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Capítulo XXXV: Miedo - segunda parte

El sol marcaba el ocaso en el reino de Nordelia, todo transcurría como normalmente lo hacía. Los plebeyos regresaban a sus hogares, algunos permanecían en sus trabajos, otros se dirigían a las tabernas y muchos otros simplemente pasaban tiempo de calidad en familia mientras se preparaban para cenar.

Lo mismo sucedía en el palacio. Todos se alistaban para la cena, los cocineros preparaban los alimentos, los mayordomos acomodaban la mesa, los sirvientes limpiaban y las princesas se arreglaban... Todas excepto una: Sasha.

La futura reina aun mantenía fresco el recuerdo de su pesadilla y del mensaje escrito con sangre en su mente mientras caminaba de un lado a otro hablando consigo misma.

—Sasha... No lo hagas —dio media vuelta y siguió caminando.

—Debo hacerlo... si no lo hago él podría venir —volvió a dar media vuelta sin cesar su caminar.

Cada vez que terminaba una oración, decidía, inconscientemente, darse la vuelta y seguir caminando sin parar. Analizaba cada opción y cada una de las situaciones que podrían presentarse si tomaba la decisión de ir o no con David. Aunque la mayoría de posibilidades resultaba en un desastre.

—Si viene, los guardias lo detendrán y todo finalmente terminará —dijo positivamente.

—Pero... ¿Y que tal si no? ¿Y que tal si trae consigo a un montón de delincuentes? —habló con temor.

—¿No confías en la caballería de tu reino? ¿No confías en tus habilidades con la espada? —preguntó con el ceño fruncido.

—Pero... ¿Qué sucedería si viniera el día de mi fiesta o de la coronación? ¿Que le pasarían a los nobles, príncipes, princesas y futuros monarcas de otros reinos? ¿A mi familia? —inquirió con preocupación.

—Entonces será mejor enfrentarlo antes de que llegue al palacio, cumplir su petición y acabar con él —su mirada se tornaba oscura mientras se detenía—. Después de todo, él es solo una escoria más en este mundo, ¿quién lo extrañaría? —pestañeó dos veces e hizo una mueca asqueada de su propio comentario, se dió la vuelta y caminó a su cama.

—¿Qué estás diciendo, Sasha? Tu no eres así —se sentó y tomó su almohada para abrazarla—. Sé que él no merece la vida, pero no eres una asesina... respira y piensa antes de hacer algo de lo cual podrías lamentarte —cerró sus ojos y respiró profundamente.

Realizó esta acción tres veces seguidas, abrió los ojos lentamente y relajó sus brazos dejando así caer la almohada sobre sus piernas, pero no la soltó.

—Como futura reina debo velar por la seguridad del reino, eso incluye mi familia... Y aunque detesto la idea de estar en la misma habitación que él, prefiero pasar un par de horas junto a él a verlo aquí... Es un hombre rencoroso y seguramente más de uno saldría herido por su presencia... —suspiró—. Y si voy a ir, lo haré sola. Podría pensar que le tendí una trampa si voy acompañada de alguien. Además, prefiero salir herida yo al ir ante él a que lo hagan las personas que amo si llegase a venir —razonó.

Aunque la idea de ir sola no es la mejor opción, el miedo que tenía gracias a la sangrienta amenaza David y la pesadilla que tuvo, la impulsaron a tomar esa decisión. No quería ver a ninguno de sus seres queridos en peligro, ni siquiera a sus guardias, por lo que decidió ir esa misma noche cuando nadie la viera.

Tres horas más tarde...

Había caído la noche, todo era muy silencioso en gran parte del reino, los unicos sonidos que se podían percibir eran los de los grillos, el viento sacudiendo las hojas y los pasos de dos caballos trotando tranquilamente por la calle sobre los cuales se encontraban Nathaniel y Tobías con sus armaduras.

—Espero que aún esté ahí —decía Nathaniel.

—¿Puedo decirte algo, Nathaniel? —preguntó Tobías.

—Adelante.

Tobías gira su cabeza para poder ver a Nathaniel, se notaba algo inquieto.

—¿De verdad crees que Joseph pueda ser el ladrón de Truhanía?

—Sabes que mis corazonadas nunca fallan.

Tobías frunció el ceño, el comentario de Nathaniel le había molestado.

—Deja de decir que tus corazonadas nunca fallan —dijo con fuerza—. Estamos hablando de Joseph, el padre de nuestro amigo, ¿tienes idea de cómo reaccionaría si de la nada llegamos diciendo: "Hola, Dakota. Vinimos a arrestar a tu padre"?

—No lo vamos a arrestar. Yo tengo preguntas y espero que él tenga buenas respuestas.

—¿Entonces solo lo vas a interrogar? —preguntó Tobías desviando la mirada al frente.

—Sí.

Justo después de contestar a la pregunta de Tobías. Ambos escucharon un ruido que les recordaba al sonido de las herraduras de los caballos cuando cabalgaba, este bullicio se hacía cada vez más fuerte causando curiosidad en los amigos, pero no voltearon sino hasta que una voz familiar que los llamó.

—¡Sir Nathaniel! ¡Sir Tobías! —pronunció aquella voz.

El par de amigos miraron por sobre sus hombros hacia atrás para ver quien era esa persona que los buscaba. Resultaba ser el Sir Esaú quien cabalgaba rápidamente acompañado de dos guardias a caballo, uno a cada lado del Sir. Estos guardias portaban en sus manos dos faroles encendidos que brindaban una cálida luz amarillenta.

—Que bueno que los encuentro, necesito que vengan —dijo Esaú.

—¿Es urgente? —preguntó Nathaniel.

—Estos guardias me informaron que acaban de asaltar una carretilla en las afueras  —informó Esaú.

—Eso no suena urgente —comentó Tobías con honestidad.

—Créanme, lo es.

No menos de treinta minutos después, Nathaniel, Tobías, Esaú y los otros dos guardias, habían cabalgado hasta el lugar donde habían asaltado la carretilla.

Los cinco hombres caminaron por un sendero de tierra que se adentraba al bosque, bajaron con cautela grandes rocas para no malograse y evitar hacer ruido, aunque no parecía haber nadie cerca decidieron mantener el ambiente calmado.

Esaú se detuvo encima de una roca y levantó su mano derecha con el puño cerrado indicándole a los demás que se detuvieran.

—Ahí está —señaló Esaú.

Nathaniel, Tobías y los otros guardias, que iluminaron la zona, se acercaron a Esaú. Todos se asomaron hacia abajo logrando divisar lo que quedaba de una enorme carreta y un gran caballo aún atado a el, el cual lamentablemente yacía inmóvil en el suelo indicando que la bestia había fallecido.

Los cinco bajaron de la roca y se acercaron a inspeccionar la carreta. Una vez estando más cerca, pudieron ver que el pobre equino se encontraba manchado de sangre y apuñaleado varias veces.

Tobías se agachó cerca de la cabeza del corcel y acarició la frente del animal mirándolo con tristeza.

—Como odio cuando las personas matan a los animales —comentó el peliblanco.

—A mi también —dijo uno de los guardias que estaba con Esaú. Este era de ojos oscuros y cabello negro corto.

—De acuerdo, Esaú —Nathaniel alzó su voz—. Querías que viniéramos, pero esto parece un asalto como cualquier otro, la diferencia es que no hay cuerpo a excepción del caballo.

—¿No aprendiste nada cuando eras mi escudero? Debes ver más cerca —Esaú caminó hacia la parte posterior de la carreta y se agachó.

Nathaniel hizo lo mismo para tratar de entender o mirar lo que Esaú veía. Este último levantó el oscuro y grueso manto de la carreta, revelando así tres sacos y dos cofres, uno en el cual habían varios frascos rotos de los cuales brotaban líquidos desconocidos, y el otro se encontraba cerrado con cadenas y un candado.

—¿Que rayos es eso? —preguntó Nathaniel al fijar su mirada en los diversos líquidos derramado con pedazos de vidrio roto en los mismos.

Los otros dos guardias, junto con Tobías, se acercaron a inspeccionar aquello que veían sus hermanos de armas y acercaron una de los faroles para poder ver mejor.

Esaú tomó uno de los sacos y lo abrió, suspiró y luego les mostró el contenido a los demás dejando que el mismo cayera en el suelo rocoso. El agudo sonido del metal chocando contra el suelo, acompañado de un leve tintineo y un breve eco, asombro a los cinco hombres. Resultaban ser monedas de oro.

