Capítulo 16
Capítulo 16
Las prisioneras habían sido encerradas juntas en una pequeña celda de techo bajo y luz casi inexistente. Tras ser despojadas de sus pesadas armaduras y sus armas, ambas habían sido encadenadas con grilletes de energía a la pared, lugar en el que permanecían sentadas con los brazos en alto y la mirada gacha. Tal y como pudo comprobar Ana, se trataba de dos mujeres jóvenes, una de unos veinticinco y la otra de unos cuarenta, de aspecto cansado y expresión lánguida.
Cada cuatro horas, Armin iba a visitarlas. El sistema de sujeción que las aprisionaba por las muñecas tenía dos opciones: de corto y largo alcance. Durante las horas en las que nadie las visitaba permanecían firmemente atadas a las paredes, prácticamente inmovilizadas. A lo largo de sus visitas, sin embargo, la segunda opción de sujeción les permitía moverse libremente por la celda, beber y comer de las bandejas que con cada visita rellenaba y entrar en el pequeño cubículo de aseo situado en el lateral izquierdo de la sala.
En general, estaban en buenas condiciones. Su postura impedía que pudiesen disfrutar de horas de sueño placentero y la comida no era precisamente la mejor que habían probado, pero como prisioneras, aquellas dos mujeres disfrutaban de unas condiciones de vida bastante mejores que las de la mayoría en su situación.
Un simple vistazo a través de la rejilla de la puerta bastó para que Ana apretase el puño con rabia, furiosa. Ni sus expresiones destilaban el mismo dolor y desesperación que la había acompañado a ella durante su cautiverio, ni sus cuerpos habían sido marcados con golpes o heridas. Simple y llanamente, las habían encerrado allí, sin preguntas, sin empujones ni palizas: sin interrogatorios.
No era justo.
—Abre —ordenó con voz seca. Sus ojos brillaban enloquecidos—. Abre ahora mismo, Armin.
—¿Para qué? —respondió éste a su lado, a pesar de ser plenamente consciente de la respuesta—. Sabes perfectamente que no tienes permiso para relacionarte con los prisioneros.
—No lo necesito. —Ana seguía con la mirada fija en las mujeres, las cuales, ajenas a su presencia, permanecían con las cabezas gachas y los ojos cerrados—. Abre.
Armin no respondió. Cruzó los brazos sobre el pecho y apoyó la espalda contra la pared de la celda, con expresión neutra. En momentos como aquel en los que la rabia nublaba la mirada de Ana de aquel modo, el guardaespaldas de Gorren no podía evitar pensar en su hermano menor, Orwayn. Al igual que Ana, la mente de su hermano acostumbraba a nublarse con tremenda facilidad cuando una situación le superaba. Por suerte para todos, Ana no disponía de su sed de sangre, ni de su fuerza ni su habilidad con las armas.
Vio como la antigua princesa apoyaba la mano izquierda sobre la superficie lisa de la puerta y la arañaba con las uñas. Tras varios intentos de abrirla sin éxito, la impotencia empezaba a hacerse presente.
—Armin, abre de una maldita vez —advirtió alzando el tono de voz. Su rostro empezaba a enrojecerse—. ¡Abre!
—Pareces un perro rabioso —respondió él con sencillez, sin variar la postura—. Sabes perfectamente que no voy a abrir, así que no insistas.
Ana apretó con fuerza los dientes. Cerró el puño y golpeó la superficie de la puerta con violencia, arrancándole un ruido seco al metal. Dentro de la celda, las dos prisioneras se movieron inquietas.
Se volvió hacia Armin con gesto severo, exigente.
—A mí no me trataron con tanta delicadeza —le recordó con brusquedad—. ¿Es necesario que te explique lo que pasé en esa prisión durante esa semana? —Dio un paso hacia él—. ¿Es realmente necesario? ¡Abre esa maldita puerta y déjame ajustar cuentas!
—No hace falta que me expliques nada, puedo imaginarlo, pero si con ello te vas a sentir más feliz, adelante, explícamelo —respondió con sencillez—. No obstante, eso sigue sin ser motivo suficiente para que te deje hacer lo que quieras con ellas. ¿Acaso has olvidado que no eres una salvaje? Aunque estés lejos de tu planeta, allí eras una noble; una princesa. —Sacudió ligeramente con la cabeza—. Y que yo sepa, las princesas no torturan ni maltratan prisioneros.
