Capítulo 2
Aria
Tiré el cesto de la ropa al arroyo cuando me levanté de un salto y salí corriendo en dirección a mi casa. Le pedí disculpas mentalmente a Emma por haberla dejado sola con la colada, pero es que literalmente mi vida y mi futuro dependían de la conversación que iba a mantener con mi madre. La furia y la desesperación eran dueños de mi cuerpo y no tenía tiempo para pensar con claridad.
¿Casarme con Thiago Lewis? ¿El chico más egocéntrico de la aldea? Ni hablar. No sería capaz de aguantarle ni un solo minuto si se ponía a tocar su destartalado violín. ¡Desafinaba todas las notas y se creía el mejor del mundo! Aunque era rubio de ojos azules y físicamente era atractivo, su forma de ser no conectaba con mi personalidad. Era un chico que vivía en las nubes y yo tenía los pies bien clavados en la tierra, aunque mi cabeza divagara por entre medias de los árboles del bosque y se perdiera en su frondosidad.
Si me casaba con ese chico, jamás podría conocer el significado de la palabra libertad. Tenía que impedirlo. No podía atarme por conveniencia a nadie. ¿Cómo podía mi madre desear algo así para mi?
Llegué a casa, pero mi madre no se encontraba allí. "¿Y cuándo si?", pensé. En el piso de arriba estaba mi tía Katie con Andrew en brazos, y bajó las escaleras rápidamente al escucharme entrar como un torbellino por la puerta. Cuando nuestras miradas conectaron, estaba segura de que percibió en mi mirada que la idea no me hacía ninguna gracia. La tía Katie tenía un espíritu sosegado, al contrario que mi madre, pero no podrían calmarme ni con la más suave de las voces.
—No pienso aceptarlo sin más.
—Aria, es lo mejor para tu futuro...
—¿Mi futuro? ¿Desde cuándo casarse con alguien a quien apenas conoces puede traer felicidad a tu vida?
Supe entonces que ese comentario debía habérmelo ahorrado. El rostro de mi tía se ensombreció, pues al fin y al cabo, mi madre tuvo suerte con mi padre, pero Katie no. Ella tuvo que casarse con un hombre de la aldea al que tampoco conocía, y cuando finalmente lo aceptó y se enamoró, murió de gripe hacía tan solo dos años. Ahora no tenía a nadie con quien criar a sus hijos, tan solo a mi y a mi madre. El enfado me había cegado por unos instantes, pero cuando Katie ascendió las escaleras rápidamente para que no la viera llorar, supe que ya no tenía forma de arreglarlo.
Salí de nuevo de casa y busqué a mi madre por todos los malditos rincones de la aldea. La encontré en casa del señor Jenns, recibiendo encantada el dinero que le pagaba porque yo alimentaba a sus estúpidos pájaros.
—¿Cómo te atreves a tomar una decisión así pasando por encima de mi? —chillé, captando su atención inmediatamente.
Se giró con aire altanero, con la cabeza bien alta, como si estuviera orgullosa de arruinarme la vida. El señor Jenns nos miró a ambas brevemente y rápidamente volvió a la comodidad su casa; era un espectáculo el que se avecinaba y no quería salir mal parado. Comprendía su reacción.
—No cuestiones mis decisiones, Aria.
—¿Cómo que no? ¿Esperas que me case con ese chico al que no quiero solo porque lo dices tú?
—¿Desde cuándo eres tan rebelde y desobediente? Yo no te he educado así —murmuró, mirándome ceñuda.
—Desde que he llegado al límite de mis fuerzas —mascullé, exasperada—. Estoy harta de fingir ser alguien que no soy solo para que no te disgustes conmigo. ¡No me voy a casar con Thiago!
—¿Por qué? Es un buen chico, es el hijo del carnicero. Imagínatelo, hija. Podremos comer carne más seguido si te casas con él...
—¡Pero es que no quiero, me da igual que nos den cerdos enteros gratis! —exclamé. ¿Tan difícil era comprender que yo no quería casarme con nadie, fuera hijo de quien fuera?— Tú no te casaste con papá por obligación.
