Capítulo 26
Capítulo 26
Tras casi tres semanas de intensa navegación a través de la galaxia, la "Pandemonium" se adentraba en la última etapa del viaje. Durante todas aquellas jornadas, la tripulación se había mantenido serena y tranquila, concentrada en sus quehaceres, pero con la inminente llegada a su destino siempre en mente.
Los últimos días habían transcurrido muy rápido, casi tanto que Ana apenas había sido consciente de ello. Durante las mañanas asistía a un programa de rehabilitación en el que, junto a otros tantos heridos, pasaba horas haciendo ejercicios para intentar recuperar el máximo de movilidad posible. A la joven no le gustaba demasiado asistir a aquellas clases, pues creía poder hacer lo mismo en su camarote, tranquila y relajada mientras leía algo de interés, pero Helstrom había insistido tanto que finalmente se había dado por vencida. A mediodía comía con Leigh y el resto de los suyos en uno de los salones. La joven siempre intentaba coincidir con el máximo número posible de compañeros, pues aquel momento era uno de los pocos que podía compartir con ellos, pero le resultaba casi imposible coincidir con todos. Los grupos estaban muy divididos, y aunque la vida a bordo era sencilla y monótona, todos habían adquirido unos hábitos de vida cuyos horarios eran incompatibles con los del resto.
Ana pasaba las tardes estudiando en la biblioteca en compañía de Helstrom. A la joven aún le quedaba mucho por aprender sobre el Reino y Mandrágora, y aunque su tiempo dentro de la organización llegaba a su fin, el maestro quería que se enfrentase al futuro formada y preparada. Los sighrianos también acudían a veces a aquellas clases, aunque no solían durar demasiado. Maggie siempre era la primera en irse alegando cualquier excusa. A la mujer le gustaba ir de un lado a otro, reírse y charlar con cuántos encontraba en su camino, y en la biblioteca se sentía como un animal encerrado. Marcos, por su parte, había encontrado en Havelock, Gordon y el resto de dalianos unos compañeros con los que se sentía cómodo, y pasaba la mayor parte del tiempo a su lado, en los gimnasios. De vez en cuando acudía a las clases y se quedaba unas horas, pero únicamente por deferencia al maestro. A Elim, a diferencia de sus dos compañeros, sí que le gustaban las clases. El joven era muy participativo y audaz, así que con él resultaba fácil avanzar. Además, le gustaba lo que aprendía. Tilmaz deseaba que su futuro siguiese estrechamente ligado al del maestro Helstrom así que intentaba aprender lo más rápido posible. Era una lástima que le costase tanto concentrarse, de lo contrario podría haber llegado muy lejos.
Al finalizar las clases, las cuales acababan muy tarde para el gusto de Ana, la joven cenaba en el salón con el resto de los suyos y disfrutaba de las pocas horas libres que tenía para deambular por la nave en compañía de Leigh, disfrutar de las vistas en la cubierta de observación junto a los sighrianos o, simplemente, pasar el rato con Armin en su taller, observando con atención sus progresos. Alcanzada la medianoche, volvía a su camarote y se acostaba demasiado cansada para soñar.
Y con aquella rutina habían ido pasando los días hasta que, iniciada ya la cuenta atrás, todos los miembros de la nave que participarían en la misión de Ariangard fueron convocados a las ocho de la tarde a la cubierta más baja de la nave: la de recreación.
Para cuando Ana y Leigh llegaron, la inmensa sala de reuniones donde los maestros Gorren y Helstrom, ahora situados en lo alto de un estrado, les habían reunido, ya estaba prácticamente llena. Además de los miembros de su propio equipo, repartidos por las mesas había decenas de dalianos vestidos con las ropas que empleaban en sus largas sesiones de gimnasio. Durante todas aquellas jornadas de viaje, Larkin había ido coincidiendo con ellos por los pasadizos y las distintas salas. En su mayoría, los dalianos eran reservados; gente tranquila y callada cuya exquisita educación y buenos modales chocaba con su aspecto marcial. Ana sospechaba que detrás de aquella peculiar mezcla de formación tanto física como mental se encontraba Havelock, su líder, aunque los Turner también habían tenido mucho que ver. Y es que, aunque aquellos hombres ya no tenían un planeta al que volver, la "Pandemonium" se había convertido en su hogar y sus tripulantes en sus hermanos.
