Capítulo I: Dakota, el herrero
A las afueras de un pequeño reino de nombre Nordelia, se encuentra una pequeña cabaña de madera cubierta por plantas, se logran escuchar muchos ruidos provenientes de esta, el rotundo sonido de martillazos contra el acero era el que más destacaba. Un hombre joven estaba con un martillo golpeando sin parar el acero rojo vivo de una espada, de esta saltaban algunas chispas provocadas por el impacto de los martillazos, luego dejó el martillo y metió la espada en agua para templarla y culminar el trabajo. La pulió, la secó y la puso junto con otras espadas que tenía en una carretilla que estaba atada a la montura de un caballo de pelaje marrón claro y crines oscuras.
—Es hora de irnos, glotón —decía en voz alta mientras se acercaba al corcel.
El caballo relincha y da unos pasos hacia atrás.
—Esta bien. Es hora de irnos, Orión—corrigió e inmediatamente se subió a la silla del caballo y comenzó a cabalgar.
No tardó más de cinco minutos cabalgando para llegar a la entrada principal de Nordelia. Los guardias lo ven, lo saludan al reconocerlo y lo dejan pasar.
Mientras él cabalgaba, la gente se le quedaba mirando ya que no era común verlo por las calles. Todas esas miradas lo hacían sentir incómodo, a él nunca le gustó ser el centro de atención y tampoco es muy sociable.
Al llegar al centro, donde se encontraba la comisaría, se detuvo, se bajó del caballo y entró en busca del jefe de la guardia. Había varias personas trabajando, entre ellas el jefe de la guardia quien, al ver a Dakota, se acercó a saludarlo.
—¡Joven Dakota! Ha pasado un tiempo desde la última vez que lo ví. ¿Ya terminó las espadas? —preguntó el buen hombre.
El jefe de la guardia era un hombre algo mayor, pero aún podía pelear.
—Sí —afirmó Dakota—. Las he traído, ¿quiere verlas?
—Por supuesto.
Ambos caminaron hacia las afueras de la comisaría hasta la carretilla. Una vez allí, el guardia tomo una de las espadas y la veía con detenimiento. Luego de pensarlo un momento decidió darle la mano a Dakota.
—Es un gran trabajo el que hiciste, se ven muy resistentes y filosas. Claro que aún falta probarlas, pero eres el mejor herrero que conozco —admitió el jefe de la guardia.
—Gracias por el cumplido, pero no hace falta que diga eso —habló algo apenado Dakota.
El jefe de la guardia llamó a otros guardias para que recogieran todas las espadas que estaban en la carretilla, mientras que Dakota se montaba en su caballo.
—¿Qué sucede? ¿Ya te vas a tu cabaña? —preguntó el jefe de la guardia.
—No, tengo unos trabajos que hacer. Estaré en el taller —aseguró Dakota.
—De acuerdo, si las espadas funcionan te lo haré saber —alegó el jefe de la guardia mientras los otros guardias se terminaban de llevar las espadas.
—Esta bien. Nos vemos, señor Esaú —se despidió Dakota y se puso en marcha hacia su taller a unas calles de ahí.
El resto del día se la pasó martillando, lijando, reparando, forjando y culminando algunos pedidos que le habían hecho algunos habitantes del pueblo, cuchillos, navajas, pequeñas estatuillas de hierro fundido, bronce y plomo. Al llegar la hora del almuerzo, subió al segundo piso del taller, a su balcón para tener más privacidad mientras comía dos sandwiches. En eso, alguien montado en un gran corcel de pelaje marrón oscuro corría por las calles del pueblo generando escándalo a gran velocidad. El escándalo genera que Dakota se asome para ver qué era lo que acontecía, pero no se sorprendió al ver quien era.
El hombre se detiene y se baja del caballo, con sus grandes botas vaqueras se acercaba al taller de Dakota, quien baja para recibirlo con algo de molestia y curiosidad. Abre la puerta y se encuentra con un hombre un poco más alto y pelirrojo con pecas, ojos verdosos, barba como un pequeña franja y algo de bigote, también tenía un sombrero de vaquero y ropa cómoda.
—Hola, Dakota —decía con un notorio acento de vaquero—. Mucho tiempo de no vernos.
—¿Podrías hablar como una persona normal, Nathaniel? —preguntó Dakota con seriedad.
—Amigo, déjame divertirme —dijo el vaquero con un acento menos forzado.
—Tuviste una semana entera con la reina para divertirte.
—No lo digas así, las personas lo pueden mal interpretar —señaló Nathaniel mientras entraba al taller—. Y aunque quisiera, no podría, se va a casar.
