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Capítulo 6

Aria

Una sombra me acecha en la oscuridad. Quiere acercarse, pero la duda es parte de su naturaleza.

Lo único que sé, es que los ojos rojos se han apagado y ahora son negros.

Son pozos que amenazan con tragarme y asfixiarme.

No te acerques... No necesito tu ayuda.

No quiero tu ayuda.

•••

Me desperté sobresaltada, con el sudor frío perlando mi piel, con el terror aún grabado en la retina.

El lobo.
La huida.
El ataque.
La oscuridad.

¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba? ¿Qué me había ocurrido?

Me incorporé tan rápido que me mareé. Decidí volver a tumbarme suavemente, sujetándome la cabeza y suspirando de dolor. Era como si me estuvieran serrando la cabeza para verme el cerebro. Unos pinchazos terribles penetraban en mis músculos, sobre todo en los de las piernas, y la espalda me escocía como si me estuvieran restregando hiedra venenosa.

Abrí los ojos lentamente. Intenté rememorar los acontecimientos uno a uno sin forzar a mi cabeza a recordar detalles.

Me escapé de la aldea durante el Festival de la Cosecha. Anduve por un camino descuidado sin saber qué estaba buscando, pero el viento, enviado por la extraña conexión que sentía con el bosque, me guío hasta el refugio en el que mi padre me resguardó cuando yo tan solo era una bebé, el día que murió. Allí, encontré un juguete de mi infancia que me dejé olvidado y pude confirmar las sospechas acerca de las mentiras que mi madre me había contado toda la vida. Y luego, llegó el lobo. Un animal inusualmente grande y feroz. Un depredador en toda regla.

Recordé que huí de él y que me persiguió por el bosque. Traté de deshacerme de él en varias ocasiones, pero al final me acabó atrapando. Esquivé sus ataques hasta que me tropecé y el lobo se lanzó a mi con la intención de matarme pero... Seguía viva. Al menos, eso creía. Algo hizo que el lobo se detuviese. Algo me había salvado la vida, pero no sabía el qué. No recordaba nada más que oscuridad cuando finalmente me di cuenta de que ya no tenía al lobo sobre mi.

Un extraño aroma a tierra mojada y madera se coló en mis fosas nasales. Agradecí el haberlo percibido, porque eso me llevó a la siguiente cuestión: ¿dónde estaba?

Observé el techo de madera oscura. Era exactamente igual que el de mi casa, por lo que, sin duda, todo debía de haber sido un sueño. A lo mejor había bebido durante el Festival y caí rendida en la cama, donde di rienda suelta a mi imaginación para que recreara semejante escenario. Estaba en casa. Estaba bien. El dolor en las piernas seguramente era por haber estado bailando hasta la madrugada con Emma. En pocos minutos, entraría como un torbellino en mi habitación.

Me quedé esperando un buen rato, casi una hora, pero no ocurrió nada. Algo iba mal. Ese olor... No era el que se respiraba en mi hogar. Observé las sábanas que me cubrían. No eran mías. Y definitivamente el olor que desprendían no era el de nadie que conociera. Al menos, no de mi casa. Oh... ¿Y si al final terminé casada con Thiago Lewis? Observé rápidamente que mi dedo anular seguía desnudo, y que la fina tela de una túnica me cubría. Podría haberme tranquilizado, de no ser porque en aquella prenda cabían tres cuerpos míos más. Mis mejillas se colorearon rápidamente; ¿¡de quién era esa túnica!?

Escuché un ruido a mi derecha, pero no me atreví a mirar. Estaba demasiado ocupada grabando en mi retina cada rincón de la habitación en la que me encontraba. La decoración en las paredes era inexistente; me encontraba en una cama bastante amplia, junto a la que había una mesilla, y frente a mi, había una cómoda cuya superficie estaba vacía y una ventana cubierta con un trapo sobre ella. No había nada más en aquella habitación, salvo una puerta a la derecha, de donde procedía el sonido que había escuchado antes.

Agudicé el oído; eran pasos, bastante pesados, además. Y se estaban acercando.

Mi corazón se aceleró y los nervios comenzaron a trenzarse por mi cuerpo. ¿Quién podría ser? ¿Acaso se dieron cuenta de que me había ido y vinieron a buscarme? ¿A lo mejor era un ciudadano de Springwood que me encontró y decidió llevarme a su aldea? ¿Podía ser aquella persona la que me salvó la vida? Fuera quien fuera, no estaba lista para saberlo, pero eso no fue inconveniente para que la puerta se abriera con brusquedad. Rápidamente cerré los ojos y ladeé la cabeza, de forma que miraba la pared. Tal vez si me hacía la dormida, podría pasar desapercibida.

