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| ❄ | Capítulo cuarenta y cinco

Las palabras elegantemente escritas por Oberón parecieron burlarse de mí desde el papel. Lo volví a leer, creyendo como una estúpida que el sentido del mensaje desaparecería y que todo habría sido producto de mi imaginación; mi doncella percibió mi repentino cambio de humor, de igual modo que yo pude sentir cómo la curiosidad aparecía en el fondo de su mirada, fija en el trozo de pergamino que aún sostenía.

La desconfianza se abrió paso en mi interior como una criatura de afiladas garras. Las dudas germinaron en mi mente cuando una insidiosa voz me susurró que todo aquello podría ser un juego. Una trampa ideada por el Caballero de Verano tras nuestra supuesta tregua.

El golpe maestro para poner fin a toda aquella pantomima que había ideado.

El papel crujió, al igual que mis dientes, al dejar que esa idea continuara dando vueltas en mi cabeza. Traté de eliminar aquellos intrusivos pensamientos, los mismos que no dejaban de asaltarme cada vez que el príncipe andaba cerca.

—¿Dama de Invierno...?

Lancé el mensaje de Oberón hacia la cama, dándole la espalda deliberadamente.

—Prepara mi ropa de montar, Nyalim —le ordené.

Retorcí mis dedos con nerviosismo, con mis ojos clavados en la puerta principal de mis aposentos. Mi doncella aguardaba en un nervioso silencio a unos metros de distancia; no había hecho preguntas después de recibir mi seca orden, trayendo consigo mis pantalones y blusa que usaba cuando salía a caballo. Incluso en aquellos instantes de inquietante espera podía sentir su confusión e interés por conocer el contenido del mensaje del príncipe de Verano, además de por qué me encontraba vestida de ese modo. Inmóvil en uno de los divanes que decoraban la salita con la que contaban mis habitaciones allí, en el palacio.

Los segundos continuaron transcurriendo en un agónico goteo, haciendo que los pensamientos que había logrado desterrar al fondo de mi mente se agitaran como perros de presa...

Hasta que el firme golpeteo de unos nudillos contra la madera hizo que todo se congelara a mi alrededor mientras el sonido parecía resonar contra las paredes una y otra vez.

Un escalofrío de anticipación y cierto temor recorrió mi cuerpo cuando le indiqué a Nyalim que no se moviera, poniéndome en pie y dirigiendo mis temblorosas piernas hacia la entrada. Ignoré el cosquilleo en la boca de mi estómago, aferrando el picaporte y accionándolo con una seguridad que en absoluto sentía.

Tal y como había anunciado en su escueto mensaje, el Caballero de Verano se encontraba al otro lado, apoyado en el umbral. Vestía ropas igual de cómodas que las mías, lejos de las que solía usar en las ocasiones en las que habíamos coincidido.

Procuré mantener una postura indiferente cuando sus ojos me recorrieron de pies a cabeza, estudiando mi propio atuendo.

—¿Y bien? —inquirí, sintiendo que el silencio estaba alargándose demasiado.

Sus ojos castaños se clavaron en los míos casi con arrogancia.

—Venid conmigo, Alteza.

Apreté con fuerza el picaporte, pero no me moví. Al advertir que no estaba dispuesta a dar un solo paso, el príncipe se inclinó hacia mí de modo que el espacio de separación entre nuestros rostros fuera de apenas unos centímetros.

Noté un delator ardor en las mejillas y la intensa mirada de mi doncella clavada en la espalda mientras intentaba sostenérsela al Caballero de Verano.

—¿Aún no lo entendéis? —me preguntó con burlona suavidad—: Estoy apelando a la deuda que tenéis pendiente hacia mí, Dama de Invierno.

Un sonido de incredulidad y protesta brotó débilmente de mi garganta al escuchar aquellas palabras de condena: no podía negarme. Por mucho que deseara cerrar la puerta y regresar a la comodidad y seguridad de las mantas de mi cama no podía hacerlo; la había reconocido, lo que le brindaba a Oberón aún más poder. Incluso el propio príncipe me había advertido que no iba a renunciar a ella, lo que había estrechado aún más el fino hilo que me ataba.

—Venid conmigo —repitió, sin darme opción a decir no.

A mi espalda oí el nervioso roce del vestido de Nyalim sobre el suelo de piedra, quien estaba escuchándolo y siendo testigo de todo.

—Nyalim —la llamé, sin romper el contacto visual con el príncipe—. Si alguien pregunta por mi paradero... —pude percibir la curiosidad en los ojos castaños de Oberón—. Hazles saber que estoy montando a caballo.

O eso es lo que había supuesto al leer cómo me había pedido en aquel mensaje que escogiera ropa cómoda para reunirse conmigo en mis aposentos. No obstante, y ahora que recorríamos los silenciosos pasillos del edificio, tenía la inquietante sensación de que mi primera impresión había estado equivocada.

El príncipe de Verano caminaba un paso por delante, guiándome a través de unos vacíos corredores: aún era demasiado temprano para que los primeros valientes se atrevieran a aventurarse fuera de sus propios aposentos.

