| ❄ | Capítulo diecinueve
Los planes de mi madre de organizar un baile de bienvenida en honor de lady Dorcha y lord Alister provocaron que el palacio saliera de su estado casi dormido, pasando a uno rebosante de actividad. Todo el servicio —y parte de la corte— bullía de excitación ante la expectativa; mi madre y su séquito de damas se pasaban gran parte del día encerradas en los diversos saloncitos con los que contaba el segundo piso del palacio, disfrutando de la calidez que les proporcionaban las chimeneas encendidas mientras se encargaban de organizarlo todo.
Un mensaje procedente de Horth, una aldea situada a pocos días de camino, nos hizo saber que el conde Vaysser estaba a punto de llegar a la capital. Lord Alister así nos lo informó, tanto a Nicéfora como a mí, en una de nuestras ya habituales visitas al invernadero, lugar que parecía haberse convertido en el rincón preferido del primogénito de lady Dorcha en el palacio.
—¿Vuestros hermanos también viajan junto a vuestro padre? —pregunté, observando al joven divertirse con una de las enredaderas cuyas flores se deslizaban desde el techo como estalactitas naturales. Nif reía a su lado, poniéndose de puntillas con el propósito de alcanzar algunos de los pétalos.
Al ver que lord Alister no respondía inmediatamente, creí que no me había escuchado. Nuestra relación —si es que podía definirse de ese modo— continuaba estancada en ese punto de fría y cordial indiferencia el uno con el otro; mi madre y lady Dorcha ignoraban de manera deliberada la visible distancia que nos separaba, todavía convencidas de que existía una posibilidad de que todo cambiara y, de la noche a la mañana, quizá descubriéramos lo bien avenido que podía ser nuestro futuro matrimonio.
Los segundos siguieron transcurrieron sin que recibiera respuesta alguna, lo que me hizo pensar que estaba ignorándome a propósito. Apreté las mandíbulas con fuerza, conteniendo mi incipiente rabia por aquel desaire; la vocecilla que había escuchado en días anteriores, susurrándome que me deshiciera del lord inmediatamente y pusiera fin a ese maldito teatro, volvió a resonar en mis oídos. Animándome. Seduciéndome.
Me aclaré la garganta de forma bastante audible, lo suficiente para que Nicéfora dejara de reír y lord Alister se dignara por fin a mirarme. Sus ojos me contemplaron con su habitual frialdad y yo me pregunté, de nuevo, por qué no ponía punto y final a todo esto, volviendo junto a su familia a Ymdredd.
—Disculpad, Dama de Invierno —entrecerré los ojos al no atisbar ni un ápice de arrepentimiento en su voz—. ¿Qué decíais?
Esbocé una sonrisa cargada de veneno.
—Si vuestros hermanos viajan con vuestro padre hasta aquí o si han preferido quedarse en Ymdredd —repetí con fingida suavidad.
La mirada de Nicéfora alternaba entre lord Alister y mi rostro, preocupada. Ella era testigo de ese tipo de momentos, donde la tensión aumentaba exponencialmente, amenazando cualquier día con estallar. No obstante, y como siempre que llegábamos a ese punto, se quedó en silencio, sin querer tomar partido por ninguno de los dos.
Por mí.
—Ellos también viajan junto a mi padre —confirmó lord Alister.
Por supuesto que no perderían la oportunidad. El tiempo que lady Dorcha y su hijo llevaban allí, como nuestros invitados, habían generado una gran cantidad de rumores sobre su prolongada estancia, provocando que los lobos de la corte se afilaran las garras en las sombras mientras aguardaban su oportunidad.
Eso incluía a los otros hermanos de lord Alister.
Nicéfora decidió intervenir, dando una sonora palmada.
—Estoy deseando conocerlos —dijo, poniendo el suficiente énfasis para intentar romper la tensión que flotaba en el ambiente.
La expresión del lord se suavizó unos segundos, cuando desvió sus ojos hacia el rostro de ella, los suficientes para que yo pudiera advertirlo antes de que su habitual máscara donde mantenía sus sentimientos bajo control. Fingí no haber sido consciente de ese pequeño detalle, dispuesta a almacenarlo para poder pensar después cómo emplearlo a mi favor.
Los labios de lord Alister esbozaron una sonrisa pretendidamente forzada, pero no dijo nada.
Acepté la invitación que mi madre nos extendió tanto a mis damas de compañía como a mí para continuar con los preparativos de la recepción que daríamos en honor de lord Vaysser y su familia, pues el conde estaba a pocas horas de distancia y pronto tendríamos que salir a recibirle, cuando llegara junto a su propio séquito. Nos habíamos reunido todas —sus damas, las mías— en una sala un poco más amplia que las que habían utilizado la reina y su pequeño comité de organización; mi madre estaba rodeada, seleccionando los últimos detalles mientras el resto de mujeres que la rodeaban soltaban exclamaciones de aprobación.
