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Capítulo XXV: Las razones de Joseph

En el palacio real, la oscuridad y el silencio son los dueños del lugar, los guardias caminan de un lado a otro siempre vigilantes, los miembros de la familia real duermen apaciblemente exepto por Dalilah quien pone ambos pies descalzos en el suelo, estira sus brazos y bosteza. Se levanta de su cama y decide salir de la habitación.

Somnolienta, camina por el extenso pasillo en busca de la cocina para tomar algo de agua, sabía que podía llamar a un sirviente para que se la llevara a su habitación, pero se sentia más cómoda buscandola ella misma. Siempre lo había hecho así.

—El trayecto de mi habitación a la cocina es mucho más largo de lo que... —bosteza— recuerdo. O quizás solo tengo mucho sueño.

Una vez cerca de las escaleras para bajar, nota que Victoria está bajando las mismas. La princesa de cabello rizado traía puesto su atuendo de dormir: una bata lila algo con lazos blancos en la cintura y borde de las mangas, además de una cinta lila en su cabello.

—¿Victoria? —susurró.

Dalilah espera a que ella baje las escaleras para luego seguirla, le daba curiosidad que estuviera despierta a esa hora sobre todo porque en los últimos días no había salido mucho de su habitación.

La rubia comienza a bajar con cautela y sin perderla de vista. Victoria no se percataba de que su hermanastra la estuviera siguiendo, su mirada estaba perdida, como si su cuerpo se moviera sin que su mente estuviera presente.

Dalilah no le pierde la pista, pero mantiene su distancia.

—«¿A dónde irá?» —pensó Dalilah al detenerse detrás de una columna.

Victoria seguía sin detenerse hasta la gran biblioteca, Dalilah entró para seguirla. La princesa de cabello rizado se dirigió hasta lo más profundo del lugar donde miles de libros esperaban ser leídos, pero Victoria no estaba allí para leer, se detuvo frente a una pared aparentemente vacía mientras era observaba a la distancia por Dalilah.

Victoria comenzó a empujar la pared con fuerza hasta que se hundió, desvelando una abertura en dónde introdujo sus dedos y con la misma fuerza que antes comenzó a tirar de esa abertura moviendo así la pared y descubriendo un camino oscuro al cual entró y una vez allí, empujó el muro nuevamente para cerrar el camino.

—No puede ser —exclamó Dalilah.

Se acercó a aquella pared y la palpó, pasó su mano por toda la superficie hasta que sintió un minúscula abertura que al seguirla con la mirada pudo darse cuenta de que era un compuerta secreta.

—Este debe ser el camino a los pasadizos o incluso... A la cripta, pero —retrocede— ¿Qué hará Victoria allá abajo?

—¿Princesa Dalilah? —la voz de Benjamín distrae a Dalilah y hace que se de la vuelta— ¿Que hace por aquí a estas horas?

—Nada, Benjamín. Solo buscaba algún libro y algo de agua —se excusó.

—Yo me encargaré de su agua y su libro, solo regrese a su habitación y se la llevaré lo más rápido posible —propuso Benjamín sonriente.

—De acuerdo, allá lo espero —dijo Dalilah y comenzó a caminar para salir de la biblioteca y regresar a su habitación.

Mientras que ella caminaba a su aposento, el Sir Nathaniel se encontraba en el ya desolado patio de entrenamiento de los guardias con su espada en mano y realizando movimientos rápidos para blandir la filosa y brillante arma.

Recordaba la pequeña conversación que tuvo con Sasha unas horas antes de que el sol se ocultara.

Sasha lo había llamado para hablar a solas, así que Nathaniel la siguió. No sé alejaron mucho de los otros caballeros, pero si se encontraban a una distancia prudente donde podían hablar sin ser oídos.

Sasha le había pedido a Nathaniel que durante la noche fuera la segunda lección de espada, pero bajo la misma condición: cero elogios, de ningún tipo.

