Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 9

A pesar de que hacía ya varias horas que las obras habían cesado, aún podía sentir la vibración y el incesante sonido de los martillazos en cada una de las piedras que componían la hermosa estructura. Únicamente tenía que poner la mano sobre su fría superficie y los sonidos acudían a su mente con gran realismo. El Capitán decía que aquello era debido a las herramientas de trabajo; nadie conocía su procedencia, pero eran rápidas y precisas como pocas. Al parecer, según sus propias palabras, las había descubierto tiempo atrás, en una de las excavaciones de Ariangard, el planeta donde se habían conocido, pero Larkin tenía ciertas dudas al respecto. A pesar de la insistencia de Rosseau, aquellas herramientas no eran de procedencia humana, era evidente, aunque tampoco era capaz de discernir sus orígenes. Simplemente lo había sabido nada más verlas, y con cada día que pasaba, estaba más convencido de ello. Sea como fuese, aquel misterio era algo que no le preocupaba en exceso. Alrededor de Bastian había tantas incógnitas que, en el fondo, aquella era la de menor importancia. Además, no eran las causantes del sonido. Elspeth no conocía el auténtico motivo de aquella peculiar vibración, pero en lo más profundo de su ser sabía que aquel sonido procedía de otra época. Quizás fuese el primero que aquellas piedras habían captado al ser trabajadas en su lugar de origen, o quizás simples vibraciones que, a base de repetición, se habían quedado grabadas. Larkin no lo sabía, pero estaba convencido de que aquel sonido procedía de otra era.

No era la primera vez que veía el templo. Físicamente sí, pues hasta entonces él nunca había asistido a su construcción, pero no virtualmente. A lo largo de los últimos meses Larkin había visionado tantas y tantas veces aquel lugar a través de grabaciones, imágenes holográficas y mapas que lo conocía a la perfección. Conocía las veinticinco columnas que lo rodeaban, todas ellas con distintos símbolos grabados en su superficie, los siete peldaños que daban a sus accesos y, por supuesto, la inquietante estatua que gravitaba movida por el viento a su alrededor. A ojos de Elspeth esta tenía forma de águila, aunque había quien decía ver en ella un cuervo o una paloma. Al parecer, cambiaba dependiendo de los ojos que la viesen. Según Rosseau, el secreto tecnológico que albergaba dentro la piedra móvil residía en los estímulos que el visitante transmitiese a la terminal a través de las ondas cerebrales. Según Elspeth, no había secreto alguno: simplemente no era humano. Ni la estatua ni las herramientas. Nada. No obstante, nunca se lo discutía. El príncipe escuchaba atentamente las explicaciones del Capitán, asintiendo a todo, y se callaba las preguntas. Después de todo, sabía que nunca iba a recibir una respuesta sincera por lo que no se molestaba en perder el tiempo. Trabajar con el Capitán comportaba aquel tipo de cosas, pero valía la pena. En el fondo, ya tendría tiempo de encontrar respuesta a todas sus preguntas...

De pie frente al templo, todo resultaba distinto. Aunque Elspeth almacenaba centenares de recuerdos sobre aquel mismo lugar, el patio de su castillo, la presencia del edificio parecía enturbiar todo cuanto le rodeaba. El aire era distinto, la luz más escasa y la temperatura más alta. Según Rosseau, en apenas unas horas las plantas empezarían a crecer y trepar por las paredes y columnas del templo hasta cubrirlo por completo. Algo físicamente imposible teniendo en cuenta las condiciones climatológicas del planeta, pues Sighrith no dejaba de ser una bola de hielo, pero que, sin lugar a dudas, sucedería. Y entonces, cuando al fin el templo hubiese echado raíces, tal y como él decía, podría empezar el proceso...

Se detuvo a los pies de las escaleras, consciente de que el águila de piedra le observaba desde la oscuridad de la noche. Desconocía su posición exacta, pero podía sentir sus ojos de ónice fijos en su nuca, atentos, alerta... preparados para el ataque.

Muy lentamente, con disimulo, Elspeth deslizó la mano por la cadera hasta apoyarla sobre la culata de su pistola. Resultaba irónico pensar que había sido precisamente en aquel mismo lugar donde había aprendido a usarla. Sin embargo, así era, y daba gracias a Vladimir por todas sus enseñanzas. Ahora, Larkin era un auténtico maestro en la materia, y aunque no había sido precisamente gracias al jefe de la guardia de su padre, agradecía las molestias que se había tomado. Él, en su lugar, seguramente no lo habría hecho. Claro que, ¿acaso había tenido alguna otra opción?

