Capítulo XXVII: Parentesco - segunda parte
—¿¡Qué!? —exclamó Dalilah.
No podía creer lo que su hermanastra estaba diciendo, era casi imposible que fuera real, pero sabía que el parentesco con el rey Reginald era innegable.
—Lo sé, yo también me impacte cuando lo descubrí, pero eso explica muchas cosas —dijo Victoria bajando la cabeza.
Dalilah comienza a reír haciendo que Victoria levanté la cabeza y la mire confundida.
—Buena broma, Victoria. Casi me la creo.
—¿Broma? ¿Crees que esto es una broma? Yo creí que era una broma o algo similar, pero las evidencias están —señaló Victoria.
—Escucha... Sí, quizás me paresco a él, pero eso no lo convierte en mi padre. ¿Y de qué evidencias hablas?
—De estas —Victoria camina hacia él escritorio donde se encuentran dos pergaminos, toma el de la derecha y lo abre—. Este es el pergamino de la familia Betancourt y ese otro el de la familia Russo. Además de estos dos también tengo una bitácora de mi padre con... este... Solo digamos que una de las cosas que está escrito tiene que ver mucho contigo.
—¿Y cuál es la evidencia de la que hablas? —pregunta Dalilah sin creer mucho la teoría de su hermanastra.
—Mira aquí —Victoria abre el pergamino de los Betancourt—. No nos iremos muy lejos, aquí dice que Arthur Betancourt, tu padre, contrajo matrimonio con una doncella de Artelis llamada Amanda el ocho de enero del año mil quinientos dos. Dato curioso de Artelis, allá estaba vigente el derecho de pernada, ¿Sabes lo que es eso?
—"ius primae noctis" lo sé, un derecho de los señores feudales sobre los vasallos, les permitía que, una vez que la decretaban, tenían el derecho de pasar la primera noche de bodas con la esposa de algún vasallo. Pero esa práctica ya dejó de existir.
—Pues en Artelis todavía quedaban algunos nobles deseosos de decretar el derecho de pernada. Y Reginald era uno de ellos —señaló la fecha en que se casaron Arthur y Amanda—. Ellos se casaron este día y en esa fecha mi padre decretó el derecho de pernada —tomó uno de los libros polvorientos de color rojo y pasó rápidamente las páginas hasta llegar a una que tenía la misma fecha—. Escucha esto: "hoy he decretado por primera vez la ius primae noctis. Muchas doncellas hermosas recibieron mi bendición para poder concebir. Tan dulces, tan inocentes, tan bellas, tan puras. Esta práctica debería seguir vigente..."
—Eso es asqueroso —dijo Dalilah asqueada.
—Demasiado, pero es lo que sucedió aquel día. Llevó a muchas doncellas a su mansión y las despojó de sus vestidos. Y aquí te hago la pregunta: ¿Cuando naciste, Dalilah?
—El cinco de octubre del mismo año...
—Nueve meses después de la boda —Victoria coloca el libro cerrado en el escritorio.
Dalilah sacó los cálculos y comenzó a ver los pergaminos, pensó en la breve lectura de la bitácora de Reginald y miró la pintura del difunto rey.
—No... Esto... Debe ser solo una coincidencia —caminó hasta el retrato de Reginald.
—No creo que sea coincidencia, Dalilah. Arthur nos contó la primera noche que estuvieron aquí que se casó con Amanda en los valles del río Arauca y Reginald era uno de los Lords que vivía cerca del río. No digo que Arthur no sea tu padre, fue quien te crió después de todo, pero... El parentesco que tienes con Reginald es demasiado grande como para dejarlo pasar y viendo esto... yo... Ni siquiera sé cómo reaccionar ante esto, descubrí que mi padre era alguien promiscuo, ¿Quien sabe cuántos hermanos tengo en Artelis?
Dalilah suspira y gira sobre su eje para ver a Victoria con enojo y de brazos cruzados comienza a hablarle.
—Vaya manera de disculparse, Victoria. ¿Que sigue? ¿Mi mamá no fue quien me trajo a este mundo sino tu mamá?
