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Capítulo XX: Levantando sospechas

La tranquilidad del bosque era magnífica, aunque el sol abrasador aprovechaba el despejado cielo para calentar la tierra sin piedad, parecía no ser problema para el Sir Tobías y el Sir Nathaniel quienes cabalgaban calmadamente abriéndose paso a través de los árboles.

Ambos caballeros vestían sus brillantes, pero algo desgastadas armaduras debido a contiendas anteriores y sus respectivos cascos puestos.

El caballo de Tobías, aunque de aspecto similar al de Nathaniel, era más corpulento y portaba marcas blancas en sus patas delanteras que contrastaban su oscuro pelaje.

Nathaniel levanta su mano derecha y se quita el reluciente casco dejando ver su alborotado cabello naranja y algunas gotas de sudor en su frente.

—Menudo calor el que hace hoy, ¿no lo crees, Toby? —preguntó el pelirrojo mientras intentaba peinarse con la mano derecha enguantada.

—Y tu que nos haces venir al bosque desde el palacio —dijo Tobías con un tono serio.

—Te pregunté si estabas seguro de venir y dijiste que sí —se defendió Nathaniel.

—Lo sé, pero sabes cómo soy —Tobías se quita el casco.

—Sí, un peliblanco quejumbroso —dijo Nathaniel provocando la risa de Tobías.

—Ni siquiera haré el intento de negarlo —Tobías siguió riendo unos segundos más.

—Risitas, cálmate —exclamó Nathaniel con una sonrisa—. Ya llegamos —señaló hacia el frente.

Delante de ellos se podía apreciar la pintoresca cabaña de Dakota a tan solo un par de metros.

Al terminar de llegar, bajaron de sus caballos y los ataron a un barandal cerca de los escalones de la entrada.

—¿De verdad crees que está aquí? —preguntó Tobías susurrando.

—Ya te he dicho que mis corazonadas nunca fallan —respondió susurrando al igual que el peliblanco.

Nathaniel subió los escalones seguido de Tobías y tocó la puerta tres veces.

—¿Quién es? —la voz de Dakota se escuchó al otro lado de la puerta.

—El pelirrojo de tu mejor amigo y un criminal en extremo peligroso —dijo Nathaniel.

—Ja ja ja —Tobias ríe sarcásticamente.

Dakota abre la puerta y los ve a ambos con curiosidad para luego soltar una leve risa, salir y cerrar la puerta detrás de él.

—¿Un criminal en extremo peligroso? Es amante de los gatos, en especial si son pequeños —aclaró Dakota.

—Que te digo, me encantan —afirmó Tobías.

—Sí, sí, lo que digas —Nathamiel intervino en la conversación—. ¿Cómo estás? ¿Cómo amaneciste? —le preguntó a Dakota.

—Excelente, pero ¿qué los trae por aquí? —preguntó curioso Dakota.

—Pues hay guardias replegados por todo el pueblo capital buscando a cierta princesa, ¿la has visto? —respondió el pelirrojo con otra pregunta.

—¿Quién? —Dakota parecía confundido ante la pregunta.

—Ahg, no te hagas —exclamó Tobías soltando una leve risa.

—Sabemos que está aquí —Nathaniel se cruzó de brazos con una pequeña sonrisa de lado-. No nos mientas, tortolito.

—¿Yo mentirles? —exclamó Dakota con notorio sarcasmo y su mano derecha en el pecho—. Me decepcionan, señores. Creí que éramos amigos, no pensé que me llamarían mentiroso.

—¿Viste esto, Tobías? —preguntó mirando al peliblanco—. Nos miente en nuestra propia cara —vuelve a mirar a Dakota y levanta su mano derecha para comenzar a enumerar—. Aparte de ladrón, traficante, no pasa el dato, mal chismoso, ahora resulta ser mentiroso.

—¡Mal chismoso! —Tobías no contuvo la risa y comenzó a reír escandalosamente, esto provocó las carcajadas de Dakota y Nathaniel.

—¡Tobías! ¡Contrólate que te vas a ahogar! —dijo Dakota entre risas.

Tobías se cubrió la boca para tratar de contener la risa, pero Nathaniel no lo iba a dejar tranquilo.

—¡Tobías! ¡No te me vayas, Tobías! —exclamó Nathaniel generando más risas de parte de Tobías cuyo rostro comenzó a tornarse rojo—. ¡Respira, Tobías! ¡Respira! ¡No te mueras!

—¡Nathaniel, ya deja al niño! —exclamó Dakota quien seguía riendo.

