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Capítulo XXXIX: Una noche en el palacio

En el palacio, luego de que la reina, seguida por Dakota, se alejara de los demás, subieron los escalones hacia las puertas del palacio.

Dakota se adelanta y abre las puertas para la reina, quien sonríe al ver lo caballeroso que es el herrero.

—Tienes modales, eres puntual, muy caballeroso, bastante trabajador, sabes escoger las palabras ideales... Percibo un patrón bastante familiar —comentó la reina.

Ella comenzó a caminar adentro del palacio dejando a Dakota muy dudoso, ¿era bueno o era malo lo que acababa de decir?

Dakota entró al palacio y cerró la puerta detrás de él y siguió a la reina quien caminaba lentamente.

—Bienvenido nuevamente al palacio, Dakota Montero.

—Es un honor ser bienvenido —comentó Dakota.

—Querido, aunque aprecio mucho tu formalidad, en estos momentos no es requerida —mencionó la reina.

—Si usted lo dice, majestad —Dakota estuvo de acuerdo.

—Perfecto —se detuvo en el centro de la habitación bajo el gran candelabro de cristales—. Esto será rápido.

Dakota asintió y la reina lo analizó de arriba a abajo por unos segundos. Luego comenzó a caminar a su alrededor.

—Verás, Dakota. Eres un hombre por lo visto caballeroso, respetuoso, honrado, puntual, trabajador, ¿eres romántico? —preguntó sin dejar de caminar lentamente alrededor del herrero.

—Solo lo justo y necesario —respondió Dakota.

La reina se detiene detrás de él y lleva su mano derecha a su mentón, pensativa.

—Explícame eso de “solo lo justo y necesario” —pidió.

Dakota sintió el impulso de verla de frente, pero se arrepintió y fijó su mirada nuevamente hacia el frente.

—Pues... Soy atento con ella, siempre la trato bien, le hablo con palabras bonitas, pero soy consciente de que hay límites y esos límites los tengo bien claros.

—¿Ella te dijo los límites?

—No, mi padre fue quien me enseñó, hace años, como se debe tratar a una dama... Supuse que la realeza tenía los mismos límites o incluso más, así que siempre me comporto para no perderla por una, y me disculpa la palabra, estupidez sin sentido.

—Hum —la reina bajó su mano y siguió caminando con gracia sin dejar de rodearlo y observando cada movimiento que hace—. ¿Eres consciente de que Dalilah es una princesa ahora y que tiene cientos de pretendientes mucho más honorables que son capaces de entregarle muchos lujos? ¿Que tienes tu para ofrecer?

—Le diré lo mismo que le dije al rey Arthur: yo no soy perfecto, en lo absoluto. Y mis riquezas en comparación a las de ella fácilmente pueden ser consideradas miseria, pero con lo poco que tengo sé que puedo darle una vida feliz, sencilla quizás, pero me aseguraría de tratarla como a una reina porque eso es para mí. Dalilah es una persona maravillosa que me entiende, aprecia y valora. Eso es justo lo que quiero para ella también, respetarla, animarla, apoyarla, amarla... Y no lo digo por su belleza, sino por su forma de ser... Supongo que fuí flechado el mismo día que la ví por como se veía, pero fue su personalidad la que me enganchó por completo.

La reina se detiene frente a él y pensó un momento, suspiró y bajó la mirada.

—Dakota... Logro ver que de verdad la aprecias y amas, pero hay un detalle que no puedo pasar por alto... Y no, no me refiero a tu posición social.

Dakota estaba dudoso, Dalilah había dicho que la reina aprobaba lo que tenían, pero ahora no sabía que pensar, estaba nervioso. La reina levanta la mirada y lo ve con angustia.

