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Capítulo 7

Aria

Llevaba varios días encerrada en aquella habitación, no sabía exactamente cuántos. Había tenido tiempo de sobra para estudiar a fondo cada rincón, y el paisaje que observaba a través de la ventana (que no se podía abrir. Además, aquel hombre no dijo nada acerca de que retirara del cristal el trapo sucio y polvoriento que le cubría): árboles de madera oscura y hojas color escarlata hasta donde alcanzaba la vista, por lo que la cabaña se encontraba ahí, en pleno bosque. No traté de escapar de ninguna forma porque, día tras día, mis temores acerca de una muerte segura se fueron disipando. Cerraba la puerta, también, lo había comprobado.

El hombre del cabello negro entraba a la habitación tres veces al día para traerme comida, agua, y para cambiar el aceite de una lámpara que me trajo el primer día. Algunas veces, aprovechaba la ocasión para echar un vistazo a la herida de mi espalda (momento incómodo, porque tenía que levantarme la túnica que me cubría para cambiar las vendas. Por suerte, siempre me permitía cubrirme con la sábana y nunca me miraba más tiempo del necesario. Agradecía, en cierto modo, la privacidad). Aunque no decía nada, sabía que estaba mejorando. Las medicinas que me traía eran efectivas contra el dolor y sanaron en tiempo inaudito el desgarro. Al poco tiempo, pude volver a ponerme en pie y caminar, aunque mis paseos fueran en círculo alrededor de la habitación.

Nuestra relación no había traspasado ni tan siquiera el silencio. Él no me había vuelto a hablar y yo tampoco le había dirigido la palabra. La pura cordialidad que mostraba con él al darle las gracias cuando me traía comida, agua para lavarme y las medicinas, aquel hombre no me la devolvía. Lo dejaba todo encima de la mesilla y rápidamente salía volando de la habitación, excepto cuando tenía que curarme. Tenía un horario estricto y de ninguna manera lo interrumpía. Incluso pude averiguar algún dato de mi captor mientras estaba allí.

Por la mañana temprano, siempre salía al bosque. No estaba segura de a qué exactamente, pero tardaba un par de horas en regresar. Entonces, me subía el desayuno y agua en una palangana para limpiarme. A medio día, le oía subir las escaleras al piso de arriba (en el que me encontraba yo, y lo sabía porque los escalones crujían de forma diferente a la madera del suelo; era exactamente igual en mi casa) y meterse en la habitación contigua, pero no sabía a qué. Se pasaba otro par de horas ahí metido y a la hora de comer, regresaba a mi habitación. Por la tarde, las tareas dependían del día, al parecer, y no estaba segura de todas, y por la noche encendía la chimenea y luego me traía la cena y libros de temas diversos, como caza y agricultura. Lo agradecía, porque prácticamente los devorada estando ahí encerrada sin poder hacer nada más.

Y esa se convirtió en mi rutina diaria, encerrada en una cabaña en el bosque cuyo inquilino era un completo misterio.

Debieron de pasar dos semanas y media, aproximadamente, cuando, sin previo aviso y fuera del horario, el hombre ingresó en mi habitación, de nuevo con una silla en la mano. Yo, que ya podía incorporarme en la cama sin que un pinchado en la espalda me cortase la respiración, cerré el libro que estaba leyendo, marcando la página por la que iba en una esquina, y observé todos sus movimientos con genuina curiosidad. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. Con la mente, yo parecía estar preguntándole por su espontánea intromisión y él, con sus ojos negros, fríos y carentes de sentimiento, no resolvía mis dudas.

Finalmente, el silencio se convirtió en tensión, y sus palabras actuaron como un cuchillo:

—Tus heridas han sanado. Es hora de continuar por donde lo dejamos la última vez.

—¿Qué quieres saber? —la verdad era que necesitaba tanto aquella conversación, con un ser humano con el don de la palabra, que ya me daba igual qué tipo de preguntas me hiciera. Hasta mi voz sonó rasposa; llevaba sin hablar tan seguido mucho tiempo. Mi cabeza no habría podido soportar mucho más aquella situación. Me habría vuelto loca.

—Tu nombre.

—Aria —respondí de inmediato. El hombre parpadeó, asombrado por mi rapidez, y yo carraspeé nerviosamente para tratar de desenredar aquel nudo, cubierto de polvo y telarañas, que mi garganta atesoraba.

—Bien, Aria, sobre tu conexión con el bosque... ¿Hace cuánto que la tienes?

—Desde que puedo recordar.

—¿Eres capaz de escuchar voces que provinen de los árboles? ¿Has logrado hablar con ellas?

—Si, las escucho desde hace tiempo —suspiré—, pero nunca he podido comunicarme. Lo intenté varias veces y la gente del pueblo pensaba que estaba loca.

El hombre se quedó en silencio.

