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Capítulo XXXVIII: ¿Isabel?

La noche arropó al reino nuevamente, dando comienzo a las frías horas nocturnas en Nordelia.

En el palacio, Dalilah caminaba sonriente por los pasillos junto con Érika quien lleva en sus manos el cofre cerrado con sus frascos adentro. Ella tenía puesto su vestido rasgado y sobre este una capa que la cubría, La princesa de rosa conducía a Érika hacia su habitación para buscar algún vestido que le pudiera servir.

—Que bueno que hayas decidido venir —dijo Dalilah.

—tu mi hai costretto —Érika habló combinando el castellano con el florentino. Alegó que ella la había obligado a ir.

—Admito que quizás insistí un poco, pero no podía permitir que fueras a la posada vestida así —argumentó Dalilah.

Una vez paradas frente a la puerta de su habitación, la abrió y dejó que Érika entrara.

—Bienvenida a mi alcoba, esto no tomará mucho tiempo —aseguró para luego dirigirse al vestidor.

—Es una bella stanza —Érika unificó nuevamente ambos idiomas. Halagó la habitación diciendo que era linda.

Dalilah, antes de entrar al armario, dirigió su mirada hacia Érika.

—¿Por qué haces eso? —preguntó con curiosidad.

—¿Que cosa? —inquirió Érika algo confundida.

—De la nada comenzaste a hablar en castellano y florentino en una misma frase. No me molesta, pero es curioso —añadió la rubia.

—No lo sé —dio un par de pasos hacia la cama de Dalilah para poner el cofre en ella—. Supongo que es la costumbre de engañar a las personas para que creyeran que no hablaba el mismo idioma.

—Bueno, conmigo no es necesario que hagas eso. Mucho menos lo de esconder tu ojo —entró al armario en busca de algunos vestidos.

—Hum... —exclamó Érika mientras pensaba.

levantó su mano derecha y se la llevó al ojo que siempre mantenía oculto con su cabello. Segundos después, Dalilah sacó un vestido sencillo, pero elegante de un color naranja saturado, parecido al de las mandarinas, pero más sutil.

La princesa de rosa caminó hacia Érika y le mostró el vestido sosteniéndolo de unos tirantes delgados que este portaba.

—Empecemos con el vestido más cómodo, tengo otros ahí que, al igual que este, ya no me sirven por la talla, pero creo que este te quedaría hermoso —dijo Dalilah.

Érika examinó el vestido de arriba a abajo. Este no era de falda amplia ya que tenía muy pocas capas de tela debajo, estas le daban algo de volumen, pero no mucho; tenía un corpiño amarillento que partia desde el centro de la cintura hasta por debajo de los hombros dejándolos descubiertos, salvó por los tirantes, y desde allí daba comienzo a unas mangas largas con el mismo tono naranja casi rosa de la falda, las mismas eran acampanadas en las muñecas y con una abertura en forma de V en la parte interna de las misma dejando. Era bastante lindo.

—¿Te gusta cómo se ve? —preguntó Dalilah sonriente.

—Sin ofender, pero es muy... Naranja para mi gusto. Un simple atuendo de sirvienta hubiera bastado —dijo Érika con honestidad.

—Es un naranja bastante sutil y no tan escandaloso como lo es el naranja realmente. Además, no eres sirvienta de nadie para que uses atuendos de servicio —Dalilah dió un par de pasos hacia ella y le entregó el vestido—. Toma, acéptalo. Es un regalo.

—¿Regalo? —repitió confundida la joven con el vestido en sus manos.

—Así es. Póntelo, quiero ver cómo te queda, luego te daré un hermoso cinturon con pedrería que seguro te quedará increíble, un par de zapatos de tacón bajo marrones para el contraste, después un par de trenzas en tu cabello, y descuida, sé que no quieres que nadie vea tu ojo derecho, así que te dejaré una pollina larga para que te cubras el ojo... ¿Y? ¿Que dices? ¿Te gustaría? —preguntó Dalilah con sus manos juntas y una mirada iluminada.

Érika lo pensó un rato, pero era demasiado para ella, negó con la cabeza y le entregó el vestido a Dalilah.

—Un vestido de sirvienta basta y sobra, lo único que te pido es eso y un par de zapatos, no importa si son buenos o estén rotos... —se cruzó de brazos y desvió la mirada a la derecha—. Nada más.