Contemplé la escena desde mi asiento, procurando mantenerme al margen. La reina de Invierno había pedido mi opinión en un par de ocasiones, todo el mundo había aplaudido mis elecciones; lady Dorcha, también presente, permanecía junto a mi madre con una expresión cargada de placer, consciente de que el único motivo por el que estaba formándose todo aquello eran tanto ella como su familia.
No todos los días se era invitada de honor de los reyes de la Corte de Invierno.
Me encogí en mi hueco, sin quitarle la vista de encima a mi madre y a su grupo de damas de compañía. Mirvelle y Nyandra también se encontraban entre ellas, con los ojos relucientes por la emoción de estar en presencia de la reina, siendo parte de ello; Geleisth, por el contrario, ocupaba un sitio cerca de mí.
Nicéfora había prometido reunirse con nosotras más tarde, alegando no encontrarse del todo bien.
Aspiré una bocanada de aire, elevando una plegaria por décima vez desde que pusiera un pie en aquella habitación. Vi que Geleisth me contemplaba con disimulo, quizá preocupada por lo poco comunicativa que estaba aquella mañana; no había sido una buena noche para mí: no podía de dejar de darle vueltas a todo el asunto de lord Alister. Era evidente que el joven no sentía ningún aprecio por mi persona... un sentimiento que era mutuo; ninguno de los dos estaba haciendo el mínimo esfuerzo por intentar agradar al otro, como tampoco por cambiar la situación.
Todo estaba enrevesado y no podía hacer uso de mis malas artes para deshacerme de ese lord. No podía arriesgarme a romper la promesa que le había hecho a mi madre, perdiendo la pequeña concesión que me brindó al permitirme tener voz y voto en aquella elección.
Alguien apoyó una mano sobre mi hombro, sobresaltándome. Al ladear la cabeza descubrí a una sonriente Nicéfora; lo sucedido en el invernadero, junto a lord Alister, se repitió en mi mente. No era la primera vez que veía ese tipo de comportamiento en el joven; desde que anunciara que mi amiga nos acompañaría en calidad de carabina, protegiéndonos de ese modo a ambos de los posibles rumores que pudieran surgir si nos veían solos, había sido testigo de pequeños cambios en él.
Mis labios formaron una sonrisa, como siempre sucedía cuando veía a mi mejor amiga. Agradecí ese pequeño gesto reflejo, pues mi mente aún continuaba atrapada en lord Alister y lo que la presencia de mi dama de compañía había causado en él. El extraño nudo que se había formado en la boca de mi estómago.
Cubrí su mano con la mía y se la estreché.
—¿Te encuentras ya mejor? —me interesé.
Nicéfora hizo una pequeña mueca con los labios, pero en sus ojos descubrí un inconfundible brillo que parecía indicar que lo de esta mañana —su supuesto malestar matutino— no había sido más que una excusa. Frené de golpe a mi intuición, procurando que mi expresión no variara ni un ápice.
Geleisth ya no fingía: toda su atención estaba clavada en ambas mientras el resto proseguía con los preparativos. Nif rodeó el respaldo del sofá donde estaba sentada y ocupó el sitio que quedaba libre; recogí las faldas de mi vestido para no interrumpirla mientras se acomodaba.
—Lo suficiente para estar aquí, apoyándote —respondió con su habitual desparpajo.
Geleisth dejó escapar una risita, divertida.
Una joven doncella se acercó a mi madre y se inclinó hacia su oído. El rostro de la reina se iluminó ante las noticias que le había traído; sus labios se curvaron en una encantadora sonrisa antes de que se pusiera en pie y nos dijera a todas las presentes:
—Lord Vaysser acaba de llegar.
Controlé mis emociones ante el hecho de que el conde hubiera alcanzado la capital, reuniéndose con su familia. Lady Dorcha no tardó ni un segundo en imitar a mi madre, visiblemente emocionada por el anuncio; el resto nos levantamos de forma paulatina, a la espera de que la reina nos diera la orden de poder abandonar la habitación y bajar para recibir al conde y al resto de sus hijos.
Con un imperioso ademán, mi madre me indicó que acudiera a su lado, junto a lady Dorcha. Nuestro séquito de damas de compañía nos precedería, manteniendo una prudencial y respetuosa distancia; el resto del palacio ya había hecho correr la voz sobre la llegada del resto de invitados, ocupando sus respectivas y discretas posiciones lejos de la vista de la corte.
