| ❄ | Capítulo cuarenta y dos
Aspiré una bocanada de aire, notando un ligero regusto a sal marina. Los festejos previos antes de la ceremonia que uniría a Muirne y Voro habían seguido adelante; tras haber mantenido reposo conforme me indicó el sanador, había llegado el momento de regresar.
Mis damas de compañía me respaldaban mientras avanzábamos hacia los jardines, zona predilecta de los monarcas de Verano para desarrollar las actividades que habían preparado, ya que eran terrenos lo suficientemente espaciosos para poder albergar a los invitados... y el buen tiempo parecía ser un buen acompañamiento para realizar los encuentros allí. Inspiré hondo antes de cruzar las puertas acristaladas, sintiendo la pegajosa capa de sudor que empezó a extenderse por mis palmas; Nyandra, Geleisth y Nicéfora se habían volcado conmigo durante mi período de reposo, tratando de subir mi ánimo. Pero no se me había pasado por alto cómo habían esquivado hábilmente ciertos temas, como los rumores que debían correr respecto a lo sucedido.
Nif apoyó una mano sobre la parte baja de mi espalda, sacándome de mi propio ensimismamiento. Sus ojos azules se mostraban preocupados y supe que, si optaba por dar media vuelta y volver a mis aposentos, ella me acompañaría sin presionarme.
—Estoy bien —le aseguré a media voz—. Sólo necesitaba un momento.
Observé a los grupos que habían comenzado a formarse, las mantas que habían extendido sobre el césped para poder sentarse o reclinarse sin manchar sus maravillosas prendas. De manera inconsciente me vi buscando a alguien en concreto, cierta lady de la Corte de Primavera; la tentadora oferta de Nicéfora de ayudarme a tomar represalias contra lady Titania aún no se había desvanecido de mi mente y, aunque me había mostrado reticente al principio, una poderosa parte de mí se negaba a pasar página.
Por mucho que me hubiera recordado la deuda que tenía con el Caballero de Verano, no era suficiente para calmar mi sed de venganza.
Por mucho que mi mente hubiera decidido jugar conmigo, emulando el rostro del príncipe, la decepción de sus rasgos si decidía tomar ese camino.
Era rencorosa, formaba parte de mi naturaleza, y lo sucedido en las caballerizas, el modo en que lady Titania me había engatusado con su apariencia dulce e inocente para que tomara uno de los caballos del heredero del rey Rhydderch, no debía caer en el olvido. No debía quedar impune.
Nyandra se aclaró la garganta y señaló una de las mantas que aún estaban sin ocupar, situada estratégicamente en una zona con poca afluencia. Un rincón donde pasar desapercibidas, sin llamar mucho la atención.
Le dediqué una sonrisa agradecida a mi dama de compañía e inicié la marcha hacia allí. Mis hombros se tensaron cuando las primeras miradas se desviaron hacia nosotras, cuando vi las primeras sonrisas de algunas personas pertenecientes de la Corte Seelie; qué divertido debía resultarles que una princesa Unseelie hubiera tenido el descaro de comportarse de ese modo tan impropio contra la hospitalidad de los anfitriones. Qué deliciosa historia con la que poder chismorrear.
Sin embargo, ninguna de ellas tuvo el suficiente valor para sostenerme la mirada y eso me llenó de una retorcida satisfacción, pues no habían olvidado quién era. Y lo que sucedería si daban un simple paso en falso.
Dejé que mis damas se acomodaran sobre la manta y escaneé la multitud que nos rodeaba, de nuevo buscando a lady Titania entre los presentes. La misma lucha interna que había tenido en aquellos días volvió a asaltarme sobre qué hacer al respecto; la necesidad de demostrarle a esa joven que no iba a consentir que su engaño quedara impune batallaba con la reciente deuda que había nacido entre el príncipe y yo. ¿La usaría en mi contra si optaba por actuar y enfrentarme a la pupila de su madre?
Las sienes empezaron a palpitarme ante el dilema que se me presentaba, ante las opciones que tenía frente a mí. Aún no había tomado una decisión al respecto, aún seguía atrapada entre los dos frentes que se encontraban abiertos y que me empujaban en dos direcciones distintas.