Condición que Nathaniel acepta, aunque ambos sabían perfectamente que era casi imposible que Nathaniel no hiciera algún tipo de comentario o halago hacia la princesa de tez oscura.

Mientras que hacía su pequeña rutina pudo escuchar pasos de tacón que aumentaban, se dió la vuelta y pudo contemplar a Sasha quien ahora vestía una camisa blanca manga larga con un chaleco verde musgo con cuello en v y bordados dorados, pantalón de cuero negro ceñido y botas de tacon altas y marrones, pero lo que mas cautivaba a Nathaniel era su bello rostro iluminado por la luz de la luna, su ojos vibrantes y llenos de vida, sus carnosos labios, su redondeada nariz y la manera en que dejaba caer su sedoso cabello por la espalda, además de dejar que los flecos de su cabello cayeran con libertad sobre su frente y a los lados de sus mejillas, era lo que más le fascinaba a Nathaniel, quien traga saliva al verla.

—Demasiado bella para entrenar, ¿no lo cree mi Lady?

—Que esto sea un entrenamiento no significa que no pueda verme bien —dijo Sasha

—Te ves muy bien con cualquier cosa—Nathaniel se acerca a la princesa y se detiene frente a ella—. Y creo que jamás te había visto con el cabello suelto. Te ves muy hermosa.

Sasha sonríe levemente y baja la mirada, da un paso atrás, coloca sus manos en la cintura y vuelve a ver a Nathaniel.

—Gracias por decirlo, pero creo que el trato era cero halagos, elogios, cumplidos... ¿Algo más?

—No dijiste nada acerca de los besos —le guiña un ojo y le lanza un beso al aire.

—Besos... Sí... Definitivamente no quiero besos. Sabes que te pedí que me ayudaras a entrenar siempre y cuando no me coquetees, pelirrojo.

—Es una tristeza, morena bella —extiende su mano haciendo entrega de la espada—. Toma la espada y prepárate, voy a aumentar el nivel, bomboncito.

—¿No escuchaste lo que te dije acerca del coqueteo? —preguntó Sasha tomando la espada y mirando seriamente a Nathaniel.

—No te coqueteé, solo dije lo que es cierto —retrocedió e hizo una estocada golpeando la espada de Sasha quien se pone en guardia ante el impacto—. ¿Lista?

Sasha sonríe levemente y frunce el ceño, asiente con la cabeza y se aferra a la espada.

—Muy bien, princesa... Veamos de qué estás hecha.

Habiendo dicho estas palabras, la contienda comenzó.

Al igual que la vez anterior, estuvieron intercambiando estocadas una tras otra, esquivando algunos ataques y moviendose de manera ágil, parecía más una danza con espada que un combate a mano armada.

Aunque se encontraban concentrados en derrotar al otro, no podían evitar sonreír.

Nathaniel era feliz al pasar tiempo junto a su amada, aunque fuera un combate de espadas, igual disfrutaba estar con ella.

Por otro lado, la princesa Sasha tenía un objetivo: perfeccionarse en el arte de la espada. No le importaba quien la entrenara, pero sabía que el pelirrojo que la atosigaba constantemente con cumplidos, era la única opción viable y la única persona que la ayudaría. Aunque tampoco podía evitar sentirse diferente estando con él, más libre, más feliz.

Mientras proseguían con los combates y las lecciones de esgrima durante varias horas, alrededor de las tres de la madrugada el ambiente en el bosque era oscuro y un tanto siniestro, los búhos y los grillos eran lo único que se escuchaba junto con los pasos del corcel de Joseph y su pesada carreta.

Su expresión era seria, su mirada apagada como si hubiera luchado y terminado vencido por el camino.

Levantaba la mirada y observaba el cielo nocturno con una inmensa cantidad de estrellas y la platinada media luna que se imponía en lo más alto.

Habían algunas ventiscas que enfriaban hasta los huesos de cualquiera que se atreviera a vagabundear en las afueras del reino de Nordelia.

Sin una fuente de calor, excepto por el farol que iluminaba el camino, Joseph comenzaba a sentir el frío de la noche, dicho sereno afecta sus pulmones provocando gripe con tos ronca, pero lo que le pasara durante su trayecto no importaba siempre y cuando llegara a su destino.

Hubo un momento en que se detuvo al ver una carreta exactamente igual a la suya con un farol que la iluminaba. El caballo que estaba atado a la carreta era de pelaje blanco con un monton de manchas negras en el lomo, en la carreta se hallaba un manto oscuro atado firmemente y que a simple vista parecía ocultar debajo la misma cantidad de objetos que la carreta de Joseph.

Este se bajó y se acercó a la carreta, miraba a su alrededor y al no ver a nadie decidió alzar la voz.

—¿Alejandra? ¿Estás aquí?

Pasó un momento de silencio mientras buscaba a la mujer de nombre Alejandra.

—Aquí estoy —pronunció una voz femenina.

Joseph miró a su izquierda y observó como una mujer aparecía caminando lentamente detrás de un árbol hasta que sus miradas se encontraron.

Dicha mujer era más baja que Joseph, tenía el cabello oscuro y ondulado, sus grandes ojos llenos de enigma y un fuerte tono esmeralda era lo que más resaltaba de ella. Su rostro era agradable de ver y su vestimenta era algo rudimentaria, el vestido que portaba era sencillo y de color café, una capa negra con la capucha puesta y un bolso oscuro con correa de cuero.

La mujer soltó el bolso y corrió hacia Joseph quien la recibió con los brazos abiertos, su cabeza rozaba el mentón del señor Montero así que este aprovechó para plantarle un beso en la frente.

—No tienes idea de lo feliz que me hace verte —dice Joseph levantando el mentón de aquella mujer para admirar su rostro.

Una vez estando más cerca de ella, pudo notar esas leves arrugas que tenía en la frente y bajando desde el interior de sus ojos bordeando unas sutiles ojeras.

Ella sonríe y levanta su mano para acariciar la mejilla derecha de Joseph.

—A mi también me hace muy feliz verte, amor —corresponde Alejandra.

—¿Tienes el oro allí? —pregunta Joseph mirando la carreta que era similar a la suya.

La señora asiente y se dirige al caballo de pelaje manchado y le desató las correas que lo mantenían atado a la carreta. Joseph hizo la misma acción con Odín.

Ambos caminaron hacia la carreta del otro con las riendas de sus respectivos caballos tomadas entre sus manos.

Ataron sus caballos a las carretas y se acercaron nuevamente.

—Es todo por ahora —dijo Joseph.

—Espero que no te metas en problemas por haber retrasado la entrega —la mujer frota sus brazos.

—Yo solo espero que termine todo y que deje de fastidiar. Me tiene cansado, molido, harto —exclamó Joseph volteando los ojos.

Acto seguido de una tos seca que provoca angustia en Alejandra.

—¿Estás bien? ¿Necesitas agua? —preguntó.

Aunque ella no esperó respuesta alguna ya que se dirigió al bolso que había tirado al suelo y sacó una cantimplora. Se acercó a Joseph, abrió dicho envase circular de cuero y con pequeñas cuerdas que eran parte de su diseño y extendió su mano para dárselo al señor Montero.

—No es necesario —negó el agua y comenzó a toser nuevamente.

—Bebe... El agua no la debes rechazar —insistió la mujer.

A Joseph no le queda de otra y toma la cantimplora, toma tres grandes sorbos de agua y luego cierra la misma para devolvérsela a Alejandra.

—Gracias... Aprecio mucho que siempre te preocupes por mí aún cuando me pongo terco —soltó una leve risa.

Ella sonríe, se acerca a él y pone ambas manos sobre su pecho, agarra con delicadeza los bordes de la capa que Joseph portaba y sube la mirada para poder ver a su amado.

—Prometeme que cuando termines no volverás a esa vida nunca —pidió con un hilo de voz.

—Lo haré, pero no mientras tú cabeza y la de Dakota estén en juego. Si algo te llegara a pasar me lamentaría, pero si algo le sucediera a Dakota yo... Ni siquiera quiero pensarlo

El silencio se apoderó del ambiente nuevamente, Alejandra bajo la mirada y volvió a abrazar a Joseph quien también la rodea con ambos brazos. Ella levanta la cara otra vez, las miradas de ambos se encontraron.

—Nada malo va a pasar, mi cielo. Solo ten fé en que pronto acabará —dijo Alejandra.

Joseph sonríe e inclina su cabeza para poder besarla en los labios dulcemente. Luego se separa de ella.

—No te quedes mucho en el bosque, es peligroso —comentó Joseph y caminó hacia su caballo.

—Y tu no te desvíes a Florencia que sé cómo eres —bromeó coquetamente Alejandra para animar un poco el pesado ambiente.

Joseph soltó una pequeña risa y giró sobre sí para ver a Alejandra.

—Podré jugar y decir un montón de cosas locas, pero jamás sería capaz de hacer eso que dices si esa mujer no eres tú —Jospeh le guiñó el ojo a Alejandra y se dio la vuelta para montarse sobre Odín—. Te dejé las direcciones y los nombres de las personas en cada saco. Ya sabes que hacer —tiró de las riendas y le ordenó al caballo que diera media vuelta para continuar en la dirección que lo llevaba a su destino final.

Mientras se alejaba, Alejandra lo observaba con una sonrisa, pero esta se desvanecía lentamente y sus ojos se llenaban de lágrimas, trató de contenerlas, pero una logró salir y recorrer su mejilla.

Abre la cantimplora y dejó caer el agua en su mano para lavarse la cara. Al culminar, cerró la cantimplora y con su propia capa se secó para luego mirar al camino que Joseph había tomado.

—Señor, tu sabes lo que hay en su corazón... Cuídalo...

Joseph siguió andando durante horas, no podía permitirse descansar, pero no era el único que se dirigía a aquel lugar distante, Odín debía parar a comer y beber o no colaboraría con su dueño. Cuando el alba comenzaba a surgir se detuvieron en la orilla de un río, Odín tomaba agua al igual que Joseph llevaba el refrescante líquido vital a su boca para sorberla.

Todo parecía tranquilo, pero una risa inocente lo distrajo, a pesar de que el rio era algo ruidoso pudo escuchar la alegría de un pequeño.

Aún estando agachado, gira su cabeza a la derecha y a algunos metros lejos de él pudo notar que hay un pequeño niño no mayor a diez años con su pequeño overol beige y un gran perro lanudo de pelaje blanco ya manchado por la tierra. Ellos se encontraban jugando y corriendo mientras eran observados por una mujer sonriente que lavaba ropa en el río y un hombre con vestimenta de granjero recostado cerca de la mujer con una espiga de trigo en su boca.

Se quedó observándolos unos segundo, luego bajó la mirada y vio su reflejo en el agua algo agitada del río, frunce el ceño con algo de angustia en su ser, cierra los ojos y suspira.

—No puedes borrar o corregir el pasado, pero si puedes evitar que el futuro empeore —abre los ojos—. Falta menos para llegar a Artelis por última vez, termina de llegar.

Se levanta y se aproxima a la silla de Odín, se monta sobre él y tira de las cuerdas para indicarle al corcel que debe regresar al camino para comenzar a cabalgar.

Una vez en movimiento, de su rostro no se apartó la seriedad, su mirada estaba enfocada en el camino. Solo quería llegar y hacer la entrega de una vez por todas con la esperanza de que fuera la última vez que tuviera que ir allá.

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