Nuestros pasos resonaron contra el pasillo cuando salimos de la salita, encaminándonos hacia las escaleras de piedra que nos conducirían hasta la planta baja. En el camino apareció mi padre junto a su reducido séquito compuesto por sus consejeros de mayor confianza; me sorprendió levemente encontrar entre ellos al padre de Airgetlam. La Reina Madre me aseguró que había movido sus pocos hilos para alejar a lord Airdelam de su propósito, demostrándole a mi padre las oscuras maquinaciones que había tratado de emplear para acercar a su hijo al poder; creí que eso habría hecho recapacitar al rey sobre en qué tipo de manos quería delegar la toma de decisiones de nuestra corte.
Era evidente que lord Airdelam se había humillado lo suficiente para que mi padre quisiera tenerle cerca todavía.
Entrelacé mis manos contra mi vientre y contemplé cómo mis padres se encontraban al inicio del último tramo de escaleras. La reina le dedicó una sonrisa casi privada antes de entrelazar sus brazos; me retrasé unos pasos, ocupando el lugar que me correspondía tras la estela de los reyes. Lady Dorcha se situó a mi lado mientras las damas de mi madre y las mías se mantenían a una discreta distancia, cerrando la comitiva.
Unos segundos después, como salido de la nada, lord Alister se apostó a mi otro lado, dejándome encajada entre su cuerpo y el de su madre.
Las puertas se abrieron de par en par, permitiendo que el frío del exterior me golpeara en el rostro. Al otro lado, un imponente carruaje tirado por tres magníficos caballos de color gris; uno de nuestros pajes, ataviado con una librea en la que se advertía la figura inconfundible de un guiverno de gris oscuro, se apresuró a cruzar la distancia para abrir la ostentosa puerta con el escudo de la familia de lord Alister.
Todos nos situamos en fila, rodeados por otros miembros de la corte que no habían querido perderse la oportunidad de estar allí. Del interior del vehículo emergió una imponente figura envuelta en una gruesa capa con el cuello bordeado de piel de zorro; alcé la barbilla para contemplar al conde mejor.
Compartía el mismo cabello oscuro y nariz que su hijo, pero ahí parecían acabar las similitudes entre su primogénito y lord Vaysser. Mientras que el joven siempre tenía una expresión casi hosca, el gesto de su padre era totalmente opuesto: abierto y franco, con una sonrisa que cruzaba sus labios.
Detrás de él no tardaron en aparecer los tres hermanos menores de lord Alister. Todos tenían el cabello negro habitual en su familia, y uno de ellos también parecía tener los ojos azules de lady Dorcha; los otros dos, no obstante, los tenían de color verde, como su padre. Lord Alister, al parecer, era el único que poseía una tonalidad castaña.
Entrecerré los ojos desde mi posición, estudiando a los recién llegados mientras notaba al joven que se mantenía a mi lado se tensaba. Me pregunté qué tipo de relación mantenía con sus hermanos para reaccionar de ese modo al verlos después del tiempo que habían estado separados.
Lord Vaysser encabezó la marcha, con una expresión complacida. Se dirigió hacia mi padre y le dedicó una pronunciada reverencia; el rey optó por dejar las formalidades de lado: sabía que eran viejos conocidos y que le convenía tener una actitud cercana debido a las circunstancias. El conde, no obstante, nos saludó con igual formalidad tanto a mi madre como a mí; no se me pasó por alto el escrutinio al que fui sometida cuando llegó mi turno. La mirada apreciativa que me dedicó antes de regresar junto a mi padre y dejar que lady Dorcha se hiciera cargo del resto de presentaciones.
Los tres hermanos de lord Alister me observaron con idénticas expresiones llenas de cortesía. Ninguno de ellos parecía ser tan cerrado u hosco como su hermano mayor, aunque tampoco quería confiarme de las primeras impresiones.
—Dama de Invierno —tomó la palabra lady Dorcha, con el pecho hinchado de puro orgullo—, permitidme que os presente al resto de mis hijos —hizo un gesto para que el muchacho que estaba frente a lord Alister se doblara por la cintura en una reverencia—. Feydyr...
Los ojos azules del joven resplandecieron antes de que una sinuosa sonrisa curvara la comisura izquierda de sus labios. Feydyr era el único de los tres hermanos menores que poseía esa tonalidad de ojos; además de las suaves facciones de su madre, la condesa.
—Darossen —continuó lady Dorcha, señalando al chico situado frente a mí.
