| ❄ | Capítulo cuarenta y cuatro
Apenas tardé un segundo en soltar mi mano y abandonar aquella estancia con el rostro ardiendo y las piernas temblorosas. Tuve que buscar apoyo en una de las paredes del pasillo para intentar recuperar el aliento y el control de mis propias emociones; los últimos momentos de la conversación que había mantenido con el príncipe no salían de mi cabeza, en especial la poca distancia que había habido entre ambos.
El modo en que su mano había estrechado la mía...
Y el hecho de que la deuda que había contraído con el Caballero de Verano aún seguía en pie.
Mi nuca chocó contra la pared cuando me recliné, buscando una bocanada de aire. Un molesto zumbido se había instalado en mis oídos y aún notaba un delator ardor en mi rostro, producto de la cercanía del príncipe hacia mí mientras sellábamos nuestra inestable tregua y me advertía sobre el hecho de que no iba a renunciar al enorme favor pendiente que existía por mi parte, ya que fui tan estúpida de reconocerlo en voz alta, dándole el peso suficiente para convertirlo en una deuda pendiente que exigiría ser pagada. ¿Qué tenía en mente el Caballero de Verano? Las dudas empezaron a burbujear en mi interior, temiendo que pudiera utilizarlo en mi contra; me obligué a hacerlas a un lado, dispuesta a darle el beneficio de la duda. El príncipe había dicho que la deuda podría ser una prueba para comprobar hasta qué punto estaba dispuesta a cumplir con nuestro acuerdo.
Así que decidí hacer lo mismo con él.
Pese a mi promesa hacia Nicéfora de ser completamente sincera con ella, opté por callarme ciertos detalles de mi encuentro con el Caballero de Verano. Nif había esperado mi regreso en mis propios aposentos, impaciente por conocer todo lo que había sucedido tras nuestra despedida; no se me pasó por alto la tensión en el cuerpo de Berinde, pero aparté ese extraño comportamiento para poder abordarlo más tarde, después de satisfacer la curiosidad de mi mejor amiga.
La mirada de Nicéfora resplandecía conforme iba hilando mi relato, donde ambos habíamos mantenido las distancias el uno con el otro y, finalmente, habíamos decidido cerrar nuestro acuerdo con un simple gesto. No hablé del extraño burbujeo en la boca de mi estómago, del modo en que mi mirada parecía haberse visto atraída como un imán hacia el príncipe o el estúpido sonrojo que había cubierto mis mejillas como si fuese una niña atolondrada.
Me lo guardé para mí, quizá recordando la reacción que tuvo Nicéfora la última vez que mostré un poco de atención a un joven.
Pero Nif parecía satisfecha con el resultado de aquel encuentro y el hecho de que tanto el Caballero de Verano como yo hubiésemos decidido enterrar el hacha de guerra, ajena por completo a los detalles que no había compartido con ella y sin apariencia de sospechar que pudiera haber esquivado ciertas partes de la historia.
Tras despedirme de Nif, solicité a mis doncellas que me prepararan un nuevo baño bien frío, además de ayudarme a deshacerme del vestido. Mientras aguardaba, distraída con el vaivén de las vaporosas cortinas agitándose con la brisa, el traicionero recuerdo de cómo la mano del príncipe había abarcado la mía, tan pequeña y delicada en comparación con la suya, encallecida por los años de instrucción dentro del ejército; una ola de calor azotó mi rostro cuando mi mente decidió ir un paso más allá, imaginando cómo se sentiría ese mismo tacto deslizándose por mis clavículas, ascendiendo por la curva de mi cuello y...
Detuve de golpe la dirección de mis pensamientos, abochornada y enfadada conmigo misma a partes iguales. ¿En qué momento había dejado que el innegable atractivo del Caballero de Verano tuviera algún efecto sobre mí? ¿Acaso quería convertirme en otra más de las interminables jóvenes que suspiraban por el príncipe? No, por supuesto que no.
Me convencí diciendo que había sido un pequeño momento de debilidad por mi parte, un desliz producto de aquel horrible ambiente de altas temperaturas y cielos despejados. Apenas me había relacionado con el género opuesto desde Darragh y, las pocas ocasiones en las que había sido imposible escabullirme de aquel tipo de encuentros, siempre se habían realizado en lugares preparados para la ocasión o donde hubiera suficiente gente, guardando siempre el mayor decoro posible, aunque los rumores y las retorcidas historias se hubieran extendido, tal y como Carys tuvo el placer de hacerme saber.
