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Capítulo 17

Estaba a punto de cumplirse el tercer día de viaje cuando por fin el paisaje cambió. Después de casi setenta y dos horas rodeados únicamente de árboles y maleza, Ana había empezado a aburrirse de las vistas. Le gustaban los bosques y la naturaleza, desde luego, y más aquella en concreto que, a diferencia de la de Corona de Sighrith, parecía salvaje e infinita. No obstante, después de tanto tiempo sin nada mejor que hacer que mirar por las ventanillas traseras del raxor, había acabado por aburrirse hasta tal punto que se había quedado dormida en los asientos. Y así llevaba casi tres horas, durmiendo y despertándose intermitentemente, cuando, por fin, Veressa la despertó con buenas noticias.

—Ana, mira allí, al fondo. ¿Las ves? Son las Lagunas Sanguinas. ¿Las conocías?

Obediente, la princesa se incorporó para comprobar a través de la ventana lo que su compañera de viaje comentaba. Las Lagunas Sanguinas, únicas en todo el planeta, eran una agrupación de ocho pequeñas lagunas cuyas aguas termales, totalmente rosas gracias a su peculiar ecosistema, poseían facultades curativas. Según contaba la leyenda propia de la zona, cientos de años atrás, la valiente Sighrith, fundadora del planeta, había logrado burlar a la muerte en una ocasión sumergiéndose en sus aguas tras ser herida gravemente en un pulmón.

—Creo que no son muy conocidas en tu Corona—explicó la mujer, la cual no había dejado en ningún momento el asiento de copiloto desde que iniciasen el viaje dos días atrás—, pero aquí son bastante populares. En otros tiempos, sobre todo en las temporadas de verano y primavera, venían muchísimos viajeros en busca de una curación milagrosa.

—¿Y la encontraban? —La joven fijó la mirada en las lejanas lagunas. Estaban demasiado lejos como para poder verlas con claridad, pero incluso en la oscuridad casi total podía percibir el brillo rosado de su superficie—. Quiero decir... ¿Funciona?

—No —sentenció Armin—. Es una simple leyenda, nada más.

—Bueno, dicen que toda leyenda tiene parte de verdad. —Veressa se encogió de hombros—. Sea como sea, a mí me gusta esta historia. ¿Sabes? Dicen que el color rosado de las aguas es debido a la sangre de Sighrith...

—Pero en realidad es por la vegetación —interrumpió Armin de nuevo—. Es todo marketing, Vessa. Lo sabes. Gracias a esta tontería lograron abrir un complejo turístico bastante potente en la zona. Venden falsas ilusiones.

Ana permaneció pegada a la ventanilla hasta que al fin los árboles volvieron a ocultar las lagunas. Lo cierto era que no había oído nunca aquella historia, pero le gustaba. Todo lo que rodease a la famosa Sighrith y la época en la que las mujeres dominaban el sector le interesaba. Obviamente, el Reino había intentado borrar de la memoria colectiva todos aquellos años, sus éxitos y sus victorias, pero incluso así aún quedaban muchas historias como aquella que evidenciaban que, tiempo atrás, Sighrith había sido distinta. Mágica incluso.

Negó suavemente con la cabeza. Al maestro le hubiese encantado visitar aquel lugar.

—¿Pero ha habido alguna curación?

—Alguna —respondió Vessa—. Nada documentado, desde luego, pero hay historias al respecto. De pequeños, nuestra madre nos traía a veces a recoger agua. Según decía, le iba bien para las jaquecas.

—Tonterías —murmuró Armin por lo bajo—. Esas lagunas son un engaño. Lo único que le quitaban las jaquecas eran los calmantes que padre le ponía en el agua, nada más. —Dejó escapar un suspiro—. Lo único bueno de este lugar es que hay una posada pequeña y discreta en la que podremos pasar la noche tranquilamente, nada más. Lo demás es basura.



El estridente sonido de la nave al aterrizar en los alrededores de la granja alertó a Veryn de su inminente llegada. El hombre dejó las cartas boca abajo sobre la mesa, interrumpiendo así la partida que Robert y él jugaban desde hacía media hora, y se encaminó a la puerta de salida. A casi trescientos metros de allí, extendiendo ya la rampa de descenso, se encontraba la "Misericorde", la imponente y rápida nave que gobernaba Schnider desde hacía una década. Veryn descendió las escaleras de entrada, recorrió varios metros y se detuvo.

No tardaría más que unos minutos en bajar.

—La señorita llega puntual, como de costumbre —comentó Robert desde lo alto de las escaleras, con una amplia sonrisa en la cara. De todas las féminas de las que se había rodeado su señor, aquella era su favorita con diferencia—. Las ocho, ni un minuto antes, ni un minuto después.

—Nunca falla.

Cat no se hizo de rogar. Pasados un par de minutos, dos figuras descendieron la rampa. La primera de ellas, alta, esbelta, poderosa, pertenecía a Schnider. La otra, algo más baja pero de mayor fortaleza física, al piloto de la nave, Oscar Raven.

—Aquí están.

Raven alzó la mano a modo de saludo, pero no se alejó más de un par de metros de la nave, como de costumbre. Aquel hombre parecía incapaz de romper el vínculo con la "Misericorde". Ella, sin embargo, siguió avanzando a grandes zancadas hasta alcanzar a Dewinter. Se detuvo frente a él, solemne, pura elegancia con su túnica negra y verde, y le guiñó el ojo derecho.

—¿Me echabas de menos?

Cat era una mujer de treinta años a la que la intensa vida a bordo de la "Misericorde" empezaba a pasarle factura. Tenía el cabello largo y negro, en aquel entonces recogido en un moño alto, los ojos grandes y oscuros y la tez clara. En otros tiempos su rostro había brillado con vitalidad y fuerza, sano; en aquel entonces, sin embargo, las horas perdidas en el espacio habían acabado por oscurecerle la mirada.

—No tanto como tú a mí.

Antes de que pudiera responderle, como siempre hacía, Veryn la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza. Hacía tantas semanas que no la veía que incluso había empezado a preguntarse si no habría empezado a rehuirle.

Le besó los labios para asegurarse. Los labios de la capitana sabían a refresco de limón, como de costumbre. En la "Misericorde" era tradición el enfrentarse a un aterrizaje con un par de latas de refresco junto al timón.

—Me alegro de verte. ¿Has tenido buen viaje?

—Magnífico, como de costumbre. Sin sorpresas. Me hubiese gustado poder llegar antes, pero... espera un momento. —La mujer alzó la mano a modo de saludo—. ¡Ey, Robert! ¡Me alegro de verte!

—Lo mismo digo, señorita —respondió Robert desde la puerta—. Imagino que vienen con hambre.

—Eso siempre. —Cat le dedicó una amplia sonrisa—. ¡No nos falles!

Robert se retiró al interior de la granja, sonriente y feliz ante la llegada de la mujer y su compañero. A pesar de que Schnider se había unido hacía relativamente poco a la familia, tan solo cuatro años, Robert había creado un fuerte vínculo de unión hacia la capitana. La joven sabía mantener a raya a su señor y hacerle entrar en razón cuando nadie podía, y eso era algo que le gustaba. En el Reino había pocas mujeres tan decididas e independientes como ella.

—Tranquila, llegas a tiempo. Salieron hace tan solo dos días.

—Casi tres según mis cálculos. —Cat lanzó un rápido vistazo atrás para comprobar que Oscar trabajaba ya en la revisión de los motores de la nave y volvió a abrazar a Veryn, cariñosa. Depositó un suave y largo beso en sus labios—. Estaba preocupada por ti. ¿Es verdad lo que decías? ¿Es la hija del Rey?

—La misma: Ana Larkin.

—Impresionante... ¡Buen trabajo! Tienes que contármelo todo. Por cierto, yo también traigo noticias. Estuve buscando información sobre el nombre que me diste, Rosseau, y he encontrado cosas bastante interesantes. ¿Sabías que ese tío lleva muerto más de cien años? —Ensanchó la sonrisa—. Espero que te gusten las historias de fantasmas... —Volvió la vista atrás—. ¡Eh, Oscar, Armin no está: ven adentro con nosotros! ¡Robert está preparando algo de comer!

El piloto volvió la vista atrás, hacia Cat, pero no dijo palabra. Simplemente sonrió, negó ligeramente con la cabeza y volvió a concentrarse en sus quehaceres. A pesar de que agradecía el ofrecimiento, él no abandonaba la nave jamás. De hecho, incluso estando en tierra dormía en su interior. Durante las visitas a los Dewinter, Armin solía hacerle compañía. Al joven le apasionaba la tecnología de la "Misericorde" así que solían pasar días enteros hablando sobre ello. Motores, fuselaje, cableado, software... Armin parecía un experto en la materia. Además, tenía buena mano con las máquinas por lo que era una muy buena ayuda a la hora de revisar el motor.

Era una lástima que hubiese elegido aquel camino; de haberlo intentado, habría llegado a ser un magnífico mecca.

—Luego le llevaré algo —decidió Cat—. El tramo a través de la atmósfera ha sido realmente complicado, necesita descansar. —Se pusieron de camino a la granja—. ¿Qué es eso negro que cubre el planeta? Aunque parece humo, es una especie de película viscosa: como aceite.

—La verdad es que aún no lo sé. He tomado unas muestras del aire para examinarlo, pero como tú dices, creo que no es algo gaseoso. Desde la Corona de Sighrith acusan a Mandrágora de un posible ataque terrorista, pero vaya, ya te digo yo que no hemos sido nosotros. A mí me huele a accidente de laboratorio o a algún tipo de experimento. —Veryn frunció el ceño—. Están pasando cosas demasiado extrañas como para no empezar a sospechar.

Se acomodaron en el salón del piso superior, donde anteriormente Veryn había cenado con Ana, y aguardaron pacientemente a que Robert les trajese algo que cenar. Más allá de los cristales, la tormenta de nieve que hacía días que azotaba la zona empezaba a bajar de intensidad. Con suerte, en un par de días llegaría a su fin.

Cat aprovechó la espera para sacar de su mochila el disco de memoria en el que había grabado toda la información sobre Rosseau. Se la entregó a su compañero para que la introdujese en la rendija de lectura de la terminal de la mesa y aguardó a que se iniciara la grabación. Pocos segundos después, la lente de cristal del centro de la mesa empezó a mostrar las imágenes de lo que parecía ser una lejana y hermosa nave corsaria surcando el espacio. La imagen no era lo suficientemente nítida como para poder percibir los detalles con claridad, pero era innegable que la nave se asemejaba a la típica imagen mental de un galeón que todos los humanos poseían gracias a los libros de historia.

—Ahora ya no está demasiado de moda, pero hubo un tiempo en el que los astilleros construían las naves en forma de barco. En aquel entonces eran mucho más pequeñas que ahora, desde luego, pero de vez en cuando se construían monstruos como el que tienes ante tus ojos. —Cat apoyó los dedos sobre el tablero de control táctil que había disimulado en el lateral izquierdo de la mesa—. ¿Sabes qué nave es?

—Imagino que la "Cuervo".

—Premio. —Schnider presionó varias teclas con la yema de los dedos y rápidamente la imagen cambió. Ahora, en vez de la nave, había un completo informe con la ficha técnica del transporte—. Según el informe, la Cuervo tiene más de trescientos años. Eso no la convierte en la más vieja, desde luego, pero sí que es una antigüedad a tener muy en cuenta.

—¿A quién pertenece?

—A la Universidad de Ciencia y Química del planeta Helena, en el Sector de Cuarzo. Según los informes, la nave llevaba más de cien años realizando expediciones científicas cuando desapareció en el sector Ariangard. ¿Te suena?

Veryn se cruzó de brazos, pensativo. Si no recordaba mal, el sector Ariangard era el lugar al que, según Ana, había viajado por última vez su hermano.

Frunció el ceño. Tenía lógica.

—Me suena, sí. ¿La nave se perdió allí?

—Así es.

—¿Hace cuánto tiempo?

—¿Para ser exactos? —La mujer amplió la información—. Ciento ochenta años. Al parecer se enviaron tres partidas de búsqueda, pero no se encontró rastro alguno. Según los informes, era como si la nave se hubiese esfumado. De hecho, en la denuncia que se presentó a la compañía de seguros se indica que hay un 99% de posibilidades de que la "Cuervo" fuese engullida por un agujero negro.

Robert entró en aquel momento en el salón con una bandeja llena de platos pequeños tapados. Cat y Veryn se levantaron a ayudarle a repartirlos por la mesa y, juntos, prepararon el pequeño banquete de bienvenida. Añadieron un par de botellas de vino y unas copas para dar el toque final.

—También cabe la posibilidad de que fuese arrastrada por una corriente estelar —aportó Robert tras escuchar un breve resumen sobre lo descubierto hasta entonces—. Si una nave de esas dimensiones topa con una corriente inesperada lo más probable es que acabe aplastada en la superficie de algún planeta. —El hombre cogió la copa y le dio un sorbo—. Por experiencia os diré que las patrullas de salvamento no suelen adentrarse mucho en los sistemas desconocidos por esta misma razón. Es un tema de seguridad. Normalmente, cuando alcanzan la zona de la desaparición, hacen rastreos virtuales y lanzan señales de socorro, pero poco más.

—Lo más probable es que la nave se quedase por la zona —reflexionó Veryn—. Que perdieran las comunicaciones, llegasen a algún destino atípico o, simple y llanamente, quisieran desaparecer. Hay mil opciones.

—Desde luego. —Cat sonrió—. Lo interesante es la lista de los tripulantes.

La imagen volvió a variar. En esta ocasión, tras mostrar un par de planos más de la nave, apareció un largo listado con centenares de nombres al final del cual, bajo una hermosa aunque ostentosa firma, aparecía el que buscaban.

—Está firmada por el Capitán, Bastian Rosseau, hace casi doscientos años. Al parecer, hubo un cambio generacional en la tripulación. Antes de Rosseau, el Capitán era un tal Etienne Madeaux. En resumen, hablamos de un navío que desapareció hace doscientos años y de su Capitán... Es de locos.

—¿Tenemos alguna imagen de Rosseau? —respondió Veryn, pensativo—. Ano le ha visto, si es él, podrá identificarlo.

—Veryn, cariño... —Cat cogió su mano bajo la mesa—. Por muy joven que le nombrasen capitán, Rosseau a estas alturas es una momia. Aún no he encontrado el secreto de la inmortalidad, ¿recuerdas?

—En Sighrith parece que la muerte no es un problema, Cat. No sería el primer muerto viviente del que oigo hablar. —Le guiñó el ojo—. Insisto: ¿tenemos una imagen?

Schnider volvió la mirada hacia Robert, dubitativa, confusa ante la respuesta de Veryn, pero, finalmente, ante la negativa de este, asintió con la cabeza y empezó a buscar. Cosas más raras había visto a lo largo de su vida.

Tras unos segundos de búsqueda, Cat localizó la imagen. Veryn realizó una copia en la memoria de la terminal, accedió al menú de envío y rápidamente estableció conexión con el holotransmisor que Ana tenía en su poder. En menos de un segundo, la imagen llegaría a su terminal. Seguidamente, intentó contactar con ella sin éxito. Probó un par de veces más, pero finalmente se dio por vencido. Teniendo en cuenta la hora, lo más probable era que estuviese cenando o durmiendo.

Siguieron cenando tranquilamente, conversando sobre el último viaje de Schnider. Había visitado el Sistema Solar por cuarta vez, la mujer se consideraba ya una auténtica experta en la materia. De hecho, empezaba a plantearse la posibilidad de establecer como clientes principales a los de la zona. De momento solo era un proyecto, pero teniendo en cuenta las expectativas de éxito, tanto ella como Oscar comenzaban a planteárselo seriamente.

Finalizada la cena, Robert se retiró para dejarles un poco de intimidad. Bajaron al salón principal y se acomodaron juntos en uno de los sillones, de cara a la pantalla holográfica.

Pusieron música y se sirvieron un par de copas de vino dulce, para celebrar la ocasión.

—¿Cuánto crees que tardaremos en llegar a Mimir?

—En condiciones normales tardaríamos cuatro días, cinco como máximo. La "Misericorde" es rápida. Además, tenemos los mapas actualizados por lo que podríamos apretarle al máximo. Por desgracia, con esa capa de oscuridad que hay en el cielo, las cosas se complican. Oscar cree que no bajaremos de las ocho jornadas... Puede que incluso sean diez. —Cat se encogió de hombros—. Francamente, sería mucho más fácil salir de la órbita y bordear el planeta. Con esa basura en el cielo vamos a ciegas.

—Suena tentador, pero no es viable. —Veryn alzó su copa—. La situación es crítica; no descarto la posibilidad de que los chicos tengan problemas. Además, está mi padre y el cónclave. Tengo que estar atento. Si esto sale bien puede que me abran las puertas para...

—¿Convertirte en uno de esos "maestros"? —Cat le hizo mofa—. Venga ya, Veryn, eso no va contigo. Esos tipos se pasan el día maquinando en sus despachos, te lo digo por experiencia. ¿Te puedes creer que ni tan siquiera conozco en persona a la mayoría de ellos? —Entrechocó su copa con la de él con suavidad y le dio un suave sorbo—. Deberías replantearte el unirte a nosotros. A Oscar y a mí nos iría muy bien tu ayuda. Además, así podríamos pasar más tiempo juntos...

Alzó la ceja, sugerente, y le guiñó el ojo. Hacía tiempo que ambos se insinuaban mutuamente la posibilidad de empezar a trabajar juntos, pero nunca se lo habían planteado seriamente. Cada uno tenía objetivos propios, y estos, a su vez, estaban muy lejos el uno del otro. Aquella vez, sin embargo, fue diferente. Cat parecía hablar en serio.

—¿Unirme a la "Misericorde"? —Veryn sacudió la cabeza suavemente, divertido—. Esa nave es demasiado pequeña, Cat. No te lo tomes a mal, pero...

—Estoy a punto de recuperar la de mi padre, idiota. He conseguido localizarla, y...

Veryn alzó la mano de repente, logrando con aquel sencillo gesto que dejase la frase a medias. Entrecerró los ojos, se llevó la mano a la cabeza instintivamente y se concentró. En el interior y exterior de la casa había ruido, mucho ruido. La música, el susurro tranquilo de los ronquidos de Robert en el piso superior, la nieve al caer, los murmullos de Oscar desde el interior de la nave, seguramente apilando cajas, el relinchar de los caballos, el propio sonido de sus corazones... y pasos.

Había alguien en el exterior de la granja, rondando los establos. Alguien cuyos extraños andares no reconocía.

Veloz como el rayo, Veryn se puso en pie, recogió de uno de los cajones una pistola y salió del salón con gran celeridad. Cat hizo ademán de seguirle, pero para cuando quiso unirse a él, Dewinter ya estaba en el exterior del edificio, buscando con la mirada a su alrededor. Sondeó todo cuanto le rodeaba, sintiendo el inquietante andar alejarse hacia la parte sur del edificio principal, y empezó a correr hacia allí.

Justo entonces, el relinchar de los caballos se acentuó violentamente al iniciarse un incendio en el interior de los establos.

—¡Veryn! —escuchó gritar a Cat detrás de él, recién salida a la calle—. ¡Oh, madre mía! ¡Los establos! ¡Veryn, los establos...!

Los gritos de la mujer no tardaron en despertar a Robert, el cual, en bata, salió al exterior. Oscar, por su parte, también salió de la nave, aunque no se atrevió a separarse de ella. En sus ojos oscuros, las llamas brillaban con voracidad.

Paralizado por la imagen, Dewinter tan solo tardó unos segundos en reaccionar. Apretó los puños, furibundo, fuera de sí, y tras ordenar a voz en grito a Robert y Cat que se encargaran del fuego, salió disparado hacia la parte trasera de la granja. Aún podía escuchar los pasos.

Atravesó todo el lateral del edificio y se adentró en las carpas, con el arma preparada para disparar. Las llamas arrancaban destellos a los vehículos allí aparcados, mostrando así involuntariamente la descorazonadora imagen del establo ardiendo. En la lejanía, Cat y Robert intentaban apagarlo desesperadamente, pero la paja se consumía a gran velocidad.

Veryn ralentizó el paso y volvió a sondear la zona con la vista. Aparentemente allí todo estaba tranquilo, quieto, silencioso...

Empezó a avanzar entre los vehículos. Ya no escuchaba los pasos, ni tampoco una respiración o un latido de corazón que pudiese delatar al culpable, pero sabía que estaba allí. Lo podía percibir en lo más profundo de su ser. Creía notar su presencia...

Atravesó todas las carpas hasta alcanzar la del raxor que Armin, Vessa y Ana habían tomado para el viaje. Hacía muchas horas que la nieve había borrado su rastro; sin embargo, al agacharse, descubrió la marca de unos dedos. Veryn acercó la mano hacia el agujero y, justo en ese momento, sus oídos captaron un suave siseo tras de sí. El hombre giró sobre sí mismo y disparó dos veces el arma.

Las detonaciones iluminaron fugazmente el rostro macilento y descompuesto del hombre que tenía ante sus ojos. Las balas le atravesaron por completo, primero en el hombro y después en el cuello, a la altura de la nuez, pero no lo derribaron. El extraño se abalanzó sobre él, con un afilado cuchillo entre manos, y dibujó un arco horizontal que rápidamente, lanzándose hacia atrás, Veryn logró esquivar.

El hombre volvió a atacar, provocando que retrocediese aún más. La oscuridad cubría en gran parte su rostro, pero Dewinter creía ver algo familiar en su cara. Creía haberlo visto anteriormente... aunque no con aquella expresión. El modo en el que aquellos ojos le miraban y la velocidad con la que se movía evidenciaban que no se trataba de un hombre cualquiera.

De hecho, ni tan siquiera parecía un hombre.

Veryn se agachó para esquivar un nuevo corte y, empleando todo el peso de su cuerpo para ello, se abalanzó sobre y él y lo derribó. Bajo su cuerpo, los huesos del hombre crepitaron, como si se rompiesen todos a la vez, pero él no hizo señal alguna de dolor. Al menos, se consoló, el golpe le hizo perder el cuchillo. Veryn presionó el cañón del arma contra su pecho y presionó el gatillo hasta vaciar el cargador por completo. Seguidamente, viendo que las balas no parecían detenerle, la lanzó al suelo y empezó a golpearle el rostro.

Sangre negra, dientes y pedazos de carne empezaron a desprenderse de su cadavérico rostro.

Siguió golpeándolo hasta lograr dejarle aturdido. Veryn se puso en pie entonces, le cogió de la pechera y, alzándolo a peso, lo estrelló de espaldas contra el camión de su padre.

Nuevamente crujieron huesos bajo la carne, como si de un saco se tratase.

—¿¡Quién demonios eres!? —gritó—. ¿¡Quién te envía!?

El hombre alzó la mirada lentamente hacia Veryn. Fijó los ojos en los suyos, relucientes, y sin tan siquiera darle opción a reaccionar estrelló su cabeza con todas las fuerzas contra la de su oponente. Dewinter retrocedió unos pasos, aturdido por el golpe, pero rápidamente alzó el puño, dispuesto a enfrentarse a él. Lamentablemente, esta vez su oponente fue más rápido. El hombre le encajó un puñetazo en la mandíbula, otro en el estómago y, seguidamente, una fuerte patada en la rodilla con la que le hizo caer.

Apoyó el pie sobre su garganta, se agachó y, acercando la boca putrefacta a su oído, susurró únicamente dos palabras antes de convertirse en una columna de humo y esfumarse ante sus ojos.

—Tú no.

Veryn se incorporó de inmediato, pero ya no había nadie a su alrededor. El hombre, o ser, o lo que demonios fuese con lo que acababa de enfrentarse, se había esfumado. Ante él ahora solo quedaban las llamas que devoraban los establos, los caballos que habían logrado escapar y las lejanas figuras de Robert, Oscar y Cat intentando apagar el incendio.

Ni tan siquiera con la ayuda del piloto, el cual por fin había decidido abandonar la nave para ayudarles, estaban logrando combatir el fuego.

Era demasiado para ellos.

Aún aturdido por el golpe con el que le habían roto la nariz, Veryn corrió hasta los alrededores de los establos para unirse al resto de los suyos. La sangre le caía a borbotones por la cara, dibujando ríos rojos en la piel y en la ropa, pero eso no parecía importarle. Los gritos de dolor de los animales atrapados en el interior del establo eran demasiado fuertes como para poder importarle cualquier otra cosa.

Sus caballos.

Sus queridos caballos.

Nunca olvidaría aquella noche.

—¡Cat, avisa a mi hermano! —exclamó a gritos tras arrancar a su compañera el dispensador de agua. Cambió la función a ráfaga y se acercó peligrosamente al edificio, dispuesto a atravesar la ventana y seguir con la extinción del fuego desde dentro—. ¡Avisa a Armin!

—¿A Armin? —respondió ella también a gritos, con el rostro cubierto de sudor y ceniza—. ¡¿De qué me estás hablando?! ¡Maldita sea, Veryn! ¡El fuego...!

—¡Avísale de que les están siguiendo!

Cat palideció.

—¿¡Cómo!?

—¡Hazlo! ¡¡Dile que les están siguiendo!! ¡Deben esconderse! ¡Dile que no intente matarlo, no va a conseguirlo! ¡Deben esconderse! ¡Vamos! ¡Rápido! ¡Díselo!

—Estás muy lejos de la posada, ¿no te parece? Creía que no hacía falta decirte que no podías salir en plena noche: era evidente.

Ana llevaba casi media hora sentada en la orilla de una de las lagunas, con los pies metidos en el agua rosada, cuando Armin rompió el silencio de la noche. Obviamente, sabía que no debía abandonar la posada. En aquel mismo momento centenares de patrullas a lo largo de todo el planeta la estaban buscando por lo que lo más seguro era quedarse a salvo en su celda, calladita y bien escondida. Lamentablemente, las horas de viaje habían acabado por generarle dolor de espalda y de piernas, así que había optado por darse un paseo. Uno no muy largo, desde luego, pero sí lo suficiente como para que, disimuladamente, pudiese embotellar un poco de aquella agua milagrosa que tan bien le iría a su buen amigo Jean Dubois.

Chasqueó la lengua. Todo habría sido más fácil de no haberla descubierto.

—No creí que fueras a enterarte —respondió con sinceridad—. Pensaba que dormías.

—¿Dormir? —Armin puso los ojos en blanco—. Ya habrá tiempo para ello. Vamos, sécate los pies y ponte las botas. Nos vamos.

—¿Ya? ¿Tan pronto? —Ana sacudió la cabeza—. ¡Pero si no hay nadie! Mira... —Señaló con el mentón todo cuanto les rodeaba—. Estamos solos. Además, ¿qué hora es? ¿Las diez? ¿Las once?

—Las dos. —Se acuclilló a su lado—. Sabes perfectamente que han sido casi dos horas de caminata hasta llegar aquí: no finjas. Por eso te duelen los pies... —Armin negó con la cabeza—. Por cierto, imagino que eres consciente de que, aunque el agua esté caliente, fuera está nevando. Si no te secas bien es posible que se te congelen y tengamos que amputártelos.

Ana maldijo un par de veces por lo bajo, molesta, pero finalmente obedeció. Sacó del interior de su mochila la toalla que había preparado y se secó los pies. A continuación, sintiendo el frío ya adentrarse en su interior a través de las plantas, se puso los calcetines y las botas.

Un escalofrío le recorrió la espalda al ponerse en pie. Quizás, después de todo, no hubiese sido tan buena idea.

—¿Cómo sabes que he tardado casi dos horas? —Guardó la toalla dentro de la mochila, junto con la botella, y se la cargó a la espalda—. ¿Me seguías?

—¿Acaso lo dudas?

Ana lanzó un rápido vistazo al espléndido paisaje que componían las lagunas rosadas antes de encaminarse hacia la carretera de acceso. Era una lástima que no hubiese ningún tipo de iluminación salvo el resplandor que emanaba del agua, de lo contrario, las vistas habrían sido sensacionales.

—No lo entiendo. Si no querías que me alejase, ¿por qué no me has parado antes?

—Bueno, vi la cara que pusiste cuando Veressa te explicó la historia de las lagunas. Personalmente no creo en ese tipo de tonterías de curaciones milagrosas, pero respeto a quien sí lo haga. Y si has venido caminando hasta aquí sola imagino que es porque confías en que ayudará a alguien importante para ti, ¿me equivoco?

Intercambiaron una fugaz mirada llena de sorpresa por parte de ella, y comprensión por parte de él. Aquella respuesta había sorprendido positivamente a Ana, y más después de mostrar abiertamente su opinión en contra durante el viaje. Después de todo, Armin no parecía tan cerrado de mente como inicialmente le había parecido.

Ascendieron la pequeña pendiente que daba a las lagunas y se detuvieron frente a la verja de entrada. Lanzaron las mochilas al otro lado y, a distintas velocidades, pero con el mismo éxito, treparon por la valla y saltaron. Ya de nuevo con los pies en el suelo, recogieron sus mochilas y se encaminaron a la carretera de acceso. Pocos metros al oeste, perdido entre los árboles, se encontraba la entrada al aparcamiento cubierto del recinto.

—En realidad es para uno de los antiguos bellator que trabajaba con mi hermano —confesó Ana tras alejarse unos cuantos metros más—. Tuvo un accidente y le tuvieron que amputar una pierna. Han probado con distintos implantes, pero su cuerpo los rechaza todos. Se llama Jean.

—Vaya, un tipo sin suerte —respondió Armin con la vista ya fija al frente. Ante ellos, la carretera se extendía hasta perderse entre los árboles—. Desde luego no es por desanimarte, pero si la tecnología de hoy en día no ha logrado darle una solución, dudo mucho que un poco de agua sucia lo consiga.

—Tengo que intentarlo al menos; está sufriendo. Además, me ayudó a escapar. Si no hubiese sido por él lo más probable es que hubiese muerto congelada la primera noche.

Armin asintió con la cabeza, sin darle mayor importancia. La nieve había cesado de caer con tanta fuerza en las últimas horas, pero aún podía sentirla acumularse sobre la capucha. Por suerte, la tela era impermeable y térmica por lo que lograba mantener la temperatura corporal intacta. Ana, sin embargo, empezaba a notar el efecto de los pies mojados.

—Bueno, con un poco de suerte quizás lo envenenes y acabes con su sufrimiento de una vez por todas.

—¡Eh! —Ana le dio un suave golpe en el hombro a modo de queja, tal y como habría hecho con su hermano o con cualquier amigo—. ¿Qué clase de broma es esa? Jean me cae bien.

Dewinter se detuvo en seco. Volvió la mirada hacia el lugar donde lo había golpeado, severo, con el ceño fruncido, y seguidamente la miró a los ojos, a modo de advertencia. Ana, sorprendida por la reacción, apartó la vista, arrepentida.

No debería haberse tomado tantas confianzas.

Reanudaron la caminata en completo silencio.

—¿Quién ha dicho que fuese una broma? —dijo al fin Armin, tras unos segundos de silencio. Volvió la vista hacia ella y le dedicó un amago de sonrisa—. Más aire puro para el resto, ¿no te parece? —Volvió la mirada al cielo negro—. Ahora que tanto escasea...

Ana sacudió la cabeza, divertida, pero no dijo palabra alguna. Simplemente sonrió para sí misma, murmuró algo por lo bajo y siguió caminando, sintiendo el frío poco a poco apoderarse de sus pies. Tal y como le había advertido Armin anteriormente, no había sido buena idea probar el agua.

Se adentraron en una curva cerrada. Quinientos metros más adelante, los árboles que conformaban los bosques colindantes estrechaban el cerco alrededor de la carretera.

—¿Qué crees que es? —preguntó Ana bordeando una placa de hielo—. Lo del cielo, digo. ¿Crees que ha sido un ataque terrorista?

—Bueno, eso ha dicho tu padre, ¿no? Personalmente no lo creo, pero...

—Ese no era mi padre —interrumpió Ana con brusquedad. Se detuvo en seco—. Mi hermano mató a mi padre ante mis propios ojos. —Apretó los puños—. Estaba tan solo a un par de metros cuando lo hizo. Sacó un cuchillo y... —Se llevó el dedo pulgar al cuello y simuló un corte rápido con la uña—. Zas. Sangre.

Armin se detuvo también. Observó a la mujer con el rostro aparentemente inexpresivo, neutro, y permaneció unos segundos en silencio, analizando sus palabras. Ana parecía bastante convencida. De hecho, parecía tan segura de lo que decía que ni tan siquiera lo puso en duda. Simplemente le mantuvo la mirada unos segundos más, asintió suavemente, como si sus palabras careciesen de importancia, y reinició la marcha.

Ana se unió de nuevo a él, ansiosa por escuchar su respuesta. Veryn no había tardado ni tan siquiera un segundo en responder. Sencillamente la había escuchado, se había sorprendido como habría hecho cualquiera y, finalmente, había dado su opinión.

Armin, sin embargo, ni tan siquiera había movido una ceja. No era normal.

—¿Y bien? —preguntó acelerando el paso para ponerse a su altura—. ¿No vas a decir nada? Te aseguro que no estoy bromeando.

—No lo dudo.

—¿Y qué opinas? —insistió—. ¿Ya lo sabías? ¿Te lo había dicho Veryn?

Dewinter negó con la cabeza.

—Para nada. Veryn es un experto guardando secretos.

—¿Y entonces? ¿Qué piensas?

Ante la falta de respuesta, Ana se adelantó unos pasos y se detuvo frente a él, obligándole así a parar. Armin hizo ademán de esquivarla, pero ella lo cogió del brazo, evitando así que pudiese escapar. Fijó la mirada en sus ojos y alzó las cejas, inquisitiva.

—¡Pero dime algo!

—No tengo nada que decir al respecto.

—¿Nada? —Ana retrocedió un paso, perpleja, y se llevó las manos a la cabeza. De todas las respuestas posibles, aquella era la que menos esperaba escuchar—. ¿Cómo que nada? ¿¡Pero tú has oído lo que te he dicho!? ¡Lo han matado!

—Lo sé, pero...

Armin dejó la frase a medias. Alzó la vista hacia las copas de los árboles, entrecerró los ojos y, de inmediato, adoptando una expresión severa, tapó la boca de Ana con la mano evitando así que pudiese volver a gritar.

Se llevó el dedo índice a los labios en señal de silencio.

—¿Pero qué...?

Cogió a Ana del brazo y tiró de ella al suelo para que se agachara. Volvió a mirar hacia los árboles, tenso, con los ojos brillantes, y empezó a tirar de ella hacia el interior del bosque colindante, alejándose así el máximo posible del camino. Recorrieron varios metros a gran velocidad, sin mirar atrás, y no se detuvieron hasta alcanzar un tronco de gruesas dimensiones tras el cual ocultarse.

Procedente de la lejanía empezaron a oírse pasos.

—¿Qué pasa...? —murmuró Ana, sintiendo el nerviosismo y el miedo despertar de nuevo en su interior—. ¿Qué es eso...? ¡Armin...!

—¡Cállate! —le espetó al oído, en un susurro seco—. No estamos solos...

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