Capítulo XVII: Bajo la luna
La noche se acercaba lentamente, en el horizonte se podía observar como poco a poco el sol se despide del reino pintando de amarillo, naranja y rojo un bello atardecer que también portaba pinceladas moradas que rozaban con el cielo nocturno.
En el taller de Dakota, él se encontraba junto a Diana trabajando en los pedidos del duque y el conde. Dakota terminaba de pulir las estatuillas de plata del duque con la forma de la cabeza de un lobo y Diana llevaba uvas hechas de hierro en una bandeja con rendijas para un baño de plata.
Dakota se secaba el sudor de su frente con una camisa vieja mientras veía a Diana sudada y con la ropa manchada de carbón levantando con firmeza un caldero pequeño, pero repleto de plata derretida. La sostenía con guantes de cuero gruesos debido a la alta temperatura que este material presentaba. Ella derramó todo el líquido encima de las uvas de hierro y gracias a las hendijas de la bandeja, la plata se esurria hasta otro caldero que se encontraba debajo. Luego de terminar el baño de plata, posicionó el caldero en un fogón apagado y con rapidez quitó las uvas con tenazas antes de que se secara el material y las lanzó en un balde con agua que tenia cerca de la falda de su vestido para que se templaran.
—Debo decir que trabajas bien —admitió Dakota de brazos cruzados viendo a Diana terminar su labor.
—Gracias —dijo Diana terminando de colocar todas las uvas en el agua.
Diana, al terminar, se quitó los guantes y sacó del agua cada una de la piezas que elaboró, las colocó en una bandeja normal y se quitó el sudor de la frente.
—Ya he terminado las piezas —anunció Diana mientras retrocedía y se daba la vuelta para ver a Dakota.
—Ya veo —Dakota puso su mano derecha en el hombro de Diana—. Debo admitir que no creí que lo hicieras bien, pero reconozco que me equivoqué. Tu trabajo es muy pulcro y a decir verdad, es hermoso —confesó Dakota.
Diana se sonroja y se cubrió el rostro con ambas manos, no podía creer que Dakota Montero dijera que su trabajo era pulcro y hermoso.
—¡Gracias! —quitó las manos de su rostro y las posicionó cerca de su barbilla con los dedos entrelazados—. Viniendo de tí significa mucho.
—¿Viniendo de mí? —preguntó Dakota confundido.
—Sí —Diana, aún ruborizada, acomodó un fleco de su cabello detrás de su oreja izquierda—. He visto y trabajado con cientos de herreros a lo largo de mi vida y tu en especial eres uno de los mejores que he tenido la suerte de conocer.
—Solo llevamos unas horas de conocernos —aclaró Dakota.
Diana suelta una pequeña risa y lleva su mano detrás de su nuca.
—Tu me conoces de unas horas, yo te conozco de hace años —explicó Diana y bajó su mano—. De entre los herreros del reino, la familia Montero siempre ha destacado por su trabajo tan pulcro, fino, único y original, todas las obras de tu familia desbordan creatividad, ¡pero debo decir que jamás había visto o siquiera oido hablar de bancos con decorados frutales de hierro revestidos de plata!, sin duda alguna de los Monteros y herreros en general eres el más creativo -confesó.
—Hmm —Dakota se sonrojó levemente, sentía algo de pena por lo que su nueva compañera de trabajo había dicho, desvió la mirada girando levemente su cabeza a la izquierda y puso su mano en la nuca—. Gracias, no estoy acostumbrado a que me digan esa clase de cosas.
—Eso es una lástima —Diana se acerca a él para verle el rostro—. Eres alguien que merece esa clase de cumplidos y más —le dedicó una tierna mirada acompañada de una dulce sonrisa.
Esto provocó que Dakota también sonriera, Diana tomó las manos ásperas del herrero e intentó acariciar su rostro, pero Dakota se apartó.
—Somos compañeros de trabajo, no amantes. Que te quede claro —advirtió Dakota con el ceño fruncido, Diana soltó una risa nerviosa mientras que sus mejillas volvían a sonrojarse más que antes.
—Perdón —Diana no dejaba de reír nerviosamente—. Es que adoro tu trabajo y que me hayas dicho que mi trabajo es pulcro y bello me ilusionó, creo que me dejé llevar un poco, en verdad lo siento —su risa cesó e hizo un leve puchero—. No me despidas.
—No te voy a despedir, solo limítate —dijo Dakota.
Diana asintió y de la nada comenzó a escucharse el sonido de alguien tocando la puerta. Dakota camina hasta la misma y en el instante en que abrió la puerta, una mujer rubia comenzó a abrazarlo fuertemente. Fue tan rápida que Dakota no logró verle el rostro, pero cuando el aroma a miel de su suave cabellera inundó sus fosas nasales supo inmediatamente quien era.
—¿Dalilah? ¿Que sucede? —preguntó tratando de levantar su rostro con sus dedos para poder verla a los ojos.
—¡Odio estar en el palacio! —exclamó con notoria frustración, mientras escondía su rostro en el pecho de Dakota.
