Capítulo XXII: Debo ser así
Los cocineros del palacio preparaban los mas exquisitos placeres gustativos para la familia real, los mayordomos levantaban las charolas de plata para llevar cada platillo y bebida a los miembros de la corona, atravesaban las puertas dobles y se acercaban a la extensa mesa para colocar la comida sobre los individuales de tela fina.
Algunos sirvientes y mayordomos como Benjamín estaban presentes, atentos ante cualquier pedido que realicen los monarcas.
los monarcas y sus hijas estaban sentados en el extremo derecho de la mesa, la reina en su respectivo asiento principal, su esposo sentado a su mano derecha y sus hijas a cada lado de la mesa conversando y riendo. Todas excepto Victoria, quien se encontraba ausente.
—Y entonces le digo al príncipe: "si quieres que te preste atención vas a tener que apreciar la literatura y no me refiero a solo leer" —relataba Sasha.
—Siento que lo primero en tu lista para el hombre perfecto es que sea un hombre literario —dijo Dalilah sosteniendo una aceituna con un palillo.
—Claro que no —intervino Leicy—. Lo primero en su lista es que sea un personaje literario —bromeó.
Ella comenzó a reír junto con Dalilah mientras que Sasha, aunque sonriente, le lanzó una aceituna sin mucha fuerza a su hermanita.
—Sasha, no lances comida —dijo la reina mientras tomaba una copa de vino.
—Ella me provocó —comentó Sasha aún sonriente.
-Está bien. Solo espero que cuando seas reina no atentes contra ningún reino solo porque te provocaron —la reina vio a Sasha con una sonrisa, aunque la mirada de sus ojos transmitia un regaño.
—¿Serás la nueva reina? —preguntó Dalilah entusiasmada.
—Así es —afirmó Sasha—. Aunque no me sorprende, yo soy la primogénita después de todo, las riendas ya eran mías.
En ese momento, Edward llega rápidamente desde otra habitación y se detiene a la derecha de la reina.
—Su alteza, acaban de llegar los organizadores de la fiesta —notificó el Chamberlain.
—Excelente —exclamó la reina, se limpio los labios delicadamente con una servilleta para luego levantarse—. Me retiro, necesito asegurarme de que cada detalle de la fiesta sea impecable.
—De acuerdo, madre —pronunció Sasha inclinando su cabeza demostrando reverencia al igual que los demás en la mesa.
La reina comenzó a caminar para salir del lugar junto con Edward. Una vez que ya no estaba en la habitación, Arthur colocó su mano sobre la mano de Dalilah, la cual reposaba sonre la mesa.
—¿Que te pareció la comida? —preguntó Arthur.
—Exquisita igual que todos los días desde que llegamos aquí —respondió sonriente.
—¿No vas a querer más? —siguió preguntando el padre.
—Padre, sé que crees que pasé hambre y sueño anoche, pero no es así. Comí muchas frutas deliciosas y dormí sobre el lomo de Aurora.
—¿Y donde estuviste? —preguntó Leicy.
—Anduve por ahí cabalgando de un lado al otro, cerca del bosque, recolecté algo de fruta y estuve en el campo de flores cerca del pequeño lago a las afueras —contó Dalilah.
—¿No crees que fue muy peligroso vagar por ahí tu sola? —inquirió su padre.
—Por favor, padre —Dalilah observa al rey con seriedad—. Nací en el campo, sé cómo moverme allá afuera pese a que no recuerdo mi infancia y parte de la adolescencia —le dedicó una sonrisa—. Además, soy una Betancourt, más peligrosa soy yo con hambre —comenzó a reír.
Arthur, al escuchar, suelta una leve risa para luego verla con ternura, colocó su mano bajo el mentón de la princesa y reclinó su cabeza hacia delante.
—No hay duda de que eres hija mía —vuelve a soltar una risa y se levanta de su asiento—. Iré a asegurarme de que Edward no atosigue mucho a Valeria. Y ustedes deberían retirarse también para que los sirvientes puedan limpiar.
—Enseguida, alteza —dijeron Leicy y Sasha al unísono.
Dalilah se levanta y le planta un beso en la mejilla a su padre.
—Nos vemos luego, papá.
—Claro, hija —Arthur se dio la vuelta y se retiró.
Mientras el rey terminaba de salir del lugar, su hijastra Leicy se levantó y se acercó a Dalilah.
—¿Estuviste en un campo de flores toda la noche? —preguntó la joven princesa de vestido celeste.
—No toda la noche, pero si la mayor parte —respondió la rubia.
—He de admitir que eres muy buena —dijo Sasha colocando sus manos en la mesa mientras se levantaba—. Hasta yo me lo creí por un momento.
—¿De qué hablas? —inquirió Dalilah confundida.
—Será mejor hablar en alguna terraza, dejemos que los sirvientes limpien el lugar —la morena, quien estaba del otro lado de la mesa, comenzó a caminar.
Al ver que Sasha se retiraba, Leicy y Dalilah decidieron caminar detrás de ella para averiguar de qué estaba hablando.
Mientras ellas caminaban por los extensos pasillos del palacio, la princesa Victoria seguía en su habitación, no tenía ganas de salir.
La princesa de morado se encontraba recostada en su cama, una mano bajo la mullida y blanca almohada sobre la cual reposaba su cabeza; y la otra en su estómago.
Dos comentarios que surgieron en la conversación que tuvo con sus hermanas, Leicy y Sasha, no dejaban de rondar en sus pensamientos.
Las palabras de Leicy y Sasha regresaron a su mente:
«“Victoria, el desagradable ser fue nuestro padre, no Dalilah”»
«“Es verdad, Victoria. Dalilah quizás se parece a Reginald, pero son dos personas totalmente distintas. Tu padre es un desgraciado, pero Dalilah es un pan dulce”»
—Reginald... —pronunció con voz baja— Hace años que no escuchaba ese nombre...
Vinieron como ráfagas de viento cortantes los recuerdos dolorosos de su pasado con su padre llenando de tristeza, odio y rencor su corazón.
La joven princesa, cuando tenia apenas diez años, recorría las calles de los pueblos en una carroza con tonos rojos vino y armazón plateado.
Ni su madre ni su hermana Sasha estaban, solo ella y el rey Reginald.
Ella veía con alegría el pueblo a través de la ventana a su izquierda, lucía reluciente con su castaña cabellera rizada adornada con un lazo morado, un vestido lila que tenía sobre la falda una segunda capa con un tono morado fuerte que llegaba al escote y sus mangas cortas, en su rostro se reflejaba la felicidad con una gran sonrisa acompañada de su iluminada mirada.
Le encantaba salir del palacio y visitar los pueblos, sobre todo a los súbditos, siempre que paseaba se asomaba por la ventana, pero la mano de un hombre rápidamente movió una cortina, impidiéndole a Victoria ver afuera.
Victoria lo veía con temor y este la miraba con enojo. El hombre sentado frente a ella portaba una cabellera larga y rubia, mirada azulada, barba y bigote cortos, traje de terciopelo color amarillo y dorado con blanco.
—¿Por qué te alegras? Son solo personas comunes de clase baja, ni siquiera los que viven en la capital deberían de dibujarte una sonrisa —destacó Reginald
—Pero...
—¿¡Pero!? —Reginald interrumpe a Victoria.
El hombre de melena rubia inclina su torso hacia la joven princesa, su mirada se tomaba oscura.
—¿Que ibas a decir? —preguntó su padre con una sonrisa.
—Mamá dice que hay que respetar y cuidar de los súbditos ya que eso hacen los grandes monarcas. Escuchan al pueblo y se aseguran de que tengan una —Reginald abofeteó a Victoria antes de que siquiera terminara su oración.
Victoria llevó su mano derecha a su mejilla la cual estaba colorada y tenía los dedos de su padre marcados en ella.
—¿Acaso crees que serás monarca para pensar en el pueblo? Con la otra niña de por medio solo serás una infante, no tendrás poder alguno mientras Sasha esté con vida.
—Sasha es mi hermana...
—¡Calla! —Interrumpió nuevamente el rey a su hija—. Esa niña es hija del exmarido de tu madre, no mía. No es tu hermana, ni debería de importarte —dirigió su mano al mentón de Victoria para que ella lo mirara—. Eres mi bella y hermosa hija amada, la primogénita del rey y por ende deberías ser tú la heredera, no la bastarda.
—Pero la reina ya tiene heredera y es Sasha, mi hermana mayor.
—Estoy comenzando a creer que naciste con un retraso mental —Reginald empujó a Victoria fuertemente contra el espaldar del asiento donde estaba—. Acaso eres estúpida o solo juegas conmigo. Mejor cállate y aprende de mí, lo necesitarás para el futuro.
Ese fue tan solo uno de los miles de momentos que tuvo con su padre.
Este fue el menos agresivo de todos.
Comenzó a recordar cada baile real. Ella siempre estaba parada a la derecha de su padre y cuando hacía algo que para los demás se vería tierno o como mucho un tanto cómico, su padre veía ese acto como una gran molestia. Al cabo de una hora la sacaba del lugar, la llevaba a su habitación y comenzaba a golpearla, pero para la joven princesa era lo de menos, para ella lo peor eran los ataques verbales que recibía constantemente.
Era como si su padre le dijera “Te quiero y te amo mucho, querida hija. Sin embargo, hay cosas que me desagradan de tu forma de ser”
A la mente de la veinteañera llegaban todos los castigos, insultos, el maltrato, el menosprecio y la manipulación de parte de su padre, recuerdos que había bloqueado y olvidado.
Tres toques a su puerta la sacaron del pequeño trance en el que se encontraba al recorrer los recuerdos de su infancia.
El mayordomo Benjamín, sin el permiso de Victoria, entró a la habitación, la princesa se molestó al escuchar como chillaba la puerta mientras se abría.
—Buenas tardes, su alteza —decía sonriente con una bandeja de plata con comida suculenta y té dulce—. Disculpe la intromisión, pero le he traído su comida ya que no estuvo presente en el comedor.
Victoria se acomoda en la cama y mira a Benjamín con falsa sonrisa.
—Oh, dulce Benjamín, agradezco mucho que me traigas la comida —se levanta de la cama y muestra su enfado con la mirada—, pero sabes más que nadie que ODIO cuando entran sin permiso a mi habitación.
Benjamín se acerca a la princesa sin quitar la sonrisa, tomó un respiro y muy calmadamente le habló.
—Querida, princesa. Sé que está molesta porque entré sin que me dijera que pasara a su aposento, pero lo cierto es que no me va a correr o reprender con su palabrería y mucho menos con esa falsa actitud de dictadora que demuestra.
—¿Disculpa? —exclamó la princesa con enojo y algo de confusión.
—Disculpa aceptada je je —el mayordomo colocó la bandeja en la mesa de noche de Victoria mientras está lo analizaba de arriba abajo.
—No me disculpé con usted y no tengo una actitud falsa. Soy una princesa de Nordelia y exijo que mi privacidad y palabra sean respetadas. ¿Acaso es demasiado pedir? —reclamó Victoria tensando sus brazos hacia abajo y a ambos lados del cuerpo con los puños cerrados.
—Oh, dulce Victoria, yo era mayordomo de la corona real desde que su madre era una bebé, he visto un millar de cosas hermosas, incómodas, tristes y horrorosas en todos mis años de servicio.
—¿Y eso que tiene que ver? —Victoria se cruza de brazos
—Entre todas esas miles de situaciones que pude apreciar e inclusive ser participe de múltiples disputas palaciegas, me he dado cuenta de que la familia real no solo está herida físicamente, sino emocional y mentalmente al punto de que cada miembro de la familia creó una coraza, escudo o un refugio al cual huir. Y su escudo resultó ser el egocentrismo y en momentos en los que se siente atacada, la agresividad verbal es su arma preferida —se dió la vuelta y se dirigió a la puerta.
—Y luego dice que soy yo la que dice palabrerías ¡Ja! ¿De qué me sirve ese pequeño análisis, Benjamín? Además, se equivoca respecto a mí. No necesito un escudo o lo que sea que hayas dicho para defenderme de nada —Victoria dio un par de pasos hacia él.
—Princesa... Tu más que nadie sabes que esta chica egocéntrica, egoísta, narcisista y despectiva en la que te convertiste es lo que más odias y desprecias de tí misma, pero al mismo tiempo crees que es lo mejor para tí. Pero descuide, yo sé que usted no es así, yo sé quién eres de verdad y espero que algún día esa chica pueda salir de nuevo a la luz —abrió la puerta y miró sonriente a la castaña— Disfrute de su comida y si necesita algo más no dude en llamarme, incluso si solo es hablar —cerró la puerta y se marchó.
Su partida dejó a una Victoria sin palabras parada en medio de la habitación sin saber cómo reaccionar ante el comentario del mayordomo.
—Pobre chica —dijo Benjamín en voz baja y con mirada triste mientras se alejaba—. Tan cambiada... Tan herida... Sí tan solo pudiese ayudarla, pero no me deja.
—Miente... —dijo Victoria mirando fijamente la puerta frente a ella con enojo—. Soy así, siempre he sido así y siempre seré así —su ceño se relajaba y su mirada se perdía, como si entrara en otro trance—. Debo ser así...
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