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Capítulo III: Esperanza de recordar

Dakota y Nathaniel se dirigían al palacio luego de que nuestro herrero terminara de dibujar el escudo familiar. Ellos se encontraban hablando, Nathaniel le contaba de todas las cosas que hizo en su viaje con la reina, mientras que Dakota se mantenía callado y atento a lo que su amigo decía.

—Créeme cuando te digo que las doncellas del reino de Florencia están algo locas. Bellas, pero locas —contaba Nathaniel.

—Entonces son tu tipo —bromeo Dakota.

—No gracias, serán bellas y hermosas, pero demasiado locas. Intente salir con una y no se me despegaba ni cuando iba al baño, otra no me podía ver con ninguna chica que no fuese ella, hubo una que si me agrado bastante, pero nunca pude estar con ella ya que estaba enamorada de otro con quien ya estaba comprometida y con eso yo no me meto. De resto, todas eran algo alocadas —relataba Nathaniel.

—Es que atraes a las loquitas como la miel a las abejas —Dakota siguió burlándose.

—No gracias, prefiero seguir intentando con mi amor platónico —decidió Nathaniel para luego detenerse bruscamente—. Hablando de mi amor platónico...

Una princesa de piel morena, cabello liso y brillante, este poseía un color negro azabache, estaba recogido y adornado con una tiara sencilla. Sus rasgos eran finos y un vestido verde oscuro con un libro en sus manos. La princesa parecía caminar hacia ellos.

—Espero que no me hayas llamado tu "amor platónico" —advirtió aquella princesa encarando una ceja

Dakota hace una reverencia al verla mostrando respeto mientras que Nathaniel la veía sonriente mostrando sus blancos dientes y empieza a hablarle con dulzura.

—Más que mi amor platónico, princesa Sasha. Eres la mujer de mis sueños, el sol que ilumina mis días, el motivo por el cual despierto cada mañana, el...

—Cállate que das pena —ordenó la princesa con una mirada seria.

Dakota hizo un pequeño sonido ya que el comentario de la princesa e había causado risa, pero logró contenerla. La princesa se dirigió a la biblioteca, pero Nathaniel decide seguirla.

—Oye, espera... —exclamó Dakota y comienza a seguirlo, pero manteniendo su distancia.

Al llegar a la biblioteca, Nathaniel seguía coqueteando con la princesa aunque ella se notaba desinteresada y perdida en la lectura de su libro.

—Vamos, princesa. Sé que debajo de esa fachada de princesa hay una fiera dormida en busca de aventuras y peligros deseando cabalgar tras ellos —Comentaba Nathaniel.

—Por favor, Sir Nathaniel —la princesa aparta su vista del libro y la fijó en Nathaniel—. Soy una princesa, no una vaquera, no confundas los términos —aclaró la princesa mientras colocaba el libro en una estantería y se alejaba con otro libro.

Nathaniel sonreía mientras la veía irse, pero sin miedo al rechazo la siguió para seguir hablando. Dakota por otro lado se quedó atrás, habían tantos detalles en cada rincón del palacio que para el ojo de un plebeyo, sirviente o noble eran hermosos, pero para los ojos de un herrero era la representación de un arduo trabajo hecho con sangre, sudor y lágrimas para lograr tal calibre.

Estaba en la biblioteca admirando todos los detalles hechos de hierro, plata y oro que ahí se encontraban, sabía que el escudo familiar debía tener la misma calidad o incluso mejor que todos esos, no por querer superar a los demás, sino para que su pieza no pase desapercibida y sea digna de la realeza.

—¿Está perdido, joven? —preguntó un hombre.

Dakota se da la vuelta para ver quién le hablaba. Resultaba ser un hombre mayor de vestimenta elegante en tonos azules y verdes, cabello canoso al igual que una barba bien cortada. Él estaba de pie cerca de una mesa con un libro abierto entre sus manos.

—No, estoy esperando a que un amigo ponga sus pies en la tierra —explicó Dakota.

—¿Te refieres al Sir Nathaniel? —trató de adivinar el señor.

—Sí, está enamorado de la hija mayor de la reina Valeria.

—¿Sasha? —el hombre soltó una pequeña risa—. Pobre hombre, Sasha tal vez sea solo mi hijastra, pero no dejaría que saliera con un Sir sin antes conocerlo —llevó su mano derecha a su barbilla—, aunque debo admitir que parece un buen sujeto, pero como aún no lo conozco del todo no me arriesgaré.

—¿Hijastra? Espere... ¿Usted es el duque Arthur? —preguntó Dakota

—En efecto, mi estimado —respondió el duque llevando ambas manos a la espalda

Dakota se llenó de vergüenza en ese momento al no reconocer al duque, rápidamente hizo una reverencia para mostrarle respeto y disculparse por su ignorancia.

—Como lo siento, señor. No tenía idea de que usted era el duque.

—No te preocupes, también fuí un plebeyo algo perdido igual que tú, de hecho, mi hija Dalilah está incluso más perdida que yo, pero eso no se lo cuentes a nadie, ¿si? —confesó elduque

—¿Dalilah es su hija? ¿De sangre? —cureosió Dakota

—Sí. Era hija de mi primera esposa. Ella murió hace ya quince años.