A mi madre le cambió la cara drásticamente al mencionar a mi padre, pero en ese momento me daba absolutamente igual su dolor.
Era momento de ser un poco egoísta y pensar en mi.
Llevaba años tragándome las quejas y las malas caras ante las peticiones más desfavorables para mi persona solo por no hacerla daño. Comprendía su dolor aunque no lo hubiera experimentado nunca y sabía que le era muy difícil sobrellevar la muerte de mi padre, sobre todo si se le juntaban las decisiones difíciles que a veces debía tomar por "el bien de la aldea". El matrimonio fue la gota que colmó el vaso y me hizo estallar.
—Tu padre... Ya no quedan hombres cómo él en esta aldea —murmuró, con tono cansado—. Solo quiero lo mejor para ti, asegurar un buen futuro para nuestra familia...
—No, quieres lo que es más conveniente para ti —escupí, irradiando ira—. Tu misma lo has dicho, no hay hombre como papá en esta aldea, me estás emparejando sin pensar en mi felicidad. Tomas decisiones sin consultar a nadie. Quieres obligar a tu propia hija a casarse con alguien a quien no quiere, igual que obligaste a todos los habitantes de esta maldita aldea a quedarse aquí encerrados como si fueran reses.
—Hice lo que era mejor para el pueblo —su tono de voz comenzó a elevarse, y pude sentir varios pares de ojos observar nuestra discusión en plena calle—. Ese bosque solo trae dolor y muerte.
—¡Eso es lo que te trajo a ti, no a los demás!
Una bofetada me calló.
Había girado la cabeza levemente por la fuerza del impacto, pero cuando deposité la mano en la zona de mi mejilla que escocía, volví a mirar a mi madre. Ella jamás me había pegado. No podía creerme que la mujer que ahora lucía arrepentida por su arrebato me hubiese golpeado.
—No volverás a hablarme así nunca, ¿entiendes? —ordenó con neutralidad— Vas a casarte con ese chico y vas a hacer todo lo que te diga sin protestar, como la hija educada y obediente que eres.
La bofetada y la advertencia en sus palabras debería haber sido suficiente para hacerme agachar la cabeza como un perro arrepentido, pero no fue así.
Un interruptor se accionó en mi interior y una serie de engranajes, cubiertos de polvo y telarañas, comenzaron a girar. Se acabó. Fruncí el ceño, me puse firme, apreté los puños y con voz decidida solté:
—No. Me niego a aceptar el destino que tú has escogido para mi. No me voy a casar con ese chico, al igual que tampoco podrás impedir que me vaya de aquí —declaré, con toda la fuerza de voluntad que me quedaba, y con los ojos cargados de determinación—. Desde hoy, tu tarea como madre ha terminado. Ahora podrás encargarte de tu preciosa aldea y quedarte para siempre en ella.
Giré sobre mis talones y caminé unos cuantos pasos lentamente antes de salir corriendo, como si tratara de huir del enorme peso que estaba a punto de caer sobre mi. Hasta que no llegué a casa y me encerré en mi cuarto, no comprendí lo que acababa de pasar.
Había desafiado a mi madre.
Yo, su propia hija, había mandado a la porra sus órdenes y prohibiciones con la promesa de empezar a vivir por mi misma. Estaba al borde de la euforia y del llanto al mismo tiempo.
Por un lado, me sentía orgullosa de mi misma. Había dejado clara mi postura acerca de sus horrorosas decisiones sobre mi vida y sobre la de los demás aldeanos y sentía que había dejado huella con mis declaraciones. Por otro, un nudo en la garganta amenazaba con ahogarme precisamente por lo mismo. ¿Cuál era el siguiente paso? ¿Dónde se había metido la valentía que me había guiado anteriormente? ¿Por qué me sentía tan terriblemente culpable?
Me metí en la cama sin tan siquiera quitarme el vestido. No pegué ojo en toda la noche, dándole vueltas a la conversación con mi madre. ¿Estaba segura de que era la decisión correcta? ¿A dónde me llevaría mi loca forma de pensar?
Tan solo esperaba no arrepentirme...