—Tengo que confesarte algo —murmuró al cabo de un rato, y sus palabras captaron mi atención al instante—. He estado pensando mucho acerca de ello... Y creo saber la respuesta a tu conexión con el bosque.

—¿De verás? ¿Y cuál es? —cuestioné rápidamente. Una ola de adrenalina se inyectó en mi sangre al oír esas palabras. ¿Lo decía en serio? ¿Podría yo, al fin, entender la llamada del bosque?

—No lo sé con exactitud —sentí mi animo desinflarse como un globo—, pero conozco a alguien que tal vez si lo sepa.

—¿Quién? ¿Dónde puedo encontrarle?

—Eh, alto, no te precipites —murmuró, inclinándose hacia delante en la silla—, no es tan sencillo. Ese "alguien" no es tan fácil de contactar.

—¿Es de alguna aldea cercana?

El hombre se quedó en silencio un momento, recapacitando mis palabras.

—Harían falta unos ocho días para llegar, nueve si el viaje es a pie.

—¿Ocho o nueve días? ¡No conozco ninguna aldea que esté tan lejos!

—No la conoces porque no pertenece a tu mundo —murmuró, pero no lo suficientemente bajo para que no lo escuchara. Mi cara se convirtió en un poema y el hombre se aclaró la garganta para continuar—. Pero eso da igual. Creo que es un tema importante de aclarar, así que saldré mañana tras devolverte a tu aldea. Cuando tenga información, iré a verte o te enviaré un mensajero —el hombre se levantó de la silla, dispuesto a salir sin intención de hacerme más preguntas o de seguir conversando conmigo. Me alarmé tanto que me levanté de la cama de inmediato—. No tengo ropa adecuada para ti, así que si sabes coser, te traeré tu vestido para que lo puedas arreglar...

—No, espera un momento —de un momento a otro, había avanzado lo suficiente para atrapar un extremo de su camisa entre mis manos. Cuando el hombre se paró en seco y me miró de soslayo, solté rápidamente la prenda, sintiendo mis mejillas colorearse—. Yo... No puedo regresar a Redwood.

—¿Por qué no?

—Porque la aldea permanece cerrada todo el año, excepto un día, el Festival de la Cosecha —musité, apartando la mirada—. No abrirán las puertas.

—Me dijiste que tu madre es la jefa de la aldea. Harán una excepción por ti —soltó con un tono bastante sarcástico. Continuó el camino para marcharse pero en un impulso, volví a detenerle, efectuando la misma acción que antes—. ¿Qué eres, una niña?

—No, soy una mujer adulta capaz de tomar mis propias decisiones —exclamé, reafirmando mi postura. El hombre se giró entonces para enfrentarme y mi firmeza flaqueó, pero logré estabilizarme. Tenía que alzar la cabeza varios centímetros para poder mirarle directamente a los ojos—, y definitivamente no quiero volver a Redwood.

—Es tu hogar, y te aseguro que estarás más segura allí que aquí, en mitad del bosque.

—Es posible que pienses eso, pero no es la realidad —suspiré—. La aldea nunca fue mi hogar, solo fue una jaula. Ahora que he logrado salir no quiero regresar.

—Muy bonitas y nobles tus palabras ñoñas —dijo, rodando los ojos—, pero eso a mi me da igual.

—Si te da igual lo que me pueda pasar, ¿por qué me salvaste en el bosque? ¿Por que me trajiste aquí? ¿Por qué has cuidado de mi? —insistí, pero cuando quise percibir un cambio de actitud en sus ojos, solo recibí frialdad y firmeza. Parecía un tipo duro de moler— Escucha, lo entiendo, no me conoces de nada y no quieres tener una extraña en tu casa, pero no puedo regresar. Mi madre... Creo que se tomaría peor mi regreso que mi huida. Me encerraría en casa de por vida y encima me obligaría a casarme con alguien a quien no amo —pude comprobar, por el rabillo del ojo, que mis palabras le habían puesto tenso—. Por favor, si conoces a alguien que pueda ayudarme a entender mi conexión con el bosque... Quiero conocerle. Necesito su ayuda, de verdad.

—Ni siquiera estoy seguro de que conozca la respuesta —murmuró.

—Prefiero intentarlo y fracasar que quedarme con la duda —con ojos suplicantes, busqué la mirada de aquel hombre. No me parecía malo. Si lo fuera, me habría dejado tirada en el bosque como alimento para depredadores, o me habría hecho daño al despertar en su cabaña. No confiaba en él al cien por cien, ni siquiera estaba segura de que sus palabras fueran ciertas, pero no tenía ninguna otra pista. Era eso o volver a la aldea, tal como él decía. Además, él mismo me había confesado que tampoco estaba convencido completamente. Tal vez aquello fuera incluso más difícil para él que para mi—. Por favor. No quiero que me vuelvan a privar de mi libertad. Quiero entender... Quién soy.

