Capítulo 9
Aria
—Está bien, tomemos un descanso —refunfuñó Drake. Suspiré de alivio y no esperé más para sentarme en el suelo de piernas cruzadas, quitándome la correa de la bolsa del hombro e inspirando fuertemente por la nariz—. A este paso no llegaremos nunca.
—Si, ya sé que llevamos un retraso enorme, lo he captado las últimas siete veces que me lo has dicho —mascullé escéptica.
Drake no dijo nada más y ocupó su lugar en el suelo frente a mi, a varios metros de distancia. Abrió la mochila y sacó de una esquina una manzana verde que empezó a devorar lentamente, tomando sorbitos de agua de su bota intercalados. Yo prácticamente vacié la mía. Era consciente de que no debería haberlo hecho porque Drake fue muy claro cuando me dijo: "tiene que durarte todo el día", pero es que en ese momento mi garganta estaba más seca que un desierto y lo necesitaba.
Llevábamos caminando varias horas. Partimos con las primeras luces del alba y ahora el sol estaba en lo alto casi por completo. Probablemente era la hora de comer; fue mi propio estómago el que confirmó mis sospechas cuando rugió ferozmente. Me apresuré a sacar una manzana de mi propia bolsa. Saboreé su dulzor y procuré masticar lentamente para que permaneciera en mis papilas gustativas por más tiempo. Drake hacía tiempo que había arrojado el corazón de la suya a algún rincón del bosque, y esperaba con cara de aburrimiento a que terminara.
—Pareces una vaca rumiando —pronunció al cabo de un rato, cuando tan solo había devorado la mitad de la manzana.
—Quiero disfrutar bien de este momento —expliqué, mirándole ceñuda—. No sé cuándo será nuestra próxima parada.
—Dentro de mucho, y te prometo que como vuelvas a insistir tanto como antes, te pondré una mordaza.
—Si, ya —aunque procuré tomarme sus palabras a broma, su rostro no transmitía ni una pizca de humor. Es más, mi respuesta acentuó su ceño fruncido—. ¿Puedo preguntarte algo?
—No me gustan las preguntas —murmuró rápidamente—. De hecho, no me gusta hablar. Así que calla y come.
Suspiré y decidí hacerle caso. Hablar con Drake era exactamente lo mismo que entablar conversación con una pared. Estaba claro que no estaba acostumbrado a la compañía de otras personas, pero ese hombre parecía haber salido de una caverna por primera vez en años. No tenía modales, ni educación, pero él era el único ser vivo que llevaba tiempo viviendo en el bosque y, tal vez, pudiera resolver algunas de las dudas que me atormentaban a cada hora.
—Tan solo quería saber si conocías la existencia de lobos en este bosque.
Mi pregunta le pilló con la guardia baja, porque pude percibir perfectamente un brillo sombrío en sus ojos. Fue como una afirmación para mi, porque lo único que podía deducir de aquella mirada fue odio. La palabra "lobo" había hecho flaquear los impenetrables muros que me impedían conocer un poco más a Drake, aunque tampoco quisiera adentrarme demasiado en terrenos pantanosos.
—Esa pregunta es estúpida —masculló de mala gana—, en todos los bosques hay lobos.
—Hace siglos que los Cazadores Antiguos se deshicieron de ellos. Tengo entendido que se extinguieron.
La arruga en la frente de Drake se iba pronunciando con cada palabra que soltaba mi descontrolada bocaza. ¿Por qué se estaba enfadando conmigo por semejante tontería de pregunta?
—¿Eso es lo que te han metido en la cabeza todos estos años que tu aldea ha permanecido cerrada?
Reflexioné por un momento su pregunta. ¿Acaso aquella afirmación no era más que otra burda mentira de mi madre?
—Supongo que si —suspiré, en cierto modo, derrotada. Pensar en mi madre era doloroso, más aún cuando me escapé de la aldea sin haber arreglado nuestro desencuentro. Emprender aquel viaje con esa espinita clavada en mi cuerpo podría considerarse una muestra de arrepentimiento, por lo que me tragué mis emociones.
Drake me observó en silencio un buen rato. Estaba a punto de terminar la manzana cuando habló, en un tono de voz neutro:
—Hace siglos dieron caza a muchos lobos, si —explicó—, pero la especie sobrevivió. Aprendieron a esconderse de los humanos. Con el tiempo, dejaron de buscarlos, y por lo tanto, también de cazarlos. Regresaron y repoblaron el bosque. Fue un proceso lento. Que tu madre cerrara a cal y canto la única aldea en la que había cazadores capaces de rastrearlos ha ayudado mucho.
Me quedé callada tras su explicación. La verdad era que tenía mucho sentido; llevábamos tantos años sin salir de la aldea que la idea de que los lobos pudieran repoblar el bosque no se nos pasó por la cabeza. Lo cierto es que ni siquiera podía considerar aquel argumento una mentira. Mi madre se encontraba tan ausente del mundo exterior como los demás. Ella simplemente me transmitió sus conocimientos, pero no por ello justifiqué sus injurias anteriores. No eran situaciones parecidas.
Sin embargo, tenía claro que haberme tomado en serio la posibilidad de que no hubiera depredadores en el bosque fue un error. Nunca antes me había armado de valor para adentrarme en él, por lo que tendría que haber sido más precavida. No actúe correctamente cuando apareció el lobo ante mi, simplemente me dejé llevar por el miedo y el instinto, y estaba casi segura de que aquello podría haberme llevado a la tumba de no ser porque Drake me encontró.
—¿Viste al lobo que me atacó cuando me encontraste? —con aquella pregunta, terminé de comerme la manzana, y como mi acompañante, lancé el corazón de la fruta a alguna parte del bosque tras de mi. Observé que Drake se ponía en pie hábilmente, como si llevara toda la vida practicando el sentarse y levantarse rápidamente, y se sacudía los pantalones, repletos de briznas de hierba seca y restos de hojas secas.
La frondosidad de los árboles del bosque era tal que no dejaba pasar los rayos del sol, por lo que la vida en el suelo a sus pies se pudría. El persistente olor a petricor bailaba en el ambiente. Con la misma teoría, el rocío de la mañana tardaba más tiempo en secarse. Seguramente era por esa razón que los arbustos y helechos más grandes lograban condurar sus espectaculares hojas verdes con tan solo unos resquicios de luz. Además, era sorprente cómo la capa de hojas rojas reflejaba un tono carmesí en el suelo que entorpecía moderadamente la visión. Mirara a donde mirara, todo el bosque me parecía del mismo color.
Drake esquivó mi pregunta como si se tratara de una trampa. Mientras realizaba mi minucioso examen al bosque, había ordenado las provisiones en su bolsa y se había puesto en marcha sin esperarme. Me tocó correr tras él para alcanzarle, y me tragué las ganas de volver a preguntar. A pesar de que me había advertido que no era un hombre paciente y que no le gustaba hablar, había respondido la gran mayoría de mis cuestiones sin malestar. Por su forma de hablar y de ser, y el añadido por su rostro inexpresivo y su cuerpo robusto, tal vez inspiraba temor, pero definitivamente confiaba en él. Tenía algo, una esencia (o tal vez era solo un presentimiento mío), que me hacía pensar que era buena persona.
Aunque de vez en cuando, sumida en el silencio de mis pensamientos durante el largo camino que habíamos emprendido, tendía a pensar que confiar ciegamente en alguien que no conocía podría meterme en serios problemas.
•••
Tal como me advirtió, a pesar de mis persistentes solicitudes, no volvimos a deternos hasta muy entrada la tarde, cuando los rayos anaranjados del sol se colaban entre los troncos de los árboles, adornando con su luz dorada el suelo que pisabámos, como si nos estuviera señalando cuál era el camino correcto. El dolor en las plantas de mis pies era insoportable, pero intenté distraerme buscando ardillas en las ramas más altas de los árboles o buscando frutos rojos que pudiera identificar en arbustos variados que fui encontrando por el camino.