—Créeme cuando te digo que no hice esto para perjudicarte, lo hice porque quería saber si eras familiar de mi padre... No tenía idea de que lo que encontraría sería esto... Discúlpame.
—Sinceramente no sé ni cómo reaccionar. Sé que mi padre es mi padre, pero esto —señala la pintura— es muy difícil ignorarlo.
—¿Que harás ahora? —preguntó Victoria.
—Una cosa es lo que digan los pergaminos y la bitácora de tu padre; y otra muy diferente lo que diga mi papá, él me dirá si es verdad —dijo Dalilah.
—Sería lo mejor, espero que, sea lo que sea, sigan siendo tan unidos como lo son y... Pido disculpas nuevamente —comentó Victoria.
Dalilah la ve de arriba abajo con desconfianza y da un paso atrás.
—¿Quien eres y que hiciste con Victoria? —preguntó al no creer lo que escuchaba.
Victoria había pedido disculpas tres veces en una misma hora.
—¿Aceptas mis disculpas o no, Dalilah? —inquirió Victoria con un tono de molestia y de brazos cruzados.
—Claro que acepto tus disculpas, ya te dije que no soy alguien cuyo corazón tenga espacio para el odio. Estamos bien —dijo sonriente.
El silencio reinó el lugar por unos segundos, Victoria mueve las iris de sus ojos para observar a su izquierda rápidamente antes de ver a Dalilah otra vez.
—¿Y ya? ¿Es todo? ¿Me disculpas? ¿Estamos bien?
—¿Que esperabas que pasara?
—Pues... no lo sé... creí que habría una confrontación o algo así.
—¿Confrontación? Victoria... ¿cuántas veces pediste disculpas y terminaron discutiendo o golpeandote?
Victoria pensó por un momento antes de responder, pero no supo que decir. Desvió la mirada y con su mano derecha comenzó a sobar su antebrazo izquierdo.
Dalilah al verla con su mirada perdida, decidió acercarse a Victoria para consolarla ya que sentía que necesitaba a alguien que lo hiciera, pero esta al percatarse de que la rubia se aproximaba dio un par de pasos atrás sin apartar su vista de Dalilah.
—¿Que crees que haces? —preguntó con el ceño fruncido.
—Solo quería acercarme y...
—¿Acercarte y qué? —preguntó molesta interrumpiendo a Dalilah— ¿Quien te crees que eres para preguntarme cosas de mi vida anterior? Me disculpe contigo para no tener al yugo de mi madre encima, no para que seamos mejores amigas —giró su cuerpo hacia la izquierda mientras miraba a Dalilah por sobre su hombro—. Y te dije esto porque tenía que hacerlo, ¿sí? Ahora vete y no te atrevas a meterte en mi vida con otra pregunta así —le dio la espalda a la rubia.
—Vivimos en el mismo palacio, tarde o temprano voy a descubrir todas las cosas que aquí acontecieron... incluyendo las desgracias vividas por tí, tus hermanas y la reina.
—¿Y eso qué? —Victoria se da la vuelta y da un par de pasos hacia Dalila— ¿Saber todo lo que sucedió te da el derecho de opinar? No, conmigo no es así.
—Somos familia ahora, te guste o no, Victoria. Ya sé que fue lo que te pasó y déjame decirte que la mejor manera de superar cualquier cosa es hablando con alguien que te escuche y consuele.
Victoria ríe ante el comentario de Dalilah
—¿Y acaso crees que TU eres esa persona? —siguió riendo—. Eso es lo más estupido que he escuchado hoy. Y referente a lo que dices de que "sabes que fue lo que pasó" déjame decirte que no sabes nada, no tienes ni la más mínima idea de qué fue lo que pasó, ni conmigo ni con el engendro que me tocó por padre —gira su cuerpo hacia la izquierda mientras observa a Dalilah por encima del hombro nuevamente y cruza sus brazos—, pero ¿qué vas a saber tu de malos padres? Tu madre fue una mujer virtuosa y tu padre es un pan de Dios, lo unico malo que te pasó, además de la muerte de tu madre, fue el accidente donde perdiste la memoria y a pesar de eso, fue mejor vida que la mía. Que afortunada —termina de darle la espalda a la rubia y se aleja.