—¿Entonces no? —Dalilah la miró esperando que dijera algo, pero Érika se quedó callada—. Lo comprendo... Iré a pedirle un traje a las sirvientas entonces —Dalilah, algo cabizbaja, se dió la vuelta y caminó hacia el vestidor para guardar el vestido.

Érika vio como se alejaba y abrió la boca para decir algo, pero bajó la mirada y negó con la cabeza nuevamente, luego giró sobre sus talones y paso a paso se acercó a la gran cama de Dalilah donde se sentó y puso el cofre sobre su regazo.

Dalilah salió del armario y se acercó a la puerta de salida, la abrió y miró hacia los lados para ver si alguien rondaba por ahí, y así era, Benjamín caminaba por el corredor a la izquierda de Dalilah. Ella sale de su habitación, pero mantuvo la puerta abierta e interceptó a Benjamín.

—Benjamín, buenas noches —saludó Dalilah.

—Buenas noches, princesa —Benjamín hizo un leve reverencia—. ¿En qué la puedo ayudar esta noche?

—Necesito que me traigas un atuendo de sirvienta incluyendo los zapatos, pero todo debe ser de la talla de una chica de dieciséis con cuerpo delgado.

—Enseguida, princesa Dalilah —dijo Benjamín, giró sobre su eje y caminó rápidamente en busca del atuendo.

Dalilah regresó a su habitación y cerró la puerta detrás de ella.

—Listo, el traje llegará en unos minutos.

—Bien —exclamó Éroka mientras revisaba los frascos del cofre.

Dalilah sintió curiosidad por lo que hacía, así que se acercó lentamente a ella.

—¿Qué son esos líquidos, Érika? —preguntó mientras veía los frascos dentro del cofre.

—Químicos —respondió secamente al levantar, con su mano izquierda, un frasco con un líquido verde con escarcha.

—¿Químicos, O sea que son... ¿Tóxicos?

—No necesariamente... Ven, te mostraré algunos —ofreció Érika.

Dalilah da un par de pasos y se sienta en la cama junto a ella.

—Químicos, fórmulas, mezclas, venenos, remedios... Todo lo que te puedas imaginar —mencionó Érika para luego quitar el corcho que sellaba el frasco que tenía en su mano.

—¿Cómo que "venenos"? ¿Tienes venenos ahí? —preguntó Dalilah con intriga.

—Si tuviera veneno aquí ya habría matado a los guardias que me trajeron y a la mitad de la familia real, ¿no crees?

—Estás comenzando a asustarme, niña —mencionó Dalilah, pero sin mostrar preocupación en su rostro.

Érika sonríe con lentitud.

—Ese es el punto —procedió a tomarse el líquido rojo del frasco que había descorchado hasta acabarse el líquido, intrigando aún más a Dalilah—. Verás, princesita de rosa. Uno de los objetivos de los alquimistas nómadas es hacer que nos teman —se secó los labios con el dorso de su mano—. Eso nos da cierta ventaja y evita que muchos ineptos quieran hacer tratos con nosotros, pero no te preocupes por mí... Hace tiempo que no haga ningún tipo de poción... Y esto solo era mermelada de frambuesa... Tal vez... —soltó una leve risa llena de inocencia.

Dalilah parpadea dos veces, no sabía que decir o si quiera pensar por lo que acaba de pasar.

—Eh... Veo que ese objetivo te sale natural porque ahora no sé si deba confiar en tí —fue lo único que pudo decir.

Érika dejó de sonreír y guardó el frasco vacío, con su corcho puesto, en el cofre. Luego vio a Dalilah.

—Perdón... No quise causar que te sintieras insegura junto a mí... Lo cierto es que actúo así para evitar que se metan conmigo —desvió la mirada al suelo—. Aunque a veces no funcione.

—Érika... sé que quizás no me incumbe, pero... ¿Por qué decidiste ser alquimista nómada si parece tener más tropiezos que otra cosa?

—No es algo que se decida. Si naces en la familia de los alquimistas nómadas, entonces esa será tu profesión. No puedes huir de ello.

—¿Y no es más fácil simplemente alejarse y no dedicarse a eso?

Érika soltó una leve risa y miró a Dalilah con mucha calma.

—Ojalá fuera tan sencillo —suspiró—. Ni siquiera debo aparentar ser alquimista, el simple hecho de tener los ojos de diferentes colores, una cicatriz en uno de ellos y la reputación de mi familia... Todo eso me persigue a dónde quiera que vaya... No me sorprendería si en algún momento tu gente decide intentar lincharme o quemarme en una hoguera creyendo que soy una bruja —añadió sin parecer angustiada o preocupada.