Tobías decidió bajar los escalones para alejarse de Nathaniel y así recuperar el aire que perdió al reír tanto. En ese momento, alguien abre la puerta de la cabaña.

—¿Por qué hay tanto escándalo aquí afuera? —inquirió Joseph.

La risa de Nathaniel cesó, giró su cabeza y observó a Joseph, pero aún conservaba su sonrisa.

—Señor Montero, el niño peliblanco tiene un ataque de risa —explicó Nathaniel.

—Con el tono de voz tan grave no parece un niño —dijo Joseph.

—Oye —Dakota golpea suavemente con su puño cerrado la pechera de la armadura de Nathaniel—. Dile a Tobías que adentro les esperan unas copas de vino —se da la vuelta—. Vamos padre, ayúdame a traer más vino —entra a la cabaña seguido de su padre quien deja la puerta abierta.

—Pueden sentarse en la mesa del comedor cuando entren —dijo Joseph antes de continuar caminando detrás de su hijo

—De acuerdo —exclamó Nathaniel con una sonrisa.

Después de que padre e hijo ya no estaban a la vista, la sonrisa de Nathaniel desaparece, se quedó observando la puerta abierta unos segundos para luego ir con Tobías quien lo veía acercarse.

—Tenías razón, está aquí —comentó Tobías con una mirada seria.

—Te dije que mis corazonadas nunca fallan —destacó Nathaniel.

—¿Y ahora qué? No lo interrogarás frente a Dakota, ¿o sí? —preguntó Tobías.

—Si lo hago Dakota no me volverá a hablar nunca, sobre todo si lo acuso de robo, pero tenemos que hacerle saber que lo estamos vigilando —contestó Nathaniel.

—¿Y como lo haremos? —dijo Tobías confundido.

—Ya verás —Respondió Nathaniel.

El pelirrojo comenzó a caminar hacia los escalones seguido de Tobías. Subieron y entraron a la cabaña.

Tobías observó todo a su alrededor, eran muy pocas las veces que el peliblanco entraba en la cabaña de Dakota, no porque jamás lo invitaron a ir, sino porque debía estar siempre en la entrada principal del reino, la cual queda a unos dos pueblos de distancia, demasiados kilómetros como para contarlos.

—Para ser el hogar de una familia cuya profesión es la herrería, está demasiado ordenado el lugar —exclamó Tobías.

Eran muy pocas las veces que el caballero peliblanco entraba al hogar de los Monteros, su labor siempre lo mantenía en la entrada principal del reino, por eso le resultaba intrigante que se mantuviera tan pulcro sabiendo que los que vivían allí eran herreros.

—Dakota lo mantiene ordenado, o por lo menos esta parte. El taller es otra historia —dijo Nathaniel intentando quitarse la pechera de su armadura.

—¡Hemos vuelto! —decía la voz de Joseph mientras se acercaba a los caballeros desde un pasillo—. Y traemos vino.

—Vengan, señores -pronunció Dakota—. Son pocas las veces en que estamos juntos pasando el rato, así que venid a tomar un poco de vino.

—Jamás le diría que no a una copa, vamos Tobías —Nathaniel caminó hasta Dakota y Joseph.

Tobías se puso a pensar un par de segundos y luego reaccionó, puso una sonrisa en su rostro y comenzó a caminar hacia ellos.

El padre buscó copas de madera y comenzó a servir el vino mientras que se acomodaban en las sillas del comedor. Todos tomaron sus copas y comenzaron a beber, contar historias, chistes y Joseph desvelaba algunas travesuras que su hijo y sus amigos caballeros habían hecho en los días de su juventud.

Entre risas y anécdotas surgió una pregunta en la conversación.

—Oigan —dijo Tobias llamando la atención de todos—. No es por nada, pero ¿dónde está la princesa?

—Está dormida en la habitación de arriba —respondió Dakota.

—¿La tuya? —pronunció dudoso Nathaniel.

—Era la mía o la de mi padre y ni en broma dejaré que duerma en la de él, además de que Artemis seguro está dormida allí —explicó Dakota para luego darle un último sorbo a su copa.

—Ah ya —exclamó Tobías.

—Oye, ¿me permites usar el baño? —preguntó el pelirrojo.

—Seguro —contestó Dakota.

—Bien —Nathaniel se levanta—. Ya vuelvo —comenzó a caminar hacia la puerta de entrada, la abrió y salió.