Solté un suspiro, llevándome una mano a la frente. Seguramente el infernal calor que reinaba en la Corte de Verano tenía gran parte de la responsabilidad de que mi mente divagara de ese modo, entremezclándolo todo y haciéndome sentir de aquel modo tan extraño. Estaba confundida, me dije. Había sido un momento de confusión y debilidad que no volvería a repetirse.
—¿Alteza...? —la dulce voz de Berinde me interrumpió, salvándome de seguir mortificándome por mis inapropiados pensamientos.
Desvié la mirada hacia mi doncella, agradecida por la distracción. Ella me dedicó una media sonrisa cargada de amabilidad.
—El baño estará pronto listo para vos —anunció.
La imagen de Berinde tensa regresó en ese instante a mi mente, ayudando a que mis pensamientos se alejaran de ciertos temas que no volverían a acecharme de ese modo.
—Berinde —pronuncié su nombre con cuidado, casi tanteando.
Mi doncella enarcó una ceja con curiosidad.
—¿Sí, Alteza?
—¿Ha sucedido algo en mi ausencia? —no quise sonar demasiado intrusiva, quería que Berinde supiera que no estaba obligada a responderme.
El ceño de mi doncella se frunció, confundida aparentemente por mi pregunta. Desde el baño anexo al dormito nos llegó la suave algarabía de mis otras doncellas, disponiéndolo todo para que pudiera refrescarme; el silencio se extendió entre las dos. ¿Lo había interpretado mal? Los años que habíamos pasado juntas nos habían permitido conocernos bien la una a la otra. Por todos los elementos, había sido consciente de la tensión en sus hombros, del modo en que mantenía la cabeza en alto y sus labios estaban fruncidos en una fina línea.
Además, Nif era la única que había estado con ella durante mi encuentro con el Caballero de Verano.
—No he podido evitar sentir que había cierta tensión en mis aposentos a mi regreso —especifiqué, escrutándola con la mirada. Sabiendo que su cuerpo me daría las respuestas que mi doncella quizá no se atrevía a darme.
Berinde se removió con incomodidad y desvió la vista, uniendo las manos y apretándolas contra su estómago. Señales que parecían dar más peso a mis sospechas respecto a que algo había sucedido en mi ausencia, algo entre ella y Nicéfora.
—Alteza...
Un brillo de temor apareció en los ojos verdes de mi doncella.
—Berinde, puedes confiar en mí —le aseguré, inclinándome sobre el asiento—. Lo sabes, ¿verdad?
A pesar de los años de distancia que nos separaban, ella había cuidado de mí prácticamente desde que era una niña. Berinde fue una de las primeras personas con las que conseguí abrirme, con la que sentí que podía ser libre... con la que podría dejar a un lado a la Dama de Invierno.
Creía que el sentimiento era recíproco.
Berinde bajó la mirada en aquella ocasión al suelo.
—Me siento honrada, Alteza —la vi tomar aire antes de que su mirada volviera a encontrarse con la mía, sombría—. Debo pediros que seáis cauta con vuestra dama de compañía.
Pestañeé con confusión.
—¿Nif? —era la única opción posible pero, a la vez, la que más me costaba entender—. ¿Te refieres a Nicéfora?
Berinde asintió.
—Soy consciente de la amistad que os une a lady Nicéfora —intentó sonar con tacto, observándome con precaución. Ahora entendía la sombra de temor que antes había visto en su mirada: tenía miedo de mi reacción si decidía hablar. Pero nada tenía sentido. ¿Por qué estaba previniéndome sobre Nif? Ella era mi mejor amiga y siempre había estado a mi lado—. He visto a esa joven transformarse de niña a mujer a vuestro lado, pero... pero ha cambiado. Algo en ella ha cambiado.
El agobiante calor de la habitación pareció desvanecerse. Una sensación helada se extendió por mi cuerpo, a la par que la incomprensión por no saber de qué estaba intentando prevenirme mi doncella.
—La mañana que partimos desde la Corte de Invierno, mientras me encargaba de velar que vuestro equipaje llegara sin ningún desperfecto al carruaje, la descubrí reunida con... con lord Airgetlam.
Aquel nombre hizo que mi sangre burbujeara. El hijo de lord Airdelam no había cejado en su empeño de alejar cualquier pretendiente que pusiera en riesgo sus propios planes; su único objetivo era convertirse en mi prometido y futuro rey de la Corte de Invierno. Su oscura sombra no había dejado de perseguirme en todos aquellos años, un silencioso recordatorio de la amenaza que suponía para mí.
«Valorad los pretendientes que queráis, seguid con este absurdo teatro para contentar a vuestros padres —aún era capaz de recordar con claridad sus palabras—. Pero elegidme a mí como vuestro prometido.»