—¿En serio?
—Sí... Por eso estoy aquí, como eres el herrero más experimentado del pueblo, la reina tiene pensado pedirte que hagas un nuevo escudo familiar, eso y unas estatuillas de hierro o bronce, quizás oro, no me acuerdo el material, solo sé que te lo pedirá a tí —explicó Nathaniel.
—¿Hacer el escudo familiar? Eso sería un gran honor y una pesadilla al mismo tiempo. ¿Cuándo se casará?
—El fin de semana. Tienes cinco días, pero debes esperar a que te solicite, yo solo te paso el dato.
—¿Cinco días? —Dakota pensó un momento—. Sí, si me da tiempo, gracias por avisarme.
—¿Te cuento otro dato? El futuro monarca de esta tierra no es un sangre azul.
—Pues... La reina no ha tenido suerte con hombres nobles, así que no me sorprende.
—Sí es un noble, solo que no directamente. Por eso digo lo de la sangre azul, pero lo conocí y parece un buen sujeto, tiene una buena familia, está vez creo que si tendrá un matrimonio felíz y sus hijas finalmente un verdadero padre —destacó Nathaniel mientras observaba todas las herramientas de herrería que Dakota tenía a su disposición.
—Me alegro mucho por ellas. Y hablando de ellas, ¿no deberías de estar escoltando su carruaje junto con la guardia?
—Me adelanté para avisarte lo que tenía planeado la reina, así que prepárate que irás al castillo —dice Nathaniel, sale del taller y se monta nuevamente en su corcel.
—Pues supongo que te veré cuando me llamen —aseguró Dakota.
En ese momento se empieza a escuchar el sonido de trompetas anunciando la llegada del carruaje real al pueblo, este era brillante y hermoso a la vista, grandes decoraciones plateadas, un tono rojo tinto muy elegante, caballos fuertes y grandes, los guardias rodeaban el carruaje mientras avanzaban. Las personas salían de sus casas para observar el carruaje.
—No te sorprendas por si es hoy que te llaman —comentó Nathaniel—. Nos vemos allá.
Comenzó a cabalgar hacia los guardias que custodiaban el carruaje y se colocó justo al lado de quien manejaba a los caballos que tiraban del mismo.
El carruaje que era llevado por dos imponentes caballos era guiado por un cochero de tez morena. Este carruaje pasó delante del taller de Dakota sin detenerse. Él observaba cada detalle del mismo, luego retrocedió al ver que se alejaba ya que, por mucho que el trabajo invertido en el carruaje era digno de apreciarse, se dió cuenta de que había salido mucha gente a la calle, así que decidió entrar al taller, pero fue detenido por una voz masculina.
—¿Señor Dakota? —dijo esa voz
Dakota se dió la vuelta y vio a dos guardias a caballo.
—¿Sí? —dudó al hablar.
—La reina solicitó su presencia el día de hoy en el palacio real —declaró el guardia más alto.
—En horas de la tarde, así que le recomendaremos que busque ropa más presentable, volveremos en dos horas por usted. Esperamos que esté listo—comentó el otro guardia.
—Hmm... De acuerdo —contestó Dakota.
—Bien. Nos vemos en un rato —señaló el guardia más alto y ambos se retiraron con los guardias que escoltaban el carruaje.
—Tendré que cerrar el taller temprano —confesó y entro al taller.
Empezó a guardar todo bajo llave y cerró el taller, subió al segundo piso y buscó ropa limpia y lo suficientemente presentable para estar cara a cara con la reina. Al no conseguir nada decidió abrir un baúl que estaba al fondo del armario, pero la primera prenda que vio le trajo algo de nostalgia, así que la tomó sin desdoblar y la apartó con delicadeza, luego saco un traje más formal , no era digno de ser usado por un noble, pero mal no se veía, así que lo tomó, se dio una ducha rápida y se vistió, se arregló el cabello, luego guardo todo en su lugar, pero la prenda que habia sacado del baúl la tomó, se le quedó viendo y sonreía, esta prenda era un vestido celeste muy sencillo, pero era eso lo que lo hacia destacar, lo guardo nuevamente en el baúl y lo cerró.
En ese momento, los guardias tocaron la puerta y lo llamaron por su nombre, así que bajo y, con algo de pena porque nunca se vestía elegantemente, salió y al ver que los guardias lo esperaban con un carruaje solamente para él le dio aun más pena. Los guardias le pidieron que se montara y como lo había enviado la reina para llevarlo al palacio no lo quiso rechazar aunque se sintiera incómodo. Así que subió en el y se dirigieron al palacio real.
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