecer. Parecía haber leído lo ocurrido en su rostro.

—¿Qué? ¿Mentía? ¡Pues claro que no mentía! ¿Para qué iba a hacerlo? A estas alturas...

—¡Cállate! —ordenó Tiamat con un grito. Derribó a la mujer de un golpe seco en la cabeza—. ¡No vuelvas a abrir la boca hasta que no digamos lo contrario, maldita cerda! ¡Ahora nosotros tenemos el mando!  

Gorren tomó a Dewinter del antebrazo y le alejó unos metros del grupo, lejos del alcance de todos, incluido Helstrom. Las cosas se estaban complicando demasiado, y el maestro no necesitaba más que mirar a la cara a su guardaespaldas para saber lo que estaba pensando y padeciendo. Después de todo, ¿acaso no había sido suficiente con ver lo ocurrido durante la simulación? Philip no le había hecho mención alguna a lo que en aquel entonces había visto a través de los paneles de visualización, pues lo consideraba demasiado privado, pero no lo había pasado por alto. Desde entonces, el maestro había sido plenamente consciente de que entre Ana y su guardaespaldas había una relación diferente.

Apoyó las manos sobre sus hombros.

—Eh, mírame —le ordenó—. Te necesito sereno.

—Creo que es posible que haya vuelto a transportarse —respondió Armin, tratando de mostrarse lo más tranquilo e impasible posible. Por dentro, el nerviosismo empezaba a apoderarse de él al imaginar qué podría pasarle a Ana—. He estado rastreando la zona, y...

—Armin, te necesito aquí —le interrumpió, presionando suavemente sus hombros—. Leigh apenas puede moverse. Me preocupa bastante la herida de su pierna... y aunque Helstrom esté aguantando más de lo que esperaba, no creo que pueda llegar a las pirámides. Voy a intentar convencerle a él y al muchacho para que sean evacuados. Quieran o no, se van a tener que ir; de lo contrario nos retrasarían demasiado. Eso significa que solo quedamos cuatro: Elim, Tiamat, tú y yo.

—Las pirámides no están lejos de aquí: dos jornadas a pie no son nada para mí, maestro —respondió él, ignorando sus palabras—. Podría llegar en un día si saliese ahora mismo. No puedo asegurarlo, pero estoy casi convencido de que ella estará allí.

—Armin, no puedes irte ahora, lo sabes. Te necesitamos...

—¡¡Pero tengo que ir!! Maldita sea, Gorren, tú no lo entiendes. Si Ana llega a las pirámides, entrará en solitario. Aunque intente resistirse, lograrán atraerla, y entonces... entonces... —Armin cerró los ojos—. Demonios, no puedo dejar que la maten. Tú lo dijiste, ¡hay veces que hay que proteger a las personas de sí mismas!

—¡Y lo harás, te lo aseguro! Tú, yo, todos, pero cuando llegue el momento. Por ahora no sabemos dónde está. Es probable que se encuentre en las pirámides, sí, ¿pero y si se hubiese transportado a una zona diferente? ¿Y si estuviese intentando volver? —Gorren volvió la vista hacia Helstrom y el resto—. Dame unas horas, Armin, y saldremos tras ella. Yo iré contigo, te lo aseguro. Iré el primero. Llegaremos a esas pirámides y acabaremos con lo que sea que nos esté esperando. Cumpliremos con nuestra misión y la rescataremos si es que realmente está allí, pero antes dame unas horas para poder salvarles la vida a ellos también. Sé que Ana es importante para ti, pero Alexius y Leigh también lo son para mí.

Armin no supo qué responder. El hombre volvió la mirada al suelo, sintiendo el nerviosismo ya brotar a raudales en su interior, y cerró los puños, ansioso por estrellarlos contra algo. Tenía un nudo en la garganta.

No muy lejos de allí, observándoles en silencio desde una distancia prudencial, Leigh y Alexius intercambiaron una rápida mirada llena de complicidad antes de encaminarse hacia ellos. Incluso a pesar del tono empleado, lo habían escuchado todo, y por mucha razón que tuviese Gorren, bajo ningún concepto iban a permitir que alguien que no fuesen ellos mismos decidiese su destino.