—Lamento oír eso, duque —dijo Dakota.

—No te preocupes —el duque dejó el libro en la mesa y se acercó a Dakota—. Cambiando un poco de tema, tú te pareces a un viejo amigo mío. ¿No será usted familiar de Joseph Montero? —indagó el duque

Dakota se sorprendió cuando escucho al noble decir ese nombre.

—S-si... El es mi padre, pero... ¿Cómo sabe su nombre? —pregunto Dakota.

—Como dije antes, yo también fuí un plebeyo algo perdido. Yo vivía aquí con mi esposa he hija desde que nació hasta que falleció su madre. Joseph fue un gran amigo mío, pero hace tiempo que no hablo con él. ¿Cómo está?

—Está bien, aunque su vista no tanto, sufrió un pequeño accidente mientras trabajaba, le cayó plomo cerca de sus ojos —comentó Dakota.

—Wow, eso debió doler. Debo de ir a visitarlo, a ver si me recuerda. Tu también deberías hablar con Dalilah. Recuerdo que tu y ella se la pasaban horas jugando en el bosque.

Dakota no lo podía creer, sabía que esa chica le resultaba familiar, pero nunca se habrñia imaginado que la niña con la que jugaba en el lodo, la niña que lo retaba a carreras, la única persona que lo comprendía ahora era toda una mujer, y no solo éso, estaba a pocos días de convertirse en una princesa.

—¿En verdad es ella? No puedo creerlo, se ve tan diferente —dijo Dakota.

—Lo sé, ha pasado mucho. Deberías de hablar con ella, para ver si te recuerda —sugirió el duque.

—¿A ver si me recuerda? ¿Está bromeando, señor? Recuerdo que ella y yo éramos inseparables, hacíamos tantas tonterías de niños, vivimos cientos de aventuras, es imposible que no se acuerde de mí —aseguró Dakota.

—Lo sé, por eso me gustaría que hablaras con ella, pero no te hagas ilusiones —advirtió el duque honestamente.

—Sé que me veo diferente a como me veía de niño, pero no creo que se haya olvidado de mí. O al menos eso espero —comentó Dakota.

—Lo cierto es...

—¡Duque Arthur! —Nathaniel se acerca y hace una reverencia— Lamento no haberlo saludado antes, no lo había visto, señor.

—No se preocupe, Sir Nathaniel. Se notaba que estaba ocupado —bromeo el duque.

—Oh... Me vio. Je je —dijo Nathaniel un poco avergonzado—. Si me disculpa, necesito escoltar al señor Dakota a la entrada del palacio para que la reina lo despida como se debe.

—No hay problema, adelante.

—Gracias, duque Arthur. Vamos, Dakota.

Nathaniel y Dakota hicieron una reverencia para despedirse, se dieron la vuelta y comenzaron a caminar a la salida, pero antes de salir Dakota se dio la vuelta para decirle una ultima cosa al duque.

—Señor duque, yo estaré trabajando en el nuevo escudo familiar real. No vendré si no hasta el día antes de la boda de usted con la reina. Si me lo permite, quisiera hablar con Dalilah para recordar los viejos tiempos.

—Por supuesto que puede hablar con ella, hace años que no se ven y me encantaría que alguien la ayudara a sentirse bienvenida —admitió el duque con una sonrisa.

—De acuerdo. Gracias, duque. Lo veré el viernes.

—Vamos, Dakota —dijo Nathaniel.

Ambos se retiraron del lugar dejando al duque solo, pero la sonrisa que tenía se desvaneció. Salió de la biblioteca, subió algunas escaleras y se dirigió hacia las habitaciones del lado este del palacio. Tocó la puerta de una de esas habitaciones y una voz femenina dijo que pasara. Al entrar vio a su hija Dalilah organizando sus vestidos en la cama.

—Hija, ¿que haces con tus vestidos? Las criadas del palacio ya los habían ordenado —explicó el duque.

—Lo sé, padre —Dalilah se da la vuelta y camina hacia el duque—. Pero también sabes que me gusta ordenar mis propias cosas y a mí manera.

—Eso lo sé, pero creí que te gustaría descansar. Fue un largo viaje desde Florencia.

—Ya me conoces, padre. Casi no descanso —decía Dalilah de brazos cruzados.

El duque le sonríe con cariño y caminó lentamente hacia el balcón de la habitación mientras observaba cada detalle de la misma, esta era bastante amplia con las paredes pintadas de blanco, macetas con rosas rosadas, una biblioteca con gran variedad de libros, faroles y demás.

—Sí... Y que tal si mañana damos un paseo por el reino —sugirió el duque mientras veía el exterior.

—Papá, sé lo que tramas —Dalilah se acercó al duque—. No quieras presionarme, te lo pido. Sé que te prometí que lo intentaría, pero no te hagas ilusiones.

—Tal vez si te encuentras con un rostro conocido sea más fácil —el duque miró a su hija

—Quizás. Después de todo, aún hay esperanza de recordar, ¿no?

—Siempre la habrá, Dalilah —rodeó a su hija con su brazo izquierdo para abrazarla—. Siempre...

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