Sacudí la cabeza, obligándome a alejar esos pensamientos al menos durante lo que durara aquel encantador picnic multitudinario al aire libre, y ocupé el hueco libre que quedaba junto a Nicéfora. Un pequeño grupo de sirvientes se nos acercaron con celeridad, dejando junto a nosotras una coqueta cesta de madera; Nyandra se inclinó sobre ella con ojos relucientes, indagando en su contenido con manifiesta emoción.
La atención que habíamos suscitado con nuestra presencia parecía haberse aplacado: los ojos que había sentido sobre nosotras, acechándonos como depredadores, parecían haber encontrado otro foco de atención; todos a nuestro alrededor parecían haber regresado a sus propios asuntos y la tensión que se había aferrado a mis músculos se había relajado lo suficiente para permitirme bajar un poco la guardia.
Nyandra tenía entre sus manos una reluciente botella de líquido dorado y diminutas partículas que, unos segundos después, reconocí como purpurina. Al parecer, ese tipo de vino era propio de la Corte de Verano y una de las bebidas más consumidas en los festejos que se celebraban.
Eché la cabeza hacia atrás, cerrando durante unos segundos los ojos, con el propósito de mantener mi mente en blanco, eliminar cualquier voz o pensamiento que quisiera colarse dentro de mi cabeza. Dejé que la alegre algarabía de conversaciones, risas y música me envolviera, me alejara unos segundos de caos que había traído consigo mi llegada a aquel lugar. Cumpliendo los temores que había guardado para mí sobre lo mala idea que sería cuando mis padres me comunicaron la noticia.
Por todos los malditos elementos...
—¿Dama de Invierno...? —una insegura voz femenina me distrajo, empujándome a abrir los ojos con premura. Con un nudo en la boca del estómago vi que lady Muirne se encontraba frente a la manta que mis damas de compañía y yo habíamos ocupado; las faldas de su ligero y cómodo vestido de color perla se agitaban a causa de la leve brisa que se había levantado desde el mar. Sus ojos castaños me contemplaban con una mezcla de curiosidad y apuro.
La única ocasión en la que habíamos cruzado palabra había sido durante el primer día, cuando me acerqué a la carpa donde se encontraba acompañada por la reina y su pupila para desearle una feliz futura unión. Su inaudita —e incomprensible— presencia allí, en aquel rincón apartado, no podía significar nada bueno.
Mis damas de compañía guardaban silencio, abrumadas por la llegada de la prometida del príncipe de Verano.
—Lady Muirne —la saludé con cautela.
Las guardias que me había permitido bajar unos minutos antes se erigieron a toda prisa en mi interior, azuzando al recelo.
—Tomad asiento, por favor —le ofrecí casi de forma automática, producto de las largas horas que había pasado con lady Amerea siendo niña, y señalé con un aspaviento la manta vacía.
La joven me dedicó una fugaz sonrisa de agradecimiento antes de sentarse cerca de donde yo estaba.
—Voro —sus mejillas se sonrojaron al percatarse de su pequeño desliz—. Mi prometido —se corrigió a sí misma, bajando un poco la cabeza a causa de la vergüenza— compartió conmigo lo sucedido en las caballerizas.
Tras aquel comentario fueron mis propias mejillas las que empezaron a arder. Todo el mundo en la corte debía estar al corriente respecto a mi desventurada desaparición y una enrevesada versión de lo que realmente había sucedido habría empezado a correr de boca en boca.
Vi una sombra de compasión en los ojos de lady Muirne, lo que acrecentó mi bochorno interno.
—Me interesé por vuestro estado tras la visita del sanador —continuó hablando y entrecerré los ojos con sospecha al intuir cierto nerviosismo en sus gestos, en el modo en que su mirada castaña no parecía ser capaz de aguantar la mía más que por unos breves segundos. No me gustó el mensaje que su cuerpo estaba lanzándome, aunque fuera de manera inconsciente—. Pero no tuve oportunidad de visitaros o haceros llegar un simple mensaje a vuestros aposentos debido a —sus manos se agitaron al aire, como si estuviera señalando el despliegue de nuestro alrededor— todo esto.
Percibí un ligero tono frustrado en su voz. ¿Acaso lady Muirne no disfrutaba de los preparativos previos a su futura unión? La joven prometida del príncipe Voro era una incógnita para mí, pues no había tenido la oportunidad de intentar conocerla... hasta ahora.
—Por eso mismo me gustaría invitaros a que os unierais vuestras damas de compañía y vos a mí en mi propia manta —ofreció y, en aquella ocasión sí, sus ojos castaños conectaron con los míos.