Aún tenían mucho por decir.

—Dime que puedo contar contigo, Dewinter —insistió el maestro—. No me decepcio...

—¿Cuándo vamos a dejar de perder el tiempo? —intervino Helstrom, deteniéndose a un par de metros de ellos. Al igual que Leigh, el maestro tenía muy mal aspecto, estaba pálido y ojeroso, pero sus ojos irradiaban determinación—. Aún queda mucho para llegar a las pirámides: tenemos que darnos prisa.

Leigh se adelantó unos pasos, hasta alcanzar a Helstrom.

—Antes, mientras buscaba por la zona, vi huellas de transportes ligeros en el suelo —aportó Leigh con seguridad—. Si Arena y las suyas hayan llegado hasta aquí motorizadas, es probable que sus transportes no estén muy lejos. Si diésemos con ellos...

—¿Estás seguro de eso? —preguntó Armin adelantándose un paso. Su rostro se iluminó—. ¿Dónde? ¿Dónde las has visto?

—No muy lejos de aquí; ven, te las ense...

—¡Basta de tonterías! —gritó de repente Gorren, dejando a Leigh a medias—. ¡Esto no tiene ningún sentido!

Todos los presentes volvieron la mirada hacia el maestro, incluidos Tiamat, Elim y la Praetor, pero nadie dijo nada. No se atrevieron a hacerlo. Helstrom lanzó un rápido vistazo a Tauber, el cual parecía un tanto intimidado por el grito, y asintió con la cabeza, dándole así permiso para que le mostrase a Armin su descubrimiento. El muchacho dudó por un instante, temeroso de la reacción del otro maestro, el cual le miraba con fijeza, amenazante, pero finalmente obedeció al cruzarse sus ojos con los de Dewinter.

El guardaespaldas parecía estar al límite.

Helstrom aguardó unos segundos a que los dos muchachos se alejasen para coger a su compañero por el antebrazo. Philip tenía el rostro rojo de furia y el ojo brillante, como si las lágrimas estuviesen a punto de brotar. Temblaba de pura impotencia.

Sin necesidad de escucharle, sabía lo que iba a decirle.

—No puedes impedir que sigamos —dijo Alexius con suavidad, en apenas un susurro—. No cuando estamos tan cerca. De haber sido otra la situación, habría dado mi brazo a torcer, te lo aseguro. Sin embargo, míranos. ¿Realmente crees que puedes enfrentarte a los hombres del Capitán con solo esos tres muchachos y el alienígena? Os estaríais condenando.

—Ni tan siquiera sabes lo que dices... ¿acaso no has visto lo que tienes en el pecho? ¿No eres consciente de que es una herida muy grave? Quieras o no, te voy a sacar de aquí.

Una sonrisa triste afloró en los labios del mayor de los maestros.

—Precisamente porque soy consciente de lo que tengo en el pecho sé que volver a la nave sería un error. No me entierres antes de tiempo, amigo mío. Mi lugar está a tu lado, en las pirámides. Y si tengo que morir, adelante, que así sea. No temo a la muerte; nunca la he temido. Servir a la Serpiente tiene un precio.

—Oh, vamos... no compliques las cosas, Alexius. No tengo ganas de discutir. Sabes perfectamente que...

—Si no quieres discutir, no lo hagas, amigo. Simplemente dejemos de perder el tiempo —sentenció Helstrom, sin perder la sonrisa—. Aún hay mucho camino por hacer y el tiempo juega en nuestra contra. ¿Tienes la brújula?

Gorren cogió aire, tratando de mantener la calma. La tranquilidad que su compañero trataba de transmitir a base de palabras suaves y sonrisas estaba poniéndole muy nervioso. Philip no estaba dispuesto a permitir bajo ningún concepto que le pasase nada a su querido compañero; no podría soportarlo. Después de tantos años unidos, aquel hombre se había convertido en un hermano para él, la persona más importante de su vida, y no deseaba perderla.

