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Capítulo 18

Capítulo 18



Después de mucho tiempo de penurias, Ana volvía a sonreír y disfrutar gracias al ambiente festivo y colorista del "Dragón Gris". Se sentía feliz, y así lo evidenciaban sus sonrisas y carcajadas cada vez que, a su paso, algo despertaba en ella los ecos del pasado. Los malabaristas, la música, los bailes, los teatros, las tiendas... El ambiente que reinaba en aquel excéntrico lugar era totalmente diferente al de su planeta, pero la alegría y la fuerza que se respiraba en sus calles lograban que, al menos durante el transcurso del paseo, Ana se sintiera más cerca de Sighrith que nunca.

—¿Y dices que hay más lugares como éste?

Paseaba por una de las pasarelas acristaladas junto a Leigh, a varios pasos por detrás del maestro y Elim, los cuales conversaban animadamente, y seguida muy de cerca de Maggie y Marcos. Diez minutos antes se habían detenido en un mercado a petición expresa de Leigh, el cual, a pesar de las prisas del maestro Helstrom, no pudo resistirse a la tentación y gastar unos cuantos billetes en fruta, un simpático mono de color blanco que ahora cargaba al hombro y un hermoso colgante de oricalco para su querida Ana.

—Hay siete "Dragones", y todos pertenecen a los Balboa. Son una familia muy poderosa que lleva siglos dedicándose a esto. En otros tiempos, antes de convertirse en dueños de lo que ves, pertenecían a la nobleza de la Tierra. Hay que decir que no eran gentes comunes. Los Balboa descendían de una estirpe de guerreros que, tras combatir en muchas batallas y conquistar varios planetas, habían acabado obteniendo un puesto en la alta sociedad. Con esto quiero decir que la vida aburrida en la Tierra no era algo que les gustase demasiado. Los Balboa eran gente de acción y en el planeta se sentían enjaulados. —Leigh tomó a Ana de la cintura y se desvió unos pasos de su camino, dejando pasar así a un grupo de piratas ebrios—. Según cuenta la leyenda, aburridos del ambiente sosegado de la capital del Reino, Balboa y sus hijos vendieron todas sus pertenencias y propiedades y se hicieron con una nave de grandes dimensiones, la "Reina Dragón". Felices ante lo que ellos consideraban su liberación, pues salir de la Tierra no había resultado fácil, decidieron organizar una gran fiesta por todo lo alto a la que invitaron a sus más allegados, amigos, familiares y, curiosamente, a los descendientes de los antiguas camaradas de sus heroicos ancestros. Por lo visto, habían mantenido sus vínculos.

—Quizás te parezca descabellado, pero no lo es —admitió Ana empujándole suavemente con la cadera para redirigirlo—. Entre la nobleza es muy común que las alianzas forjadas por los antepasados sean las que mantengan unidas a las familias siglos después.

—En eso tienes toda la razón, Larks. —Leigh le dedicó una sonrisa llena de amabilidad—. Estoy seguro de que podrás explicarme muchas cosas sobre la nobleza de tu planeta.

Maggie les apremió un poco para que acelerasen el paso. Elim y Helstrom avanzaban a gran velocidad entre la gente, abriéndose camino como bien podían.

—Continúa. ¿Qué pasó con esa fiesta?

—Por lo visto fue legendaria. —En sus labios se dibujó una media sonrisa cargada de malicia—. Se cuentan muchas cosas al respecto; hay todo tipo de historias sugerentes en torno a lo ocurrido aquella noche, sobre las celebraciones, los espectáculos y los invitados, pero no creo que sea necesario mencionarlas. Pero te haces a la idea, ¿no? Baste decir que, con el tiempo, esa fiesta sería conocida como el Festival de las Brujas Rojas ya que todos los invitados vestían de rojo y cubrían sus rostros con máscaras.

Leigh cortó un trozo de la pera que tenía entre manos y lo partió por la mitad. Un pedazo fue para Ana, la cual, a su modo de ver, brillaba con luz propia aquel día, bella y alegre como pocas veces, y la otra para su nuevo amiguito. El mono cogió la fruta entre sus diminutas manitas y empezó a mordisquearla con frenesí.

