Capítulo 33
Capítulo 33
Amaneció un día luminoso y cálido en el que el cielo azul limpio de nubes presagiaba una tregua temporal a nivel climatológico. Después de la larga jornada del día anterior, todos parecían más animados con la salida del sol. Con el transcurso de las horas, sin embargo, el aumento de las temperaturas empezaría a causar estragos dentro de los vehículos.
Levantaron el campamento con la aparición de los primeros rayos de sol. Ana y los suyos tomaron un rápido desayuno dentro de las tiendas y, en apenas una hora, recogieron todo y se subieron a los vehículos sin dejar rastro alguno.
La jornada se presentaba larga y cansada.
Tras dejar las lagunas atrás, se internaron en una zona boscosa en la que la naturaleza se extendía a lo largo de centenares de hectáreas salvajemente. Los árboles eran altísimos y frondosos, con gruesos troncos de colores oscuros y ramas de grandes dimensiones. El suelo estaba cubierto por una espesa película de fango, pero también de césped, ramas y hojas secas. Había mucha presencia de matorrales y zarzas, los cuales trepaban por los troncos hasta alcanzar las copas más altas en la mayoría de las ocasiones. El suelo estaba cubierto de setas y plantas de aspecto exótico, las piedras de musgo y, en general, todo cuanto les rodeaba, de una espesa neblina que, aunque durante las primeras horas era muy baja, con la caída de la tarde y de las temperaturas empezó a espesarse.
Durante todas las horas de viaje, Ana permaneció en la parte trasera de su vehículo, sentada y en completo silencio. Tenía un mal día. Las conversaciones entre los dalianos eran intermitentes; no siempre estaban hablando, pero cuando lo hacían era en tono muy alto y, casi siempre, en su propio idioma. Durante las primeras horas, en un intento por integrarla, sus compañeros habían intentado hacerla participar en las conversaciones pidiendo su opinión. Las charlas siempre giraban en torno a temas totalmente triviales, sin ningún tipo de importancia, pero les servía para mantener las horas ocupadas. Así pues, le preguntaban e incluso insistían en que les diese su punto de vista. No obstante, viendo su falta de interés y los prolongados silencios que de vez en cuando les brindaba a modo de respuesta, optaron no solo por ignorarla, sino que también por cambiar de lengua. A partir de aquel punto, Ana cerró los ojos y fingió estar dormida.
Ni quería hablar, ni iba a hacerlo.
Con la caída de la tarde el paisaje no varió apenas. Los bosques de K-12 parecían infinitos, y por más que avanzaban, no lograban alcanzar el final.
Las horas transcurrieron con dolorosa lentitud. Guiándose únicamente por las indicaciones de la brújula, ya que los barridos orbitales seguían sin dar resultados, la comitiva fue avanzando hasta la caída del sol. Buscaron un claro relativamente despejado donde detenerse y, siguiendo el mismo proceso de la noche anterior, montaron el campamento y se dividieron en tres turnos para realizar las labores de vigilancia.
Ana no cenó tampoco aquella noche. La joven cerró la tienda, escondió la pistola entre los pliegues del saco y cerró los ojos. Pocos minutos después, se quedó profundamente dormida.
—Ana... Ana, despierta... ¡Ana!
Algo cayó sobre su pecho, logrando al fin despertarla. La mujer se revolvió en el saco, sobresaltada, y alzó el arma contra la figura que tenía ante ella. Envuelta de oscuridad, parecía una sombra más de las que había visto la noche anterior, rodeando el campamento.
Quitó el seguro del arma.
—¡Ana, no! —exclamó la figura—. ¡Soy yo!
Tardó unos segundos en reconocer la voz. Parpadeó un par de veces, tratando de adaptar la vista a la oscuridad de la tienda, y finalmente bajó el arma. Sobre su regazo, arañando con saña la tela térmica del saco, el mono de Leigh trataba de captar su atención.
Tauber suspiró de alivio.
—Perdona, Leigh —se disculpó en apenas un susurro. Ana dejó el arma en el suelo, junto a su mochila, y cogió al mono por el lomo—. ¡Quieto, fiera!
Ofendido, el mono lanzó una dentellada al aire, se zafó de la mano de Ana y, empleando su palma para impulsarse, se encaramó al hombro de su dueño de un salto.
