Capítulo XXXIV: Miedo - primera parte
Un nuevo día en Nordelia comienza con el sol iluminando cada rincón del reino, los plebeyos hacían sus típicos quehaceres hogareños y muchos comenzaban con su labor en cada uno de sus trabajos, esto incluye a Dakota y a Diana quienes tienen las fraguas encendidas mientras el hierro se calienta y alistaban sus herramientas.
Lo único que diferenciaba ese día de los demás era que Tobías estaba ahí, había llegado hace una hora con un recado de parte de la reina. Ella mandó a hacer centros de mesas artísticos hechos de hierro y revestidos de plata con el escudo familiar en ellos para poder sostener jarrones y velas.
Mientras el dúo de herreros trabajaba, Tobías caminaba de un lado a otro observando algunos trabajos en metal que Dakota había hecho hace tiempo.
—Sé que ya lo he dicho antes, pero tu trabajo es impresionante —admitió Tobías.
—Gracias, niño —agradeció Dakota sin despegar su vista de la fragua.
—¿Crees poder hacer los pedidos en dos días? —preguntó Tobías.
—Será un poco difícil, pero no imposible —dijo Dakota.
—Y trabajando juntos será cien veces más rápido, ¿cierto, Montero? —comentó Diana entusiasmada
—Desde luego, Dupain —Dakota se da la vuelta y se acerca a Tobías—. Por cierto, ¿invitarás a Viviana? —dijo dudoso Dakota.
—¿Y quién es ella? —preguntó Tobías confundido
—¿Violeta? ¿Via? ¿Virginia? ¿Vitalia? Hum... ¿Vitalicia?
—Amigo, estás desvariando.
—¿Vinagreta?.
—¿Vinagreta? Diana, revísalo. Creo que ya se daño.
—Enseguida —dijo Diana, levantó sus manos y se acercó a Dakota.
El herrero giró medio cuerpo, elevó su mano cerrada y luego levantó su dedo anular moviéndolo de un lado a otro indicándole a Diana que no hiciera nada. Esta junta sus manos y las coloca sobre su vientre mientras que Dakota vuelve a girar para ver a Tobías.
—Es que no se me ocurren nombres de mujeres que comiencen con "vi" y terminen con "a" —explicó Dakota.
—Aaaaah, entiendo. Quieres adivinar el nombre de la mujer.
—Así es —respondió Dakota.
—¿Y Vinagreta fue lo mejor que se te ocurrió?
—Ya te dije que no se me ocurren nombres de mujeres que tengan esas caracerísticas.
—Bueno, siempre habrán más días en el calendario para intentar —Tobías da un par de pasos hacia la salida—. Y habiendo dicho eso, me despido. Debo regresar al palacio.
—Aguarda, un último intento y sé que voy a acertar —pidió el herrero.
—Te aseguro que no lo harás, pero adelante.
—Es la princesa Victoria, ¿cierto?
—¡Obviamente es ella! —admitió.
—¿Qué? ¿Me estás diciendo que de verdad es ella? —preguntó Dakota extrañado.
—Por supuesto que lo es, digo, ¿quién no se enamoraría de la princesa más hermosa, carismática, gentil?
Dakota pestañea dos veces, incrédulo, debido a lo que su amigo estaba diciendo.
—Pero... Amigo... ¿Estás ciego, sordo o algo?
—¿Y de verdad creíste que ella era la mujer de la cuál me enamoré? —Tobías suelta una leve risa—. No negaré su belleza, pero todo lo demás es chiste. Sé perfectamente que ella es presumida, egocéntrica, vanidosa y muy ofensiva.
—Oye, por un momento pensé que te habías vuelto loco. Y, desgraciadamente, me quedé sin ideas —admitió Dakota.
—Bueno, pero por lo menos lo intentaste —Tobías caminó a la puerta y salió seguido de Dakota.
—Oye, si te topas con Dalilah dile que el sábado bailaré con ella —pidió Dakota.
—¿Y tu bailas? —preguntó su amigo sorprendido.
—No, pero ella me podría ense... —Dakota se distrajo al desviar la mirada hacia delante, detrás de Tobías— ¿Ese es mi padre?