—Nadie de mi familia intentará lincharte. Solo di la verdad y todo saldrá bien.

—Como dije: ojalá fuera tan sencillo —repitió.

Tres toques a la puerta hicieron que ambas dirigieran su mirada a esta.

Dalilah se levanta y camina hacia la puerta, la abre y descubre que era Benjamín con el uniforme bien doblado sobre las palmas de sus manos, y sobre este, los zapatos negros de tacón bajo.

—Aquí está lo que me pidió, princesa —dijo Benjamín extendiendo sus manos hacia Dalilah.

—Siempre tan servicial, mi querido Benjamín. Muchas gracias —agradeció Dalilah tomando el atuendo.

—Es un placer servirle, pero antes me gustaría decirle algo.

—Claro, dígame.

—No tarde mucho, alguien acaba de llegar y sería una pena que se fuera sin siquiera un abrazo de su parte —Benjamín guiñó un ojo y se retiró de la presencia de la princesa.

—Hum... ¿Será? —se preguntó con una sonrisa.

Cerró la puerta con su pie y se dirigió a la cama rápidamente para entregarle el uniforme a Érika.

—Ponte esto rápido —indicó Dalilah dejando el vestuario en el regazo de la joven.

Luego de decirle eso a Érika, se dirigió rápidamente a su peinadora para arreglarse el cabello, maquillarse un poco y perfumarse.

—¿Que sucede?

—Benjamín me dijo que cierto hombre está aquí y se pondrá odioso la próxima vez si no voy a verlo —bromeó Dalilah soltando una leve risa mientras desenredaba su cabello.

Érika se confundió por lo que Dalilah dijo, pero no sé resistió ante su petición y se movilizó para colocarse el atuendo rápidamente.

Mientras tanto, en la entrada del palacio, habían dos carreras grandes, una era tirada por el caballo de Dakota, Orión; y la segunda por el corcel de Joseph, Odín.

Varios guardias estaban bajando de las carretas varias cajas de madera donde se encontraba el pedido de la reina muy cuidadosamente empacado en cada una de ellas. Dakota, quien tenía el traje oscuro con el que fue al palacio la primera vez, también ayudaba a bajar las cajas de las carretas, pero no venía solo. Diana también estaba allí indicándole a los guardias que había en casa caja para que pudieran acomodarlas bien.

Nathaniel y Tobías, quienes tenian un traje elegante bajaban las escaleras de la entrada con su vestimenta cotidiana para saludar a Dakota, pero se sorprendieron al ver que Diana lo acompañaba.

Ambos caballeros se acercaron a la carreta donde Dakota estaba montando y lo saludaron.

—Hola, Dakota —saludó Tobías.

—¿Y tú traje vinotinto? —preguntó Nathaniel.

—Tendido, no quería ensuciarlo —dijo Dakota luego de pasarle la última caja uno de los guardias—. Listo —dio un pequeño brinco para bajarse.

—¿Y que tal te quedaron? —Preguntó Tobías.

—Espero que dignas de la reina, si no pues es probable que vuelva ilegal mi... —miró a alrededor— relación con su hijastra.

—¿Por qué miras para todos lados? Ya muchos guardias saben que la estás pretendiendo.

—Una cosa es pretender y otra cosa es ser, por eso tengo que ser precavido —respondió Dakota.

—Sir Nathaniel, Sir Tobías —la sutil voz de Diana llamó la atención de los guaridas, quienes miraron su lado derecho, buscándola.

—Diana, es un placer verla aquí —dijo Tobías sonriente.

—El placer es mío, jamás creí visitar el palacio real y esta es la segunda vez que lo hago —en su rostro se refleja una gran sonrisa—. Es algo increíble.

—Pues me alegra ver que esta joven y  hermosa doncella —exclamó Nathaniel dulcemente mientras tomaba su mano y la levantaba lentamente—. Nos haya permitido ver su brillante y cálida sonrisa —besa el dorso de la mano de Diana—. ¿Como has estado, Diana?

Diana, con un tenue rubor rojizo en sus mejillas, apartó su mano de la de Nathaniel respetuosamente para poder jugar con un mechón de su cabello al enrollarlo y desenrrollarlo en su dedo indice.

—Muy bien —desvía la mirada al no poder ver a Nathaniel por tanto tiempo sin sonrojarse—. La posada de la familia de Tobías es realmente cómoda y... ehm... —miró a Nathaniel y soltó una leve risa nerviosa para luego ver a Tobías—. El trabajo me deja extremadamente agotada, así que agradezco mucho que me hayas dado un alojamiento allí, Sir Tobías.

