6- El causante de sus males.
A la mañana siguiente Dámaris despertó sola, no sabía, ni sospechaba siquiera, que había pasado la mayor parte de la noche abrazada al pirata que juraba odiar.
Descubrió que el libro había vuelto a su estantería, que alguien llenó la palangana de agua y que habían dejado una bandeja con desayuno. No le sorprendió el no haberse enterado, cuando dormía bien podía estallar un trueno a su lado que no se enteraría.
Una vez su hermano mellizo le lanzó un cubo de agua helada después de tirarla de la cama al tomarla por muerta cuando lo único que la pobre niña hacía era dormir. Dámaris despertó empapada hasta el tuétano, dolorida y rodeada por su familia que la miraban con gran preocupación mientras Colin la miraba desde la esquina opuesta frotándose la mejilla roja por un azote de madre.
Fue entonces cuando todos, incluyendo ella misma, supieron cuán profundamente era capaz de dormir y que si algún día pasase algo sería más fácil cargarla al hombro y echar a correr que despertarla.
Se aseo y comió mientras miraba por el ojo de buey. ¿Cómo podía alguien leer tales versos de amor y ser tan salvaje?, se preguntó. El barco estaba varado y a lo lejos se veía la costa y una hilera de cabañas. Dámaris nunca antes había visto casas tan cerca de la orilla. También se veían algunos botes de pescadores. No reconoció el lugar y debido a su inexperiencia no podía saber si se encontraban frente a la costa escocesa o cualquier otra.
Alexander entró con el pelo pegado a la frente por el sudor. También llevaba las ropas empapadas. Dámaris le dirigió una mirada de soslayo al pirata y cogió el libro, aunque no era capaz de concentrarse ya que la presencia de FitzGerald era difícil de ignorar. Las palabras se amontonaban unas con otras hasta que la curiosidad ganó la partida y miró por encima del libro, pero rápidamente se cubrió la cara con él cuando sus miradas chocaron.
El pirata sonrió abiertamente.
Alexander repitió lo mismo de la tarde anterior. Se aseó y desvistió sin importarle que Dámaris estuviera delante y después de haberla pillado espiándolo, se demoró en volverse a vestir.
—No sabía que alguien pudiera dormir tan profundamente. Podría haber abusado de ti y ni te habrías enterado.
Dámaris lo miró para enfrentarlo y se topó con su cuerpo desnudo. Sus ojos no pudieron evitar recorrer aquel musculoso y moreno cuerpo flexionando y tensándose mientras se ponía las calzas. Tenía un estómago lo bastante rígido como para lavar sábanas en él. Entonces se sonrojó y lo miró directamente a los ojos. Sigue mirándolo a la cara y todo estará bien.
—¿De qué habláis? —carraspeó.
—Anoche dormí contigo. Incluso me abrazaste y pensé que serías tú quien abusaría de mi persona.
—¿¡Queeeeeee!? ¿Estáis di-diciendo que-que dormisteis ahí —señaló el estrecho camastro— ahí con-conmigo? —Dámaris se lanzó sobre él con las uñas fuera y el rostro desencajado por la rabia, dispuesta a cumplir su amenaza de echarle la cara abajo—. ¡No puedo creer que seáis tan vil como para violentar a una joven mientras duerme! No valéis una mierda. Sois peor que la mierda, FitzGerald.
Acabaron en el suelo con Alexander riendo de pura diversión mientras se cuidaba de que las garras de aquella fierecilla no le arrancaran algún trozo de piel, como parecía ser su intención. Se cansó de hacerse la víctima cuando ella le clavó las uñas en el cuello levantándole la piel y acabó aprisionándola bajo su cuerpo. Le agarró las manos a ambos lados de la cara y acercó su rostro al de ella.
—Podría haberlo hecho, de haber querido, pero no es mi estilo —le dijo con voz grave. Alexander seguía sonriendo, embelesado con su belleza salvaje y las cuchillas que lanzaban sus ojos añil—. Cuando poseo a una mujer me gusta que ella me sienta y disfrute conmigo no que permanezca inerte como un cadáver.