Su apariencia casi infantil delató la posición que ocupaba en la jerarquía de los cuatro vástagos de lord Vaysser, además de la cabeza de altura que le sacaba. A pesar de su visible juventud, imitó a su hermano mayor en una perfecta reverencia y tuvo el atino de no quedárseme mirando del mismo modo que Feydyr.
—Y, por último, Varlaban —gorjeó la condesa.
Mi cuerpo se quedó rígido cuando el aludido adelantó un paso, tomando mi mano ante el estupor del grupo y besando el dorso con galantería. Contuve las ganas de poner los ojos en blanco, en especial cuando percibí la manifiesta molestia que provenía de lord Alister, cuya punzante atención estaba fija en su hermano menor.
Retiré mi mano con cuidado y les dediqué a los tres una comedida sonrisa.
—Estaba ansiosa por conoceros —dije con tono suave, recordando el comentario de Nicéfora cuando el lord dijo que sus hermanos viajarían hasta Oryth junto a lord Vaysser.
Pasé los dedos distraídamente por el bordado del escote de mi vestido mientras mis doncellas se encargaban de ajustar el dobladillo para la fiesta. Gracias al poco tiempo con el que contábamos, había convencido a mi madre para que me permitiera usar uno de mis viejos vestidos para la celebración de aquella misma noche; mi elección, no obstante, parecía haberle dejado mucho que desear, a juzgar por el modo en que miraba la prenda a través del espejo.
—Un color un tanto... desafortunado —comentó la reina, golpeándose con el índice en el pómulo.
Bajé mi mirada hacia la prenda que vestía, de un color negro. Lo había encontrado en el fondo de uno de mis armarios, prácticamente olvidado y sin apenas darle uso; ni siquiera era capaz de recordar para qué lo había empleado... o si lo había llegado a utilizar. Sin embargo, era perfecto para aquella noche, por mucho que mi madre pensara lo contrario.
Mis dedos acariciaron de nuevo el bordado en forma de cenefas vegetales que recorrían el escote corazón que dejaba al aire mis clavículas. Al contrario que yo, la reina había optado por un esplendoroso vestido de color azul medianoche, con hermosas filigranas de hilo plateado ascendiendo desde el dobladillo de la falda hasta su propio escote, unos centímetros más bajos que el mío; las mangas se le ajustaban a los brazos perfectamente, cubriéndole hasta la muñeca. Una prenda sencilla en comparación con las que veríamos entre algunas damas de la corte.
—Yo creo que es perfecto para la ocasión —repliqué con suavidad.
No tenía el ánimo suficiente para elegir un vestido mucho más llamativo. Todo el mundo estaría atento de mí esta noche... Por no hacer mención de lord Alister y sus recién llegados hermanos: los tres jóvenes habían mostrado bastante más entusiasmo que el primogénito a la hora de instalarse allí, en el palacio. Además de saber que se celebraría un baile en su nombre.
Escuché a mi madre chasquear la lengua.
Berinde me dedicó una mirada cargada de censura y terminó de dar la última puntada, anunciando que estaba todo listo. Mis doncellas nos desearon una feliz velada mientras la reina y yo abandonábamos mi dormitorio; la celebración ya había dado inicio desde hacía tiempo, pero mi madre había dictaminado que lo conveniente sería hacer nuestra entrada pasado un tiempo prudencial, permitiendo que los invitados de honor disfrutaran siendo el centro de atención.
Hicimos el trayecto en el más completo de los silencios. La reina se había interesado en cómo estaba desenvolviéndome con lord Alister y yo había endulzado ligeramente mis encuentros con el hijo de lady Dorcha, consciente de que no estaba haciendo más que alargar aquella pantomima. Al igual que el hijo de la condesa.
Las puertas del salón estaban abiertas de par en par, haciendo que la algarabía del interior de la sala se extendiera por el vestíbulo y los corredores cercanos. El eco de las conversaciones y risas no tardó en rodearnos, a pesar de la poca distancia a la que nos encontrábamos; tomé una honda respiración, dejando que la Dama de Invierno ocupara mi lugar.
Di un paso, pero la mano de mi madre me detuvo en seco.
—Soy consciente de tu esfuerzo, Mab —sus palabras removieron mi interior, pero mi expresión no varió ni un ápice—. Y sé que tendrá su correspondiente recompensa.
Me limité a observarla, sin decir nada. ¿Qué recompensa podía encontrar en todo aquel asunto? Lo único que me motivaba a formar parte de eso, siguiendo las reglas que mis padres habían establecido, era intentar hallar a alguien que no supusiera una amenaza para los intereses de la Corte de Invierno. Para mis intereses.
Al final obligué a mis labios a forzar una sonrisa.
Luego cruzamos el umbral, juntas.