—Sé que estás despierta —era la voz ronca y grave de un hombre; tenía un acento extraño que no me resultaba familiar, y era tan firme que me dieron unas ganas terribles de obedecer. Sin embargo, no sabía quién era, no me sonaba de nada, por lo que me mantuve en la misma posición—. Te recomiendo no agotar mi paciencia, porque no dispongo de mucha.

Dado que aquella estrategia no había funcionado, abrí los ojos lentamente y giré la cabeza en dirección a la voz. Era un hombre que perfectamente podía confundirse con un armario, y no solo debido a su altura: hombros robustos, brazos fuertes (cruzados sobre su pecho), espalda ancha y cuello firme. Me recordó al tronco de un árbol. Sus músculos, a través de la camisa negra que llevaba, se marcaban de sobremanera, destacando que todos estaban muy bien tonificados; de pies a cabeza, aquel hombre era una especie de gigante con cara de pocos amigos. Su cabello negro caía despeinado sobre su frente, ocultando sutilmente sus ojos, de un negro tan profundo y brillante como la obsidiana. Las facciones de su rostro parecían haber sido esculpidas en mármol (pues era extremadamente pálido) y sus labios rosados y carnosos estaban apretados en una fina línea.

No vi ni rastro de amabilidad en su mirada y supe qué, efectivamente, lo mejor era no agotar su paciencia por lo que pudiera pasar. Apreté las sábanas en mis manos y no me moví ni un milímetro. Tan solo mantuve el contacto visual hasta que el hombre volvió a hablar:

—Tengo algunas preguntas y es fundamental que las respondas todas —murmuró. Acto seguido, se volvió hacia atrás para coger una silla que había a un lado de la puerta, en lo que consideré que era el pasillo que conducía a la habitación. Colocó el mueble frente a la cama, a unos metros vitales para sentirme protegida por la distancia, cosa que agradecí en silencio—. No voy a hacerte daño. No tienes porqué...

—¿Quién eres? —mi voz sonó entrecortada y me maldije por ello. Así no podía demostrar lo segura de mi misma que me sentía—. ¿Dónde estoy?

—Las preguntas las hago yo —gruñó, y pude percibir que efectivamente, no tenía mucha paciencia— ¿De dónde eres?

—¿Por qué iba a decírtelo? —mascullé casi inaudiblemente.

Al hombre le llevó unos instantes respirar profundamente antes de responder.

—Te conviene colaborar si no quieres morir. ¿Entiendes por dónde voy?

—¿Me matarás? —palidecí inmediatamente. No estaba segura de si prefería que el lobo me hubiese devorado o que me hubiera salvado este hombre.

El susodicho gruñó y entrecruzó las manos, apoyando los codos en las rodillas. Después, volvió a tomar aire lentamente por la nariz y lo soltó por la boca. Debía de ser una técnica para tranquilizarse y no matarme sin obtener las respuestas que tanto necesitaba.

—Solo responde y deja de hacer preguntas. ¿De dónde eres?

Dudé. ¿Iría a mi aldea si se lo decía? ¿Me mataría si le mentía y luego descubría la verdad?

—Redwood —susurré finalmente. Mentalmente solo era capaz de rezar para que no les ocurriese nada a mi madre, a mi tía y a mis primos.

—¿Redwood? Escuché que cerraron las puertas para entrar o salir hace años —el hombre me miraba desconfiado.

—Me escapé anoche, durante el Festival de la Cosecha —solté—. Solo quería respuestas, pensaba regresar...

—¿Respuestas sobre qué?

—Pues... Vas a pensar que estoy loca si te lo digo.

—Créeme, seguro que he oído cosas peores —a pesar de que era una especie de broma, su rostro seguía tan serio e inexpresivo como antes—. Di, ¿respuestas sobre qué?

—Mi padre murió en el bosque hace catorce años, y yo le acompañaba —una lágrima solitaria se me escapó, y rodó por mi mejilla mientras mi voz se perdía con aquellas palabras. Desahogarme así con un completo desconocido me había hecho darme cuenta de que todo lo que había pasado no había servido de nada. Escaparme de la aldea, confirmar las palabras de Thiago y "pelear" contra un lobo, todo había sido en vano. Así lo sentía en mi pecho. No estaba más cerca de encontrar la solución del enigma, y tras mi derrota no podía regresar a casa—. Nadie comprendía cómo había llegado a la puerta de la aldea con tan solo cuatro años, yo sola, sin guía ni orientación. Desde ese día, mi madre, la líder, sumergió a la aldea en un cautiverio duradero y yo me escapé porque siempre he sentido una conexión con el bosque... Inexplicable. Solo quería encontrar el origen de esto, hallar respuestas sobre la muerte de mi padre, entender porqué el bosque me habla...