Anduve pensando en mi familia, en mi vida en la aldea. Emma debía de estar muy preocupada por mi, y seguramente ya le había contado a la tía Katie y a mi madre que me vio antes de marcharme. Probablemente le habrían echado la culpa por ocultar nuestro secreto, aunque realmente la culpable era yo por haberle pedido que no dijera nada. Mi pequeña prima se paseaba por mi mente prácticamente cada minuto de aquel eterno día, pues rememorar momentos que pasé con ella me quitaba de la cabeza el gran dolor que estaba sintiendo en los pies.
Nos detuvimos junto a un arroyo por el que corría un hilo de agua cristalina. Rellené mi bota dos veces, la primera para saciar mi sed (Drake tenía razón; tendría que haber condurado más el agua durante la primera parada) y la segunda para la cena. El pelinegro montó un campamento improvisado en el instante en el que yo estuve distraída con el agua: reunió varias ramitas pequeñas que se encontraban en la parte baja de los árboles cercanos, hojas de arbustos secas y raíces. En menos de un segundo consiguió hacer fuego, una pequeña hoguera lo suficientemente grande para calentarnos un poco.
—Ten —dijo, tendiéndome un cuchillo. Lo sujetaba por el filo con extremo cuidado, mientras me ofrecía el mango—. Hay raíces en tu bolsa. Haz cortes finos para que se asen bien en el fuego.
Observé el cuchillo con cautela. La hoja no medía más de cuatro centímetros pero estaba extremadamente afilada. Juraría que me tembló ligeramente el pulso cuando lo acepté, pero Drake no pareció notarlo. Me puse a cortar las raíces sentada en una roca de tamaño mediano, tal como me había dicho, y para cuando me quise dar cuenta había desaparecido de los alrededores. Supuse que se habría ido aparte para hacer sus necesidades. No era la primera vez en el día que lo hacía.
Sin embargo, un chillido agudo me asustó tanto que me caí de la roca, y parte de las raíces que había cortado y guardaba en mi falda cayeron al suelo. Giré la cabeza como un búho varias veces en todas direcciones, tratanto de determinar de dónde procedía aquel estridente sonido, hasta que, de repente, el bosque volvió a sumirse en un tierno silencio, interrumpido únicamente por el piar de los pájaros en los árboles cercanos y el crepitar de las pequeñas ramas al consumirse por el fuego.
Mi corazón se había acelerado cien pulsaciones de más. Durante el día había escuchado todo tipo de ruidos; chasquidos de ramas aquí y allá, graznidos y husmeos, arañazos y pasos fuertes. No me había asustado en ningún momento porque Drake iba por delante y ni se inmutó. El hecho de que desapareciese de un momento a otro... Bueno, me puso un poco nerviosa.
Cuando le vi aparecer de repente, saliendo de detrás de un tronco de un árbol, por poco no le lancé el cuchillo. Me miró ladeando ligeramente la cabeza, y levantó el brazo derecho en el que llevaba, balanceándose de un lado a otro, los cuerpos inertes de dos conejos.
—Pareces asustada.
—No, no es eso... Bueno, sí. Puede que me haya inquietado un poco —murmuré, soltando una risita nerviosa para aliviar la tensión que, de pronto, tenía acumulada en el cuello y en los hombros—. El bosque me asusta más de lo que creía.
—Es normal —soltó, sentándose frente a mi, al otro lado de la hoguera. Se puso manos a la obra; no tardó ni dos minutos en despellejar a los animales y preparar sus cuerpos para ser asados—, no estás acostumbrada al bosque.
—Igualmente, llevo muchos años sintiendo una conexión inexplicable con él —suspiré, depositando las raíces ya cortadas en un cuenco de metal que se encontraba sobre las ascuas del fuego. Tardarían en cocinarse pero el resultado definitivamente sería satisfactorio. En la aldea también las comíamos muy a menudo y su sabor mezclado con los jugos de la carne era espectacular—, deseando un acercamiento. Ahora que lo he conseguido, no puedo acobardarme.
—Si, ya es tarde para eso —Drake parecía mucho más hablador que hacía unas horas; a lo mejor en cansancio del viaje le jugaba una mala pasada a su impenetrable coraza—. Tener miedo al bosque no es un signo de debilidad, si no de coraje. Solo un necio se adentraría tras estos árboles sin tener nada que temer. Estar alerta y respetar su orden natural es primordial para sobrevivir.
—Hablas como si tuvieras mucha experiencia —reí—. De hecho, no lo dudo. Lo gracioso es que subestimé al bosque y por poco muero en él. Si no fuera por ti...
—No es gracioso —no, su cara de pocos amigos lo confirmaba—, y si, no debiste adentrarte en él sobrada de confianza. Realmente podrías haber muerto aquella noche.
—No lo volveré a hacer, Drake. He aprendido la lección —sonreí ligeramente, pero él... Bueno, seguía tan inexpresivo como siempre mientras se aseguraba de que los conejos se estaban cocinando bien, sin llegar a quemarse—. Podrías enseñarme.
—¿Enseñarte qué?
—A sobrevivir en el bosque —dije, con cierta ilusión trepando por mi voz—, a cazar, a encontrar agua, a hacer fuego...
—Claro —y me tiró algo a la cabeza. A pesar de mi expresión molesta, el objeto no me había hecho daño. Lo recogí del suelo y lo examiné: era una simple caja de cerillas—, con eso podrás hacer fuego hasta con los ojos cerrados. Fin de la primera clase.
—Ja, qué gracioso eres —le devolví los fósforos con la intención de darle también en la cabeza, pero cogió la cajilla al vuelo. Malditos reflejos, maldito ego... Maldito Drake—. Pero lo digo en serio, me vendrían bien algunos conocimientos sobre el bosque.
El pelinegro se quedó en silencio tras nuestra pequeña y extenuante conversación. Fue como si se le hubieran agotado las palabras, como si hubiera alcanzado el cupo máximo de vocablos que podía utilizar al día.
Cuando los conejos y las raíces se hubieron asado, lo repartió a partes iguales y cenamos en silencio. Al final, cuando mi estómago se llenó, tuve que darle un poco menos de la mitad del conejo y algunas raíces, que devoró como un animal hambriento. Un hombre tan grande y corpulento tenía que comer mucho, eso no lo dudaba.
Finalmente llegó la hora de dormir. Rellené la bota una última vez y utilicé mi bolsa como almohada mientras me acomodaba en el suelo junto al fuego aún encendido. Drake había añadido un montón más de ramas para que tardara unas horas en apagarse. Eso nos permitiría dormir calientes un tiempo.
—¿No vendrán depredadores por la noche? —cuestioné, con cierto retintín. La idea de quedarme dormida sin poder cubrirme las espaldas me provocaba una ansiedad que trataba de disimular inútilmente.
—Puedes dormir tranquila. Hoy la luna no alumbra casi nada, y la mayoría necesitan su luz para cazar por la noche —explicó. Como yo, se había acomodado en el suelo, al otro lado de la hoguera, y permanecía con los ojos cerrados, la cabeza apoyada en su antebrazo (que pasaba por debajo de su nuca) y respondiendo a mis preguntas con desgana y pesadez—. Duérmete. Necesitarás fuerzas para el viaje de mañana.
Realmente, el cansancio y el sueño eliminaron el resquemor que tenía arraigado en mis venas y pude quedarme dormida, con la incesante preocupación de que me estuvieran observando entre las sombras.
***
Y hasta aqui :)
Pronto más de Drake y Aria.
No olvidéis votar y comentar ;)
Abrazo de oso, Vero~~
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