Esbozó una media sonrisa cargada de malicia. Por el momento no podía ascender aquellos peldaños, pues, aunque la estructura estuviese completa, el proceso de estabilización aún no había finalizado, pero las cosas no tardarían en cambiar. Una vez fuese posible, sería el primero en atravesar las puertas abiertas que con tanto anhelo le aguardaban. Elspeth ascendería los peldaños, cruzaría el umbral y, rodeado de las nueve estatuas sin nombre ni rostro, alcanzaría el altar... y...

Sacudió suavemente la cabeza y retrocedió unos pasos, aún bajo la atenta mirada del águila de piedra. No debía precipitarse. Aquella era su oportunidad, el príncipe era plenamente consciente de ello, por lo que no podía fallar. Esta vez no.

Ana se alejaba con paso firme y sereno de la estructura, consciente de que aún no había llegado el momento de subir las escaleras, cuando un sonido captó su atención. La mujer volvió la vista atrás instintivamente, en busca del dueño. No muy lejos de donde se encontraba, hablando en tono alto y gesticulando nerviosamente, estaban los dos hermanos: Veryn y Armin. O al menos eso creía; con la barba recién afeitada, el mayor de los Dewinter parecía otra persona.

Al parecer, la había estado buscando. Ana no necesitaba escucharlos para imaginarlo; sus caras lo decían todo. De hecho, Veryn llevaba casi una hora buscándola por los alrededores, convencido de que había intentado escapar bosque a través, cuando, por fin, había decidido probar suerte en la cuadra. Y, para su sorpresa, allí la había encontrado, dormida profundamente en el suelo, descalza y con una chaqueta a modo de manta.

Obviamente, su enfado era monumental.

—Ya te lo he dicho un millón de veces, Veryn: yo no soy la niñera de nadie. Si lo que querías era tenerla vigilada haberlo hecho mejor.

Ana se incorporó con lentitud, sintiendo como los músculos se estiraban perezosamente. El hermano mediano se mostraba molesto ante la actitud del mayor, era evidente, pero no perdía las formas. Con la mirada bastaba. Veryn, sin embargo, no podía evitar que el nerviosismo se le reflejase en el semblante. A aquel hombre le gustaba tenerlo todo controlado, y en el momento en el que algo fallaba, no podía evitar empezar a preocuparse.

—¿Cómo demonios iba a imaginar que iba a saltar por la ventana?

—No me vengas con tonterías, Veryn. Esa mujer ha robado al Rey: ¿sabes cuantas malditas ventanas ha tenido que atravesar para conseguirlo? —El hombre sacudió la cabeza, irritado—. No sé de qué va todo esto, ni quiero saberlo, así que no me metas en tus historias, ¿de acuerdo? Además, ha despertado. ¿A qué estás esperando para llevártela?

Veryn farfulló algo por lo bajo, molesto, pero rápidamente se encaminó hacia Ana, la cual, aún confusa por el realismo del sueño que acababa de vivir, se sentía un tanto descolocada. Obviamente sabía dónde se encontraba: recordaba el salto a través de la ventana y el paseo descalza por la nieve; a Tir, las duras palabras del mediano de los Dewinter y llorar hasta quedarse dormida. Lo recordaba absolutamente todo con detalle. Sin embargo, para su sorpresa, también recordaba el sueño con tal nitidez que no se atrevía a clasificarlo como una simple pesadilla. A lo largo de su vida había vivido muchas y la sensación al despertar siempre había sido totalmente distinta. Lo que había pasado entonces, fuese lo que fuese, había sido demasiado real.

—¿Se puede saber qué te pasa? —exclamó Veryn con vehemencia, recorriendo la distancia que les separaba en apenas unos pasos, todo rapidez y agilidad—. ¿A qué ha venido esto? Podrías haberte roto una pierna, o la espalda. O la maldita cabeza incluso. —Apoyó ambas manos sobre sus hombros y la sacudió con violencia—. ¿Es que te has vuelto loca?