Mi historia y mi llanto dejaron desconcertado al hombre, que miraba todos y cada uno de los rincones de la habitación para evitar hacer contacto visual conmigo. Lo normal, pensé. Una extraña le había contado su vida y se había puesto a llorar como una magdalena mientras tanto. La realidad es que estaba echa polvo, tanto física como psicológicamente. Sentir que nada de lo que había hecho hasta ahora había merecido la pena, y el hecho de haber estado al borde de la muerte, hicieron papilla mi estabilidad emocional, y lo único que me había consolado un poco era haberme desahogado, aunque fuera con un completo desconocido.

Se estableció un silencio incómodo en la habitación mientras a mi se me pasaba la llorera. Poco a poco, las lágrimas que recorrían mis mejillas se fueron secando y dejé de hipar. Cuanto intenté incorporarme un poco en el respaldo del somier, el hombre reaccionó por fin.

—No deberías hacer eso.

Pero entendí su advertencia demasiado tarde. En cuanto mi espalda entró en contacto con la dura superficie de la madera, un pinchazo agudo recorrió mi espina dorsal. Inflé las mejillas para contener las ganas de emitir un gritito de dolor, e inmediatamente me quedé estática en el sitio, completamente recta. El hombre se levantó entonces, así de repente, asustándome. Cuando avanzó, retrocedí hasta la esquina de la cama, huyendo de su cercanía. Los latidos de mi corazón se habían acelerado de repente. Era tan alto y tan fuerte... Podía hacerme mucho, pero que mucho daño.

—Tranquila, sólo voy a acomodarte la almohada para que te puedas apoyar —dijo, frunciendo el ceño, pero respetando la distancia que nos separaba.

—Puedo hacerlo yo, gracias —tartamudeé, y aunque los pinchazos de dolor se multiplicaron cuando me moví ligeramente para poner el cojín a modo de respaldo, lo hice sin ayuda—. ¿Puedes decirme qué hago aquí?

—Todavía no ha terminado mi interrogatorio —escupió, sentándose de mala gana en la silla, y cruzando los brazos sobre su marcado pecho—. ¿Tu nombre?

—Oye, he respondido a todo lo que me has preguntado aunque no quería —protesté, manteniendo la calma en mi voz, sin excederme, tan solo por si acaso se enfurecía repentinamente—, podrías, al menos, contestarme tú a alguna cosa, ¿no?

El hombre se quedó en silencio, mirándome con el ceño fruncido. Tragué saliva; a lo mejor no había sido muy buena idea abusar de su autoridad, pues en ese momento, él era el que podía matarme y yo ni siquiera tendría tiempo de salir de la cama. Empecé a trazar figuritas con los dedos sobre la sábana que cubría mi regazo, y enterré ahí mi mirada. Al cabo de un rato que se me hizo eterno, su voz ronca rebotó en las paredes de la habitación como un eco ensordecedor:

—Te encontré en el bosque, desmayada y malherida. Cargué contigo hasta mi cabaña y te curé la herida que tienes en la espalda. Es profunda y te dejará cicatriz, pero sanará —entonces, el hombre se levantó de la silla y yo me encogí en mi sitio como si fuera un armadillo y tratara de defenderme del ataque de algún depredador—. Si preferías otro sitio, haber muerto allí tirada para que cuando pasara, solo fueras alimento para zorros y coyotes.

Parecía haber molestia y desagrado en sus palabras, en su tono de voz. Le miré frunciendo el ceño ligeramente, y me crucé de brazos, igual que hacía él.

—Yo no tengo la culpa de que me atacara un estúpido lobo y luego no quisiera comerme, ¿sabes? —murmuré— Además, tampoco te pedí ayuda, me recogiste porque tú quisiste.

El rostro del hombre se ensombreció notablemente. Pude ver perfectamente cómo apretaba los puños y tensaba la mandíbula. Ese comentario no le había gustado nada. Tal vez no debería haberlo dicho... Al fin y al cabo, podría hacer lo que quisiera conmigo. Tenía la sensación de que nadie me oiría gritar ni suplicar, y no conocía a aquel hombre, pero por su apariencia definitivamente no sería su primera víctima.

Sin decir una palabra, pero pisando fuerte, el hombre cogió la silla, abrió la puerta de la habitación y cerró de un portazo que me sobresaltó. Esperé un buen rato a que regresara con algún arma o, simplemente, para acabar con mi vida, pero según fueron pasando las horas, descarté que me fuera a matar, al menos, por ahora. No le había ofrecido respuestas a todas sus preguntas, seguramente necesitaba más información. De todas formas, si tras obtenerla podía acabar con mi vida, ¿por qué me había curado las heridas?

•••

Misterioso, guapo y aterrador. Justo como me gustan ;)

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Abrazo de oso, Vero~~

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