—No hay ningún problema, doncella. Espero que mi familia no la esté molestando, sobre todo Élida —Tobías llevó su mano detrás de su nuca—. No lo digo por nada malo, pero tiende a ser un poco intensa je, je.

—Lo noté la primera noche, pero es una gran amiga. Me agrada mucho su compañía.

—Joven Montero —se escuchó la voz de la reina.

Todos fijaron sus miradas en la entrada donde la reina se encontraba con guardias a ambos lados. Ella comenzó a bajar los escalones mientras todos hacían una reverencia mientras caminaba con firmeza.

—Buenas noches su alteza real —dijo Dakota quien, al igual que sus amigos y los demás guardias, hizo una reverencia.

—Buenas noches —saludó la reina con una sonrisa para luego mirar a su alrededor—. Veo que ya terminaste el encargo que te pedí.

—Así es, su alteza. Espero que los diseños sean de su agrado —comentó Dakota con una sonrisa muy sutil.

La reina lo observó de arriba a abajo con curiosidad.

—¿No es ese el traje que tenías la primera vez que viniste?

—Sí, lo es. No quería ensuciar el otro traje.

—¿Por? ¿Tienes alguna cita? —preguntó la reina.

—Solo si usted me da el permiso —exclamó Dakota con seguridad, provocando que la reina soltara una leve risa.

—Excelente elección de palabras —halagó la reina.

En eso, a través de las grandes puertas de la entrada, sale Dalilah junto con Érika quien ahora traía puesto un vestido azul opaco sencillo y no tan amplio, de mangas hasta arriba de los codos, y su cabello estaba dividido en dos mitades que pasaban por detrás de sus orejas, luego por encima de sus hombros y caían por delante de su torso hasta la cadera; al contrario se sus flecos ya que estos sí pasaba por delante de sus oídos y el más grande cubría su ojo derecho por completo.

Dalilah sonríe al ver a Dakota, acción que Érika nota inmediatamente. Sin embargo, no hace o dice nada.

—Vamos —exclamó la princesa de rosa tomando la muñeca de Érika.

Érika parecía no querer bajar, pero igual se dejó llevar por Dalilah sin oponerse. Dalilah caminó velozmente llevando a Érika hasta la reina.

Dakota deja ver su sonrisa a medida que Dalilah se acercaba. Dalilah suelta la mano de Érika y pasa a un lado de la reina para poder abrazar a Dakota con fuerza quien la rodea con sus brazos y la mira con dulzura.

Esta muestra de afecto enternece el corazón de la reina, para ella era muy tierno verlos así. Caso contrario al de Diana ya que su ser se llenaba de envidia, celos y algo de incomodidad. La joven herrera se cruza de brazos y desvía la mirada disimuladamente para evitar ver el abrazo de la felíz pareja, pero a causa de eso, divisa a Érika y cruzan miradas. Ambas estaban impactadas por ver a la otra allí.

—Creí que vendrías mañana —dijo Dalilah agachando la cabeza para pegarla del pecho de Dakota.

—Pues, falta poco para mañana —bromeó Dakota alejándose un poco de Dalilah y juntando sus manos detrás de la espalda.

Dalilah lo ve, extrañada por su acción, luego ve a la reina quien también gira su cabeza para verla y le sonríe amablemente encogiéndose levemente de hombros. Luego de ver a la reina haciendo ese movimiento, volvió a ver a Dakota con una pícara sonrisa.

—No le tendrás miedo a la reina, ¿o sí? —preguntó.

—No es miedo, solo es respeto —respondió el herrero.

—Nuevamente, excelente elección de palabras —la reina levantó su mano y con su dedo le indicó a Dakota que la siguiera.

La reina se dió la vuelta y comenzó a caminar hacia las puertas del palacio, alejándose de todos.

Dakota extiende su mano y acarició la mejilla de Dalilah con delicadeza para no lastimarla con su áspera piel.

—Ya regreso, amor —aseguró Dakota para luego empezar a caminar.

—O quizás no —bromeo Nathaniel.

Dakota lo miró con enojo provocando que el vaquero soltara una leve risa.

Dakota siguió caminando con la vista al frente para alcanzar a la reina que parecía querer entrar al palacio para que su conversación fuera más privada. En eso, Dalilah se acerca a Nathaniel y lo golpea con el puño cerrado con poca fuerza en el pecho, su ceño estaba fruncido, pero su boca sonreía.

—¿Que te pasa, pelirrojo? —preguntó.

—¿A mí? Nada —respondió.

Dalilah giró los ojos y luego fijó su mirada en Diana.

—Buena noche, Diana. ¿Cómo te ha ido?

—Muy bien, princesa. Aunque trabajar con Dakota me deja muy exhausta. Por suerte, él se asegura de que todo marche bien en el taller.

—Lo imagino. La herrería debe ser muy pesada, increíble, pero muy laboriosa y, saliendo un poco del tema, me gustaría pedirte algo —caminó hacia Érika y posó su mano derecha en la espalda de Érika, y con la otra la señalaba con la palma abierta—. Ella es Érika, se hospedará en la posada de la familia de Tobías al igual que tú y me gustaría que la ayudaras a adaptarse.

Diana la ve de arriba a abajo y sonríe con amabilidad, luego se acerca lentamente hacia ellas.

—Oh, no hay ningún problema —se detuvo frente a Érika.

La joven la observa aún impactada por su presencia, mientras que Diana sonríe de lado.

—Es un placer verte otra vez, pequeña Isabel —dijo Diana.

—¿Isabel? —repitió Dalilah con confusión.

Esto alertó a Nathaniel y a Tobías, quienes se acercaron con intriga al creer que Érika pudo haberles mentido.

—Dalilah... —exclamó Érika relajando su expresión y tomando el antebrazo de la princesa rubia—. Necesito hablarte de algo —la llevó cerca de unos arbustos al costado del camino.

—¿Que sucede? ¿Por qué te llamó Isabel? —preguntó Dalilah con el ceño fruncido.

—Ella...

—¿Que pasa con ella?

—Ella y yo nos conocimos estando en Artelis, pero le dije que mi nombre era Isabel... estaba huyendo de personas que creían que era una bruja, mentir para que me ayudara fue lo primero que se me pasó por la cabeza.

—¿Y es Isabel tu nombre real o es Érika o es algún otro? —preguntó Dalilah cruzándose de brazos.

Érika bajó la mirada, no sabía que responder en ese momento.

—He tenido un montón de nombres... Leah, Sarah, María, Luisa, Topacio... Siempre cambiaba de nombre por mi seguridad, pero el nombre Érika siempre estuvo presente en mi memoria, por ende ese es mi nombre real.

—No me estarás mintiendo, ¿verdad? —interrogó la princesa con una ceja arqueada.

—Te confíe lo de mi ojo y lo de mi profesión, ¿por qué habría de mentirte si ya te dije algo que fácilmente puedes usar en mi contra? Aquí la que más pierde soy yo.

Dalilah pensó un momento en las palabras de Érika, en cierto modo tenía razón, pero aún tenía dudas. La joven parada frente a ella le confesó que vivía huyendo ya que las personas siempre la tachaban de bruja, hechicera, engendro y un largo etcétera. Algo que por desgracia era común en su vida desde que era niña, por eso comprendía que mintiera acerca de su identidad para protegerse, pero debía tener cuidado, después de todo, nada impedía que volviera a mentir.

—Escucha... Esto que me dices te pone en una mala posición. ¿Que puede evitar que me mientas a mí como lo has hecho con los demás? Por eso no sé que pensar sobre tí.

—Pídeme lo que quieras, haré lo que sea para demostrarte que puedes confiar en mí. ¿Tienes alguna enfermedad? ¿Algún pariente en cama? Yo soy capaz de hacer medicina para sanar el malestar.

—¿Sabes hacer medicina? —preguntó con intriga.

—Claro que sí, es lo más básico que hacemos los alquimistas nómadas —respondió Érika con seguridad.

—Hum...

Dalilah, al escuchar eso, pensó que sería de mucha utilidad tener a otra alquimista buscando la cura para la enfermedad que estaba pronta a azotar el reino, aunque su origen parezca sospechoso, no quería desaprovechar cualquiera oportunidad para encontrar la cura lo más pronto posible.

—Bien... Pero no irás a ninguna parte sin un guardia que te acompañe y vendrás mañana a primera hora para poder hablar con la reina y la princesa Sasha.

Érika asiente y luego ambas regresan con los demás para seguir hablando. Mientras que Dakota y la reina, una vez cerradas las puertas detrás de ellos, conversaban pacíficamente sin que nadie pudiera escuchar.

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