Aprovechó los segundos de complicidad entre Leigh y su mascota para comprobar la hora en el crono. Tras casi tres horas de sueño ininterrumpido, había llegado su turno de guardia.
El resto de miembros del equipo ya se encontraban por los alrededores, armados con sus fusiles y sus antorchas, cuando la joven salió de la tienda uniformada. Leigh había dudado si despertarla, tal y como había hecho la noche anterior, pero tras la discusión que aquello había provocado aquella misma mañana, durante el desayuno, había optado por hacerlo.
Era evidente que Ana no estaba de buen humor, y él aún seguía enfadado, por lo que, cuanto menos motivos hubiese para discutir, mucho mejor.
Tras echar un vistazo al mapa holográfico que había reflejado sobre la mesa de operaciones del puesto de control, lugar en el que se encontraba Gorren inspeccionando varios documentos, Ana y Leigh se adentraron en el bosque. La zona que les habían asignado no era demasiado lejana, pero quedaba bastante cubierta por la vegetación por lo que quedaron un poco aislados del campamento. Descendieron un pequeño barranco embarrado por el que Ana estuvo a punto de resbalar y, una vez abajo, bordearon una zona de árboles bajos. Allí, el suelo estaba lleno de floridas zarzas cuyas flores, de un intenso color rojo, emitían un agradable olor afrutado.
Ana se agachó junto a una de tamaño especialmente grande y la iluminó con la antorcha de oxígeno. Entre sus grandes pétalos, atrapado tras una jaula de espinas plateadas, había varios insectos muertos.
—¡Qué asco! —exclamó Ana.
Pisoteó la flor con repugnancia y se volvió hacia Leigh. Éste, lejos de preparar la retahíla de datos que normalmente habría acompañado a un descubrimiento de aquel calibre, inspeccionaba los árboles de los alrededores en busca de un punto alto desde el cual vigilar los alrededores.
Pocos minutos después, tras elegir el tronco más alto y robusto de la zona, los dos vigilantes ya se hallaban sentados en dos de las ramas más altas. Desde allí la visibilidad era tan buena como desde el suelo, pero al menos disponían de un campo visual mayor.
Leigh encendió el sensor de movimiento que cada pareja de vigilantes llevaba consigo y observó en silencio la pantalla. Cualquier ser de más de veinte kilos que rondase por los alrededores aparecería reflejado en la pantalla en forma de punto rojo.
Permanecieron un buen rato en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Ana estaba muy cansada, como si no hubiese conseguido dormir ni una hora la noche anterior. Le dolían los músculos de la posición del 4x4, y le escocían las decenas de picaduras que los mosquitos de la zona le habían dejado de recuerdo. Anímicamente tampoco se encontraba muy bien. A pesar de llevar tan solo dos días en el planeta, la joven no había llegado a sentirse a gusto en ningún momento. La primera jornada empapada y con barro hasta en el pelo la había desanimado profundamente. Además, el sueño de la noche anterior, pues estaba convencida de que había sido simplemente eso, un sueño, aún la perseguía. Cada vez que cerraba los ojos, Ana podía ver las figuras vigilarla desde las sombras...
Finalmente, Leigh rompió el tenso silencio.
—Judith dice que has estado muy callada durante todo el viaje. ¿Va todo bien?
—¿Judith? —Ana volvió la vista hacia Leigh. No se había dado cuenta de que la había dejado perdida en el horizonte—. ¿Quién es Judith?
—Una de las dalianas con la que viajas... la chica de pelo corto —explicó con cierta sorpresa. Parecía un poco preocupado—. ¿Ana?
La joven entrecerró los ojos, pensativa, y volvió a las largas horas de viaje en el 4x4. Recordaba que había ido acompañada por varios dalianos. Cinco o seis, o quizás siete. Recordaba también que entre ellos había alguna que otra mujer, pero si tenían el cabello largo o corto era algo en lo que no se había fijado.
Entre las palabras del alienígena, el posible trato con el Capitán, Elspeth y las sombras de la noche anterior, Ana tenía demasiadas cosas en la cabeza como para fijarse en aquel tipo de detalles.
Se encogió de hombros.
—No he hablado demasiado con ellos, no.
—Ni con ellos ni con nadie, por lo que veo. Llevas dos noches sin ir a cenar.
—¿Me estás vigilando?
