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Capítulo 3

Capítulo 3



La "Estrella de plata" abandonó los hangares de la ciudad de Valash pocos minutos antes del amanecer. Apoyada contra uno de los terminales de navegación, Ana observó el despegue de la nave desde el puente de mando, junto a la capitana Laura Lagos y sus ayudantes mecánicos. Desde que pisase por primera vez aquel lugar meses atrás, la joven se había quedado enamorada de la compleja tecnología y maquinaría que llenaba aquella amplia estancia. Durante sus clases de vuelo impartidas por la propia capitana, Ana había aprendido a reconocer y utilizar gran parte del instrumental de a bordo; sabía leer el significado de los indicadores, navegar por los terminales de control e, incluso, manejar el timón. De hecho, hasta había logrado adentrarse en el corazón de la nave a través de la completa y dolorosa conexión cervical. No obstante, aún le faltaba mucho por aprender. La "Estrella de plata" era un gran coloso al que no cualquiera podía dirigir, y ella, muy a su pesar, de momento no entraba en la lista de los privilegiados.

El joven de la taberna "Crasso" había logrado subir a la nave en el último momento. Según había podido saber gracias a la capitana, el muchacho, cuyo nombre era Leigh Tauber, pertenecía a la organización desde que tenía uso de razón. Tras nacer en el seno de una familia terriblemente humilde y haber sido entregado a los servicios sociales de su planeta de origen, Leigh se había pasado los primeros años de vida en un orfanato. Alcanzada la tierna edad de cinco años, el hermano de su madre, o quizás de su padre, no quedaba claro, arregló toda la documentación para llevarse al muchacho consigo fuera del planeta. En contra de lo que cabía esperar, pues los trámites nunca eran fáciles, la superpoblación y masificación del orfanato facilitaron las cosas notablemente. Leigh abandonó el planeta y, para su sorpresa, acabó en manos de la única y auténtica familia a la que siempre pertenecería: Mandrágora.

—No era su tío, ¿verdad? —Había preguntado Ana, convencida de la respuesta—. ¿Por qué lo recogieron? ¿Qué tenía de especial? ¿Acaso no había miles de niños como él?

—Nunca lo supe, pero Gorren lo tuvo claro desde el principio. El maestro quería a ese niño a toda costa.

Fuesen cuales fuesen las motivaciones de Philip Gorren, Ana no hizo más hincapié en el tema. Ahora que el chico se había unido a la tripulación, tendría tiempo más que de sobra para conocer el motivo de su presencia allí. Además, había cosas más importantes de las que hablar.

—¿Cuánto vamos a tardar en llegar a Ariangard?

La nave apenas acababa de adentrarse en la oscuridad del espacio cuando Ana rompió el silencio reinante en el puente de mando. Normalmente, cuando acudía al encuentro de la capitana, Ana pasaba horas y horas en silencio a su lado, observando con interés sus movimientos o, simple y llanamente, deleitándose del hermoso espectáculo que se abría ante sus ojos. En aquel entonces, sin embargo, tenía otras motivaciones.

Aún con las manos firmemente apoyadas sobre el timón, la capitana volvió la mirada únicamente durante un instante hacia la joven. Hacía tanto tiempo que esperaba aquella pregunta que, ahora que por fin se la habían formulado, no sabía qué responder.

—Me temo que no es mi responsabilidad revelar esa información, querida —respondió la capitana. Sus ojos, el derecho totalmente blanco y el izquierdo de un intenso color miel, se volvieron hacia el gran ventanal que cubría la parte delantera de la nave—. Creo que deberías hablar con tu maestro al respecto.

Ana le mantuvo la mirada durante unos segundos, pensativa, pero no respondió. Confiaba en Lagos. A pesar de su extraño aspecto, alta, fuerte, con el pelo color fuego trenzado y una sonrisa tan seca como sarcástica, había logrado ganarse su respeto. La capitana era inteligente, locuaz y valiente: todo un ejemplo a seguir.

—No nos dirigimos hacia allí, ¿verdad? —Ana se incorporó, tensa—. ¿Por qué será que no me sorprende? ¡Llevo meses esperando este maldito momento, y...!