Cerró los puños con fuerza, sintiendo la impotencia palpitar con fuerza en su pecho. No sabía qué le dolía más, si la herida que se ocultaba tras el vendaje que le cubría el pecho o la seguridad con la que se negaba a abandonar.

Sintió que se quedaba sin fuerzas. Aunque no lo hubiese admitido aún, estaba profundamente preocupado por la herida del ojo, si es que aún lo conservaba, y las secuelas que dejarían en él si no se la curaban pronto.

Su compañero le presionó suavemente el antebrazo, tratando así de consolarle. Resultaba irónico que, siendo Alexius el que estaba al límite de sus fuerzas, fuese él quien estuviese tratando de tranquilizar al otro.

Cogió aire.

—Alexius, no me hagas esto, por favor —murmuró en apenas un susurro—. Me dijiste que acabaríamos juntos con el Capitán...

—Y así haremos, te lo aseguro. —Helstrom le palmeó el brazo—. Ten confianza, Philip, la esperanza es lo último que debemos perder. Ahora sigamos, no podemos dejar que esa chiquilla se enfrente sola a las pirámides.

—¿Y qué hay de Arena? ¿Qué hacemos con ella? No pienso permitir que quede impune. Esos muchachos, todos los dalianos, y tus sighrianos... demonios, no se lo merecían.

Volvieron la mirada hacia la mujer. Ésta permanecía totalmente quieta, con el mentón bien alto y la mirada desafiante, como si incluso, estando maniatada, desarmada y con el cañón de una pistola apuntándole directamente a la cabeza, fuese una digna rival.

Resultaba inquietante.

Helstrom dejó escapar un suspiro.

—Ambos sabemos perfectamente que hay que hacer con ella, Philip.



El continuo sonido del agua fluyendo por el canal acabó por despertarla. Ana abrió los ojos, parpadeó un par de veces, confusa, aturdida, y se incorporó. Se encontraba en la orilla de un río, tendida sobre un macizo de flores aplastado, con el cuchillo en una mano y un objeto circular en la otra: la brújula.

Lentamente, sintiendo decenas de aguijonazos de dolor palpitar a lo largo de toda su anatomía, Ana se puso en pie. Volvió la mirada a su alrededor, confusa, y se acercó al río para lavarse la cara y las manos. En el reflejo del agua pudo comprobar que tenía el rostro y el pelo llenos de sangre y barro. Ana se arrodilló, hundió la cabeza en el agua fresca y permaneció unos segundos allí, observando en silencio la densa naturaleza que le rodeaba.

No lograba reconocer el lugar.

Unos minutos después, algo más serena, empezó a unir las piezas. Ana se alejó unos metros del río hasta adentrarse en el bosque y, ya bajo el amparo de éste, alzó la brújula.

No recordaba que Gorren se la hubiese devuelto...

Gorren.

Un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de que se encontraba sola. La mujer giró sobre sí misma, repentinamente asustada por la completa soledad en la que se encontraba, y empezó a avanzar.

Los recuerdos de la batalla en la ladera acudieron a su memoria. Ana recordó los disparos, los cuerpos, la carrera y el desnivel; el enfrentamiento con Emile Arena, sus puños y, finalmente, la desesperación que la había arrastrado a lanzarse al vacío.

Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—¡¡Armin!! —gritó con todas sus fuerzas. Procedentes del corazón de varios de los árboles que la rodeaban, varios pájaros alzaron el vuelo, asustados— ¡¡Leigh!! ¡¡Maestro!! ¿¡Hay alguien!? ¿¿¡Alguien me oye!??  

Tan solo el silencio respondió a sus preguntas. Ana avanzó unos pasos más, perdida, desorientada, y no se detuvo hasta alcanzar una piedra sobre la cual dejarse caer. Se cubrió el rostro con las manos. Jamás se había sentido tan desesperada como entonces. Al abandonar el castillo, un año atrás, había creído sentirse totalmente perdida. Los acontecimientos la habían golpeado con fuerza, y la joven no había sabido cómo reaccionar. No obstante, siempre había habido algún lugar al que acudir; un destino al que viajar o un hombro en el que apoyarse. Primero Jean, después Veryn y, finalmente, todo el clan Dewinter. En aquel entonces, sin embargo, estaba totalmente sola y perdida en un lugar que no conocía, a merced del enemigo y armada solo con un cuchillo.

El mismo cuchillo que Armin le había dado poco tiempo atrás.

Ana apoyó la frente sobre el filo y cerró los ojos. Necesitaba pensar. Necesitaba aclarar sus ideas y, con suerte, lograr encontrar el camino de regreso. Armin la odiaría por lo que había hecho. La odiaría por haberse alejado, y por no haber obedecido.

La odiaría por haberle dejado atrás.

Si no se hubiese alejado...

La joven se obligó a sí misma a mantener la mente clara y pensar. De nada servía ya arrepentirse de lo que había hecho; lo que ahora necesitaba era soluciones, y nadie salvo ella misma iba a dárselas. Así pues, debía relajarse. Ana se concentró y reflexionó sobre todo lo que había sucedido hasta entonces, sobre la repentina aparición de Arena, el combate y los suyos. Reflexionó en todo cuanto había hecho y sucedido desde que dejase atrás Sighrith, las personas que había conocido y perdido y, finalmente, decidió ponerse en pie. No podía haber ido demasiado lejos. Desconocía dónde se encontraba, pero confiaba en que no se habría alejado demasiado. Además, en caso de no encontrarlos, Ana sabía hacia dónde se dirigía el equipo, por lo que podría reunirse con ellos en las pirámides...

Las pirámides. El mero hecho de pensar en ellas logró que se estremeciera.

Sacó la brújula del bolsillo y comprobó la esfera. Giró sobre sí misma, alineándose con la dirección marcada por el instrumento, y volvió a guardarlo. Empezó a caminar. En el fondo, no servía de nada quedarse esperando a que alguien acudiese a rescatarla. No cuando ni tan siquiera sabía si seguían con vida. Esta vez, sería ella quién les encontraría a ellos.

Tenía que ser fuerte.

—Esperadme...

Sus pasos la adentraron aún más en el bosque. Ana descendió por una pequeña ladera de suelo pedregoso hasta alcanzar una zona llena de zarzales. Bordeó los puntos más peligrosos y densos, cruzó un par de charcos de lodo de aspecto bastante profundo y, de nuevo en una zona algo más despejada, siguió avanzando. Pocos minutos después, tras dejar atrás un grupo de sauces cuyas cortezas estaban pintarrajeadas con símbolos que Ana ya conocía, dejó atrás la última línea de árboles.

En el fondo, Ana había sabido dónde se encontraba desde el principio.

La joven atravesó el último grupo de matorrales y se detuvo. Ante sus ojos había un gran campo de espigas azuladas de aspecto espectral en cuyo corazón, alzándose contra la luz del amanecer, había un total de cinco imponentes figuras triangulares de intenso color negro.

Figuras escalonadas cuyas paredes parecían absorber la luz...

Sin apenas ser consciente de ello, Ana se adentró en el océano de espigas y empezó a avanzar. Ante ella, las plantas se doblaban sin llegar a romperse, marcando el camino a seguir. La joven se adentró más y más en el campo, incapaz de apartar la vista de las pirámides, y no se detuvo hasta, ya a la carrera, alcanzar la primera estructura. Ana se detuvo a unos metros, sintiendo su sombra cernirse sobre ella, y alzó la vista hacia la de mayor tamaño.

En lo alto de sus escaleras, una figura humana la esperaba.

Una figura cuyo rostro le resultaba tan conocido y familiar que, tan pronto sus miradas se encontraron, Ana empezó a correr hacia allí, presa de la desesperación.

Y mientras que ella ascendía las escaleras a gran velocidad, con las lágrimas bañando su rostro y el intenso latido de su corazón silenciando los recuerdos y la poca lógica que le quedaba, en lo alto de la pirámide, bajo el umbral de la entrada, el Pasajero cuyo cuerpo pertenecía a Jean Dubois dibujó una media sonrisa.

Después de tantos días, la espera, por fin, había llegado a su final.

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