Capítulo XIX: Carla
El sol comenzaba a salir indicando el inicio de un nuevo día sobre el reino de Nordelia. Las personas en todos los pueblos del reino abrían sus ventanas y se preparaban para dar inicio a sus labores cotidianas.
En el bosque, cerca de las afueras del reino, Joseph, su fiel compañera Artemis y su gran corcel Odín con una carretilla con sacos. Cabalgaban tranquilamente camino a la cabaña donde ahora habitaba su hijo.
Escuchaba las aves trinando y sentía los fríos vientos de la mañana mientras se acercaba poco a poco para ver a Dakota, aunque su expresión no transmitía felicidad o tristeza, solo seriedad.
—Ya van dos pueblos... faltan tres —suspiró con frustración—. Ya quiero que acabe esto.
Artemis, quien estaba en la carretilla sentada, ladra al sentir que su dueño estaba cansado y estresado con los asuntos pendientes que tenía.
—Perdón por traerte conmigo en esta ocasión, pero sé como te pones cuando estas sola y hay tormenta —se disculpó con Artemis quien vuelve a ladrar para luego recostarse.
Faltaban tan solo un par de minutos para que llegara a la cabaña, Joseph la podía ver a lo lejos. Él tan solo quería llegar, guardar el cargamento y descansar, había sido una larga noche.
Mientras tanto, los dorados rayos de la inmensa estrella se abrían paso a través de las ventanas de la cabaña de Dakota, estos rayos solares tocaban el suelo de madera y algunas sillas de la sala, lugar donde se encontraban Dakota y Dalilah sentados en el suelo sobre unas sabanas oscuras mientras reían.
Dakota tenía un pedazo de carbón afilado y hojas de pergamino sobre el cual dibujaba, cosa que parecía ser imposible ya que Dalilah lo distraía con chistes y anécdotas de su vida como noble.
—Ese día se suponía que Renata y Luis iban a ayudarme, pero el rey convocó una junta en su corte real y los padres de los hermanos los llevaron al palacio. Me tocó organizar la fiesta sola —relataba Dalilah.
—¿Tuviste que organizar toda la fiesta tu sola? ¿Sin la ayuda de nadie? —preguntó Dakota parando los trazos que hacía sobre el pergamino.
—Cuando digo sola realmente quiero decir con varios sirvientes, pero técnicamente estaba sola y sin saber que hacer. Prácticamente grité de emoción cuando Renata y Luis volvieron. Todo salió bien al final —concluyó Dalilah.
—Por lo menos salió bien —dijo Dakota retomando el dibujo.
—Sí —Dalilah colocó su mano en la nuca sobando la marca de aquel golpe que la hizo perder la memoria—. Excepto que me caí por la escaleras y me golpee en la cicatriz, por suerte fueron solo un par de escalones.
—¿Te golpeaste? ¿No te pasó nada? —inquirió Dakota fijando su mirada en Dalilah.
—En lo absoluto, fueron solo un par de escalones —retiró su mano de la nuca—. Además, fue la excusa perfecta para retirarme, ir a mi habitación y comer chocolate en mi cama mientras leía mi diario.
—De niña también usabas un diario. Ahí anotabas todas las cosas que te pasaban —Dakota sopló el pergamino botando algunas virutas de carbón.
—Es el mismo diario... Doki —Dalilah soltó una pequeña risa.
Dakota suelta el trozo de carbón repentinamente al escuchar eso, se pasó la mano por el rostro, luego colocó su mano en la barbilla con el pulga y el dedo indice cerca de la boca mientras le lanzaba a Dalilah una mirada seria con los ojos a medio cerrar, esto solo provocó que Dalilah riera un poco mas fuerte, juntando sus manos y reclinándose un poco hacia atrás.
—¿De todas las cosas que pudiste escribir en ese diario decidiste escribir "Doki"? —preguntó Dakota con seriedad.
—Esa es una información de alta importancia —comentó Dalilah entre risas.
—Está bien, está bien —Dakota sonríe—. Si me vas a llamar "Doki", entonces te llamaré "Lila" —dijo Dakota.