Tras un rápido vistazo, Leigh y Ana se encaminaron hacia el lateral donde Elim, Maggie y Marcos se habían adueñado de una mesa. Desde allí se podía ver prácticamente toda la sala: el grupo de militares que fumaban y reían en la esquina, los que permanecían en silencio acomodados en las mesas de delante y el ruidoso grupo del lateral izquierdo, aquel que no dejaba de reír. También podían ver a los dos maestros charlar con los hermanos Turner y con Havelock, el cual parecía especialmente animado aquella noche. Dale Gordon se hallaba en una de las mesas, recostado cómodamente en el respaldo de una silla mientras charlaba con una joven de no más de veinte años. No muy lejos de allí se encontraba Tiamat disfrazado con su traje favorito de adolescente andrógino. El alienígena se mantenía en silencio con los brazos cruzados, observándolo todo con los ojos bien abiertos, como si la reunión despertase en él auténtica curiosidad. Al fondo de la sala, junto a varias mujeres, se encontraba Kamal Sharma, siempre atento y preparado, y a su lado, en compañía de Vel Nikopolidis y con la mirada fija en los maestros, Armin.
—¿Sabes de qué va todo esto? —le preguntó Maggie, con la mirada fija en el crono que colgaba sobre la puerta de entrada—. Quedan tan solo dos minutos...
—Ni idea, pero somos muchos —respondió ella, volviendo la vista hacia los maestros. A simple vista había cerca de un centenar de personas—. Imagino que querrán informarnos sobre lo que vamos a encontrarnos en K-12. Por lo que he podido escuchar, nos queda menos de una semana de viaje.
—En realidad solo quedan cinco días —puntualizó Leigh a su lado, logrando con aquel comentario que Elim tuviese que morderse la lengua para no soltar una carcajada. El apodo que Armin le había puesto a Tauber había causado auténtico furor entre los sighrianos—. Y sí, parece que nos van a informar sobre K-12... aunque creo que no de la forma que vosotras creéis.
Marcos y él intercambiaron una mirada llena de complicidad, pero no soltaron prenda. Ambos eran plenamente conscientes de lo que estaba a punto de suceder, pues en parte habían participado en su preparación, pero no querían estropearle la sorpresa a nadie.
Pocos minutos después, con la llegada de los últimos rezagados, las puertas de la sala se cerraron. Las luces de la estancia se atenuaron y poco a poco todo fue quedando en silencio. De pie en lo alto del estrado, los Turner se situaron en un segundo plano, dejando así a los maestros y a Havelock al mando de la reunión.
Gorren fue el primero en romper el silencio adelantándose unos pasos.
—Sé que es tarde y que tenéis hambre, por lo que seré breve —empezó con tono jocoso, sonriente—. Primero quisiera daros las gracias por vuestra asistencia; es un placer poder contar con tantos hombres y mujeres predispuestos a arriesgar su vida por la causa. Imagino que la gran mayoría lo sabéis, pero para los pocos rezagados que queden, mi nombre es Philip Gorren, y mi compañero es Alexius Helstrom, y somos maestros de la División Azul de la M.A.M.B.A. Nuestro viaje empezó hace ya un año con la caída de Sighrith, y esperamos que muy pronto llegue a su fin. Según nos han informado nuestros contactos en el sector Scatha, cinco de los siete planetas que lo componen han caído en manos del ser al que llamamos el Capitán, ahora conocido como Elspeth Larkin. El avance del enemigo es muy rápido, tanto que calculamos que en menos de un año se habrá apoderado de los dos planetas restantes. Es por ello que...
Aunque Gorren siguió hablando durante unos minutos, Ana no escuchó su discurso. La noticia sobre el estado de su sector le había resultado tan impactante que había quedado en shock, perpleja ante los acontecimientos.
Desde un principio Larkin había sabido que el Capitán no iba a detenerse en Sighrith. Helstrom lo había descrito como un conquistador; un ser sin alma que deseaba expandirse lo más rápido posible costase lo que costase. El enemigo era peligroso y disponía de todo tipo de recursos por lo que no había que menospreciarle. Y no lo había hecho, desde luego, pero tampoco le había creído capaz de cometer tal atrocidad. Si realmente había tardado solo un año en apoderarse de prácticamente todo un sistema, ¿qué sería de Scatha si no intentaban detenerle? Es más, ¿qué sería del Reino? La joven dudaba que la Suprema fuese a permitirle seguir avanzando. Scatha, en el fondo, era un sector cuyo pasado conflictivo lo convertía en prescindible, por lo que podía llegar a ser sacrificado. No obstante, la ambición del Capitán no se limitaba a la conquista de siete planetas, y todos los sabían. De hecho, por ello estaban allí. Sighrith, en el fondo, no era realmente importante. Perderlo había sido un gran golpe, pero Mandrágora era demasiado poderosa como para considerar que había sido herida. El permitir que el enemigo siguiese extendiéndose, sin embargo, podía llegar a convertirse en un problema demasiado grave como para arriesgarse. El Capitán tenía que morir, y tenía que hacerlo ya, antes de que fuese demasiado tarde.