—... al ser nuestra primera vez en la capital —terminó diciendo Varlaban.
El hermano menor de lord Alister no había perdido la oportunidad de acapararme casi toda la noche, al igual que los otros dos. Sin embargo, Feydyr y Darossen pronto habían cedido al influjo de la corte, entremezclándose con el resto de los invitados, después de que Nicéfora —ataviada con un deslumbrante vestido de azul grisáceo sin mangas y con un revelador escote mucho más profundo que el mío— les convenciera a ambos para que bailaran una pieza con Mirvelle y ella. De lord Alister no había ni rastro, aunque supuse que estaría escondido en algún rincón del salón, pasando desapercibido mientras los otros miembros de su familia disfrutaban de la atención que les prodigaban.
Ladeé la cabeza en dirección a Varlaban.
—Espero que Oryth esté cumpliendo vuestras expectativas —repuse, comedida.
El joven dejó escapar una risa y sus ojos volvieron a recorrerme de pies a cabeza. Se había deshecho en halagos al verme, pasando después a un soporífero monólogo donde me había contado parte de su vida; como segundo hijo del conde, su padre le había dado un poco más de libertad que a su hermano mayor, quien pronto había sido reclamado por una cantidad apabullante de tutores y maestros. No obstante, lord Vaysser también le había obligado a tomar algunas clases junto a lord Alister —en ese punto, Varlaban hinchó el pecho y comentó con tono desdeñoso: «Mi padre siempre tuvo claro que mi hermano no tenía lo necesario para ser el heredero, quizá por eso decidió tener más opciones... »—, lo que pareció crear pequeñas fricciones entre ambos.
Y lo que podía explicar por qué lord Alister no parecía haberse dado por vencido, haciendo que su madre y él regresaran a Ymdredd.
La sonrisa que apareció en el rostro de Varlaban en aquel momento me indicó lo ufano que debía sentirse por estar tan lejos de su hogar... y las expectativas que ya flotaban en su mente.
—Más de lo que hubiera creído mientras viajábamos hasta aquí, Dama de Invierno —contestó en tono zalamero—. No sabéis lo arrepentido que estoy de no haber aceptado venir antes...
Todo se apagó a mi alrededor al atisbar una figura dolorosamente familiar acercándose a nosotros, ataviado casi como un rey. Con su habitual actitud desafiante y engreída, esquivaba a los invitados que se le cruzaban en su camino e ignoraba deliberadamente a aquéllos que intentaban detenerle para saludarle... o a las jóvenes que salían a su paso con la esperanza de conseguir un simple baile, quizá un poco de su atención; las piernas me temblaron y un temblor sacudió mi cuerpo. Busqué apresuradamente una excusa cualquiera que me permitiera escabullirme, pero mi boca no era capaz de responder; tampoco mis extremidades, que parecían ancladas al suelo.
Me dedicó una sonrisa torcida al mismo tiempo que daba un par de golpecitos a mi acompañante en el hombro, advirtiéndole de su presencia.
Varlaban, ajeno a la persona que se encontraba a su espalda, giró el cuello casi con parsimonia, creyendo que sería una despedida rápida. Sus ojos observaron desde el cabello rubio hasta las relucientes botas del extraño que había osado interrumpirnos; la mirada verde del otro tenía un leve brillo de perversa diversión, como si la visible ignorancia del hijo del conde le resultara encantadora.
El rostro de Varlaban se contrajo en una mueca de contrariedad.
—Buen hombre —dijo, alargando las palabras—, ¿acaso sabéis quién soy para atreveros a irrumpir de ese modo...?
El recién llegado ladeó la cabeza, haciendo que recordara a una víbora a punto de lanzarse a la yugular de su presa.
—Qué torpeza la mía haber interrumpido de este modo y no haberme presentado correctamente —respondió con regodeo—. Lord Airgetlam a vuestro servicio, mi señor.
Nuestros caminos no habían vuelto a cruzarse desde la Corte de Otoño, después de que aprovechara una cacería para herir al heredero de la Corte de Verano. Desde que hubiéramos regresado, no había tenido ni una sola noticia de lord Airgetlam... hasta ahora. Nos observamos el uno al otro, calibrándonos con la mirada.
—Mi padre es uno de los hombres de confianza del rey —apostilló con maldad, sin apartar sus ojos de los míos.
Me dedicó una sonrisa antes de romper el contacto visual, centrándose de nuevo en Varlaban. El joven parecía haber comprendido el mensaje implícito y su actitud bravucona había dado paso a una mucho más cauta.
Lord Airgetlam, complacido, se inclinó hacia Varlaban y dijo:
—Me gustaría tener una conversación privada con la princesa. Ahora.
