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Capítulo 22

Capítulo 22



Ana llevaba ya unos minutos sentada en la mesa de trabajo de una de las salas de reuniones con varios libros abiertos ante sus ojos cuando la puerta de la estancia se abrió y el maestro Gorren entró seguido por un joven de aspecto andrógino de no más de quince años. Ambos parecían relajados, tranquilos aunque algo adormecidos tras la larga cena de la noche anterior.

Larkin se puso en pie para recibirles. Philip tenía ojeras bajo los ojos y el rostro aún algo enrojecido. La noche anterior le había visto y oído en varias ocasiones pasárselo en grande, reír y charlar animadamente, aunque desconocía hasta qué hora se había quedado. Al otro, sin embargo, no lo había visto, pero por el cansancio de su mirada era evidente que también había asistido. 

—Buenos días Ana, te presento a...

—Tiamat —exclamó ella, alternando la mirada de Gorren al aludido, el cual, lejos de sorprenderse, ensanchó la sonrisa—. ¿O debería llamarte Marvin?

—Tú llámame como quieras, princesa.

El maestro parpadeó un par de veces, sorprendido ante la respuesta de Ana, pero no tardó en unirse a Tiamat con una sonrisa casi tan cínica como su mirada.

Tomaron asiento alrededor de la mesa.

—Veo que la noche suelta la lengua a mi guardaespaldas —exclamó el maestro—. Es bueno saberlo. —Desvió la mirada hacia los volúmenes y documentos expuestos sobre la mesa—. Imagino que sabes para qué te he hecho llamar.

—Desde luego.

Permanecieron unos minutos ordenando y clasificando toda la documentación conseguida en la biblioteca de Belladet. Hasta donde Ana sabía, Gorren y Helstrom la habían estado revisando a lo largo de todos aquellos días; habían leído su contenido y analizado sus posibles implicaciones. No obstante, no habían sacado nada útil con lo que enfrentarse al viaje que en aquel entonces estaban realizando. Salvo los recuerdos de los bellator, las visiones de Ana y su misteriosa brújula, no disponían de nada más.

—Leigh me dijo que no habíais podido leer el libro —exclamó Ana tras localizar dicho volumen bajo unos cuantos documentos ya amarillentos por el transcurso del tiempo y sacarlo. Sintió manar calor de sus tapas al cogerlo—. ¿Cómo es posible?

—Dímelo tú.

Ana depositó el libro sobre la mesa y lo abrió por una página cualquiera. Sus letras, negras, elegantes, hermosas, conformaban centenares de líneas que, repartidas a lo largo y ancho de todas sus páginas, trazaban la imagen mental de lo que habían sido los últimos días del Capitán Rosseau.

Pasó unas cuantas páginas, incapaz de comprender la problemática con dicho volumen, y volvió la vista hacia el maestro. Éste, en completo silencio y con una expresión tensa en el rostro, parecía estar estudiando todos y cada uno de sus movimientos, pero no miraba el libro. Al contrario: no parecía importarle.

Ana comprendió entonces que algo le preocupaba. Pero no algo del libro, sino de ella misma, de su naturaleza... de su comportamiento.

Volvió la mirada hacia el libro y fijó los ojos en una palabra cualquiera. A Gorren no le faltaba motivo, desde luego. Después de sus últimas actuaciones, era normal que tanto él como Helstrom tuviesen dudas sobre ella. Ana había hecho cosas extrañas que ni tan siquiera ella misma era capaz de comprender ni explicar. 

—Bueno... —murmuró la mujer, con los dedos apoyados en el borde del libro—. No sé muy bien qué quiere que haga, pero si lo cree conveniente, podría empezar a leérselo...

—¿Leérmelo?

Antes de que Gorren pudiese decir nada más, pues por su expresión era evidente que estaba a punto de empezar lo que prometía ser el inicio de una larga charla, Tiamat alzó la mano con el dedo índice estirado a modo de silencio.

—¡Qué interesante! —exclamó mientras se incorporaba y rodeaba la mesa para situarse tras Ana y poder ver así el libro—. La joven no ha perdido la cabeza, Philip: que tú veas las páginas en blanco no implica que no haya nada.  

—¿¡Que he perdido la cabeza!?

El maestro se sonrojó al ver los ojos de la mujer centrarse en él, furiosos. Ciertamente, Philip había discutido aquella posibilidad con Tiamat y Helstrom. Ana tenía comportamientos extraños, y le preocupaba que pudiese tener algún tipo de trastorno. No uno severo que pudiese convertirla en alguien peligroso, o al menos eso quería pensar, pero sí lo suficientemente importante como para tenerlo en cuenta. La imaginación desbordante de la chica podría llegar a causarles auténticos problemas si se dejaban llevar por ella. Y visto lo visto, era evidente que Helstrom y los suyos confiaban demasiado en ella...

Claro que, en el fondo, todo era una teoría. Philip no había podido confirmar nada, para ello estaba Tiamat: el alienígena probablemente más bocazas de toda la galaxia.

Desvió los ojos oscuros hacia el cambia-formas y frunció el ceño. Éste parecía concentrado en las páginas del libro, aparentemente al margen de la conversación, pero Philip sabía que estaba muy atento. De hecho, creía poder ver el asomo de una sonrisa burlona en la comisura de sus labios...

—Te diviertes, ¿eh?

—No sabes cuánto. —Tiamat reposó las manos sobre los hombros de Ana, impidiendo así que se pudiese levantar, y alzó el mentón—. Hacía tiempo que no me cruzaba con alguien como ella: a lo largo de mi existencia han sido algunos los que se han cruzado en mi camino capaces de ver más allá de su propia frecuencia, pero nunca fueron humanos.

—¿Qué significa eso? —Ana lanzó un fugaz vistazo a las manos del ser, un tanto asqueada ante el mero contacto. Aunque en su imaginación los alienígenas no tenían aquel aspecto tan humano, sentía cierta animadversión hacia él—. ¿De qué frecuencia hablas?

Una sonrisa extraña se dibujó en los labios del ser, el cual, nuevamente, empezaba a cambiar. Tiamat se alejó, quizás consciente del desagrado que su contacto causaba en Ana, y bordeó la mesa hasta alcanzar de nuevo su silla. Para cuando quiso tomar asiento, su aspecto había vuelto a cambiar: volvía a ser Marvin, el prisionero.

—¿Cómo podría explicarlo para que un humano pudiese entenderlo...? —murmuró para sí mismo. Cruzó los brazos sobre el pecho y alzó la mirada hacia la lámpara del techo por un instante—. La realidad que vosotros vivís, los de vuestra especie, se basa en que el tiempo es lineal. Toda vuestra existencia pasa a lo largo de un periodo de tiempo en concreto, sin ningún tipo de salto. Nacéis, crecéis, vivís y morís, nada más.

—Como todas las especies, Tiamat —le recordó Gorren. El hombre acomodó la espalda en el asiento y estiró las piernas bajo la mesa. Había mantenido demasiadas veces aquella charla como para no empezar a aborrecerla—. Sigo sin creerme esa historia tuya sobre la inmortalidad de los de tu especie.

—Pues cometes un gran error, maestro, pero allá tú. —Sacudió suavemente la cabeza, restándole importancia—. Los humanos recorréis el sendero de vuestra existencia sin molestaros en mirar lo que os rodea. Sois egoístas, estúpidos y, ¿para qué negarlo?, egocéntricos. No entendéis ni aceptáis la existencia de otras especies ni otras realidades.

Gorren puso los ojos en blanco.

—¿Ahora es cuando empiezas a insultarnos? Fascinante.

—No os estoy insultando, estoy describiendo vuestra naturaleza —le reprendió Tiamat—. Dime, ¿acaso me equivoco en algo? Los humanos, en general, sois repugnantes: destructivos, conflictivos, mentirosos, envidiosos... Siempre hay excepciones, desde luego, pero la verdad es evidente, Philip: sois una raza que da asco.

Perpleja, Ana tuvo que parpadear un par de veces para asimilar lo que estaba sucediendo. A lo largo de los años había conocido a personas cuya opinión sobre sus congéneres no era demasiado buena. En Sighrith, sobre todo entre las altas esferas, se había puesto de moda la misantropía selectiva. Ana nunca había llegado a entender el motivo, pero había habido algunas expediciones que habían abandonado el planeta con el único objetivo de alejarse del Reino humano en busca de otras alternativas. En aquel entonces, sin embargo, con la premisa de la existencia de otras razas confirmada, podía llegar a entenderlo.

—Tus congéneres tampoco son una maravilla precisamente —respondió Gorren—, pero en fin, no es el momento ni el lugar más idóneo para discutir sobre el tema. Hablabas de las frecuencias: ¿por qué? Dices que en ese libro hay algo, pero yo no puedo verlo porque está en otra frecuencia: ¿por qué puede verlo entonces Ana? Y lo que es más, si realmente está escrito en otra frecuencia, ¿significa que la persona que lo hizo no es humana?

—Muchas preguntas de golpe, maestro: demasiadas. ¿Te he dicho también lo impacientes que sois? —Tiamat dejó escapar una risotada aguda que nadie secundó. Empezaba a cambiar de nuevo de forma—. En fin... desconozco el motivo por el que Ana puede acceder a ciertas frecuencias; imagino que esas visitas del tal Cerberus de las que me hablaste son las causantes. La psique humana, si se sabe tratar, puede ser notablemente potenciada.

—¿Y el Reino sabe hacerlo?

Tiamat se encogió de hombros en un gesto muy humano. Su cuerpo, el cual parecía cambiar cada pocos minutos, ahora pertenecía a una mujer de edad adulta cuyo cabello pelirrojo caía en hermosos bucles sobre sus hombros desnudos.

—Te dije que Varnes era peligroso, Philip.

El rostro de Gorren se ensombreció. El Parente Eliaster Varnes, alrededor del cual todo parecía girar en los últimos tiempos, era el mayor objetivo de Mandrágora. Según los informes obtenidos por los espías, el Parente gobernaba Tempestad desde la sombra. No era la cabeza visible, pues desde su fundación los altos cargos al mando habían ido siendo sucedidos uno tras otro, pero siempre se mantenía entre las más altas esferas, manejando a su antojo a cuantos le rodeasen. Varnes era astuto y perversamente inteligente; un genio de oscuras ideas sin escrúpulos cuyos estudios cada vez estaban más cerca de la línea de la ilegalidad.

—Ese hombre intentó asesinar a mi hermano —explicó Ana, rememorando la historia que, casi un año atrás, Maggie le había explicado horas antes de que abandonase Sighrith.

—Varnes tiene una larga lista de crímenes y asesinatos a sus espaldas, Ana —respondió Gorren en tono confidencial—. Él es el número uno en nuestra lista de objetivos. Hemos intentado acabar con él en varias ocasiones, pero es complicado acceder a él. Se guarda bien las espaldas... Pero caerá, tranquila. Tardaremos más, o tardaremos menos, pero acabaremos con él.

—O moriréis en el intento. —Tiamat alzó los brazos, ahora largos y delgados, y los cruzó tras la nuca—. Eso sí, será una buena muerte: ese hombre debe morir... Pero volviendo al tema que realmente nos importa. Como ya he dicho, parece que Ana es capaz de ver mayor número de frecuencias, y eso es bueno. De no haber sido así, seguramente no habría cogido el libro, y a no ser que esté equivocado, cosa que dudo, creo que puede ser importante para saber cómo el Capitán lo atrajo hasta él.

—¿Lo atrajo? —Gorren no parecía tan convencido—. ¿Realmente crees que lo atrajo? Hasta ahora siempre barajábamos la posibilidad de que simplemente aprovechaba la proximidad. La nave de Rosseau se encontraba por la zona...

—¿Y decidió elegirle a él, así porque así? —El alienígena negó con la cabeza—. Para nada, mi querido Philip. Esa teoría es total y absolutamente errónea. El Capitán, pues creo que ha llegado el momento de que dejemos de llamarle Rosseau, elige a sus víctimas. Las busca, estudia y selecciona: ¿acaso crees que cualquier cuerpo le sirve como recipiente? —Lanzó una fugaz mirada a Ana antes de proseguir—. Antes me preguntabas si tu hermano era como tú: aquí tienes tu respuesta. El Capitán necesita sujetos con una "visión" más amplia para poder migrar de un cuerpo a otro.

Ana recordó la escena que había vivido en la biblioteca, aquella en la que había visto a Rosseau con la brújula, pensando en la persona que se la había dado. Por aquel entonces, demasiado afectada por todo lo ocurrido, Ana no se lo había planteado, pero ahora empezaba a encajar piezas.

—Es cierto: el Capitán atrajo a Rosseau. Él tenía sueños, sueños extraños en los que veía el campo de pirámides negras; sueños en los que oía su nombre en boca de otros... en los que se veía a sí mismo descubriendo algo que cambiaría para siempre su existencia. Bastian estaba inquieto; los sueños le tentaban, pero no sabía a donde debía dirigirse. No disponía de las coordenadas ni sabía a dónde debía ir. Estaba perdido... confundido. Y entonces, por arte de magia, apareció la brújula —explicó Ana—. La brújula con la que logró llegar a Ariangard. Maldita sea, la misma brújula que ahora yo tengo en mi poder... Os parecerá una locura, pero creo que el Capitán se la hizo llegar a través de la misma mujer que me la dio a mí.

—Oh, demonios, esto cada vez es más complicado... ¿De dónde has sacado esa información? ¿Del libro? Y eso de la brújula... ¿de qué estás hablando? —Gorren parecía superado—. ¿Fue con ella con la que te encontraron en el "Dragón"? Alexius me comentó algo sobre que habías desaparecido, pero quiso restarle importancia. Dijo que te habías despistado...

—Helstrom la protege, Philip —advirtió Tiamat—. No entiendo el motive, pero es evidente.

—¿Realmente no sabes el motivo? —El maestro dejó escapar una carcajada nerviosa, irónica. Empezaba a dolerle la cabeza—. De acuerdo, Ana, necesito que nos expliques absolutamente todo, ¿de acuerdo? Todo lo que viste en la biblioteca y lo que pasó en el "Dragón". ¿Tienes la brújula?

Ana les explicó todo cuanto sabía del paradero del dispositivo. Hasta donde ella sabía, Helstrom se la había entregado a Armin para que la estudiase. El maestro no le había dado demasiada importancia, pero por las preguntas y la inquietud de éste, era evidente que él sí.

—Me dijo que no la tenía, pero creo que me estaba mintiendo —explicó la joven—. Seguramente la guarde en el taller.

—De acuerdo, más tarde iré a buscarla —aseguró Philip—. Ahora hay demasiadas cosas a discutir. Es probable que todo esto no sea más que producto de la sugestión, pero no podemos confiarnos. ¿Estás segura de que era la misma mujer? Entre Rosseau y nosotros han pasado más de cien años, Ana. A estas alturas, esa mujer debería estar muerta y enterrada.

—¿Y acaso el Capitán no? —Tiamat se puso en pie y empezó a caminar nerviosamente por la sala, inquieto—. Todo esto no me gusta, Philip. Si realmente la brújula ha llegado a manos de Ana es muy probable que el Capitán esté intentando atraernos hasta él. Desconozco el motivo, pero no me gusta nada: puede que sea una trampa. El enemigo es demasiado poderoso: ni la más potente de todas las tecnologías podría mantener con vida a un hombre durante tantos siglos. No quisiera asustaros, pero me temo que el Capitán ha jugado con algo mucho más peligroso... algo que escapa de mi conocimiento.

El miedo oscureció el rostro del alienígena, el cual, sin dejar de moverse de un lado a otro, empezó a variar de nuevo su aspecto. En esta ocasión, su cuerpo cambió, pero no para adoptar el aspecto de un humano. Estaba demasiado preocupado para ello. Tiamat cambió, y cuando lo hizo fue para mostrar, por primera vez, su cuerpo real.

Ana y Philip tuvieron que apartar la vista, deslumbrados por el fulgor que irradiaba la piel blanca del ser. Ninguno de los dos jamás llegaría a saber exactamente qué era aquello que sus ojos habían percibido durante unas décimas de segundo, pero siempre lo recordarían como algo demasiado glorioso como para poder ser descrito con palabras humanas.

Se hizo el silencio durante unos segundos. Los tres estaban asustados, mucho más de lo que jamás admitirían, pero sabían que no podían dejar aquella conversación a medias. Ahora que al fin habían empezado a unir piezas y todo empezaba a cobrar sentido, no podían esconder la cabeza.

—¿Algo como qué? —murmuró Gorren, con la mirada ahora fija en el suelo. El brillo cegador del alienígena era tal que no se atrevía a apartarla de aquel punto—. ¿De qué estamos hablando, Tiamat? ¿Qué puede haber capaz de volver a un humano en inmortal?

Escucharon los pasos del ser sobre el suelo, livianos, rápidos, ágiles, detenerse junto a la puerta. Ana miró a Gorren con el miedo reflejado en la mirada, asustada ante el poder del alienígena, pero éste la tranquilizó con un sencillo ademán con la cabeza. Incluso desatado, seguía siendo de confianza.

Extendió la mano hacia ella y, cuando ésta se la cogió, la estrechó con suavidad, apaciguador.

—Tranquila... —susurró—. Es totalmente inofensivo.

—¡Sabes perfectamente de lo que estoy hablando, Philip! —exclamó de repente el alienígena, a gritos, al margen de las reacciones que su nerviosismo estaban generando en sus compañeros humanos—. ¡Lo sabes! ¡O al menos deberías saberlo! Hay cosas de las que no hay que hablar... ¡cosas que incluso a mí logran asustarme! Oh, cielos, ¡esto me asusta! —Giró sobre sí mismo, arrastrando consigo todo el halo de luz y, al ver a ambos con el rostro vuelto hacia el suelo, cogidos de la mano, puso los brazos en jarra—. ¿Qué demonios se supone que hacéis? ¿Por qué miráis al...? ¡¡Ohhh...!! —Soltó una maldición—. Disculpad.

Tardó tan solo unos segundos en tomar de nuevo la forma humana del muchacho andrógino, aparentemente su favorita. Tiamat atravesó la sala con paso algo más lento, con largas y profundas inspiraciones hinchando y deshinchando su pecho en un intento desesperado por calmarse. Hacía tiempo que no se alteraba tanto. De hecho, tanto tiempo que ni tan siquiera se acordaba. Por suerte, todo había acabado.

Se dejó caer en su silla.

Ana y Philip tardaron unos segundos en alzar la mirada, temerosos. Aún les ardían los ojos cuando éste alzó las manos con las palmas hacia delante en señal de disculpa.

—Me he puesto nervioso, lo lamento.

—Ya... bueno, no importa. —Gorren le dedicó una sonrisa falsa, carente de humor—. Todos estamos un poco nerviosos. Sea como sea, necesito que me respondas, Tiamat: tengo que saber a qué nos enfrentamos. Es vital.

 —No estoy seguro, Philip. No sé qué o quién será ese tipo, pero te aseguro que solo hay una forma de hacer algo como lo que él ha hecho, y es a través de la nigromancia.



—Todo esto es muy interesante... mucho, desde luego, pero también muy complicado. ¿Realmente crees poder hacerlo?

Vel Nikopolidis tenía entre manos los planos de los últimos proyectos que Armin tenía en mente. Hacía un rato que los estudiaba con interés, sentada cómodamente en su sillín, junto al guardaespaldas, el cual llevaba más de cinco horas trabajando en el implante que muy pronto lograría que Ana recuperase la movilidad del brazo. Aquella noche no había dormido más de tres o cuatro horas, pero no le importaba. El joven tenía muchas cosas por hacer y, por muy cansado que estuviese, no podía perder el tiempo en la cama. Ya tendría tiempo para dormir cuando estuviese muerto.

—¿A qué te refieres?

La compañía de Vel estaba resultando ser bastante más agradable de lo habitual. A diferencia de la mayoría, la mecca no llenaba los silencios con incesantes parloteos sobre absolutamente todo lo que se le ocurriese. Vel estaba acostumbrada a trabajar en soledad, y sabía cuán importante era la concentración para aquel tipo de proyectos. Además, le ayudaba. A veces, sin necesidad de pedírselo, le acercaba los instrumentos que necesitaba, respondía a las dudas que no formulaba y mejoraba aquellos puntos en los que Armin se sentía más bloqueado. Era como sí, de algún modo, estuviesen conectados, y eso le gustaba.

Mentiría si dijese que prefería estar con ella que trabajar en solitario, desde luego, pero al menos no le hacía sentir incómodo.

—Bueno, el implante no está nada mal —exclamó Vel, con los ojos negros clavados en los planos—, de hecho, creo que puede llegar a funcionar. Mis padres son buenos cirujanos así que, con un poco de suerte, lograrán situarlo en el punto exacto. El que su cuerpo acepte o rechace las conexiones es algo más complicado, imagino que lo sabes. ¿Lo has diseñado tú?

—No, ha sido cosa de Tilmaz. Yo solo me encargo de su construcción.

—Pues ese Tilmaz es bueno, sí señor. —Vel dejó el plano del implante sobre la mesa de trabajo, junto a la caja de material con la que Armin trabajaba, y se centró el siguiente. No podía disimular la fascinación cada vez que lo miraba—. ¿Y éste? Éste sí que es tuyo, ¿me equivoco?