Dalilah se le queda mirando unos segundos, luego frunce el ceño y levanta la voz con seriedad provocando que Victoria se detuviera en seco.
—¡No tengo la culpa de que seamos familia! ¡No tengo la culpa de que me parezca a tu padre! ¡Y mucho menos tengo la culpa de lo que te pasó como para que te desquites conmigo, Victoria! Debes entender que lo que pasó, aunque lamentable, ya pasó. No digo que lo olvides como si hubiera sido facil lo que viviste, pero no pienso ser yo la que pague los platos rotos —Dalilah se dio la vuelta y caminó hasta la puerta—. Espero que puedas superar lo que sea que hayas vivido y puedas hablarlo con alguien antes de que termines metiéndote con la persona equivocada... Adiós, Victoria —abrió la puerta y salió del sótano dejando a Victoria completamente sola.
La princesa del vestido morado espero, con enojo en su ser, que su hermanastra se alejara lo suficiente como para que no la escuche. Giró y caminó hasta la puerta para cerrarla, tomó un atizador cuyo propósito era mover la leña encendida de las chimeneas, se dio la vuelta y caminó hasta el retrato de Reginald.
—Sé que no tienes la culpa, Dalilah...
Mientras más se acercaba, más apretaba las manos para aferrarse al atizador.
—La culpa de todo la tiene —levantó el atizador— ¡él! —rasgó de izquierda a derecha la pintura justo en el cuello Reginald.
Comenzó a mirar la pintura directo a los ojos con rabia mientras su mente le traía los recuerdos de su padre, cada golpe y cada insulto se reproducían en su mente como si su padre se los dijera en ese instante. Volvió a levantar el atizador y comenzó a rasgar, apuñalar y golpear el retrato emitiendo bramidos no tan fuertes, como si tratara de contener su ira.
Cesó, pero seguía emitiendo murmullos de furia luego de haber destrozado por completo la pintura, algunos flecos de su cabellera se posicionaron frente a su rostro debido a los bruscos movimientos que había realizado. Deja caer el atizador el cual resuena con fuerza en todo el lugar y acomoda su cabello. Trata de respirar profundamente para calmar sus emociones, pero de igual manera vio con una oscura mirada el irreconocible retrato de Reginald.
—Me hubiera encantado hacer que tus últimos segundos de vida hubieran sido más dolorosos de lo que fueron —comentó.
Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta para marcharse del lugar.
Mientras tanto, la puerta de entrada al pasadizo de la biblioteca es abierta y Dalilah sale del interior, la cierra como puede y empieza a caminar con molestia en su rostro.
Victoria se había disculpado con ella, pero no hubo diferencia alguna con respeto a su hermandad postiza, parecía que las discusiones, las críticas y la humillación iban a seguir como ya era costumbre.
Sale de la biblioteca y Benjamín, con una bandeja, la detiene antes de que se fuera del lugar.
—Princesa Dalilah, su padre está esperándola en la terraza donde habían acordado hablar.
—¿En serio? ¡Que bien! Necesito decirle dos cosas muy importantes... En realidad una es importante y la otra la preguntaré solo porque mi hermana más querida dijo algo de lo cual dudo, pero igual sería bueno saberlo.
—¿Habla de la princesa Victoria? —pregunta Benjamín, aunque su rostro demuestra que ya sabía cuál era la respuesta.
—¿Tan obvio es? —soltó una pequeña risa
—Permítame llevarla con su padre, el consorte me había pedido que llevara el postre y las bebidas.
—Oh, está bien —Dalilah sonríe.
Ambos se dirigen a la terraza junto a las rosas que tanto le gustaban a Dalilah. Ella estaba dispuesta a preguntarle sobre sus similitudes físicas con el difunto rey Reginald, pero con cautela ya que, aunque dudaba de la veracidad de la alocada teoría de Victoria, perfectamente puede ser una posibilidad.
