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Capítulo 15

El Rey movía los labios, hablaba y gesticulaba, pero Ana era incapaz de entender lo que decía. Sus oídos captaban el sonido que su garganta emitía, pero su mente no lograba descifrar el contenido de sus palabras. La mujer solo podía pensar en la Sala del Té, en la mirada de su padre y la de su hermano segundos antes de cercenarle la garganta.

La sangre, el silencio. El salto por la ventana y la nieve helada bajo sus manos.

Las horas de insomnio, las pesadillas, los sueños...

Veressa y Orwayn empezaron a hablar entre ellos. Ana lo sabía porque el sonido de sus voces se mezclaba con el de su padre, pero tampoco entendía lo que decían. Estaba bloqueada. De hecho, tal era su bloqueo que ni tan siquiera era capaz de percibir el tono en el que conversaban. ¿Estarían discutiendo? ¿Estarían hablando? ¿Estarían chillando? Fuese cual fuese la pregunta, Ana no estaba en condiciones de responderla, puesto que, simple y llanamente, su mente no era capaz de asimilar ningún otro dato.

Lentamente, sintiendo una intensa sensación de mareo apoderarse de ella, Ana se llevó la mano a la sien. Poco a poco, las voces iban apagándose a su alrededor para resonar estruendosamente en su mente. Era como si, de alguna forma, hubiesen logrado introducirse en su cerebro. Y gritaban... todos gritaban palabras sin sentido que Ana no llegaba a comprender.

Cerró los ojos. El mareo iba a más y rápidamente estaba empezando a perder el control de su propio cuerpo. Las manos le temblaban, los ojos le lagrimeaban y las rodillas amenazaban con ceder. Muy probablemente, caería al suelo si no lograba sujetarse a algo... algo como la silla, por ejemplo. Ana plantó las dos manos sobre el respaldo de esta y concentró la vista en la pantalla táctil del holocomunicador. A su alrededor todo empezaba a perder sentido. Las formas y los colores se mezclaban, y las voces...

Las voces iban y venían intermitentemente en su mente. Le hablaban y susurraban; le gritaban y ordenaban... la mareaban. Ana iba y venía sin moverse del sitio, y nadie parecía ser consciente de ello. Nuevamente, nadie le prestaba atención.

Perdió el equilibrio.

—Eh, eh...

Ana sintió que alguien la cogía del brazo. Volvió la vista lentamente atrás y a su lado encontró nuevamente a Armin, el cual, con la mirada fija en ella, la observaba con una clara expresión de duda.

—¿Estás bien?

Antes incluso de darle opción a respuesta, el hombre acercó la silla para que se sentara. Frente a ellos, mirando atrás disimuladamente, Vessa y Orwayn les vigilaban con cierta curiosidad, como si de dos extraños se tratasen.

Armin le ofreció un vaso de agua helada. Ana aún estaba demasiado impactada como para poder asimilar la información que sus sentidos seguían captando, pero sorbo a sorbo logró recuperar el suficiente autocontrol como para mantener la cabeza fría.

Volvió a mirar a la pantalla, dubitativa. Temerosa. Confiaba en que todo se hubiese tratado de una simple alucinación: de un juego macabro de su mente. Lamentablemente, no era tan sencillo. Su padre, su querido y asesinado padre, seguía dando la rueda de prensa al margen de todo lo acontecido.

Parecía una broma de mal gusto.

Armin le siguió la mirada hasta la pantalla, pero no dijo nada. No era necesario.

—¿Mejor?

—Creo que sí.

—¿Te preocupa?

Se encogió de hombros. Aunque él le preguntaba sobre la nube de polución que se había apoderado del cielo de Corona de Sighrith, ella pensaba en su padre. Pensaba en su asesinato y en su huida, en todo lo que aquella muerte había significado para ella, y no sabía qué decir. ¿Le preocupaba? Sí, desde luego. Le preocupaba que un muerto hubiese regresado de la tumba para dar una rueda de prensa. Era innegable; a cualquiera le preocuparía, y más tratándose de un miembro de su familia. Sin embargo, sus pensamientos iban más allá, y es que, si bien era cierto que la reaparición de su padre la inquietaba, la sensación de desamparo no era comparable al profundo malestar que despertaba en ella el plantearse si, en realidad, no habría sido todo una alucinación.

