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| ❄ | Capítulo treinta y siete

Como era previsible, la noticia de nuestro inminente viaje a la Corte de Verano se extendió como la pólvora. La reina, tal y como prometió, acudió a mis aposentos en compañía del sastre real con el propósito de inspeccionar desde el primer minuto la elaboración del guardarropa que llevaría durante el tiempo que estuviésemos allí; las horas parecieron alargarse hasta convertirse en semanas mientras me obligaba a quedarme quieta en aquel bloque de madera que los aprendices traían consigo y veía al hombrecillo dar vueltas a mi alrededor, lanzando comentarios y buscando la aprobación de mi madre, quien seguía con atención cada uno de sus movimientos.

Fue como si hubiésemos retrocedido en el tiempo y volviera a ser una inquieta niña de seis años que esperaba con impaciencia a que aquel suplicio de finas agujas y trozos de tela llegara a su fin.

Los elementos parecieron apiadarse de mí en esta ocasión, reduciendo notablemente aquel suplicio y haciendo que el tiempo corriera en mi contra; en un simple pestañeo las semanas pasaron volando, empujando a que el servicio se afanara con mayor ímpetu para que todo estuviera listo cuando partiéramos desde la Corte de Invierno hacia la Corte de Verano, evitando cualquier retraso.

Mis pesados baúles habían sido apilados cerca de la puerta, todos ellos llenos de nuevos y vivos vestidos; todos ellos siguiendo la eterna moda de la Corte Seelie de usar tonos alegres y cálidos, además de vaporosos tejidos. Mi labios se fruncieron al contemplarme en el espejo de mi dormitorio: una de mis doncellas había decidido recogerme el cabello en una intrínseca corona donde había intercalado entre mis mechones cintas de un elegante tono plateado en contraste con la blancura de mi pelo. El vestido era una pieza de color celeste que dejaba parte de mis hombros al descubierto, un fino cinturón plateado con perlas rodeaba mi torso por debajo de mis pechos, ciñéndolos de un modo que me incomodaba; la capa externa de la prenda, tan vaporosa y brillante que parecía líquida, se abría en forma de V invertida, cayendo con gracia hacia mis pies, donde formaba un reluciente charco de tela. La inferior, de un sedoso tono más oscuro de celeste, se ajustaba a la altura de mi cintura antes de seguir el mismo patrón que la otra.

Las mangas se abullonaban a la altura de mi codo, dejando que el resto de la tela se deslizara hasta alcanzar casi la altura de mis tobillos.

—Alteza —la voz de otra de mis doncellas me salvó de seguir contemplando mi reflejo y aumentar el nudo que se había formado en mitad de mi garganta.

Me giré hacia la joven que me había interrumpido y la descubrí a mi espalda, con una media sonrisa solícita. Entre las manos llevaba una pesada capa forrada en piel que lazó en mi dirección.

—No os olvidéis de ella —me recordó con suavidad.

Le respondí con otra sonrisa y tomé la prenda con cuidado. El tejido con el que estaba confeccionado mi vestido no estaba pensado para el tipo de temperaturas que imperaban en la Corte de Invierno; incluso en esos instantes, y a pesar de la chimenea encendida de la otra sala, podía sentir el leve mordisco del frío en mi piel, apenas protegida por la prenda que vestía.

Coloqué la capa sobre mis hombros, agradeciendo aquel peso y protección.

—¿El equipaje...? —pregunté.

La doncella bajó la cabeza.

—Los mozos no tardarán en venir para cargarlo en vuestro carruaje, Alteza —respondió antes de añadir—: El rey ha dado orden de que preparen uno para vos.

Mis viajes junto a mis padres habían terminado hacía tiempo. Como única heredera al trono de la Corte de Invierno, era un riesgo que el monarca como la princesa viajaran en el mismo vehículo; en nuestra historia familiar contábamos con ciertos antecedentes donde algunos atentados perpetrados contra la familia real se habían saldado con las vidas tanto del rey como del heredero. Era una decisión peligrosa.

La línea de sangre debía persistir.

Inspiré por la nariz, consciente de lo largo y solitario que iba a resultarme el viaje, pues había dejado que mis damas de compañía viajaran junto a sus respectivas familias en sus propios carruajes.

—Gracias, Denilla —le dije a mi doncella, indicándole que podía marcharse.

Ella me dedicó una reverencia antes de regresar a la salita, dejándome a solas en el dormitorio. Me ajusté de manera inconsciente la capa, comprobando en el espejo que el vestido que llevaba debajo quedaba convenientemente oculto y yo, protegida, cuando oí cierta alboroto en la otra habitación.