—Así pues, os dividiréis en ocho grupos y permaneceréis el máximo tiempo posible en la recreación —explicaba el maestro Alexius Helstrom en ese momento. Tras la presentación inicial de Gorren, él había sido el elegido para explicar la prueba a la que iban a ser sometidos—. Nos hemos basado en los recuerdos de los hombres y mujeres que ya han estado en K-12 para el diseño del entorno, lo que comporta que el nivel de realismo sea máximo. El objetivo de este ejercicio es habituarnos a las condiciones del planeta, pero también prepararnos. Desconocemos qué nos espera en tierra, pero conociendo el modus operandi del Capitán, es más que probable que haya un comité de bienvenida armado hasta los dientes esperándonos. Es por ello que tras tanto tiempo de inactividad, creemos conveniente realizar este ejercicio de supervivencia.
—A lo largo de esta noche se os asignará un grupo y se os entregará el equipo —prosiguió Havelock—. Durante los próximos días estaréis incomunicados, así que os recomiendo que penséis con la cabeza vuestros movimientos dentro del terreno de juego... porque no deja de ser un juego, en el fondo. Recibiréis también las instrucciones: cada grupo tendrá una misión a cumplir. Poco más a decir: lo demás lo descubriréis sobre la marcha. Ahora, caballeros, señoritas, disfrutad de las últimas horas que quedan del día, pues dentro de poco, muy poco, volveremos a vernos las caras... por cierto, los que logren sobrevivir hasta el final recibirán una recompensa muy interesante. —Havelock volvió la mirada hacia los maestros y, ante el asentimiento de éstos, finalizó la reunión con tres simples y sencillas palabras—. Suerte a todos.
Pasadas las cuatro de la madrugada, alguien golpeó la puerta del camarote de Ana. La joven se bajó de la cama y corrió a la puerta, ansiosa. Llevaba tantas horas esperando aquel momento que ni tan siquiera había logrado conciliar el sueño. Abrió, recogió la voluminosa mochila que habían dejado y sin tan siquiera molestarse en descubrir la identidad del repartidor curioseando por el pasadizo, la metió en el camarote y cerró.
Se apresuró a inspeccionarla.
Una hora después, siguiendo las instrucciones y vestida con el uniforme negro que había encontrado dentro de la mochila, Ana se presentó en el salón donde hasta entonces se habían celebrado todas las comidas y cenas. Allí, reunidos alrededor de una de las mesas, ya le aguardaban los que serían sus compañeros durante los siguientes cinco días: tres rostros desconocidos y dos familiares.
—¡Vaya, vaya, vaya...! —exclamó Leigh con una amplia sonrisa en la cara—. Acabas de alegrarme la noche, Larks.
Ana acudió a su lado con paso firme, satisfecha por su presencia. Desde que abandonase la sala de reuniones horas atrás, la joven no había dejado de preguntarse si en su grupo habría algún conocido en el que apoyarse.
—Esto se pone interesante —respondió ella, satisfecha, guiñándole el ojo a Leigh. A continuación, ante la mirada de todos los presentes, se volvió hacia el otro rostro conocido, sorprendida—. David, creía que tú no participabas.
—¿Yo? —Havelock le dedicó una fugaz sonrisa a modo de bienvenida—. Antes muerto que perderme este espectáculo, Ana. Pero bueno, ahora que al fin estamos todos, hagamos las presentaciones. En menos de diez minutos nos llevarán a nuestro punto de inicio. ¿Habéis leído todos las instrucciones? ¿Conocéis el objetivo? Espero que así sea, porque el tiempo se nos echa encima.
Los tres desconocidos que conformaban el grupo de Ana, Leigh y David eran antiguos dalianos cuyo destino había quedado entrelazado con el de su Rey años atrás. Se trataba de dos hombres y una mujer de edades comprendidas entre los cincuenta y los veinte años. El mayor, un hombre calvo de espesa barba oscura, se llamaba Asher Praghan y se caracterizaba por su escasa estatura. A simple vista parecía un hombre agradable de sonrisa fácil, pero sus ojos marrones denotaban una tristeza. Francis Borowski era un par de décadas más joven, alto y atlético. Llevaba el cabello oscuro rapado, como si realmente fuese un militar, y tenía el rostro lleno de cicatrices. Su aspecto era casi tan marcial como el de David Havelock, aunque el uniforme le quedaba bastante más holgado, como si le fuese grande. Finalmente, el último miembro del equipo era una joven de no más de veinte años cuyo nombre era Rei Laporte. La joven era alta y delgada, tenía la piel morena y los ojos grandes y llamativos, de un intenso color gris. Lucía el cabello recogido en una coleta alta, rubio con reflejos naranjas, y el uniforme ceñido. Su aspecto era tan llamativo y sensual que, a su lado, Ana no podía evitar sentirse cohibida.