—¿Que pasó? Dime —insistió Dakota quitando algunos flequillos de la frente de Dalilah quien levanta la mirada, sus ojos estaban algo húmedos, pero llenos de furia.
—¿Que pasó? ¿¡QUE PASÓ!? ¡FUÍ HUMILLADA DELANTE EE LA CORTE REAL! ¡Quedé como una niña que no soporta que le digan nada! Y todo por culpa de Victoria ¡Yo ni siquiera quería la corona! —Dalilah volvió a hundir su cabeza en el pecho de Dakota con fuerza para soltar un grito de frustración.
Dakota comenzó a acariciarle el cabello con delicadeza y la abrazaba con su brazo libre, Diana observaba la bonita escena, pero no demostraba una sonrisa, de hecho parecía entristecer un poco.
—Oye —Dakota hablaba con ternura—. Ten calma, ¿sí? Con gritos no te voy a entender nada, pero si necesitas liberar tu frustración creo que podemos ir a un lugar más privado donde incluso podrás romper cosas si así lo deseas, luego podemos hablar si es lo que quieres, ¿que opinas?
Dalilah levantó la mirada, pero ya no tenía ira en sus ojos, solo estaban humedecidos y una pequeña sonrisa iluminaba su rostro.
—Me encantaría —admitió Dalilah.
—Que bonitos se ven los dos —comentó Diana llamando la atención de ambos.
—¿No eres la chica que estaba en la enfermería con Nathaniel? —preguntó Dalilah.
—Sí —Diana se acercó a los dos-. Dakota me ofreció un trabajo como herrera aquí en su taller —explicó para luego mirar a Dakota sonriente—. El jefe de la guardia me dijo que habló con el Sir Tobías para que su familia me guardara un lugar en su posada mientras me instalaba en el pueblo.
—De acuerdo, ¿necesitas ayuda para ir allá? —preguntó Dakota.
—No te preocupes por mí, estaré bien —aseguró Diana acercándose a la puerta—. Además, ya me dió indicaciones de como llegar ahí. Nos vemos mañana —se despidió agitando su mano de un lado a otro mientras caminaba dejando solos a Dakota y Dalilah.
—No sabía que había mujeres herreras —comentó Dalilah.
—Las hay. Muy pocas, pero las hay —Dakota acarició la mejilla de Dalilah—. ¿Nos vamos de aquí?
—Sí —asintió sin dudar—, no me gustaría que me vieran los guardias.
—En marcha entonces —dijo Dakota.
Dakota le proporcionó a Dalilah su capa oscura con la cual escondería su rostro y su vestimenta para no ser vista por los guardias y plebeyos del lugar. Salieron del taller y se movilizaron con rapidez, Dakota en su caballo y Dalilah en el suyo, ambos galopando sin detenerse para salir del pueblo.
Tomaban atajos, saltaban vayas y no bajaban la velocidad. Esto le traía buenos recuerdos a Dakota de cuando jugaban a las carreras, solo que esta vez era sobre caballos. El giraba su cabeza para ver a Dalilah, podía notar su sonrisa en el rostro y escuchar su risa, esto lo hacía sentir mucho más feliz.
Siguieron cabalgando hasta salir del reino, lograron evadir a los guardias de la entrada ya que estos estaban distraídos jugando a las apuestas. Aprovecharon el momento para salir sin ser vistos y se adentraron en el oscuro bosque acompañados de los sonidos de grillos y búhos e iluminados únicamente por la luz de la luna mientras galopaban con tranquilidad a la mitad de la noche.
—Entonces, Dalilah. ¿Me contarás lo que pasó? —preguntó Dakota.
Dalilah suspiró y negó con la cabeza.
—No lo sé —dudó.
—No te voy a presionar si no quieres, pero tienes que decirme algo. No te puedo ayudar si no me dices nada —dijo Dakota.
Dalilah lo pensó un momento, no sabía si decirlo o no, respiró profundamente y luego decidió hablar.
—Está bien —Dalilah comenzó a ver a Dakota— La reina convocó una reunión en el salón de la corte, vinieron muchos nobles, cortesanos, servidores, personas de la alta sociedad. Empezó a hablar acerca de una sequía que amenaza a los reinos vecinos y una nueva enfermedad que está surgiendo.
—¿Sequía y enfermedad? —repitió Dakota incrédulo.
—Sí, teme que lleguen al reino estás desdichas y dice que ella no es capaz de manejar esa situación, que es una mujer mayor y que sus hijas tienen una nueva visión, una más fresca, una mejor educación... Y decidió abdicar —Dakota se impactó al escuchar eso, pero no dijo nada para no interrumpir a Dalilah—. Dijo que escogerían a la siguiente reina de entre sus hijas, incluyendome. Mandó a sentar a Leicy por ser muy joven y la elección quedó entre Sasha, Victoria y yo... Y allí fue cuando pasó —Dalilah bajó la mirada y se enfocó en las riendas de su caballo.
Estuvieron en silencio unos segundos mientras terminaban de llegar a la cabaña, la cual estaba frente a ellos. Se detuvieron y ataron sus caballos al barandal de la entrada, Dakota se acerca a ella y la toma de la mano para sentarla a su izquierda en un banco que estaba en el porche.
—Sigueme contando —dijo Dakota y Dalilah asintió.
—Sasha parecía nerviosa al igual que yo, pero Victoria se veía más confiada y se notaba que quería la corona o al menos así lo pensé al principio —comentó y se quitó la capucha de la oscura capa—. Habló ante todos y dijo que sería un grave error escogerme o siquiera tenerme como opción para ser elegida la futura reina porque no soy hija legítima de la reina, además que no tengo experiencia ni la capacidad o siquiera el espíritu necesario.
—¿Grave error? —repitió Dakota— No, ella se equivoca ¿¡y que más da si eres o no hija de la reina!? Serías mucho mejor que ella —se cruzó de brazos enojado.
—Concuerdo con ella —confesó Dalilah cabizbaja.
—¿¡QUÉ!? —exclamó Dakota al escucharla.
—Dijo que es un peligro que alguien que ni si quiera sabe quien es no podría manejar bien un reino y tiene razón... No me conozco, no sé quién soy, no sé que soy o no capaz de hacer y el simple hecho de que me quedara en blanco y que no se me ocurriera nada para objetar demuestra que no tengo madera para eso —Dakota relaja los brazos y entristece un poco por su amiga quien desvió la mirada—. Y huir del lugar solo se los confirmó a todos, incluído mi padre. Ya es duro ser un plebeyo y portar un título de la realeza, pero que tú hija huya de la corte real porque no soporto nada de lo que le dijeron... Seguro que decepcioné a mi papá —una lágrima corría por su mejilla.
—Oye —Dakota colocó delicadamente su mano derecha en la barbilla de Dalilah e hizo que volteara a verlo—. Que no se turbe tu corazón —secó la lágrima con el pulgar —No tomes en serio lo que dijo y no te preocupes por tu padre, el sabe lo que sufres, no te culpará.
—Aun así me siento impotente por haberme quedado en blanco y permitir que ella dijera lo que quisiera —confesó Dalilah.
—Haberte hablado así frente a todos sabiendo lo que te pasó y lo que sufres ahora, solo habla mal de ella. Cayó muy bajo y de seguro los demás lo vieron, no te desanimes o te sientas mal por no haber dicho nada —Dakota acomodó un flequillo del cabello de Dalilah detrás de su oreja y acercó su rostro—. Solo recuerda esto: eres valiente, inteligente, carismática, cariñosa, amorosa, gentil, honrada, jovial, honesta, servicial, caritativa, piadosa, hábil, ágil, arriesgada, risueña, soñadora, triunfadora... Eres Dalilah y como tú no hay nadie —acercó su rostro aun más y depósito un dulce beso en su frente para luego separarse de ella y guiñarle un ojo—. Que no se te olvide, amor.
Dalilah se sonroja y sonríe, levantó su mano derecha y empezó a acariciar la mejilla de Dakota, su tacto era tan cálido para él que levantó su mano y la apoyó sobre la de Dalilah.
—Me arrepiento —dijo Dalilah retirando su mano y colocándola en la nuca de Dakota.
—¿De qué? —preguntó Dakota.
—De no haber hecho esto aquel lunes —acercó el rostro de Dakota con la mano que había puesto detrás de su nuca y juntó sus labios con los de él.
Dakota tensó su cuerpo, no esperaba que fuera ella quien diera el paso, pero poco a poco fue relajándose y cerrando sus ojos dejándose llevar por el momento.
Para Dakota, el dulce sabor a fresa silvestre de los labios de Dalilah era como ningún otro, se deleitaba con cada segundo que duraba el beso. Levantó su mano y la pasó por el costado derecho del cuello de Dalilah y metió sus dedos en el rubio cabello de su amada, era tan suave y su aroma a miel era fantástico.
Por otro lado, Dalilah estaba nerviosa, jamás había besado a nadie antes y también se sorprendió de haber sido ella la que se lanzara por el beso, esto generaba en ella una gran duda, nerviosismo, incomodidad y ganas de retirarse, pero cuando sintió que Dakota se relajaba y después el aspero, pero cálido tacto de la mano de Dakota en su cuello todos sus nervios y problemas se alejaron. Finalmente pudo disfrutar del momento y saborear los húmedos labios de Dakota y su casi inexistente olor a humo combinado con metal derretido, cuero y madera quemada.
Ambos separaron sus labios para respirar, se miraron a los ojos y sonrieron.
—Dalilah... Te amo —confesó Dakota.
El corazón de Dalilah se aceleró al escuchar eso y sus mejillas se calentaron mostrando un rubor rosa bastante delicado.
—Yo también te amo, Dakota —admitió Dalilah.
Ambos se acercaron nuevamente para volver a besarse y seguir disfrutando del sabor del otro ahí sentados en una banca en el porche de la cabaña, en el medio del bosque, a mitad de la noche y bajo la luz de la luna.
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