El hombre me sostuvo la mirada unos instantes. Parecía estar pensando detenidamente en mis palabras y yo procuré no influir demasiado en su decisión, por lo que simplemente aguardé. Vivía solo en medio del bosque, en una cabaña que, asombrosamente, había permanecido oculta entre los árboles. Solitario, inexpresivo, frívolo, desconfiado. Un hombre, sin duda, extraño, pero mi única esperanza de encontrarme a mi misma tras años encerrada en la aldea. Un largo suspiro me sacó de mis pensamientos:

—No me gusta la idea —masculló, rudo—, sobre todo porque no me apetece hacer de niñera de una cría.

—¡No soy una cría! ¡Cumplí la mayoría de edad la estación pasada!

—¿Y qué quieres que te diga? ¿"Felicidades por haber sobrevivido dieciocho años"? —cuestionó, sarcástico, y yo me crucé de brazos, ligeramente molesta por su comentario. El hombre simplemente suspiró con resignación— De acuerdo, te llevaré. De todas formas, será mejor si te ve en persona —al borde de la euforia, el hombre apaciguió rápidamente mis crecientes ánimos—. Pero viajaremos con mis reglas, y las obedecerás en todo momento. ¿Entendido?

—¡Entendidísimo! —chillé, ilusionada, y cuando salió de la habitación sin cerrar la puerta tras de si, no dudé en seguirle— ¿Tiene nombre aquella aldea? ¿Es muy extensa? ¿Cuán grande es este bosque si existen pueblos a ocho o nueve días de viaje?

Se giró repentinamente en mi dirección y por poco tropiezo con él. Su cara de pocos amigos y sus puños apretados me dieron una pista de que le estaba atosigando, y que definitivamente no estaba acostumbrado a la presencia de otras personas a su alrededor.

—Regla número uno: soy amante del silencio, así que mantén la boca cerrada. ¿Entiendes lo que significa eso? No más preguntas, ni comentarios, ni quejas. No más palabras, ¿de acuerdo?

Asentí repetidas veces con la cabeza como si fuera una niña obediente y tranquila. Estaba más contenta que el primer año que se celebró el Festival de la Cosecha en la aldea. Tan solo tenía seis años, pero recordaba cada detalle. Mi madre me compró una piruleta y un juego de té de porcelana precioso para jugar a las casitas con mi prima Emma. Atesoraba ese recuerdo como uno de los más felices de mi infancia, pero recordar a mi madre y a mi prima me entristeció por un momento.

La emoción de la aventura me había abrumado de repente y me había desviado del tema principal: iba a viajar a una aldea lejana con un completo desconocido. De todas formas, había cuidado muy bien de mi, y yo no había sido la mar de simpática el primer día que mantuvimos una conversación.

—Solo una última cosa —murmuré, mirando el suelo, cabizbaja. Aún así, sentí como sus ojos negros me observaban, por lo que seguí hablando—. Quiero darte las gracias por haberme rescatado en el bosque, por haber cuidado de mi... Y por todo lo demás. Siento haber sido tan brusca cuando nos conocimos, es que...

—Déjame adivinar —me interrumpió—. Estabas asustada porque un hombre completamente desconocido e imponente te había ayudado. ¿He acertado?

—Bueno, si... —tartamudeé, avergonzada.

—Ya, ¿y qué te parece si la próxima vez que algo extraño e imponente se presente ante ti, juzgas por sus acciones y no por su apariencia? —sus palabras me confundieron enormemente, pero cuando le miré, seguía mostrando una máscara de indiferencia y frialdad impenetrable— Creéme, te irá mucho mejor en el futuro si haces eso.

—Lo tendré en cuenta... —murmuré, con cierto tono de confusión en mi voz. El hombre procedió a bajar las escaleras de la cabaña tras pronunciarse, deslizando la mano izquierda por la barandilla, pero a medio camino, una última duda alumbró en mi cabeza—. ¡Un momento! ¡Ni siquiera sé tu nombre!

—No veo en qué te beneficiaría saberlo —soltó, sin dejar de bajar escalones.

—Si voy a viajar contigo, ¿no creés que debería saberlo? Además, tú ya sabes el mío.

Cuando terminó de bajar las escaleras, me miró. Me sentía extrañamente alta, teniendo en cuenta que aquel hombre me sacaba como tres cabezas, lo que me dio un pequeño subidón de seguridad. Parecía estar meditando mis palabras, otra vez. Al vivir solo, seguro que no tenía que replantearse ni la mitad de las cosas que hacía. Con su única opinión tenía más que suficiente, seguro.

Finalmente, suspiró mirando al suelo, como si se estuviese arrepintiendo de verdad de haberme salvado aquel día en el bosque, y me dijo su nombre con fuerza:

—Drake.

•••

Bonito nombre ;)

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Abrazo de oso, Vero~~

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