Estupefacta ante la brusquedad del hombre, Ana no pudo más que alzar la vista y contemplar con perplejidad como, por primera vez en su vida, alguien la trataba con mano dura. En alguna ocasión el maestro había alzado el tono de voz a modo de advertencia, pero jamás se había atrevido a gritarle. Ni muchísimo menos. ¿Y qué decir de su padre? Él jamás le había hablado con la más mínima dureza. Al contrario. En él siempre había encontrado buenas palabras. El único que se había atrevido a empujarla y soltarle un par de gritos había sido Elspeth, pero jamás con aquella vehemencia. Al fin y al cabo, tampoco había sido necesario. Ana nunca les había dado suficientes motivos para tener que reprenderla. De vez en cuando había hecho alguna que otra trastada, pero nada grave. En aquel entonces, sin embargo, las circunstancias eran totalmente distintas. Ana había sobrepasado lo que Veryn consideraba límites y, como si de una cualquiera se tratase, se lo estaba haciendo saber.

—Joder, me has dado un susto de muerte. Pensaba que te habías metido en el bosque. ¡Llevo horas buscándote! Que sea la última vez, ¿de acuerdo? Si quieres o necesitas algo, dímelo, pero deja de hacer el salvaje. No eres una prisionera.

Ana asintió ligeramente con la cabeza, demasiado intimidada como para responder, pero con centenares de contestaciones en el cerebro ansiando por salir. En cualquier otra circunstancia no habría dudado en protestar y reprenderle, sacar su peor lado, pues, aunque a ella nunca le gritasen, era una auténtica experta en la materia, pero Veryn había logrado sorprenderla de tal modo que era incapaz de decir palabra.

De todos modos, ya tendría tiempo. Aquello no iba a quedar así.

Algo más calmado tras descargar su nerviosismo, Veryn le soltó los hombros y se apartó unos pasos, dejándole algo de espacio de maniobra para que se pudiera poner la chaqueta. Tras ella, Tir lo observaba con rencor, dolido por el abandono. Ninguno de los dos había logrado olvidar lo acaecido hacía ya tantos años atrás.

—Volvamos a dentro: han preparado la cena. Estoy seguro de que tendrás hambre. Además, mi padre tiene que conocerte. Le he hablado de ti.

—¿De mí? —Ana lanzó una fugaz mirada hacia el hermano mediano, asegurándose así de que siguiese a suficiente distancia como para que no pudiese escucharlos—. ¿Qué le has dicho? ¿Sabe...?

—Mis hermanos viven al margen de la realidad del planeta: él no. Al contrario. Aún no sabe quién eres, he preferido no decírselo, pero tan pronto te vea la cara lo sabrá.

Se encaminaron hacia la salida. Aquella noche no había luna alguna que iluminase el océano de árboles que rodeaba la granja. En su lugar, diseminadas por los muros de piedra del edificio, decenas de antorchas de oxígeno cumplían con su función bañando de suave luz azulada la zona.

—¿Dónde estamos? —preguntó en apenas un susurro mientras atravesaban el patio camino a la puerta principal—. ¿Estamos muy lejos del lago?

Veryn asintió levemente con la cabeza, sin apartar la vista del frente. Ambos recorrieron rápidamente la zona, dejando la huella de sus zapatos y pies descalzos sobre la nieve, y ascendieron los tres peldaños que daban al pórtico de entrada. Junto al panel de reconocimiento facial que empleaban para acceder a la vivienda había varias cabezas de reses colgadas a modo de trofeo. Algunas pertenecían a animales que Ana podía identificar, propios del planeta. Otros, sin embargo, escapaban completamente de su conocimiento.

—¿Qué es esto?

Preguntó instintivamente, deteniéndose frente a la enorme cabeza de lo que parecía ser una mezcla entre una serpiente y un felino. El ser tenía escamas en vez de pelo, era de color grisáceo y poseía grandes colmillos afilados como agujas, pero sus ojos amarillos y el morro pertenecían a un felino de dimensiones desproporcionadas.

—Algo con lo que no te gustaría cruzarte, te lo aseguro. Vamos, entremos: aquí fuera hace frío.

Veryn la invitó a pasar primero. El interior de la casa, aunque cálido de temperatura, parecía frío y desnudo. El salón en el que había despertado le había parecido agradable y acogedor, hogareño incluso, sin embargo, el resto de la casa parecía totalmente deshabitada. Las salas y los corredores estaban totalmente vacíos, desprovistos de decoración y con los muebles cubiertos por sábanas, como si hiciese años que no se utilizaban. Además, en el suelo había una película de polvo sin apenas huellas que evidenciaba la falta de vida en aquella zona. Al parecer, en contra de lo que había creído inicialmente, no estaba tan ocupada como le había parecido. Es más, cuanto más se adentraba en ella, más claro tenía que aquello era un simple lugar de paso.

Dewinter la guio hasta el primer piso, lugar donde, tras atravesar un recibidor algo más iluminado que el resto de la casa, alcanzaron un pequeño salón comedor donde una mesa circular les aguardaba con toda la cubertería preparada para dos personas. El lugar en sí no resultaba mucho más acogedor que el resto de la casa, pues se podía percibir en el ambiente el evidente abandono, pero sí gozaba de una decoración algo más trabajada: muebles de madera blanca lacada, sillones de cuero, cuadros en las paredes e, incluso, una chimenea natural encendida: todo un lujo teniendo en cuenta el resto del edificio.

—Llegamos.

Veryn le apartó una de las sillas para que tomase asiento. La cena aún no estaba servida, pero no tardaría demasiado. El olor a comida era inconfundible. A continuación, tras acomodarla de espaldas a la puerta, se sentó en el otro extremo de la mesa, frente a la chimenea. En el centro de la mesa, rodeada por varias rosas blancas artificiales y las copas, un círculo de cristal azulado del tamaño de un plato grande emitía suaves destellos violáceos a modo de señal. En general, como experta en la materia gracias a las clases de protocolo que Justine le había impartido, la mesa estaba muy bien preparada. La cubertería y cristalería no eran comparables a las del castillo en cuanto a calidad, pero no eran piezas comunes precisamente. Fuese quien fuese, las había seleccionado, había tenido muy buen gusto. ¿Y qué decir de la exquisita mantelería blanca? Ana había cenado en casas de barones y duques con peor material que los Dewinter...

—Solo hay dos platos. —observó Ana sin poder evitar que la vista volase de vez en cuando hacia el extraño cristal del centro de la mesa—. ¿No decías que...?

—Mi padre ha tenido algunos problemas para viajar por lo que hoy no estará... al menos no en persona —respondió el hombre mientras descorchaba una hermosa y llamativa botella de lo que parecía ser vino negro. Tomó la copa de la mujer con delicadeza y sirvió un par de dedos—. Adelante, prueba. Imagino que ni se acerca a los que tomáis en el castillo, pero no es una mala cosecha.

Ana dudó, pero finalmente aceptó la copa. El color del vino era muy oscuro, mucho más de lo que jamás había visto, pero el sabor era delicioso. Quizás algo amargo para los cánones habituales, pero exquisito.

—No está mal —dijo como veredicto, logrando arrancar una sonrisa a su anfitrión al reflejarse claramente la verdad en su mirada— Pasable.

—Ya, claro. Pasable. —Veryn le rellenó la copa hasta la mitad, divertido, y seguidamente llenó la suya. Tomó asiento y alzó la copa—. Aunque imagino que no te importa, no es de este planeta. Me lo traen de importación desde Démeter. ¿Lo conoces? Pertenece a un sistema bastante lejano, y hace tanto frío o incluso más que aquí. De hecho, ambos planetas tienen muchas cosas en común. Hubo un tiempo en el que el comercio entre ellos era habitual.

Larkin negó ligeramente con la cabeza. A pesar de los intentos frustrados del maestro por darle a conocer todos los sistemas que conformaban el Reino, Ana siempre había sido reticente con el tema. Para ella, únicamente existían dos sistemas interesantes: el Scatha y el Solar. El resto, si es que realmente existía y no era una invención más de Donovan, no le importaba lo más mínimo.

Y mucho menos en aquel entonces.

Ana dio otro sorbo a la copa, sintiendo el calor que despertaba la bebida en su garganta. Aunque la situación no era del todo de su agrado, era innegable que prefería estar a cubierto y delante de una mesa que en mitad del camino, congelada y calada hasta los huesos. Además, agradecía la compañía. Ninguno de los Dewinter se había mostrado especialmente cercano con ella hasta entonces, sin contar a Veryn, claro, pero incluso así Ana estaba contenta de haberlos conocido. Después de las últimas jornadas de casi absoluta soledad, la joven agradecía enormemente poder hablar con alguien.

—Imagino que debes estar hambrienta. ¿Cuánto llevas sin comer en condiciones?

—No mucho; después de parar en el refugio que había junto al paso hice noche en una posada que había en mitad del camino. —Ana dio otro sorbo a la copa—. Allí no es que hubiese gran cosa, pero algo es algo. Por cierto... ¿Vas a volver a sedarme? Con el vino está claro que no, ya has bebido, pero la comida es otra cosa.