El hijo del conde no dudó ni un instante en desvanecerse, como si hubiera olvidado repentinamente mi presencia a su espalda o hubiera decidido que no valía la pena. Le vi perderse entre la multitud sin tan siquiera dirigirnos una última mirada; luego devolví mi atención a un sonriente lord Airgetlam y entrecerré los ojos, sin olvidar lo que sucedió en nuestro anterior encuentro en la Corte de Otoño.
—¿Venís a comprobar que mi honor siga intacto, milord? —le pregunté con sorna—. Lord Varlaban simplemente estaba siendo amable, así que no será necesario un nuevo complot por vuestra parte para protegerme.
Ladeó la cabeza y dio un paso hacia mí, acortando la distancia que nos separaba al uno del otro.
—Solamente estoy aquí para demostraros que os soy fiel y que mis intereses no son otros que servir a la Corte de Invierno —replicó en tono conspirador.
Un relámpago de pánico cruzó mi cuerpo cuando me tomó por la muñeca, tirando de mí con firmeza hasta que estuvimos casi pegados. Contemplé el salón, la multitud que nos rodeaba, buscando los posibles espías que hubiera entre ellos, pero todo el mundo parecía estar inmerso en sus propios asuntos.
—Soltadme de inmediato —siseé.
—Acompañadme y lo haré —dijo en respuesta.
Volví a clavar mi mirada en lord Airgetlam con recelo. ¿Qué estaba tramando? Sabía que no podía confiar en sus intenciones, pues lo único que buscaba con ellas era su propio beneficio; ya lo había demostrado en Díalo, al perder los papeles cuando no fue elegido como campeón de nuestra corte... o cuando optó por atacar a Oberón, fingiendo estar defendiendo mi honor.
—Sólo quiero ayudaros, Dama de Invierno.
Dejé escapar una risa llena de incredulidad.
—Ayudarte a ti mismo —le corregí con venenosa suavidad.
Su silencio fue respuesta más que suficiente. Traté de zafarme de su agarre, pero sus dedos se cerraron aún más alrededor de mi muñeca; se me formó un nudo en mitad de la garganta al sentir su aliento acariciando el lóbulo de mi oreja cuando susurró:
—Ya os lo dije una vez: vuestros intereses son los mismos que los míos.
No era cierto. Lo que él buscaba difería con lo que yo quería; lord Airgetlam se movía por su desmesurada codicia, inculcada desde que era un niño. Su padre le había enseñado que no existían límites a la hora de obtener más poder... y la corona era una fuente inagotable del mismo.
Si la Corte de Invierno caía en sus manos, estaría condenada.
—Venid conmigo —me pidió, aunque su tono se asemejaba más a una orden—. Dadme una maldita oportunidad y os daré lo que necesitáis para deshaceros de ese lord.
La mención de lord Alister hizo saltar todas mis alarmas. Su presencia en el castillo, el largo viaje que habían realizado tanto su madre como él desde Ymdredd, no había sido ningún secreto; aquel dichoso baile era una confirmación a lo que ya corría de boca en boca por toda la corte: lord Vaysser había enviado a su primogénito y a su esposa para comprometerlo con la princesa o, al menos, intentarlo.
Alcé mirada hacia los ojos verdes de lord Airgetlam. ¿Qué podía saber de lord Alister que me permitiera usarlo a mi favor, obligándole a poner fin a ese teatro que habíamos estado interpretando aquellas últimas dos semanas...?
Cogí aire, sin tener muy claro qué estaba aceptando. Si no estaría cayendo de lleno en una de sus trampas.
—Una oportunidad —le advertí, cediendo.
El joven asintió y cumplió con su palabra de soltarme si yo accedía a acompañarle.
Miré de nuevo a mi alrededor antes de seguir a lord Airgetlam hacia la salida. Mantuve las distancias, notando cómo el nudo de mi garganta se trasladaba a mi estómago a cada paso que daba; el lord se limitó a guiarme a través del vestíbulo hasta las escaleras, donde subimos hasta el primer piso. El largo corredor al que desembocamos conducía a dos alas llenas de dormitorios destinados a algunos miembros importantes dentro de la propia corte; sentí mi corazón acelerándose al no comprender qué estábamos haciendo allí. Si lord Airgetlam contaba con información privada, ¿por qué no conducirme a uno de los salones cercanos a la fiesta? ¿Por qué alejarnos tanto?
Apenas fui consciente de cómo nos deteníamos frente a una de las puertas y él se inclinaba hacia mí con una sonrisa de visible satisfacción cruzando sus labios.
—¿Qué significa todo es...?