La oscuridad escondió la expresión de sorpresa de Leigh al escuchar la respuesta de Ana. Aunque no era la primera vez que le decía algo así, nunca había empleado un tono tan arisco con él. Ana no le estaba formulando una pregunta: le estaba advirtiendo.
Leigh volvió la vista hacia la pantalla del dispositivo que tenía entre manos y suspiró. Firmemente sujeto sobre su hombro, su fiel compañero les observaba en silencio, inquieto ante tanta tensión.
—Suponía que esto te iba a poner nerviosa, pero nunca imaginé que tanto —murmuró el joven por lo bajo—. Y no, no te vigilo: solo me preocupo por ti. Estás intratable.
Ana le mantuvo la mirada durante un instante, consciente al fin de que las sombras ocultaban su tristeza.
No había hablado con Leigh apenas en los últimos días. Tras la visita a Ladón en la celda de confinamiento, Ana apenas había salido del nuevo camarote que le habían asignado. Toda la información obtenida a lo largo de las últimas jornadas habían logrado saturarla de tal modo que apenas podía pensar con claridad. Durante aquellos días, pocos, pero más que suficientes como para intentar suavizar las cosas con él, Larkin apenas se había relacionado con nadie. En uno de los desayunos había coincidido con Maggie, pero poco más. Las cenas y las comidas las hacía en el camarote, demasiado concentrada en sus propias preocupaciones como para compartir mesa. De hecho, tal había sido su aislamiento que ni tan siquiera había vuelto a hablar con Armin o el maestro. Simple y llanamente, había desaparecido.
El sentimiento de culpabilidad no tardó demasiado en apoderarse de ella. Ana bajó la mirada, arrepentida, y le tendió la mano por encima de las ramas. En el fondo, tenía razón más que de sobras para estar disgustado. La joven no había mostrado su mejor talante en los últimos días precisamente, y mucho menos aquella jornada.
—Perdóname, Leigh —dijo al fin—. Estoy un poco nerviosa.
—Tranquila —respondió él. Le estrechó la mano suavemente, recuperando la sonrisa. Llevaba días esperando aquel acercamiento—. Entiendo que estés preocupada, esto no va a ser fácil, pero no debes temer: ya sea un Pasajero lo que nos espera en las pirámides, o el mismísimo Capitán, le derrotaremos.
Ana asintió levemente con la cabeza. En el fondo, irónicamente, aquello era lo que menos le preocupaba. En sus pensamientos, últimamente ocupados en su totalidad por las palabras que Ladón le había dedicado, solo tenía cabida una persona.
—Pero no es eso lo que te preocupa, ¿verdad? —siguió Leigh—. Ya sabes, tu cara es un libro abierto...
—Armin siempre dice lo mismo.
—Pues mira, al menos en esto no se equivoca. —Volvió la vista al frente—. ¿Sabe él...?
Antes de que pudiese acabar de formular la pregunta, Ana decidió explicarle lo sucedido durante su encuentro con Ladón. En ningún momento se había planteado hacerlo, al menos no hasta entonces, pero dadas las circunstancias creyó que era lo más adecuado. Hablar con alguien le sentaría bien. Además, consideraba a Leigh su mejor amigo, más incluso que Armin, por lo que su opinión era importante.
Sorprendido ante la revelación, Tauber escuchó en silencio toda la historia, sin interrumpir en ningún momento. Una vez finalizada, le mantuvo la mirada durante unos segundos, reflexivo, pensando sobre todo lo que acababa de escuchar, hasta que, finalmente, dejó escapar un suspiro.
De haber podido ver su rostro, Ana habría encontrado en él una expresión de asombro.
—Demonios... no me lo esperaba.
—Lo más probable es que esté mintiendo. Havelock así lo cree. Dice que es una especie de engaño para que acuda a la pirámide en solitario.
—Ya... podría ser. —Leigh cruzó los brazos sobre el pecho, con el dispositivo sobre el regazo. Su mascota, aún encaramado en su hombro, empezó a mover la cola de lado a lado nerviosamente—. De hecho, es lo más probable. Como ya te dije, creo que el Capitán elige concienzudamente los cuerpos que pretende ocupar... de ahí a que tú te conviertas en una candidata excelente. No obstante, por lo que he podido descubrir, el cambio lo realiza cada cien años aproximadamente por lo que me parecería un tanto prematuro que se interesase por ti en ese sentido. Cuanto más tiempo pasa, más evolucionado está el hombre y su tecnología, es decir, es más que probable que, dentro de cien años, haya muchísimo más candidatos viables que ahora. Siempre cabe la posibilidad de que sea muy previsor, desde luego, pero...
—Es extraño.
—Desde luego. A simple vista lo parece... pero no debemos olvidar un detalle: según el alienígena, la conciencia de tu hermano no acabado de desaparecer. Si realmente esto es así y Elspeth sigue vivo dentro del Capitán de alguna forma, es posible que haya logrado participar en la decisión. ¿Qué implica esto? Que puede que sea cierto que esté aquí de alguna forma... aunque no en la que tú conoces. El Elspeth que tú conociste ya no existe como tal, y es importante que lo entiendas.
Ana asintió levemente con la cabeza. Aunque sabía que le costaría asimilarlo, era innegable que tenía razón.
—O puede que simplemente te hayan vuelto a mentir para convencerte. El Capitán es inteligente: utilizará todo tipo de engaños y mentiras para conseguir su objetivo. Y si realmente su objetivo eres tú, ten por seguro que no dudará en explotar tu punto débil.
—Lo tengo muy en cuenta, te lo aseguro... ¿pero y si no hubiese mentido? ¿Qué pasaría si, de alguna forma, Elspeth siguiese con vida?
Leigh se encogió de hombros, dubitativo. Entre todas las opciones que había barajado a lo largo de todas aquellas semanas no se encontraba aquella. Ni muchísimo menos.
—No lo sé, Ana. Hay mil opciones viables... pero teniendo en cuenta el interés que suscitas en el Capitán, puede que desee acelerar el cambio de cuerpo debido precisamente a eso. Hasta donde sabemos, él y tu hermano eran aliados, pero no sé si siguen siéndolo. Puede que los últimos acontecimientos hayan hecho cambiar de parecer a alguno de los dos. También cabe la posibilidad de que haya sido idea de Elspeth precisamente. Puede que desee que te unas a ellos... no sé, Ana. Como ya te digo, hay mil posibilidades. Creo que, hasta que no lleguemos a la pirámide, no sabremos lo que nos espera. Y es precisamente por eso que no puedes ir en solitario. Por separado somos débiles; juntos, sin embargo, difícilmente podrán vencernos. ¿Lo entiendes, verdad?
No respondió. Aunque entendía perfectamente los peligros que el acudir en solitario a la pirámide comportaba, era inevitable que la espera empezase a desesperarla. La climatología de K-12 la estaba consumiendo, y aunque la brújula les marcaba el camino, seguían sin saber si estaban cerca o lejos de alcanzar su objetivo. De hecho, Ana ni tan siquiera estaba segura de que el barrido orbital fuese a dar sus frutos. Leigh les había explicado su funcionamiento en varias ocasiones, pero la joven no estaba demasiado convencida de su efectividad. Así pues, teniendo en cuenta todos aquellos factores y las dudas y esperanzas que despertaba en ella todo lo descubierto hasta entonces, le resultaba complicado no intentar escapar. Después de todo, si ya lo había hecho una vez en la nave, cuando logró aparecer tras Ladón en la sala de instrucción, ¿qué le impedía hacerlo de nuevo? Desconocía el funcionamiento exacto de su peculiar capacidad, pero sabía que la necesidad de alcanzar cuanto antes su objetivo la ayudarían. Así pues, ¿por qué esperar? ¿Por qué no acabar cuanto antes con sus dudas?
Le costaba mentalizarse de que aquel conflicto no solo iba con ella. Ana se sentía el epicentro de cuanto sucedía, y por mucho que intentaban hacerle entender que la caza del Capitán iba más allá de sus propios dilemas morales, tenía facilidad para olvidarlo.
Volvió la vista hacia la oscuridad del bosque, sumida en sus propios pensamientos. La tentación era grande; tanto que le empezaba a resultar complicado encontrar motivos por los que no hacerlo. Obviamente, sería un error y, probablemente, caería en la trampa del Capitán, ¿pero qué pasaría sí, en el fondo, quería negociar? Él le había pedido a través de Ladón que fuese en solitario... que lo hiciesen cara a cara, ¿acaso no perdería su posibilidad al ir acompañada?
¿Acaso...?
Los pensamientos de Ana quedaron congelados en su mente al ver que, no muy lejos de allí, unos ojos le devolvieron la mirada. La joven se estremeció, repentinamente angustiada, y se llevó las manos al pecho. Tal y como había sucedido la noche anterior, decenas de figuras la observaban desde la sombra.
Figuras humanoides de ojos en llamas...
Y no era la única que lo veía. A su lado, posado sobre el hombro de su dueño, el mono contemplaba la escena con el pánico grabado en la mirada.
—Cielos...
Leigh soltó un grito de dolor al sentir las garras del animal clavarse en su piel. El joven se sacudió, a punto de perder el equilibrio, lo que provocó que el mono saltase sobre la rama. Inmediatamente después, presa del pánico, empezó a saltar de rama en rama hasta desaparecer en la oscuridad de la noche.
—¡¡No!! ¡¡Quieto!! ¡Espera! —exclamó Leigh. El joven le tendió el dispositivo a Ana, dispuesto a bajar del árbol de un salto y perseguir a su mascota, pero al ver que ésta no reaccionaba, volvió la vista hacia ella—. ¿Ana?
Ante su falta de respuesta, Tauber dirigió la mirada hacia el punto que ella observaba: oscuridad. Árboles, arbustos, sombras... en apariencia, no había nada más. Simple y llanamente, bosque. Sin embargo, Leigh no era estúpido. Si la visión de aquel lugar generaba aquel tipo de reacciones en ella y en el animal significaba que tenía que haber algo. Algo que, al parecer, él no podía detectar, pero que, desde luego, debía existir.
Se obligó a sí mismo a mantener la calma. No era la primera vez que se veía envuelto en algo así. Con Jaime, su antiguo compañero, había vivido situaciones parecidas, y, por experiencia, sabía que a veces era peor no poder ver el horror que estaba a punto de caer sobre él que verlo. Afortunadamente, su fiel camarada siempre había estado a su lado. Ahora, sin embargo, él ya no estaba allí para protegerle del enemigo invisible, así que debía mantener la compostura.
Se puso en pie con cuidado sobre la rama y saltó a la de Ana con agilidad. Era afortunado de que la elegida por Ana fuese tan gruesa, de haber sido una más flexible o fina, en aquel entonces ya estarían ambos en el suelo, aplastados.
Se acuclilló a su lado, con la mirada aún fija en el bosque.
—¿Qué ves? —acertó a decir en apenas un susurro. Aunque intentase disimularlo, empezaba a tener miedo—. ¿Qué hay?
Ana alzó la mano y señaló con el dedo índice el bosque. Nunca le había temblado tanto la mano como entonces, pero no importaba. El mensaje era claro.
Empezaron a castañearle los dientes.
—Son... son figuras... figuras humanas, pero negras como la noche. Son... sombras.
—Sombras... ya veo. —Tragó saliva—. ¿Cuántas hay?
—Muchas... muchísimas. Me están mirando... y sus ojos son... son de fuego.
—¿Es la primera vez que las ves?
—No...
Una suave brisa de aire frío les acarició la espalda. Leigh, que ya de por si empezaba a estar asustado, no pudo reprimir un grito al sentir los dedos de la noche rozarle la nuca. El joven volvió la vista atrás, alzando el arma, y buscó con la mirada a los posibles enemigos.
No había nadie.
Leigh volvió a mirar hacia la línea de árboles que Ana aún contemplaba con terror y la cogió del antebrazo, llamando así su atención. Aunque su turno de guardia no hubiese acabado, había llegado el momento de regresar al campamento.
Unos minutos después, con el miedo aún refulgiendo en los ojos azules de Larkin, Leigh y ella alcanzaron el puesto de control donde Gorren se hallaba de pie junto al transmisor, visiblemente atento a la conexión. Junto a él, con expresión ceñuda y de brazos cruzados, se encontraba Helstrom, tan concentrado o incluso más que él. Al parecer, estaban siendo informados de algo importante.
Los dos jóvenes se detuvieron en la entrada de la estructura, junto a la mesa de mapas. Iluminado tenuemente por un fulgor verdoso, varios planos de la zona mostraban con una línea de color magenta la ruta realizada hasta ahora.
—De momento no podemos ofrecerles más detalles, maestros, pero como ya les he dicho, el capitán Turner está prácticamente convencido de que se trataba de un destructor del Reino. Hemos enviado dos naves de vigilancia para que lo rastren, pero por el momento no hemos recibido ninguna transmisión. Perdimos el contacto hace tres horas.
—De acuerdo, Rolan —respondió Helstrom tras intercambiar una fugaz mirada con su compañero. Su expresión sombría evidenciaba su preocupación—. Nos mantendremos a la espera de más noticias. Mañana seguiremos avanzando; pronto estableceremos el segundo campamento.
—Empezaremos a preparar la red de comunicaciones entonces. Suerte, maestros, cuentan con el apoyo de todos.
Finalizada la transmisión hubo unos segundos de tenso silencio en los que Ana y Leigh no pudieron más que observar en silencio a sus maestros. A pesar de haber escuchado solo el final de la conversación, sabían más que suficiente para comprender la gravedad de su expresión.
Tenían problemas.
—¿Crees realmente que es un destructor? —preguntó Gorren a su compañero, dubitativo—. Puede que se trate de alguna nave alienígena.
—Parecen muy convencidos.
—¿Significa eso que nos han seguido?
—No lo sé, aunque es posible. De todos modos, ya es tarde para ello. Si realmente están en el planeta, tendremos que tener los ojos muy abiertos. Es probable que intenten tendernos una trampa... en fin. —Volvió la mirada hacia los dos recién llegados—. ¿Qué hacéis aquí? ¿No deberíais estar de guardia?
Leigh se adelantó unos pasos.
—Hemos visto sombras entre los árboles, maestros. El dispositivo no ha detectado nada, pero quizás fuese buena idea redoblar la guardia...
Los dos hombres volvieron a mirarse, pensativos, y asintieron a la vez con la cabeza. Probablemente, ni tan siquiera le hubiesen escuchado. Ambos estaban tan concentrados en lo que acababan de escuchar por el transmisor que un posible avistamiento sin pruebas que lo respaldasen no les importaba en exceso. No obstante, la propuesta de Leigh les parecía buena. Hubiese algo real o no rondándoles, cuanto más alerta estuviesen, mejor.
Poco después, Ana volvió a su tienda de campaña con una extraña mezcla de sensaciones. Por primera vez en mucho tiempo, la joven se sentía insegura a pesar de estar rodeada de gente. Se sentía intimidada por las sombras, por el entorno y el ambiente, pero sobre todo por sus pensamientos.
Ana estaba abrumada.
De pie frente a su tienda, volvió la vista a su alrededor. El campamento estaba prácticamente desierto; los guardias seguían en los bosques, perdidos entre los árboles, mientras que el resto de compañeros yacían dentro de sus tiendas, seguramente dormidos. Ana paseó la vista entre las distintas estructuras, pensativa, hasta que sus ojos se detuvieron en una en concreto. Se diferenciaba del resto por el color, pues era más oscura que el resto, pero también en su localización. Como de costumbre, él se mantenía un poco al margen, tratando de pasar lo más desapercibido posible.
Había cosas que nunca cambiarían.
Ana lanzó un rápido vistazo a su tienda, sacó de su interior su bolsa y, con paso rápido, se encaminó hacia allí. Pocos segundos después, tras pasar de nuevo junto al puesto de comunicaciones, se detuvo frente a la lona y volvió la vista atrás para asegurarse de que nadie la viese. Acto seguido, se metió.
El cañón del arma le recibió apuntándole directamente a la cabeza. Ana se detuvo en seco, sobresaltada ante el recibimiento, pero al ver que bajaba la pistola, dejó caer la bolsa al suelo.
Armin la miraba con perplejidad, con medio cuerpo fuera del saco y los ojos enrojecidos por el sueño. Debía haberle despertado.
—¿Qué demonios se supone que haces tú aquí? —preguntó en apenas un susurro. Parecía agitado—. ¿Ha pasado algo?
Ella no respondió. Simplemente se dejó caer de rodillas al suelo, repentinamente agotada, y apoyó la cabeza sobre su pecho. Tan solo allí, a su lado, se sentía capaz de cerrar los ojos sin temor a las pesadillas.
Perplejo, Armin la observó durante un instante, sin saber cómo reaccionar. El guardaespaldas era plenamente consciente de que hacía días que algo iba mal, pero ni había preguntado antes, ni lo iba a hacer ahora: comprendía el silencio.
Finalmente, le rodeó la espalda con el brazo.
—Coge energías, Ana, esto no es más que el principio...
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