—No te adelantes a los acontecimientos —interrumpió Lagos antes de que el nerviosismo se apoderase de ella—. Habla con tu maestro, Ana. Yo no puedo darte respuesta a todas tus preguntas, pero él sí.

Ana aceptó el consejo con un brusco ademán de cabeza. Hablaría con Helstrom, sí, pero lo haría más tarde. De momento, al menos hasta que pasasen un par de horas, prefería quedarse allí, disfrutando de la hermosa visión de las estrellas. Una visión de la que confiaba no cansarse jamás.




—Pasa, hace un rato que te estaba buscando.

Cinco horas después, Ana dejaba el puente de mando para adentrarse en el corazón de la nave. Su intención inicial era la de encerrarse unas horas a descansar en su celda. La joven aún no había descansado ni una hora desde que dejase atrás el planeta-prisión y empezaba a padecer los efectos del agotamiento. No obstante, un encuentro casual con Maggie en uno de los corredores le había hecho cambiar de opinión. Helstrom deseaba hablar con ella, probablemente por lo ocurrido en Valash, y ella a su vez también quería aclarar su próximo destino, por lo que decidió cambiar de objetivo. Ana se desvió de su camino y en apenas unos minutos se presentó en la biblioteca.

—Por favor, toma asiento, me gustaría hablar contigo.

Obediente, Ana cruzó la estancia con paso firme hasta la mesa de estudio donde Helstrom se había instalado. En aquella ocasión, lejos de revisar mapas, el hombre trabajaba con un par de gruesos tomos de aspecto anticuado tomando anotaciones a mano sobre un cuaderno de hojas amarillentas. Desde su unión, Ana se había fijado en que Helstrom huía de los avances tecnológicos siempre que podía. Le gustaba escribir a pluma, leer los libros con los ojos, no con la mente, y conducir sus propios vehículos manualmente.

Otro detalle que le caracterizaba era que sus córneas aún no habían sido retocadas quirúrgicamente, por lo que no era extraño verle con lentes de aumento. Era, como Maggie solía decir, un hombre anticuado; uno de aquellos supervivientes a los que ni el tiempo ni los avances habían logrado apartar de las costumbres más mundanas. Ana sospechaba que probablemente sus orígenes tuviesen algo que ver con su conducta, aunque por el momento no le había preguntado al respecto. La confianza entre ellos era una materia en la que aún tenían que invertir muchas horas.

Tomó asiento y aguardó en silencio a que tomase las últimas anotaciones. Helstrom garabateó un par de símbolos en su cuaderno, depositó la pluma sobre el secadero y se quitó las gafas. Junto a sus libros, medio escondida entre las páginas, una taza ya fría de té le había acompañado a lo largo de todas aquellas horas de estudio.

Le dio un sorbo.

—Imagino que ya lo sabes, pero tu objetivo logró subir a la nave en el último momento. Al parecer, tuvo ciertos problemas para poder llegar hasta los hangares.

—Por lo que pude escuchar, media ciudad quería matarle. Yo diría que usa algún tipo de truco en las partidas.

—Lo utiliza, sí. Tauber es lo que comúnmente se llama un buscavidas, y para sobrevivir ha tenido que aprender varias técnicas, entre ellas, pequeñas trampas para salir victorioso en los juegos de mesa. Supongo que la capitana ya te lo habrá dicho, pero ese joven es un valioso miembro de la organización. Personalmente no he tratado demasiado con él, pero es importante para el maestro Gorren.

—¿Es por él por lo que lo hemos sacado de ese planeta? ¿Por su amigo? —Ana se movió incómoda en la silla. Por lo que había podido saber gracias a Laura Lagos y el propio Helstrom, el tal Philip Gorren y él eran íntimos amigos—. Creía que las misiones que nos habían retrasado eran vitales.

—Y ayudar a un compañero no te lo parece, ¿verdad? —Helstrom sonrió con amabilidad—. No necesito leerte la mente para saber lo que estás pensando, Ana. Lo cierto es que, planteado así, no suena a misión vital. Al igual que Leigh, hay miles de miembros de la organización desperdigados por toda la galaxia que necesitan nuestra ayuda. No obstante, Tauber es especial, y no solo porque Gorren sienta predilección por él. —Bajó el tono de voz, adquiriendo así la conversación cierto toque de complicidad—. Ese joven es la llave que nos va a abrir la última puerta antes de encaminarnos a Ariangard.

Un asomo de sonrisa surgió en la comisura de los labios de Ana. No podía ignorar el hecho de que, nuevamente, la habían engañado al asegurarle que no habría más interrupciones, pero era un buen inicio. Helstrom nunca daba puntadas sin hilo.

—Te dije que tras la intervención en el planeta Coran nos encaminaríamos hacia Ariangard, y no te mentí, Ana. Actualmente estamos de camino al sistema Cuarzo, y más en concreto al planeta Helena. Como ya sabes, ése es el último sistema antes de adentrarnos en los dominios de Ariangard.

—Lo sé —admitió Ana—. Y si mal no recuerdo, Helena es el planeta del que partió la expedición de Rosseau hace más de cien años.

—Exacto. Bastian Rosseau pertenecía al equipo científico de la Universidad de Ciencia y Química de Helena, y es precisamente hacia allí a donde nos dirigimos. Según hemos podido saber, existe cierto material privado de Rosseau almacenado en su biblioteca que podría sernos de gran utilidad. Es por ello por lo que, antes de adentrarnos en el sistema prácticamente a ciegas, haremos una última parada en busca de esos archivos.

Ana asintió, satisfecha por la explicación. Entendía las motivaciones de Helstrom. Si bien adentrarse en el sistema Ariangard era el único motivo por el cual aún seguía en aquella nave, era consciente de que hacerlo a ciegas era peligroso. Cuanto más informados y preparados fuesen, más oportunidades tendrían de obtener un resultado positivo.

—Lo entiendes, ¿verdad?

—Por supuesto. —Ana asintió con la cabeza para darle mayor énfasis a su respuesta—. ¿Sabemos algo de lo que hay en esos archivos? Si están en Helena significa que son previos a la expedición, ¿me equivoco?

—Algunos sí, otros no. —Helstrom apoyó la espalda en el respaldo de la silla—. Hay transcripciones de las últimas comunicaciones de la nave con la torre de control de Helena antes de desaparecer. Es posible que de esas conversaciones saquemos información vital para nuestro viaje.

—Me parece inteligente desde luego. ¿Es por ello que Tauber se ha unido a nosotros? Ha dicho que él abriría la última puerta.

Helstrom asintió.

—Hace tres años el joven ingresó en la universidad a la que nos dirigimos. Su estancia allí no fue demasiado larga, apenas estuvo un año, pero confiamos en que podremos utilizar sus credenciales para acceder a la biblioteca.

—¿Estarán aún activas? Si fue expulsado es probable que las hayan dado de baja.

—Por suerte para todos, Leigh abandonó la universidad por voluntad propia, por lo que es más que posible que sigan activas. De todas formas, en caso de ser necesario, volvería a ser inscrito. Lo importante es acceder, y gracias a él lo conseguiremos.

El sonido de unos pasos en el corredor provocó una pausa. Los dos volvieron la mirada atrás, hacia la puerta, y al otro lado del umbral vieron pasar fugazmente al joven Elim Tilmaz acompañado por Marcos Torres. Al parecer, los dos antiguos bellator llevaban varias horas enfrascados en la sala de máquinas en una interesante discusión sobre el destino de los presidiarios del planeta que acababan de visitar, y habían decidido trasladarla a uno de los salones. Allí, además de estar más cómodos, podrían disfrutar de una buena copa.

—Por cierto, Ana, Tauber dice que le golpeaste con una botella. Hasta donde sé, aún le están sacando cristales de la cabeza en la cubierta médica.

—Bueno, formaba parte del plan —se excusó Ana sin poder evitar una punzada de culpabilidad en el estómago. De haber sabido el papel que Leigh iba a jugar en la misión, seguramente habría adoptado otra postura—. Allí todos parecían tenerle rencor, así que creí que era lo adecuado. Además, iba a desaparecer: lo lógico era que pensaran que había sido un ajuste de cuentas, ¿no cree?

Helstrom cruzó los brazos sobre el pecho, visiblemente interesado en su explicación. En su rostro no había rastro alguno de enfado, aunque tampoco de diversión. En el fondo, aunque todo hubiese salido bien, no le gustaba lo que había pasado.

—¿Y qué hay de eso de inyectarle la anestesia y sacarle el localizador con cuidado? Dice que le apuñalaste.

—No disponíamos de tiempo, maestro. El circuito de vigilancia solo podía interrumpirse durante unos minutos; de haber intentado hacer las cosas bien, nos habrían descubierto.

Poco convencido, Helstrom le mantuvo la mirada durante unos segundos, tratando de ver más allá de sus palabras en su mirada. Si bien el carácter de Ana había logrado moderarse en los últimos tiempos, la joven seguía siendo incapaz de ocultar bien sus sentimientos. Tendrían que trabajar en ello.

—Tu cara es un libro abierto, Ana.

—No es el primero que me lo dice, maestro.

—Pues esperemos que sea el último. Debemos corregir ese defecto antes de que pueda llegar a causarte problemas. El viaje hasta Cuarzo va a ser largo, es probable que nos lleve más de un mes, así que aprovecharemos para trabajar en ello. Sé que pasas muchas horas con Torres en la sala de entrenamiento y con la capitana en el puente de mando, pero quiero que me reserves todas las mañanas, de ocho a cuatro, ¿de acuerdo?

Asintió con la cabeza, conforme. Durante los primeros meses de estancia en la nave, Ana había trabajado muy estrechamente con Helstrom. El maestro era duro como pocos, pero sus enseñanzas eran útiles y, gracias a él, en poco tiempo había logrado adquirir muchísimos conocimientos. Ahora, meses después, más serena y consciente de la realidad que la rodeaba, esperaba poder sacar aún más partido de sus enseñanzas.

—El viaje a Ariangard va a ser peligroso. Desconozco qué nos deparará, pero tienes que estar preparada. Quiero que sigas trabajando duro. Esta noche has demostrado que puedo confiar en ti. Sigue así: no quiero que pierdas la concentración.

—Lo intentaré.

—Debes saber, también, que en Cuarzo se unirán dos personas más a nuestra expedición. El maestro Gorren y su guardaespaldas se dirigen ahora hacia allí. Si todo va bien, participarán activamente en la operación.

—Serán bienvenidos entonces. No conozco al tal Gorren, pero si es tal y como usted y la capitana lo describen, nos será de gran utilidad.

—Lo será. Dentro de unos días, cuando nos acerquemos a destino, convocaré una reunión para transmitir toda la información al resto de tus compañeros. Hasta entonces quiero que mantengas la cabeza en su sitio. No más botellazos ni salidas de tono como la de esta noche, ¿de acuerdo? Te has ganado mi confianza de momento: no la pierdas. Por cierto, ¿te he dicho ya que Tauber sigue en la cubierta médica?

Ana ladeó ligeramente la cabeza, descubriendo en la expresión del maestro una mueca divertida, y se puso en pie. Sabía lo que tenía que hacer.

Se despidió con una tímida sonrisa. Cruzó la puerta de la biblioteca, se adentró en el pasillo central que conectaba las distintas secciones de la nave y descendió al nivel inferior. El resto de sus compañeros solían utilizar los montacargas para moverse por las distintas plantas, pero a Ana no le gustaban en exceso. Tenía la sensación de que podían fallar en cualquier momento. Así pues, con paso ligero, fue recorriendo el esqueleto de la nave hasta alcanzar el piso inferior. Una vez allí, atravesó el corredor que separaba los camarotes bajos de la cubierta médica y traspasó sus puertas. Tal y como el maestro le había informado, Tauber seguía en las instalaciones, sentado sobre una camilla y con una expresión ceñuda en el rostro.

Tras él, realizando las últimas curas en la parte trasera de su cabeza, el aprendiz médico le dio la bienvenida con una sonrisa amable.

—Larks —saludó Edward Menard con tono jovial—. Cuanto tiempo sin verte.