—Cada año se conmemora la fiesta —comentó Ana tras darle un mordisco a su trozo de fruta. La mascota de Leigh, tras devorar la suya, la miraba con los ojillos encendidos, ansiosa, por lo que decidió dárselo—. Se lo oí decir a unos tipos.

—Exacto —admitió Tauber—. Esa fiesta fue muy importante. Tan, tan importante que, embelesados por la grandeza de lo vivido, varios de sus participantes decidieron comprar sus propias naves y unirse a la "Madre Dragón". Gente adinerada, ya sabes. Con el paso de los años, este hecho se fue repitiendo en tantas ocasiones que acabaron convirtiéndose en una flota inmensa. Fue entonces cuando Balboa decidió que debían dividirse. Cada uno de sus hijos tomó su propia nave y se diseminaron por todo la galaxia. Con el tiempo, como imaginarás, acabaron creando puentes y nexos de unión entre las distintas naves, creando lo que hoy en día ves.

—¿Y es legal? —Mientras paseaban, Ana no podía evitar que la vista se le fuese de un rincón a otro, descubriendo a cada paso nuevos y emocionantes lugares y gentes de aspecto más llamativo que los anteriores—. ¿Lo permite el Reino?

—Esto es una flota privada con licencia—prosiguió Leigh—. Mientras mantengan toda la documentación en regla y los permisos al día, el Reino no meterá las narices. Te escandalizaría saber cuánto cuesta mantener esto a flote. Las arcas de la Suprema se mantienen en gran parte en lugares como éste. Eso sí, no tienen permitido acercarse al Sistema Solar ni a ninguno colindante. Hay que mantener la imagen, ya sabes.

—Me hago a la idea.

Una anciana escupidora de fuego se cruzó en su camino. La mujer, vestida tan solo con un maillot de tela dorada y con los pies descalzos, dibujaba serpientes de colores con el fuego que escupía. Ana se detuvo para contemplar el bello espectáculo. Seguida por unos cuantos niños, seguramente carteristas, la anciana iba llenando de fuego y color todo cuanto la rodeaba.

—Cuidado... —advirtió Marcos tras ella, avanzando hasta pegar su pecho contra la espalda de la joven.

Esperaron unos segundos a que el espectáculo pasara de largo para volver a reiniciar la marcha. Atravesaron la pasarela y se encontraron en una amplia avenida en cuyos laterales se encontraban los accesos a varios locales de variedades.

Ana se detuvo a mirar los carteles. En la mayoría de ellos, junto a los nombres de los establecimientos, había llamativos hologramas con gran profusión de mujeres encorsetadas, peces danzando y otras figuras igualmente peculiares.

Aquello le recordó al mirador de Belladet al que había acudido junto a Leigh. Tantas luces, tanta gente, tanto bullicio... Lanzó un rápido vistazo a las puertas repletas; se estaban empezando a formar colas en varios de los locales.

—¿Qué hay ahí dentro?

—Espectáculos que lograrían sacarme los colores hasta a mí, Ana —exclamó Maggie tras ella, con la mano firmemente apoyada sobre la empuñadura de su arma. Al igual que el maestro, la mujer no parecía demasiado cómoda—. No creo que sea buena idea que nos paremos aquí, chicos. Vamos, el maestro se adelanta...



—¿Dónde está? —insistió David Havelock, dando un paso al frente y encarándose así con un Armin al que la insistencia del militar empezaba a molestar—. Responde de una vez, muchacho, no tengo todo el día.

Dewinter cogió aire, tratando de mantener la calma. No le gustaba cómo Havelock le hablaba, ni mucho menos cómo le miraba. Mientras que sus dos acompañantes, los Turner, mantenían las distancias, él estaba empezando a acercarse demasiado, y no se fiaba.

Flexionó los dedos con lentitud, tratando así de canalizar la energía que, poco a poco, empezaba a despertar en él. Tenía suerte de haber coincidido con el mediano de los Dewinter; de haberse tratado de Orwayn, a aquellas alturas ya estaría en el suelo escupiendo sangre.

—Como ya he dicho, está a salvo —respondió con sencillez, repitiendo así las palabras que anteriormente ya había pronunciado—. Nos hemos dividido para mantener al equipo a salvo. Ella se encuentra con varios bellator y con el maestro Helstrom; Gorren aguarda dentro. Si son tan amables de acompañarme, se lo presentaré.

El hombre le mantuvo la mirada durante unos segundos, desafiante y visiblemente furioso, pero finalmente se retiró. Atravesó la distancia que le separaba del establecimiento con un par de largas zancadas y se adentró en su interior, cerrando la puerta tras de sí.

Sus dos acompañantes no tardaron en seguirle.

—Llevamos muchos meses buscando a Ana —explicó la mujer con una sonrisa gélida cruzándole el rostro—. No se lo tengas en cuenta. ¿Entras con nosotros? Por cierto, te llamabas Armin, ¿verdad? Yo soy Elora, y él mi hermano Fabien: somos los hijos del capitán Armand Turner.

El joven miró a la mujer primero y después al hombre, pero no respondió. Apenas había podido escuchar lo que le decía. La mente de Armin se encontraba ahora en el interior del local, tras aquel extraño hombre que tanto interés parecía tener en Ana.

Sacudió la cabeza con brusquedad y se apresuró a seguirle. Aquello no le gustaba. No le gustaba en absoluto. Abrió la puerta del local de un empujón y se encaminó hacia la mesa, seguido por los dos hermanos. Gorren ya se encontraba de pie y estrechándole la mano al recién llegado con una mueca tensa cruzándole el rostro.

Armin no tardó ni cinco segundos en alcanzarles.

—¿Dónde está Larkin, maestro? —insistía Havelock con severidad, muy tenso. Sus ojos brillaban amenazantes—. Acordamos que la traerían. ¿Dónde demonios está?

Consciente de que las manos de su guardaespaldas ya se cerraban en torno a la empuñadura de la pistola que cargaba en la cintura, Gorren se apresuró a alzar ambas manos, tranquilizador. Su rostro evidenciaba que estaba tenso, mucho más de lo habitual, pero creía controlar la situación. Tiamat, por su parte, parecía muy relajado, al margen de cuanto sucedía. El ser seguía sosteniendo la misma copa de vino con la que había recibido al maestro y a Armin, aunque su aspecto había vuelto a cambiar. En lugar de la joven andrógina, Tiamat era ahora un hombretón de mediana edad, alto y corpulento: un guardaespaldas perfecto con el que igualar las fuerzas en el caso de que Havelock no se relajase.

—Vamos a calmarnos todos, soldado —exclamó Gorren en tono conciliador—. Larkin está bien, te doy mi palabra. Actualmente se encuentra con mi camarada Alexius Helstrom, muy cerca de aquí. En cuanto nos deis la localización exacta se dirigirán directamente a los hangares, sin mayor dilación.

—¿Por qué no la has traído contigo? —Aún tenso aunque con un tono de voz algo más suave, Havelock negó suavemente con la cabeza—. Gorren...

—Este es un lugar peligroso, soldado —intervino Tiamat con frialdad. Su voz era muy grave, casi como un gruñido, y sin ningún tipo de emoción—. Y ella es valiosa: simplemente la estamos protegiendo.

—Y os lo agradecemos —respondió Elora Turner, adelantándose unos pasos para estrecharle la mano a Tiamat—. Por supuesto que os lo agradecemos. Pero ahora que hemos llegado, su seguridad ya es algo que no depende de vosotros.

Aquellas palabras provocaron un tenso silencio en la mesa. Gorren acabó de saludar a los dos hermanos Turner, cuya llegada parecía haber calmado un poco los ánimos, y les invitó a que tomasen asiento con un ligero ademán de cabeza. A continuación, con Havelock y Armin aún en pie y mirándose mutuamente, optó por llamar a uno de los camareros.

Por experiencia, el maestro sabía que aquel tipo de situaciones solo podían tener dos finales: que acabasen a tiros o tomándose una copa, y teniendo en cuenta donde se encontraban, optó por el segundo.

—Como ya he dicho, vamos a relajarnos todos, por favor —insistió Gorren—. Nuestro encuentro es motivo de celebración, no de disputa. Por favor, Havelock, señores Turner, permítanme que les invite a una copa de vino. Ahora que nuestros caminos se han unido... Armin, por favor, siéntate.

El guardaespaldas obedeció en contra de su voluntad. Aguardó en silencio a que el camarero cibernético sirviera las copas de vino y, ya con la suya entre manos, ni tan siquiera hizo el ademán de brindar con el resto. Su humor se había agriado con la llegada de los tripulantes de la "Pandemonium", y dudaba que fuese a mejorar. Demasiadas preguntas abordaban su cerebro.

—El "Conde" nos habló de vuestro destino, maestro: el sistema Ariangard —comentó Fabien Turner tras vaciar su copa de un trago. Su barba pelirroja, perfectamente trenzada con varios aros, permanecía rígida bajo su mentón, como si en su interior hubiese decenas de filamentos de cobre—. Es un lugar lejano y desconocido, probablemente peligroso: ¿a qué se debe tanto interés?

—La explicación es larga —admitió Gorren con la copa en la mano—. Y sé que nos llevará a una discusión de varias horas, así que que prefiero reservarla para cuando ya estemos lejos de aquí. No obstante, apuesto a que el nombre de Rosseau no te resulta del todo desconocido...

Empezaron a conversar enérgicamente, alterados ante la mención del ya famoso capitán. Todos parecían conocerlo, incluido Tiamat, el cual se comportaba con la naturalidad de aquel que llevase integrado toda la vida en el equipo de Gorren. Los Turner le conocían solo de oídas; al parecer, su historia era muy conocida entre los tripulantes de la "Pandemonium". El silencio y la expresión de Havelock, sin embargo, evidenciaban que su conocimiento sobre la materia iba más allá de simples rumores. Muy probablemente, sus caminos se hubiesen cruzado en algún momento del pasado.

Claro que, ¿acaso importaba?

Demasiado centrado en lo ocurrido, Armin se mantuvo en silencio a lo largo de los siguientes minutos. De algún modo, el joven intentaba encontrar respuesta a las preguntas que aquellos hombres despertaban en él. ¿Les habría hablado su hermano sobre Ana? ¿O quizás su interés vendría de antes?

Empezó a taconear con nerviosismo, incómodo. Aquel tipo de situaciones le hacían sentirse totalmente fuera de lugar. Cerró los dedos alrededor de los primeros eslabones de la cadena al final de la cual se hallaban las dos prisioneras y empezó a juguetear con ellos. Más que nunca, ansiaba poder abandonar cuanto antes aquel lugar.



—Éste parece un buen lugar, maestro...

Helstrom avanzó unos cuantos pasos más y se detuvo a los pies de una farola de color cobalto en cuya cima colgaban tres globos lumínicos azules. Se encontraban en una plaza en cuyo corazón se estaba celebrando una exhibición de sables. Dos jóvenes de piel oscura y extraños ojos danzaban el uno alrededor del otro lanzándose rápidos y poderosos golpes que esquivaban dando ostentosas piruetas con agilidad felina.

El maestro volvió la vista atrás y vio que Ana se detenía un instante y se ponía de puntillas para intentar ver la exhibición entre el gentío. Si sus cálculos no le fallaban, cosa que dudaba, alrededor de los dos luchadores debían haber cerca de siete u ocho filas de personas que no apartaban la vista del hermoso espectáculo.

Sin lugar a dudas, era el lugar perfecto.

Leigh, Marcos y Maggie formaron un círculo defensivo alrededor de la joven, tal y como habían estado haciendo hasta entonces.

—Desde luego —admitió.

Hundió la mano en el bolsillo de la chaqueta y extrajo de su interior el pequeño chip que días atrás había extraído del brazo de Ana. Sus captores habían tenido mucho cuidado de enterrarlo junto al hueso para que no pudiese ser fácilmente descubierto. Dio un par de vueltas entre los dedos a la pequeña pieza, pensativo, reflexionando sobre lo que iban a hacer, y finalmente se lo entregó a Elim.

Éste se lo guardó en el bolsillo del pantalón.

—Necesito solo unos segundos.

—Confío en ti.

El joven bellum se escurrió con facilidad entre los curiosos, aprovechándose de su delgadez para ello. En contra de lo que había pensado en un inicio, Tilmaz estaba resultando ser un agente muy entregado, cuyos deseos de aprender y mejorar día tras día le habían sorprendido gratamente. Según había podido saber, Elspeth Larkin le había elegido como uno de sus favoritos, y no le faltaban motivos. De los tres, él era el que más destacaba. 

Claro que, aunque sentía gran simpatía por el joven, Alexius Helstrom no podía ocultar la evidencia: de los cuatro de Sighrith, su favorita era Ana. La joven princesa había logrado ganarse su afecto desde un principio gracias a su carácter y determinación. Lejos de ser una joven triste y débil a la que la desgracia había acabado por destruir, Larkin se había mostrado desde el primer día como una persona decidida y resuelta, capaz de enfrentarse al destino sin temor alguno.

Durante los primeros días, Helstrom había sospechado que la fortaleza de la joven acabaría disipándose, que su fiereza era producto del momento, pero con el transcurso de las semanas se había sorprendido a sí mismo descubriendo en ella a una luchadora nata. Ana deseaba retomar las riendas de su vida, y él quería ayudarla. ¿El motivo? A veces le gustaba pensar que era la conciencia lo que le movía; Alexius era una persona compasiva a la que la desgracia humana lograba conmover con relativa facilidad. La realidad, sin embargo, era totalmente distinta.

Se acercó al grupo unos pasos y alzó la vista hacia los duelistas.

—Me pregunto cómo lograrán moverse con esa agilidad —reflexionó Marcos a su lado. El hombre volvió la vista atrás y dedicó una breve pero cordial sonrisa al maestro. A sus espaldas cargaba con su propia mochila y la de Ana, pero no parecía fatigado en absoluto por el peso—. Cuanto más los veo, más viejo me siento.

—¿En qué posición me deja eso a mí? —respondió Helstrom con una cordial sonrisa en los labios.

Palmeó suavemente su hombro y volvió la vista hacia Leigh y Ana. Mientras que Elim se encargaba de depositar disimuladamente el localizador en el bolsillo de alguno de los curiosos, ellos charlaban animadamente, como si estuviesen al margen de todo. Leigh, como de costumbre, estaba haciendo gala de sus conocimientos sobre el posible origen de los espadachines mientras que Ana, con la mirada fija en su danza, se mantenía un tanto al margen, absorta por la fluidez de sus movimientos. Incluso desde la distancia, Alexius podía ver que no le estaba prestando demasiada atención.

Leigh podía llegar a resultar un tanto cargante en situaciones como aquellas.

Elim no tardó en volver a aparecer entre el gentío. El joven recorrió la distancia que le separaba del maestro con pasos largos y apresurados, y una vez a su lado hizo un ligero ademán con la cabeza sin llegar a mirarle a la cara. Al igual que Helstrom, él también tenía ciertas reservas sobre aquella decisión. No obstante, el trabajo estaba hecho y había llegado la hora de partir.

—En momentos como éste me doy cuenta de lo poco que he visto del mundo —exclamó Ana al sentir el peso de la mano del maestro sobre su hombro, llamando su atención—. Maestro, ¿no podemos quedarnos un rato más? Hay tantas cosas que me gustaría ver y...

Ana dejó la frase a medias al aparecer una extraña sombra en su mirada. Los ojos de la mujer se desenfocaron por un instante, y durante el breve instante que la tuvo ante él, Helstrom pudo ver una expresión de reconocimiento en su semblante. Acto seguido, finalizando con ello el número de los espadachines, varios cohetes estallaron con violencia en la plaza, llenando de humo el lugar.



Tras casi veinte minutos de infinita conversación en los que la paciencia de Armin se había visto francamente en peligro, el joven había logrado conseguir escapar de la taberna. Los ánimos se habían calmado bastante tras la primera copa, aunque algunos, como Havelock o él mismo, no habían podido deshacerse de la tensión que desde un inicio les había acompañado. En situaciones como aquella, el maestro Gorren no dudaba en emplear todos sus trucos para reconducir la conversación. La experiencia de todos aquellos años como cabeza visible de Mandrágora le había convertido en un hombre con recursos.

Armin decidió aprovechar el tiempo para comprar los recambios y el material que necesitaba. Los siguientes días no iban a ser fáciles, y mucho menos si hacía todo lo que tenía en mente, por lo que debía empezar a planificarlos cuanto antes. Desconocía qué tipo de instalaciones hallaría en la "Pandemonium", pero confiaba en disponer de al menos una mesa de trabajo. Lo demás, en el fondo, era secundario.

—Espera.

A punto de dejar atrás el callejón, Armin se detuvo y volvió la vista atrás. Recién salido del local, David Havelock se acercaba a grandes zancadas hacia él, con el rostro congestionado a causa del ambiente de la taberna.

Consciente de la importancia que aquel hombre parecía tener en el futuro de la misión, Armin decidió esperarle. El militar, si es que realmente lo era, no le gustaba demasiado, pero era innegable que de todos los allí presentes era con el único con el que se había logrado sentir mínimamente identificado al verle fruncir el ceño de puro aburrimiento durante la conversación.

No tardó más que unos segundos en alcanzarle.

—¿Te diriges a los hangares?

—Sí, pero antes quiero pasarme a por unas cosas que necesito.

—Ya... —Havelock se adelantó unos pasos. Al final del callejón, una gran avenida llena de negocios les aguardaba—. Conozco bien este lugar, quizás pueda serte de utilidad. ¿Puedo saber qué buscas?

Armin dudó por un instante, incómodo tanto por su presencia como por la pregunta. Nunca le había gustado tener que compartir su tiempo libre con gente, y mucho menos con gente que no le gustaba, pero era innegable que un poco de ayuda no le iría mal. El "Dragón Gris" parecía tan infinito como las charlas de Leigh.

 Cruzó los brazos sobre el pecho, a la defensiva.

—Piezas; no me iría mal pasar por algún comercio en el que vendieran maquinaria de segunda mano o recambios sueltos. ¿Conoces alguno?

 Havelock arqueó una ceja, con sorpresa, pero no dijo nada. Le miró de arriba abajo, como si no encontrase relación alguna entre lo que acababa de escuchar y el aspecto del hombre, y finalmente asintió.

—Sí, hace unas horas visité varios con una compañera. Vamos, no están lejos de aquí...

Salieron juntos del callejón, dejando ya atrás la taberna, y se adentraron en la tumultuosa calle. Tras enviar la localización de la nave a Marcos Torres, Gorren y Helstrom habían acordado encontrarse en los hangares en un par de horas, por lo que aún tardarían bastante en levantarse de las sillas.

—No tienes pinta de mecca, Dewinter —comentó Havelock tras unos segundos de tenso silencio. Sacó del interior de su guerrera un paquete de cigarros y se encendió uno—. Antes te vi fumar, ¿quieres uno?

—¿Y de qué tengo pinta si se puede saber? —preguntó, tras rechazar el cigarro.

—De asesino.

 Armin se detuvo por un instante, sorprendido ante la sinceridad de la respuesta. Era evidente que ni sus ropas ni sus armas eran propias de un príncipe precisamente, pero el concepto "asesino" estaba lleno de connotaciones negativas que dudaba que se adecuasen a su posición como agente de Mandrágora.

—Tú tampoco tienes pinta de barón precisamente, Havelock —respondió con brusquedad, en tono de advertencia—. ¿A qué cadáver robaste ese uniforme?

Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro del hombre, el cual, risueño, se detuvo para volver la vista atrás. A diferencia de Gorren, el cual le parecía un auténtico bocazas engreído, Dewinter empezaba a caerle bien.

—Venga, chaval, ¿quieres esos recambios o no?

Avanzaron en silencio durante unos cuantos minutos más. Al final de la avenida, un pequeño callejón secundario les llevó a un pasadizo paralelo al principal donde, empleando antiguos camarotes para ello, comerciantes procedentes de toda la galaxia ofrecían su mercancía a bastante buen precio.

—No te fías de nosotros, lo noto —advirtió Havelock mientras Armin rebuscaba en una caja llena de piezas mecánicas.

A su alrededor, varios curiosos revisaban la mercancía con detenimiento bajo la atenta mirada de un vendedor de aspecto sudoroso que no parecía confiar ni en su sombra.

—Veo que eres todo un lince —ironizó Armin, sin poder evitar que una sonrisa sarcástica se dibujase en su rostro. Sacó del fondo de la caja una pieza rectangular con varios orificios grabados en su superficie y la alzó para poder examinarla a contraluz.

—Somos de confianza, te lo aseguro. Simplemente no era contigo y tu maestro con quien esperaba encontrarme, nada más. Ana es importante para nosotros.

Armin endureció la expresión al escuchar el nombre de la joven en su boca. Aunque no parecía haber motivo para ello, pues todo apuntaba a que Havelock y los suyos eran de confianza, no le gustaba el excesivo interés que mostraban en ella, y mucho menos que llevasen tiempo siguiendo su rastro. Ana, aunque a su extraña manera, ahora era de los suyos.

—No entiendo a qué viene tanta insistencia. Como ya he dicho varias veces, está bien; Helstrom se encarga de su seguridad.

—Helstrom la esconde desde hace meses, y mi capataz empieza a perder la paciencia.

—¿Esconderla? —Armin dejó la pieza en la caja, descartándola como ya había hecho con otras tantas, y se acercó a la siguiente. A sus espaldas, Havelock le observaba con fijeza, estudiando todos y cada uno de sus movimientos—. Eso es una estupidez: ahora es uno de los suyos. Además, ¿quién demonios se supone que la reclama? —Armin le dedicó una brevísima mirada—. Ana no es una prisionera.

—¡Por supuesto que no lo es! —exclamó el otro con una mezcla de sorpresa y enfado en la voz. Su expresión se endureció—. ¿Es que acaso no sabes quién nos envía?

Al notar el cambio de tono, Armin dejó de lado la caja y se volvió hacia Havelock, dubitativo. Probablemente debería haberlo sabido, pero tras enviar el mensaje al "Conde" no había vuelto a inmiscuirse en nada relacionado con el cambio de nave por temor a saber más de lo debido. Elim y los maestros habían sido los encargados de ocuparse del resto de detalles.

—¿Debería?

Por el modo en el que Havelock maldijo en un idioma desconocido para él, Armin imaginó que sí; por supuesto que debería haberlo sabido.

—Me envía Florian Dahl, Dewinter. ¿Por qué crees sino que...?

La repentina aparición de Maggie en escena dejó la pregunta en el aire. La mujer atravesó la tienda a gran velocidad, con la urgencia dibujada en la cara, y no se detuvo hasta alcanzar al guardaespaldas. Por el color sonrojado de sus mejillas y la agitación de su voz y respiración, Armin dedujo que llevaba bastante rato corriendo.

Sintió un punzante escalofrío recorrerle la espalda. Aquella repentina aparición no podía significar nada bueno.

—¿Qué demonios haces tú aquí? —Espetó con brusquedad, alzando el tono de voz más de lo deseado—. ¿Qué ha pasado?

—¡Te estaba buscando, Armin! ¡Ana ha desaparecido! —respondió ella con urgencia. La mera mención de Ana logró que Havelock se acercase con rapidez, alarmado, y que Armin palideciera. Apretó los puños—. No sabemos qué demonios ha pasado, pero ha debido despistarse y no la encontramos... es como si... ¡como si se hubiese esfumado!

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