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Capítulo 11

Aria

El silencio se instaló momentáneamente en el ambiente. En la casa del anciano no había ni un solo elemento que perturbara la paz salvo las respiraciones de los tres que allí nos encontrábamos. Ellos se miraban entre si; yo miraba a Drake. La situación era intangible, y los que estaban en apuros eran ellos. Yo, que no entendía el porqué de aquella cuestión, simplemente observé en silencio hasta que se vio respondida:

—Tengo cosas mejores que hacer que responder a tus preguntas. Dame mi caballo y me iré por donde he venido.

—Eres un insensato, Drake —masculló el anciano. Por fin me percaté del bastón en el que se apoyaba, porque lo alzó de manera amenazante en dirección al pelinegro—. Si te reconocieran...

—Pero he llegado hasta aquí, ¿no? —Drake empezó a utilizar un tono pastoso y cortante para comunicarse con el anciano. Se quitó la capucha de la capa y yo hice lo mismo; quizás trataba de hacer ver al anciano que, efectivamente, estaba ahí, frente a sus ojos—. Esos asuntos no te incumben.

—Si estás aquí es porque quieres volver a esa ciudad pintada de estrellas —prosiguió el hombre, ignorando las evasivas de Drake—. ¿Eres conocedor de las consecuencias, muchacho?

—Soy perfectamente consciente de mis actos, así que dame de una vez el caballo y déjame en paz —gruñó entre dientes mi compañero—. Tu preocupación es absolutamente innecesaria.

—Clara no opinaría lo mismo.

Aquella oración de cinco palabras bastó para silenciar a Drake. Fue como si, de un momento a otro, un fantasma se apoderara de su cuerpo. El blancor de instauró en su piel y sus ojos negros se oscurecieron aún más, como si le hubieran inyectado tinta en los iris y ahora todo su ojo fuera una enorme pupila. Apretó los puños hasta el punto de clavarse las uñas en las palmas de las manos, y cuando pensé que golpearía al anciano, me miró.

Me sentí como una diana, sin embargo, en ningún momento temí por mi seguridad. Simplemente conectó su mirada con la mía mientras trataba de calmar su agitada respiración. Después de un profundo suspiro, habló entre dientes:

—Definitivamente, si ha sido un error volver aquí, después de todo. Conseguiré caballos de alguna otra manera. Vámonos, Aria.

Drake abrió la puerta de la casa con brusquedad, y me instó a salir a trompicones, cerrando tras de sí con un sonoro golpetazo. Volvimos a colocarnos las capuchas de las capas, y seguí al pelinegro por los sinuosos callejones, sin atreverme a pronunciar palabra.

¿Qué acababa de ocurrir? Ni yo misma podía estar segura. Solo sabía que, por la forma en la que Drake respiraba, soltando bufidos y maldiciones inconclusas, era mejor no preguntar. Después de varios minutos caminando por las estrechas y abandonadas callejuelas, regresamos a la vía principal. La vida volvía a brillar en todo su esplendor, y una vez más, me aseguré de no perder de vista la capa de Drake, que ni siquiera se giraba a comprobar si le seguía, y de mantener pegada a mi cuerpo la bolsa con mis pertenencias. Terminamos llegando a una sencilla posada en el centro de la aldea.

Las ventanas estaban cubiertas con harapientas cortinas amarillentas, y encima de la puerta había un cartel nada apropiado para la vista. Más que un lugar donde hospedarse, parecía un burdel. Al atrevesar las puertas, el olor a comida quemada, hidromiel y sudor golpeó con fuerza mis fosas nasales, obligándome a arrugar la nariz con una mueca de asco. Las risas y el barullo de la taberna que nos recibió producían reverberaciones que atronaban mis oídos, pero no pude quejarme, ya que Drake no había perdido el tiempo, y se había acercado a la barra, tras la que un hombre rechoncho y lampiño servía jarras heladas de la alcohólica bebida.

Drake se apoyó en la superficie de madera entre dos taburetes que estaban vacíos; tres hacia su derecha, había un hombre que tomaba su bebida, pero tenía su atención centrada en nosotros por el rabillo del ojo. El pelinegro se quitó la capucha y la taberna se quedó en silencio. Era como si, al descubrir su rostro al mundo, todos hubieran desaparecido, espantados por su presencia. El tabernero le dedicó una mirada voraz, cargada de desconfianza e inflexión. Tampoco parecía agradarle nuestra presencia. Se acercó a nosotros, limpiando entre sus manos una jarra con un trapo sucio y roido.

—No quiero problemas, así que lárgate.

—Nosotros tampoco —respondió el joven, tosco—. Necesitamos un sitio donde pasar la noche y comida para reponer fuerzas. Mañana al alba nos habremos ido.

—Lo siento, pero no —se reafirmó el camarero, decidido—. Si no quieres que llame a los guardias, vete.

—No te estoy pidiendo nada que no puedas ofrecer, tabernero —el tono que empleó Drake estaba cargado de amenaza y desacato; la paciencia, esa tan ínfima que había desarrollado en su viaje conmigo, se le estaba acabando a una velocidad inaudita. Temía que el hombre sufriera las consecuencias de su terrible temperamento.

—¿Es qué eres sordo, chico? Te he dicho que no, así que...

Esa fue la gota que desbordó el vaso; Drake tenía los dientes tan apretados que pensé que se los partiría, y sus manos, cerradas en fuertes puños, estaban a punto de descargar su ira acumulada sobre aquel hombre. Sin embargo, antes de que cometiera alguna locura y, por lo tanto, nos acabaran echando, no solo de la posada, si no también de la aldea, decidí que lo mejor que podía hacer era intervenir. Cogí el brazo del pelinegro justo a tiempo, antes de que pudiera alzarlo para golpear al tabernero, y me interpuse entre ellos.

—Por favor —suspiré, con aire derrotado—, llevamos viajando a pie muchos días. Solo queremos descansar en una cama cómoda, y tomar una comida caliente antes de volver a partir. Si te preocupa la presencia de mi compañero, te prometo que no manchará el nombre de tu negocio, ¿de acuerdo?

Me quité la capucha de la capa para que pudiera ver mi rostro, y corroborara por si mismo que mis intenciones eran sinceras. Entre mis manos, noté que la tensión de los músculos de Drake desaparecía gradualmente. Esa era una buena señal.
El tabernero me miró de arriba a abajo; chasqueó la lengua y me dedicó una mirada de lo que podría asemejarse a "preocupación".

—¿Te obliga a estar con él?

Una vez más, Drake se tensó. Era como tener un fuelle entre mis manos, que se encogía y se agrandaba cada poco tiempo, cargado de aire para avivar el fuego. No había descripción que le pegara más en aquel momento.

—No. Es mi compañero de viaje, cuidamos el uno del otro. Te prometo que no causaremos problemas —dije, y como muestra final, le mostré una sonrisa propia de una colegiala angelical.

El hombre soltó un bufido y refunfuñó varias veces, pero acabó cediendo. Apuntó nuestros nombres en un cuaderno de registros, nos dio la llave de la habitación ciento dos, y nos sirvió un plato de estofado de carne con verduras a ambos ahí mismo, en la barra de la posada, junto con dos jarras de hidromiel. Yo le di la mía a Drake, porque casi se vacío la suya de un solo trago.

La comida estaba tibia, y a pesar del color espantoso que tenía (una mezcla entre marrón barro y verde moho), estaba bastante buena. Tras pagar al tabernero, con algunas monedas de más por las molestias, Drake y yo subimos al piso de arriba en busca de nuestra habitación, que estaba al final del pasillo tras ascender las escaleras. Era una estancia sencilla y estrecha. Tenía dos camastros separados por una mesilla de madera que estaba coja, con un par de velas encima. También había un baúl a los pies de cada cama para guardas nuestras pertenencias (aunque fueran muy escasas), una puerta pequeña que seguramente daba a un baño, que se encontraba cerrada, y una chimenea con un pequeño fuego que calentaba la habitación.

A través de la ventana pude ver que el sol casi se había ocultado del todo, y que las calles comenzaban a perder todo el color que habían tenido a lo largo del día. Los tenderos recogían sus productos, la gente volvía a sus casas y encendían los fuegos de sus hogares, y los guardias fronterizos de la aldea habían empezado a encender las antorchas que rodeaban la muralla de estacas de madera.

Drake pasó a la habitación sin decir ni una sola palabra; se quitó la capa, las botas, junto con los calcetines, y dejó todas las prendas junto al fuego. Como estaba acostumbrada, no me incomodaba el silencio en absoluto, así que simplemente me senté en la cama, agarrando con fuerza las correas de mi bolsa. ¿De verdad estaba esperando que me contara qué había sucedido exactamente en casa de aquel anciano? Con lo reservado que era, no me extrañaría en absoluto que se metiera directamente en la cama, se cobijara bajo las sábanas y se quedara dormido en cuestión de segundos.

Pero no lo hizo.

Se sentó justo frente a mi, con las piernas ligeramente separadas, apoyando los codos sobre las rodillas, y entrelazando las manos. Parecía estar buscando la forma adecuada de empezar a hablar; parecía estar buscando las palabras correctas. Eso, en el fondo, me alegraba mucho. Significaba que aquellos días de viaje, por pocos que hubieran sido y por mucho que colmara su paciencia, había surgido una cierta confianza entre nosotros. Al menos, eso quería pensar.

Había aprendido que preguntar no servía de mucho con él. Respondía en función de su estado de ánimo y su predisposición para hacerlo. Aquellos últimos días, enseñándome a "sobrevivir" en el bosque, cuando mis preguntas no eran contestada y mis dudas no eran resueltas, tuve que aprender a identificar cuándo sus actos me daban la respuesta. Él no usaba la palabra, él... Enseñaba con la práctica.

—El anciano que has conocido hoy era un viejo amigo mío. Hace años le ayudé a entrar en esta aldea; tenía la esperanza de poder tener una vida nueva si se quedaba —murmuró. Aproveché su pausa para quitarme yo también la capa, la bolsa, las botas y los calcetines, dejándolos sobre el baúl, con la esperanza de que se calentaran un poco sin tener que acercarlos al fuego—. Nunca creí que no sería capaz de devolverme el favor.

—Parecía preocupado por ti —murmuré—. ¿Por qué no eres bien recibido aquí?

—Tuve problemas con la justicia —suspiró, con la voz cargada de cansancio—, por la misma razón por la que el tabernero nos quería echar. De no ser por ti, habríamos tenido que dormir en el bosque esta noche también.

—¿Me estás dando las gracias, Drake?

El pelinegro se quedó callado y me dedicó una mirada cínica. Yo simplemente sonreí; me lo tomaría como un si.

—¿Quieres contarme qué tipo de problemas?

—No —respondió, cortante—. Es hora de dormir, aprovecha las horas de sueño. Mañana compraré caballos, y tendremos que partir temprano.

Acto seguido, deshizo la cama y se metió entre las sábanas. Tal como había previsto, se quedó dormido nada más apoyar la cabeza en la almohada. Suspiré, derrotada. Por mucho tiempo que hubiéramos pasado juntos, el hecho de que hubiera aprendido a tragar con mi presencia, no significaba que confiara en mi. Y, por alguna razón, un pinchazo atravesó mi pecho a causa de ese sentimiento. Decidí ignorarlo y hacer caso a Drake: me metí en la cama (muy cómoda si tenía en cuenta que había estado durmiendo en el suelo varios días), me tapé con las sábanas hasta la barbilla, y cerré los ojos, sin saber que, aquella noche, las pesadillas volverían.

•••

Voy corriendo por el bosque, sin tener un destino fijo. Cientos de ojos me persiguen; soy su presa, su alimento.

Caigo al suelo, y me rindo. Me ofrezco a ser devorada.

Ojos rojos. De antaño los conozco.

¿Por qué no veo nada?

Gritos de dolor, de angustia y sufrimiento. Un animal gime herido y yo, cuchillo en mano, me dispongo a acabar con su sufrimiento.

Sangre mancha mis manos y, de pronto, observo que no es un animal, que es un humano.

Drake.

He matado a Drake.

•••

—¡Aria, despierta!

Como si hubieran abierto la compuerta de una presa, el aire entró de nuevo en mis pulmones. Me dediqué a toser repetidas veces mientras trataba de proporcionar oxígeno a las células de mi cuerpo, prácticamente asfixiadas. Me lloraban los ojos y el cuerpo me temblaba sin control, aunque no se debía al frío de la habitación, ya que el fuego se había apagado y solo quedaban ascuas en la chimenea. Debía de estar más pálida que el papel, porque mis manos no tenían su color habitual.

Frente a mi, sentado en el borde de la cama, estaba Drake. Sus manos estaban sobre mis hombros y sus ojos no paraban de divagar por mi cara, en busca de algún indicio que le diera a entender qué me ocurría; seguro que tenía una pinta horrible, pero me daba igual.

Nada más entrar en mi campo de visión y comprobar que estaba bien, me abalancé sobre él, abrazando su enorme y robusto cuerpo con mis brazos de pajarito.

—Drake... Estás vivo —susurré entrecortadamente—. Solo era una pesadilla. Estás vivo.

El pelinegro no movió ni un solo músculo mientras lo abrazaba y derramaba lágrimas sobre su hombro. Estaba tenso, en shock. Naturalmente, no se esperaba mi reacción.

Pensé que en cualquier momento se apartaría de mi tacto, asqueado por su contacto conmigo, pero no fue así. En ningún momento hizo el amago de querer irse, a pesar de que todos y cada uno de los músculos de su cuerpo indicaban que estaba incómodo; en el fondo, me alivió muchísimo, porque estaba tan asustada en ese momento que no podría soportar que se alejara.

Mi sueño, o más bien, mi pesadila, rondaba por mi mente como un recuerdo cercano. Cada mínimo detalle estaba grabado a fuego en mi memoria, y no era capaz de deshacerme de la sensación de tener las manos manchadas con la sangre de mi compañero.

Un escalofrío me recorrió entera: pensé que había sido a causa del mal momento, pero en realidad se había iniciado en el lado de mi brazo que Drake había tocado. Con lentitud, me alejó unos centímetros, lo suficiente para poder mirarme a la cara. No fue brusco ni frío, simplemente quería verme a los ojos para hablar conmigo:

—¿Qué demonios has soñado? No parabas de hablar, gritar, sudar y llorar.

Tragué saliva; las pesadillas se estaban descontrolando. Cada vez eran más reales, más vívidas, y me costaba cada vez más salir de esos sueños por mi misma. Drake había tenido que despertarme las últimas dos veces.

—Tengo pesadillas desde que tengo uso de razón —murmuré, prácticamente sin aliento—. Esta vez, he soñado que...

Me detuve, dejando la oración a medias. ¿Estaba preparada para ver la reacción de Drake cuando le dijera que había soñado con que le mataba? Con los desconfiado que era, no volvería a cerrar los ojos para dormir en mi presencia. No, todo el arduo trabajo para que, al menos, mi persona no le resultara ingrata, se echaría a perder.

No estaba segura al cien por cien, pero era un presentimiento que tenía cabida en mi cabeza.

—He soñado que te atacaba un lobo —mentí; al parecer, el miedo seguía presente en mi torrente sanguíneo, y el titubeo de mi voz aparentaba ser a causa del sueño, y no del hecho de que le estaba engañando. En el fondo, lo agradecí, porque no estaba segura de cuán buena mentirosa era—; todo estaba lleno de sangre y tu... Te morías delante de mi. Y yo no podía hacer nada al respecto. Ha sido horrible.

—¿Un lobo, dices? —el joven pelinegro era incapaz de utilizar otra faceta: siempre serio y antipático. Esa vez, su tono a la hora de hablar fue, incluso, un pelín sarcástico— No tienes porqué preocuparte.

—¿Cómo estás tan seguro? ¿Me estás diciendo, que tras años viviendo en el bosque, no has visto ni un solo lobo?

Drake se quedó en silencio un buen rato, buscando las palabras adecuadas para responder.

—Claro que los he visto. Se podría decir que tenemos una relación bastante pacífica —carraspeó, y luego se levantó del borde de la cama con lentitud—, ellos no me atacan a mi, ni yo a ellos. Olvídalo, solo era un sueño. No me pasará nada, ni a ti tampoco. Intenta dormir otro rato, ¿vale? Nos iremos dentro de unas horas.

Drake lucía despreocupado, incluso diría que un poco ausente. Su intento de calmar mis nervios no surtió el efecto deseado debido a su cambio de actitud repentino. Volvió a la cama tras mover levemente las ascuas del fuego y añadir un tronco, corto, pero grueso, a las llamas. Se giró mirando a la pared y no hice lo mismo, tratando de seguir su consejo, pero me fue imposible.

No podía borrar de mi mente la imagen de su sangre manchando mis manos.

***

Fin del capítulo :)

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Abrazo de oso, Vero~~

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