Capítulo 14
—Vale... necesito que te calmes, ¿de acuerdo? Deja de llorar y respira hondo: suele funcionar. ¿Lo vas a intentar?
Ana asintió. Aún tenía la vista nublada por las lágrimas, pero poco a poco se iba recomponiendo. La confesión le había ido bien para liberarse de la tan pesada carga con la que había tenido que viajar a lo largo de todas aquellas semanas. Compartir los secretos, a veces, era bueno. No obstante, no había sido fácil. Poner en palabras lo que tanto la había atormentado había logrado que las emociones estallaran en su interior, incapacitándola para poder pensar con claridad. Ahora Ana se sentía perdida en un océano de sensaciones, recuerdos y lágrimas del que, poco a poco, tendría que salir. De lo contrario, nunca podría volver a levantarse.
Cerró los ojos y se concentró en respirar profundamente. El maestro le había enseñado a hacerlo años atrás, para que aprendiese a apaciguar los arranques de mal genio que desde pequeña había sufrido, pero nunca lo había puesto en práctica. Siendo una princesa, Ana tenía libertad casi total para actuar como quisiera. Si quería gritar, gritaba. Si quería golpear la mesa o romper un plato, lo hacía. Si quería saltar por la ventana, lo hacía... y siempre sin recibir un castigo. Era, en cierto modo, una forma de vivir en plena libertad, como un animal salvaje, pero entre algodones.
Desafortunadamente, ya no estaba en el castillo. Aunque quisiera hacerlo, Ana ya no podía dejarse llevar abiertamente por los sentimientos por lo que respirar hondo no era tan mala idea. Además, por sorprendente que fuera, funcionaba.
—Eh, ¿qué haces? No le subas más el volumen, ¡me vas a dejar sordo!
—Cállate, Orwayn.
El menor de los Dewinter frunció el ceño, molesto ante la respuesta de su hermana, pero no respondió. Simplemente se levantó, recorrió varios metros hasta la otra punta de la sala y se dejó caer pesadamente sobre la butaca. Desde allí el volumen del noticiero no resultaba tan insoportable, aunque seguía estando muy alto para su gusto.
—¿Qué pasa, Armin? ¿Te has quedado sordo en el viaje, o qué? Un poco más y hasta padre lo escuchará desde donde sea que esté.
—Orwayn...
—¡Deja de defenderlo! ¡Te guste o no está muy alto!
Vessa puso los ojos en blanco. En aquella ocasión resultaba complicado posicionarse del lado de Armin, pues era innegable que el volumen era altísimo, pero comprendía perfectamente el porqué. Orwayn aún era joven para darse cuenta; aún le quedaban muchos años de entrenamiento, pero tarde o temprano lo lograría. Era cuestión de tiempo. Lamentablemente, hasta entonces tendría que seguir soportando sus estupideces y, como en aquella ocasión, alineándose con Armin, el cual, tan silencioso como de costumbre, se negaba a dar explicaciones.
—¿Te quieres callar de una maldita vez? —Vessa suspiró—. Es la única forma de no escucharlos.
—¿Escucharlos? —Orwayn alzó ambas cejas—. ¿Pero qué demonios...?
—No me digas que no los oyes—interrumpió Armin con brusquedad, volviendo la mirada únicamente un instante hacia su hermano—. No me lo creo. Deja de tomarnos el pelo, hermano. Con lo listo que tú eres...
Obviamente, todos sabían que el pequeño no escuchaba nada. Su oído no estaba aún lo suficientemente desarrollado. No obstante, su orgullo era tal que una simple provocación bastaba para hacerle entrar en razón.
Orwayn frunció el ceño. Su padre le había explicado que todo se basaba en la concentración; que debía acallar el entusiasmo y la energía juvenil que tanto nublaba su mente para poder escuchar a sus sentidos, pero por el momento no era capaz. Las voces de su cabeza gritaban tanto que a veces incluso era incapaz de escuchar sus propios pensamientos. Consciente de ello, el joven había intentado distintas técnicas para mejorar. Orwayn había estudiado docenas de métodos de meditación antiguos, había probado todo tipo de sustancias para intentar alterar la conciencia e, incluso, había pasado semanas perdido en mitad del bosque, acompañado únicamente del silencio. Lamentablemente, nada había resultado efectivo. Era como si hubiese algo en su mente que se lo impidiese; como si le fallara algo.
Como si, tal y como decía su hermano mayor, tuviese algún tipo de problema...
Pero se negaba a aceptarlo. Orwayn confiaba en su potencial; sabía que por sus venas corría sangre muy especial por lo que se negaba a aceptar sus limitaciones. Él podía hacer mucho más, tal y como hacían sus hermanos, y hasta que no lo consiguiese no iba a parar. Al fin y al cabo, ¿acaso tenía otra opción? Su padre no iba a consentir que se quedase atrás y, antes de que él interviniese, prefería arreglárselas solo.
No obstante, hasta entonces, hasta que lograse superar sus limitaciones, no le quedaba otra opción que seguir los pasos de su hermano mayor y mentir.
Apretó los dientes con fuerza. En momentos como aquel no sabía si era peor la frustración de no poder escucharlo o que sus hermanos intentasen humillarle por ello.
—Por supuesto que lo oigo —respondió a voz en grito, haciéndose oír por encima de la voz de la presentadora del noticiero—. Tengo la cabeza a punto de explotar de tantas cosas que oigo... pero precisamente por eso digo que no sirve de nada que subas el volumen. ¡Incluso así puedo oírlo!
—Eso te pasa por entrenar tanto, Orwayn —respondió Armin por lo bajo, malicioso—. Por desgracia nosotros no somos tan buenos como tú así que te vas a tener que aguantar. Podrás hacer ese sacrificio por los inútiles de tus hermanos, ¿verdad?
Orwayn dejó escapar un bufido. En momentos como aquel su hermano mediano lograba sacarle de quicio. De hecho, si no fuese porque era un Dewinter le diría por donde se podía meter el tonito sarcástico. Lamentablemente, la sangre y la edad eran un grado en su familia por lo que no tenía otra alternativa que callarse. Además, le debía los suficientes favores como para perdonarle aquellas salidas de tono.
Y es que, en el fondo, no era tan malo como a veces intentaba demostrar.
—La mujer está llorando —dijo de repente Veressa—. Han estado hablando normal un buen rato hasta que, de repente, ella se ha puesto a llorar. Desconozco el motivo, pero parece desconsolada. Armin, ¿tú sabes algo?
El hombre se encogió de hombros. Si bien tenía ciertas teorías al respecto gracias a sus extrañas reacciones durante la visita a la casa de Cerberus, le faltaba información.
—No lo sé. Lo mismo echa de menos a sus sirvientes: yo qué sé.
—Das por sentado entonces que es una noble —reflexionó Veressa—. Desde luego tiene toda la pinta. Orwayn y yo habíamos pensado en buscarla en la base de datos. Estoy segura de que nos bastará con una captura de su cara.
—No he dicho que sea una noble. —Armin apartó la vista momentáneamente de la pantalla para mirar a su hermana—. Pero desde luego lo parece. Tiene un comportamiento extraño. Además, ¿de qué iba a conocer al doctor si no? Dice que trataba a su padre, y que yo sepa, ese hombre solo trataba a nobles. —Volvió a mirar al frente—. Sea como sea, no os metáis. Si Veryn o padre hubiesen querido que conociésemos su identidad lo habrían dicho desde el principio.
Vessa y Orwayn se miraron de reojo. Ambos habían sido educados, o como le gustaba decir a Veryn, domesticados para obedecer al macho alfa de la familia. Las órdenes de Anders Dewinter se cumplían a rajatabla, sin cuestionar absolutamente nada. Ordenase lo que ordenase, por descabellado que fuera, ellos lo hacían sin preguntar. Simple y llanamente, obedecían como máquinas, y así seguirían haciéndolo el resto de sus días.
Sin embargo, aquella ocasión era diferente. Por primera vez en su vida una extraña se alojaba en su granja y, aunque hubiesen sido entrenados para no pensar, solo obedecer, era inevitable sentir ciertos recelos. Después de todo, aquello era su territorio. ¿Cómo no iban a preguntarse a quién metían en casa?
Mantenerse al margen era inconcebible.
—Padre no se ha posicionado —comentó Orwayn a media voz, malicioso—. Esto es cosa del señor "Conde". Y ya sabemos todos cómo se las gasta.
—No uses ese tono con Veryn, Orwayn —reprochó Veressa—. No se lo merece.
—Vaya, veo que olvidas pronto, hermana. ¿Hace falta que te recuerde lo de Venus? ¿Realmente hace falta? Porque a mí no se me ha olvidado aún. De hecho, no pasa un maldito día en el que no me acuerde de como esa maldita rata nos dejó tirados.
—Orwayn, basta —interrumpió Armin alzando el tono de voz—. Creo que por el bien de todos será mejor que no empecemos a sacar trapos sucios. Además, no creo que esa chica vaya a pasar muchas más noches aquí, así que seamos pacientes.
Nuevamente Veressa y Orwayn intercambiaron una fugaz mirada. Aquella respuesta no les convencía demasiado, y mucho menos ahora que la curiosidad había aflorado, pero la aceptaban. En el fondo, lo importante era que se fuese lo antes posible por lo que fuesen cuales fuesen sus motivos no tenían demasiada relevancia. Además, había temas más serios por los que preocuparse.
Temas muchísimo más serios que, a no ser que cambiasen mucho las cosas, podrían dar al traste con su estancia en el planeta.
—¿Han dicho ya algo? —prosiguió Armin refiriéndose a las imágenes que, desde hacía horas, los tres visionaban una y otra vez a través de los noticiarios—. ¿Se sabe qué es?
—Negativo, hermano —Vessa sacudió ligeramente la cabeza—. No hay noticias. Lo único que se sabe es lo que ese imbécil del príncipe ha soltado en las ruedas de prensa, que todo apunta a que ha sido un acto terrorista... —Dejó escapar una sonora carcajada cargada de sarcasmo—. Si Mandrágora estuviese realmente detrás de esto ya estarías muerto, capullo.
—Hemos estado buscando en los archivos, pero no hay nada parecido —la secundó Orwayn—. Y Veryn ha hablado con esos amigos extraños suyos, pero vaya, nada de nada. Estamos en blanco.
—¿Y padre que dice? Esto no tiene buena pinta.
Veressa se encogió de hombros.
—No hay forma humana de contactar con él, Armin. Es como si se hubiese esfumado. Veryn dice que si en un par de días no sabemos nada habrá que plantearse el abandonar el planeta. Esto no parece muy seguro ya.
—Coincido. En fin, esperemos a ver qué pasa, pero vaya, igualmente no pensaba quedarme mucho más aquí. —El hombre volvió la mirada instintivamente hacia la puerta—. Este lugar me aburre.
—¿Mejor?
Ana abrió los ojos y asintió con lentitud, tratando así de alargar el máximo posible la pausa. Aquel respiro le había servido para relajarse lo suficiente como para que las lágrimas dejasen de caer, pero aún se sentía confundida.
Más que nunca, Ana se sentía fuera de lugar.
—De acuerdo. Imagino que eres consciente de que tienes que explicarme eso que has dicho. Lo entiendes, ¿verdad? Es una acusación muy grave. Además, si lo que dices es cierto... bueno... —Veryn se puso en pie—. Ni tan siquiera sé qué decir.
—En realidad no hay mucho más que contar. —Ana se secó las lágrimas con el dorso de la mano y se puso en pie también—. Elspeth ha cambiado. El hombre que ha vuelto no es el mismo que se fue. No sé qué demonios le habrá pasado, pero es evidente que ha sido algo grave. —Cerró los ojos momentáneamente para coger aire—. Pocas horas antes de que asesinara a mi padre estuvimos hablando. Decía que había vuelto para ocupar su lugar... Decía que las cosas se habían complicado y que Sighrith necesitaba a otra persona al mando.
—¿Que las cosas se habían complicado? —Veryn cruzó los brazos sobre el pecho—. ¿A qué te refieres?
Ana se encogió de hombros. A pesar de que había intentado grabar a fuego aquella conversación en su memoria, consciente de que era de vital importancia conservarla, con el paso de los días había empezado a olvidar fragmentos.
—No sabría decirte. Solo sé que quería ocupar el trono de mi padre... que había vuelto para gobernar, y que quería que yo estuviese a su lado. —Negó suavemente con la cabeza—. Creo que pensaba que le iba a apoyar.
—¿Y puedo preguntar por qué no lo hiciste? No me malinterpretes... Es vox populi que tu padre estaba enfermo. Si tu hermano había vuelto para ocupar lo que por ley le iba a tocar tarde o temprano, ¿por qué no apoyarle?
Aquella era una buena pregunta. En realidad, una muy buena pregunta que, sorprendentemente, no se había hecho hasta entonces. Obviamente, de haber estado allí, de haber visto y escuchado a Elspeth en acción, a Veryn ni tan siquiera se le habría ocurrido, tal y como le había pasado a ella. Todo lo que había pasado era algo tan grave y complejo que había que vivirlo para poder llegar a comprenderlo. No obstante, era importante planteársela, puesto que, tarde o temprano, se la volverían a hacer.
—Elspeth ha cambiado —repitió Ana—. Lo supe desde el primer momento en que le vi. No sabría decirte cómo me di cuenta, pues a simple vista parece el mismo, pero no lo es. Es como si le hubiesen sustituido... como si fuese un clon.
—¿Te basas entonces únicamente en sensaciones? Quiero decir... no hay nada tangible. Simplemente lo notaste.
—¿Me estás acusando de algo?
Veryn esbozó una media sonrisa cargada de misterio, satisfecho consigo mismo. Al parecer, buscaba aquella reacción.
—Para nada. Si quisiera acusarte lo haría abiertamente, princesa. Quizás tú gobiernes este planeta, pero en esta casa, mi casa, mando yo. Pero como te decía, no te acuso de nada, simplemente intento atar cabos. La verdad es que yo también suelo dejarme llevar por la intuición en muchas ocasiones. No siempre me sale bien, todo hay que decirlo, pero es algo propio de mi naturaleza. —Rodeó la mesa hasta uno de los armarios y abrió uno de los cajones. Empezó a revolver en su interior en busca de algo—. Dime una cosa, Ana: ¿te consideras una persona intuitiva?
—¿A qué viene eso?
—Tú limítate a responder. ¿Te consideras una persona intuitiva o no?
Veryn extrajo del interior del cajón un pequeño disco de color azul. A simple vista parecía una unidad de memoria: pequeño, fino, flexible. No obstante, su peculiar color azulado evidenciaba que no estaba hecho de una simple aleación de metal.
El hombre fue hasta la puerta y se detuvo junto a los controladores del alumbrado.
—Bueno, se podría decir que sí. —Ana se cruzó de brazos, a la defensiva—. Me dejo llevar más por el instinto y la intuición que por la razón. ¿Pero qué tiene eso que ver con lo que te estaba contando?
—Armin me explicó que pasó algo en la residencia de Cerberus. No quiso entrar mucho en detalle, pero por como actuaba supuse que no fue algo muy convencional. Verás, mi hermano es una persona reservada a la que le cuesta compartir sus vivencias, y más cuando sucede algo que no es capaz de explicar. Se podría decir que es bastante racional, justo lo contrario a ti por lo que veo. Yo, al igual que tú, me dejo llevar más por el instinto. Y el instinto me dice que quizás tu hermano no estuviese muy desencaminado en sus acusaciones al doctor. ¿Te parece si hacemos una prueba?
—Espera, espera... ¿Qué te ha contado?
—Eso no importa. Explosiones, cadáveres, disparos, hielo: lo de siempre, vaya. Lo realmente importante es lo que no me ha contado, y ahí entras tú. ¿Qué pasó en la biblioteca? Armin dice que saliste aterrorizada y que chocaste con él, de ahí la herida de la cabeza. Lo que no me quiso decir fue por qué disparó. Bueno, sí, dijo que activaste algún tipo de sistema de reproducción holográfica y que aparecieron varias figuras tras de ti, pero vaya, no me lo creo. De haber existido dicho dispositivo, lo habría encontrado. Además, Armin sabe diferenciar perfectamente un holograma de una persona. La diferencia, dependiendo del modelo de reproductor, puede llegar a ser muy sutil, pero mi hermano es un experto en la materia. Se le ha entrenado para que lo sea. Es por ello que no me creo lo del dispositivo. ¿Tú qué opinas? ¿Fue un simple holograma?
Ana apartó la mirada, incómoda ante la pregunta. Ella no creía en la teoría del holograma. Había intentado dejarse engañar, fingir que era cierto y, así, no pensar en lo que realmente había ocurrido. No obstante, era evidente que no se trataba de una simple reproducción. Elspeth y Rosseau habían sido tan reales como los disparos o la caída, y quien dijese lo contrario, mentía. Además, estaba lo del tercer disparo. Si realmente había disparado tres veces y solo había dos agujeros en la pared, ¿qué había pasado con el tercero? De haber sido un holograma la bala sencillamente lo habría atravesado...
Dejó escapar un suspiro.
—No lo creo. Quiero decir, estoy convencida de que no fue eso. Fue real, y Armin lo sabe. ¿Te ha contado que disparó tres veces, pero solo hizo dos agujeros en la pared? —Negó con la cabeza—. Sea lo que fuese lo que apareció, le pegó un tiro.
—Muy propio de él. ¿Recuerdas su cara?
—No. Los vi tan solo unos segundos... o incluso menos. Cuando entré en la sala, ellos aún no estaban. Salieron después.
—¿Y qué viste entonces?
La imagen acudió a su memoria con nitidez. Ana recordaba sus caras y sus miradas. Recordaba cómo habían cambiado sus expresiones al verla aparecer y como habían reaccionado. Las dudas de Elspeth, la serenidad del Capitán... y su propia sorpresa.
Tan solo necesitaba cerrar los ojos para poder revivir la imagen una y mil veces.
—Fue como entrar en otro mundo —explicó—. Cuando abrí la puerta entré en una sala llena de niebla y de vegetación. Todo era de piedra y había columnas... estaba muy oscuro. A simple vista parecía un templo antiguo, de esos que aparecen en la literatura clásica. ¿Sabes a lo que me refiero?
—Me hago a la idea.
—También había un altar de piedra, y justo delante, hablando entre ellos, Elspeth y el Capitán. —Veryn arqueó ambas cejas, sorprendido ante la revelación, pero no interrumpió—. Cuando me vieron se sorprendieron muchísimo, sobre todo mi hermano, pero no tardaron en reaccionar. El Capitán gritó que me cogieran, y esos tipos salieron de las sombras... los mismos a los que tu hermano disparó. No estoy muy segura de quienes eran, pero yo diría que eran los nuevos hombres de mi hermano.
—¿Quién es ese Capitán?
—Un tal Bastian Rosseau. La verdad es que no sé de dónde ha salido, pero llegó junto con mi hermano. Él y su tripulación han sustituido a la Castigo de Hielo por una nave nueva que se llama la Cuervo... Por lo visto los conoció durante su viaje.
—¿Y se sabe algo de la vieja tripulación? ¿Qué ha sido de ellos? ¿Han vuelto?
Ana no respondió. Tampoco había pensado en ellos. Había estado tan ocupada pensando en sí misma y en todo lo que le estaba pasando que ni tan siquiera se había molestado en pensar en los antiguos camaradas de su hermano, aquellos que tanto habían luchado por mantenerle con vida. De hecho, ni había pensado en ellos ni en ninguna otra persona que no fuese ella misma o su hermano. Era triste, pero el resto, en el fondo, no tenía la suficiente importancia en su vida como para dedicarle un minuto o dos a lo largo del día: Justine, el maestro, Stan, Jean...
Sonrió con amargura. Quizás, después de todo, fuese cierto eso que decían: que era una niñata caprichosa y egoísta.
—No tienes ni idea, vaya. De acuerdo, no importa. Lo investigaremos. La verdad es que me has dado bastantes nombres por lo que puedo empezar a buscar un poco de información. Todo esto me viene grande hasta a mí, ¿sabes? Pero no te preocupes; no pienso dejar que te pase nada. Ni yo ni ninguno de mis hermanos.
—¿Te refieres al que lleva un fusil casi tan grande como él? ¿O al que cada vez que me ve se vuelve medio loco? —Ana negó con la cabeza—. Hay cosas que no entiendo, Veryn. Es evidente que no sois simples granjeros.
Veryn asintió.
—En ningún momento lo he dicho. Omitir no es mentir.
—Yo te he dicho la verdad: ahora dímela tú. ¿Quiénes sois? Has dicho que lo "normal" son disparos, cadáveres y explosiones...
—Primero hagamos la prueba, ¿de acuerdo? Después te lo contaré si es que realmente lo quieres saber. Pero lo primero es lo primero.
Ana no rechistó. A pesar de tener motivos más que suficientes para hacerlo, pues tanto en Sighrith como en cualquier otro planeta la información se pagaba con la misma moneda, no quería discutir. Veryn se estaba portando bien con ella por lo que no se merecía que le tratase con su habitual despotismo. Al contrario. Visto lo visto, cuánto más colaboradora fuera con él, mejor. Al fin y al cabo, ahora que él sabía su secreto las cosas cambiaban mucho. Ana contaba por fin con un aliado entregado y no quería perderlo.
—¿De qué va? ¿Qué hay que hacer?
—¿Ves esto? —El hombre alzó el disco azul—. ¿Sabes lo que es?
—No sé, ¿una memoria? ¿Un disco de información? ¿Algún tipo de engranaje? —Ana se cruzó de brazos—. No tengo la menor idea.
—Lógico. Es un disco de juego. Flexible, silencioso, ligero... —Veryn hizo una demostración doblándolo por un costado—. A mi perro le encantaba atraparlo al vuelo. De hecho, este era su favorito.
Aquel comentario logró arrancar una sonrisa maliciosa a Ana, la cual, temiéndose lo peor, no pudo más que alzar una ceja, pícara.
—Como pretendas que lo recoja con la boca te voy a dejar sin dientes. Lo sabes, ¿no?
—Estoy convencido de ello. De todas las princesas que he conocido tú eres la de modales más salvajes con diferencia. —Veryn le guiñó el ojo—. Por cierto, no sé si deberías sentirte halagada u ofendida: lo dejo en tus manos.
—¿Hace falta que te diga dónde te puedes ir?
—Para nada, alteza. Creo poder leer entre líneas lo que pretendéis decirme... Ahora bien, escúchame. Este disco de juego tiene distintas utilidades, y una de ellas sirve para poner a prueba los implantes agudizadores del sonido. ¿Sabes lo que son?
Ana asintió. Los implantes agudizadores de sonido eran unas modificaciones que se introducían en el cerebro para que los órganos del sujeto pudiesen captar mayores bandas de frecuencia. Aquel tipo de implante era normalmente utilizado por los sordos o la gente con problemas de oído, aunque en los últimos tiempos se había ido implementando entre algunos grupos armados al servicio de la Suprema.
—Sí. No me gustan demasiado los implantes, pero sé lo que son.
—La cuestión es que, tal y como ya te he dicho, este disco es muy silencioso. Se podría decir incluso que es mudo. Al lanzarlo el sonido que genera es prácticamente indetectable incluso para gente con implantes. Es por ello que es perfecto para desarrollar la capacidad auditiva. A base de práctica, y siempre con el implante adecuado, claro, de lo contrario no sirve para nada, se puede llegar a aumentar la capacidad un trescientos por ciento más. Es mucho, desde luego.
—Bueno, suena interesante... aunque no entiendo muy bien para qué se supone que lo vamos a usar. Yo no tengo ningún implante. Y aunque lo tuviese...
—No es tu capacidad auditiva lo que quiero poner a prueba, alteza. —Veryn alzó la mano hasta los controles de la luz—. Simplemente déjate llevar, ¿de acuerdo? Deja que ese instinto tuyo en el que tanto confías tome las riendas. Es fácil.
—¿Qué vas a hacer?
Apagó la luz. Ana vio la oscuridad cernirse sobre ella como un manto de noche sin estrellas. Últimamente pasaba mucho tiempo sin luz, abrigada por las sombras, pero incluso así no lograba acostumbrarse. La oscuridad siempre le generaba dudas que la impacientaban. ¿Qué pasaría a su alrededor? ¿Estaría sola? ¿Se acercaría alguien? Estaría siendo observada...
Apenas sin ser consciente de ello, los sentidos de la mujer se agudizaron notablemente. Incluso en la oscuridad total de la sala, Ana podía percibir la presencia de Veryn. No lo veía con los ojos ni lo percibía con el resto de los sentidos, pero sabía que estaba allí. Era, simple y llanamente, un hecho.
Se concentró en él. Veryn permanecía quieto, estático, inmóvil como una estatua, pero había algo que se movía por la sala. Algo que rebotaba por las paredes y que, poco a poco, se iba acercando a ella. Algo inodoro, sin color, sin forma, sin alma. Simplemente era algo que se movía y que se dirigía hacia ella, directo a la cabeza.
Algo circular...
Ana alzó la mano instintivamente, guiada por una repentina y apremiante sensación de inseguridad. Nuevamente no sabía cómo lo podía ver, pero era evidente que algo se acercaba hacia ella y que iba a golpearla si no reaccionaba.
Aguantó la respiración los pocos segundos de espera que quedaban antes de que el objeto se abalanzase hacia ella y, llegado el momento, hizo pinza con los dedos y lo aferró en el aire, a escasos centímetros de su cara. Fácil. Muy fácil. Veryn presionó entonces el control de la luz y ante ella apareció el disco, sujeto entre sus dedos.
Increíble.
Poco a poco, lo hizo girar ante sus ojos, sorprendida consigo misma. Si lo que quería era dejarla sin palabras, lo había logrado con creces.
—¿Ves? Te dije que sería fácil.
—¿Cómo lo has hecho?
—¿Yo? —Veryn dejó escapar una carcajada—. Has sido tú quien lo ha hecho, querida, no yo. —Cruzó los brazos sobre el pecho—. Antes me preguntabas que quiénes éramos, pues bien, no tengo por qué seguir escondiéndotelo. Como ya has deducido, no somos granjeros. Todos los miembros de mi familia, incluyendo a mi padre, formamos parte de la organización M.A.M.B.A: ¿la conoces?
Ana negó con la cabeza. Conocía las flotas, el Círculo Interior y Tempestad, las organizaciones básicas por las que se regía el Reino. Conocía también a Mandrágora, el grupo terrorista extinto al que el Reino consideraba que las fundadoras de los planetas de su sector pertenecían, la organización ecologista Maira y varios sindicatos que luchaban por los derechos de los colectivos. M.A.M.B.A, sin embargo, era un término totalmente nuevo para ella.
—Bueno, era de esperar. La M.A.M.B.A es una organización fundada recientemente por uno de los miembros del consejo del Círculo Interior. Nuestra función es la recolección de datos relacionados con los equipos de investigación vinculados directamente a Tempestad que están fuera del Sistema Solar. Se podría decir que hacemos un seguimiento de sus actividades.
—Trabajas para el gobierno entonces.
—Por supuesto, ¿quién no? —Veryn ensanchó la sonrisa—. Todo por el Reino, alteza.
Sorprendida por la revelación, Ana no pudo más que dejarse llevar por la curiosidad. A lo largo de su vida había conocido a todo tipo de personalidades vinculadas con el gobierno, Lightling y las flotas, pero nunca a nadie relacionado con la tal M.A.M.B.A. Sin lugar a dudas, era un gran descubrimiento... Claro que, teniendo en cuenta lo rápido que Tempestad estaba extendiendo sus tentáculos, era de prever que tarde o temprano fundaran algo así.
—¿Y Tempestad está de acuerdo con que vigiléis sus laboratorios?
—Tempestad, como el resto de organizaciones, están bajo el control del Círculo Interior de su Majestad la Suprema, Ana. No nos importa que estén de acuerdo o no: no tienen ni voz ni voto en este tema. Nosotros simplemente cumplimos órdenes directas del Círculo. —Veryn lanzó una fugaz mirada hacia la puerta—. Este planeta es peculiar, Ana. Lo sabes. Sus orígenes son un tanto confusos. La sombra de Mandrágora recae sobre sus habitantes, y mucho más sobre sus líderes, y eso os incluye tanto a ti como a tu hermano. Pensar que no estáis siendo vigilados es un error. Si existe la M.A.M.B.A para el control de los laboratorios, ¿quién te dice que no existen otras organizaciones que se encargan de vuestro control? —Negó con la cabeza—. El espionaje es más común de lo que crees.
—¿En qué situación me deja eso? Bueno, a mi familia, me refiero.
—Bueno, imagino que eres consciente de que si mi clan está en el planeta es porque hay actividad. —Veryn se encogió de hombros—. No te voy a mentir: no sé nada sobre la acusación que ha llevado a tu hermano a matar a Cerberus, pero visto lo visto, es evidente que hay algo diferente en ti. Lamentablemente están pasando cosas demasiado graves como para centrarnos en ello por lo que te aconsejo que te serenes y hagas lo que tengas que hacer. Estoy convencido de que Armin tiene ya tu dispositivo preparado para hacer la conexión. Habla con quien sea que quieras hablar, aclárate y dime qué planeas hacer. Yo, por mi parte, voy a intentar contactar con mi padre. Si me permites un consejo, ahora que es tu hermano quien está en el poder, creo que lo más sensato será que salgas del planeta antes de que te encuentre. Además, está sucediendo algo extraño en Sighrith. Quizás deberías bajar y verlo con tus propios ojos: mis hermanos no se despegan de los noticieros desde hace horas. Por cierto, quédate si quieres el disco. Quizás necesites probar unas cuantas veces más antes de convencerte a ti misma de que no ha sido pura casualidad.
Las nubes de tormenta ya cubrían las primeras estrellas cuando Ana entró en el salón. La mujer atravesó el umbral de la puerta en silencio, algo intimidada ante la presencia de los tres hermanos menores de Veryn, y se detuvo a unos metros de los sillones, junto a la pared, a la espera de alguna reacción que, por supuesto, no hubo.
Tendría que empezar a acostumbrarse a ser ignorada. Hasta entonces, sin embargo, sería inevitable sentirse algo herida ante el constante desprecio al que se veía sometida en aquella granja.
—Hola —saludó alzando el tono de voz por encima del volumen del noticiero—. Armin, ¿tienes ya...?
Veressa fue la única que volvió la vista hacia ella. La mujer tenía el ceño fruncido, como si su mera presencia le molestase. Tal y como había advertido Veryn, se comportaba como una leona protectora.
—Hola —respondió con brevedad—. ¿Querías algo?
Ana volvió la vista hacia Armin a modo de respuesta. Este, totalmente concentrado en los acontecimientos que se retransmitían en la pantalla, no parecía haberse dado cuenta de su presencia. Y al igual que él, sucedía lo mismo con Orwayn.
Centró la atención por un momento en el noticiero. Por alguna extraña razón, decenas de periodistas y curiosos grababan el cielo nocturno con extrañas expresiones de confusión en la cara. Parecían inquietos.
Se preguntó a qué vendría tanto nerviosismo.
—Claro. Eh, Armin. —Vessa aprovechó que estaba sentada a su lado para cogerle por el antebrazo y así captar su atención—. Daniela.
Armin volvió la vista atrás durante un instante, para mirarla a la cara, y se puso en pie. Por su expresión era evidente que había sido consciente de su presencia desde el principio, pero que había intentado mantener las distancias. Una vez finalizado el viaje, su relación finalizaba, como si de un simple contrato se tratase.
—Vienes a por tu transmisor, ¿no? —preguntó mientras se acercaba a ella, con la mirada clavada en sus ojos—. Ya lo he modificado así que puedes usarlo cuando quieras. Lo tengo aquí.
Se agachó junto a uno de los armarios y extrajo una bolsa de tela. En su interior, tan brillante y hermoso como el primer día, estaba el holocomunicador con el sol grabado que Veryn le había proporcionado para el viaje.
Armin se lo entregó.
—No van a poder rastrear la señal, por si te interesa saberlo. Las coordenadas se corresponden a las de Cerberus así que, en principio, no deberías tener problemas para que te acepten la conexión.
—¿No pueden saber cuál es mi localización real?
—No. Pruébalo, si falla algo avísame.
—De acuerdo... gracias. Por cierto, ¿qué es eso que miráis? Dice Veryn que ha pasado algo grave.
Armin volvió momentáneamente la vista atrás, hacia la pantalla, pensativo. Grave no era el término más correcto para describir la situación, puesto que, en el fondo, no sabían lo que ocurría, pero era innegable que Sighrith no estaba pasando por su mejor momento.
—Dicen que ha habido un ataque terrorista en Corona de Sighrith —explicó con tono aburrido—. Hay una especie de sustancia negra que ha cubierto el cielo. Parece gas, o algo por el estilo. Nadie sabe qué es, pero al menos no parece tóxico. Eso sí, se extiende muy rápidamente. Calculan que en menos de una semana habrá llegado aquí también.
—Sighrith ha sido condenada a la noche perpetua —murmuró Veressa—. Como si no fuera ya malo de por sí...
—A mí me huele a accidente químico. Ha debido explotar algo, estoy seguro —intervino Orwayn—. Lo que pasa es que no van a admitirlo, es evidente. En el fondo todos los gobiernos son igual de corruptos, y...
Ana se concentró en el dispositivo que tenía entre manos. Si bien no había llegado a sentir la más mínima simpatía por el menor de los Dewinter, aquel último comentario había logrado que empezase a sentir cierta aversión hacia él. No odio, desde luego. Aquel imbécil no era lo suficientemente importante para ella como para despertar dicho sentimiento, pero era innegable que sus posiciones se distanciaban más y más a cada segundo que pasaba. Lamentablemente, no podía hacer nada. Ni podía reprenderle ni darle un buen puñetazo, cosa que habría hecho encantada, por lo que era mejor ignorarle. De aquel modo, aunque le costase, evitaría conflictos que podrían poner en peligro su subterfugio.
Decidió alejarse hasta el fondo de la sala. Desde allí las voces seguían retumbando con fuerza, pero al menos tenía un poco más de intimidad. Ana tomó asiento en una de las sillas, reposó el dispositivo sobre la mesa y lo abrió. La pantalla táctil se activó al instante, presentando a modo de saludo un breve pero claro mensaje en su idioma: "hola". Seguidamente, se inicializó el sistema operativo.
—La leche, ¿en serio? —escuchó decir a Orwayn desde el otro lado de la sala—. ¿Acaso no había suficiente con el gilipollas del hijo? Me niego a escuchar también a este capullo. Apágalo, Vessa.
—De eso nada. Si no te gusta te largas, pero no pienso...
—¡He dicho que lo apagues!
—¡Y yo he dicho que no!
Empezaron a discutir. Ana alzó la vista momentáneamente para curiosear, sorprendida por la facilidad con la que las conversaciones acababan a gritos en aquella casa, pero rápidamente volvió a centrarse en el dispositivo. Aunque en cualquier otro momento habría disfrutado enormemente de la discusión, en aquel entonces no tenía tiempo que perder.
—Cielos, ¿otra vez? —Creyó oír decir a Armin. Con tantos gritos y el volumen del noticiero era realmente complicado saber quién decía qué—. ¿¡Queréis cerrar la boca los dos de una maldita vez!? ¡Quiero oírlo!
—¡A la mierda con vosotros! —estalló Orwayn—. ¡Os podéis meter a la maldita Corona por donde os quepa, pedazo de...!
—¡Esa boca!
Armin decidió zanjar la discusión aumentando el volumen hasta tal punto que todos dejaron de discutir para taparse las orejas con las manos. Lanzó una mirada feroz a su hermano menor, a modo de advertencia, y finalmente clavó la vista en la pantalla. Veressa le siguió, con el ceño fruncido, y después se les unió Orwayn. Este último no parecía tener el menor interés por quedarse a escuchar la última intervención de los miembros de la Corona, pero decidió hacerlo.
Finalmente, Ana se unió a ellos. La mujer se puso en pie al escuchar la voz, casi tan confundida como perpleja, y volvió la vista hacia la pantalla. Al otro lado del salón, en primer plano, el Rey acababa de iniciar una rueda de prensa.
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