—Tú mismo dijiste que yo ya no era princesa de nada, así que no te escudes en eso —advirtió Ana. Procedente del final del pasillo empezaron a escucharse pasos lejanos—. Solo quiero hacerles unas preguntas: eso es lo que hacemos en Mandrágora, ¿no? Tu padre lo hizo conmigo, ¡ahora yo quiero hacerlo con ellas!
Armin prefirió mantenerse en silencio de nuevo a modo de respuesta. Aguardó pacientemente a que el sonido de los pasos se materializase en una sombra lejana para alejarse un poco de la celda. Procedente de las cubiertas superiores, Maggie Dawson se acercaba a ellos a gran velocidad, alarmada.
No tardó en empezar a gritar.
—¡Dewinter! —Su voz resonó por toda la planta—. ¡Te necesitan en el puente de mando, rápido!
Armin se adelantó unos cuantos pasos, reduciendo así la distancia con Maggie a apenas unos metros. Incluso desde allí, envueltos en la penumbra casi total, pudo percibir la preocupación en su mirada.
—¿Quién te envía?
—Gorren. —Recorrió los últimos metros a la carrera y se detuvo frente a él, ignorando por completo la presencia de Ana—. Ven conmigo, la capitana ha encontrado algo.
Larkin les observó partir con rapidez, a la carrera. Apenas había escuchado lo que habían dicho, pues había estado demasiado concentrada en las prisioneras, pero por su reacción imaginó que sería algo importante. Además, por lo poco que había podido ver desde que los dos grupos se unieran, no solían acudir a Armin para casi nada. Así pues, debía tratarse de algo realmente importante...
Se preguntó por qué no le habrían dicho nada a ella.
Cuando llegaron al puente de mando, éste estaba más lleno y ajetreado de lo habitual. El ambiente era tenso, pero sus ocupantes se mantenían serenos y tranquilos en apariencia, como cabría esperar de hombres y mujeres experimentados.
Armin se encaminó con rapidez a la mesa alrededor de la cual se hallaban los maestros y Leigh Tauber observando un mapa orbital. Los tres parecían muy concentrados en examinar con detalle cuanto tenían ante sus ojos, calculando tiempos y distancias.
Dewinter se detuvo junto a la capitana durante unos instantes para observar la zona. No muy lejos de allí, frente a la pantalla de un monitor en el que no dejaban de aparecer líneas y líneas de datos, Marcos Torres permanecía en silencio, con los brazos cruzados sobre su amplio pecho. A su lado, unido a la terminal a través de la conexión cervical, Elim Tilmaz permanecía en trance con los ojos en blanco, sentado sobre una incómoda silla metálica.
Un rápido vistazo al resto de monitores le bastó para sentir la incertidumbre crecer en su pecho.
—¿Nos han encontrado? —preguntó a todos y a nadie a la vez—. ¿Cómo es posible?
Hubo un segundo de silencio en el que todas las miradas se centraron en él. El joven acababa de pronunciar las palabras que todos habían temido escuchar desde que, minutos atrás, uno de los registros provocase que la capitana diese la voz de alarma.
—Armin —escuchó que le llamaba Gorren desde la mesa—. Vamos, ven: acércate.
Acudió de inmediato. Tras él, sofocada tras la rápida carrera, Maggie irrumpió también en el puente de mando. La mujer acudió junto a Marcos, el cual permanecía inquieto ante las pantallas, apoyó la mano sobre el hombro de Elim y lo presionó con suavidad. Él nunca sabría qué o quién le había ofrecido aquella leve muestra de apoyo, pero allá donde estuviese, la sintió.
—¿Es cierto? —insistió Armin al alcanzar la mesa. Lanzó un rápido vistazo hacia el resto de presentes antes de centrar la atención en el mapa—. ¿Cómo es posible? ¿Acaso no habíamos eliminado nuestro rastro?