Tobías se extraña y gira la mitad de su cuerpo para poder observar a la persona que Dakota veía.
Un hombre de vestimenta sencilla en tonos beige, naranja y marrón, montado sobre una carretilla tirada por un caballo de pelaje negro, se acercaba al taller. Dakota tenía razón, ese hombre era su padre, Joseph. Este se acercaba sonriente al taller
Dakota dio un par de pasos hacia la carreta mientras se detenía frente al local.
—Hola, hijo. Regresé —saludó Joseph para luego bajarse—. Hola, Tobías.
—Hola, señor —saludó Tobías con seriedad.
—Padre, te veo muy contento. ¿Quien es la afortunada? —Dakota empezó a reír.
—Je, je, ¿que quieres que te diga, Dakota? No pude resistirme a desviarme a Florencia un par de horas —comentó.
—Pero que pillo eres, padre —Dakota ríe levemente mientras que Tobías subía a su caballo.
—Nos vemos otro día, Dakota —dijo Tobías—. Tengo cosas que hacer —tiró de las cuerdas de su caballo y comenzó a andar lentamente.
—De acuerdo, nos vemos —se despidió Dakota viendo como Tobías se alejaba.
—Hijo, ¿será que podemos pasar? Estuvimos día y noche andando —pidió Joseph.
—Por supuesto, entra. Yo meteré a Odín al patio —dijo Dakota acercándose al corcel de pelaje oscuro.
—Gracias, hijo —Joseph comenzó a caminar hacia el taller.
Dakota desató a Odín de la carreta y luego tomó sus riendas, pero al hacerlo pudo notar que debajo de un bolso que colgaba de la silla había un vendaje oscuro que fácilmente se podía ocultar por el color de su pelaje.
—¿Estás herido? —hizo una pausa mientras deslizaba suavemente sus dedos por la tela—. ¿Que habrá pasado en su viaje?
Llevó al semental al patio a través de la entrada lateral y luego entró al taller donde pudo observar a su padre sentado en un banco junto a la mesa de trabajo, pero no había señal de Diana.
—¿Te ofrezco algo de vino o quizás agua? —preguntó Dakota.
—Agua... por los momentos —dijo Joseph.
Dakota asintió y se retiró al patio a recolectar agua del pozo. Una vez que fue en busca del agua, Diana salió de un pasillo algo angosto y soltó un leve jadeo al sorprenderse por ver a un hombre mayor en el taller. Joseph, al escuchar la respiración, giro la cabeza y al notar que era una mujer, se acomodó en su asiento para observarla bien.
Ambos cruzaron miradas un par de segundos, extrañados.
—Hum... Ho-hola —Saludó Diana nerviosa y sonriente—. Joseph Montero, es un honor verlo aquí. Su trabajo en la herrería es muy digno de admiración.
—¿La conozco? —preguntó Joseph entrecerrando sus ojos.
—No. Soy Diana Dupain, trabajo con su hijo en la herrería.
Dakota entra con un jarrón de madera cilíndrico y un vaso del mismo material. Al entrar, notó enseguida que su padre y Diana estaban ahí.
—Que bien, ¿ya se conocieron? —preguntó
—Solo sé su nombre —dijo Joseph, Dakota le entrega un vaso con agua y Joseph voltea a ver a su hijo—. Dice que trabaja conmigo, ¿exactamente como?
—Es una herrera, la contraté —respondió.
Joseph lleva su mirada sobre Diana quien lo saluda con una mano sonriente para luego volver aposar la vista sobre su hijo quien se sienta al lado suyo y coloca la jarra en la mesa.
—Pero... es una mujer —susurró.
—Eso ya lo había notado, padre. ¿Y te digo otra cosa que noté? Odín tiene un vendaje que cubre una herida, ¿qué sucedió en el viaje?
—Oh, eso... ¿Recuerdas que te dije que me desvié a Florencia? Bueno, nos caímos sobre unos arbustos espinosos. Mira esto —gira su cabeza para mostrarle el otro costado del cuello, en donde tenía la herida ya cerrada.