—No es mi intención. —Veryn se encogió de hombros—. Al menos no por el momento. Lo de ayer fue algo circunstancial, no me lo tengas en cuenta. En el fondo lo hice por tu propio bien: necesitabas descansar.

Aunque era innegable que el descanso le había sentado francamente bien, Ana nunca iba a admitirlo. Era demasiado orgullosa para ello. Además, la parada en el viaje no estaba siendo positiva para su objetivo. Si bien era innegable que se encontraba mejor, con las fuerzas renovadas y algo más serena, el tiempo corría demasiado rápido.

—Tengo prisa por seguir con mi viaje —respondió—. Además, antes has dicho que no era ninguna prisionera así que... ¿cuándo podré irme?

El sonido de unos pasos acompañados de un carraspeo interrumpió la conversación. Ana volvió la vista atrás, hacia la puerta, y allí descubrió la presencia de una tercera persona cuyo aspecto evidenciaba que no pertenecía a la familia.

—Lamento la interrupción, Alteza, Conde, pero la cena está preparada. —El hombre hizo un ligero ademán de cabeza a modo de saludo y, sin pedir permiso, entró en la sala llevando consigo un carro gravitatorio en cuyo interior había dos platos.

Mientras servía los platos con esmero y cuidado, Ana se entretuvo en observar al hombre. En cierto modo le recordaba a los mayordomos del castillo, sobre todo por sus modales, pero su atuendo evidenciaba que no era un sirviente. Aquel hombre vestía elegantemente de traje, como un hombre de negocios, o incluso un noble, y lucía un crono de oro en la muñeca que muy pocos sirvientes podían permitirse. Además, en su aspecto se denotaba cierta majestuosidad poco habitual.

El hombre, aunque ya algo mayor, de unos cincuenta o sesenta años, gozaba de unos rasgos y una mirada digna de envidiar. Lucía el cabello negro entrecano bastante corto, ya con entradas, lentes redondas doradas y un bigote fino y elegante que remarcaba el tono rosáceo de sus labios.

Depositó uno de los platos frente a Ana y lo destapó. En su interior, perfectamente colocado, había un exquisito plato de pescado con frutas del bosque cuyo penetrante olor abrió de inmediato el apetito de ambos comensales.

—Espero que sea de su gusto.

—Gracias, Robert.

Una vez servido el segundo plato, el hombre abandonó la sala silenciosamente. Su breve intervención había despertado cierta curiosidad en Ana, aunque no tanta como los insistentes destellos de luz procedentes del plato de cristal. Aquello era un auténtico misterio. Sin embargo, por encima de aquellos dos factores, había algo más que había captado aún más su atención. Un detalle que fácilmente podría haber pasado desapercibido en mitad de una conversación, pero que, en aquel entonces, podría marcar una gran diferencia.

Empezaron a comer.

—Te ha llamado Conde —comentó tras probar la cena.

Quizás fuese por el hambre acumulada a lo largo de todos aquellos días, o por las emociones, incluso por el nerviosismo, o quizás por el mero hecho de que el cocinero era sublime, pero jamás había probado algo tan delicioso como aquel sencillo plato de pescado.

—Conozco los apellidos de todas las casas nobiliarias del planeta —prosiguió—. Por razones obvias me han obligado a memorizarlos y repetirlos hasta la saciedad... y entre ellos no aparece el tuyo. ¿Cómo es posible?

—Es fácil: ni soy un noble, ni desearía serlo, aunque me pagasen, Alteza. No va conmigo. Lo de Conde es un pseudónimo. Algo así como...

—Daniela.

Asintió con sencillez, sonriente. Al parecer había algo en toda aquella extraña situación que parecía divertirle enormemente.

—Me tienes intrigado, Ana. Porque te puedo llamar así, ¿verdad? Lo de Alteza suena demasiado formal... Aunque ten por seguro que lo tengo muy en cuenta. Además, estamos bastante lejos del castillo así que confío en que no te importará.

Se encogió de hombros. Nuevamente nadie se había mostrado tan osado con ella, pero le agradaba. Aquella desfachatez le ayudaba a fingir, al menos temporalmente, que era una persona común.

—Adelante.

—Perfecto. Como te decía, me tienes intrigado. ¿Qué motivos tiene alguien de tu posición para escapar en plena noche de su propio castillo? Esto está muy lejos de tu casa, imagino que lo sabes. Aunque el viaje a través del paso es relativamente corto gracias al transbordador, estás a muchísimos kilómetros de distancia.

—Soy consciente de ello —admitió Ana—. Lo único que te puedo decir es que sé perfectamente que estoy muy lejos de casa. No ha sido fácil alejarme tanto, pero ha valido la pena. Respecto al porqué... bueno, solo puedo decirte que tengo mis propios motivos.

—No vas a decírmelo: de acuerdo, lo entiendo. Todos tenemos nuestros propios secretos. ¿Puedo saber al menos cuáles son tus intenciones?

Ana dio un largo sorbo a la copa de vino, consiguiendo así unos cuantos segundos de ventaja para poder pensar. Las preguntas que le estaba formulando eran las esperadas, nada nuevo. No obstante, hasta entonces no se había planteado la respuesta que daría en caso de que se las formulasen. Obviamente, no podía ser sincera. Al menos no con personas en las que no confiaba. El silencio era vital para su subsistencia. Sin embargo, llegaría el día en el que tendría que explicar la verdad, y para ello era básico saber qué iba a decir.

—No. ¿Cuándo puedo irme?

—Cuando quieras —respondió con cierta decepción. Dewinter dio un rápido sorbo a la copa y la depositó bruscamente sobre la mesa—. Eso sí, no sé cómo vas a hacerlo. Tir me pertenece, y después de ver cómo lo tratas no pienso dártelo a no ser que me des un buen motivo. Así pues, si lo que quieres es irte, hazlo, adelante, pero tendrás que hacerlo a pie... y sin mapa. Le he estado echando un vistazo y creo que servirá como pago por tu estancia.

Antes de que pudiese responder, el cristal emitió una suave onda sonora. Veryn se incorporó sobre la mesa, interrumpiendo así definitivamente la conversación, extendió la mano hacia el objeto y la depositó sobre este, con los dedos separados. Inmediatamente después, tras realizar un rápido barrido con el lector de huellas dactilares, el dispositivo cambió de color.

Empezó a formarse una imagen holográfica sobre el cristal.

—Padre.

Ante ellos apareció la imagen en blanco y negro de un hombre de unos cincuenta años. Su aspecto se asemejaba mucho al de sus hijos, sobre todo al del más pequeño, pero su expresión feroz era única.

Jamás había visto a nadie que pudiese intimidar tanto sin tan siquiera abrir la boca.

—Padre, ¿me escuchas?

—Sí. Parece que la conexión ha sido efectuada con éxito —respondió el hombre con tono cortante—. No dispongo de demasiado tiempo: ¿qué quieres?

—Padre, te presento a Su Alteza la princesa Ana Larkin. Ana, él es Anders Dewinter.

—¿Alteza?

El rostro de Anders Dewinter apenas varió al volver la vista hacia Ana. En su mirada de ojos lobunos hubo cierto reconocimiento, pero apenas duró un instante. Al parecer, no parecía sorprendido ni impresionado. Al contrario. En el fondo, era como si ya lo esperase.

El hombre volvió a mirar a su hijo, indiferente, y se cruzó de brazos.

Nada más. Ni un saludo, ni una sonrisa, ni un hola. Anders Dewinter no dijo nada, y, en cierto modo, Ana lo agradeció. En comparación a él, el pequeño de los Dewinter, Orwayn, le parecía la persona más encantadora sobre la faz del planeta.

—Explícate.

—Encontré a la señorita ayer. Había tenido un pequeño accidente y estaba inconsciente así que decidí traerla a casa. Ahora se encuentra mejor, ansiosa por seguir su camino, pero antes de su marcha quería que la conocieras.

Anders asintió una única vez antes de volver a mirar a Ana. Sus ojos, muy claros para ser marrones o verdes, brillaban con fuerza, rebosantes de interés. Al parecer, tras la aparente indiferencia inicial, el cabeza de familia parecía interesado en la recién llegada. Después de todo, no siempre se recibía la visita de un miembro de la familia real...

—Escuché hace un par de días en los noticieros que había escapado del castillo, Alteza —explicó el hombre—. Francamente, creí que era falso; un montaje con el que distraer la atención de la llegada de su señor hermano y la mala salud de su padre. Es toda una sorpresa comprobar que es cierto. Espero que mis hijos la estén tratando como deben; mi intención es regresar cuanto antes, pero me temo que al menos tardaré un par de días. Están cerrando los pasos.