Al ver que el silencio se alargaba entre nosotros y que Oberón no parecía guardar intenciones de compartir conmigo lo que tenía en mente, aceleré el ritmo hasta ponerme hasta su misma altura, dispuesta a arrancarle las respuestas que parecía estar negándome.

—¿Cómo vais a reclamar vuestra deuda, Caballero de Verano? —le pregunté a bocajarro.

Atrás habían quedado las plantas destinadas a albergar a los invitados, haciendo que mis recelos aumentaran. Recordaba vagamente el camino que me condujo a las caballerizas, y no era el que estábamos siguiendo. Además, ¿cómo había sido tan ingenua de pensar, por unos segundos, que el muchacho que caminaba a mi lado daría por satisfecha nuestra deuda con un sencillo paseo a caballo?

Una débil corriente de aire fresco nos golpeó con suavidad tras empujar una de las puertas acristaladas de dos hojas que había en la planta baja del castillo que conducían a los jardines. Como si no hubiera escuchado mi pregunta, o fingiendo no haberlo hecho, el príncipe fue el primero en traspasar el umbral.

Dejé escapar un bufido de rabia mientras me obligaba a mantener el ritmo, siguiéndole a través de un camino de diminutas piedras en dirección contraria a donde días antes la reina había reunido a gran parte de sus invitados a aquel ajetreado picnic donde Oberón terminó dentro de la fuente.

Mi ceño fue frunciéndose poco a poco al descubrir más allá del patio que estábamos atravesando —y que seguramente se destinaba al entrenamiento de la guardia del rey— un edificio de tamaño considerable; lancé una mirada confusa a mi acompañante que no vio porque tenía la vista fija en la sucia fachada. ¿Aquel era nuestro destino...? Las dudas no hicieron más que aumentar al detenernos frente a una puerta corredera, aparentemente bloqueada.

La misma protestó con un sonoro chirrido cuando Oberón la deslizó con un empujón lo suficiente para que pudiésemos colarnos ambos en su interior, echando por tierra mi teoría de que estaba cerrada por completo. Me invitó con un gesto de brazo a que fuese la primera en entrar, aún sin mediar palabra; un fuerte olor a cuero, sudor y polvo me rodeó cuando lo hice.

Luego el estómago me dio un vuelco al descubrir lo que albergaba aquel lugar gracias a los ventanales superiores, que dejaban pasar una generosa cantidad de luz exterior: una enorme pista de entrenamiento cubierta, mucho mejor preparada que el patio que habíamos dejado atrás. Mis ojos recorrieron con una mezcla de curiosidad y recelo la zona donde se encontraban las armas, cerca de los objetivos y unas gradas, supuse, para si algún curioso se acercaba hasta allí para echar un vistazo a lo que sucedía.

Un ligero temblor sacudió mis manos, creyendo empezar a estar uniendo las piezas. Retrocedí al escuchar a Oberón tras de mí, asegurándose de cerrar de nuevo la puerta; el pulso se me disparó al intentar ganar distancia entre ambos.

—¿Me habéis arrastrado hasta aquí para desafiarme a un duelo? —escupí.

En la Corte de Invierno había estado al corriente de las historias que corrían sobre las deudas que eran reconocidas, especialmente entre jóvenes nobles. Sabía que los duelos eran la opción favorita que reclamaban como medio para saldar las deudas contraídas... ¿Cómo no había sido capaz de verlo?

El príncipe dio un paso en mi dirección, obligándome a mí a alejarme otro. ¿Querría que fuera un duelo a primera sangre, donde tendríamos que enfrentarnos el uno al otro hasta que alguno de los dos consiguiera hacer una herida? No era rival para él y ambos lo sabíamos: nunca había sostenido un arma, como tampoco podía contar con mi propia magia para poder defenderme.

Estaba total y completamente desprotegida.

—No estamos aquí para enfrentarnos a ningún duelo, Dama de Invierno —sus pausadas palabras parecieron resonar en el interior del edificio—: quiero enseñaros a cómo controlar vuestra propia magia.

* * *

PEQUEÑAS FLORES DE MI JARDÍN, FELIZ AÑO NUEVO!

Sé que he estado desaparecida desde casi un mes, pero los mental breakdowns siempre tienen que estar presentes en mi vida y debe ser que pensó: ¿por qué no hacer que te despidas de 2021 de este grandioso modo? Pista: así fue.

So, espero que hayáis pasado unas fantásticas fiestas con vuestros seres queridos, que este año sea mejor que el anterior y todes consigamos nuestros propósitos en este 2022.

Capítulo corto donde los haya, lo sé, pero os recuerdo que solamente quedan 2 (dos) capis para DdI y que el último va a ser largo e... intenso... ejeje

(Por cierto, el primer capi de Caballero de Verano será desde el POV de Oberón y será recurrente muahahahaha)

PD: ved Arcane de verdad. Obra maestra donde las haya.

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