Una alucinación... El mero hecho de planteárselo le resultaba absurdo, pero visto lo visto, no tenía alternativa. ¿Sería posible que su hermano no mintiese al tacharla de demente?

Negó suavemente con la cabeza. Aquello empezaba a superarla.

—¿A ti?

—No. —Dando por finalizada la conversación con aquella simple respuesta, Armin señaló el holoproyector con el mentón—. Pruébalo.

Aún con la voz del Rey de fondo, Ana se obligó a sí misma a concentrarse en el holoproyector. De vez en cuando no podía evitar mirar la pantalla en busca de respuestas: ¿se trataría de una grabación? ¿O quizás de un clon? ¿Sería un androide? Concentrarse con todas aquellas dudas en la cabeza era complicado, pero sabía que no podía perder ni un día más. El tiempo corría en su contra y, cuanto más tardase en avisar, más complicado sería que la creyesen.

Claro que, teniendo en cuenta que ella misma empezaba a tener dudas sobre lo que había sucedido, ¿cómo iba a conseguir que su abuelo la creyese?

Apretó los puños con fuerza. Si lo que su hermano pretendía era confundirla, lo estaba consiguiendo.

Se obligó a sí misma a concentrarse. Ana cogió el dispositivo, pasó el dedo sobre la superficie, activando así de nuevo la pantalla, y navegó a través del sistema hasta acceder al panel de conexiones. Insertó el código de localización de su objetivo, tecleó las coordenadas y, seguidamente, añadió su código de identificación. En teoría, si todo iba bien, con aquella larga cadena de cifras el sistema debería reconocerla tanto a ella como usuaria como a la terminal como la de Cerberus. Si todo iba bien, claro. Lamentablemente, teniendo en cuenta su historial, ya no daba nada por hecho.

Cruzó los dedos. Desconocía el significado de aquel gesto, pero Elspeth lo usaba para pedir suerte al Universo por lo que no estaba de más intentarlo. Después de todo, un poco de ayuda extra nunca venía mal.

Presionó nuevamente la pantalla para establecer conexión. Ana cogió el dispositivo, se levantó y, alejándose el máximo posible de los tres hermanos, se plantó junto a la pared del otro extremo de la sala. Desde allí, teniendo en cuenta el volumen del noticiero, no deberían poder oírla...

Ana se miró las manos por un instante, en busca del disco de juego. ¿Realmente se trataba de un simple juguete de perro?

—¡Ana! Ana, ¿eres tú?

Larkin se estremeció al reconocer la voz de su tía Raula. Hacía más de diez años que no hablaba con ella, pues sus caminos habían tomado direcciones totalmente opuestas mucho tiempo atrás, pero incluso así no le cabía la más mínima duda de que era ella.

Una sonrisa afloró en el rostro de la joven. Hacía demasiado tiempo que no escuchaba pronunciar su nombre con tanta pasión y amor como lo acababa de hacer Raula. Obviamente, también había preocupación y tensión en el tono, no era para menos, pero era innegable que predominaba mucho más la otra parte.

La que necesitaba escuchar.

—Tía Raula, yo...

—¡¡Maldita seas, niñata consentida!! ¿¡Cómo demonios nos has hecho esto!? ¿Acaso te has vuelto loca? ¡¡Tienes a tu abuelo y a tu hermano al borde del infarto!!

—¿A mi hermano? —Ana apretó los puños con fuerza—. ¿Elspeth ha contactado con vosotros?

Los tres Dewinter presentes en la sala se volvieron a la vez hacia Ana, perplejos. Hasta entonces habían intentado fingir que no estaban escuchando la conversación, pero ninguno de ellos había dejado escapar ningún detalle, y mucho menos el del nombre.

Había demasiadas pocos hombres en el mundo con aquel nombre de mujer como para pasarlo por alto.

—¿Elspeth? —repitió Orwayn con perplejidad—. ¿Pero qué demonios...?

—Cállate —advirtió Armin con brusquedad—. Quiero oír esa conversación.

—¡Por supuesto que ha contactado con nosotros! —Prosiguió Raula, a voz en grito—. ¡Está fuera de sí! ¿Sabes a cuantos hombres tiene buscándote?

—No los suficientes por lo visto —replicó Ana con brusquedad, alzando al fin ella también el tono de voz—. ¿Y aparte de que me he largado, te ha dicho algo más? ¿Algo importante?

—¡No uses ese tono conmigo, jovenc...!

Ana golpeó la mesa con el puño, furibunda, provocando que el holoproyector saliese disparado. El dispositivo se desplazó peligrosamente hacia fuera de la mesa, en dirección a la pared, pero antes de que pudiese llegar a impactar, Ana lo cogió al vuelo, como si desde un inicio hubiese conocido la trayectoria.

Lo volvió a depositar sobre la mesa.

—¡¡Responde de una maldita vez!! ¿¡Te ha dicho algo más, o no!?

—¿¡Que más quieres que nos cuente!? —Raula bajó el tono—. ¿Acaso eso no es suficiente? Maldita sea, Ana, ¿qué te está pasando? ¿Desde cuándo te comportas así? Después de todo lo que tu padre ha invertido en tu educación...

—Oh, vamos, no me vengas con esas malditas estupideces a estas alturas. Quiero hablar con mi abuelo: pásamelo.

—¿Con tu abuelo? ¿Pero quién te crees que eres? ¡Mi padre tiene millones de cosas más importantes que hacer que hab...!

—¡Cállate de una maldita vez y dile que quiero hablar con él! ¡¡Es una maldita urgencia!!

Se hizo el silencio por un instante. Al otro lado de la conexión Raula se había quedado sin palabras. Hasta entonces nunca nadie la había tratado así, y mucho menos un miembro de su familia. Aquello era totalmente disparatado... aunque conocía lo suficiente a las mujeres de la familia como para saber que aquel comportamiento solo se daba en casos extremos. A diferencia de los varones Larkin, las mujeres tenían un autocontrol que en pocas ocasiones se perdía. Ellas eran las que realmente habían nacido para gobernar, tal y como había hecho sus antepasadas, no ellos...

Pero Ana era tan joven aún...

—Ana... —Raula suavizó el tono hasta el punto de perder por completo la autoridad. Su voz ahora sonaba como un susurro—. ¿Qué está pasando?

Ana cerró los ojos en busca de un poco de calma. A pesar de haber estado intentando retrasar todo lo que había podido aquella conversación, ahora ya no podía dejarla a medias. Había llegado el momento de sincerarse y, por mucho que Raula lo intentase, no podía permitirse que los minutos siguiesen corriendo.

—No me creerías, aunque te lo dijese.

—Inténtalo.

Volvió la vista hacia la sala, repentinamente consciente del silencio reinante. El Rey seguía en la pantalla moviendo los labios, seguramente respondiendo a las preguntas de los periodistas, pero ya no podía oír su voz. Por fin la petición de Orwayn había sido satisfecha: habían quitado el volumen. Ahora, en su lugar, tan solo la voz de su tía y la suya propia rompían en silencio. Ana se había convertido en el centro de atención y, como tal, todos la miraban.

Sonrió sin humor. Tras varios días mintiendo sobre su identidad, ella misma acababa de confesarla. Ana se había traicionado a sí misma y lo peor es que lo había hecho sin tan siquiera darse cuenta de ello. Simplemente se había dejado llevar.

Volvió la mirada instintivamente hacia Armin. Veressa y Orwayn también estaban allí, contemplándola con estupefacción, pero en el fondo no le importaban en absoluto sus reacciones. Lo único que aquel par había hecho desde su llegada era complicarle el camino por lo que su opinión no valía lo más mínimo. Sin embargo, muy a su pesar, la de Armin sí tenía importancia. Él la había acompañado hasta la residencia de Cerberus y la había apoyado. No abiertamente, tal y como ella estaba acostumbrada, pero sí lo suficiente como para que, al menos durante unas horas, su presencia aliviase el sentimiento de soledad. Un sentimiento que volvía a atormentarla, y ahora más que nunca al ver el modo en el que la miraba con aquella mezcla de sorpresa y decepción en la mirada.