Me costaba asimilar que Nif hubiera tenido algún tipo de encuentro con lord Airgetlam, cuando siempre habían mantenido las distancias. Me costaba creer que Nicéfora hubiera cruzado una sola palabra con el joven.
Pero las viejas advertencias de Darragh resonaron de nuevo en mis oídos, la insistencia de señalar a mi dama de compañía como culpable de haber propiciado su compromiso con Mirvelle. Sin embargo, una parte de mí aún se resistía a pensar que Nicéfora estuviera detrás: la influencia que poseía en la corte era limitada, al contrario que la que tenía Airgetlam.
Además, la maldad de aquel retorcido juego parecía ser más del hijo de lord Airdelam. El tipo de sibilino movimiento que siempre le caracterizaba a la hora de hacer que las piezas que consideraba un obstáculo desaparecieran del tablero de juego.
Entonces ¿a qué se habría debido aquella reunión que Berinde había presenciado? ¿Quizá se había tratado de algo completamente fortuito...?
—¡Alteza! —la dulce voz de Nyalim nos interrumpió. La joven doncella que servía bajo las órdenes del rey de la Corte de Verano nos observaba desde el dintel que conducía al dormitorio—. El baño está preparado, frío como vos deseáis.
Dirigí una mirada a Berinde, quien había agachado la cabeza de nuevo y se mordía el labio inferior con aire compungido. ¿Se arrepentía de haber compartido conmigo aquel episodio que Nif parecía haberse guardado para sí misma?
Aparté aquellos pensamientos y me incorporé. El tejido del vestido se me adhería a la piel y ya tenía una fina capa de sudor cubriéndome de pies a cabeza; Nyalim me dedicó una sonrisa amable mientras me acercaba a ella.
—Permitidme que os ayude a quitaros la prenda, Dama de Invierno —se ofreció.
Berinde optó por quedarse en el saloncito, fingiendo poner un poco de orden. Su advertencia no dejó de acompañarme ni un segundo, ni siquiera cuando me vi en la obligación de abandonar mis aposentos de nuevo, en esta ocasión para compartir junto a mis padres y el resto de delegaciones de las otras cortes una velada organizada por los anfitriones.
Estaba tan abrumada por mi reveladora conversación con Berinde que apenas fui consciente de la opulencia del salón de palacio donde los reyes de Verano aguardaban junto a sus dos hijos y lady Muirne. Procuré esquivar la mirada del príncipe Oberón cuando uno de los mayordomos se encargó de guiarnos tanto a mis padres como a mí a nuestros respectivos asientos en la larga mesa que habían habilitado para poder acoger a todos los invitados; entrecerré los ojos al descubrir a lady Titania convenientemente sentada junto al Caballero de Verano. La joven se cubría la boca con la mano, intentando de ese modo ahogar la risa ante algún divertido comentario que hubiera hecho su acompañante; Voro y su prometida, que ocupaban los dos asientos que había frente a ellos, también parecían animados e inmersos en la charla.
Un rápido repaso por las sillas ocupadas hizo que me topara con la expresión complacida de la reina de Primavera, Inghean; el padre de lady Titania era su primo, por lo que no le había sido complicado colocar a la muchacha dentro de la Corte de Verano en una posición tan privilegiada como lo era ser la pupila de la propia reina Vanora. La madre de Kalimac no perdía detalle de su pariente mientras intentaba atender a uno de los nobles que habían colocado a un par de asientos de distancia; tampoco lo hacían algunas de las jóvenes que se encontraban más cerca de lady Titania. Wyndel y Eleanna no eran capaces de ocultar el brillo de envidia en sus miradas mientras lanzaban fugaces vistazos hacia el extremo opuesto de la mesa, donde su amiga disfrutaba de las atenciones que le prodigaba el Caballero de Verano.
Tomé la copa con premura, encontrando en el fondo de la misma la excusa que necesitaba para apartar los ojos de todos ellos.
El rey Rhydderch se había puesto en pie, alzando la suya hacia la larga hilera de asientos que se extendían por ambos lados de la mesa. La reina permanecía a su derecha, con una sonrisa comedida y con la mirada fija en su esposo, quien parecía resplandecer con los colores de su corte y el dragón grabado sobre el corazón de la túnica que vestía.
Los murmullos y las conversaciones se apagaron paulatinamente, las miradas de todos los invitados se desviaron hacia la imponente figura que se alzaba en la cabecera de la mesa.
—Os doy las gracias de nuevo por acompañarnos en un momento tan importante para nosotros como lo es la futura unión de lady Muirne con mi hijo menor, el príncipe Voro —su voz se oyó clara de extremo a extremo, cargada de orgullo—. Por eso, amigos míos, os pido que alcéis vuestras copas y brindemos para un feliz matrimonio. ¡Por la futura pareja!
Imité al resto de comensales y elevé mi brazo con esfuerzo. Nuestra semana en la Corte de Verano había pasado de evento en evento, todo milimetrado por parte de la reina y su séquito para celebrar la unión; apenas restaban cuatro días para que llegara el esperado momento, donde los dos contrayentes obtendrían el beneplácito de un acólito. Después todo terminaría, todas mis pertenencias serían de nuevo guardadas y mis baúles, partiendo de regreso a la Corte de Invierno.
Mi hogar.
Echaba en falta el palacio, la capa de nieve que parecía cubrirlo todo bajo aquel manto blanquecino, la calidez y satisfacción que me producía el poder arrebujarme en mis pesadas capas mientras caminaba junto a mis damas por los jardines... Echaba en falta la energía que la Corte de Verano estaba quitándome a cada día que pasaba.
Notaba cómo mis fuerzas, mi propia magia, menguaba en aquel sitio que le resultaba ajeno. Extraño incluso.
—¡Por la futura pareja! —repitieron los invitados en una cacofonía de voces que se entremezclaron en mis oídos.
Los rayos del sol incidieron sobre mí con maldad, arrancándome un quejido molesto y obligándome a rodar sobre el cómodo colchón para darle la espalda al ventanal cuyas cortinas olvidé cerrar la noche anterior, precisamente para evitar eso, buscando desesperadamente un rincón en la sombra, lejos de la luz. En la cena no pude apenas probar bocado, por lo que me limité a mover la comida de un lado a otro del plato, fingiendo comer mientras las sienes me zumbaban a causa de los cuchicheos y conversaciones ahogadas que me rodeaban; en cuanto se me presentó la oportunidad perfecta, me disculpé frente a mis padres alegando un dolor de cabeza, que no se alejaba tanto de la realidad, y huí de regreso a mis aposentos.
Al otro lado de la habitación escuché la llegada de mis doncellas, el suave susurro de sus zapatillas sobre el suelo mientras intentaban moverse con el mayor sigilo posible.
Valoré la idea de permanecer en la cama, tratando de volver a conciliar el sueño, pero sabía que sería una tarea prácticamente imposible. Resignada, me incorporé sobre los codos y luego apoyé la espalda sobre el cabecero, sorprendiendo a Berinde y Nyalim; mi doncella personal tenía una expresión compungida y me observaba con cautela, tanteándome tras la conversación que habíamos mantenido el día anterior.
—Alteza, estáis despierta —gorjeó Nyalim, colocando las finas mantas que yo había apartado—. ¿Deseáis que os preparemos otro baño de agua fría o...?
El sonido de unos nudillos golpeando la puerta principal de mis aposentos hizo que la doncella perdiera el hilo de lo que estaba diciendo. Todas compartimos una mirada confusa, ya que era demasiado temprano para que mis damas de compañía hubieran decidido venir; Nyalim se disculpó a media voz para atender a la llamada mientras Berinde y yo continuábamos mirándonos la una a la otra.
Creí reconocer una poderosa voz masculina en el pasillo. La doncella asintió con gesto solemne y la vi tomando una coqueta bandeja de plata con un sencillo papel doblado en su superficie; una expresión de asombro surcaba su rostro cuando regresó al dormitorio, trayéndola consigo.
—Un mensaje para vos, Dama de Invierno —me explicó y su timbre sonó anormalmente agudo.
Bordeó la cama hasta quedar situada a mi lado, extendiendo ambos brazos para que pudiera tomar la misiva.
—¿Quién lo envía? —quise saber, dubitativa respecto a la procedencia de aquel trozo que reposaba sobre la superficie plateada.
Nyalim se quedó en silencio un par de segundos.
—El Caballero de Verano.
Su inesperada respuesta me impulsó a que tomara el mensaje con dedos ansiosos, notando cómo un nudo se me formaba en la garganta. No entendía qué buscaba de mí el príncipe, ni qué le había empujado a enviarme un mensaje personal a aquellas intempestivas horas de la mañana, donde casi todos los invitados estaban beneficiándose de unas horas de sueño más debido a la ajetreada velada anterior.
Me sorprendió no encontrar ningún sello real cerrando el papel, pero lo desdoblé con un simple gesto, topándome con un escueto mensaje que hizo que mi estómago diera un vuelco.
* * *
Ahora nuestro querido Obey le dice a Mab en una carta: "Pista: has caído en mi trampa"
No, ahora en serio: ¿qué creéis que ha mandado nuestro -por ahora- querido Caballero de Verano?
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