—La nave dispone de sistemas de bloqueo que borran el rastro —admitió Helstrom con los brazos cruzados sobre el pecho. Sus ojos únicamente se apartaron un instante del mapa estelar para dedicarle una fugaz mirada llena de preocupación—. Somos invisibles para cualquier radar. Además, estamos empleando un camuflaje óptico que impide que podamos ser localizados visualmente.
—¿Entonces? Si no siguen nuestras señales ni nos ven, ¿cómo pueden seguirnos? —Un simple vistazo al mapa le bastó para descubrir sus intenciones—. ¿Hablamos de algún tipo de barrido sonoro?
—Están demasiado lejos —reflexionó el maestro Gorren—. Además, lo habríamos detectado. No. —Negó suavemente con la cabeza—. Esto es más sencillo y más complicado a la vez... Necesito que contactes con Anders: vamos a desviarnos de la ruta. Esta nave ya no es segura.
Mientras Gorren pronunciaba aquellas últimas palabras, las miradas de la capitana y el maestro Helstrom se cruzaron. No había reproche en ninguna de ellas, ni tampoco decepción. Únicamente había tristeza por tener que separar sus caminos tras varias décadas de colaboración. Juntos, Laura y Alexius habían recorrido la galaxia en nombre de Mandrágora durante mucho tiempo, impartiendo justicia por todos los planetas a los que el destino les había enviado. Había habido épocas en las que sus caminos se habían separado. Cada cierto tiempo, Helstrom era reclamado y la constante guerra entre la Serpiente y el Reino les mantenía separados. Por suerte, la espera no sería eterna y, antes de ser conscientes de ello, volvían a surcar el infinito océano de estrellas juntos, tal y como les gustaba hacer. No obstante, ambos sabían que llegaría el día en el que sus caminos se separarían definitivamente, y aunque no había motivos aparentes para pensar en ello, tenían la sensación de que había llegado el momento.
—El "Dragón Gris" de Claudia de Balboa no se encuentra demasiado lejos —prosiguió Gorren, sin prestar atención alguna a su compañero y a la capitana—. Somos afortunados de que se encontrase por la zona: pide al maestro que nos envíe de inmediato una nave preparada para viajar. La necesitamos disponible en menos de una semana.
—Si las estrellas nos ayudan... —intervino Laura con voz queda—. La alcanzaremos en seis jornadas.
—He consultado los Calendarios Astrales y, sin temor a equivocarme, puedo confirmar que van a estar anclados en el sector al menos durante cuatro semanas más —informó Leigh—. Dentro de dos semanas Lady de Balboa va a celebrar el Festival de las Brujas Rojas, por lo que durante las siguientes jornadas hasta su inicio serán miles las naves que acudirán al "Dragón". Podremos pasar desapercibidos.
—Así es —le secundó Gorren—. Pídele discreción; nadie debe saber sobre nuestra presencia allí.
Armin asintió. El joven había tomado nota mental de todas las indicaciones. Hizo un ligero ademán con la cabeza a modo de despedida y se encaminó con paso rápido hacia la salida, en dirección a su celda. Después de tanto tiempo sin contactar con su familia la conexión prometía ser incómoda, así que prefería un poco de intimidad.
Se cruzó con Ana en las escaleras, aunque no se detuvo para saludarla. Simplemente intercambiaron una rápida mirada llena de urgencia y, mientras que él siguió recto, con prisas, ella ascendió el último escalón y se adentró en el puente de mando.
Todas las miradas se centraron en ella al cruzar el umbral.
—¿Qué está pasando?
Incluso sin saber leer los códigos que emitían las pantallas de datos, la joven era plenamente consciente de que algo grave sucedía a bordo. Las palabras de Maggie la habían advertido al respecto al acudir al encuentro de Armin con tanto nerviosismo. Incluso sin haber llegado a escucharla bien, la joven había podido sobreentender lo suficiente como para hacerse una idea. No obstante, no había sido hasta que se había puesto en camino hacia el puente de mando y había sentido la nave virar bajo sus pies que, al fin, había sido plenamente consciente de lo que sucedía.
Se encaminó hacia la mesa donde los maestros y Leigh seguían estudiando los mapas.
—¿Maestro Helstrom? —preguntó, rompiendo su concentración con la interrupción—. ¿Qué sucede? ¿Por qué cambiamos de dirección? ¿Acaso nos hemos desviado?
Leigh se apresuró a adelantarse un par de pasos, dispuesto a saciar su curiosidad, pero Helstrom fue más rápido. El hombre alzó la mano y, devolviendo a Tauber a sus quehaceres con un simple ademán de cabeza, acudió a su encuentro.
Cuando habló lo hizo con un tono bajo y cercano, incluso paternal, que no gustó en absoluto a su camarada Philip Gorren.
—Ana —dijo con suavidad. Apoyó la mano sobre el brazo inmovilizado de la joven y lo presionó suavemente—. Contigo quería hablar precisamente. Si eres tan amable de acompañarme...
—Alexius —le llamó su compañero adelantándose unos pasos. Apoyó la mano sobre el hombro de su compañero para detener su inminente marcha—. Si quieres, puedo encargarme yo. —Lanzó una fugaz mirada de reojo a Ana, la cual, muy cerca de ellos, pudo percibir la inquietud en su semblante—. Tengo experiencia.
—No —respondió éste con sencillez pero con firmeza—. Tú ocúpate de tu hombre, que yo me ocuparé de los míos. Vamos, Ana.
Sin responder a ninguna de las preguntas que la joven fue formulando una tras otra mientras se alejaban del puente de mando, Helstrom la guio hasta la biblioteca donde normalmente solía encerrarse para estudiar. Aquel lugar, el refugio del maestro, solía estar tenuemente iluminado, con velas en vez de globos lumínicos. En aquel entonces, sin embargo, encendieron las luces generales, convirtiendo así aquel hasta entonces misterioso lugar en una sala más, llena de estanterías y mesas. El maestro cerró la puerta tras de sí y le ordenó que tomase asiento mientras él cogía el pequeño maletín que había dejado preparado un par de horas antes en el interior de uno de los armarios. Ana le obedeció, eligiendo la mesa más grande y cercana a la puerta de todas, y le observó en silencio, dubitativa.—¿Qué sucede, maestro? —preguntó mientras le veía extraer el maletín del armario—. ¿Ha pasado algo grave?
A modo de respuesta, Helstrom depositó el maletín sobre la mesa y lo abrió. En su interior, perfectamente ordenado, había todo tipo de instrumental quirúrgico. El hombre eligió unas cuantas piezas y, ante la atenta y perpleja mirada de la mujer, totalmente paralizada, las fue depositando sobre un pañuelo blanco.
Ana sintió que se le helaba la sangre.
—Pe-pe-pe... —tartamudeó. Se le ahogaban las palabras en la garganta—. Maestro...
Se le nublaron las ideas mientras le observaba limpiar los instrumentos. De algún modo que no podía describir, aquella escena le parecía muchísimo más terrorífica que el haber despertado atada a una silla con la Parente Emile Arena dispuesta a sacarle las respuestas a punta de bisturí.
Apretó el puño, temblorosa. Sentía la punta de los dedos cosquillearle de puro nerviosismo.
—¡Maestro...! —insistió—. No les he dicho nada, se lo aseguro, yo...
—¿Decirles algo...? —Helstrom alzó la vista y, de algún modo, Larkin pudo ver sorpresa en sus ojos. Frunció el ceño al percibir su nerviosismo—. Disculpa, Ana, estaba distraído pensando en mis cosas... ¿qué me decías?
Un rápido vistazo al instrumental bastó para que el maestro comprendiese el motivo de su inquietud. Forzó una sonrisa amable, de aquellas que lograban tranquilizarla siempre que era necesario. Los últimos acontecimientos le mantenían tan ocupada la mente que a veces le costaba mantener la concentración en lo que hacía.
Depositó los instrumentos sobre el pañuelo y tomó asiento frente a ella.
—Estamos variando el rumbo, Ana: nos están siguiendo.
—¿¡Nos siguen!? —La sorpresa eclipsó el resto de emociones—. ¡No es posible! Pero esta nave...
—Lo sé, lo sé... todos estamos tan asombrados como tú. Hace unas horas que la capitana nos advirtió de la presencia de varias naves de la Parente Larsen siguiéndonos de cerca. Inicialmente quisimos pensar que se trataba de una casualidad, que compartíamos ruta, pero tras varios cambios de rumbo la evidencia era innegable. Nos están siguiendo.
—¿Cómo es posible? Tenía entendido que la nave...
No acabó la frase. No hizo falta. Ana parpadeó un par de veces, sintiendo la respuesta a la pregunta despertar en su mente, y desvió la mirada hacia su brazo. La herida le palpitaba con más fiereza que nunca.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
—¿Es posible?
—Nos aseguramos de que las dos prisioneras no llevasen ningún localizador encima durante la primera jornada de viaje —explicó con cautela—. Fue lo primero que hicimos.
—Ya... —Empezó a manosear la venda de la herida con la punta de los dedos, angustiada—. ¿Y qué pasa conmigo? Edward Menard me examinó la herida... ya sabe, el asistente médico. Si hubiese habido algo, él...
—Depende de la ubicación no lo habría encontrado, querida. —Helstrom se frotó el mentón—. Te seré sincero, Ana. Desde un principio tuvimos la sensación de que tu huida de la prisión había sido relativamente fácil. Helena no es un planeta acostumbrado a las incursiones de los nuestros ni al conflicto armado, pero no debemos olvidar que está gobernado por una Parente. Considerándote un prisionero perteneciente a Mandrágora, esperábamos bastante más resistencia. Así pues, en el fondo, que te hayan implantado un localizador no es del todo descabellado. Al contrario.
Una sombra cruzó el rostro de Ana. La joven volvió la mirada hacia su brazo, dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. En el fondo, si lo pensaba con cierta frialdad, tenía lógica. La herida del brazo, las jóvenes e inexpertas guardias, Marvin ayudándola a escapar, la fuga... Si Emile Arena hubiese deseado mantenerla encerrada, lo habría logrado. De hecho, de haber querido, habría logrado sacarle las respuestas a golpes, tal y como había logrado Anders Dewinter meses atrás. Obviamente, Arena no había sido precisamente cuidadosa con ella. Ana lo había pasado francamente mal en su poder, pero era innegable que, en manos de otro, seguramente no habría sobrevivido.
Sintió como los músculos de la cara se le tensaban, mientras notaba crecer la impotencia en su interior. ¿Llegaría el día en el que dejarían de utilizarla como una simple herramienta? Primero para sacarle información, ahora para perseguir a los suyos... ¿Acaso no había sufrido suficiente castigo en Sighrith?
Por suerte, las lágrimas se le habían acabado secando de tanto llorar.
—Quítemelo —pidió con determinación, abriendo los ojos e incorporándose de nuevo. Depositó el brazo sobre la mesa y volvió la vista hacia Helstrom. Éste, incluso sin haber llegado a dudar en ningún momento de su colaboración, sonrió con orgullo—. Haga lo que sea necesario, pero deshágase de él, maestro; hágalo antes de que sea demasiado tarde.
A Armin le estaba costando acostumbrarse a aquel estrecho cubículo que le habían asignado como celda. Acostumbrado a vivir a bordo de naves escasamente pobladas, los espacios tan pequeños como aquel le hacían sentirse oprimido. Con el tiempo se acostumbraría, tal y como le había asegurado Gorren, pero hasta entonces sabía que lo pasaría mal. Armin no había nacido para permanecer encerrado.
Su celda era sencilla, sin demasiado mobiliario ni detalle decorativo alguno. Al mediano de los Dewinter le gustaba pasar horas meditando, con la mente totalmente en blanco, y para ello era necesario deshacerse de todo cuanto pudiese distraerle. Una vez totalmente vacía, Armin había creído sentir aquella sala algo más propia de lo que le había parecido en un principio, pero incluso así seguía sintiéndose como un extraño...
Claro que no era la primera vez que le sucedía. Armin jamás había llegado a sentirse cómodo en ningún lugar. El joven siempre se había visto a sí mismo como un nómada sin hogar al que volver, y en cierto modo así era. De todas las guaridas que había poseído junto a los miembros de su familia, tan solo los establos de la granja de Sighrith le habían hecho sentir mínimamente cómodo. El resto de lugares, por muy hogareños que pudiesen llegar a ser para el resto, no eran más que burdas comunas en las que el calor humano de sus hermanos y su padre no habían hecho más que empeorar las cosas.
En una ocasión, siendo poco más que un adolescente, Armin había escuchado decir a su hermano mayor que la muerte de su madre les había hecho cambiar a todos. Veryn no podía describir con palabras cómo, pues los cambios habían sido imperceptibles en un primer momento, pero aquella era una realidad de la que siempre había sido plenamente consciente. Desde entonces, el término hogar había perdido sentido para Armin. Siempre habría sitios a los que ir y en los que reunirse con sus familiares, pero no un lugar en el que sentirse realmente pleno. Aquel sitio, si es que alguna vez había existido, le había sido arrebatado junto a la vida de Ylva Dewinter, el auténtico nexo de unión de la familia.
Armin no solía pensar en ella a menudo. El francotirador había intentado enterrar sus recuerdos en lo más profundo de su ser, consciente de que la huella del pasado siempre lograba inquietarle. No obstante, por mucho que lo intentase, ella siempre estaba muy presente. No en recuerdos ni palabras, pero sí en sus éxitos y en sus derrotas.
En el fondo, nunca había llegado a abandonarle, y eso le hacía sentir bien. Le daba fuerzas para seguir adelante; para enfrentarse a un destino que, aunque ya consideraba marcado, no iba a acabar con él fácilmente.
Tomó asiento sobre la cama y extrajo del interior de su bolsa su propio intercomunicador, aquel que Veryn había diseñado para él. Hacía meses que no lo empleaba; de hecho, desde su partida de Sighrith no había vuelto a usarlo. En varias ocasiones lo había oído vibrar, pero nunca había respondido a sus llamadas. Armin creía estar encontrando la paz en la soledad que Gorren le brindaba, y no quería que nadie le molestara.
Hasta ahora.
Abrió la tapa del intercomunicador y presionó sobre la brillante pantalla táctil las coordenadas del localizador de su padre. El maestro había sido claro en su petición, y así iba a ser él: breve y conciso. Anders lo agradecería.
Aguardó unos segundos con impaciencia, sintiendo un desagradable nudo formarse en su garganta. Volver a ver a su padre después de tanto tiempo despertaba sensaciones encontradas en él, aunque no tan desagradables como había imaginado. En el fondo, con el tiempo, Armin había acabado acostumbrándose a él. Lamentablemente, el sentimiento no era mutuo, ni seguramente nunca lo sería. Anders no era una persona comprensiva.
La conexión se estableció diez segundos después. Armin leyó momentáneamente en el cristal las coordenadas del terminal que había aceptado la transmisión y, acto seguido, una imagen holográfica de pequeñas dimensiones apareció ante él.
Para su sorpresa, Veryn Dewinter le sonrió desde el otro extremo de la galaxia.
—Dichosos los ojos, hermano —exclamó con la alegría reflejada en sus expresivos ojos azules—. Empezaba a creer que eran ciertos los rumores que decían que habías muerto.
—Y yo que te creía el listo de la familia...
—Al resto puedo engañarles, lo sabes, pero a ti no. —El mayor de los hermanos asintió ligeramente con la cabeza, animado. Su expresión era la de siempre, pero Armin sabía que, tras la máscara del "Conde", Veryn Dewinter se sentía profundamente agradecido por aquella transmisión—. Como sé que no lo quieres escuchar, no te diré cuanto te echamos de menos, hermano, al igual que tampoco te diré que Veressa va a odiarme por haber sido yo quien respondiese a esta llamada, y no ella.
—Estás en lo cierto: no quiero escucharlo.
—Pero debes. —Veryn dejó escapar un suspiro—. Ha pasado casi un año, Armin. Es mucho tiempo.
Los ojos del mediano se desviaron hacia una de las paredes, esquivo. Al igual que su hermano, el francotirador era plenamente consciente de que habían pasado muchos meses desde la última vez que se habían visto. En aquel entonces, cegado por la impotencia y la ira del momento, Armin y él habían discutido y peleado en una de las celdas del refugio. De hecho, tal había sido el acaloramiento del momento que el uno había disparado contra el otro, aunque con la fortuna de que la bala no había llegado a rozarle.
—Necesito contactar con Anders.
—Padre no se encuentra en estos momentos en la base, hermano, pero puedo responder por él. —La expresión de Veryn se endureció—. Si has llamado, conociéndote, es porque debes estar en serio peligro, ¿me equivoco?
—No del todo.
Sin llegar a profundizar en los detalles, Armin le resumió lo ocurrido en Belladet. Le habló de la biblioteca, de la trampa y de la captura de Ana; de su extraña liberación, de la huida y, por último, de la persecución a la que estaban siendo sometidos. Resumido en tan solo unas cuantas frases, todo lo ocurrido parecía perder fuerza e importancia, como si en el fondo no hubiese sido más que un juego de niños, pero lo cierto era que, aunque la situación no era tan complicada como Veryn había llegado a temer, necesitaban ayuda.
—Cuenta con ello, Armin. Me encargaré personalmente de que dispongáis de esa nave. El tiempo es justo, por lo que puede que tenga que tirar de algún cable... espero que no me lo tengas en cuenta.
—Mientras sea capaz de llevarnos a Ariangard, bastará.
—Dalo por hecho. Nos encargaremos de Lagos también. Eso sí, toda ayuda requiere un pago, y como hermano mío que eres, me temo que va a ser a ti a quien se lo voy a exigir. —Veryn se apresuró a alzar la mano antes de que pudiese reaccionar. Su expresión volvió a dulcificarse—. Voy a ser nombrado maestro, Armin. Después de tanto tiempo... —Los ojos le destellaron llenos de orgullo—. Airis Blake ha muerto, y yo voy a ocupar su lugar. Sé que no debería alegrarme de su desgracia, ¿pero para qué vamos a engañarnos? Me muero de ganas de ocupar su lugar.
—No estarás tú tras su muerte, ¿verdad, Veryn?
El mayor respondió con una breve pero significativa sonrisa cargada de malicia. Armin creyó leer en ella una maldad grotesca, cruel, pero no hizo mención alguna a ella. El "Conde" era demasiado dado a las intrigas y mentiras como para dejarse arrastrar a su mundo.
—Te felicito entonces: es lo que deseabas.
—Aunque te lo agradezco, no son tus felicitaciones lo que quiero, Armin. —El hombre entrecerró los ojos, adoptando una expresión de advertencia—. Quiero que compartas conmigo y con nuestra familia el momento: tienes que venir al evento. Sé que tienes por delante un largo viaje, pero confío en que llegarás a tiempo. Es importante para mí.
Armin le mantuvo la mirada en silencio durante un instante, pensativo. Desconocía qué sería de él dos meses después; probablemente, si la suerte le acompañaba, seguiría con vida, pero aún era pronto para asegurarlo. Sea como fuese, no le molestaba aceptar la petición. A pesar de sus reservas, se alegraba profundamente por su hermano y, si ese era su deseo, no iba a denegárselo.
De hecho, incluso sin necesitar su ayuda lo habría hecho. Aunque nunca lo dijese ni lo mostrase abiertamente, Veryn era importante para él. En realidad, todos sus hermanos, incluido Orwayn, lo eran.
—Haré lo que pueda.
Una amplia sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de su hermano mayor.
—Cuento contigo entonces. Saluda a los maestros de mi parte, e invítalos. Desearía que asistieran también... y a los Sighrianos, si es que aún viven.
—Se lo diré.
—Cuídate, hermano. Recuerda que seguimos aquí y que siempre estás en nuestra memoria. Veressa y Cat no dejan de preguntar por ti, y Orwayn, aunque intente fingir lo contrario, también te tiene en sus pensamientos. Y padre, te lo aseguro. Creo que nunca te ha maldecido tantas veces como últimamente. Y yo... ¿qué voy a decir que no sepas, hermano?
Armin sonrió ligeramente, agradecido. Alzó la mano a modo de despedida, consciente de que si no le detenía ahora, Veryn no dejaría nunca de hablar, y cerró la tapa, cortando así la transmisión definitivamente.
En el fondo, él también los echaba de menos.
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