Una vez afuera, comenzó a caminar hacia un baño exterior, este era como una minúscula habitación separada de la cabaña, sus paredes de madera al igual que el techo, estaba rodeada de plantas y algunas rocas, además de tener tres escalones que llevaban a la puerta del mismo material de sus paredes.

Nathaniel se detuvo en seco, miró por encima de su hombro hacia la cabaña para asegurarse de que ninguno de los Montero lo viera. Luego miró a su alrededor y comenzó a caminar al patio trasero de la cabaña con cautela para no ser oído.

Después de caminar un par de metros, contempló a tres corceles: Orión, el fiel caballo de Dakota; Odín, el oscuro equino de Joseph; y al fuerte equino de pelaje blanco de Dalilah. Los tres estaban atados a un barandal mientras comían algo de hierba seca amontonada.

Desvió la mirada de los caballos y observó aquella enorme carreta de madera cerca de la cabaña. Sabía que esa dicha carreta no pertenecía a Dakota, era de su padre. Sin pensarlo se acercó a esta, notó que tenía un enorme y pesado manto tejido y de color carbón asegurado con sogas para que no se moviera.

Nathaniel extendió su mano y levantó levemente la tela temiendo encontrar cualquier cosa que lo haga afirmar su corazonada

—«Por favor, Joseph... Que no seas tú» —pensó.

Terminó de levantar el manto, pero no encontró nada. Intentó levantar mas el manto, pero debido a la sogas no pudo alzarlo más. Tampoco quería desatarlo ya que sospecharían que alguien lo movió, así que se agachó y acercó su rostro tratando de ver más allá.

Al hacer eso logró divisar un objeto en el centro, parecía ser una funda o algo similar a ello. Metió su mano para intentar tomarlo, lo tocó con la punta de sus dedos, pero una melodiosa voz evitó que lo sacara.

—¿Sir Nathaniel? —pronunció Dalilah asomada en la puerta trasera de la cabaña haciendo que Nathaniel levantara la mirada— ¿Que hace aquí?

Nathaniel se quedó paralizado por unos instantes mientras pensaba qué hacer y qué decir. Sacó su mano de debajo del manto y caminó hacia Dalilah sonriente.

—Muy buenos días, princesa. ¿Cómo se encuentra el día de hoy? —trató de disimular.

—Bien —tomó un fleco de su cabello y comenzó a enrollarlo en el dedo índice de su mano derecha— ¿Estoy en problemas?

—Por su puesto que no, pero la reina está preocupada por usted. Replegó a toda la guardia real en su búsqueda desde anoche

—Uy —Dalilah desvió la mirada—. No quería causar tanto revuelo, solo quería respirar un poco y alejarme del palacio.

—¿No te gusta tu vida de princesa? —preguntó Nathaniel.

—No es que no me guste, digo, ya estoy acostumbrada a la realeza, pero ayer pues... Solo quería alejarme de todo.

—Entiendo, pero para la próxima por lo menos diga a dónde va, la reina en verdad está angustiada —Nathaniel se cruzó de brazos-. Debes regresar.

—Lo sé —Dalilah se dió la vuelta y abrió la puerta—. ¿Vienes?

—Tranquila, los Monteros me están esperando al frente, en el comedor de hecho.

—Entonces nos vemos allí —dijo Dalilah con una sonrisa para luego entrar y cerrar la puerta.

Nathaniel rápidamente camina a la carreta e intenta por última vez sacar aquel objeto que le causaba intriga, pero no lograba alcanzarlo, miró a su alrededor en busca de algo, una rama, una bara, algo que lo ayudara a sacar dicho objeto, pero no vió nada.

Retiró su mano y regresó al frente para entrar nuevamente a la cabaña.

—He regresado —dijo Nathaniel al caminar hacia el comedor donde estaban todos, incluyendo a Dalilah quien estaba sentada junto a Dakota.

—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó Dakota.

—¿El vino te cayó mal, pelirrojo? —bromeó Joseph entre risas mientras Nathaniel se sentaba en la silla que quedaba frente al señor Montero.

—No, solo perdí algo y lo estaba buscando —colocó sus manos con los dedos de sus entrelazados sobre la mesa—. Resulta que estaba en la carreta.

La risa de Joseph cesó, pero no quitó la sonrisa. Solo frunció levemente el ceño mientras observaba el rostro serio de Nathaniel.

—¿En mi carreta? —preguntó el señor Montero.

—Si la carreta que está atrás es la suya, entonces sí. En su carreta —aclaró Nathaniel.

La sonrisa que portaba Joseph en su rostro se borró, miró a Nathaniel de arriba abajo tratando de descubrir si revisó o no la carreta, pero la relajada expresión de Nathaniel no le daba ninguna pista.

El pelirrojo tal vez no habrá encontrado nada para culparlo, pero quería ver qué pasaba si le hacía creer que sí había visto algo.

Intercambiaron miradas por unos instantes tratando de descifrar las emociones y secretos detrás de las expresiones serias que tenían en sus rostros

—Sir Nathaniel —Dalilah los interrumpió—. Tenemos que irnos antes de que alguien más venga.

Nathaniel gira su cabeza para verla dedicándole una sonrisa.

—Tiene razón, Nathaniel -admitió Tobías—. Debemos irnos.

—Será mejor hacer eso —Nathaniel se levanta de su asiento—. Vámonos, Toby y Lady.

Nathaniel y Tobías tomaron sus pecheras, se las colocaron y luego Nathaniel se dirigió a la puerta de salida seguido de Tobías y Dalilah quien caminaba abrazada con Dakota. Sin embargo, el señor Montero se quedó sentado viendo seriamente como el pelirrojo se alejaba.

Los jóvenes salieron de la cabaña y comenzaron a despedirse.

—Buscaré su corcel —se ofreció Tobías.

—Se encuentra atado atrás —señaló Dalilah.

—De acuerdo —Tobias bajó los escalones y caminó en busca del caballo de la princesa.

—Mientras esperamos al niño podemos hablar de lo que pasó entre ustedes —propuso Nathaniel.

—No pasó nada —aseguró Dalilah sin dejar de abrazar a Dakota.

—¿Cómo que no? —preguntó Nathaniel.

—La princesa te dice la verdad, no pasó nada —Dakota corrobora el alegato de Dalilah.

—¿Nada? ¿Ni un besito? —siguió interrogando el pelirrojo.

—Nada de nada -dijeron los tortolitos al unísono.

—No les creo que no haya pasado nada —Nathaniel se cruza de brazos—. O sea, espero que, si llegó a pasar algo, no haya cruzado límites... ¿Me captan?

—Vamos, Sir Nathaniel. Soy una princesa, conozco las reglas. No se cruzaron límites —aseguró Dalilah.

—Pero... ¿Ocurrió o no ocurrió nada? Detalles, necesito detalles —Nathaniel seguía intrigado.

La cara de curiosidad mezclada con la confusión en el rostro del pelirrojo provocó la risa de la princesa y el herrero.

—Solo digamos que entre tú con Sasha y yo con ella —Dakota le da un pequeño beso en la mejilla a Dalilah—. Nosotros estamos un poco más adelante.

—Pero no tanto como para romper las reglas —aclaró Dalilah.

Nathaniel sonríe por el tierno gesto que acababa de presenciar.

—Que ternuritas son. En serio —decía Nathaniel mientras Tobías llegaba con el caballo de Dalilah.

—Ya podemos irnos —comentó Tobías.

—Primero usted, princesa —dijo Nathaniel apartándose del camino y haciendo una leve reverencia mientras señalaba con ambas manos los escalones para que Dalilah bajara.

—Gracias, caballero —Dalilah giró levemente su cuerpo hacia Dakota, elevó su mano derecha, la colocó en la nuca de Dakota y acercó el rostro del herrero al suyo para besarlo dulcemente—. Nos vemos otro día, guapo. Me aseguraré de que te inviten al cumpleaños de Sasha.

—Y yo me aseguraré de estar libre para bailar contigo bajo la luz de la luna, hermosa —coqueteó Dakota.

—¿Por qué Sasha y yo no somos así? —Soltó Nathaniel.

Dalilah se apartó de Dakota sutilmente y se acercó al pelirrojo.

—No pierdas la esperanza, seguramente pronto estarán juntos —comenzó a bajar los escalones—. Ahora vámonos antes de que se haga más tarde.

—Adios, herrero —dijo Nathaniel para luego bajar los escalones.

—Nos vemos, vaquero y criminal —se despidió Dakota de sus amigos.

—Ja ja —Tobías supo que se refería a él—. Adiós —exclamó con una sonrisa.

Los dos caballeros y la princesa se subieron a sus corceles y comenzaron a cabalgar, alejándose poco a poco de la cabaña.

Dakota se mantuvo de pie observando sonriente como se iban del lugar mientras que, a través de una ventana, Joseph miraba con enojo e intriga al pelirrojo.

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