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Capítulo 19

Capítulo 19



El Capitán Rosseau se movía con rapidez. Ana lo seguía de cerca, abriéndose paso a empujones entre la marea humana que llenaba las avenidas, y corriendo durante los tramos menos poblados, pero cada vez que estaba a punto de alcanzarle, el Capitán se teleportaba y aparecía varios metros por delante.

La estaba guiando.

Ana no era del todo consciente de lo que había sucedido en los últimos minutos. La joven había estado disfrutando del magnífico espectáculo de los bailarines de las espadas cuando, al volverse, le había visto al final de la calle, mirándola con fijeza. Durante un instante, había dudado de si realmente era él. El "Dragón Gris" estaba lleno de gente, y Rosseau, en el fondo, era uno más. Ana le había mantenido la mirada, dubitativa, pero finalmente le había reconocido. Había algo en la mirada de Rosseau, en aquellos inquietantes ojos, que le había hecho comprender que era él. Entonces todo había sucedido muy rápido. Ana había captado el sonido de un cohete al estallar, y todo cuanto la rodeaba se había transformado en humo...

Pero el humo había quedado atrás. Los ojos de Bastian y Ana se habían vuelto a encontrar y, de repente, ella ya no estaba en la plaza junto a los suyos, sino avanzando a gran velocidad hacia el Capitán.

En lo más profundo de su ser supo que lo sucedido en la mansión de Cerberus volvía a repetirse. De alguna forma, una puerta se había abierto ante sus ojos y ella, atraída por Rosseau, la había atravesado.

Claro que el Capitán era demasiado rápido.

Sin apenas ser consciente de ello, Ana se alejó de la plaza hasta adentrarse en una zona algo más sombría en la que las luces apenas iluminaban las avenidas. Allí los callejones eran más estrechos y el ambiente más claustrofóbico. Ana imaginó que se trataba de una zona algo más reservada, seguramente destinada a los negocios más turbios, pero no le importó. Rosseau seguía avanzando, con sus botas repiqueteando en el suelo implacablemente.

Giró en una bifurcación para internarse en un pasadizo descendente. Ana recorrió toda su longitud a la carrera, cruzándose de vez en cuando con algún curioso que la miraba sin interés, y no se detuvo hasta atravesar un gran arco de piedra. Al otro lado de éste, sumida en una claridad iridiscente, se hallaba una fuente de colores opacos. Ana la bordeó, lanzándole un rápido vistazo a la inquietante escultura que se alzaba en su centro, y siguió avanzando hasta alcanzar una escalerilla de mano descendente. Ésta bajaba hasta una cubierta inferior en la que, como pronto descubriría, apestaba a incienso.

Bajar las escaleras no resultó fácil. Ana solo podía sujetarse con una mano, por lo que necesitó más tiempo de lo esperado para recorrer el tramo. Una vez abajo, con los pies firmemente plantados sobre un suelo de madera ligeramente inclinado, siguió su persecución hasta el interior de un establecimiento cuyo escaparate estaba tintado de sombras y polvo. Ana se acercó con paso algo más lento, sintiendo la respiración agitada en el pecho, y se detuvo. A través de los cristales del escaparate pudo ver cómo, junto al mostrador, una mujer de cabello rubio mostraba a Rosseau algo circular y brillante.

En su mente empezó a escuchar voces.

—Es mi destino ayudarle a encontrar aquello que durante tantos años lleva buscando, Capitán —decía la mujer con voz aguda—. Anoche le vi en mis sueños atravesar las fauces de la pirámide negra...

—Y en mis manos llevaba esta brújula —murmuró Rosseau con la vista fija en el objeto que la mujer le mostraba. Extendió las manos hacia éste y rozó sus bordes dorados con las yemas de los dedos, anhelante—. Yo también vi la pirámide... hace semanas que la veo. Meses. Años incluso... Y esa voz...

—La voz de lo desconocido. —La mujer depositó la brújula en sus manos y le cerró los dedos alrededor—. La voz que guía vuestros pasos: no temáis, Capitán, él os llevará.

—Él... —Rosseau sonaba desconcertado, asustado—. ¿Pero quién es él?

Ana parpadeó un par de veces al ver esfumarse la figura de Rosseau ante sus ojos. Acudió a la puerta, la abrió y atravesó el umbral con paso firme, embriagada aún del realismo con el que sus voces habían sonado en su mente. Ante ella, al final de una polvorienta y sucia tienda, una anciana de cabello blanco aguardaba con sus manos nudosas apoyadas sobre el mostrador, fija su mirada de ojos ambarinos en ella.