Ana respondió alzando la mano. Ella y Menard se habían conocido meses atrás, cuando un accidente en la sala de entrenamiento había acabado con la joven tendida en una camilla con un puñal clavado en el costado. Hasta aquel entonces Ana no había sido consciente de su presencia, ni de la de ningún otro miembro del equipo médico. A partir de entonces, sin embargo, sus encuentros habían sido bastante habituales.

—Ya creía que no ibas a venir a visitarme.

—He estado algo ocupada —respondió ella—. No me lo tengas en cuenta.

—Nunca podría. —El hombre se quitó las ostentosas lentes amplificadoras que llevaba y palmeó el hombro de Tauber—. Ya estás listo, Leigh. Vuelve en un par de días para ver cómo evolucionas, ¿de acuerdo? —Depositó el material usado en una bandeja y se encaminó hacia la puerta, dirección a la sala de higienización—. Larks, siempre es un placer.

Ana esperó a que el aprendiz se alejara para mirar a Tauber. Éste, visiblemente molesto tanto con ella como con las heridas, aprovechaba los últimos momentos de su estancia en la cubierta médica para palparse la cabeza con la punta de los dedos, allí donde la botella se había estrellado. Cogió de la mesilla quirúrgica un espejo e intentó mirarse sin demasiado éxito. El ángulo no ayudaba.

—¡Pues vaya mierda! —exclamó con desazón. Dejó el espejo donde lo había encontrado y se puso en pie. Su mirada se endureció al encontrarse con la de Ana—. ¿Y tú qué quieres ahora? ¿Darme otro botellazo?

Leigh se cruzó de brazos, adoptando una expresión cómica a ojos de Ana. Pretendía mostrar su enfado, pero la peculiar configuración de su rostro infantil se lo impedía. Era como si, de algún extraño modo, aquella cara solo estuviese hecha para sonreír.

Ana se preguntó si se habría hecho algún retoque quirúrgico para conseguir aquel efecto.

—No. —Le tendió la mano—. Venía a ver qué tal estabas y a disculparme. Puede que haya sido un poco brusca contigo.

—¿Un poco? ¿A eso le llamas ser un poco brusca? —Leigh alzó las cejas, sorprendido tanto por la expresión como por las disculpas, pero rápidamente las aceptó. Ensanchó la sonrisa, repentinamente alegre, y le estrechó la mano—. Bueno, son cosas que pasan, imagino. No importa... aunque no vuelvas a hacerlo. Al menos no sin avisarme. —Le guiñó el ojo, cómplice—. Soy Leigh Tauber, encantado. Tú eres Larks, ¿no? ¿Qué clase de nombre es ese? Por tu acento y tu aspecto diría que eres del sector Scatha, ¿me equivoco?

Ana alzó ambas cejas con sorpresa.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Nadie. —Se encogió de hombros—. Aún no he tenido ocasión de poder hablar con nadie salvo el enfermero y te aseguro que él no ha dicho nada sobre ti.

—¿Entonces?

—Bueno, he viajado mucho. Te sorprendería saber lo útil que puede llegar a ser el saber según qué tipo de cosas cuando estás en situaciones límite. Además, pasé una temporada en la base del planeta Dara, en el sector Scatha. Allí la gente hablaba como tú... y tenía cierto parecido físico contigo. No os da mucho el sol, ¿eh? —Ensanchó la sonrisa—. En fin, aún no me has dicho qué es eso de Larks. ¿Qué tal si me lo explicas mientras me enseñas la nave? Helstrom dijo que lo harías encantada.

Leigh le tendió la mano, angelical, como si ya no hubiese rencor alguno entre ellos. Tanto la herida del localizador como la del botellazo parecían haber caído en el olvido.

—No me creo que haya dicho eso.

—Vaya, me has pillado. —Le cogió la mano con rapidez, impidiendo así que pudiese escapar, y tiró de ella hacia fuera. Ana, divertida ante su ocurrente salida, no se opuso—. En realidad, no lo ha dicho, pero tampoco importa, ¿no? Vamos, enséñame la nave: ahora somos compañeros. Y los compañeros, hasta donde yo sé, deben llevarse bien...

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