Mi recelo aumentó al escuchar la generosa oferta de lady Muirne. Demasiado tentadora e inocente, pero ya había estado en una situación similar, con una joven cuyo aspecto era tan encantador como el de ella, y había caído en su trampa; había permitido que su apariencia y fingido comportamiento me arrastraran a cometer aquella serie de errores que habían desembocado en una deuda con el Caballero de Verano y uno de los momentos más humillantes de mi existencia. Pero ¿podía negárselo? Lady Muirne jugaba con la ventaja de su posición y yo sabía que, si me negaba a aceptar, eso no haría más que incrementar las habladurías.
Esbocé una tensa sonrisa, consciente de mis limitadas opciones.
—Sois muy amable, lady Muirne.
Parte de la tensión que podía percibir en el cuerpo de la joven pareció desvanecerse al escuchar mi respuesta afirmativa. Mis damas de compañía y yo nos pusimos en pie, permitiendo que fuera lady Muirne quien nos condujera a su propia manta; la piel empezó a cosquillearme ante las miradas que se desviaban a nuestro paso, obligándome a no apartar la vista del frente.
Pensé que los elementos tenían un retorcido sentido del humor cuando divisé la manta a la que nos dirigíamos... y las personas que la ocupaban, todas ellas ya atentas a nuestra llegada.
Una mezcla de rabia e indignación agitó mi sangre al ver la afilada y viperina mirada de lady Titania ya fija en mí. Estaba resplandeciente con aquel vestido de color verde con enredaderas que ascendía desde los bajos de su amplia falda y rodeaban sus muñecas, trepando por los antebrazos; sus labios se curvaron en una media sonrisa, en apariencia inocente, antes de inclinarse a susurrar algo en la joven que tenía a su lado, de cabellos oscuros y mirada de un tono más oscuro que el vestido que llevaba lady Titania. Contuve el ligero temblor de mis labios, tragándome la mueca que pugnaba por formarse en ellos.
Los ojos de Oberón eran calculadores y cargados de una intensidad que me erizó el vello, a pesar de encontrarse casi relegado a un segundo plano en aquel enorme trozo de tela. Aquel era nuestro primer encuentro tras su marcha de mi dormitorio, después de asegurarse de que su sanador se encargaba adecuadamente de mí; la repentina —y vergonzosa— confesión que le hice en las caballerizas respecto a mi nulo manejo de mi propio poder resonó en mis oídos, levantando una oleada de mortificación. Me arrepentía de aquel extraño arranque de sinceridad; me arrepentía de haberle dado aquella arma que podría usar contra mí en cualquier momento... como éste mismo.
Mis damas de compañía se replegaron a mi espalda y, por el rabillo del ojo, pude ver cómo Nicéfora no apartaba la mirada de lady Titania, cuya atención aún continuaba fija en mí. Lady Muirne se encargó de hacer las correspondientes presentaciones, desvelando que las dos jóvenes que estaban sentadas junto a lady Titania eran Wyndel y Eleanna, sus futuras damas de compañía. Ambas se apresuraron a bajar la cabeza ante mi presencia antes de que la prometida del príncipe agregara:
—Ella es lady Titania —la sonrisa que aún adornaba los carnosos labios de la interpelada creció de tamaño al escuchar su nombre—. Hija de lord Darach y actual pupila de la reina.
La joven alzó la barbilla. En sus ojos castaños vi una pátina de retorcida satisfacción y ni una sola pizca de arrepentimiento por lo sucedido; había sido consciente en todo momento de lo que estaba haciendo, buscándolo mediante subterfugios camuflados en falsa amabilidad.
—Alteza.
Mis dientes rechinaron. La elección no había sido casual, ya que había empleado la misma palabra para dirigirse a mí cuando tropecé con ella por casualidad en el pabellón privado, acariciando a Merussine, la montura que fingió que era suya.
—Lady Titania.
Me dedicó una coqueta inclinación de cabeza antes de romper el contacto visual, centrándose en lady Muirne, que estaba a mi lado. Como si no nos separaran apenas unos centímetros de distancia, noté cómo el cuerpo de la chica se tensaba al ver que su atención ahora estaba fija en ella.
—Wyndel estaba equivocada al afirmar que la Dama de Invierno os aterrorizaba —comentó en tono casual, pero sus palabras fueron afiladas—. Menuda absurdez, ¿no os parece?
Un leve rubor se instaló en las mejillas de lady Muirne, que optó por no responder y agachar la cabeza. Voro, quien se encontraba sentado junto a su hermano mayor, percibió la incomodidad de su prometida; su rostro pareció iluminarse al extender el brazo en su dirección, dedicándole una sonrisa hizo desaparecer parte de las dudas que guardaba respecto a la relación que ambos tenían.
Porque Voro realmente quería a su prometida. A pesar de su apresurado compromiso, siendo los dos tan jóvenes, y del tiempo que el príncipe de Verano pasaba lejos del castillo... sus sentimientos aún seguían ahí.
Y, a juzgar por la luz que desterró la oscuridad que había creído captar en los ojos castaños de ella, los sentimientos eran correspondidos.
Sentí el mismo pellizco en el pecho que me asaltaba al ver a mis padres juntos, mostrándome que, a pesar de que la mayoría de matrimonios eran convenientes acuerdos cerrados entre familias que compartían intereses comunes, también existían excepciones. Que también era posible unirte a otra persona, no por lo que podría aportar a tu familia, sino por eso.
Algo tan frágil y tan extraño en nuestro mundo llamado amor.
Aparté la mirada y dejé que lady Muirne acudiera junto al príncipe, dedicándole una sonrisa. Mis damas de compañía, como si hubieran llegado a algún tipo de entendimiento secreto, se apresuraron a colocarse de modo que yo quedara sentada entre ellas; Nicéfora, como no podía ser de otro modo, había elegido el hueco libre que quedaba al lado de lady Titania.
—Decidnos, Dama de Invierno —la chica con la que lady Titania había estado cuchicheando rompió el silencio. Recordé que se llamaba Eleanna—, ¿estáis completamente recuperada de vuestras heridas?
Wyndel, cuyo cabello rubio oscuro caía graciosamente sobre sus hombros, se inclinó hacia delante, interesada por el tema de conversación. Sus ojos aguamarina no eran capaces de ocultar su emoción.
—He oído decir que estabais llena de cortes y magulladuras —apostilló.
—Y yo he oído decir que erais una buena amazona —agregó lady Titania, dirigiéndome una sonrisa de suficiencia—. Supongo que no estáis acostumbrada a los caballos de la Corte de Verano... Suelen ser temperamentales y no parecen encajar bien con jinetes de carácter similar.
Encajé el golpe bajo que escondían sus palabras con una sonrisa igual de afilada y separé los labios, con la respuesta perfecta en la punta de la lengua.
—Por suerte para todos sólo fue un pequeño susto, dado que Merussine no está acostumbrada a los desconocidos —intervino Oberón, atrayendo la atención de lady Titania y Wyndel—. Nada que Glaudus no pudiera arreglar.
Una sombra de molestia pasó fugazmente por la mirada de lady Titania, quien se inclinó hacia el Caballero de Verano con una resplandeciente sonrisa.
—Cómo olvidar que sois un héroe, Alteza —le halagó, coqueta—: de no haber sido por vos, ¿quién sabe qué hubiera sucedido con la Dama de Invierno?
Sacudió la cabeza con aire compungido, como si la simple imagen le provocara un horror inimaginable. Ahora que conocía la faceta oscura de lady Titania no se me pasaron por alto los pequeños detalles de su comportamiento, el hecho de que ansiaba convertirse el centro de atención... en especial de cierto príncipe heredero; no me sorprendió descubrir las intenciones de la joven hacia el Caballero de Verano. ¿Quién se resistiría a la oportunidad de convertirse en reina? Su posición como nueva pupila de la reina, gracias a su familia, le permitía estar cerca de Oberón, una ventaja con la que pocos podían contar.
Wyndel fingió sufrir un escalofrío, pestañeando en dirección al príncipe, quien no parecía muy agradado por el cambio de rumbo en la conversación; su expresión parecía haberse tornado incómoda.
—Sola en el bosque —dijo Wyndel con tono afectado, llevándose una mano al pecho con aire trágico— y completamente indefensa. Sólo los elementos saben qué tipo de criaturas moran en ese lugar.
Apreté los puños. Aquella jovencita que batía sus pestañas hacia el muchacho, quien parecía ajeno a sus intentos de flirteo y atención, no se equivocaba al afirmar que me había sentido indefensa durante las horas que estuve en el bosque, antes de que el Caballero de Verano diera conmigo.
—De no haber sido por la proverbial aparición de lady Titania, quien nos informó de haber visto a la Dama de Invierno, quizá hubiéramos tardado más en dar con ella —apuntó Oberón y la susodicha le dedicó una sonrisa avergonzada.
Aproveché la inesperada oportunidad que me había brindado el Caballero de Verano sin saberlo y esbocé una media sonrisa.
—Es cierto —interrumpí con suavidad, haciendo que las miradas recayeran de nuevo sobre mí. No aparté la vista de lady Titania, quien parecía ligeramente interesada por mi repentina intervención—: de no haber sido por ella, no sé qué hubiera podido suceder...
Lady Titania entrecerró los ojos, captando el mensaje implícito en mis halagadoras y agradecidas palabras por su inestimable ayuda a la hora de brindar un punto de partida para la búsqueda.
Sabiendo que contaba con toda la atención, me incliné sobre el regazo de Nicéfora, en cuya mirada azul atisbé una sombra de retorcida satisfacción, para colocar mi mano sobre el muslo de la joven Titania. Bajo mi palma percibí la tensión que embargó a su cuerpo ante el gesto y lo disfruté; saboreé ese instante de vulnerabilidad en lady Titania, donde yo era quien tenía el poder.
Nuestros ojos conectaron y me satisfizo ver un relámpago de temor en el fondo de sus iris castaños.
—Aún no os he dado las gracias por ello —le dije.
Lady Titania se recompuso a toda prisa, protegiéndose tras otra sonrisa similar a la que había utilizado con el Caballero de Verano unos segundos antes: comedida y algo avergonzada. Pretendía engañar a todo el mundo bajo esa apariencia humilde y desinteresada, y al parecer le estaba funcionando: nadie había puesto en duda su relato cuando optó por al hablar, después de que el pánico por mi repentina desaparición se extendiera por el palacio. Y yo no hablaría, no sabía si el peso de mi palabra tendría algún valor en la Corte de Verano si optaba por señalar a lady Titania como la instigadora que me había conducido a una elaborada trampa; no sabía si la protegerían, si el príncipe saldría en su defensa y me acusaría de tergiversar la historia.
Pero los seres feéricos nos caracterizábamos por tomarnos la justicia por nuestras propias manos y pagar nuestras deudas. Fueran de la naturaleza que fuesen.
Esperaba que lady Titania recordara mi promesa.
No lo olvidaría, pero no tomaría cartas en el asunto... por el momento. Quería conocerla mejor, lo suficiente para averiguar sus debilidades y si tenía estrechas relaciones dentro de la corte; por el momento lo único que había podido adivinar de su vida en aquel lugar era que Wyndel y Eleanna no era más que sus cómplices, a juzgar por cómo las dos jóvenes buscaban en ella su aprobación casi constantemente.
—No es necesario, Dama de Invierno —mantuve mi expresión impertérrita, desmigajando dentro de mi cabeza cada una de sus palabras—. Es lo menos que podía hacer.
Un leve alboroto nos obligó a romper el contacto visual. A unas mantas de distancia, cerca de una esplendorosa fuente que parecía conducir a unos de los salones de la planta baja del castillo, había empezado a reunirse un grupo de emocionados jóvenes; les vi hacerse señas los unos a los otros con energía.
Wyndel fue la primera en percatarse de lo que sucedía: se puso en pie, haciendo que las faldas de su vestido se agitaran con el movimiento, y esbozó una amplia sonrisa, extendiendo su brazo en un elegante gesto para señalar a los numerosos jóvenes que parecían haberse unido.
—¡Vayamos con ellos! —gritó, presa de un extraño furor y con los ojos relucientes—. Ya sabéis lo divertido que resulta...
Mis damas de compañía y yo compartimos miradas confusas. El sonido de algunos instrumentos afinándose flotó en el ambiente, una pequeña pista de qué se trataba todo aquel asunto. ¿Algún baile, quizá? Lady Muirne notó el desconcierto en nuestras expresiones, pues dirigió una sonrisa cómplice con su prometido, antes de darnos una escueta explicación:
—Solamente es un juego.
Wyndel dirigió su resplandeciente mirada hacia nosotras con un brillo especulativo antes de que su expresión se viera interrumpida por una enorme sonrisa.
—¿Por qué no os venís con nosotras, Alteza? —extendió su invitación con demasiada ligereza, pero no atisbé ningún subterfugio en ella.
Nyandra y Geleisth cruzaron una mirada que no podía ocultar el deseo que sentían por hacerlo, por entremezclarse con aquellos alborotados jóvenes que ya estaban empezando a formar un amplio círculo; incluso creí intuir un leve poso de interés en el fondo de los ojos azules de Nicéfora, delatándola.
Ellas se habían mantenido a mi lado desde el primer momento, habían sacrificado esa oportunidad de conocer mejor a la Corte de Verano por quedarse conmigo. Que quisieran participar y entremezclarse con el resto de invitados allí reunidos y yo pudiera darles esa oportunidad era lo mínimo que podía hacer por ellas y por el apoyo que me habían mostrado.
—Creo que mis damas de compañía estarán encantadas con la idea —respondí, aceptando la invitación de Wyndel.
Aquello pareció despertar a lady Titania de su momentáneo estupor. Pareció contagiarse del entusiasmo de su compañera y también se incorporó, esbozando otra sonrisa similar a la que relucía en el rostro de Wyndel; entrecerré los ojos al ver cómo se movía hasta quedar frente a Oberón.
—Uníos vos también, Alteza —le dijo con un coqueto pestañeo, extendiendo los brazos para ayudarle a ponerse en pie.
El interpelado alzó sus ojos hacia lady Titania con un gesto cargado de arrogancia y parsimonia, como si disfrutara de la imagen de aquella joven empleando parte de sus encantos para convencerle. Eleanna no dudó un segundo en unirse a su compañera, adoptando una actitud semejante a la de ella; la expresión del Caballero de Verano no paró de enardecerse ante la atención que había suscitado para que les diera una respuesta afirmativa.
Por el rabillo vi cómo lady Muirne y Voro compartían de sus miradas cómplices antes de que el príncipe se inclinara sobre su hermano mayor para darle una sonora palmada en el hombro, poniéndole los ojos en blanco.
—No te hagas de rogar —le regañó, pero en su mirada había un brillo de diversión.
El Caballero de Verano le dedicó a su hermano un guiño de ojo antes de alargar su brazo hacia la mano de lady Titania. Una sombra de satisfacción pasó fugazmente por su expresión al ayudar al príncipe a ponerse en pie, pero bajó la cabeza con fingido pudor. Eleanna no tardó un instante en colocarse junto a Oberón, buscando recuperar de nuevo parte de la atención que hacía unos segundos le había prodigado.
Wyndel se acercó a nosotras.
—Permitidme que os acompañe.
Miré hacia las dos personas que aún permanecían sentados sobre la manta. Lady Muirne le sonreía a su prometido con timidez y ninguno parecía guardar intenciones de acompañarnos, supuse que en aquellos frenéticos días previos a la unión apenas habían tenido tiempo de estar el uno junto al otro.
La risa que dejó escapar Eleanna hizo que desviara la mirada hacia ella. Oberón le había tendido el brazo a ambas jóvenes, quienes no habían dudado un segundo en colgarse de ellos y tirar del príncipe hacia el corrillo de jóvenes nobles. Wyndel nos hizo seguirles mientras parloteaba junto con Geleisth, atravesando las mantas hasta alcanzar nuestro destino.
La presencia del Caballero de Verano fue recibida con varias sonrisas taimadas y exclamaciones. Un par de muchachos se acercaron a Oberón con sonrisas similares; no me costó mucho adivinar los lazos de amistad que lo unían al príncipe, a juzgar por ciertos comentarios que escuché.
Mis damas de compañía se apretujaron contra mis costados, abrumadas por aquel ambiente que nos rodeaba. Vi a un par de chicas riéndose mientras una de ellas sostenía un trozo de tela de color negro. ¿En qué consistiría exactamente aquel juego al que nos había dejado arrastrar? Wyndel se inclinó hacia nosotras con aire misterioso.
—Es sencillo —nos explicó a media voz—: alguien se queda en el centro del círculo, con los ojos vendados. El resto forma un círculo a su alrededor y gira al son de la música hasta que ésta se detiene; la persona del interior del círculo debe atrapar a alguien y adivinar su identidad. Si acierta gana un beso —el estómago se me encogió ante la idea— y si falla... —una risita sacudió sus hombros— si falla acaba en la fuente.
La primera en atreverse a quedarse en el interior del círculo, con la venda entre las manos, fue la misma joven a la que vi unos momentos antes, riéndose con sus amigas. Sus ojos azules no habían perdido detalle de Oberón, quien se había situado a unos nobles de distancia; mis damas se habían apiñado junto a mí, protegiendo mis dos flancos. Formamos un amplio círculo y las primeras notas se elevaron en el aire, empujándonos a movernos en la dirección que marcaban los otros participantes.
Giramos y giramos mientras la chica hacía lo mismo. La música siguió sonando un par de minutos más hasta que se cortó de golpe; choqué contra el hombro de Nicéfora, que se encontraba a mi derecha, y contemplé cómo las manos de la joven terminaban aferrándose al jubón de un muchacho de alborotado cabello trigo y vivarachos ojos verdes.
Una extraña atmósfera cargó el ambiente en los segundos que tardó la chica en lanzar un nombre. El círculo estalló en una estruendosa exclamación cuando el susodicho permitió que ella inclinara su cabeza para darse un fugaz beso que aumentó el volumen del alboroto que estaban formando el resto de participantes; noté mis mejillas calientes al contemplar aquel gesto entre esos dos desconocidos, lo fácil que les había resultado... y el hecho de que hubiera sido una simple diversión, producto de aquel extraño juego al que habíamos accedido a participar.
Una imagen borrosa trató de abrirse camino dentro de mi cabeza, pero la algarabía que suscitó el cambio de la joven por el chico al que acababa de besar me distrajo antes de que fuera demasiado tarde.
La tensión que me había embargado al principio fue desvaneciéndose a cada ronda que pasaba. Intenté relajarme y reír junto a mis damas de compañía, ignorando la intensa mirada de lady Titania, conforme se sucedían los besos entre los participantes; la Corte de Verano, al igual que su aliada, disfrutaba de ese tipo de actividades, del desenfreno y la desinhibición. Observé el intercambio de miradas de las dos últimas jóvenes que habían participado mientras la segunda de ellas tomaba de las manos de su compañera la venda oscura.
La música sonó de nuevo. Giramos en círculos, algunos de los participantes reían o trataban de dirigir a la joven que lo hacía en el interior de nuestra circunferencia, con el propósito de confundirla; las manos empezaron a sudarme cuando el ritmo de los instrumentos decayó hasta desvanecerse, obligándonos a detenernos en seco.
Todo el mundo contuvo el aliento cuando el elegido fue Oberón. Casi pude palpar la molestia de lady Titania al contemplar a la joven de ojos vendados inclinarse sobre el príncipe, palpándole por encima de la ropa; los segundos parecieron alargarse hasta el infinito mientras las manos de ella continuaban con su inspección.
—¿Alteza?
Se retiró con premura la tela de los ojos, topándose cara a cara con la expresión satisfecha. Durante unos instantes creí que la rechazaría por pudor, pero mis sospechas fueron desechadas al ver cómo el príncipe no oponía resistencia alguna a los avances de la joven dama, quien parecía bastante ufana por su propia suerte.
Un suspiro casi colectivo por parte de algunas participantes acompañó al beso que compartieron y que prácticamente duró unos segundos. Una oleada de pícaras bromas y algunos comentarios subidos de tono acompañaron a Oberón mientras éste la sustituía en el centro del interior del círculo.
Le observé contemplar el trozo de tela que sostenía entre las manos antes de que nuestras miraras tropezaran la una con la otra. Un extraño presentimiento me embargó, obligándome a apartar la mía a toda prisa; el resto de círculo se había sumido en un excitado frenesí debido a que era el príncipe quien sería el que tendría que atrapar y adivinar a la afortunada... o afortunado.
Oberón se cubrió los ojos con la venda oscura con deliberada lentitud, alargando la excitación del momento, consciente de la atención que suscitaban sus movimientos. Me tensé al escuchar las primeras notas sonando, la calma que habían traído consigo las otras rondas se esfumó, dejando en su lugar una poderosa intranquilidad que no hacía más que aumentar a cada vuelta que dábamos. Empecé a arrepentirme de no haberme inventando alguna excusa, retirándome con discreción hacia la manta donde lady Muirne y Voro habían optado por quedarse.
Tan ofuscada me encontraba en mis propios pensamientos que apenas fui consciente de cómo la música se apagaba y el círculo volvía a contener el aliento por segunda vez en un lapso de tiempo tan corto.
El poderoso torso del príncipe de Verano acaparó todo mi campo de visión sin que yo pudiera hacer otra cosa que quedarme paralizada en mi hueco, atrapada entre Nicéfora y Nyandra. Pensé en lo retorcido de la situación, en cómo el Destino debía estar riéndose a mi costa al ponerme en esa complicada tesitura.
Retrocedí como un animal asustado al suave contacto de sus manos, que trataron de tomarme el rostro. Un músculo se tensó en la línea de su mandíbula al notar mi sobresalto y lo poco dispuesta que me encontraba ante la idea de que pudiera tocarme; ignoré el nudo en mi estómago y el pánico que me atenazaba. Mi piel cosquilleaba ante las miradas de los otros, la intensidad que podía percibir en algunas de ellas.
Los dedos del príncipe rozaron mi lóbulo, arrancándome un respingo. ¿Existiría alguna posibilidad de que me reconociera? Recordé lo fácil que le había resultado permitir que aquella dama le besara y mi vello se erizó al imaginar que adivinaba mi nombre, lo que supondría. Había mantenido las distancias desde Darragh, me había guardado para mí aquella despedida, el modo en que sus labios habían encajado con los míos, haciéndome creer que podríamos haber tenido una oportunidad.
La idea de que Oberón me besara delante de todas aquellas personas...
Dejé de respirar y mi mente se quedó en blanco cuando el príncipe se inclinó lo suficiente para que la punta de su nariz rozara mi cuello, provocándome un escalofrío. A través del molesto pitido que parecía haberse instalado en mis oídos creí escuchar algunas risitas. ¿Cuánto tiempo más necesitaba para dar un maldito nombre? ¿O acaso estaba disfrutando del espectáculo, de saber que tenía toda la atención del mundo en la palma de su mano?
—Estáis incómoda, lo percibo —el susurro del príncipe me llegó de manera ahogada—. No os preocupéis: la deuda que existe entre nosotros no aumentará después de esto. Tomadlo como un gesto de buena fe por mi parte.
Me aparté, confusa, pero no tuve oportunidad de hablar, ya que el Caballero de Verano anunció en voz lo suficientemente audible para que todos en el círculo pudieran escucharlo a la perfección:
—Lady Hiedna.
La conmoción apenas me permitió registrar el alboroto que produjo la visible equivocación del príncipe. Entre las risas, los gritos y las mofas que siguieron al error de Oberón lo único que pude hacer fue quedarme clavada en mi sitio, con el rostro ardiendo a causa de la vergüenza hasta que me convencí a mí misma de que hubiera sido peor, mucho peor, si de sus labios lo que hubiera salido hubiese sido mi nombre.
Porque sabía lo que el príncipe había hecho.
Se había equivocado a propósito.
* * *
BUENAS BUENAAAAAAAS, bienvenidos otro sábado más al viaje astral de nuestra Dama de Invierno antes de que convertirse en, ya sabéis, en esa reina de corazón de hielo con ansias de derramar mucha sangre.
Siguiendo con este arco final de la historia muy a lo happy flower power, de nuevo Nana ha decidido traer más recuerditos de Vietnam de L4C.
Por cierto, ¿soy la única a la que le genera una ternura infinita y una pena atroz Muirne? Sé que no pudimos ver nada de ella, pero en L2C sí que vamos a tenerla un poco más presente.
Ahora sí, la pregunta del millón: ¿pensabais que en el momento crucial iba a pasar un Maeve-Keiran o sospechabais el audaz movimiento de Oberón?
Y quisiera anunciar que la historia está terminada después de estos años (no he mirado cuantos pero creo que rondan los 2-3) y que finalmente habrá 47 capítulos
(vamos, que quedan 5 capis para el final)
Y, sí, lo habréis adivinado pero este solamente será el primer libro (ni de coña cabe todos los salseos que pasaron en seis capitulitos). Tras mi patinazo tremendo con TWC donde creí que también serían dos libros (je, ilusa yo), Las Dos Coronas sí que serán dos libritos que seguirán más o menos la línea de este: cada arco saltará un par de años y no será seguido como pasó con LC4.
¿Teorías sobre el título del segundo?
(también aviso que estará narrado en primera persona... pero que habrá más ciertos puntos de vista de cierto príncipe, ejem)
¡NOS VEMOS PRONTOOOOOOOOO YUHU!
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