Dewinter se quitó las lentes de ampliación con las que había estado trabajando y las depositó sobre la mesa, junto a los guantes y el resto de instrumentos y herramientas que había estado utilizando hasta entonces. Ante sus ojos, recientemente depositado cuidadosamente dentro de la caja de transporte, el implante nervioso que pronto atravesaría todo el brazo de Ana se mantenía perfectamente estirado, con todas las conexiones limpias y relucientes.

Cogió la tapa.

—Es mío, sí.

—¿Son aros de contención?

—Collares de contención, en realidad. —Cerró la tapa y presionó el botón de vacío, para que nada pudiese dañar el implante—. He estado trabajando en el diseño: mi idea es que, además de inhibir los impulsos nerviosos, respondan a órdenes.

—¿Intentas convertirlas en esclavas? —Vel parecía intrigada—. ¿Y por qué no las sometes a un proceso de reinserción? A bordo tenemos varios tanques, si quisieras...

—No quiero borrarles la memoria —respondió Armin, decidido—. Lo único que quiero es que obedezcan; que nos sean útiles. Una vez acabe la misión, me desharé de ellas. Si las sometiésemos a un proceso de reinserción, jamás podríamos volver a sentirnos seguros con ellas a bordo.

—No estoy de acuerdo: nunca recordarían nada.

Armin empezó a recoger todo el material. En cuanto acabase allí y llevase el implante a la cubierta médica para que los padres de Vel preparasen el quirófano para la intervención, el guardaespaldas iría en busca de Havelock para conocer a los supervivientes de Dali. Armin no tenía demasiado interés en ello, pues tenía muchas cosas aún en las que trabajar, desde la brújula hasta los collares para las bellator que tenían como prisioneras, pero era una forma de agradecerles su participación en la operación. Además, el Rey sin planeta no le caía mal. La noche anterior su historia había logrado captar la atención de Armin, y aunque dudaba encontrar en él un amigo, estaba convencido de que podrían llegar a entenderse bastante bien en el campo de batalla.

—Eso no es cierto; hay formas.

—Sí, pero son prácticamente imposibles de conseguir. —Nikopolidis dejó los planos sobre la mesa y empezó a ayudarle a recoger—. Es la única forma de darles una oportunidad.

—Ya tuvieron una oportunidad al nacer, Vel, y eligieron el bando incorrecto: no pienso arriesgarme.

Tardaron tan solo unos minutos en acabar de recoger todo el material. Una vez despejada la mesa, Armin la limpio con desinfectante y un paño limpio y recogió la caja, dispuesto a llevarla a la cubierta médica. Las horas de trabajo empezaban a pesarle casi tanto como la falta de sueño, pero confiaba poder espabilarse con el paseo por la nave.

—Lo llevaré yo —anunció Vel, tomando la caja con decisión, sin dar opción a una negativa—. De todos modos tengo que ir a recoger los resultados de la muestra que les llevé ayer así que no me importa. Creo que, con un poco de suerte, tu amiga podrá ser asistida hoy o mañana, depende de la disponibilidad de los cirujanos. Últimamente no hay muchos accidentes a bordo por lo que es probable que sea pronto.

Armin dudó. No le gustaba la idea de que otra persona transportase un dispositivo tan delicado como era el implante, pero era innegable que aquellos minutos de paz le irían bien para descansar un poco. Además, la brújula seguía allí, en el mismo cajón donde la había dejado, a la espera de una inspección más a fondo. ¿Y el código? ¿Qué decir del código? Gracias a los volúmenes que Vel había aportado, éstos habían sido transcritos. Juntos habían logrado conseguir líneas y líneas de texto que, sin lugar a dudas, revelarían mucho sobre su naturaleza. Lamentablemente, ninguno de los dos conocía el idioma en el que estaba escrito por lo que no habían podido avanzar. Con un poco de suerte, Tauber podría ayudarles.

Claro que Leigh seguía desaparecido. Probablemente, como la mayoría, seguiría en la cama... como debería haber hecho él.

Dewinter se frotó los ojos, sintiendo cada vez mayor el peso de los párpados. Descansar unas cuantas horas era realmente tentador, pero no podía permitírselo. Ya habría tiempo para ello. Extendió los brazos con decisión.

—Dame la caja: te acompañaré.

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