—¿Y esperáis que os crea? —estalló. Aproximó su rostro al de él, presa de una rabia incontrolable—. Sois un miserable, ¡un miserable bastardo!
—Damita, ¿quieres que te recuerde lo que puedo hacer si sigues hablándome así? —El rostro de la joven estaba desencajado, sus ojos refulgían como si toda la bravura del océano se hubiera concentrado en ellos y amenazara con arrasar con todo lo que encontrara a su paso—. Cálmate que tu virtud sigue intacta. Al menos en lo que a mí se refiere no te he tocado, si venías con defecto cuando te secuestre es tu problema, no quieras hacerlo el mío.
Alexander la soltó y fue a acabar de vestirse. Dámaris también se levantó y se acomodó las ropas y el cabello con la respiración todavía agitada. Nunca en su vida se sintió tan humillada. En su mente había tantas rayitas en contra del pirata que necesitaría dos vidas para poder cobrarlas todas. Sentía la piel arder, y por primera vez experimentó el deseo de querer matar a alguien.
Alexander la cogió por el brazo y la sacó del camarote. La tripulación no les prestó atención, parecían entusiasmados con la idea de pisar tierra firme. Alexander ordenó que su segundo al mano, al que se dirigió como Billy, se quedara a bordo del Hangman con algunos hombres. A estos pareció no gustarles la idea, pero ninguno se atrevió a llevarle la contraria al capitán.
Utilizaron dos botes para llegar a la costa en la cual se había reunido una pequeña multitud que los saludaban con mayor entusiasmo. A Dámaris le pareció extraño ya que ella habría salido corriendo en dirección contraria al ver a ese grupo de piratas acercarse a la costa.
Los gritos de alegría y abrazos llegaron en cuanto bajaron de los botes. Eran los familares de aquellos hombres. ¿Los piratas tenían de eso? A cada momento que pasaba se sorprendía más.
Esperó que alguna mujer se acercase a darle la bienvenida a Alexander pero ninguna lo hizo, aunque sí vio a varias mujeres a lo lejos mirarlo con descarado deseo y supuso que se trataría de sus amantes. Amantes rencorosas y envidiosas por las miradas de odio que le lanzaban a ella. Esposa no, ¿pero tendría quizás un vástago con alguna de ellas? Se reprendió a sí misma en el acto por que la vida de aquel desgraciado no le importaba en lo más mínimo. Por ella como si practicaba la poligamia y era padre de una veintena de niños con cabello castaño y ojos de miel.
—Parecéis ser el único al que ninguna mujer ha venido a recibir, pero a juzgar por las miradas que aquellas nos echan, las que están inflingiéndome heridas mentalmente y echándome mal de ojo —señaló al grupo reunido más allá de la orilla—, matarían por echaros los brazos al cuello.
—No estoy aquí por ninguna de ellas.
—¿Entonces por quién estamos aquí?
—Querías saber quién hay detrás del secuestro y estás a punto de descubrirlo.
La excitación recorrió el cuerpo de Dámaris. Si bien deseaba tener un enfrentamiento cara a cara con Lord Culpable, no sabía lo que se iba a encontrar. Hasta ahora todo había ido de mal en peor, su mala suerte parecía no tener fin por lo que bien podría tratarse del mismísimo tío del rey que no se sorprendería.
Con fuerzas renovadas, caminó junto a FitzGerald hasta la cabaña ubicada en el centro del campamento.
Al entrar casi se cae para atrás al reconocer al hombre que estaba sentado en una poltrona en el centro de la estancia.
Retiró sus palabras pues jamás habría esperado que de entre todos los enemigos de su padre fuese este quien había organizado su secuestro.
Al fin tenía ante ella al verdadero causante de sus males. A aquel maldito y desgraciado hijo de la grandísima ramera.
—Vos —gruñó Dámaris apretando los puños.
—Yo —respondió el hombre canoso fumando pipa con una sonrisa macabra pintada en la cara.
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