No fui capaz de terminar la pregunta: el chasquido que emitió la hoja hizo que enmudeciera de golpe. Mi desconcierto aumentó exponencialmente al ver aparecer a un lord Alister bastante... acalorado; su rostro estaba ruborizado y algunos mechones oscuros se le pegaban a causa de la fina pátina de sudor que cubría sus sienes. Dejé que mis ojos descendieran hacia sus prendas desarregladas antes de obligarme a devolver mi mirada a su rubicunda cara.
El joven se quedó congelado de la impresión cuando nos descubrió a lord Airgetlam y a mí esperando al otro lado, en el pasillo. Abrió los ojos de par en par y trató en vano de pelear con su arrugada camisa, como si creyera que eso era suficiente para borrar lo que había estado haciendo en el interior de aquella habitación.
Una oleada de calor se agolpó en mi rostro, pues conocía perfectamente la respuesta a qué había sucedido al otro lado de la puerta. No era una ingenua, tampoco estúpida; había sido consciente de cada uno de sus gestos, de sus miradas... Pero había optado por mirar hacia otro lado, por fingir no saber absolutamente nada, creyendo que ella no se dejaría engatusar. Que sería ella quien tendría el control en todo momento, como siempre había sucedido en el pasado.
—Lord Alister —mi voz sonó cortante como el filo de un cuchillo—, no tengo recuerdo de que en ninguna de las habitaciones del castillo contemos con ejemplares botánicos que puedan resultarle de interés... Aunque es posible que esté equivocada.
El sorprendido muchacho abrió y cerró la boca varias veces, sin saber qué decir en su defensa. Me aparté de lord Airgetlam y me acerqué lo suficiente al otro para que mis palabras quedaran entre los dos; no quería brindarle más munición al hijo de lord Airdelam, por agradecida que me sintiera en aquel instante.
—¿Es este el motivo por el que decidisteis quedaros aquí? —le pregunté en un iracundo susurro.
En esa ocasión no rehuyó mi mirada y tampoco fingió no haberme escuchado.
—Esto no ha significado nada, sólo una maldita distracción de esta locura —me espetó y su respuesta me hirió, aunque debía haberme sentido aliviada—. Si aún sigo aquí es por algo que ya deberíais saber: vuestros padres han decidido que ha llegado el momento de comprometeros y la reina creyó que era una buena opción.
Humedecí mi labio inferior, recordando la inconmensurable —y valiosa— información que me había proporcionado Varlaban de manera inconsciente en su intento por impresionarme.
—Pero eso no es toda la verdad, lord Alister: también es por una cuestión de orgullo —ronroneé, sabiendo que estaba rompiendo la promesa que le hice a mi madre: nada de complots—. Vuestro padre no confía en vos lo suficiente, no cree que estéis preparado para asumir el control del condado de Ymdredd, así que pensó en preparar a vuestro hermano, Varlaban, ¿no es cierto?
El joven apretó los labios y desvió la mirada con aire culpable.
—¿Qué mejor modo de ganar en vuestra absurda cruzada contra el conde y vuestro hermano que consiguiendo la mano de la princesa de la Corte de Invierno? —concluí con un ramalazo de amarga satisfacción al comprender por qué no había regresado a su hogar, por qué continuaba siguiendo las órdenes de su madre.
Esperé una respuesta, pero lord Alister permaneció en silencio.
—Volved abajo —le ordené, sin poder ocultar el desagrado que me producía tenerle tan cerca—. Seguid disfrutando de la fiesta.
Me miró fugazmente antes de obedecer, derrotado y con todas las cartas a la vista. No perdí mi valioso tiempo en comprobar si se marchaba o hacia qué dirección lo hacía; aquél ya no era problema mío. Nunca más.
Pero aún me quedaba pendiente uno.
—Alteza —la seductora voz de lord Airgetlam sonó a mi espalda, casi como una caricia.
Mordí mi labio antes de decir:
—Vos también, milord.
—Creo que...
Clavé mis ojos en la puerta entornada del dormitorio que había usado lord Alister para aquel furtivo encuentro.
—He dicho que os marchéis, lord Airgetlam —repetí con firmeza—. Quiero estar a solas.
Casi esperé un poco de resistencia por parte del joven a cumplir con mis órdenes pero, al igual que el otro, dio media vuelta y siguió los mismos pasos que lord Alister con la espalda erguida y actitud desafiante. Aguardé hasta perderle de vista y aferré el picaporte, dudando unos segundos sobre lo que debía hacer a continuación.
Finalmente empujé la puerta lo suficiente para poder colarme en el interior, descubriendo a la persona que todavía permanecía allí oculta.
—Nif —suspiré.