Vio reconocimiento en ellos.

Atravesó la tienda dejando huellas al pisar el sucio suelo, y se detuvo frente al mostrador. Sobre éste, depositada cuidadosamente en el interior de una caja de madera, sobre un fondo de terciopelo, descansaba una exquisita pieza de orfebrería de bordes blancos y fondo de jade cuya superficie brillaba con la luz del sol.

—Él dijo que vendríais a buscarla, Alteza —dijo la anciana, aunque no con los labios, sino con la mente. Las palabras retumbaron con suavidad en el cerebro de Ana—. Os está esperando.

—¿Quién? —respondió ella, con la mirada fija en la brújula—. ¿Quién la trajo? ¿Rosseau?

Hundió las manos en la caja y la extrajo con delicadeza. El dispositivo pesaba más de lo esperado, pero era cómodo de llevar. Su tamaño, perfecto para ella, se adecuaba a la perfección a la forma de su mano, como si hubiese sido tallado especialmente para ella. Deslizó el dedo pulgar sobre su superficie y observó su interior. Más allá de la fina cubierta de vidrio, una aguja negra señalaba hacia el norte.

—Elspeth —dijo la mujer—. Elspeth Larkin, ¿quién si no? Vuestro hermano os envía recuerdos, Ana. Ansía volver a veros.

—¿Elspeth?  —Ana alzó la mirada con perplejidad. Ante ella, la anciana la miraba con fijeza, con el rostro contraído en una mueca extraña—. ¿De qué está hablando? Mi hermano ha muerto.

—¿Y quién no? —Los labios de la mujer se estiraron dejando a la vista una boca oscura y apestosa sin dientes. Sus encías, ahora totalmente negras, hedían a fango y carne podrida—. Me pidió que os dijera que os espera en la pirámide.

Ana sintió miedo al ver el rostro de la mujer empezar a oscurecerse. Sus pómulos se hundieron, sus ojeras se tornaron azuladas, y sus ojos, aquellos extraños e inquietantes ojos ámbar, empezaron a brillar. Alzó la mano, la cual ahora parecía una garra de uñas afiladas y desgastadas, e intentó agarrarla por la muñeca, pero ella retrocedió a tiempo. Ana vio la sombra de la anciana alzarse a su espalda, dibujando patas de araña contra la pared, y giró sobre sí misma, con la brújula firmemente sujeta en la mano. Ante ella, el pasadizo que la separaba de la puerta se había vuelto larguísimo, infinito...

Escuchó el sonido de varias patas apoyarse firmemente sobre el mostrador, tras ella. En su mente, la imagen de una araña de ojos ambarinos se dibujó con nitidez. Ahogó un grito de terror, demasiado asustada como para emitirlo, y empezó a correr. El polvo se alzó a su alrededor al pisar sus botas el suelo con rapidez. Ana atravesó a grandes zancadas la tienda, sintiendo la brújula palpitar en sus manos, y no se detuvo hasta atravesar sus puertas. Una vez fuera, creyendo oír aún el sonido de las patas seguirla de cerca, volvió la vista a su alrededor, en busca de un camino a seguir, y siguió corriendo bajo la perpleja mirada de los viajeros que transitaban la zona.

Sus pasos la llevaron a lo largo de decenas de corredores y avenidas hasta alcanzar la cubierta superior donde la luz era más intensa y el flujo de gente mayor. Por aquel entonces, Ana se sentía agotada. Tenía la respiración acelerada y el corazón le latía con fuerza en el pecho, pero la presencia de la brújula en la mano la hacía sentir reconfortada.

Buscó un banco donde tomar asiento y se dejó caer sobre él pesadamente. Ante ella, llenando de ruido y música un pequeño jardín de flores holográficas, un grupo de niños vestidos con ropas de buena calidad jugaban a la guerra con sus armas de juguete. Empleaban los árboles artificiales y los arbustos holográficos para ocultarse; se disparaban rayos de luz indoloros y, cuando los padres no miraban, aprovechaban para lanzarse piedras. Por suerte para ellos, sus cortos bracitos carecían de la fuerza suficiente para hacerse daño alguno. Si lograban acertar, los golpes eran lo suficientemente suaves como para no abrirse heridas.

Ana les observó durante unos segundos mientras trataba de tranquilizarse. Los recuerdos de lo ocurrido rápidamente se diluían en estrellas fugaces que refulgían ante sus ojos, evidenciando su agotamiento. De vez en cuando las palabras de la anciana volvían a su mente, despertando en ella extrañas sensaciones, pero entre ellas no había miedo. El peso de la brújula en las manos la hacía sentir poderosa, segura de sí misma: útil. Eufórica. Aquel tesoro iba a abrirles muchas puertas, les facilitaría el camino, y todo gracias a ella.

Gracias a ella...

Se puso en pie de un brinco, sintiendo energías renovadas brotar en sus venas, y se encaminó hacia una de tantas avenidas. Ana no sabía dónde se hallaba ni por dónde debía ir para regresar con los suyos, pero no le importaba. La joven se sentía demasiado satisfecha consigo misma como para que aquel pequeño detalle pudiese llegar a importarle. Imaginar las reacciones de sorpresa y las palabras de apoyo que recibiría por parte de los maestros la hacían sentir profundamente feliz.

Gorren no podría volver a recriminarle nada.

Volvió la mirada hacia la brújula y acarició su cristal con el pulgar. El entusiasmo no dejaba de crecer en su interior, arrastrándola a un estado de excitación a través del cual todo empezó a cobrar especial sentido a su alrededor. Las calles, las luces, las gentes: todo parecía girar a su alrededor. Los viajeros la miraban con orgullo, dejándole el camino libre para que pudiese caminar libremente, su nombre iluminaba los carteles de todos los locales, y a través de los altavoces se oía el himno de su planeta.

El latido de su corazón y la vibración que emitía la brújula se acompasaron. Ana sintió una suave brisa fría acariciarle el rostro, y por un instante, creyó oír su nombre en boca de todos cuanto la rodeaban.

—Ana... Ana... Ana...

Cerró los ojos y dejó que el hermoso sonido de su propio nombre resonase cual música celestial en sus oídos. Hasta entonces jamás se había dado cuenta de la magnificencia de aquel juego de sonidos tan simple y, a la vez, tan complejo.

Ana...

—¡¡Ana!!

Una brusca sacudida la hizo abrir los ojos. Alguien la agitaba con nerviosismo por los hombros, como si intentase descoyuntarle el cuello. Ana parpadeó con perplejidad, sintiendo con desagrado como el embrujo del momento se rompía, y centró la vista en la persona que tenía ante sus ojos. Con las manos firmemente sujetas en sus hombros, Alexius Helstrom no solo la sacudía con violencia, sino que gritaba una y otra vez su nombre, tratando de captar su atención.

Parecía preocupado.

—¡Ana! ¿¡Es que te has vuelto loca!? —Al ver la mirada de la mujer posarse en sus ojos, el hombre dejó de agitarla, aunque no la liberó—. ¿Pero qué demonios...?

—Tiene la mirada perdida, maestro —advirtió Marcos a su lado, turbado.

—Ana, ¿me oyes?

Le oía, desde luego, aunque no era capaz de comprender el motivo de tanta preocupación. ¿Acaso no escuchaba él también la música celestial? ¿Acaso no sentía el abrazo de la infinita felicidad que en aquel entonces la hacía levitar varios metros sobre el suelo?

Aquel hombre parecía demasiado preocupado como para poder entenderlo. Demasiadas inquietudes, demasiadas dudas... pensaba demasiado. Ana alzó el brazo hasta su cuello y lo rodeó con delicadeza, cariñosa. A continuación, ante la perpleja mirada de Helstrom, lo abrazó con el rostro iluminado por lo que parecía ser una paz infinita.

—Disfrute de la música, maestro.



—Oh, vamos... ¡está borracha! —exclamó Maggie con perplejidad.

Armin se hallaba a los pies de la rampa que conectaba los hangares con la impresionante "Pandemonium", cuando Alexius Helstrom y Marcos aparecieron procedentes de las calles. El segundo llevaba a Ana cargada sobre el hombro, como si de un saco se tratase. Al parecer, tal y como le había informado Maggie casi media hora antes tras recibir una transmisión de su maestro, los dos hombres la habían encontrado de pie en mitad de una de las avenidas, aferrando algo con fuerza en la mano y con la mirada totalmente perdida. 

Permaneció en un segundo plano mientras los veía acercarse con paso rápido. Junto a él, visiblemente tenso y molesto, Havelock devoraba otro cigarrillo con la mano temblorosa. Después de los casi veinte minutos de búsqueda ininterrumpida por toda la cubierta, el humor del militar había empeorado aún más. Maggie, en cambio, parecía divertida ante la escena. Tras los nervios vividos, la mujer prefería reír e ignorar lo ocurrido a preguntarse cómo habría podido suceder. En el fondo, Ana estaba viva e ilesa, por lo que era mejor no profundizar en el tema hasta que estuviese sobria.

Era innegable que la situación era un tanto cómica. Si bien Armin no era partidario de aquel tipo de espectáculos, comprendía que, en un arrebato, Ana hubiese decidido fugarse para tomar unas copas. Desde que la conocía, aquella mujer había vivido en constante tensión, y eso, al final, conllevaba ciertas consecuencias. No obstante, incluso así, le sorprendía aquella conducta.

Helstrom y Marcos no tardaron más que unos minutos en llegar. Havelock se adelantó unos pasos para estrecharles la mano a ambos y presentarse y, tras echarle un rápido vistazo a Ana, la cual sonreía ampliamente con la mirada desenfocada, indicó a Torres que siguiese el puente para llegar a la nave.

—Maggie, acompáñale —ordenó Helstrom a la mujer, dando así al traste con su intención de quedarse y escuchar lo que, sin lugar a dudas, prometía ser una discusión.

La mujer frunció el ceño, decepcionada por la decisión, pero obedeció. Marcos y ella se adentraron en el puente y en apenas unos minutos alcanzaron la puerta de acceso a la imponente nave. Antes de que se perdieran en la enormidad de la "Pandemonium", Armin lanzó un rápido vistazo a Ana. La joven sonreía como pocas veces le había visto hacer: con sinceridad, entusiasmada.

Se preguntó en qué debía estar pensando.

Ya a solas, con el guardaespaldas un poco alejado pero presente, Helstrom alzó la mirada hacia David Havelock. No había rastro alguno de diversión en su semblante.

—¿Qué ha pasado? —quiso saber el segundo. A pesar de que se mostraba inquieto y molesto, parecía mucho más relajado que en la taberna—. Llevamos meses buscándola.

—Soy consciente de ello —respondió el maestro con sencillez—. Está desorientada y un poco mareada. Creo que ha inhalado algún tipo de vapor que no debía. Ahora mismo es complicado hablar con ella, por lo que le recomiendo que espere a que se serene. —El maestro hundió la mano en el bolsillo de su chaqueta y extrajo de su interior un peculiar objeto dorado. Se volvió hacia Armin—. Dewinter, necesito que examines esto. Ana lo llevaba en la mano cuando la encontramos.

El joven cogió el objeto entre manos y lo sopesó. Aparentemente se trataba de una brújula, aunque pesaba más de lo normal. Además, había algo en su interior que parecía latir como un corazón. Armin frotó la superficie contra la manga de su chaqueta, quitando así las manchas, y observó su interior. Incluso sin necesidad de más herramientas, el joven podía ver en el movimiento de sus agujas algo extraño.

La guardó en el bolsillo.

—Me ocupo de ello, maestro.

—¿Han llegado los otros? ¿Tauber y Tilmaz? ¿Gorren?

—Aún no, pero no creo que tarden.

—De acuerdo, les esperaré yo mismo. Por favor, ocúpate de la brújula y del resto. No tardaré en unirme a vosotros.

—Lo haré, maestro.

Armin se retiró hacia el puente, plenamente consciente de que, una vez les dejase a solas, las conversación tomaría unos tintes muy interesantes. Al parecer, por lo poco que había podido saber durante aquellas horas con Havelock, Helstrom no había respondido a ninguna de sus transmisiones ni mensajes a lo largo de los últimos meses. Florian Dahl, cuyo nombre le resultaba algo familiar, aunque no sabía exactamente por qué, había intentado dar con Ana desde que la noticia de su desaparición llegase a sus oídos. Para ello, había empleado a Havelock y los tripulantes de la "Pandemonium", una de sus naves. Lamentablemente, sus esfuerzos habían sido en vano pues, a pesar de la insistencia, no habían logrado recibir noticia alguna sobre el paradero de la joven...

Hasta entonces.

Se preguntó qué sería de ellos a partir de ese momento. Ahora que la "Estrella de plata" había quedado atrás y empezaban una nueva etapa a bordo de la "Pandemonium", Armin no podía evitar preguntarse qué les aguardaría en Ariangard. 

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Aprovecho para dar las gracias a todos mis lectores y seguidores :) Siempre es un auténtico placer recibir vuestros votos y leer vuestros comentarios y aportaciones. Quizás otros miembros de la comunidad tengan más, pero sin duda yo me he quedado con los mejores *^^*

¡Un beso!

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