—¿Por orden de mi hermano?

—Orden real, Alteza, así que imagino que o ha sido él, o ha sido su padre. ¿Podrá esperar hasta mi llegada? Me gustaría poder hablar personalmente con usted.

—Bueno...

—Padre, Ana insiste en partir lo antes posible —intervino Veryn—. Tiene un viaje que realizar. Según me ha comentado hace unas horas, quiere partir hoy mismo... pero no dispone de medio de transporte. Su montura no puede seguir adelante.

Alguien interrumpió la conexión. Tras Anders apareció una figura encapuchada que, seguramente sin saber que el hombre estaba en plena conversación, se acercó a él para susurrarle algo. Dewinter escuchó en silencio, endureciéndosele la expresión por segundos, y asintió con la cabeza a modo de despedida.

Lanzó un rápido vistazo a su crono.

—No tengo mucho más tiempo. Alteza, espere hasta mi llegada, se lo pido por favor. En caso de no poder hacerlo, disponga de cualquiera de mis vehículos o monturas a su gusto: tiene mi permiso. Veryn, asegúrate de que, sea cual sea el viaje, no lo realice sola. Que uno de tus hermanos la acompañe. Los caminos se están volviendo peligrosos.

—No necesito protección, señor —interrumpió Ana—. Agradezco lo del transporte, y le tomo la palabra, pero respecto a lo otro...

—Con el debido respeto, Alteza —interrumpió Anders con solemnidad—, no le he preguntado si quiere que uno de mis hijos la acompañe: se lo estoy ordenando a ellos. Además, o le acompañan, o no hay transporte, usted verá, aunque dudo que tenga muchas opciones. Veryn, contactaré contigo más tarde. Me reclaman. Encárgate de mantener a la señorita a salvo. Corto.

La conexión se cerró antes de que ninguno de los dos pudiese decir nada, dejándoles con la palabra en la boca. Al igual que Ana, Veryn se mostraba asombrado ante la brevedad de la conversación, aunque no de las decisiones que había tomado. Si bien era cierto que él y su padre no se entendían en la mayoría de las ocasiones, tenían un concepto muy claro de lo que debían hacer respecto a ciertos temas, y aquel era uno de ellos. Ana, por su parte, estaba asombrada, aunque no por el tiempo empleado. Para ella, aunque breve, la conversación había sido lo suficientemente intensa como para tener la mente ocupada durante un buen rato. Lo que realmente la había asombrado eran sus palabras; sus decisiones. Aquel hombre había decidido su futuro en apenas unos segundos, cerrándole todos los caminos viables. Y es que, sin un transporte, la joven tan solo necesitaba echar un vistazo a su alrededor para comprender que estaba atrapada.

Permanecieron unos minutos en silencio, asimilando toda la información.

—Tu padre es un hombre de carácter... —exclamó Ana finalmente, recuperando la copa de vino—. ¿Siempre es igual? Te ha tratado como un niño.

—Con los hijos que tiene, no le queda otro remedio que ser duro, Ana. Y sí, siempre es igual. Le encanta dar órdenes, ponernos firmes y tomar decisiones por todos. —Se encogió de hombros—. Gracias a ello ha llegado donde ha llegado.

—¿A montar una granja?

Si el comentario le ofendió, no dio muestras de ello. Veryn le respondió con una enigmática sonrisa, un rápido guiño y, por último, alzando la copa a modo de celebración.

Nada parecía hacerle perder la sonrisa.

—Creo que la ocasión merece un brindis, ¿no te parece, princesa? Además de corcel, has conseguido un caballero para que te proteja; deberías estar agradecida. Mi padre no suele ser siempre tan generoso.

Ana alzó también la copa, pero no brindó. Se llevó el cristal a los labios y, con la mirada fija en Veryn, a modo de reto, bebió de la copa hasta vaciarla. Después, sin cuidado alguno, la plantó sobre la mesa con fuerza.

—No necesito que nadie me proteja.

—¿Acaso eso importa? —Veryn dejó escapar una carcajada—. A mí me dan órdenes y yo las cumplo, querida. Aunque si lo prefieres, puedes esperar hasta que el jefe del clan vuelva a casa. Si prometes no saltar por la ventana tendrás tu propia celda con vistas al bosque, de lo contrario no tendré más remedio que encerrarte en el sótano. ¿Cómo lo ves?

—No te pases ni un pelo, Dewinter —advirtió Ana, sintiendo como el enfado empezaba a despertar en ella—. Soy tu princesa: tienes que obedecerme. Y si digo que no...

—No te pases tú ni un pelo, Anita... —Veryn saboreó las palabras, pletórico—. Mi padre y yo no vamos a entregarte a la guardia. Podríamos hacerlo, desde luego, dan una buena recompensa, pero no vamos a hacerlo. Mis hermanos, sin embargo, tienen otra visión de las cosas. Haz una tontería y te aseguro que tu viaje acabará mucho antes de lo que desearías. En el fondo, a nosotros todo esto nos da completamente igual.

—¿Y entonces porque no me entregas ya y nos dejamos de tonterías? —respondió Ana, alzando el tono de voz—. ¿A qué demonios se supone que juegas?

Veryn dio un sorbo a su copa y la depositó sobre la mesa, con todo el cuidado y la delicadeza que ella no había tenido. Tomó los cubiertos y empezó a cortar el pescado, dispuesto a seguir cenando plácidamente.

—A lo mismo que tú, Alteza: a guardar secretos. ¿No quieres responder a mis preguntas? Perfecto, no lo hagas. Yo tampoco responderé las tuyas. Eso sí, ten en cuenta que ahora estás en mi territorio así que las normas las pongo yo. ¿Quieres seguir con tu viaje? De acuerdo, hazlo, pero con mis condiciones. Las condiciones de mi padre. —Pinchó un pedazo de pescado con el tenedor y lo alzó—. En el fondo, si lo piensas con frialdad, es por tu propio bien. Ahora cena: se te va a quedar la comida fría.

Ana parpadeó con perplejidad, furiosa ante sus palabras, pero incapaz de encontrar una buena respuesta con la que reprenderle. Para su sorpresa, Veryn había logrado dejarla sin palabras.

Apartó el plato a un lado a modo de protesta. A pesar del hambre inicial, la discusión le había quitado el apetito. Además, tal y como había advertido el hombre, la comida se estaba quedando fría. Así pues, Ana se cruzó de brazos y frunció el ceño, mostrando abiertamente su enfado. La joven era una experta en ello. Además, aquello siempre funcionaba. Larkin sabía cuál era el punto débil de los suyos y no dudaba en explotarlo.

La pobre y dulce Ana... ¿Cómo podían atreverse a provocar el enfado de la encantadora hija del Rey? ¿Acaso habían perdido todos la cabeza?

En la Corte, nadie lograba resistirse a la mirada herida de la joven...

Sin embargo, aquello ni era la Corte ni jamás lo sería por lo que, aunque esperaba que Veryn le dijese algo, que le pidiera que siguiese comiendo, o quizás que no se enfadase, incluso que le hablase de algo para romper el silencio, no le dijo nada. Al contrario. El hombre comió y bebió tranquilamente, ignorando su presencia durante largo rato, y así siguió hasta que, diez minutos después, su mayordomo volvió a entrar y se llevó los platos.

Veryn decidió entonces llenar ambas copas de nuevo.

—Tenemos dos opciones, Ana. O lo hacemos por las buenas, o lo hacemos por las malas: tú decides. Aunque a nuestra extraña manera, mi familia te está tendiendo la mano. Sigue adelante con tu viaje; no hace falta que nos digas a dónde vas ni por qué. Tanto mis hermanos como yo respetamos tu silencio. En el fondo, todos tenemos secretos que no pueden ser revelados. Así pues, sigue adelante, pero no lo hagas sola: no tienes por qué.

—Veryn... —Ana cogió la copa—. Te lo agradezco. Es cierto que no lo entiendo demasiado bien, pero creo que no tenéis malas intenciones, y lo agradezco. El problema es que no quiero seguir adelante acompañada. Tengo mis motivos. Y sí, sé que los caminos pueden llegar a ser peligrosos, pero...

—Sabes que si no te hubiese sacado de ese lago habrías muerto, ¿verdad? —Veryn cogió también su copa—. Si ahora sigues adelante: ¿quién crees que te va a tender la mano la próxima vez que necesites ayuda? —El hombre negó suavemente con la cabeza—. Lo siento, pero el deber de todo súbdito es cumplir con los deseos de su Rey, y ten por seguro que tu padre no querría verte ahogada en el fondo de un lago. —Alzó la copa—. Te ayudaremos a hacer ese viaje tuyo. Ahora queda en tus manos el decidir si lo haremos como amigos o enemigos. ¿Qué me dices?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro