10- Decisiones.
Alexander daba órdenes a sus hombres a diestro y siniestro mientras Dámaris lo observaba en la popa, junto al timón. Permanecía callada desde que había subido a bordo, observándolo todo, pues todavía trataba de digerir la idea de que Alexander acababa de ponerse en contra de Scott en favor de ella. Tenía tantas preguntas rondándole la cabeza, preguntas que tan solo el hombre moreno que vociferaba órdenes por encima del tempestuoso viento y el trajín de las olas podía responder.
Alexander se puso al mando del timón. Tenía la mandíbula apretada y la mirada fija en el océano que se extendía ante ellos. Estaba tan concentrado que ni se fijó en que Dámaris se había colocado a su lado hasta que habló.
—¿A qué te referías con que no era lo que habéis acordado? —Su voz fue apenas un susurro por encima del bullicio del viento y el mar. Hacía rato que habían dejado a Scott atrás pero todos seguían alerta, en tensión—. ¿Por qué no dejaste que Scott me llevase con él? ¿Qué quería hacer conmigo?
—¿He vuelto a airarte para que me tutees y hables tan francamente, querida? —replicó él con un amago de sonrisa bailando en sus labios. A pesar de sí Dámaris también sonrió. Era la primera vez que lo hacía, que sonreía de verdad, y Alexander sintió una punzada de placer por ser el causante de tan bella sonrisa—. Tu reacción me hace pensar que preferirías haberte quedado con Scott antes que venir conmigo. ¿Tan mal anfitrión soy?
—¿Por qué hemos huido de tu aliado? —insistió, haciendo caso omiso a sus palabras—. ¿Ni siquiera me puedes dar una explicación, un motivo o razón por la que lo has hecho?
—No me fío de las intenciones de Scott —respondió cuando Dámaris pensó que ya no lo haría— y no me gusta el rumbo que han tomado las cosas. Por eso hemos huido, Dámaris.
—Y ahora te has enemistado con él y va detrás de nosotros.
—No va a pasarnos nada porque no saben a donde voy. —Le guiñó un ojo.
Dámaris examinó el vasto mar y no vio ninguna embarcación. Ni rastro de las goletas que habían salido a por ellos.
—¿Por qué lo has hecho, Alexander? —Esta vez su voz sonó más clara. Más cerca. Dámaris estaba ahora apoyada en la barandilla de madera de modo que quedaba frente a Alexander, pudiendo ver su rostro.
—A expensas de tu creencia, tengo mis principios y hay cosas que jamás permitiría —declaró mortalmente serio.
Desde luego no esperaba aquella respuesta y mucho menos que le decepcionara tanto. ¿De verdad esperaba que dijera que había decidido no entregársela al enemigo de su padre porque se sentía irresistiblemente atraído hacia ella como ella hacia él? ¿Había sido la única en sentir aquella corriente en la cabaña de Agnes? No, él también lo había notado y lo sabía por el modo en que el cuerpo de él había reaccionado y por como las manos de Alexander se habían flexionado, como si quisiera tocarla tanto como ella quería que lo hiciera. Quizás se equivocaba y su madre tenía razón al decir que no sabía nada de los hombres. Alexander FitzGerald era sin duda el más complicado con el que se había topado.
No cedía ante ella como otros, al contrario, parecía disfrutar provocándola y era inmune a sus encantos. Decidió que era demasiado peligroso para ella seguir más tiempo cerca de él
pues a cada minuto su corazón corría más peligro de ser conquistado.
Cada vez que lo miraba la sensación de deja vù se hacía más grande y cuando sus ojos, que en ese momento rozaba el color de las brasas, la miraban podía jurar que él también lo notaba.
—¿Por qué odias tanto a Scott? —preguntó Alexander tras una pausa.
—Como si no lo supieras —espetó Dámaris.
—No lo sé.
La joven trató de discernir si sus palabras eran o no ciertas, claro que si no ¿por qué le importaría? Alexander se había enemistado con Scott por ella, le debía al menos una razón.
—Todo pasó hace cuatro años. Scott era el mejor amigo de mi padre y confiaba plenamente en él, pero descubrieron que había estado robando parte de los impuestos para sí mismo y también que había hecho incursiones en nombre de los Douglas. Recuerdo que se armó un gran revuelo. Dijeron que Scott se había dado a la fuga.
>>Hará unos dos años, antes de que mi padre partiera a Francia, Scott volvió a nuestras tierras. Archie se enfrentó a él y Scott, al verse descubierto de nuevo, apuñaló a mi hermano antes de darse a la fuga. Otra vez. Gracias a Dios Archie se recuperó bien. —Dámaris se abrazó a sí misma. El relato la había trasladado a ese día y en cómo encontró a Archie sangrando en el salón del castillo. No era la primera vez que la joven veía sangre, pero la cantidad que salía del cuerpo de Archie no era normal. La recuperación había sido larga y dolorosa para su hermano—. Por eso no me fío nada de él. Si me llevas con mi padre él te recompensará. Nunca le diré que fuiste tú quien me secuestró sino que me salvaste de...
—No voy a llevarte con tu padre, Dámaris —sentenció el pirata, volviendo la atención al vasto mar y la tormenta que tenían por delante—. Entra en el camarote y no salgas a no ser que yo te lo diga.
—¿Pero por qué no...? —Alexander indicó a Billy que se pusiera al mando del timón, agarró a Dámaris por la cintura y la metió en el camarote.
—Si te ordeno algo, me obedeces. No olvides que sigues siendo mi prisionera. —Alexander no la soltó ni se separó de ella, como la joven había esperado. El rostro de él se inclinó hasta quedar a su altura, peligrosamente cerca. La vena del cuello de Dámaris palpitaba y Alexander sintió ganas de lamerla.
Dámaris recordó el episodio del calabozo, solo que esta vez Alexander no la miraba con furia sino con algo todavía más peligroso. La miraba con deseo. Pasó saliva.
Deseaba que Alexander le mostrase el camino de la pasión, que la instruyese en el arte del amor y le recitase algunos de los poemas de Amore e Passione. Desde niña fantaseaba con un caballero de brillante armadura, uno que lucharía por ser merecedor de ella y la convertiría en su esposa. Ahora se reía de aquella fantasía pues el brillante caballero había sido derrotado por el fiero pirata que era mucho más real, eso sin duda. Culpó a su curiosa y fogosa juventud de tales deseos y pensamientos.
Quizás admitiera al fin que deseaba al bribón, pero como que era una Douglas no caería en la tentación. No, reprimiría sus deseos de echarle los brazos al cuello y rendirse a él. Viéndose a las puertas del abismo solo se le ocurrió una salida: fingir un desmayo.
Alexander quedó atónito por el repentino desvanecimiento de la joven, que quedó laxa en sus brazos. Le palpó la cara y esta ni se inmutó. Le metió una mano en el escote pero la joven siguió sin actuar. Finalmente la tomó en brazos, la recostó sobre el camastro y, después de comprobar que tuviera pulso, se marchó dejándola sola y encerrada.
Dámaris se incorporó sobre los codos y soltó una larga exhalación. Había estado cerca... pero no podía fingir un desvanecimiento cada vez que se quedaran a solas. Solo Dios sabía el tiempo que iba a durar aquella situación.
Si no pensaba entregarla a su padre y tampoco a Scott, ¿qué era lo que FitzGerald pretendía? No sería retenerla de por vida o hasta que ella hiciera algo lo tan grave como para matarla, ¿o sí? Desde luego no iba a quedarse de brazos cruzados esperando a que FitzGerald decidiera qué hacer con ella. Urdiría un plan. Uno en el que no entraba seguir siendo la víctima de nadie. Conseguiría volver a Dumfries a todo costo y avisaría a su padre de los planes de Ross Scott.
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