•••
A la mañana siguiente, me despertó una alegre melodía que provenía de la calle. Desorientada y mareada por la falta de sueño, me incorporé en la cama. No comprendía el significado de la música y del vestido que había colgado en una percha en la puerta de mi habitación, pero la realidad me golpeó con fuerza al darme cuenta.
El Festival de la Cosecha.
La música sólo podía significar que las puertas de la muralla estaban a punto de abrirse.
El vestido, de un color anaranjado, casi rojo, no era otro que el que me había comprado mi madre para la ocasión.
Suspiré. ¿Cómo iba a enfrentarme a ella después de lo que ocurrió ayer? No tenía ganas de salir de mi cuarto, ni aunque mi estómago rugiese hambriento y no pudiese contener por más tiempo las ganas de ir al lavabo. Sin embargo, mi prima Emma tenía otros planes, porque irrumpió en mi habitación con los ojos llenos de ilusión y determinación.
—¡Estás despierta! ¿Por qué no estás vestida aún? ¡Vamos, Aria, el Festival está a punto de empezar!
Prácticamente me obligó a ir al cuarto de aseo, donde se encontraba una humeante bañera con agua recién calentada. Me froté bien con la pastilla de jabón, como si pudiera borrar de mi piel todos los problemas, y me lavé el cabello. Al salir, mi prima me esperaba con el vestido. Era simplemente precioso, con los bordados atercipelados y la espalda a modo de corsé. Emma se encargó de entrelazar las cuerdas y me realizó un complicado recogido de trenzas en el cabello. Después, me disculpé con ella por haberla dejado sola con la colada (a lo que me respondió que no había sido nada) y me atreví a bajar a desayunar mientras ella se bañaba.
En la mesa de la cocina estaba mi tía Katie con la misma ardua tarea de darle de comer a Andrew. Aproveché que mi madre no estaba allí para pedirla disculpas por mi comportamiento, y para ayudarla en algunos de sus enseres. Ella fregaba los cuencos del desayuno en un barreño con agua y yo los secaba con un trapo cuando bajó mi prima, con un vestido azul precioso que le quedaba como un guante, y dos trenzas a cada lado de su cabeza con las que aún destacaba su inocencia.
Finalmente, los cuatro partimos hacia la zona central de la aldea, que no era una plaza en si, pero servía como tal. Era un descampado pequeño en el que estaban todos los preparativos que mi madre había organizado el día anterior. Mesas de madera por todas partes, barriles de cerveza endulzada con miel, cestos de mimbre a rebosar de verduras y frutas, una enorme hoguera en el centro, y apilados en el fondo, sacos y sacos de trigo, harina, avena y pienso para los animales listos para ser vendidos. A cambio, los vecinos de Springwood nos darían madera, metales y telas.
Mi madre estaba muy ocupada dirigiendo a todo el mundo de allá para acá y lo agradecí; no parecía tener tiempo para pensar en las palabras que le dediqué el día anterior y tampoco tenía ganas de que se percatara de mi presencia, por lo que me llevé a mi prima hacia la zona en la que sonaba la música y pasamos un buen rato con las historias que contaban los juglares y con los teatros que organizaron los titiriteros. Trajeron también malabaristas y payasos para quitarnos las penas a los idiotas cautivos de Redwood, porque al final era exactamente eso lo que necesitábamos: una verdadera distracción de vez en cuando.
Mis peores temores se confirmaron cuando llegó la hora de comer. Mi madre, tan amable como siempre frente a todo el pueblo, daba un discurso de bienvenida y agradecimiento a los vecinos de Springwood y nos deseaba a todos un feliz Festival de la Cosecha.
Nuestras miradas conectaron cuando todo el mundo comenzó a aplaudir y vitorear sus palabras y fue entonces cuando descubrí que en ese extraño brillo en sus ojos había una sorpresa desagradable esperándome.
Y no me decepcionó.
Me había reservado un sitio entre mi tía Katie, que sostenía a Andrew en sus brazos todo el tiempo, y Thiago Lewis.
Si no le conocía de nada, durante la comida descubriría todo de él.
___
Nuevo capítulo de Dama de Luna ;)
No olvidéis votar y comentar.
Abrazo de oso, Vero~~
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro