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- Ha sido todo muy repentino Randall – sentada en una silla frente a mi cliente, expliqué raudamente mi inconveniente, evitando caer en los detalles escabrosos y pocos necesarios – Rose era mi abuela, la empleada la encontró muerta y necesito cumplir con ciertas obligaciones familiares – mentí, como siempre, ocultando los verdaderos motivos de mi regreso.
Randall lucía consternado y una punzada de culpa, por mentirle descaradamente, azotó mi estómago de forma virulenta.
- Apenas lo solucione, estaré aquí contigo. – aseguré, ansiando no comprometer el futuro del pacto.
- Quédate tranquila, niña. A pesar de no saber nada de tu vida, soy consciente que tienes una familia como casi todo el mundo – considerado, acomodó un mechón de pelo detrás de mi oreja.
- Gracias Randy, es muy gentil de tu parte que lo tengas en cuenta.
- Jackie, que esto sea un negocio para ambos no significa que no existan sentimientos. Sé que todo ha sido estipulado y ambos buscamos lo mismo en este tipo de convenio, pero realmente te aprecio. Eres una muchacha agradable, respetuosa y con la que me siento a gusto. Todo lo que haces no puede ser fingido – confesó desde su desconocimiento de causa.
Randall era sincero y leal. Un hombre noble y experimentado. Acuné sus manos gruesas y besé sus palmas.
- Eres un gran hombre – me sinceré dejando de lado a la Jackeline profesional para asomar un breve rastro de mi verdadero yo.
- Y tú una gran mujer – replicó desestabilizando cada fibra muscular de mi cuerpo por saber que no era cierto...
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Nos dispusimos a disfrutar de aquella increíble noche parisina; a poco menos de un mes para las fiestas de fin de año, los árboles lucían repletos de luces, los escaparates decorados para la ocasión y los abrigos, a la orden del día. Tomada del brazo de Randall, caminábamos rumbo a Le Selferino, un restaurante lujoso y con estilo, ubicado en Boulevard Saint Germain.
Yo había aprendido francés en mis tiempos de receso sin clientes; me cultivaba, soñando quizás que un acaudalado parisino me encontrase en América disponible solo para él, como lo habría sido por un lapso corto de tiempo Killian Villenueve.
Brindando, con la copa en alto, me entregué al frío sabor de un exquisito Malbec y a continuar con la mentira...otra vez más.
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Siete horas de viaje.
Nuevamente, un despegue y un aterrizaje temerarios. Era jueves por la tarde y mi malestar se acrecentaba violentamente.
Refregué mis sienes por el poco descanso y el nerviosismo de regresar.
Yo distaba de ser la hija pródiga, ni pretendía serlo.
Arribando al aeropuerto de Dallas, tres horas me separarían de Bastrop para mi desagrado. Taxi mediante, llegaría pasada la medianoche a la casa de mi hermano Darius; casa que no conocía ni me desvivía por hacerlo. Las circunstancias no eran las mejores, pero en el fondo, nunca lo serían.
Siguiendo las directivas dadas por él en cuanto al camino para llegar sana y salva, me tomé exactamente dos minutos para observar el sitio en el cual el matrimonio Giuliano vivía. Debía reconocer que su casa era más bonita de lo que imaginaba: una verja de madera blanca de menos de un metro de altura cercaba el predio no muy grande, pero sí cuidado. Tres rosales se dispersaban sobre el lado derecho del terreno, en el cual la vivienda desplegaba su prolijidad. Se trataba de una bella casa de dos plantas con una construcción algo más precaria que, de seguro, conformaría el taller de mi medio hermano.
Inspiré profundo antes de abonar mi viaje; entrar en esa casa significaría mucho más que una simple "visita".
Lejos de ser mi amigo y mi confidente, Darius era mi hermano. Era el que me enseñaría a andar en bicicleta, a recortar con las tijeras, a anudarme las agujetas de mi calzado, a eructar como varón y a gritar hasta quedarme afónica.
La nostalgia golpeó mis lagrimales; dos gotas profusas cayeron de mis ojos. Rápidamente las disipé con el dorso de mi mano. Nadie debía verme flaquear. Yo era fuerte, decidida y nada me doblegaba.
Yo adoptaría a Jackeline Stone desde mis 18 años, siendo esta noche, el momento para comenzar a dejarla atrás contra mi voluntad.
Mis tacos finos se clavaban en el ripio de la calle, molestándome al caminar. Alisando mi falda lápiz negra, llené mi pecho de aire, vistiéndome con la coraza impenetrable con la que me había acostumbrado a vivir desde mis 18 años.
Aclaré mi garganta; sola frente a la breve escalera de madera repintada de color aguamarina, me dispuse a subir los 6 escalones que me separaban del ancho cobertizo. Con algo de dificultad y de espaldas al acceso, subí mi maleta a cada uno de los peldaños, para cuando la puerta principal se abrió de golpe.
- ¿Te ayudo? – una voz masculina, fuerte y voraz, sacudió mi espíritu. Llevé mis manos al pecho, asustada por la irrupción de la que acababan de ser víctimas mis oídos.
- ¡Dios! ¡me has asustado idiota!– dije exasperada, con mi torso subiendo y bajando, sin esperar que el dueño de esa voz seductora y cautivante, fuese Theo Green, el cuñado de mi medio hermano.
- Gracias por el cumplido...supongo que con ese pequeño insulto, no has hecho más que confirmarme que eras la hermana de Darius.
Fruncí mi boca al mismo tiempo que voltearía mis ojos con desdén. A falta del sarcasmo de mi hermano, debería soportar el de Theo. Molesta, le obsequié una sonrisa irónica de mi cosecha personal.
- ¡Déjame a mí! – dijo Theo, sujetando la parte superior de mi maleta LV – Tu manicura se dañará por hacer semejante esfuerzo – levantó su ceja derecha, divirtiéndose a expensas de mí.
Sin poder emitir sonido, acompañé su andar; un andar demoledor y caliente.
Theo Green ya no era el muchachito de 20 años hermano de Brenda que corría en competencias pueblerinas con su motocicleta barata; Theo ya era un hombre sumamente apetecible, más de lo que recordaba.
- Ten cuidado. Es muy costosa como para que la dañes con tus manos mugrosas – acoté por detrás, en vano. Theo ya estaba dentro, arrojando mi equipaje como si fuera un costal de papas sobre un sillón grande y florido.
De pie desde el umbral de la puerta, pude ser testigo de aquel aroma a rosas inundando el pequeño recibidor. Ordenado, limpio y con el sonido de la TV de fondo, me adentraría a la casa de mi hermano.
- Has venido finalmente – Darius apareció de la nada esbozando un reproche mezclado con sorpresa. Lucía cansado, con unos kilos de más y pálido. Aún así, mantenía su encanto. Era un hombre bello...y lo sería aún más, si abandonase ese taller mecánico horrendo que comandaba.
- No tenía muchas alternativas – resumí. Darius dejó un beso casto en mi mejilla, puso su mano en mi espalda arengándome a ingresar a la sala principal, de donde provenían las voces del artefacto de TV.
- Deja la hostilidad de lado, por favor, ¿sí? – cauto, sin rencor y visiblemente agotado, pidió. Asentí con la cabeza. Yo tampoco estaba en un buen día. – Pasa. Brenda está tomando una ducha.
Avancé un par de pasos, me quité el abrigo ante la insistencia de mi hermano y tomé asiento en un sofá bajo y color café. Crucé mis piernas, posando mis manos en mi rodilla superior. Manteniendo mis comentarios a raya, presioné mi mandíbula, resiguiendo los pasos de Darius.
- ¿Un té? Tengo limón – dijo recordando aquel detalle. Yo adoraba tomar té con limón. Quizás era momento de relajarme y abandonar el personaje por un tiempo. ¿Pero cómo lograrlo? ¿Cómo hacerlo después de tanto dolor causado?
- Sí, por favor. – curvé mis labios, aliviando la tensión.
Moví mi cuello de un lado al otro; estresada.
- ¿Cómo ha estado el vuelo? – preguntó por sobre su hombro, mientras colocaba agua a hervir, de espaldas a mi ubicación.
- Tranquilo. – algo distante, no me entregaba a la olvidada sensación familiar.
- Darius – giré mi cuello con brusquedad, olvidando mi malestar al oír a Theo por detrás. Mascullé una maldición por el dolor resurgente. – Ya me voy a casa – apuntó – pero mañana puedo venir temprano si lo deseas – aproveché para observarlo, mientras se acercaba a mi hermano.
Theo estaba realmente muy bueno. Alto tal como lo recordaba, su cabello corto atrás y levemente más largo por delante, lo hacía lucir más joven. Sus 32 años le sentaban de maravilla. La sudadera negra de cuello V se adhería a su torso endiabladamente, marcando sus músculos. Un jean, algo roto pero limpio, eran la compañía perfecta de sus piernas largas y macizas.
Tosí involuntariamente por perder aire de mi oxigenación pulmonar a causa de mi observación minuciosa. Ambos hombres continuarían hablando, en voz casi inaudible.
- ¿A las 10? – preguntó Darius elevando ligeramente su volumen.
- Perfecto. Me reuniré con Clark a las 9, por lo que presumo llegaré a tiempo.
- Por favor, Theo, haz lo posible. Tu hermana quiere que estés aquí.
- Lo sé. No quiero decepcionarla.
"Decepción"...vieja conocida mía; una palabra que me describía en cuerpo y alma. Una palabra recurrente en el vocabulario de mi hermano al momento de hablarme.
Palmeándole el hombro, Theo giró sobre sus talones. Eran grandes amigos y compartían aficiones; mientras mi hermano poseía un taller mecánico para autos y motocicletas, su cuñado era el encargado de conseguir viejos modelos, comprarlos a escaso costo y ayudar en la restauración, para venderlos a mayor precio.
- Hasta mañana – saludando con un tenue movimiento de cabeza, Theo pasaba por detrás de mi sofá, esfumándose de la sala atestada de retratos del matrimonio dueño de casa y con mi hermano custodiando su salida.
Una chimenea, austera pero eficiente, calentaba el sitio. Sobre ella, una breve tarima de madera rústica, con adornos y una serie de fotos pequeñas, decoraba una esquina. Me puse de pie, en silencio, acomodando mis prendas para matar el tiempo hasta que Darius regresara.
Entrecerré los ojos esforzándome para determinar los protagonistas de las fotografías; la luz era tenue y el tamaño de las imágenes, chico. Brenda- Darius, Darius-Brenda, Darius con Theo, Theo con Brenda, con sus padres...Darius con mi madre...y Darius conmigo.
Darius y yo siendo niños. Sin poder reprimir mis deseos por sujetar aquella reliquia, mis dedos temblorosos arrebataron de su sitio ese trozo de historia.
- Siempre me ha gustado esa fotografía – la voz de Darius templó mi incipiente emoción. Mantuve la rudeza al dejarla en su sitio.- Me consuela pensar que en algún momento hemos estado unidos – avanzando hacia el mesón de la cocina, preparó mi té, dejando su reflexión haciendo eco en las paredes de su casa.
Sin respuestas, tomé asiento en una de las sillas de madera dispuestas alrededor de la mesa circular ubicada en el ambiente de la cocina, integrada a la sala.
- Puedes quedarte esta noche aquí. Es muy reciente lo de mamá como para que vayas a su casa.
- Sí, he pensado lo mismo. – reconocí. La relación con ella no era la mejor, pero su muerte, ciertamente me afectaría. Enfrentarme con los recuerdos, con sus muebles, con su entorno, no era la mejor idea de momento. – De todos modos, no me estableceré por mucho tiempo en Bastrop – aseguré con convicción, rodeando la taza caliente con mis manos.
- Lo imaginé, pero lamentablemente hay cosas que debemos decidir conjuntamente. Y nos llevará más que un puñado de horas – aclaró Darius, entrecruzando sus dedos. Frente a mí, su expresión condescendiente me abrumó.
- Mamá no tenía más que la casa que compartíamos con papá.
- No lo sé – vaciló Darius con recelo. Fruncí el ceño.
- ¿qué quieres decir con ese "no sé"?
- A pesar de las adicciones de mamá y de lo desprolija que era con sus cosas, no creo que haya dejado solo la casa. Timothy no tendría tanta urgencia por hablar con nosotros si fuera tan fácil– reflexionó sembrando la duda.
Lo miré fijo, viendo en él, el mismo color de los ojos de mi madre. Un cosquilleo surcó mi espalda. Parecía que su presencia estaba allí, mediando entre sus hijos.
- Buenas noches – una voz dulce se acercó a nosotros, y la grácil figura de Brenda, apareció. Dio un beso sobre la cúspide de la cabeza de mi hermano entregándome a mí un simple saludo con su boca curvada.
- ¿Quieres un té? – mi hermano gentilmente ofreció a su esposa acariciándole su vientre; para mi sorpresa, ella estaba embarazada.
- ¿Estás...? – incompletamente pregunté lo obvio, parpadeando muchas veces.
- Sí – afirmó ella dejando de lado viejos rencores. Brenda siempre cuestionaría mi accionar frente a su esposo y mi madre.
- ¿Por qué no me lo has dicho? – reprendí a mi hermano, en lugar de felicitarlo.
- Porque creí que no te importaba. Estabas lejos de aquí, viviendo una vida distinta a la nuestra. Nada cambiaría con que lo supieses. – quejumbroso, con un tinte de dolor quebrando su voz, se puso de pie, sirviéndole un té a su mujer y futura madre de su bebé.
Un nudo se retorció en mi garganta gracias al golpe bajo. Golpe cierto, sin dudas.
Yo no pertenecía a Bastrop, no pertenecía a su vida...no pertenecía a la vida de nadie para ser sincera.
Reconocerlo, aturdió mis hormonas. Mi pulso se aceleró y la migraña, regresó.
- Será una niña – Brenda me ganó de mano, quitando tensión al momento.
- Oh... ¡cuánto me alegro! De verdad - reafirmé con sinceridad, tragando fuerte, relegando al baúl de los recuerdos aquella vieja circunstancia que me habría tenido como protagonista, 14 años atrás.
- En cuatro meses tendremos la dicha de conocerla – Darius regresó sentimentalmente a la mesa y entregó la taza a su esposa, para dar una caricia en la barriga de Brenda.
Sonreí de compromiso, bebiendo la última gota de té, ya tibio.
- Timothy vendrá mañana a las 10:30hs – retomó la conversación ajena al embarazo de su mujer.
- Perfecto – respondí sintiéndome extraña, incómoda por la amorosa escena.
- ¿Quieres ir a dormir? Sé que volar te agobia y además, han sido muchas horas de viaje. – acepté con la cabeza, Darius leería mi pensamiento. – No es el Hilton, pero tenemos una habitación con un colchón confortable.
- Despreocúpate, estoy tan cansada que dormiré como un tronco – admití, mintiendo. Mis últimas noches habrían sido una condena.
Poniéndome de pie, saludé de palabra a mi cuñada. Las muestras de afecto genuinas, no eran lo mío.
- Ven – por delante de mí, equipaje en mano, Darius me guiaba hacia un corredor angosto en planta baja. De las dos puertas contiguas, abriría la izquierda – aprovecha a ser nuestra huésped hasta que nazca Valery. En breve será el dormitorio del bebé – reconoció con una sonrisa agobiantemente paternal.
- Déjame felicitarte – dije con los ojos húmedas, permitiéndome aflorar mis sentimientos.
- Gracias. Sé lo difícil que te resulta hacerlo – Darius, súbitamente acarició mi mandíbula temblorosa, con ternura y calidez. - ¿Nunca me perdonarás? – preguntó dolido.
- Pasó hace mucho... ¡casi que lo olvido! – regresé a la actuación, a ser Jackeline Stone.
Pero Darius era mi hermano. Y cualquier actuación sería desenmascarada de inmediato.
- Sé que mientes. Pero no te juzgo. He sido un hijo de puta, lo admito. Y supongo que te has encargado de cobrártelas todas juntas alejándote de nosotros.
- Darius, deja el pasado atrás. Lo único que deseo es recuperar mi vida lo antes posible y que tú seas feliz. Siempre has perseguido ese deseo. Estás cerca de alcanzarlo – admití, con una punzada de envidia.
Mi hermano exhaló pesadamente, alejándose unos metros, dirigiéndose a un angosto armario. Abrió sus puertas y de su interior, sacó dos pesadas mantas tejidas de colores estridentes.
- Aún no he puesto calefacción aquí. De momento, puedo ofrecerte estos dos cobertores. Son abrigados.
- Me las arreglaré – asumí subiendo mis hombros.
- Bueno...- poniendo sus manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros, Darius se dirigió a la puerta de salida de la habitación. – espero descanses bien.
- Gracias. Lo mismo para ustedes – permanecí de pie, atenta a sus movimientos.
- Adiós – con un gesto con la mano, se despidió cerrando tras él. Dejándome sola con mis recuerdos y emociones. Malas compañías, por cierto.
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