Pero estaba más nerviosa por el hecho de que iba a confesarle que había entablado una relación amorosa con Dakota. No pensaba decirle lo de la noche que pasó con él en su cabaña, pero tampoco se encontraban muy a menudo, ¿que excusa le daría para explicar el comienzo de su relación? ¿cómo se lo diría?, ¿que palabras usaría?, ¿se enojará?, ¿se alegrará? Tanto pensar solo confundía sus ideas así que decidió dejar de preocuparse y decirlo de la manera mas calmada y suave posible, después de todo su padre no es tan extremista como para matar al amor de la vida de su propia hija, ¿verdad?.
Minutos después, ya se encontraban cerca de la terraza donde Arthur estaba sentado feliz y su hijastra Leicy sentada junto a él con un rostro iluminado y una risa muy alegre.
—¿Y que hizo después su esposa? —preguntó Leicy.
—Rosa se acerca a él con una sonrisa, pone su mano en el hombro y le dice que necesitan hablar. No volví a ver a mi primo en días.
Leicy comienza a reír nuevamente y lleva sus manos a la boca para intentar contener su risa.
—Creo que nunca debió hacer lo de las flores —siguió riendo.
—¿Divirtiéndose? —Dalilah irrumpe en la terraza junto con Benjamín quien coloca la bandeja en la mesa.
—Y mucho —dice Leicy—. El consorte me estaba contando la vez en que su primo Nicolás se metió en problemas con su esposa.
—Su majestad, aquí le he traído, a usted y la princesa Dalilah —Benjamin levanta la tapa de la bandeja revelando unos postres y un par de vasos llenos casi por completo— unas tortas de piña volteada y limonada para acompañar y si no les molesta me retiro, la reina me solicitó —avisó—. Sí necesitan algo pueden hablar con alguno de los sirvientes.
—Gracias, Benjamín. No hay problema, puedes retirarte —permitió Arthur.
Benjamín hace una leve reverencia con la cabeza y se retira.
—Yo también me tengo que ir. Debo practicar una pieza de violín para el domingo —se levanta de su asiento y abraza a Dalilah—. Adiós, Dalilah —se separa de ella y se acerca al consorte—. Adiós, consorte —lo abraza.
—Adiós, Leicy. Luego te sigo contando más historias de mi familia.
Leicy asiente y se retira, Dalilah se sienta en la silla frente a su padre y le dedica una sonrisa.
—Ya vine —soltó una leve risa tomó un plato con su rebanada de torta junto con el vaso de limonada y los puso más cerca de ella—. ¿Le contabas historias familiares?
—Así es, la vi un poco desanimada mientras caminaba por aquí y pensé que contarle algunas anécdotas graciosas de la familia le levantaría el ánimo —repitió la acción de Dalilah al tomar su respectivo postre y limonada.
—Que bueno saberlo y... hablando de historias familiares... necesito decirte algo, en realidad son dos cosas, pero necesito, como diríamos los Betancourt, primero mata a la serpiente, luego lo demás.
Arthur, al escuchar esa frase, se acomodó en su asiento, entrelazó los dedos de sus manos y las mismas las colocó sobre la mesa.
—¿Qué me vas a decir? —preguntó Arthur con curiosidad.
—Pues verás, hablando con Victoria y resumiendo la conversación, me mostró un retrato del difunto rey Reginald, el segundo esposo de la reina y es un poco raro porque... nos parecemos demasiado —Dalilah se reclinó hacia delante y colocó sus antebrazos sobre la mesa con los codos fuera de la misma y sin tocarse las manos— y me dijo algo acerca del día en que este, cuando era un señor feudal de Artelis, invocó el derecho de pernada el día de tu boda con mamá, llevó muchas doncellas que se iban a casar ese día y resulta que él vivió cerca del río Arauca donde te casaste y... no lo sé... solo se me hace un poco, digamos, inquietante ese hecho.
—Dalilah... ¿Crees ser hija de Reginald y no mía?
—No es que lo crea, pero si me despierta curiosidad todo lo que aconteció ese día y mi parecido con él.
Arthur toma su vaso de limonada y le da un sorbo, lo coloca nuevamente sobre la mesa y suspira levemente antes de darle una explicación a su hija.
—Te pareces a Reginald porque son familiares, no porque sean padre e hija.
—Entonces mamá no fue víctima de la pernada —afirma Dalilah sonríe.
—Yo no diría eso —dijo Arthur provocando confusión en Dalilah—. Tu madre si fue llevada a la mansión de Reginald cuando nos casamos, intenté evitarlo como pude, pero si interfería me asesinarían y tu madre lo sabía. Se despidió de mi con un beso y dejó que los guardias del feudal se la llevaran —hizo una pausa.
Dalilah escuchaba espectante los hechos que acontecieron aquel día de la boda de sus padres.
—Durante varias horas estuve caminando de un lado a otro deseando que esa noche pasara rápido, pero el sol ni siquiera se había puesto. Era estresante —retomó el relato—. La madre de Amanda, tu abuela, estaba dolida. Ella había sido víctima del derecho de pernada, incluso tuvo una hija del feudal anterior, tu tía Eneida. Ya había escuchado lo que ella había vivido cuando fue llevada ante el feudal, lo que me ponía más tenso aún, un amigo que fue a la boda tuvo que llevarme a un taller de herrería de uno de sus colegas para descargar mi frustración contra el acero, distrajo mi mente e hizo que el tiempo pasara más rápido, pero cuando llegó la noche lo supuse, mi amada seguramente yacía en la cama del feudal. Minuto tras minuto mi mente me torturaba con la imagen de lo que podria estar pasando, todos sabian que Reginald, aunque era feudal, no era nada noble, tenia sus mañas y gustos bizarros. Entonces...
—¿Entonces qué pasó? —preguntó Dalilah.
—Fuimos, mi amigo y yo, a la casa de mis suegros donde estaba su mujer y su hijo, decidieron que comeríamos todos juntos porque sabían que por mi cuenta no lo iba a hacer y a mitad de la cena alguien toca como loco la puerta, tu abuelo va con rapidez para abrirla y se impacto, era Amanda, su vestimenta estaba desgarrada y se notaba agitada porque había escapado de la mansión, pero estaba siendo perseguida por la guardia, decía que teníamos que largarnos. Toda la familia se apresuró para ponerle una manta encima y poner algo de ropa, agua y comida en unos bolsos. Mi amigo nos prestó un caballo para que huyéramos lo más pronto y rápido del reino, así lo hicimos. Llegamos a Nordelia la noche del día siguiente, hablamos, me contó lo que pasó y el porqué huyó, resulta que cuando el feudal la llevó a la cama y comenzó a arrancarle la ropa ella tomó un portavelas y lo golpeó haciendo que se desmayara, salió por la ventana y huyó como pudo de la mansión sin ser vista, pero mientras corría varios guardias estaban detrás de ella. Se adentró en el bosque y los perdió, pero sabía que no iban a cesar su búsqueda. Sentí un gran alivio después de lo que me contó y me dediqué a consolarla y atenderla el resto de la noche, decidimos no volver nunca más a Artelis y su familia también se mudó a Nordelia para estar cerca.
—Guau... Mamá si que era aguerrida —comentó Dalilah provocando que Arthur soltara una risa.
—Sí que lo era... No te cuento más porque, después de todo, estábamos recién casados.
—Sí, mejor guárdate lo que sucedió después, no quiero traumarme con la imagen —soltó una risa—. ¿Entonces mi parecido con Reginald...?
—Es porque su padre tuvo intimidad con la madre de Amanda, de ahí vino tu tía Eneida a la cual te pareces un montón y quien es media hermana de Reginald. Digamos que es como tu tío, pero lo único que compartes con él es el parecido porque en tí logro ver tantas cosas de tu madre como su bondad, inteligencia y valentía. Y confirmo que eres mi hija porque tú apetito iguala el mío.
Ambos comenzaron a reír, a conversar y a disfrutar de un tiempo de caridad entre padre e hija mientras disfrutaban de la torta de piña volteada y de su limonada
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