—Actúas tal cual  y como mis maridos anteriores actuaron cuando los conocí... Todos eran muy cordiales, amistosos, románticos, trabajadores, detallistas, respetuosos... Trato de recordar algo de ellos y lo primero que viene siempre a mi mente es como me trataban y a mis hijas —giró suavemente su cabeza hacia la izquierda y su mirada se fijó en el suelo—. No sé si Dalilah te lo ha contado, pero yo y mis hijas hemos pasado por horrores, bestialidades, dolor y sufrimiento —miró a Dakota con seriedad—. No quisiera que hoy te permitiera estar con Dalilah y que mañana te conviertas en su Davidson o en su Reginald.

—Reina... Le juro que yo jamás le pondría una mano encima para arremeter contra ella, me cortaría las manos antes de cometer tal atrocidad —dijo con seguridad.

La reina halló sinceridad en sus palabras, pero aún tenía sus dudas.

—Dalilah será mi hijastra, pero la amo como a una hija de verdad y no permitiría que alguien le hiciera daño... ¿Que hay de tí?

—Yo la protegería, daría todo por ella, sin importar qué... Renunciaría a mi propia vida con tal de que ella esté bien, incluso cuando ni siquiera pueda estar con ella.

Tras escuchar sus palabras, la reina sonríe de lado.

—Bueno... Espero que no me vayas a fallar, porque si lo haces, yo misma tomaré una espada y te cortaré la cabeza porque hoy te doy mi confianza y eso es algo en extremo difícil que dé, y lo hago porque confío en el criterio de Dalilah. Además de que conozco quién eres y lo que haces, conozco tu rutina, donde vives y donde trabajas también, sé lo que piensa la gente de tí y sé muchas otras cosas que prefiero no decir para que tú mismo me las digas cuando estés listo para contarlas. Eres un ciudadano modelo, incluso se podría decir que tienes más honor que muchos nobles de la actualidad —sonríe—. Y debo admitir algo

Dakota aldea un poco su cabeza con curiosidad.

—Dalilah tiene buenos gustos, sencillos, pero muy buenos —confesó.

Esto hizo que Dakota se sonrojara, llevó su mano derecha a la nuca y soltó una risa nerviosa, se sintió incómodo por el comentario que hizo la reina.

—Eh... Gracias —dijo con un hilo de voz.

Ver a Dakota así le causó gracia a la reina quien se cubrió un poco la boca para reír.

—Dalilah, tenía razón. Eres fácil de sonrojar.

—¿Dalilah le dijo eso? —quitó su mano de la nuca.

—¿Quien más si no ella, yerno? —preguntó entre risas.

Que la reina lo llamara “yerno” hizo que Dakota se sintiera mejor, más confiado. Finalmente el rey y la reina aprobaban su relación al cien por ciento. Quizás una que otra amenaza a muerte surgió en las conversaciones, pero el objetivo fue alcanzado.

—Si quieres puedes quedarte esta noche, Dakota. Mañana temprano haré que un sastre te haga un nuevo atuendo, pero definitivamente no con ese color. El traje vinotinto que te mandé a hacer la primera vez era bastante básico, elegante, pero muy sencillo.

—¿Básico y sencillo? Ese traje cuesta más que mi cabaña.

—Que gracioso eres, Dakota. Pero lo que digo es cierto, necesitarás un traje más impresionante si quieres estar a la altura. Y, ahora que analicé bien tu tipo de cuerpo, además de saber que el vinotinto te queda excelente, les diré que el traje sea de ese color contrastado con dorado, quizás unas hombreras, botones, cinturón o mejor un cordón... Bueno, mañana veremos —sonríe—. Le pediré a las sirvientas que preparen un cuarto para tí y más te vale no rechazar mi oferta.

—Yo jamás rechazaría algo que provenga de usted, majestad. Pero me gustaría decirle a mi padre que estaré aquí durante las ceremonias para que no se preocupe —comentó Dakota.

—Está bien, le diré a un guardia que vaya a decirle. Ahora ve y dile a Dalilah que despida rápido a la joven Érika, ya se está haciendo tarde y debemos descansar para mañana.

—Por supuesto —Dakota asintió.

La reina también asiente y da media vuelta para irse caminando hacia las escaleras. Dakota extiende su mano hacia la puerta y la abre, sale del palacio cerrando la puerta detrás de él y camina por el sendero hasta llegar a dónde estaban los demás.

A medida que se acercaba escuchaba risas de parte de ellos, así que se acerca con cautela para que Dalilah, quien justamente le daba la espalda, no notará su presencia.

Una vez estando más cerca, levantó sus manos y le tapó los ojos con sutileza, cesando su risa, pero su sonrisa se hacía mucho más grande.

Dakota acerca su boca al oído de Dalilah y comenzó a susurrar, acción que le causaba algunas cosquillas a Dalilah.

—Adivina quien se queda en el palacio hoy —susurró.

Dalilah suelta un pequeño grito de alegría y da un brinco por la emoción, haciendo que las manos de Dakota dejen de cubrirle los ojos.

Dalilah se da la vuelta y abraza con fuerza Dakota quien la rodea con sus brazos y ambos se tambalean de un lado a otro.

Érika los mira con curiosidad, no entendía muy bien lo que sucedía, mientras que Diana no podía evitar fruncir el ceño por los celos que sentía.

—No creí que la reina te dejara quedarte, ¿que fue lo que hiciste? —preguntó Dalilah con su barbilla apoyada del pecho de Dakota.

—Primero explícame el motivo, la razón y la circunstancia por la cual le dijiste a la reina que soy facil de sonrojar —pidió Dakota con una mirada seria.

Dalilah empieza a reír y se separa de Dakota con una mano presionando su abdomen y con la otra cubriendo a duras penas su boca.

—No me digas, te llamó “guapo” y te pusiste como un tomate —determinó.

Este comentario causó risa en Tobías y en Nathaniel.

—¿Ustedes de qué se ríen? ¿Eh?

—De que no puedes aguantar ni un cumplido porque te ruborizas al instante —comentó Nathaniel y siguió riendo junto con Tobías.

—Por lo menos a mí sí me lo dicen, a tí solo te ignoran —espetó el herrero.

—Oooooooh —exclamaron todos con impacto, excepto por Diana y Érika quienes se mantuvieron en silencio.

—¡Auch! Eso me dolió, me lo vas a pagar un día de estos —dijo Nathaniel y comenzó a caminar—. Hablamos mañana, yo me retiro por cansancio. Cuídate, Diana —pasó por en medio de Dakota y Dalilah.

—Descansa, Nathaniel —dijo Dalilah mientras el pelirrojo se retiraba.

—Dakota —Diana llamó la atención de la pareja—, nosotros también deberíamos irnos, se hace tarde y la princesa debería descansar. Mañana nos espera un gran día de trabajo en el taller.

—Sí, sobre eso, el taller estará cerrado este fin de semana. Le prometí a esta —mira Dalilah con ternura— no menos que una hermosa y maravillosa dama —Dalilah se ruboriza levemente y abraza el brazo de Dakota—, que bailaría con ella la primera pieza. Incluso si hago el ridículo frente a todos.

—Diana —Érika alzó la voz—. Creo que es momento de retirarse —dijo con énfasis—. El caballero de cabello blanco dijo que nos llevaría a su posada y sería de mala educación hacerlos esperar.

—Oh, sí... Muy buenas noches, princesa Diana —mira a Dakota con dulzura—. Tu igual, herrero. Que descanses plácidamente —pronunció cada palabra con una voz sutil y cálida.

Esto incomoda un poco a Dalilah quien se descoloca por la manera en que Diana le habló a Dakota.

—Vámonos, Isa... digo, Érika —corrigió Diana.

Diana se dió media vuelta y Érika se despidió de Dalilah agitando su mano suavemente.

—Ciao —se despidió la joven en florentino.

Diana se acercó a Tobías y con autoridad colocó su mano en el mentón del peliblanco, obligándolo a qué la vea.

—Vámonos, lindura nevada —dijo con el ceño fruncido y con un tono coqueto.

Soltó a Tobías y se retiró con velocidad hacia las rejas del palacio siendo seguida por Érika.

Tobías pestañea varias veces para intentar procesar lo que acababa de pasar, gira su cabeza y ve a Diana alejarse, luego mira a Dakota confundido como si buscará que alguien le explicará lo que pasó.

—Creo que le gustas —opinó Dakota sonriente.

Dalilah mira con ternura a Dakota disimuladamente.

—«ay mi rey... eres muy inocente» —pensó.

Ella giró nuevamente su cabeza y ve a Tobías.

—Tobias, ¿recuerdas lo que te dije?

—Sí, que mantenga a Érika cerca de mí y que la traiga mañana temprano —contestó Tobías

—Bien, que no se te olvide. Es muy importante.

—Entendido, hermosura —dino coquetamente.

—¡Ey! —exclamó Dakota.

—Tranquilo, Dakota. Sabes que amo a alguien más —Tobias dejó salir una leve risa y comenzó a caminar—. Nos vemos mañana, príncipes.

—¿Príncipes? —repitió Dakota confundido.

—De eso hablamos luego, bebé —comentó Dalilah.

Dió un par de pasos y pegó su cuerpo con el de su amado, levantó sus brazos y rodeó su cuello, con sus manos comenzó a juguetear con su cabello y se balanceaba levemente de lado a lado.

—Antes debemos arreglar un —acercó sus labios a los de Dakota— asunto pendiente —pronunció con una voz suave.

—Hmm... Ya era hora —dijo Dakota rodeándola con sus brazos.

Él acercó su rostro al de ella para finalmente besarla con fervor durante varios segundos.

Después de concluir el beso, alejaron sus rostros y se miraron, sonrientes.

Dalilah bajó sus manos y tomó las de él, las acarició sutilmente y luego miró a Dakota. Él era lo más cercano a la tranquilidad, calma y felicidad, no por menospreciar a su padre ni al resto de sus seres queridos, pero Dakota tenía algo que la emocionaba cada vez que lo veía.

Seguía sin comprender como era posible amar tanto a alguien y no tener mucho de haberse conocido, o reencontrado en este caso, pero la respuesta no le importaba. Dalilah sentía que podía descubrirse a sí misma estando junto a él.

Y Dakota jamás había estado tan feliz, con el poco tiempo que tenían juntos ya había logrado hacer muchas cosas que nunca se habría atrevido a hacer, se sentía más seguro con ella cerca.

—Vamos al palacio, hay que descansar para impresionar a todos mañana con nuestra danza —mencionó Dalilah.

—Tú impresionarás, yo haré el ridículo —confesó Dakota.

Dalilah ríe.

—No te preocupes por ello, podemos practicar un poco antes de dormir —comenzó a caminar rápidamente llevando a Dakota de la mano.

Ambos subieron los escalones hasta las grandes puertas de madera de la entrada, Dalilah giró una de las perillas doradas y abrió una de las puertas.

Entraron emocionados, pero se toparon con la clara y soberbia mirada de cierta princesa de morado con un semblante serio.

—¡Ah! ¡Una arpía! —exclamó Dalilah para molestar a Victoria.

Esta ríe sarcásticamente ante el comentario de la rubia para luego cruzarse de brazos.

—Que graciosa resultaste, Rubia —levantó su mano derecha y sostuvo su propio mentón—. Veo que el rumor es cierto, el herrero se quedará aquí está noche.

—¿Cómo te enteraste tan rápido? ¿La reina te dijo algo? —preguntó Dalilah.

—No hace falta hacer o decir nada para saber cuál será la próxima decisión de la reina —explicó.

Dió un par de pasos hacia la feliz pareja y fijó su mirada en Dakota, lo vio de arriba a abajo. Después de hacer un pequeño análisis de él, miró a Dalilah con una sonrisa de lado.

—Felicidades, Dalilah. Parece que lograste enamorar a un hombre atractivo Y traerlo al palacio sin que sea tu esposo o siendo la reina. Magnífico —aplaudió suavemente.

—De acuerdo, Victoria. ¿Que quieres? —inquirió Dalilah de brazos cruzados.

—Que curioso que pienses que quiero algo de ti. El mundo no gira alrededor tuyo, Dalilah. Solo vine a darle la bienvenida a mi cuñado —dijo Victoria, luego posó su mirada sobre Dakota quien fruncía el ceño—. Es un gusto volver a verte, herrero. Eres muy afortunado por estar junto a Dalilah, es una mujer con múltiples dotes. Es amable, gentil, hermosa, respetuosa, honrada, graciosa, fuerte y sobre todo fiel —sonríe—. Pero creo que eso ya lo sabes.

—Así es, princesa Victoria. Soy muy afortunado por tener en mi vida a la mujer más maravillosa del mundo entero —dijo Dakota abrazando a Dalilah—. ¿Algo más? —arqueó una ceja.

—Sí, ¿cuando harán público lo suyo? Es que me parece muy sospechoso que ninguno quiera que la gente se entere que salen juntos, ¿que tal si viene alguien a intentar pretender al otro? O acaso... ¿Se avergüenzan del otro? —preguntó con una mirada maliciosa y una sonrisa que combina con la misma.

—¿Disculpa? —dijo la pareja al unísono con el mismo tono de ofensa.

—No, nos avergonzamos del otro —negó Dalilah—. Y no... ¿Sabes qué? Olvídalo, no nos merecemos perder el tiempo contigo —comenzó a caminar llevando a Dakota de la mano—. Descansa, hermanita.

Victoria cambia su semblante altivo por uno molesto. Fija su mirada sobre Dalilah mientras ella se alejaba con Dakota.

—¡Ya te he dicho que no me llames “hermanita”! —exclamó con enojo.

—Está bien, hermanita querida del alma —corrigió la rubia.

—Ahg... ¡Eso es peor! —espetó pensando sus brazos.

Se resignó y se fue caminando en dirección contraria.

Dalilah subió las escaleras de la derecha con rapidez y con su amado, quería llegar al salón de baile antes de que otra persona se apareciera, pero su deseo no se iba a cumplir ya que, cuando apenas llegaron al pasillo superior diestro, su padre estaba ahí, caminando hacia ellos. Su aparición detuvo de golpe a la pareja.

—Buenas noches, hija mía y Dakota, ¿a dónde van con tanta prisa? —preguntó.

—Buenas noches, padre. Yo quería llevar a Dakota al salón de baile para practicar un poco antes de mañana —explicó Dalilah.

—¿A esta hora? No crees que sea un poco tarde.

—Es que mañana no tendremos tiempo de practicar.

—Dakota, ¿No sabes bailar? —inquirió Arthur fijando su mirada en el herrero

—Eh, sé bailar —contestó Dakota—. No seré un experto, pero estuve practicando algo. Sin embargo, quería ver feliz a Dalilah aceptando su invitación.

—Me alegra que quieras hacer feliz a Dalilah y entiendo que mi niña este emocionada por tenerte aquí —el rey miró a su hija—, pero debe entender que ya es muy tarde. Es preferible que descansen y mañana temprano pueden practicar si es que sienten esa necesidad.

—Dalilah, concuerdo con el rey. Es muy tarde y la verdad es que el trabajo me tiene molido, necesito con urgencia una cama para dormir —admitió.

—Oh —rie nerviosamente y gira para verlo—. Lo lamento, no recordaba que estuviste trabajando día y noche para traer los recados de la reina. Me hubieras dicho que querías dormir, simplemente te habría llevado a una habitación.

—¿“Una habitación”? —repitió Arthur— querrás decir: “su habitación”. No es cualquier alcoba del palacio, es la que la reina le asignó —dejó en claro

Dalilah voltea para ver a su padre.

—Papá, te recuerdo que él no es Xander.

—¿Quién es Xander? —preguntó Dakota.

—Digamos que fue lo más cercano a un pretendiente en mi adolescencia. Sin embargo nada funcionó como lo esperaba. En fin, historia para otro capítulo.

—¿Otro capítulo? —preguntó Dakota confundido.

—¿Dije “capítulo”? Quise decir “día” —corrigió—. Padre, llevaré a Dakota a su habitación —tomó la mano de Dakota.

—Bien —comenzó a caminar lentamente hacia las escaleras—… pero después debes ir a tu habitación, aún no están casados como para...

—¡PAPÁ! —gritó, interrumpiendo al rey, sonrojada por la vergüenza.

El rey no contestó, ni la miró, solo siguió avanzando en la misma dirección que tenía antes de encontrarse con la pareja.

—Eh —exclamó Dakota—. Creo que es mejor si nos vamos ya.

Dalilah, aún sonrojada, mira a Dakota apenada.

—Sí... vamos.

Momentos más tarde, la pareja caminaba por el pasillo tomados de la mano. Hablaban, reían, disfrutaban estar junto al otro y, pese al instante incómodo que había generado el rey Arthur, lo tomaron como una broma para que Dalilah no se sintiera tan mal por lo que insinuó su padre.

Luego de llegar a la puerta de la habitación asignada a Dakota, Dalilah gira la perilla para abrirla antes que Dakota lo hiciera, dejando su mano en el aire. Misma mano que decidió llevar a su nuca.

—Bueno, supongo que es todo por hoy —dijo Dakota.

—Así es, espero que la habitación sea lo suficientemente cómoda como para que descanses.

Dakota da un par de pasos hacia adentro de la misma, la habitación estaba iluminada por faroles, la cama era enorme, los pisos aparentemente pulidos, no se podían apreciar más detalles ya que, pese a la luz amarilla proveniente del fuego de los faroles, la alcoba está algo oscura.

—No hay duda de que voy a descansar, esa cama es tres veces más grande que mi catre —giró sobre sí para ver a Dalilah—. Solo falta una cosa —caminó hacia ella.

Se acercó a su amada y le acomodó el cabello por detrás de su oreja. Su mirada era capaz de derretir a Dalilah.

—Un beso de mi amada para concluir este día de la mejor forma —dijo.

Dalilah sonríe y se ruboriza levemente, ambos acercaron sus rostros y unieron sus labios en un dulce beso.

Separaron sus labios, pero no sus frentes, la punta de sus narices casi se tocaban, ambos estaban unidos en un cálido abrazo.

—Te amo, Dalilah —pronunció con sinceridad y cariño—. Y siempre lo haré.

Dalilah sonríe y despega su frente para ver a Dakota.

—Yo también te amo, mi príncipe. Ahora descansa —dijo Dalilah separándose lentamente de él, pero sin soltar sus manos.

—Tu también, Dalilah. Que descanses —se despidió.

Dalilah siguió retrocediendo poco a poco hasta que sus manos ya no se tocaban más. En ese momento Dalilah se detiene y le dedica una última sonrisa antes de irse.

—Buenas noches —se despidió la rubia y comenzó a caminar por el corredor.

—Buenas noches —correspondió Dakota mientras ella se marchaba.

Él cerró la puerta con delicadeza y se recostó de la misma con una mirada perdida, con calidez en sus mejillas y dejando salir un suspiro.

—Ella en verdad me hace feliz —pronunció casi en silencio.

Se despegó de la puerta y se dirigió a la cama.

Minutos después, Dalilah también llega a su habitación. Abre la puerta y la cierra detrás de ella.

Camina hacia su cama soltando un largo suspiro, se deja caer de lado en la cama con una sonrisa casi imborrable.

—En verdad te amo demasiado —mencionó en voz baja.

Se levantó a duras penas con ojos adormilados para colocarse su bata de dormir y así poder descansar para mañana. Estaba muy emocionada de que llegara el día, tanto que estaba dispuesta a esperarlo despierta, pero debía dormir o sino no podría mantenerse en pie para poder estar con Dakota una vez más.

Lo mismo pasaba con el herrero, mientras trataba de dormir su sonrisa era muy notable.

Lo único que deseaban ambos en ese momento era que las horas nocturnas pasaran rápido para volver a verse en un nuevo amanecer.

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