Poco después de hacer las presentaciones pertinentes, un joven de aspecto cansado acudió a su encuentro para el traslado. Los guio a través de la ahora silenciosa nave hasta las puertas de un elevador y, tras intercambiar unas rápidas palabras con Havelock, anunció lo que todos esperaban escuchar.
—Las puertas se abrirán en dos minutos. Dentro hay un portal que os trasladará a la sala de recreación. Una vez lo crucéis estaréis ya en la competición: os recomiendo que mantengáis los ojos bien abiertos. Tal y como se indica en la normativa, esto es un juego por equipos y se recomienda encarecidamente espíritu de colaboración. La estrategia a seguir queda en manos del líder de cada equipo. Caballeros, señoritas, en nombre del Capitán y los maestros, les deseo suerte.
Havelock, el cual se había autoproclamado cabecilla del equipo, aprovechó aquellos dos minutos para dar las últimas órdenes.
—No sé qué harán el resto de equipos, ni me importa. Esto es un todos contra todos y quiero ganar, ¿de acuerdo? Así que no tengáis piedad: disparad a cualquier participante que os crucéis, ya que si no lo hacéis lo harán ellos.
Ana nunca había atravesado un portal. Había oído hablar de ellos a través de los filmes y de las novelas, donde siempre llevaban a lugares increíbles e imposibles, pero jamás se había imaginado a sí misma atravesando uno. Sin embargo, así fue. La joven se detuvo tan solo un segundo para contemplar el amplio arco de piedra que tenía ante sus ojos. Sus compañeros se adentraban con rapidez en la oscuridad que aguardaba tras el portal, sin temor alguno a lo que pudiese aguardarles al otro lado. Ella, sin embargo, no pudo evitar sentir cierto reparo al hacerlo. Por suerte, antes de que los temores o las dudas lograsen detenerla definitivamente, Asher Praghan la cogió del codo y tiró de ella hasta el otro lado.
La sensación al cruzar el umbral fue brutal, pero fugaz. Ana sintió cómo el mundo daba vueltas a su alrededor a gran velocidad, dibujando y desdibujando formas. Por un instante creyó haber ensordecido, pero finalmente el sonido regresó a gran volumen, como si todos a su alrededor gritasen. Y gritaban, desde luego. La joven parpadeó, mareada, sintiendo arcadas, pero rápidamente empezó a correr. Alguien la acababa de coger del brazo y aunque aún no era consciente de lo que sucedía, el instinto le decía que estaba en peligro.
Peligro...
Atrás quedaba el pasadizo y el elevador de la "Pandemonium"; el silencio, los camarotes, los tripulantes. Ahora se hallaba en mitad de un denso bosque, rodeada de árboles, matorrales y niebla, y decenas de figuras del tamaño de un perro grande y de aspecto insectoide rodeaban al grupo.
Les habían tendido una emboscada.
Antes de que pudiese llegar a reaccionar, la joven ya corría tras Praghan, el cual la había vuelto a coger del brazo. Junto a él se encontraba Havelock y Rei Laporte, y unos metros por detrás, lanzando maldiciones, Leigh y Francis. Al parecer, el portal les había llevado al corazón de uno de los nidos de los habitantes de K-12, y como buen comité de bienvenida, les habían estado esperando con las zarpas bien afiladas.
Escuchó disparos tras de sí. Ana sabía que sus armas no disparaban balas sino descargas eléctricas para evitar así accidentes, pero el sonido era muy parecido. De hecho, era incluso más intenso que el real. Las detonaciones eran estruendosas y generaban potentes haces de luz que revelaban su posición. Así pues, debían moverse. Havelock había sido muy claro al respecto, y ella compartía su opinión: había venido para ganar.
El líder les guio a ciegas durante varios minutos hasta dejar atrás el nido de engendros. Ana no había llegado a verlos con claridad, pues las prisas y la niebla se lo habían impedido, pero por su aspecto rechoncho y sus largas patas imaginaba que debían estar basados en las arañas de campo. Era una lástima que tuviesen aquel tamaño. En su tierra, la joven acostumbraba a pisotear con saña a las que encontraba en el patio del castillo...
Quince minutos después, ya ahogados por la rápida carrera y los altísimos niveles de humedad de la zona, se detuvieron en un claro aparentemente despejado. En la lejanía se escuchaban gritos y disparos, por lo que supuso que no eran los últimos a los que les habían preparado una sorpresa. Los maestros, estuviesen donde estuviesen, debían estar pasándoselo muy bien a su costa. La joven se detuvo junto a un tronco caído sobre el cual paseaba una hilera de grandes hormigas azules y dejó caer la mochila en el suelo. Le costaba respirar. Su estado de forma había mejorado notablemente respecto al año anterior, pero seguía estando por debajo de lo esperado.
—No sueltes la mochila, Larkin —advirtió Havelock. El hombre extrajo de su mochila un dispositivo circular de localización y lo activó. En su superficie apareció un mapa de la zona—, esto acaba de empezar. Nos movemos.
—¿A dónde? —preguntó Francis Borowski, con la pistola aún en la mano—. ¿Norte? ¿Sur? ¿Tenemos zona asignada, jefe?
—Sí, al norte. Vamos, no hay tiempo que perder. Una vez nos apoderemos de la zona y nos instalemos, empezaremos a planear nuestros siguientes movimientos.
Durante los primeros treinta minutos de marcha, Ana tuvo la tentación de tirar la toalla en varias ocasiones. Tanto Havelock como sus hombres gozaban de una fortaleza física contra la que la joven no podía competir. Ellos estaban acostumbrados a las caminatas, a cargar y a estar en todo momento alerta, siempre atentos a un posible ataque. Ella, en cambio, tenía incluso problemas con el peso de su mochila. Por suerte para ella, el cansancio y la fatiga rápidamente fueron desapareciendo y, antes incluso de ser consciente de ello, Ana ya lograba seguirles el paso.
La recreación del paisaje era impresionante. El realismo de la naturaleza allí presente, los sonidos, olores y sensaciones eran tal que le costaba creer que se encontrase a bordo de la nave. El cielo encapotado, el zumbar de los insectos, el aroma de las flores, la resina cayendo por los troncos... Larkin nunca había estado en un bosque de aquellas características, pero estaba convencida de que simulaba a la perfección uno de verdad.
—Los sistemas de recreación han evolucionado bastante en las últimas décadas —explicó Leigh a su lado, con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo y el sudor empapando sus ropas. La temperatura rondaba los veinte grados, pero el índice de humedad era tan alto que todos sudaban y tenían la sensación de estarse ahogando—. En las flotas se utiliza para entrenar a los bellator. Se simulan entornos adversos y se les enfrenta a todo tipo de enemigos, desde simples hologramas hasta androides de batalla. Además, varía el nivel de intensidad dependiendo del nivel de entrenamiento. En las recreaciones de las unidades de élite como las tropas de Tempestad, por ejemplo, es bastante común que el enemigo esté programado para matar.
—¿Para matar? —exclamó Ana, ganándose con aquella salida de tono la reprobación de todos los miembros del grupo, incluido Leigh—. Perdón, perdón... pero, ¿hablas en serio? ¿Disparan a matar? ¿Qué clase de locura es esa?
—Bueno, es Tempestad: solo los mejores tienen cabida en sus tropas.
Siguieron caminando en silencio durante un par de horas más. Superados los primeros minutos, el silencio se había impuesto con tanta ferocidad en el bosque que tan solo se escuchaba el roce de las botas con la tierra del suelo. Era como caminar por el espacio, entre planetas y estrellas, sin ruido, en aparente paz, aunque con la diferencia de que allí el paisaje era notablemente distinto. Las sombras, cada vez más intensas debido a la llegada del ciclo nocturno, empezaban a devorar cuanto les rodeaba, arrastrándoles así a una oscuridad absoluta en la que, sin focos de luz, ni tan siquiera se podían ver sus propias manos.
El camino a través del bosque les llevó hasta una colina ligeramente empinada en cuya cima se encontraban unas ruinas carcomidas por el paso del tiempo. Las plantas que poblaban el cerro eran muy altas, como espigas, aunque con una tonalidad violácea. Por suerte para el equipo eran flexibles y no tenían espinas, por lo que el avance fue rápido. Atravesaron la distancia dejando un estrecho rastro de plantas dobladas tras de sí y una vez alcanzadas las ruinas, buscaron un techo bajo el cual ocultarse.
La noche ya se había cernido sobre ellos tiñendo cuanto les rodeaba de sombras cuando Ana dejó caer la mochila al suelo. Entre las ruinas habían encontrado una sala cuyas cuatro paredes y techo seguían en pie y la aprovecharon para encender una hoguera. Ana abrió su bolsa, sacó de su interior una manta térmica y se la puso por encima de los hombros.
La temperatura había bajado cerca de quince grados.
Mientras que Rei Laporte daba una vuelta por los alrededores en busca de otros posibles grupos, el resto aprovechó para preparar algo de comer. La oscuridad les invitaba a pensar que había vuelto a caer la noche, pero lo cierto era que, según sus cálculos, era mediodía, así que aún quedaba mucho tiempo por delante. Además, el juego acababa de empezar: no podían acomodarse demasiado.
Havelock volvió a consultar su placa informativa.
—Nuestro objetivo es encontrar una esfera de cristal dentro de la pirámide. Me imagino que estará bien protegida, tendremos que ser precavidos. Además, yo diría que el resto de grupos tiene la misma misión, así que es probable que se nos adelanten.
—El juego acaba al finalizar el periodo de cinco días, no cuando alguien encuentra el tesoro, ¿no? —comentó Francis Borowski mientras degustaba lo que parecía ser una lata de fruta en conserva—. Dependiendo de las defensas, quizás deberíamos esperar a que otro grupo lo saque y luego arrebatárselo.
—Es una opción. Creo que, al menos de momento, lo más inteligente será localizar la pirámide e inspeccionar la zona...
—Se lo toman muy en serio, ¿no? —murmuró Ana a Leigh, divertida ante la severidad con la que Havelock hablaba—. Es un juego al fin y al cabo.
—Bueno, ahora mismo sí, es un juego, pero cuando bajemos a K-12 no lo será... —respondió él, sin perder la sonrisa—. Dependiendo de lo que el Capitán nos haya preparado, es posible que arriesguemos nuestras vidas. De ahí a que tanto él como el resto se lo tomen tan en serio... Ven, vamos a dar una vuelta por los alrededores, quiero hablar contigo.
El Rey Sin Planeta no se opuso a que Leigh y Ana sustituyeran a Rei Laporte en las tareas de vigilancia y reconocimiento del territorio. Al contrario. La joven formaba parte de su equipo desde hacía mucho tiempo y la consideraba muy válida; agradecía poder contar con ella durante el diseño de la estrategia a seguir.
Armados con sus pistolas eléctricas, los dos jóvenes empezaron a deambular por el campo, agazapados entre las plantas. La noche era tranquila, sin apenas sonido alguno salvo el de su propia respiración, y no tardaron en relajarse. Las primeras horas del juego, hasta que los equipos se preparasen y decidiesen la estrategia a seguir, serían tranquilas.
Dieron varias vueltas a las ruinas, asegurándose así de que el perímetro estuviese protegido. A continuación, guiándose únicamente por el instinto, se alejaron unos cuantos metros campo a través hasta alcanzar la línea de árboles.
—Quizás no deberíamos alejarnos tanto—advirtió Ana—. Cuentan con que estaremos vigilando...
—Hoy no va a pasar nada —respondió Leigh con seguridad, sin dejar de caminar—, así que no te preocupes: estarán bien. Y si no... pues bueno, más para nosotros.
Aunque poco convencida, Larkin le siguió a través de los árboles y la maleza a lo largo de diez minutos. Resultaba complicado avanzar a oscuras, pues tropezaba con las raíces y los troncos, se lastimaba las piernas con las zarzas y de vez en cuando algún que otro insecto le golpeaba la cara, pero prefería el sacrificio a poder ser localizada. Ya que estaban desobedeciendo alejándose tanto, al menos evitarían causar daños mayores.
Se detuvieron al alcanzar lo alto de un desfiladero. Al final de éste, bastantes metros por debajo, se veían las copas de los árboles, alguna que otra edificación en ruinas y, a lo lejos, en el corazón de la jungla, la pirámide. La de la simulación no se parecía demasiado a la de sus sueños, solo en el color, pero la fuerza del concepto era tal que Ana no pudo evitar sentir un escalofrío recorrerle la espalda. Ciertamente, en aquel entonces aquello no era más que un juego. No obstante, pronto alcanzarían su objetivo y las cosas cambiarían.
Se sentó en el borde de la cañada, con las piernas colgando. Para ella, las alturas no suponían un problema.
—Llevo mucho tiempo esperando este momento... —reflexionó—. Bueno, éste no, no soy estúpida, pero ya sabes a lo que me refiero. Hasta hace unos meses veía el sistema Ariangard como algo lejano e inaccesible. Ahora que queda menos de una semana para que pose los pies en él, no puedo evitar sentir algo de miedo.
—Es lógico —respondió Leigh tras tomar asiento a su lado, ligeramente tembloroso. Él sentía bastantes más reparos que ella con respecto a las alturas, pero no quería parecer un cobarde—. La verdad es que en los últimos días he ido descubriendo tantas cosas sobre el Capitán que incluso yo estoy un poco asustado...
—¿Ah sí? —Ana volvió la mirada hacia él, sorprendida—. ¿Y por qué no me las has explicado?
—Ya sabes como soy. —Tauber le dedicó una amplia sonrisa, aunque algo forzada—. Además, si yo no te protejo, ¿quién lo iba a hacer? —Dejó escapar una carcajada—. Aunque poder hacerte compañía de noche para evitar que tengas pesadillas es muy tentador, me temo que hay cosas que es mejor que no se sepan. No vale la pena.
Ana le dio un suave codazo en las costillas, divertida. Aquel comentario podía llegar a resultar muy ofensivo en boca de cualquier hombre, pero no en la de Leigh. Después de tanto tiempo juntos, le conocía lo suficientemente bien como para saber que, como de costumbre, estaba bromeando.
—Más quisieras tú que yo te dejase entrar en mi camarote, Tauber. —Cruzó los brazos tras la nuca y se dejó caer de espaldas en el suelo—. Quizás tengas razón, hay cosas que es mejor no saber... Además, en el fondo no me importa lo que haya hecho antes: con lo de Elspeth y Sighrith tengo más que suficiente.
—Ya... —Leigh volvió la mirada hacia ella, pero no llegó a tumbarse.
La observó unos segundos en silencio, pensativo. Allí la luz era algo más intensa gracias a la presencia de los globos lumínicos que sustituían a las estrellas, pero seguía siendo insuficiente para poder ver con claridad la expresión del otro. Aquello era bueno, se dijo. De haberse podido ver las caras, Ana habría visto algo que, al menos por el momento, él prefería ocultar.
Volvió la vista al frente.
—Oye Ana, sé que seguramente me dirás que no y puede incluso que te enfades, pero me quedaría bastante más tranquilo si no bajases a K-12 con el resto de la expedición. Puede que solo sean suposiciones mías, o puede que no: como ya te he dicho, últimamente estoy empezando a atar muchos cabos, pero creo que puede ser peligroso para ti. Y digo para ti porque creo que, en cierto modo...
—Leigh —interrumpió ella, sin variar un ápice ni la expresión ni la postura—. No sigas, no vale la pena. Agradezco que te preocupes, pero...
—No es simple preocupación —prosiguió—. No sé si lo recuerdas, pero hace unas semanas, en la cubierta de observación, barajamos la posibilidad de que fuese a Dewinter a quien intentasen atraer... Elim decía que era probable que Elspeth quisiera vengarse de él y en cierto modo, en aquel entonces creí que podía tener razón. Ahora, sin embargo, creo haber entendido las auténticas motivaciones del Capitán, y...
—¿Crees que me quiere a mí?
Leigh asintió ligeramente con la cabeza, pensativo. Su teoría se basaba en muchas más suposiciones que pruebas, pero el instinto le decía que no se equivocaba. Todos querían tener a Ana a su lado, y el Capitán no era una excepción. Al contrario.
—Para cambiar de cuerpo necesita gente con ciertas capacidades. Gente cuyas mentes sean especiales... como la tuya. De ahí a que esté interesando en atraerte hasta su guarida. Puede que ahora mismo no te necesite, tiene el cuerpo de tu hermano para alargar su existencia unos cuantos años, un siglo entero probablemente, pero llegará el momento en el que tendrá que cambiar, y...
—Pues anda que iba a estar yo buena dentro de un siglo. —Soltó una carcajada—. Oh vamos, aunque tu teoría pudiese tener cierta lógica, ¿qué iba a hacer? ¿Meterme en un frasco e intentar mantenerme cien años, fresca y joven? No creo que eso sea posible.
—Oh, vamos, cualquiera diría que no existen técnicas. ¿Acaso te has olvidado donde te metieron hace tres semanas? ¿Y qué me dices de tu amigo, ése del que me hablaste? ¿Acaso no estuvo más de diez años metido en uno de esos tanques y sobrevivió? —Leigh dejó escapar un suspiro—. Escúchame: en los registros de la Universidad de Belladet encontré la lista de componentes, objetos y maquinaria que Rosseau llevaba a bordo de su nave cuando zarpó. La mayoría son normales, lógicos, lo que cabría esperar para una expedición como la suya. Sin embargo, llevaba otros no tan normales... y entre ellos había tres tanques de suspensión vital y varios barriles con una variación de líquido proto-amniótico: el mismo que se utiliza en las flotas para los heridos graves. —El joven se puso en pie—. En un principio no entendía el porqué, no veía ninguna explicación: ahora todo empieza a tener sentido. Primero tu hermano, luego tú... no seríais los primeros miembros de una misma familia a los que utiliza para cambiar de cuerpo, Ana. Y esa brújula... demonios, cuando te la quitamos te volviste medio loca. No quise decírtelo porque temía que pudieses enfadarte conmigo, pero estabas intratable. Parecía que te hubiese afectado psicológicamente de algún modo. No sabría explicártelo, pero me preocupabas. Por suerte, sus efectos desaparecieron cuando te separaste de ella y se la quedó Dewinter. Desde entonces, sin embargo, él está extraño... y no es que nunca haya sido un tipo demasiado normal, la verdad, pero le noto más preocupado y tenso. —Leigh retrocedió unos pasos—. Todo esto me preocupa, Ana. Me preocupa que puedan estar atrayéndote hacia ese planeta... y me preocupa que pueda llegar a pasarte algo que ni tan siquiera yo pueda evitar. Ahora que estás tan cerca de tener una segunda oportunidad no quiero que nada lo estropee.
Víctima de una mezcla de emociones, Ana se levantó. Leigh la miraba con una expresión extraña que ni tan siquiera la oscuridad podía ocultar. Temía por ella, era evidente. Leigh estaba convencido de que estaba en peligro, y no estaba dispuesto a permitirle que se arriesgase.
Aquel muchacho podía llegar a ser de lo más enternecedor cuando se esforzaba. Ana le abrazó con fuerza, repentinamente consciente de que era probable que tuviese razón. K-12 podía llegar a convertirse en la tumba de muchos si no tenían cuidado... y aunque no temía por su propia vida, sí que lo hacía por la de él y las del resto de sus compañeros. Ahora que al fin había conseguido formar algo parecido a una familia, no deseaba perderles.
Sintió los brazos de Leigh apoyarse en su espalda y presionarla contra su pecho, reconfortándola. Había pocas personas a bordo de la "Pandemonium" a las que Ana quisiera tanto como a aquel muchacho... y muchos menos que la hiciesen sentir tan a gusto y protegida.
Cerró los ojos. Seguramente podría pasar muchas horas así, en silencio.
—Oye, he pensado... —susurró él—, he pensado que cuando vayas a Egglatur, si te gusta el sitio y estás a gusto... bueno... quizás podría ir contigo. Allí necesitan gente como yo, lista, ya sabes, y... bueno...
No acabó la frase. Leigh dejó escapar una risa nerviosa y negó suavemente con la cabeza, consciente de que no era momento para hablar de aquello. Cuando acabase la operación de Ariangard ya hablarían al respecto.
Por suerte para él, Ana ni tan siquiera le había estado escuchando: la joven estaba demasiado concentrada en lo que había dicho como para pensar en nada más.
—Da igual. Lo importante ahora es que acabemos con el Capitán cuanto antes. ¿Me harás caso? ¿Te quedarás a bordo...? Yo me quedaría muchísimo más tranquilo. —Leigh hizo una breve pausa, a la espera de una respuesta que por el momento no recibió—. ¿Ana...?
La joven tardó unos segundos en reaccionar, pero finalmente, cuando lo hizo, no fue para responder a sus preguntas. Iba a bajar a K-12, aquello no era discutible. Agradecía su preocupación, pero la decisión estaba tomada hacía ya mucho tiempo. Además, su seguridad no era algo que le inquietase. La seguridad del resto, sin embargo, era otra cosa... y mucho más en concreto la de uno en especial.
—Tenemos que quitarle la brújula antes de que sea demasiado tarde —dijo al fin, retrocediendo unos cuantos pasos—. Armin... demonios, le necesitamos. ¿Me ayudarás?
Leigh la contempló durante unos segundos con estupefacción, con una mezcla de sorpresa y decepción. Ni tan siquiera le había escuchado. No podía culparla por ello, desde luego, pero era evidente que ni tan siquiera había oído lo que decía.
Dejó escapar un suspiro, entristecido. El error, en el fondo, había sido suyo. Ni había sido el momento ni el lugar idóneo para hablar de aquellas cosas... Quizás más adelante, se dijo. Cuando todo acabase.
Volvió a alzar la mirada. Ana le observaba con fijeza, ansiosa por conocer la respuesta. Incluso en la oscuridad, sus ojos azules brillaban con fuerza, llenos de energía. Una energía que hacía tiempo que no veía en nadie.
Ensanchó la sonrisa, recuperado. Larkin había logrado contagiarle su fuerza y determinación. Además, a Leigh la tristeza le duraba poco.
—Por supuesto que te ayudaré. ¿Qué clase de pregunta es ésa? —Le guiñó el ojo—. Anda, volvamos, el Rey debe estar volviéndose loco de tanto preguntarse dónde estará su "Princesa".
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