—No me voy a molestar por ello. De hecho suena bien, me gusta —admitió Dalilah sonriente.
—Pues esto te va a gustar más —Dakota levantó el pergamino dándole la vuelta para mostrarle la ilustración a Dalilah.
En el pergamino se reflejaba un retrato casi realista de ella, tenía efecto de luz y sombra. El cabello ondeaba dándole movimiento, los ojos tenían puntos blancos que le daban vida a su mirada acompañada de una delicada sonrisa y sobre su cabellera estaba ilustrada una corona de flores.
Dalilah, al ver el dibujo, quedó boquiabierta. Tomó el pergamino con ambas manos y lo acercó a ella para ver cada detalle.
—Wow... Esto e-es... increíble -Dalilah seguía admirando el dibujo mientras que Dakota sonreía al verla—Soy yo... ¿Como es posible que me retrataras tan bien?
En ese momento, Joseph, quien se bajó de su caballo, subía las escaleras para abrir la puerta, pero la voz de Dakota lo detiene.
—Mi padre me enseñó lo básico, necesitaba saber dibujar para hacer los diseños y modelos de las armas, armaduras, ornamentos y demás cosas que se puedan forjar -Dakota se pasó la mano por el cabello y Joseph acerca su oído a la puerta-. Sin embargo, fue mi madre quien me adentró en el mundo del dibujo como tal, ella era diseñadora y una gran artista —explicó.
—¿Era? —exclamó Dalilah con curiosidad.
Dakota bajó la cabeza y guardó silencio unos segundos mientras escogía sus palabras.
—Ella... Falleció hace seis años en un accidente... Mi padre y ella estaban en una cascada mientras que yo buscaba fruta y... cuando volví vi como mi madre cayó al agua y no salió, al principio creí que solo quería asustarnos, pero luego mi padre se lanzó. Se quedó sumergido por un minuto o algo así, ya estaba preocupado así que solté la fruta y corrí hacia el agua. En ese momento mi padre la sacó y la recostó en el césped, trató de sacarle el agua de los pulmones presionando su pecho. La cabeza de mi madre sangraba sin cesar, intentamos de todo, pero —Dakota suspiró—. Nada funcionó. Mi padre y yo la levantamos y cabalgamos con ella al pueblo en un último intento por salvar su vida, pero llegamos tarde.
Joseph pudo escuchar cada una de las palabras de Dakota, su corazón se resquebrajaba al recordar aquel trágico día, su mente traía recuerdos vívidos de aquel día junto con las emociones sentidas: angustia, miedo, temor, tristeza. Estos recuerdos hicieron que sus ojos se humedecieran.
—Oh... Como lo siento yo... no lo sabía —exclamó Dalilah sin saber que decir.
—No te preocupes. Fue hace años, ahora estoy bien —dijo Dakota.
Dalilah colocó el pergamino con el dibujo a un lado y gateo hasta Dakota para darle un cálido abrazo. Acarició su cabellera y le plantó un beso en la mejilla.
—¿Estas seguro de que estas bien? —preguntó Dalilah con preocupación en su mirada y en voz baja.
—Contigo aquí a mi lado siempre voy a estar bien —respondió Dakota con una sonrisa.
Dalilah también sonríe y sigue acariciando el cabello de Dakota hasta que él levantó su mano, la colocó en la barbilla de Dalilah para acercarla y besarla en los labios.
El padre secó sus lágrimas con el borde de la oscura capa que tenía puede, respiró profundamente y luego levantó su mano diestra para tocar tres veces la puerta.
Los enamorados dejaron de besarse al escuchar los golpes de la puerta. Ambos dirigieron sus miradas a la puerta.
—¿Quién es? —preguntó Dakota en voz alta.
—Tu padre —respondió Joseph con felicidad.
Dakota se levantó del suelo junto con Dalilah quien comenzó a sacudir su vestido y arreglar su cabello. Dakota se acercó y abrió la puerta para dejar pasar a Joseph.
—Hola, hijo, ¿cómo te fue en la tormenta? —inquirió Joseph con una sonrisa mientras pasaba por la puerta.