Los mozos habían llegado con el propósito de cargar los baúles para llevarlos hacia mi carruaje personal. Mis doncellas, encabezadas por Berinde, comprobarían que todo se realizaba en orden y, una vez el último de mi equipaje estuviera en su lugar, me informarían de que la hora había llegado.

Deseé poder paralizar el tiempo, alargar aquel leve respiro...

—Alteza —la interrupción de otra de mis doncellas hizo que mi humor se crispara levemente.

Pestañeé en dirección a la joven, apartando la vista del tránsito que estaba formándose a la puerta de mis aposentos. Con los mozos que cargaban sobre sus hombros mis pesados baúles y salían con ellos.

—Lady Nicéfora está aquí —agregó la doncella.

Fruncí el ceño. Tanto ella como mis otras dos damas de compañía habían sido despachadas de sus responsabilidades para poder estar con sus respectivas familias, pudiendo realizar el viaje con ellas; me sorprendió saber que se encontraba en el pasillo y no abajo, esperando para subir al carruaje de su padre, el conde Ferroth y su pequeño séquito.

—Hazla pasar —pedí a mi doncella.

La presencia de Nif allí no era una buena señal, lo presentía.

Y aquel sentimiento que había despertado en la boca de mi estómago, la sensación de que algo estaba pasando con mi amiga, no hizo más que aumentar cuando vi que el rostro de Nicéfora estaba inusualmente pálido.

Su mirada, apagada.

Era como si hubiésemos retrocedido en el tiempo, como si la Nif que estaba acercándose tras mi doncella fuera la misma chica con el corazón destrozado. La misma chica que se había entregado a un noble que no la merecía en absoluto.

Un ramalazo de miedo se deslizó por mi cuerpo como una caricia fría.

Habíamos guardado en secreto lo sucedido aquella noche. Incluso Airgetlam, quien también fue testigo —quien me condujo hasta aquel pasillo, frente a la puerta de ese dormitorio— de aquel momento, parecía haber cumplido con aquel voto de silencio durante todos aquellos años, aunque sus motivos fueran ligeramente distintos a los míos.

Esperé a que nos dejaran a solas antes de atreverme a hablar; mi amiga continuaba sumida en aquel extraño silencio, pero era su mirada quien parecía gritar a los cuatro vientos lo que ella no era capaz de verbalizar en palabras.

Extendí mis manos, buscando las suyas. Nicéfora pareció moverse de un modo mecánico, aumentando el pánico que su aspecto había desatado en mi interior.

—Nif —susurré.

Ella negó con la cabeza y sus ojos parecieron abandonar su vacuidad, cubriéndose de una pátina húmeda.

—Mi padre me ha dado el ultimátum, Mab —respondió en el mismo tono—: van a comprometerme.

Durante unos segundos mi mente se quedó en blanco por completo, con la voz de Nicéfora repitiéndose como un eco dentro de mis oídos. El deseo de lord Ferroth no era descabellado: ninguna de mis damas de compañía, a excepción de Mirvelle, había sido comprometida y sus respectivas familias se encontraban inquietas por el hecho de que el tiempo corría en su contra.

Era evidente que los diecinueve años de Nif eran un límite que su padre no estaba dispuesto a cruzar, tomando la decisión de encontrar un buen partido para su única hija que pudiera dar continuidad a su linaje.

No entendí la desazón de mi amiga, su expresión hundida y las ojeras que amorataban su rostro pálido. El anuncio de lord Ferroth no debía haberle pillado desprevenida, pues había sido una sombra que siempre había planeado sobre ella —sobre todas nosotras— desde que éramos niñas y se nos empezó a mostrar cuál debía ser nuestro papel como mujeres.

—Nif —suspiré.

La indecisión de no encontrar las palabras correctas hizo que se me formara un nudo en mitad de la garganta. Me dolía ver el sufrimiento de Nicéfora y más me dolía no saber qué decir para intentar aliviarla; habíamos hablado del tema en el pasado, de las expectativas que recaían sobre nosotras... y ella siempre había parecido conforme con eso, esperando el momento en que su padre hiciera precisamente lo que había hecho: comprometerla.

Tiré con suavidad de sus manos y la rodeé con mis brazos, sintiéndola extrañamente pequeña entre ellos. Existían pocas cosas que pudieran arrastrar a mi mejor amiga a ese estado y jamás hubiera creído que su futuro compromiso pudiera ser una de ellas; por eso mismo la estreché con fuerza, intentando transmitirle todo lo que no era capaz de verbalizar en voz alta.

Estaba a su lado.

Haría todo lo que estuviera en mi mano para ayudarla.

—¿Por qué no viajas conmigo? —le propuse a media voz, cerca de su oído.

Sospechaba que Nicéfora había acudido a mí debido a las fricciones que la noticia de lord Ferroth habría despertado entre ambos, así que le ofrecí una salida. Un poco de tiempo para recomponerse lejos de la incisiva mirada de lord Ferroth.

—Gracias —musitó en respuesta.

Esbocé una media sonrisa y me separé de ella.

En algún momento de nuestra corta conversación los mozos habían terminado de cargar con el equipaje y mis doncellas aguardaban, fingiendo no lanzar vistazos hacia nosotras, a que abandonáramos el dormitorio para seguirnos hasta el vestíbulo, donde me reuniría con mis padres y parte de su séquito.

Nif trató de recomponerse y entrelazó su brazo con el mío, dedicándome una mirada agradecida.

Alcanzamos la planta baja del palacio, donde una generosa guarnición de soldados y nobles rodeaba a los afortunados que tendrían la oportunidad de formar parte de la comitiva real de la Corte de Invierno. Entrecerré los ojos al atisbar a lord Airdelam cerca de donde se encontraban mis padres, aprovechando los últimos minutos antes de que nos marcháramos; una feroz parte de mí encontraba una insidiosa satisfacción al saber que el consejero y su familia tendrían que permanecer allí.

Mi mirada no tardó mucho en encontrar cierto rostro sibilino entre los cortesanos más cercanos al triángulo que conformaban el consejero y mis padres. El atractivo de Airgetlam no había hecho más que aumentar en aquellos dos años que habían transcurrido; el joven heredero de lord Airdelam no había hecho más que aumentar su popularidad dentro de la corte, en especial entre las jóvenes que aún estaban buscando un buen compromiso.

Aunque los rumores apuntaban a que todas las ofertas que recibía lord Airdelam por su apuesto hijo eran rechazadas con educación, lo que aumentaba exponencialmente el interés, convirtiéndolo en la comidilla de todos los grupos que se reunían para compartir chismorreos.

Eso no había hecho más que hacer crecer el ego de Airgetlam... y mi inquietud.

No sabía si el joven había compartido con su padre los sucios trucos de los que se había valido para intentar atraparme entre sus garras y lord Airdelam despachaba cualquier mínimo interés con el deseo de que, al final, llegara el idóneo. El que mi padre, el rey, formalizaría con el propósito de unir a nuestras dos familias, haciéndole saber que el chantaje que su hijo había empleado conmigo por fin había dado sus frutos.

Durante ese tiempo tanto Airgetlam como yo habíamos orbitado el uno alrededor del otro. Su padre había empezado a mostrar más interés que nunca en enseñarle a su heredero ya no solamente sus responsabilidades como futuro lord, sino también como consejero. Las malas lenguas apuntaban que lord Airdelam estaba valorando la idea de abandonar su puesto como consejero a favor de su hijo, una jugada llena de un alto riesgo... ya que mi padre podría oponerse a esa sustitución.

Su presencia había aumentado en la corte, manteniéndolo en Oryth. Los fútiles intentos de mi madre de reanudar la tediosa tarea de encontrar un candidato para mí habían sido el objetivo principal de Airgetlam, quien parecía haberse convertido en un inesperado y temporal aliado... al menos de momento. Aunque no tenía pruebas que pudieran avalar mis sospechas, estaba segura de que su fantasmal mano estaba detrás de los fracasos más garrafales de algunos de los invitados de la reina con el único fin de intentar cortejarme.

Apreté el paso de manera inconsciente, deseando cruzar la multitud que se interponía entre la salida y nosotras. Mis pies parecieron trastabillar entre ellos cuando la mirada verde de Airgetlam atravesó la distancia, como si hubiera percibido mi silenciosa llegada; la familiar llamarada de rabia se encendió en mi pecho. El juego que parecía haberse creado entre ambos era un continuo estira y afloja que parecía divertirle del mismo modo que le divertiría a alguien que sabe que tiene la mano ganadora y la victoria en la punta de los dedos.

Me obligué a sostenerle la mirada, pero el joven pareció reparar en mi acompañante. Nicéfora había notado mi repentina tensión y me conocía lo suficiente para intuir que algo no marchaba bien; por el rabillo del ojo vi el perfil de mi amiga y supe que su mirada había seguido la misma dirección que la mía. Los labios de Airgetlam parecieron curvarse en una insidiosa sonrisa mientras un brillo malicioso iluminaba el verde de sus iris.

«Huye.»

Como si Nif se hubiera hecho eco de aquel pensamiento, apretó mi antebrazo en una silenciosa súplica, acelerando e invirtiendo nuestras posiciones: ahora era ella la que parecía guiarme a través de los cortesanos arracimados en el vestíbulo, guiándome hacia las puertas abiertas. Agradecí en silencio que la atención estuviera fija en los reyes y sus consejeros, permitiéndonos avanzar sin que nadie se interpusiera en nuestro camino.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando le dimos la espalda a Airgetlam, quien pareció optar por no seguirnos hasta el exterior.

Respiré y el nudo que había estado formándoseme en la boca del estómago pareció desvanecerse al dejarlo todo atrás.

El carruaje traqueteó, agitándonos levemente en nuestros asientos. Había perdido la cuenta del tiempo que había transcurrido tras la despedida, desde que nos habíamos puesto en marcha y habíamos abandonado Oryth; sabía que mi padre necesitaba un punto medianamente buen situado para poder crear un portal que nos conduciría a todos hasta la Corte de Verano, pero no sabía a qué distancia nos encontrábamos del mismo.

Nadie había puesto ningún impedimento a mi deseo de que Nicéfora se convirtiera en mi acompañante durante aquel largo trayecto. Ni siquiera lord Ferroth se había opuesto después de que pidiera a un amable y solícito paje que transmitiera mi mensaje al padre de Nif.

Mi amiga se había acomodado en el otro banco, hundiéndose en el interior de su capa y sin dar señales de tener intenciones de hablar. Acepté su silencio y tomé uno de los libros que alguien de mi servicio, seguramente Berinde, había dejado en el interior del vehículo para intentar hacer más llevadera la idea de estar en aquel lugar encerrada durante las largas e interminables horas que nos llevarían alcanzar nuestro lejano destino.

Volví a releer la última página en la que me encontraba, notando el modo en que Nicéfora estaba removiéndose en su propio asiento; sabía que ese gesto delataba cierto nerviosismo por su parte, pero no dije nada.

Esperé mientras fingía estar atrapada en aquel aburrido libro que sostenía frente a mí.

—No estoy preparada.

Sus primeras palabras me tomaron desprevenida del mismo modo que lo había hecho su atropellado anuncio en mis aposentos, cuando me había confesado que su padre había considerado que era el momento.

Cerré con cuidado las tapas y lo deposité en mi regazo, clavando mi mirada en el rostro de Nicéfora. Ella bajó los ojos a sus manos, que se agitaban con inquietud sobre sus muslos; luego se mordió el labio inferior, indecisa.

—En realidad no es que no esté preparada —se corrigió a sí misma un instante después, aún sin alzar la mirada hacia mí—. La realidad es que no quiero.

Pestañeé con confusión y aquella explosiva declaración fue la que pareció liberar a mi amiga de las ataduras que parecía haberse puesto, permitiéndole abrirse por completo.

—Mab no quiero ningún compromiso —repitió. Sus manos detuvieron sus nerviosos movimientos y su mirada buscó la mía con una firmeza que antes no había estado ahí, en el fondo de sus ojos.

—Nif...

—No puedo soportar la idea de que mi padre ate mi vida a la de otra persona —me interrumpió ella, inclinándose hacia delante—. Una persona completamente desconocida... con la que quizá no tenga nada en común.

No supe qué decir. Nicéfora estaba en lo cierto, pocos matrimonios en la corte se daban por amor: aquella unión estaba instrumentalizada a favor de las familias nobles con el único propósito de beneficiar a las dos partes... o, mejor dicho, a las familias de ambas partes. Los contrayentes no solían tener ningún incentivo al respecto sino cumplir con sus responsabilidades.

—He estado negándomelo durante mucho tiempo, Mab —prosiguió Nif y su mirada se volvió intensa, casi ardiente—. He estado obligándome a creer que el compromiso es lo que, en el fondo, deseaba. No lo que mi familia había estado tratando de imponerme desde que tuve mi primer sangrado y mi madre decidió que había llegado el momento de abrirme los ojos respecto a cuál sería mi destino.

El carruaje volvió a sacudirse, pero el interior estaba llenándose de un extraño ambiente.

—Doy gracias de la libertad que me han brindado mis padres pero... pero no quiero renunciar a ella —reconoció y mi estómago dio un vuelco. Una sonrisa se abrió paso en los labios de mi amiga—. Me gustan las fiestas. Me gusta coquetear. Me gusta saber que tengo el control, que soy yo la que marca los pasos, la que decide. Y eso acabaría para mí en el mismo momento en que mi padre dé con el hombre adecuado para sus propios planes —hizo una pausa donde su energía pareció redoblarse—. Cuando eso suceda, me encerrarán en una jaula y cortarán mis alas. Será mi futuro marido quien tome las decisiones, quien lleve las riendas de mi propia vida...

Me mordí el interior de la mejilla, sintiendo cada palabra de mi amiga como un golpe certero. Por mi mente pasaron fogonazos de su vitalidad, del modo en que su actitud resuelta y coqueta lograba conseguir sus objetivos; recordé las fiestas que habíamos compartido, los rostros borrosos de los jóvenes con los que desaparecía de la mano y las insidiosas conversaciones que compartíamos a la siguiente mañana, sonriendo y bromeando al respecto.

Ésa era Nicéfora.

Y yo la quería tal y como era.

—Me moriría, Mab —la voz de Nif se le rompió—. Languidecería hasta morir.

Pensé en Mirvelle, en la infelicidad que la había acompañado desde que supiera que iba a ser comprometida con lord Severin y después, cuando se desveló que lord Verver había optado por llegar a un acuerdo con lord Dannan, en vez del padre de lord Severin, tampoco había parecido mejorar su nueva situación. No obstante, las circunstancias habían cambiado para mi antigua dama de compañía.

—Mirvelle...

El rostro de Nif se ensombreció ante la mención de nuestra amiga ausente.

—¿Sabes lo que sucedería en ese caso, Mab? —me preguntó con fiereza, con la voz firme—. Mi padre no dudaría un segundo en enviarme junto a mi querido prometido a una de las propiedades con las que cuenta en su patrimonio, deseando de que empiece a dar a luz a sus herederos para continuar con nuestro linaje. Sería apartada de mi posición como tu dama de compañía y tendría que abandonarlo todo. Quedaría relegada a un segundo plano, encerrada y prácticamente olvidada.

Una sensación amarga se abrió paso a través de mi esófago cuando las palabras de Nicéfora cobraron forma en mi mente. Me vi a mí misma como aquella mañana, cuando Mirvelle bajó por última vez las escaleras de piedra del vestíbulo y cruzó el umbral de los portones; sin embargo, en aquella ocasión era Nif la que seguía los mismos pasos que mi antigua dama de compañía.

Me tragué un jadeo cuando sentí una dolorosa opresión en el pecho, sobre mi corazón.

No podía soportar la idea de verme separada de su lado, de que me la arrancaran para llevársela tan lejos. Ella era mi confidente, la única persona con la que me había permitido abrirme por completo; ella era la primera persona que me venía a la mente cuando necesitaba ayuda... cuando buscaba consejo.

Ella era mi mejor amiga.

La mirada de Nicéfora pareció parte de su ferocidad al ver en mis propios la devastación que me produjo pensar en lo que sucedería si lord Ferroth optaba por tomar la misma decisión que el padre de Mirvelle.

—No pueden comprometerme —me susurró y sus ojos parecieron humedecerse—. No pueden arrebatarme la libertad... aún no.

El carruaje se detuvo con un movimiento en seco. Supe que habíamos alcanzado el punto exacto que el rey había elegido para crear el portal que nos conduciría a la Corte de Verano; mi vello se erizó cuando la huella del poder de mi padre empezó a extenderse por el ambiente, inundando cada rincón.

Mi propia magia pareció despertar ante aquella silenciosa llamada, dándome la sensación de que provocaba que mi sangre circulara a mayor velocidad. Apreté los puños de manera inconsciente hasta que las uñas se me clavaron en la carne de mis palmas, como si estuviera conteniéndolo.

Cuando la realidad es que no había vuelto a usar mi poder desde la noche del anuncio del compromiso de Mirvelle. No me había atrevido ni siquiera a tantearlo... temerosa de que el hielo brotara de nuevo en aquella oleada cargada de violencia. Imparable. Peligroso.

Descontrolado.

Cerré los ojos de manera inconsciente, sintiendo cómo el vehículo se ponía en marcha otra vez. La magia de Invierno flotaba en el aire todavía mientras avanzábamos lentamente... y luego, con un simple chasquido, fue como si una pesada y cálida manta nos rodeara; el aroma a bosques nevados fue sustituido por uno cítrico y casi salino.

Mi mano buscó de forma automática el broche de la capa que cubría mi cuerpo, liberándolo. Sacudí mis hombros para que el tejido resbalara sobre mi piel cayendo alrededor de mi cintura; aquello mejoró un poco la agobiante situación de haber traspasado las fronteras de la Corte de Verano.

La imagen que podíamos observar a través del cristal también había mutado a un paisaje distinto... Un paisaje que había contemplado en contadas ocasiones, lleno de colores vibrantes y cargados de vida.

En el asiento frente al mío Nicéfora también se deshizo de su propia capa, mostrando su resplandeciente vestido lila con bordados en hilo de oro que formaban tallos entrelazados en el corpiño y bajo de la prenda; la energía que había mostrado para hacerme saber lo que realmente le preocupaba de su ineludible y futuro compromiso se había evaporado, sumiéndola de nuevo en aquel estado cabizbajo y casi melancólico.

Desvié la mirada hacia el paisaje que se extendía al otro lado de la ventana, notando un extraño cosquilleo extendiéndose por todo mi cuerpo. El trayecto estaba llegando a su fin, podía sentirlo en mis huesos; Vesper, su reluciente capital, debía estar cerca... al igual que su majestuoso castillo dorado, que resplandecía bajo la luz del sol como si hubiera sido tallado en oro.

Mi corazón se aceleró cuando la comitiva de la Corte de Invierno se internó en la primera línea externa de la ciudad. Mi padre me había contado siendo niña que Vesper se había construido en semicírculos concéntricos, formando un extraño diseño donde se atisbaban las calles principales: avenidas rectas que cruzaban la ciudad y permitían llegar hasta el punto más importante, aquel edificio cuya silueta se recortaba contra los acantilados que quedaban a su espalda.

Humedecí mi labio inferior cuando vi a través del cristal del carruaje cómo las hileras de casas desaparecían... y unos momentos después atravesamos unas monstruosas verjas con la inconfundible silueta del dragón forjado situado en el centro de cada una de las puertas, con sus alas extendidas.

Me pareció una retorcida ironía lo similar que era el símbolo de la Corte de Verano al nuestro, el guiverno. Un pariente lejano de aquella poderosa criatura de fuego que, al contrario que el dragón, solamente tenía dos patas traseras, teniendo que moverse por el suelo gracias a los curvos espolones con los que contaban sus alas.

El tiempo pareció ralentizarse cuando el vehículo se detuvo frente a la enorme escalinata de piedra que conducía al palacio, donde nuestros anfitriones ya estaban aguardando nuestra llegada. Mi pulso se disparó al distinguir a la reina cerca de su esposo, regia con su vestido anaranjado.

El rey de la Corte de Verano se erguía a su lado, igual de imponente e inalcanzable que ella.

El poco alimento que había ingerido durante el viaje se agitó en el fondo de mi estómago cuando mi mirada alternó entre las dos personas que les acompañaban.

Los príncipes.

Mis padres fueron los primeros en descender de su propio carruaje. Contemplé cómo ascendían la escalinata, cómo las máscaras de los reyes de Verano se desvanecían ante su cercanía; a pesar de los recelos que existían entre las dos grandes cortes, ellos parecían compartir buenos lazos. Mi padre había convertido aquella corte en uno de sus destinos favoritos cuando aún era príncipe.

Observé desde el interior del vehículo la aparente y distendida conversación que habían establecido los cuatro reyes, después de que el anfitrión estrechara la mano de mi padre en un gesto de absoluta camaradería, mientras los vástagos de los monarcas de la Corte de Verano se limitaban a quedarse en silencio, simples espectadores; entrecerré los ojos y aproveché la ventaja que me proporcionaba la distancia, el hecho de que aún permaneciera encerrada en el carruaje, para poder estudiarlos mejor.

Apenas había coincidido con el príncipe menor, Voro. Sin lugar a dudas, el recuerdo que guardaba de él no correspondía con el muchacho que se encontraba junto a la reina: al igual que yo, estaba en plena juventud y cualquier rastro del niño que fue en el pasado; el jubón que vestía se ceñía a su cuerpo ligeramente tonificado. Llevaba su pelo castaño demasiado corto —quizá debido a su vinculación con el ejército de Verano—, dejando al aire las puntas afiladas de sus orejas.

Oberón, por el contrario... La última vez que nos habíamos visto fue en el Torneo de las Cuatro Cortes, apenas un par de años atrás; había logrado convencer a mi padre para que me permitiera permanecer en la Corte de Invierno, evitando de ese modo viajar junto a ellos a las Cortes Seelie. El tiempo también había obrado cambios en el heredero de Rhydderch, haciendo que ganara algunos centímetros de altura... y complexión; tanto Oberón como su hermano poseían cuerpos atléticos y lo suficientemente musculados gracias a la dura instrucción a la que se habían visto sometidos por expreso deseo de su padre. Me fijé en el abundante cabello del príncipe, de un tono más claro que el de Voro.

Siempre había sido consciente del atractivo del Caballero de Verano, de cómo la madurez había conseguido arrancarle los últimos vestigios de aquel niño delgaducho que conocí mucho tiempo atrás para convertirlo en aquel apuesto joven cuyo ego debía ocupar prácticamente el castillo que tenía a su espalda.

Nicéfora se removió, distrayéndome.

—Mi familia va a controlar todos y cada uno de mis movimientos el tiempo que estemos aquí —murmuró, abandonado su voto de permanecer en silencio—. Quizá incluso empiece a buscar los primeros y potenciales candidatos.

—Bajemos —atajé a mi amiga, movida por un extraño impulso.

Abrí la portezuela del carruaje y descendí de él con premura, sin tan siquiera comprobar que Nicéfora me seguía. Me imaginé el absurdo teatro que entablaríamos Oberón y yo, aquella maquillada y fingida educada indiferencia el uno con el otro, como si él no me odiara por creer que envié a Airgetlam para tirarle del caballo en aquella cacería organizada por el rey de Otoño en su vasto coto de caza y como si yo no le odiara por no haberme creído cuando me presenté ante su puerta y le ofrecí la verdad y mis disculpas, por mucho que me hubiera intentado convencer a mí misma de que lo sucedido no significaba nada; que no sentía absolutamente nada hacia ese pomposo y egocéntrico príncipe Seelie. Casi pude escuchar mis propios latidos conforme ascendía cada escalón de piedra; a través del zumbido que notaba en los oídos pude percibir el murmullo de la conversación que aún seguían manteniendo mis padres con los anfitriones...

Y que el Caballero de Verano tenía sus ojos puestos en mí.

Mantuve mi rostro inexpresivo como si no fuera consciente de ello, acorde a mi papel como Dama de Invierno.

—Es... es hermosa —mi máscara estuvo cerca de resquebrajarse ante mis ganas de sonreír cuando escuché el halago de la reina de la Corte de Verano.

Vi a mi madre dedicarme un gesto que parecía indicar que me acercara a ambas mientras mi padre y el rey continuaban entretenidos en su propia conversación privada. Con una calculada actitud comedida, obedecí en silencio.

Procuré que la impresión que me producía la mujer que tenía frente a mí, observándome con aquellos extraños ojos de color ámbar, no se reflejara en mi rostro. Era hermosa y dulce... pero también había una capa de acero bajo todo aquello.

Me recordé que debía guardar las distancias y seguir el protocolo: doblé mis rodillas, bajando la mirada al suelo, para dedicarle una venia.

—Durante uno de los descansos que nos hemos visto obligados a hacer, Mab me ha comentado que ya casi no recordaba la Corte de Verano —comentó entonces mi madre, tratando de halagar a la anfitriona—. Apenas era una niña cuando vino aquí por primera vez.

Una fina y tirante sonrisa curvó mis labios al ver cómo la reina de Invierno hacia uso de su don de la palabra para tergiversar a su favor lo que realmente había sucedido, mi comentario sobre los pocos recuerdos que guardaba de aquel lugar y lo poco que me importaba... Mi lamento por no haber podido esquivar en aquella ocasión mis responsabilidades, quedándome en mi hogar. No negaba la hospitalidad que nos habían brindado en cada una de nuestras contadas visitas, pero la Corte de Verano... No lograba encontrar la comodidad y esa chispa que había encandilado a mi padre cuando fue joven.

Los intentos de mi madre surtieron efecto, ya que la reina esbozó una resplandeciente sonrisa, ajena por completo a los matices que se ocultaban tras las palabras de su homónima.

—Sois más que bienvenida, Dama de Invierno —me aseguró, y algo me dijo que su oferta no era para regalarme los oídos: estaba siendo sincera al alargar aquella invitación—. En estos momentos he tomado bajo mi tutela a la hija de una muy querida amiga mía, pero no me importaría lo más mínimo aceptaros bajo mi cuidado, querida.

Mantuve la sonrisa pegada a mi rostro. Por el rabillo del ojo podía ver cómo la atención de Oberón seguía fija en mí, quizá alarmado por la generosa invitación que me había ofrecido su madre al abrirme las puertas de su hogar para tomarme como su pupila; por unos segundos saboreé aquella idea... Lo mucho que eso molestaría al príncipe de Verano.

Le miré de soslayo, como si realmente estuviera replanteándome el aceptar en aquel mismo instante la mano que me había tendido su madre de aquella forma tan desinteresada. Algo inusual entre nosotros, los seres feéricos.

—Gracias por la oferta, Majestad —respondí, apartando la mirada de Oberón—. Lo tendré presente de cara al futuro.

Toda la cautela que había mostrado el príncipe al intentar observarme con discreción quedó en el olvido cuando escuchó que dejaba una puerta abierta a tomar la oportunidad que la reina estaba brindándome al ofrecerse para tutelarme, permitiéndome un lugar en aquella corte.

Sentí cómo el ambiente parecía agitarse cuando nuestras miradas chocaron y me permití la osadía de dedicarle una sonrisa insidiosa... y desafiante. Dispuesta a seguir torturándolo un poco más, disfrutando de ver cómo su cuello iba coloreándose lentamente, como un fuego a lenta ebullición, me incliné hacia Nicéfora, quien se había colocado a mi lado en señal de apoyo.

Los ojos castaños del Caballero de Verano parecieron resplandecer de molestia al observarme.

—Imagina el berrinche que sufriría nuestro querido príncipe si decidiera quedarme aquí y aceptar el tutelaje de la reina Vanora —susurré en el oído de mi mejor amiga.

Para mi deleite, el rubor siguió trepando por el cuello del príncipe, quien daba la sensación de estar teniendo verdaderos problemas para fingir serenidad ante mis sibilinas provocaciones.

La jolgoriosa voz del rey de Verano resonó, anunciando que nos aguardaba un fresco refrigerio para aliviar la sed y el hambre que muchos de nosotros arrastrábamos tras aquel largo viaje. La batalla de miradas que teníamos Oberón y yo terminó cuando el príncipe apartó sus ojos para seguir a su padre al interior del castillo.

Algo se retorció en mi interior al contemplar su espalda. Mi madre y la reina de Verano fueron las siguientes en adentrarse en el lujoso vestíbulo del edificio; Voro, por el contrario, quedó ligeramente rezagado, quizá en un caballeroso gesto hacia Nicéfora y hacia mí, las únicas que aún no nos habíamos movido. Nuestras respectivas comitivas aún aguardaban, a la espera.

Me fijé en la expresión cautelosa del joven príncipe, en aquellos rasgos que tan parecidos eran a los de su hermano mayor. ¿Tendrían caracteres similares? Era posible que también compartiera con Oberón el egocentrismo del que hacía gala el Caballero de Verano o aquel tempestuoso temperamento que aún recordaba con claridad a pesar del tiempo que había transcurrido.

No pude evitar compadecerme de su prometida, quien en unos días se convertiría en un miembro más de la familia real.

Decidí que había llegado el momento de buscar refugio en el castillo, alejándome del pegajoso y caluroso ambiente que reinaba allí, en Vesper. Nif siguió mi estela en silencio, sin mediar palabra.

Cuando pasé junto a Voro no pude evitar inclinarme para susurrarle:

—¿Vuestra futura esposa es a prueba de fuego?

No esperé a escuchar su respuesta... si es que tenía alguna.

* * *

NO ESTOY CHILLANDO, PACO, NO LO ESTOY

MADRE MÍA MADRE MÍA MADRE MÍA ESTÁ PASANDO Y NO ES NINGÚN SIMULACRO

Manos arriba para todos los que habéis sentido un acceso de nostalgia por The Dark Court porque yo estoy con el moquillo colgando al pensar en mis bebés

Creo -creo- que este será el arco favorito de todos porque, reconozcámoslo, estamos aquí para saber los salseos de cierto príncipe y cierta princesa de cortes distintas antes de que todo hiciera BUM y dijéramos: JAJAJA NO KAPASAO?

Llevo esperando siglos para llegar a este momento y ver a nuestro -por ahora- resplandeciente caballero de la Corte de Verano y es hora de disfrutarrrr

Adelanto que la semana que viene estaré por completo out porque me voy de vacaciones (yupi por mí) por lo que he adelantado la actualización del próximo sábado a este con dos capis porque la impaciencia podía conmigo.

Otra cosa, mariposa, si alguien sigue Vástago de Hielo, advertir que voy a pausar las actus porque estoy sin capis de reserva y necesito ponerme de nuevo con las historias (hola, bloqueo del escritor)

Sed buenos y no olvidéis beber mucha awita porque parece que estamos en Mordor

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