Estaba sentada en el borde de la cama, con las manos entrelazadas y la cabeza gacha. El hermoso recogido que había lucido aquella noche había desaparecido: su cabello negro caía en ondas, suelto; me fijé en que, al menos, había optado por vestirse de nuevo. Aunque las sábanas revueltas de su espalda eran prueba más que evidente del uso que le habían dado.
Tenía el rostro pálido y los ojos llenos de lágrimas cuando alzó el rostro en mi dirección.
—Mab, por favor... —un sollozo brotó de su garganta—. Sé que te he fallado, pero...
Cerré la puerta a mis espaldas y crucé la distancia que nos separaba. Tomé asiento a su lado, contemplándola en silencio; conocía a Nicéfora del mismo modo que ella me conocía a mí. Adoraba el coqueteo, el saber que ella tenía el control en ese tipo de situaciones. La había visto desaparecer de la mano de una generosa cantidad de jóvenes en los rincones más oscuros del castillo. La había escuchado hablar de sus pequeños affaires...
Pero en aquella ocasión había ido demasiado lejos, hacia un punto sin retorno.
Tomé su mano mientras ella se rompía definitivamente, cediendo al llanto; no quise mirar a mi espalda, hacia la prueba que señalaba el error que acababa de cometer y que podía ponerla en serio peligro si alguien lo descubría. Apoyó su mejilla en mi hombro y yo permití que derramara las lágrimas que quisiera hasta que estuviera lista para hablar.
—No fue a propósito —dijo con un hilillo de voz—. Surgió solo... o eso creía.
Contemplé la pared de piedra que había frente a nosotras. La idea de que estuviera conmigo en mis encuentros con lord Alister había sido mía, y en aquel momento me había parecido una solución idónea para no quedarme a solas con aquel joven casi huraño; Nicéfora era mi amiga, mi mejor amiga, mi confidente. Siempre había acudido a ella cuando me surgía algún problema.
Estreché su mano con fuerza.
—Te creo, Nif —respondí a media voz.
No quería perderla.
No podía perderla.
El cuerpo de Nicéfora se sacudió al escucharme y un nuevo sollozo brotó de sus labios, más fuerte que los anteriores. Continué rodeando su mano con las mías, dejando que sus lágrimas humedecieran mi vestido mientras algo dentro de mí se retorcía al ver a mi amiga en ese estado.
—Era... era distinto —murmuró Nif al cabo de unos instantes—. No era el chico hosco y huraño que creí en un principio, el lord que aparentaba ser... Todo empezó cuando mostré una pizca de interés por la botánica. Al principio fueron... fueron pequeños detalles en su forma de actuar hacia mí...
El dolor que impregnaba sus palabras me advirtió que no le estaba resultando fácil hablar de ello, aunque fuera a mí. Lord Alister había estado jugando con ella todo este tiempo y Nicéfora había caído de lleno en sus redes, sin que nada pudiera impedir que terminara enamorándose de él.
Nif había escuchado nuestra conversación, antes de que yo enviara al joven de regreso al salón donde continuaba celebrándose el baile. Nif había oído el modo en que lord Alister se había referido a la relación que habían mantenido, cómo la había catalogado a ella.
—No necesito conocer detalles, Nif —la interrumpí, con voz firme y segura—. Sigo creyéndote.
Alzó sus llorosos ojos hacia los míos, confundida. Como si hubiera esperado otro tipo de reacción por mi parte; eso me produjo una punzada en el corazón.
—Pero él... él era... —balbuceó.
—Nunca fue una opción —le aseguré.
Ella aspiró una trémula bocanada de aire y yo le dediqué una sonrisa con la que pretendía infundirle ánimos, hacerle saber que estaba de su lado.
Siempre.
* * *
Es una lástima que el rencor que guardaba hacia cierta persona le cegara hasta el punto de tratar de ese modo a su propia hija al descubrir lo que sucedió en el Bosque de los Susurros, cuando su comportamiento ha sido tan diametralmente opuesto en este capítulo...
Pero a lo largo de estos libros (que, ya advierto, son una duología) entenderemos qué sucedió para que Mab dijera: "No voy a respirar tranquila hasta veros bajo tierra a todos vosotros". Porque, adelanto, la muerte de Bolger fue la gota que colmó el vaso.
Otra cosa, queridos pajarillos, ¡feliz Lammas! Seguro que el nombre os suena (*ejemejemDamadeInviernoejemejem*)
Con motivo de esta encantadora festividad he decidido hacer una triple actualización en todas mis obras de temática fae por lo que, si seguís Thorns o Vástago de Hielo, ¡estáis de suerte!
¡Portaos bien!
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