Armin estaba enfadado, era evidente, y entendía perfectamente el porqué. Entendía que se molestase al igual que lo haría su tía al escuchar la respuesta que tenía preparada para ella. Lamentablemente, no había otra forma de hacer las cosas... y si la había, ni la conocía ni tenía tiempo para ella.

—No voy a intentarlo —respondió finalmente, con brusquedad—. Llama a mi abuelo, tía Raula: no voy a volver a repetirlo. Si no lo haces cortaré la conexión y no volveré a establecerla nunca más. Desapareceré, y...

—De acuerdo, de acuerdo. —Se apresuró a responder la mujer—. Tardaré unos minutos, pero por favor, no lo hagas. —Hizo una breve pausa—. Estamos preocupados por ti, Ana. Muy preocupados... No hagas ninguna locura.

Ana asintió, pero no respondió. Nuevamente volvió la vista hacia Armin, el cual, aún con la mirada fija en ella, no había variado un ápice la expresión. El hombre seguía tan perplejo como sus hermanos solo que, a diferencia de ellos, no había empezado a murmurar preguntas sin respuesta. Él simplemente la observaba, pensativo, en silencio, sin atreverse a verter ninguna teoría al respecto.

Parecía demasiado decepcionado como para ni tan siquiera intentarlo.

—Ana Larkin —dijo de repente Veressa, alzando el tono de voz lo suficiente como para que la aludida la mirase—. Eres Ana Larkin, la hija del Rey. ¿Cómo demonios no me he podido dar cuenta antes? Tu cara... Cielos, pareces otra persona.

—Es otra persona —interrumpió de repente una quinta voz.

Todos volvieron la vista hacia la puerta donde, recién llegado de los pisos superiores, se encontraba Veryn. Al parecer, los gritos de Ana habían acabado por captar su atención. El hombre se adentró en la sala con paso decidido, abriéndose paso entre sus hermanos, y no se detuvo hasta alcanzar la mesa donde se encontraba Larkin. Con su llegada, tanto Veressa como Orwayn habían optado por dejar de preguntar, pero no tardarían en seguir. La curiosidad les carcomía por dentro. Armin, en cambio, parecía perder el interés por segundos. Se mantuvo en su posición un par de minutos más, ahora con la mirada fija en su hermano mayor, hasta que finalmente optó por salir de la sala.

Allí ya no había nada que pudiese interesarle.

Por su parte, Veryn se detuvo junto a la mesa y rodeó los hombros de Ana con el brazo, tal y como habría hecho Elspeth en su momento. Su querido Elspeth. Aquel Elspeth al que la mera idea de atacar a su familia habría horrorizado...

El Elspeth al que en otros tiempos había llamado hermano.

Ana sintió que los ojos se le volvían a llenar de lágrimas. Sabía que tenía que mantener la compostura al menos unos minutos más, al menos hasta que finalizase la conexión y pudiese salir del salón, pero las fuerzas volvían a abandonarla.

—Tranquila —la animó Veryn con una sonrisa en el rostro—. Lo estás haciendo bien. Me gusta cuando te impones: se nota la sangre que te corre por las venas. ¿Quién es esa tal Raula? ¿Una de tus tías?

—Sí, una de las hermanas de mi padre. —Se secó las lágrimas con el puño—. De haber nacido hombre ahora gobernaría el planeta Eleonora.

—Interesante... ¿Y ahora se va a poner tu abuelo?

—El mismo.

—Perfecto. ¿Sabes? Conozco al rex; me lo presentaron hace unos años, cuando nos destinaron a este planeta. En cuanto oiga mi nombre se acordará de mí, te lo aseguro. ¿Qué tal si me dejas a mí hablar con él? Estoy convencido de que la tal Raula ya le habrá dicho lo nerviosa que estás por lo que es muy probable que ni tan siquiera te escuche, y mucho menos con lo que se está viendo ahora mismo en pantalla.

Larkin bajó la mirada hasta el suelo, desconcertada. Hasta ahora su plan había sido claro: contactaría con el rex y le explicaría lo sucedido; le contaría que Elspeth había asesinado a su padre e intervendría. Su abuelo enviaría a sus tropas y su hermano pasaría a ser historia. Seguramente lo detendrían, lo someterían a un juicio justo y, con suerte, sufriría una muerte rápida e indolora.

Aquella había sido su idea. Su gran idea. Una idea que habría tenido sentido de haber seguido las cosas como hasta ahora. Lamentablemente, con el cambio de acontecimientos de última hora, no tenía ningún sentido. Su abuelo la tacharía de demente, pues con las imágenes del noticiero su acusación perdía toda la fuerza, tal y como seguramente habría planeado su hermano, y sus argumentos perderían toda la credibilidad. Así pues, Ana pasaría de la salvadora a la fugitiva perturbada, y todo el esfuerzo que había hecho hasta ahora no serviría de nada. Elspeth al final saldría vencedor.

Pero quizás, si Veryn intervenía, las cosas podrían cambiar. Su abuelo no creería a la díscola de su nieta. Todo jugaba en su contra, y si Elspeth había jugado bien sus cartas, cosa que no dudaba, ya no tendría nada que hacer. No obstante, sí podría llegar a creer a un miembro de la tal M.A.M.B.A. Después de todo, aquellos hombres eran agentes especiales enviados por el Círculo Interior de la Suprema: ¿cómo no iba a escucharlo?

Apretó los dientes. Le gustase o no, el éxito de la misión ya no recaía en sus manos.

—No me va a creer, ¿verdad?

Veryn se encogió de hombros. La respuesta era más que evidente.

—Yo no lo haría desde luego. Lo siento.

—Ya... Pero tú me crees, ¿verdad? Me vas a apoyar.

—Por supuesto que te creo. —La cogió del mentón con suavidad y la obligó a que lo mirase directamente a los ojos—. No sé qué está pasando, pero te creo. Una persona de tu posición no hace lo que tú has hecho sin motivo. Es absurdo. Has estado a punto de morir por ello. —Sacudió la cabeza—. Confía en mí, Ana. Puedo hacer que nos crea, pero voy a necesitar algo de tiempo. ¿Por qué no aprovechas para que Vessa te mire la herida de la cabeza? No tiene demasiado buen aspecto.

Veressa asintió al otro lado de la sala, dócil. Al parecer, el haber descubierto la auténtica identidad de Ana había logrado serenar su mal carácter. Quizás no eternamente, desde luego, pero sí lo suficiente como para que al menos en aquel entonces Ana se plantease la posibilidad seriamente.

—A decir verdad estoy algo cansada.

—Normal. —Veryn sonrió amistoso—. Son muchas emociones juntas, pero tranquila, las cosas van a ir a mejor a partir de ahora. Te lo aseguro.

Ana asintió. El no tener que proseguir con la conversación con su abuelo era un enorme alivio, y más después del encontronazo con Raula. La princesa necesitaba un poco de descanso: necesitaba poder cerrar los ojos y saber que las cosas iban a ir bien, que por fin la situación se iba a encarrilar, y el único modo de hacerlo era cerrando aquel capítulo de su vida. Ella ya había hecho lo que había podido; de hecho, había hecho más de lo que seguramente le tocaba hacer. Al fin y al cabo, ¿quién era ella aparte de una simple princesa sin voz ni voto?

Ahora había llegado el momento de que su abuelo se ocupase de Elspeth.

—¿Ana? ¿Ana, eres tú?

Un escalofrío recorrió la espalda de la joven al escuchar la voz de Elios Larkin a través del holocomunicador. Hacía mucho tiempo que no la escuchaba, años quizás, pero seguía siendo igual que siempre. Quizás sonaba algo más cansada, pero su garra y la determinación seguían siendo las mismas. Elios Larkin, el rex del sistema, al fin había respondido a su llamada.

Cerró los ojos, logrando así canalizar su nerviosismo, y respiró hondo. Aquello sería breve, muy breve.

—Abuelo, soy yo. Estoy...

—¡Ana! —repitió el hombre alzando el tono de voz notablemente—. ¡Por el amor de una madre, me tenías muy preocupado! ¿Qué demonios haces con Cerberus? ¿Te pidió él que te fueras? ¿Te ha hecho algo? ¡Cómo te haya puesto una mano encima...!

—Abuelo, abuelo... —interrumpió ella en apenas un susurro, empequeñecida ante la poderosa voz del todopoderoso rex—. Estoy bien, tranquilo. Nadie me ha obligado a hacer nada, te lo aseguro. Es... es largo de explicar... pero estoy bien, ¿de acuerdo?

—Ana, cariño, dime qué ha pasado, por favor. Contactó conmigo tu hermano hace unos días, y...

Veryn le apretó suavemente el hombro a modo de señal. Ana alzó la vista hacia él, dubitativa, y este sacudió suavemente la cabeza, hacia la puerta. Su participación en la conversación debía acabar cuanto antes.

—Abuelo, confía en mí por favor: estoy bien. Estoy a salvo, con personas que sirven al gobierno. No te preocupes.

—¿Personas que sirven al gobierno? —Elios Larkin dudó por un instante—. ¿De qué personas estás hablando, Ana? ¿Con quién estás? ¿Te refieres a Cerberus?

Ana hizo ademán de responder, pero nuevamente Veryn captó su atención. El hombre se llevó el dedo al cuello y fingió hacer un rápido corte con la uña, transmitiéndole con aquel simple gesto la clara idea de que tenía que acabar ya.

Él se encargaba del resto.

—Abuelo, volveremos a hablar, te lo aseguro. Te dejo con Veryn, ¿de acuerdo? Él te lo explicará todo...

—¿Veryn? ¿Quién demonios es ese Veryn? ¡Ana! ¡Ana, espera!

Ante la falta de decisión de Ana, la cual parecía paralizada ante los ahora ya gritos del rex, Veressa decidió actuar. La joven cogió firmemente a la princesa por el brazo y, sin darle opción a réplica, prácticamente la arrastró fuera de la sala. Una vez fuera, cerró la puerta y siguió tirando de ella hasta el exterior donde, bajo la ventisca, apoyó las manos sobre sus hombros y la sacudió con violencia.

—¿¡Se acabó, me oyes!? ¡Se acabó! —Veressa acercó el rostro al suyo para mirarla con fijeza con aquellos fríos ojos azules que tanto se parecían a los de Armin y Veryn—. El Conde se ocupará de todo: sabe lo que tiene que hacer. Ahora tú solo debes tranquilizarte, ¿de acuerdo? Aquí estás a salvo. No sé qué demonios habrá pasado para que alguien de tu posición haya llegado hasta aquí, pero no vamos a dejar que te toquen un pelo. ¿Te queda claro?

Ana le mantuvo la mirada, sintiendo como la nieve empezaba a mojarle el cabello. Resultaba sorprendente la capacidad innata que los Dewinter parecían tener para intimidarla. Todos y cada uno de ellos, incluido el padre, tan solo habían necesitado mirarla a los ojos para lograr que las piernas le temblaran. Era como si, en cierto modo, le tuviesen tomada la medida; como si supiesen exactamente que botón apretar para hacerla obedecer.

Resultaba frustrante, muy frustrante, y más cuando era una mujer quien lo hacía.

—Ahora vamos a ver eso que tienes en la cabeza. —La mujer la cogió de la mano y empezó a tirar de ella nuevamente hacia la parte trasera de la granja—. Armin dijo que te caíste, ¿es cierto?

—Se podría decir que sí. En realidad, chocamos. Oye... —Ana se paró en seco en mitad de la nieve—. ¿A dónde vamos?

Veressa se detuvo también, aunque únicamente para dedicarle una fugaz mirada.

—Al laboratorio —respondió con sencillez—. La entrada está por detrás. Por lo que veo mi hermano aún no te ha explicado lo territoriales que somos los Dewinter... Tranquila, tendrás tiempo para descubrirlo. Ahora, si a su alteza no le importa, será mejor que empecemos a mover el culo antes de que nos entierre vivas la tormenta.



—¡Ana, por favor!

La puerta acababa de cerrarse cuando, con el rostro repentinamente iluminado, Orwayn saltó ágilmente por encima del sillón. El muchacho se detuvo frente a la mesa, junto a su hermano, y palmeó el hombro de este a modo de felicitación.

—Eres un auténtico cerdo, Veryn —exclamó alegremente, con una amplia sonrisa atravesándole el rostro—. Te has superado a ti mismo.

—¿Acaso lo dudabas? —Le guiñó el ojo—. Aún te queda mucho por aprender de mí, hermanito.

Orwayn se relamió los labios, exultante, saboreando todas y cada una de las palabras que el holoproyector les transmitía desde la lejanía. El nerviosismo del rex había desaparecido para dejar paso a la desesperación. El hombre suplicaba respuestas, y ellos iban a dárselas...

Pero que antes sufriese un poco más.

—¿Padre lo sabe?

—Por supuesto.

—Oh, ¡vamos! —Orwayn golpeó la mesa con ambos puños y dio una vuelta sobre sí mismo, irradiando felicidad—. ¡Menudo golpe! ¡Debe estar alucinando! ¿Cómo lo has hecho? ¿En serio fue casualidad que la encontrases en el lago?

Los gritos del rex volvieron a captar la atención de los dos hermanos. Por un instante el entusiasmo les había hecho olvidar que Larkin seguía al otro lado de la conexión, fuera de sí.

—Luego te cuento... —Veryn cogió el dispositivo y se lo acercó lo suficiente como para que su voz sonase alta y clara—. Alteza, su nieta ha salido de la sala por lo que me temo que no va a poder atenderle... espero que no le moleste que sea yo quien ocupe su lugar.

El tono de voz del rex volvió a cambiar radicalmente ante las palabras de Veryn. La desesperación se convirtió en precaución.

—¿Quién eres? —preguntó con tono cortante—. ¿Qué le has hecho a mi nieta?

Una amplia sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Dewinter. Hacía días que esperaba poder responder a aquella pregunta.

—Tal y como ha dicho Ana, soy Veryn, aunque usted me conoce como el Conde.

—¿El Conde...? —Elios parecía confundido—. ¿Qué Conde? ¿A qué familia perteneces?

—A la gran familia de Mandrágora, rex. Para ser más concretos, a la división de la M.A.M.B.A. azul, ¿nos conoce?

Se hizo el silencio en el salón. Obviamente conocía ambos términos. Mandrágora era la organización terrorista más conocida de todo el Reino; el azote de la Suprema, como muchos la llamaban. Oficialmente, la organización había sido desarticulada hacía ya años. Sus miembros habían sido juzgados y ejecutados, convirtiendo así a Mandrágora en el monstruo con el que asustar a los niños. La realidad, sin embargo, era totalmente distinta.

Respecto a las divisiones internas de la organización no sabía demasiado, pues aquello ya formaba parte de los expedientes confidenciales que guardaba el Círculo Interior de Lightling, pero conocía a la M.A.M.B.A. Cualquiera con un poco de poder sabía que, de todos los brazos armados de Mandrágora, aquel era el más peligroso gracias a los clanes de asesinos que lo componían.

Elios tuvo que respirar hondo antes de poder responder. El nerviosismo volvía a crecer en su interior mezclado con la ira y la impotencia que la situación le provocaba, pero no podía dejarse llevar por los sentimientos. Tenía que pensar con claridad. Su nieta, su querida y rebelde nieta, había sido secuestrada por el enemigo, y en sus manos estaba el poder hacer algo para recuperarla por lo que no podía cometer el más mínimo error.

—Os conozco... y te conozco a ti, Conde. Tu nombre suena mucho últimamente en las altas esferas. ¿A cuántos hombres has matado ya? ¿Decenas? ¿Centenares?

—Muchos menos de los que debería, rex —respondió Veryn con brevedad—. Pero dudo mucho que sea sobre mis objetivos sobre lo que ahora mismo quiera hablar. Encontré hace unos días a su preciosa nieta medio ahogada en el fondo de un lago, al borde de la muerte. De hecho, de no haberla sacado ahora mismo estaría criando malvas. Me pregunto cómo es posible que alguien de su posición estuviese cabalgando sola por el mundo...

—Si lo que pretendes es que te lo agradezca me temo que te has equivocado de persona, bastardo —contestó Elios con los puños fuertemente cerrados, obligándose a sí mismo a mantener el tono—. Suéltala y quizás me plantee la posibilidad de que disfrutes de una muerte rápida.

—¿Soltarla? Ana no está retenida en contra de su voluntad, jefe —Veryn ensanchó la sonrisa—. En realidad, está muy a gusto con nosotros... y nosotros con ella. Su presencia nos alegra la existencia día a día, se lo aseguro. —A su lado, Orwayn dejó escapar una sonora carcajada—. En el fondo solo contactábamos con usted para avisarle de que vamos a cuidar muy bien de ella... muy, muy...

—¡Como le pongas una mano encim...!

Veryn cortó la conexión a media frase, sonriente, triunfal. Chocó la mano con su hermano, el cual parecía haber olvidado todas las diferencias que les separaban, y extrajo la célula identificativa de la terminal y la tiró al suelo. Inmediatamente después, tras un breve ademán de cabeza por parte del mayor, Orwayn saltó encima de esta, destruyéndola más y más con cada brinco. Finalmente recogieron los restos, se acercaron a la chimenea apagada y los tiraron en su interior.

Aquella noche disfrutarían de una magnífica cena a la luz de las llamas.

—¿Cuál es el plan? ¿Qué vamos a hacer con ella? —preguntó Orwayn animadamente mientras removía la leña para ocultar los restos de metal—. ¿Sabe dónde está?

—No tiene la menor idea. Le dije que éramos una unidad especial de control de actividades científicas: lo primero que se me ocurrió, vaya. La pobre está tan perdida que ni tan siquiera se lo planteó.

—Ya veo... —Negó con la cabeza—. Buena jugada, Conde.

—Desde luego. Mi plan es llevarla con padre y con el resto de altos cargos de la M.A.M.B.A. Estoy convencido de que ellos sabrán tomar ventaja de la situación. Mientras tanto habrá que asegurarse de que no le suceda nada: por lo que me ha contado, el príncipe tiene motivos más que suficientes para intentar matarla.

Orwayn sacudió un poco más el atizador antes de dejarlo en su colgador. Cubrió la cavidad de la chimenea con el protector metálico y volvió la mirada hacia la pantalla. La rueda de prensa había finalizado ya hacía unos minutos por lo que las cámaras habían decidido volver a centrar sus objetivos en la película de oscuridad que ahora cubría los cielos de toda la isla. La imagen resultaba pavorosa.

—Deberíamos irnos de este planeta lo antes posible. Eso no tiene buena pinta.

—No la tiene, no. —Veryn recogió el holocomunicador de la mesa y lo cerró—. He logrado localizar a padre. Está algo lejos de aquí: al parecer ha habido un cónclave en uno de los islotes artificiales del este. Vais a llevarla allí.

—¿Vais? —Orwayn frunció el ceño—. ¿A qué te refieres con ese vais? ¿Acaso tú no vienes?

Guardó el holocomunicador en el bolsillo, pensativo, y volvió la mirada hacia la ventana. Más allá del cristal la nieve seguía cayendo con furia, como si de una vez por todas quisiera enterrarles vivos. Desde luego, Sighrith no era el mejor planeta en el que vivir. A Veryn le gustaban sus paisajes invernales y la amabilidad de sus gentes; los viajes a través de los pasos y la cría de los caballos, pero era innegable que aquel no era un buen lugar. Las condiciones climatológicas eran demasiado adversas, y ahora que el mundo entero parecía estar a punto de teñirse de oscuridad, todo apuntaba a que había llegado el momento de abandonarlo para siempre. Por suerte, aquel no era el único mundo en el que poseían una base de operaciones por lo que nada tendría por qué cambiar. El clan permanecería unido.

—Cat está de camino. Contacté con ella cuando Ana llegó a la granja y le expliqué lo sucedido así que no creo que tarde más de un par de días en llegar. En cuanto llegue, nos encaminaremos al punto de reunión.

—¿Significa eso que tengo que ir con la prisionera? —Orwayn puso los ojos en blanco—. Oh, vamos... Sabes que no será capaz de seguir mi paso. Además, no para de hablar. Es...

—Tranquilo, quiero que llegue de una pieza. —Veryn le guiñó el ojo—. Tú irás por delante, asegurando el camino. Armin y Veressa pueden escoltarla. Más tarde hablaremos de ello en profundidad, pero hazte a la idea: vamos a abandonar el planeta.

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