—¡Estás herido! —Dakota lleva su mano hacia el cuello de su padre y acerca más su rostro
Joseph, al ver que su hijo movió rápidamente su mano hacia él, decidió inclinarse levemente hacia atrás para que su hijo no tocara la herida.
—Ey, ey, calma. Es reciente, podrías abrir la herida con un mal movimiento.
—Pero...
—Pero nada, Dakota. Ya me aseguré de desinfectarla y de cerrarla con una cuchara caliente, estaré bien.
—Dakota —Diana alzó la voz—, siento interrumpir, pero la fragua ya lleva un buen tiempo encendida. Si no sacamos el hierro ahora se ablandará de más, podría oxidarse o la fragua desgastarse.
—Es cierto —Dakota se levanta y mira a su padre—. ¿Seguro que estás bien?
—Ya te dije, estoy bien.
—¿Lo suficiente como para ayudarme a hacer cincuenta centros de mesas y porta velas, ambos revestidos de plata y con detalles sofisticados para una fiesta nocturna en el palacio el sábado? —preguntó Dakota.
—Wow —Joseph se levanta del banco—. Hay trabajo que hacer, estoy dentro.
—Excelente, vamos —dijo Dakota y caminó hacia otra mesa de trabajo cercana a las fraguas seguido de Diana y Joseph.
Los tres se pusieron guantes de cuero que casi llegaban a sus codos, tomaron grandes tenazas y se acercaron a las fraguas para sacar el hierro y empezar a martillarlos.
mientras tanto, en el palacio, Dalilah se encontraba en el salón de baile donde un don le mostraba los de baja estatura, cabello corto y de tono grisáceo opaco, contextura algo gruesa y con una vestimenta bastante elegante conformada por un saco de terciopelo amarillo con botones y hombreras doradas, pantalón de vestir beige y zapatos de tacón con un tono acaramelado bastante brillante. Este hombre, que resultaba ser más bajo que Dalilah, le enseñaba los movimientos del baile real de Nordelia.
—Y uno, dos, tres. Uno, dos, tres. Uno, dos, tres —contaba el don con una voz rítmica.
Dalilah y el hombre daban vueltas como las manecillas del reloj, la mano derecha de ambos estaba alzada y unidas palma con palma. Después de dar tres pasos, saltaban con ambos pies y giraban para verse de frente y unir sus manos a la altura de la cintura.
—Espléndido, su alteza. Ahora en el sentido contrario, complete la vuelta con su pareja, salte y haga una reverencia al terminar la música y luego solo aplauda sofisticádamente —dijo el don.
—Magnífico, don Alejandro. Ya no puedo esperar a bailar el sábado y el domingo —Dalilah sonríe y junta ambas manos en su pecho—. Sobre todo cuando llegue la danza lenta en pareja al final de ambas noches.
—Oh, ¿bailará con alguien especial? —preguntó el don con una sonrisa.
—Eso espero, me encantaría que sucediera. Quizás sea algo inusual bailar con alguien como él, pero no me importa, solo quisiera poder estar con él aunque los otros nobles juzguen —comentó la princesa rubia con un brillo en sus ojos.
El don suelta una leve risa y se acomoda las mangas de su traje.
—Bueno, princesa Dalilah, no hay duda que veo en su mirada cierto sentimiento dulzón. Así que hay que seguir practicando para que, si llega el caballero, ambos tengan ese mismo fulgor en sus ojos con cada mirada que intercambien al danzar bajo la luz de las velas y al ritmo de la suave música.
—Eso sería algo increíble —comentó Dalilah.
—Y así será. Sigamos con la práctica.
Dalilah asiente, se paran erguidos y frente a frente con suficiente distancia para hacer reverencias, nuevamente el don indica los pasos a seguir mientras lleva el ritmo con los números y corrige algunas posturas y movimientos que Dalilah no hiciera bien.
Y allí estuvieron aproximadamente una hora, practicando, bailando y hablando, pero donde una princesa era feliz mientras deseaba poder bailar con su amado, otra estaba nerviosa y sin saber qué hacer o a quién recurrir.
En la habitación de Sasha, esta se encontraba terminando de acomodar el desastre que era su habitación, armario y baño. Su cabello estaba algo despeinado y se notaba en su rostro el cansancio, no había podido dormir en toda la noche pensando en el mensaje de sangre que tuvo que borrar ella misma con un trapo y algo de agua.
Después de recoger y acomodar cada uno de los libros, por fin pudo dar por terminada la exhausta labor de limpiar. Caminó hacia un costado de su cama y se dejó caer bocabajo sobre ella, bostezó, luego acomodó su cuerpo para estar recostada sobre su costado izquierdo y quedar con los pies en dirección del pie de cama.
—David... ¿Por qué insistes en regresar a mi vida?... ¿No fue suficiente con todo lo que me has hecho?... ¿Con lo que nos has hecho? —se preguntó mientras sus ojos poco a poco se cerraban.
El sueño había caído sobre ella, pero alguien tocó la puerta impidiendo así que Sasha se quedara dormida.
—Estoy indispuesta en estos momentos, no voy asistir al almuerzo —dijo Sasha.
—Sasha, soy Leicy... voy a entrar —notificó Leicy e inmediatamente abrió la puerta.
Ella, al ver a su hermana recostada en la cama, cerró la puerta detrás de sí y caminó hacia Sasha para sentarse junto a ella con algo de preocupación en su rostro.
—¿Que sucede, Sasha? ¿Te sientes mal? —Leicy llevó su mano hacia la frente de su hermana mayor para saber como estaba su temperatura.
—No te preocupes, estoy bien —levantó su cabeza y vio a su hermanita dulcemente—. Solo estoy muy cansada.
—Te ves agotada, ¿no dormiste bien?
—No pude, tenía muchas cosas en mente, ideas que me daban vueltas y me terminó por doler la cabeza.
—¿Y que le pasó al espejo? —Leicy señaló el lugar del tocador donde se podía ver el espejo roto, pero sin rastro alguno de la sangre.
Sasha miró por encima de su hombro el tocador por unos segundos y luego miró a Leicy.
—Fue un accidente, ¿podrías cubrirlo con una de las mantas que está en el último cajón del tocador?
Leicy asintió y se movilizó hacia el peinador y revisó el último cajón para sacar una manta y cubrir el espejo, tal cual había indicado su hermana. Luego, regresó a la cama y se sentó nuevamente junto a Sasha.
—Gracias. Ahora, ¿podrías dejarme sola para poder dormir un poco y diles a mis padres que no asistiré al almuerzo? Estoy muy agotada para levantarme de la cama, necesito dormir. Sé que lo entenderán.
—Está bien —Leicy se levanta—. Que descanses y recobres fuerzas, hermana —sonríe y camina hacia la puerta.
Una vez que la princesa de celeste sale de la habitación, Sasha finalmente puede cerrar los ojos y descansar. Poco a poco sobre ella caía el sueño, pero un sonido extraño la hizo abrir los ojos y encontrarse con una habitación inmersa en la oscuridad.
Levantó la mitad de su cuerpo para poder sentarse y vio a su alrededor, parecía que ya era de noche. Se bajó de la cama y caminó hacia su balcón para poder confirmar lo que había deducido, el oscuro cielo nocturno estaba presente, pero no se podía presenciar alguna estrella. Ni siquiera se podía percibir algún sonido, todo estaba muy silencioso.
Se dio la vuelta y caminó de regreso a su cama, pero escuchó la voz de Leicy soltar un agudo y desgarrador grito que hizo que su sangre se helara. Corrió hacia la puerta y la abrió, salió al pasillo y miró a ambos lados buscando su hermanita.
—¡Leicy!... ¡Leicy! —gritó al buscarla.
Al no recibir respuesta alguna, decidió ir a buscarla. Corrió a lo largo del pasillo y antes de bajarla escalera pudo escuchar otro grito lleno de dolor, pero esta vez era la voz de Victoria. Esto hizo que se detuviera en seco y se alterara aún más.
—¡Victoria! ¡Leicy! —nuevamente alzó la voz, pero nadie cotestaba.
Bajó las escaleras corriendo y se dirigió al comedor, pero pudo escuchar detrás de ella un tercer grito... el de Dalilah.
Un grito lleno de miedo que hizo que su cuerpo comenzara a sudar frío.
Luego escuchó los gritos de la reina y de Arthur. Estos últimos eran ahogados, como si lucharan por tener aire en sus pulmones.
Comenzó a correr hacia la dirección de donde provinieron los gritos de sus padres. Entró en un pasillo, pero este parecía eterno ya que las pinturas de Leicy, Victoria, Dalilah, la reina y el rey se repetían sin cesar, parecía un bucle.
Hubo un momento en que las voces de todos ellos comenzaron a susurrar: "¿Por qué?" "Sasha, ¿por qué no fuiste?" una y otra vez, esto perturbaba la mente de Sasha, trató de cubrirse los oídos, pero era imposible no escuchar los susurros.
De las paredes comenzó a brotar sangre, el corazón de Sasha latía tan rápido que parecía que iba a salirse de su pecho, su respiración se había agitado a tal punto en que se tuvo que detener porque sentía que ni si quiera podía llevar oxígeno a sus pulmones.
De pronto, la oscuridad y el silencio se apoderaron del lugar. Ni siquiera se podían observar las paredes, lo único que se presenciaba era una extraña luz que había justo encima de Sasha.
Comenzó a caminar por todos lados tratando de encontrar algo, cualquier cosa... pero lo que encontró fue algo que hizo que de sus ojos brotaran lágrimas.
Frente a ella yacían los cuerpos inertes y sin vida de sus tres hermanas y de sus padres. Toda la ropa estaba desgarrada y ensangrientada, pero sus ojos... esos ojos sin rastro de luz alguna parecían tener la mirada fija en ella. Sasha terminó por arrodillarse y llorar, cubrió su rostro con ambas manos para no verlos mientras que su cuerpo experimentaba temblores.
Hasta que un silbido muy familiar hizo que dejara de llorar e incluso de respirar, levantó la mirada lentamente y frente a ella ya no estaban los cuerpos de sus familiares, ahora estaba su tocador con el espejo cubierto con el manto que Leicy le había puesto encima.
Se levantó despacio y observó detalladamente el peinador, levantó su mano temblorosa y la llevó hacia el manto. No sabía si retirarlo o no, tenía miedo de lo que pudiese encontrar debajo, pero decidió tirar de el rápidamente.
Sintió un poco de alivio al ver que solo era el espejo, hasta que una voz salida de lo más profundo de sus recuerdos resonó en todo el lugar.
—Hola —pronunció aquella voz gruesa y temible.
Alguien la tomó desde su espalda con fuerza, cubrió su boca y con un movimiento rápido cortó el cuello de Sasha.
En ese momento Sasha abrió los ojos, gritó con mucho miedo y llevó sus manos al cuello por impulso. Se acomodó, se sentó en la cama y observó todo a su alrededor, aún era de día, todo había sido un mal sueño, pero su cuerpo aún temblaba, su respiración era agitada y sudaba frío.
—Correcto... está decidido... debo ir —decía con la respiración entrecortada—. No permitiré que ponga tan si quiera un pie en este palacio o una mano sobre algún ser querido mío... no puedo permitirlo... si quiere verme, entonces me verá —frunció el ceño y apretó los dientes.
Primero fueron las cartas simples, recibía múltiples cartas del mismo sujeto, una tras otra sin descanso, luego estas cartas comenzaron a tener mensajes amenazadores, después su habitación fue destrozada por completo por alguien que dejó un mensaje escrito con sangre en su espejo. Ya estaba harta, repleta de miedo, pero también de ira.
No debía dejar que ese hombre fuera al palacio, sobre todo sabiendo lo que dicho sujeto era capaz de hacer. Sentía que debía confrontarlo antes de que algo terrible ocurriera.
Y si era necesario, deshacerse de él para siempre... Después de todo, por algo aprendió a pelear con espada.
Pero... ¿Será esta la decisión correcta?
Continuará...
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