—¿Monedas de oro? —se preguntó el segundo guardia que había acompañado a Esaú. Este era de cabello ondulado y marrón.

Esaú levantó una de las monedas y la inspeccionó de cerca.

—De oro puro —corroboró Esaú.

—Si esto fue un asalto, ¿por qué dejar el oro? —preguntó Tobías.

—Simple... El que hizo esto no buscaba el oro —dedujo Nathaniel.

El sonido de varias ramas quebrándose puso en alerta todos los sentidos de los guardias, se levantaron dejando los faroles en el suelo, desenfundaron sus espadas y se aferraron con ambas manos a ellas, sus miradas estaban atentas ante cualquier movimiento y sus oídos enfocados en el ambiente para captar algún ruido extraño.

De repente, volvieron a escucharse las ramas quebrándose y hojas agitándose. Todos enfocaron sus miradas en los arbustos que se encontraban detrás de la carreta.

Los arbustos comenzaron a moverse, los guardias apuntaron sus espadas hacia estos matorrales y vieron dos manos delgadas abrirse paso a través de estos. La silueta de una persona de baja estatura comenzó a acercarse a ellos respirando fuertemente.

El guardia de cabello ondulado y marrón levantó uno de los faroles y extendió su mano hacia la figura que se aproximaba a ellos.

Resultaba ser una joven chica de cabello negro, largo hasta la cintura y totalmente desaliñado con varias ramas y hojas enredadas en el, su frente sangraba justo desde la raíz de su cuerpo cabello, varias gotas de sangre recorrían su mejilla izquierda y la nariz, el ojo izquierdo era azul profundo, el otro estaba cubierto por la oscura cabellera. Su cuerpo era de contextura delgada y no era pálida, aunque era difícil saberlo por la tierra que la manchaba. Su vestido estaba sucio y rasgado por completo, le faltaba una manga y varios retazos del mismo que dejaban ver sus pies descalzos. Todo su ser temblaba por el frío que había en el ambiente y su mirada transmitía agresividad.

—Aléjense... de... mí —pronunció esa joven con su respiración alterada.

Su tono de voz era firme, pero un tanto dulce.

Esaú se paró erguido y guardó su espada.

—No tengas miedo, niña.

—Ya... dije... que... —sus párpados comenzaban a cerrarse solos y agitaba la cabeza para mantenerse despierta— se alejaran... de mí —su voz casi se quebranta al terminar la frase.

Todos los guardias enfundaron sus espadas y se mostraron inofensivos para no alterar a la chica. Esaú daba pequeños pasos hacia ella quien cada vez temblaba más y más, incluso sus dientes comenzaron a cascañetear entre sí.

—Descuida, estamos aquí para ayudarte.

La joven empezó a reír maliciosamente para luego verlos con seriedad.

—Eso dicen todos —dijo la joven.

Sus piernas cedieron haciendo que caiga de rodillas en el duro y frío suelo rocoso, luego sus ojos se cerraron lentamente y terminó de caer bocabajo, su cabeza casi golpea la carreta.

Esaú se acerca rápidamente a ella, se coloca a un costado de ella y se agacha plantando sus rodillas en el suelo. Luego toma a la chica por el hombro, le da la vuelta y la recuesta sobre sus piernas. Colocó sus dedos anular e índice de su mano derecha en el lado izquierdo del cuello de la joven y logró sentir el pulso que, aunque lento, era constante.

—Debemos llevarla a una hospital. Ahora —ordenó Esaú.

—Recuerda que hay una plaga que ronda por los reinos. Hay que ponerla en cuarentena —dijo Tobías.

—Y nosotros también por estar cerca de ella —aclaró el guardia de cabello negro corto.

—¿No creen que es mala idea? ¿Que tal si está infectada y con llevarla al pueblo termina expandiéndose la enfermedad? —preguntó el guardia de cabello ondulado y marrón.

—Pues no podemos dejarla aquí a su suerte —comentó Nathaniel y se acercó a Esaú.

Esaú retiró el cabello del rostro de la joven para poder verla mejor, su rostro era joven, pero maltrato. El ojo que estaba cubierto por su cabello resultaba estar atravesado verticalmente por una gran cicatriz.

Él la miró con compasión y a decir verdad, con algo de tristeza. Nathaniel le toca el hombro a Esaú y este se levanta cargando a la joven en sus brazos.

—Llevémosla al hospital del centro, ahí están los médicos que podrán hacerle pruebas mientras está en cuarentena y, dependiendo del resultado, sabremos si estamos o no infectados —dijo Esaú.

Todos asintieron y comenzaron a movilizarse, pero Nathaniel se quedó atrás mientras los demás subían, se dió la vuelta y tomó el cofre encadenado para luego seguir a los demás.

Horas más tarde, cerca de la media noche...

Todo el palacio se encontraba en silencio, no había ningún ruido en el ambiente. Los monarcas descansaban en su alcoba, las princesas Victoria y Leicy también, pero Dalilah y Sasha estaban despiertas.

Sasha se alistaba con un vestido verde musgo sencillo, zapatos de tacón bajo y una gran capa oscura sobre ella. Acomodó varios cojines en su cama y luego los acobijó, parecía que alguien estaba dormido allí.

Luego de eso, la princesa caminó hacia su balcón y se sentó en el muro, pasó sus piernas por encima de este y las dejó caer hacia el lado afuera. La altura no era muy grande, pero si lo suficiente como para dejarla en cama con una pierna rota.

Guardó silencio mientras miraba a su alrededor, comenzó a arrepentirse de su decisión, pero al mismo tiempo no pensaba retroceder. Tuvo un conflicto interior entre seguir avanzando o volver a la cama y pedir ayuda de los guardias.

Mientras tanto, en la alcoba de la princesa Dalilah, esta se encontraba en su balcón con su bata de dormir practicando los pasos del vals con una sonrisa en su rostro.

—No puedo esperar a que llegue el sábado  —se detuvo.

Caminó hacia el muro del balcón y sostuvo en su mano el zafiro de su collar. Lo miró detalladamente y sonrió con dulzura. Un viento frío agitó las hojas y flores de los maceteros colgantes del balcón, soltó la gema azulada y miró a su alrededor, admirando como la vegetación del patio era agitada por la brisa, pero su sonrisa se borró al ver una silueta oscura sentada en el muro del balcón de la habitación de Sasha, la cual se encontraba al lado derecho del jardín, en el brazo derecho del palacio.

Las habitaciones no están tan alejadas una de la otra, pero igual tenían privacidad, excepto por los balcones ya que muchos de estos miraban al jardín central. Y gracias a la estructura en forma de U, no fue difícil para Dalilah divisar esta silueta en el balcón.

La preocupación se reflejó en el rostro de Dalilah, se dio la vuelta y se apresuró a ir a la habitación de Sasha.

Un par de minutos después, Sasha tenia entre sus manos una daga de mango hecho de oro con varios diamantes incrustados, la hoja de metal era tan brillante que era posible para la princesa ver su reflejo. Guardó la daga en su elegante funda y la ciñó en su cintura. Respiró profundamente y se puso la capucha.

—Listo. Ahora debo irme —dijo.

Caminó hacia el balcón, pero antes de que pudiera montarse en el muro, alguien toca la puerta.

—¿Sasha? ¿Está todo bien? —preguntó Dalilah.

—Ay no —exclamó Sasha.

Se dio la vuelta y se dirigió rápidamente a la puerta, se bajó la capucha y entreabrió la puerta para ver a Dalilah.

—¿Dalilah? ¿Que haces despierta a esta hora? —preguntó

—Estaba practicando un vals en mi habitación. ¿Está todo bien aquí? —inquirió Dalilah.

—Pues sí, todo está bien, ¿por qué la pregunta?

—Pues vi a alguien en el balcón, ¿eras tú?

—Sí, sí. Yo no podía dormir así que salí por algo de aire al balcón, esto de la coronación me tiene la mente ocupada —se excusó Sasha.

—Oh, entiendo.

—Sí... ¿Sabes? Creo que voy a intentar dormir un poco, quizás despierte algo tarde —Sasha sonríe levemente.

—Sí, más aun cuando vas a salir del palacio —destacó Dalilah.

Sasha pestañea dos veces ante el comentario de Dalilah.

—Ah... ¿A qué te refieres con eso? —preguntó Sasha haciéndose la inocente.

—Vamos, Sasha. Te vi sentada en el muro, estabas pensando en irte. ¿Qué es lo que sucede? —volvió a insistir la princesa rubia.

Sasha suspira y abre la puerta, dejando pasar a Dalilah, luego cierra la puerta rápidamente y se da la vuelta para ver a su hermanastra.

—Lo siguiente que te diré jamás de lo contarás a nadie, ¿entendido?

Dalilah asiente.

—¿Recuerdas aquella vez que te dije que odiaba que husmearan mis correos, las cartas que recibo?

—Sí —contestó Dalilah.

—Pues estuve recibiendo cientos de cartas de un hombre que creí muerto y... el punto es que debo ir a verlo.

—¿Y quien es este hombre? —preguntó Dalilah con mucha curiosidad y preocupación.

—Eso no te lo diré aun. Lo único que te diré es que cosas terribles pueden pasar si no voy a verlo —mencioné Sasha.

—¿Y vas a ir tu sola? Si cosas terribles pueden pasar si no vas con él, creo que es mejor enviar a un ejercito para apresarlo.

—Eso suena razonable, pero no es lo ideal. Eso es precisamente lo que quiere, que tenga miedo. Por eso voy a ir sola para demostrarle que no jugará conmigo.

—Discúlpame por decirlo, pero creo que si estás dispuesta a ir a mitad de la noche y sin decirle a nadie, este sujeto ya jugó contigo. —Dalilah se cruza de brazos—. Sasha, eres una mujer razonable, ¿me estás diciendo que crees que es mejor que vayas tu sola a quien sabe donde y sin decirle a nadie para ira ver a un hombre aparentemente peligroso, a que vayas con algún guardia? 

—Te lo estoy diciendo a ti. Ahora vete, mientras más tarde en llegar el riesgo aumenta —Sasha ignoró el resto de la pregunta.

—No puedo creer que de verdad pienses que es buena idea —dijo Dalilah desviando su mirada al balcón.

—A mí tampoco me gusta esto, pero cuando vas a ser reina lo único que importa es el bienestar del reino y de sus habitantes, de todos sin excepción alguna. Tal vez no lo entiendas, pero te juro que lo harás.

—No sé si pueda dormir después de saber esto —Comentó la rubia sin dejar de ver el balcón.

—Créeme, yo tampoco podría, perdóname por ponerte en esta posición.

—Esa es una buena pregunta —Dalilah mira a su hermana—, ¿por qué a mi? ¿Por qué me lo dices?

—Fuiste la única en descubrirme y confío en que guardarás silencio, no como mis hermanas. No es por hablar mal de ellas, pero Victoria es una chismosa que seguramente me habría chantajeado para comprar su silencio y Leicy ya hubiera traído a mamá desde hace un buen rato —explicó Sasha.

—Y con mucha razón, pareciera que tu razonamiento se largó del reino.

—Comprendo lo que dices, pero por ahora es mejor que lo haga como te digo. Ve a tu alcoba y déjame ir, te juro que mañana temprano estaré aquí.

Dalilah suspira y la señala toca fuertemente el pecho de Sasha con su dedo indice mientras la mira enojada.

—Más te vale hacerlo, porque si no lo haces yo misma iré a buscarte y te traeré así sea a rastras ante los reyes —amenazó la rubia y se dio la vuelta para caminar hacia la puerta.

—Gracias —se despidió Sasha.

—Siiiii, siiiii —respondió Dalilah con indiferencia y sin dejar de caminar a la puerta.

La princesa rubia abrió la puerta y salió de la habitación. Sasha, al ver que ya estaba sola nuevamente, se apresuró a ir al balcón, subirse al muro. Dalilah entreabrió la puerta sigilosamente para ver a Sasha quien se sentó en el muro para poder pasar sus pudiera sobre el mismo y se dio la vuelta para poder bajar por la vegetación.

Dalilah abrió la puerta y fue al balcón, se asomó poco apoco y vio como Sasha bajaba rápidamente hasta llegar al suelo para luego correr por las sombras sin ser vista.

—Hagas o que hagas, Sasha... Regresa a salvo —pidió Dalilah con un hilo de voz y preocupación en su mirada.

Continuará...

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