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Capítulo XI: El pozo

En la mansión del conde, Dakota se encontraba hablando con el duque y el conde mientras caminaban hacia la puerta. Habían hablado durante un buen rato acerca de los trabajos de herrería que le pidieron.

Dakota caminaba con el conde Andrés a su izquierda y a su derecha se encontraba el duque Marcos, sus trajes eran de telas finas y portaban insignias muy llamativas.

Los pisos de la mansión estaban pulidos, las paredes relucientes, aunque no se comparaban con las del palacio real.

Una vez que llegaron a la puerta, el conde y el duque se despiden de Dakota con cordialidad. Él estrechó su mano con la de los dos hombres para luego darse la vuelta y retirarse.

Elevó la mirada al cielo y vio que habían nubes algo oscuras y cargadas de agua que esperaban bajó unos cuantos escalones y se encontró con Nathaniel, Dalilah y con su fiel corcel Orión.

—¿Cómo te fué, herrero? —preguntó Nathaniel.

—Bien —Dakota se monta en su corcel—. El duque solo quería unas estatuillas de plata para su biblioteca y el conde quería bancos de hierro para su patio con decorados frutales de plata.

—¿Decorados frutales de plata? ¿Eso es posible? —preguntó Nathaniel.

—Es lo mismo que hacer las flores de plata, solo que en este caso son frutas.

—Eso quiero verlo —dijo Dalilah—. Nunca he visto bancos con decoraciones que no sean lazos.

—En mi taller tengo algunos modelos. Si quieres podemos ir allá y te los enseño.

—Me parece bien —dice Dalilah—. Vamos.

—¿Cómo que “vamos”, princesa? —dijo Nathaniel—. Mira el clima. Deberíamos regresar al palacio.

—Podemos ir rápido antes de que empiece a llover —dijo Dalilah.

—Este... Está bien, pero rápido porque el clima es traicionero —dijo Nathaniel.

Los tres cabalgaron un rato hasta llegar al taller. Durante todo el camino conversaban, bromeaban, reían, parecían ser amigos de toda la vida. Aunque hubo mementos en los que Dalilah se quedaba en blanco y su mirada se perdía, Dakota al verla así supo inmediatamente que algo pasaba, pero al estar Nathaniel presente no le dijo nada.

Finalmente llegaron al taller de Dakota, pero el ambiente no era tranquilo como siempre, habían guardias del pueblo y guardias reales a caballo.

—¿Que está pasando? —pregunta Dakota.

—No lo sé —dijo Nathaniel—. Déjame averiguar —cabalgó hasta el jefe de la guardia Esaú quien hablaba con otros guardias.

—Sir Esaú, ¿que sucede? ¿Por qué tanto ajetreo?

—Sir Nathaniel, hemos recibido un mensaje de parte de los guardias del pueblo vecino, el que está en el bosque.

—¿Qué mensaje?

—Un hombre a caballo ha hurtado las pertenencias y el oro de muchos plebeyos allá. Nos dijeron que era de capa oscura y su corcel igual, de hecho... Parece que también tiene nubosidad en un ojo.

—¿Capa oscura, corcel y nubosidad en un ojo? —mira de reojo a Dakota mientras que a su mente vienen imágenes de Joseph, luego ve a Esaú— ¿De casualidad es un hombre mayor y la nubosidad está en el ojo izquierdo?

Esaú lo ve con intriga al escuchar lo que dijo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Esaú.

Nathaniel vio el nublado cielo y suspiró para luego volver a ver a Esaú.

—Una corazonada. Iré con ustedes —Esaú asintió y Nathaniel se dió la vuelta para ir con Dakota y Dalilah.

—¿Que sucede Nathaniel? —pregunta Dakota.

—Un hombre asaltó a varias personas en un pueblo vecino. Debo ir.

—¿En serio? —dijo Dalilah.

—Sí, quédense en el taller un rato. Le avisaré a Tobias que te escolte al palacio antes de que llueva —dijo Nathaniel.

—De acuerdo —dijo Dalilah.

—Bueno. Lo único que te puedo decir es que atrapes al desgraciado que le robó a esas personas —dijo Dakota.

Nathaniel soltó una pequeña risa.

—Espero... —se despidió con la mano y se alejó de ellos— Espero que no sea la persona en la que estoy pensando —dijo para si mismo

Nathaniel se reunió con Esaú quien se montó en su caballo y todos los guardias comenzaron a galopar rápidamente para ir al pueblo que sufrió estos asaltos.

—Entonces... ¿Quieres pasar a ver algunos de mis trabajos? —preguntó Dakota.

—¡Claro!

Ambos se dirigen al taller, se bajan de sus corceles, los atan a un barandal y luego entran.

—Bienvenida al taller de herrería más antiguo del reino.

—Vaya —exlacmó Dalilah.

El taller tenía hermosas terminaciones de madera en las molduras, varias estatuillas de plata y bronce con formas de árboles, frutas, flores e incluso habia una estatuillas de Orión.

—Este lugar es muy lindo y acogedor —dijo Dalilah.

—¿No te resulta familiar?

—¿Yo estuve aquí antes? —preguntó Dalilah bajando su capucha.

—Varias veces cuando eras niña. Mi padre estaba encargado del taller mientras que tu y yo jugábamos al escondite en el patio.

—Es una lastima que no me acuerde de eso —Dalilah observa el suelo.

Dakota se da cuenta de que la mirada de ella se había vuelto a perder así que aprovechó que estaban solos para preguntarle si algo le pasaba.

—¿Estás bien? ¿Sucede algo? —preguntó Dakota.

—No, todo está bien.

—¿Estás segura? —Dakota insistió.

—Sí...

—Esta bien si no te sientes bien, estoy aquí para que me cuentes todo. Lo bueno, lo malo, las preocupaciones... Solo dime, ¿estás bien?

Dalilah suspira y ve a Dakota a los ojos.

—No es nada grave, es solo que aún no he logrado encajar en el palacio. Ninguno allá me presiona, pero igual debo dar la talla aunque no sea una heredera, el hecho de ser una plebeya de nacimiento hace que muchos en el mundo noble me juzguen.

—Siento que eres tu misma la que te presiona. La Dalilah que conocí también se presionaba, pero siempre tenía una sonrisa, no le importaba que los demás hablaran de ella por estar jugando con un varón en el lodo.

—Jugar en el lodo es una cosa y ser una princesa otra muy diferente —Dalilah se quita la capa dejando ver su collar con el zafiro—. ¿Jugaba en el lodo contigo?

—Sí. En los días lluviosos y cuando sacabamos agua del pozo sin que mi padre se diera cuenta —soltó una pequeña risa y caminó hasta Dalilah—. Ven.

Dakota empezó a caminar al patio trasero seguido de Dalilah, aquí se encontraba una fragua de piedra, en el suelo había tierra y en medio del patio un pozo de piedra lisa con un techo de madera del cual colgaba un balde de madera. Y como era de esperarse, este tenía decorados de hierro fundido como lo son flores y frutas que estaban en el techo o colgando del mismo simulando la caída de estos objetos.

—Wow —exclamó Dalilah.

Dakota se reclina del pozo mientras Dalilah mira el interior. Se podía observar el agua cristalina en el fondo.

—No debes tener problemas con el agua.

—En lo absoluto, pero eso es gracias a mi abuelo —metió su mano en los bolsillos de su pantalón y sacos dos piezas de oro—. Tu y yo decíamos que era el pozo de los deseos —le entrega una pieza de oro, pero Dalilah lo rechaza.

—No creo en los deseos —confesó Dalilah—. Después del accidente cada vez que veía una estrella fugaz o arrojaba monedas a los “pozos de los deseos” siempre pedía lo mismo y nunca se cumplía.

—Pero este es especial, este vio tu infancia, te vio reír, jugar y hasta crecer —tomó la mano de Dalilah, colocó la pieza de oro y la cerró sin soltar su mano—. Sé que es una tontería esto de los pozos de los deseos y las estrellas fugaces, pero no significa que tu deseo no se cumpla —Dakota colocó su mano derecha sutilmente sobre la mejilla de Dalilah—. Yo te ayudaré a que ese deseo se cumpla.

Dakota ve dulcemente a Dalilah, mientras que ella se perdía en su mirada, esas palabras lograron entrar en su corazón, ella sentía como sus mejillas se calentaban debido a que se había sonrojado, Dakota quitó su mano cuando vio que ella llevaba la mano cerrada donde tenia la pieza de oro cerca de su boca mientras cerraba sus ojos y pedía un deseo para luego arrojar la pieza al fondo del pozo, Dakota también arrojó su pieza de oro.

En ese momento se escuchó un estruendo en el cielo provocando que ambos elevaran sus miradas.

—Eso fue muy fuerte para una simple lluvia —comentó Dalilah.

—Se avecina una tormenta —tomó la mano de Dalilah—. Vamos.

Caminaron al taller nuevamente por si comenzaba a llover. En ese momento, se escucha que alguien toca la puerta, Dakota se dirige a esta y la abre, resultaba ser Tobías, uno de los guardias de la entrada al reino, además de ser amigo de Dakota y Nathaniel.

Tobias era un hombre de cabello blanco, ojos claros y de cuerpo fuerte. Lucia su armadura brillante y determinación en su mirada.

—Buenas tardes, Dakota —decía con voz gruesa—. Nathaniel me dijo que debía escoltar a la princesa al palacio.

—Sí, aquí está —dijo Dakota mientras Dalilah se colocaba su capa.

—Vamonos, Sir Tobias —dijo Dalilah al salir del taller.

—Claro, ¿Cómo te trata la vida Dakota? —preguntó Tobías.

—Mejor que nunca —respondió.

Dalilah se giro para verlo cuando escuchó eso, se dibujó en su rostro una sonrisa y se sube a su caballo al igual que Tobías.

—Que bien que te vaya excelente. Hablamos otro día, tenemos que correr antes de que nos caiga la lluvia —dijo Tobías.

—Claro, cuando tengas un día libre podemos sentarnos a hablar con más calma —dijo Dakota un par de pasos hacia ellos.

—Esta bien, nos vemos —se dió la vuelta y Dalilah lo siguió.

—Nos vemos otro día, Dakota —dijo Dalilah sonriendo.

—Hasta otro día, princesa —dijo Dakota con una dulce sonrisa.

Tobías y Dalilah comenzaron a cabalgar rumbo al castillo, mientras que Dakota veía como se alejaban.

Dalilah llevó su mano derecha al collar y luego a su mejilla dónde Dakota había puesto su mano. Sus mejillas volvieron a ruborizarse levemente al recordar la mirada que había puesto Dakota y en su rostro se pintaba un delicada sonrisa.

Se volvieron a escuchar estruendo provenientes del cielo lo que hizo que ambos apresuraran el paso y Dakota tomó a Orión por la soga para meterlo al patio por una entrada lateral para que ambos se resguardaran de la lluvia.

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