—El taller casi se inunda, pero nada malo pasó —dijo Dakota al cerrar la puerta.
—¿Y la bella señorita quien es? ¿Interrumpo algo? —indagó con picardía.
—Padre, ella es Dalilah -contestó Dakota.
—¿Dalilah? ¿La niña? ¿La que se fue y ahora es princesa? ¿Esa Dalilah? —preguntó Joseph.
—La única y original -respondió Dakota.
Joseph dió un par de pasos hacia Dalilah mirándola de pies a cabeza con una amigable sonrisa.
—Vaya, cambiaste un montón, aunque tú rostro sigue siendo similar, solo que ahora eres mucho mas bella y hermosa —comentó Joseph.
—Gracias, es un gusto conocerlo de nuevo, señor Montero —correspondió
—¿De nuevo? Oh, cierto. Dakota me comentó lo de tu accidente. Lo lamento mucho —Joseph se quita la capa.
—No tiene por qué lamentarlo, señor —dijo Dalilah.
—Llámame Joseph o suegro, como desees —bromeó Joseph haciendo que tanto su hijo cómo Dalilah se sonrojaran y que esta última soltara una pequeña risa.
—Seguro, suegrito —Dalilah volvió a reír un poco más y luego Dakota se acercó a su padre.
—No te adelantes a los hechos, padre —Dakota se cruzó de brazos—. La última vez hiciste que la chica saliera corriendo.
—¿Tuviste parejas anteriores, Dakota? —preguntó Dalilah con intriga.
—¿Bromeas? Mi hijo es un Montero, no hay chica que no le ponga el ojo encima —presumía Joseph con una sonrisa.
—No le hagas caso a este viejo. Está loco de remate —aclaró Dakota provocando la risa de su padre quien se alejó de los dos—. Sí, hubo una chica, pero no sucedió nada ya que mi padre se emocionó mucho por así decirlo, tanto que terminó por agobiarla y escapó lo más rápido que pudo —soltó una leve risa.
—¿De verdad? —inquirió Dalilah.
—Sí, mi madre hasta lo regaño por ello. Aunque yo no estaba interesado en un compromiso, no era la indicada.
—Ah no... ¿Y quién será la indicada? —indagó con una pícara sonrisa.
—No sé quién será —caminó hasta Dalilah y colocó sus manos en la cintura de la rubia-, pero espero y deseo que seas tú.
—¡Oigan! —Joseph gritó desde la cocina interrumpiendo el pequeño momento romántico que tenían su hijo y Dalilah- ¡Tengo un hambre voraz! Haré un guiso de carne, ¿van a querer?
—Sabes que sí, padre —afirmó Dakota.
—¿Y Dalilah? ¿Va a querer? —siguió preguntando.
—Si no es molestia, me gustaría probarlo —dijo Dalilah.
—¡Perfecto! —exclamó Joseph.
—Mientras tanto iré al taller, ¿vienes, preciosa? —preguntó Dakota logrando sacarle una sonrisa a Dalilah.
—¡Claro! —dijo Dalilah.
Ambos se dirigieron al taller dejando a Joseph cocinando y pensando en los viajes, saqueos y en su difunta esposa. Recordarla hacía que la tristeza y el dolor volvieran a su ser, fue su más grande amor y la perdida más dolorosa que ha tenido. Recordaba aquellos momentos especiales que pasó con ella: la primera vez que salieron juntos, los paseos por el bosque, su boda, el nacimiento de Dakota, los viajes en familia y las caminantes que siempre tenían cuando iban a un campo de flores no muy lejos de allí.
—Carla... —sus ojos se humedecieron— Solo espero que donde sea que estés, entiendas el por qué hago esto —tomó el cuchillo y comenzó a cortar verduras.
Después de que la comida estuviera lista, los tres se reunieron en la mesa del comedor para disfrutar el guiso, conversar, contar historias, reír y ayudar a Dalilah a recordar como era su vida en el campo. Aunque lo que más destacaba de todos los temas eran las graciosas anécdotas de los viajes de Joseph junto con unas copas de vino que él mismo había servido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro