Capítulo IV: Una promesa de infancia
El sol salía de entre las montañas, las aves cantaban y el viento soplaba, todo era paz y tranquilidad en el bosque hasta que de la nada se escucharon fuertes martillazos provenientes de la cabaña de Dakota.
Este se encontraba preparando el molde para hacer el escudo familiar y luego encendió la fragua donde puso un caldero lleno lingotes de plata, lingotes que le había proporcionado la reina para hacer el escudo de la fuente.
Preparaba el agua para templar, las lijas, el cuero, moldes para los decorados, hacia un montón de cosas al mismo tiempo.
Con la plata ya derretida decidió verterla en un molde de escudo normal, sin ningún detalle peculiar, luego de que se fue secando comenzó a golpearlo para darle forma y más resistencia. Lo desmoldó, calentó y repetía el proceso de martillar para tener la forma deseada y la resistencia necesaria.
Calentó al rojo vivo varias laminas de hierro juntas, las agarraba con unas tenazas especializadas para la forja y las martillaba, repetía el proceso una y otra vez hasta tener laminas delgadas, estas luego las cortaba y pulía para unirlas a la base del escudo.
Y ahí se quedó, trabajando horas y horas, se había concentrado tanto en el trabajo del escudo que se hizo de noche sin él darse cuenta.
Así estuvieron los días hasta que llegó el jueves, día en que finalmente había terminado el escudo familiar de plata y además uno hecho de oro puro, el cual se usaría para la ceremonia de coronación del duque y su hija, ceremonia que quizás se llevaría a cabo después de la boda o durante ella.
Después de tanto trabajo, Dakota decidió darse un buen descanso, el calor de la fragua lo tenía loco después de tres días y decidió caminar hasta el patio trasero, quitarse la ropa y sumergirse en un lago pequeño que estaba detrás de la cabaña donde también se encontraba Orión comiendo paja seca.
Luego de una hora o dos, se quedó recostado en una tumbona de madera bajo la sombra de un árbol mientras veía el atardecer, todo era tan pacífico, ese momento de relajación trajo a su mente la imagen de Dalilah. Ella se veía tan diferente de como era antes, paso de ser una niña de diez años con la que jugaba en el lodo a una bella mujer de veinticinco años que está apunto de convertirse en una princesa.
Dakota suspiró mientras poco a poco aparecía una sonrisa en su rostro, recordaba los viejos tiempos mientras jugaba con Dalilah.
De niños, él la cuidaba y protegía de cualquier peligro, aunque solo tenía casi tres años más que ella, igual la cuidaba.
Eran inseparables, hasta que un día llegó la tristeza a la vida de Dalilah cuando tenía diez. Su madre había fallecido y terminó por llorar en los brazos de Dakota quien para esa fecha recién había cumplido los trece años. Unos meses después, su padre decidió que era hora de buscar otro rumbo en otro lugar. Ese día ellos hicieron una promesa, la cual era volver a verse y Dakota bromeando con ella también le prometió que la invitaría a salir puesto que ella regresaría cuando ambos fueran adolescentes, Dalilah al escuchar eso solo dijo entre risas que jamás pasaría e incluso lo retó. Después de despedirse, ella junto a su padre comenzaron su viaje.
Pasaron un par de años, llegó la adolescencia, Dakota esperaba con ansias ver a Dalilah, pero no llegó, siguió esperando, y esperando, y esperando, pero nunca volvió. Entonces decidió que si ella no iba a verlo, el iría a verla, pero la salud de su padre no le permitió dejarlo, así que abandonó esa idea.
Pasó un tiempo y perdió la esperanza de volver a verla, sobre todo porque no llegaba ninguna carta de parte de ella y las que había enviado jamás recibieron respuesta. Dio por rota esa promesa y se enfocó en la labor familiar: la herrería.
La sonrisa que tenía ya había desaparecido al recordar esa promesa. ¿Acaso ella se había olvidado de él? ¿Ni siquiera lo reconoció cuando se vieron en el palacio? Y si lo hizo... ¿Por qué no dijo nada?
En ese momento, Orión relincha y se acerca a él.
—Orión... ¿Crees que... debo hablar con ella? —Orión se acerca aun más a él.
—Es que ella y yo habíamos deidido volver a vernos en nuestra adolescencia y ahora somos adultos y creo que ni me reconoció. Ella fue la única persona con la que pude hacer amistad. La única que me entendía a pesar de haber sido solo una niña —Dakota bajó la cabeza algo desanimado.
Orión relincha como si quisiera decirle algo quitarle parte de esa tristeza.
—¿Qué tan loco debo estar loco para pedirle consejos a un caballo? —Dakota se levantó de la tumbona.
Orión pegó su cabeza del pecho de Dakota y él empezó a acariciarlo.
—¿Sabes qué, Orión? Mañana que voy al palacio con los escudos hablaré con ella, tal vez si hablamos se acuerde de mí e incluso podríamos restablecer nuestra amistad. Después de todo ya su padre me dio el permiso de hablar con ella, no tengo nada que perder —comentó sonriente y Orión levantó su cabeza mientras relinchaba.
A la mañana del siguiente día, la noticia de la boda de la reina se esparció por cada rincón de Nordelia. El anuncio se dio el día después de la llegada de la monarca, su prometido y la hija del mismo, por ende no había habitantes que no supiera de este acontecimiento.
Llegando al palacio se encontraba un carruaje con guardias, ahí estaban los escudos guardados en cajas de madera junto a Dakota elegantemente vestido y peinado para hacer la entrega de los mismos y para hablar con Dalilah.
Al llegar, fue recibido por el mayordomo Benjamín y varios guardias reales.
—Buenos días, señor Dakota —saludó Benjamín.
—Buenos días, señor. Aquí he traído los escudos en cajas, pero tengan cuidado, están bien pesados —advirtió Dakota.
—Maravilloso —Benjamín chasqueo los dedos haciendo que los guardias se acercan a ellos—. Los guardias cargarán las cajas para llevarlas ante la reina, mientras tanto, yo te llevaré ante ella. Sígueme.
Dakota lo siguió mientras los guardias cargaban las cajas detrás de ellos. La reina y el duque estaban en el salón del trono junto a sus hijas. Esperaban con ansias ver el nuevo escudo familiar y las esculturas del mismo.
Benjamín abrió las grandes y elegantes pertas de madera y se presentó cordialmente ante la familia real con una reverencia.
—Su majestad, el señor Dakota ya ha llegado con los escudos que usted a solicitado.
—Perfecto —exclamó la reina—, déjalo pasar.
Benjamín llamó a Dakota y los guardias entraron detrás de él. Dakota hizo una reverencia al ver a la reina, las princesas Sasha, Victoria y Leicy, hijas de la reina, el duque y a su hija Dalilah.
—Buenos días a sus majestades, me complace decirles que he terminado los escudos que me ha encargado, uno hecho de plata pura y el otro de oro puro —los guardias abrieron las cajas y cargaron con cuidado los dos escudos.
La familia real quedó impresionada al verlos, la delicadeza de sus detalles florales, la corona, la capa, las espadas que se observaban en estos, lo brillante que se veían, se podía apreciar el arduo trabajo de Dakota, la dedicación y el tiempo que había invertido en hacer ambos escudos en solo cuatro días, estas bellezas de la herrería, para los ojos de la realeza y de cualquier persona que los viere, eran simplemente perfectos.
—Estoy impresionada —confesó la reina—, sabía que eras un buen herrero, pero esto es simplemente majestuoso, no he visto nada parecido —se levanta de su trono—. Guardias, lleven el de plata en su caja a la fuente del patio real y el de oro déjenlo aquí para los preparativos de la boda.
Los guardias obedecieron y se movilizaron mientras que la reina se acercó a Dakota.
—No suelo sorprenderme con facilidad, pero debo reconocer que tú lo has logrado. Siento que el dinero que te daré ni siquiera paga tu trabajo.
—Madre —habló la segunda hija de la reina.
Ella da un paso adelante, su cabello es rizado y castaño claro adornado con una tiara con una gema morada, su vestido es de color morado con algunos bordados, su rostro era bello, sus labios rosados algo carnosos y su mirada determinada.
—Disculpa por la intromisión, pero creo que lo más justo sería llamarlo como el invitado de honor de la boda de mañana, para que los duques, condes y demás consortes e invitados vean su talento —propuso la princesa.
—Excelente idea, Victoria. ¿Quisieras ser el invitado de honor de mi boda con el duque? Podrias quedarte en el palacio para que no recorras tanto camino desde tu cabaña e incluso podemos hacerte un traje.
Dakota sintió que sus mejillas se calentaron, nunca se imaginó que la reina lo quisiera como invitado de honor en su boda. Además, el simple hecho de pensar que su trabajo lo verían duques, condes, consortes y demás nobles lo ponía más nervioso que emocionado. Y ni hablar de quedarse en el palacio.
Dalilah, al percatarse de preocupación y la angustia en el rostro de Dakota, decide caminar hacia él. Juntando sus manos y con una dulce mirada empieza a hablarle.
—¿No estás seguro de tu trabajo? —preguntó Dalilah— Déjame decirte que a mí me encantaron los escudos, tienes un gran talento que merece reconocimiento. Además, habrá un gran banquete, música, bailes y si no eres muy fanático de ese tipo de fiestas pues siempre está el patio real.
Dakota se calmo al escuchar a Dalilah, mostró una pequeña sonrisa y colocó su mano derecha en la nuca.
—Pues... Supongo que tiene razón, princesa. Acepto su oferta, majestad. Y muchas gracias por invitarme a quedarme aquí y a su boda con el duque. Es un gran honor —admitió con honestidad.
—El honor es mío —correspondió la reina—. Benjamín, acompaña a nuestro huésped a la habitación de invitados cerca del patio y llama a las costureros para que le prueben trajes y tomen medidas por si se necesita.
—Como usted ordene, su alteza real. Acompañe, señor Dakota —dijo Benjamín.
Ellos comenzaron a caminar para salir del salón del trono, la reina y la princesa Dalilah los veían marcharse mientras que las hijas de la reina observaban mas de cerca el escudo de oro junto con el duque.
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